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CARTA ENCICLICA DE JUAN PABLO II

REDEMPTORIS MISSIO

Sobre la permanente validez del mandato misionero
 7 DE DICIEMBRE DE 1990

XXV aniversario del Decreto conciliar "AD GENTES"

INTRODUCCION. |p1 La misi�n de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, est� aun lejos de cumplirse. Afines del segundo milenio despu�s de su venida, una mirada global a la humildad demuestra que esta misi�n se halla todav�a en los comienzos y que debemos comprometernos con toda nuestra energ�as en su servicio. Es el Esp�ritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios:< Predicando el Evangelio no es para mi ning�n motivo de gloria; es mas bien un deber que me incumbe: Y ay de mi si no predicara el Evangelio!> En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo. Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisi�n de viajar hasta los �ltimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convertido aun mas de la urgencia de tal actividad. El Concilio Vaticano II ha querido renovar la vida y la actividad de la Iglesia seg�n las necesidades del mundo contempor�neo; ha subrayado su "�ndole misionera", bas�ndola din�micamente en la misma misi�n trinitaria. El impulso misionero pertenece, pues, a la naturaleza �ntima de la cristiana e inspira tambi�n el ecumenismo: "Que todos sean uno ... para que el mundo crea que tu me has enviado"

|p2 Muchos son ya los frutos misioneros del Concilio: se han multiplicado las Iglesias locales provistas de Obispo, clero y personal apost�lico propio; se va logrando una inserci�n mas profunda de las comunidades cristianas en la vida de los pueblos; la comuni�n entre las Iglesias lleva a un intercambio eficaz de bienes y dones espirituales; la labor evangelizadora de las laicos est� cambiando la vida eclesial; las Iglesias particulares se muestran abiertas al encuentro, al dialogo y a la colaboraci�n con los miembros de otras Iglesias cristianas y de otras religiones. Sobre todo, se est� afianzando una conciencia nueva: la misi�n ata�e a todos los cristianos, a todas las di�cesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales. No obstante, en esta "nueva primavera" del cristianismo no se puede dejar oculta una tendencia negativa, que este Documento quiere contribuir a superar: la misi�n especifica ad gentes que se va parando, no ciertamente en sinton�a con las indicaciones del Concilio y del Magisterio posterior. Dificultades internas y externas han debilitado el impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo. En efecto, este impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, as� como su disminuci�n es signo de una crisis de fe. A los veinticinco anos de la clausura del Concilio y de la publicaci�n del Decreto sobre la actividad misionera Ad gentes y a los quince de la Exhortaci�n apost�lica Evangelii Nuntiandi, del Papa Pablo VI, quiero invitar a la Iglesia a un renovado compromiso misionero, siguiendo al respecto el Magisterio de mis predecesores. El presente Documento se propone una finalidad interna: la renovaci�n de la fe y de la vida cristiana. En efecto, la misi�n renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. La fe se fortalece d�ndola! La nueva evangelizaci�n de los pueblos cristianos hallara inspiraci�n y apoyo en el compromiso por la misi�n universal. Pero lo que mas me mueve a proclamar la urgencia de la evangelizaci�n misionera es que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual esta conociendo grandes conquistas,pero parece haber perdido el sentido de las realidades ultimas y de la misma existencia. "Cristo Redentor- he escrito en mi primera Enc�clica revela plenamente el hombre al mismo hombre. El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a si mismo... debe ...acercarse a Cristo.La Redenci�n llevada a cabo por medio de la cruz ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo" No faltan tampoco otras motivaciones y finalidades, como responder a las numerosas peticiones de un documento de esta �ndole; disipar dudas y ambig�edades sobre la misi�n ad gentes, confirmando as� en su entrega a los benem�ritos hombres y mujeres dedicados a la actividad misionera y a cuantos les ayudan; promover las vocaciones misioneras; animar a los te�logos a profundizar y exponer sistem�ticamente los diversos aspectos de la misi�n propiamente dicha, comprometiendo a las Iglesias particulares, especialmente las j�venes, a mandar y recibir misioneros; asegurar a los no cristianos y, de manera especial, a las autoridades de los pa�ses a los que se dirige la actividad misionera, que esta tiene como �nico fin servir al hombre, revel�ndole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo.

|p3 �Pueblos todos, abrid las puertas a Cristo! Su evangelio no resta nada a la libertad humana, al debido respeto de las culturas, a cuanto hay de bueno en cada religi�n. Al acoger a Cristo, os abr�s a la Palabra definitiva de Dios, a aquel en quien Dios se ha dado a conocer plenamente y a quien el mismo Dios nos ha indicado como camino para llegar hasta el. El numero de los que aun no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; mas aun, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado. Para esta humanidad inmensa, tan amada por el Padre que por ella envi� a su propio Hijo, es patente la urgencia de la misi�n. Por otra parte, nuestra �poca ofrece en este campo nuevas ocasiones a la Iglesia: la ca�da de ideolog�as y sistemas pol�ticos opresores; la apertura de fronteras y la configuraci�n de un mundo mas unido, merced al incremento de los medios de comunicaci�n; el afianzarse en los pueblos los valores evang�licos que Jes�s encarn� en su vida (paz, justicia, fraternidad, dedicaci�n a los m�s necesitados); un tipo de desarrollo econ�mico y t�cnico falto de alma que, no obstante, apremia a buscar la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el sentido de la vida. Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad mas preparada para la siembra evang�lica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelizaci�n y a la misi�n ad gentes. Ning�n creyente en Cristo, ninguna instituci�n de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos.

Capitulo 1 JESUCRISTO UNICO SALVADOR

|p4 El cometido fundamental de la Iglesia en todas las �pocas y particularmente en la nuestra -como recordaba en mi primera Enc�clica program�tica- es "dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo". La misi�n universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo, tal como se expresa en la profesi�n de fe trinitaria: "Creo en un solo Se�or, Jesucristo, Hijo unico de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos... Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvaci�n baj� del cielo y, por obra del Esp�ritu Santo, se encarn� de Mar�a, la Virgen, y se hizo hombre". En el hecho de la Redenci�n esta la salvaci�n de todos, "porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redenci�n y con cada uno Cristo se ha unido, para siempre, por medio de este misterio". Solo en la fe se comprende y se fundamenta la misi�n. No obstante, debido tambi�n a los cambios modernos y a la difusi�n de nuevas concepciones teol�gicas, algunos se preguntan : � Es v�lida aun la misi�n entre los no cristianos ? � No ha sido sustituida quiz�s por el di�logo interreligioso ? � No es un objetivo suficiente la promoci�n humana ? � El respeto de la conciencia y de la libertad no excluye toda propuesta de conversi�n ? � No puede uno salvarse en cualquier religi�n ? � Para que, entonces la misi�n ?

|p5 "NADIE VA AL PADRE SINO POR MI" (Jn 14, 6) 5. Remont�ndonos a los or�genes de la Iglesia, vemos afirmado claramente que Cristo es el unico Salvador de la humanidad, el unico en condiciones de revelar a Dios y de guiar hacia Dios. A las autoridades religiosas jud�as que interrogan a los Ap�stoles sobre la curaci�n del tullido realizada por Pedro, este responde: "Por el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros crucific�steis y a quien Dios resucito de entre los muertos; por su nombre y no por ning�n otro se presenta este aqu� sano delante de vosotros... Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hech 4,10.12). Esta afirmaci�n, dirigida al Sanedr�n, asume un valor universal, ya que para todos - jud�os y gentiles- la salvaci�n no puede venir mas que de Jesucristo. La universalidad de esta salvaci�n en Cristo es afirmada en todo el Nuevo Testamento. San Pablo reconoce en Cristo resucitado al Se�or: "Pues- escribe el- aun cuando se les de el nombre de dioses, bien en el cielo, bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y se�ores, para nosotros no hay mas que un solo Dios, Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Se�or, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Cor 8, 5-6). Se confiesa a un unico Dios y a un unico Se�or en contraste con la multitud de "dioses" y "se�ores" que el pueblo admit�a. Pablo reacciona contra el polite�smo del ambiente religioso de su tiempo y pone de relieve la caracter�stica de la fe cristiana: fe en un solo Se�or, enviado por Dios. En el evangelio de san Juan esta universalidad salv�fica de Cristo abarca los aspectos de su misi�n de gracia, de verdad y de revelaci�n: "La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre"( cf. Jn 1,9). Y a�ade : "A Dios nadie lo ha visto jam�s; el hijo Unico, que est� en el seno del Padre, �l lo ha revelado" (Jn 1, 18; cf. Mt 11,27). La revelaci�n de Dios se hace definitiva y completa por medio de su Hijo unig�nito : "Muchas veces y de muchos modos habl� Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos �ltimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituy� heredero de todo, por quien tambi�n hizo los mundos" (Heb 1, 1-2; cf. Jn 14, 6). En esta Palabra definitiva de su revelaci�n , Dios se ha dado a conocer del modo m�s completo; ha dicho a la humanidad Qui�n es. Esta autorrevelaci�n definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre s� mismo. Cristo es el �nico mediador entre Dios y los hombres :" Porque hay un solo Dios, y tambi�n un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jes�s, hombre tambi�n, que se entreg� a s� mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno y de este testimonio- digo la verdad, no miento- yo he sido constituido heraldo y ap�stol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad"( 1Tim 2, 5-7; cf. Hb 4, 14-16). Los hombres, pues, no pueden entrar en comuni�n con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acci�n del Esp�ritu. Esta mediaci�n suya �nica y universal, lejos de ser obst�culo en el camino hacia Dios, es la v�a establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena conciencia. Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden , �stas sin embargo cobran significado y valor �nicamente por la mediaci�n de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias.

|p6 Es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separaci�n entre el Verbo y Jesucristo. San Juan afirma claramente que el verbo, que " estaba en el principio con Dios", es el mismo que "se hizo carne" (Jn 1, 2.14). Jes�s es el verbo encarnado, una sola persona e inseparable: no se puede separar a Jes�s de Cristo, ni hablar de un " Jes�s de la historia", que ser�a distinto del "Cristo de la fe ". La Iglesia conoce y confiesa a Jes�s como "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Cristo no es sino Jes�s de Nazaret, y �ste es el Verbo de Dios hecho hombre para la salvaci�n de todos. En Cristo "reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2,9) y "de su plenitud hemos recibido todos" (Jn 1,18). El "Hijo �nico, que est� en el seno del Padre" (Jn 1, 18), es el "Hijo de su amor, en quien tenemos la redenci�n. Pues Dios tuvo a bien hacer residir en �l toda la plenitud, y reconciliar por �l y para �l todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1, 13-14. 19- 20). Es precisamente esta singularidad �nica de Cristo la que le confiere un significado absoluto y universal, por lo cual, mientras est� en la historia, es el centro y el fin de la misma: "Yo soy el Alfa y el Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin" (Ap 22,13). Si, pues, es l�cito y �til considerar los diversos aspectos del misterio de Cristo, no se debe perder nunca de vista su unidad. Mientras vamos descubriendo y valorando los dones de todas clases, sobre todo las riquezas espirituales, que Dios ha concedido a cada pueblo no podemos disociarlos de Jesucristo, centro del plan divino de salvaci�n. As� como " el Hijo de Dios con su encarnaci�n se ha unido, en cierto modo, con todo hombre," as� tambi�n " debemos creer que el Esp�ritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en forma s�lo de Dios conocida, se asocien a este misterio pascual". El designio divino es " hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que est� en los cielos y lo que est� en la tierra" (Ef1,10).

|p7 LA FE EN CRISTO ES UNA PROPUESTA A LA LIBERTAD DEL HOMBRE.

La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, tra�da por Cristo y vivida por sus disc�pulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse seg�n su vocaci�n integral, en conformidad con Cristo. El Nuevo Testamento es un himno a la vida nueva para quien cree en Cristo y vive en su Iglesia. La salvaci�n en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia es autocomunicaci�n de Dios: "Es el amor, que no s�lo crea el bien, sino que hace participar en la misma vida de Dios: Padre, Hijo y Esp�ritu Santo. En efecto, el que ama desea darse a s� mismo" Dios ofrece al hombre esta vida nueva: � Se puede rechazar a Cristo y todo lo que El ha tra�do a la historia del hombre ? Ciertamente es posible . El hombre es libre. El hombre puede decir no a Dios. El hombre puede decir no a Cristo. Pero sigue en pie la pregunta fundamental. � Es l�cito hacer esto ? � Con qu� fundamento es l�cito ? ".

|p8 En el mundo moderno hay tendencia a reducir el hombre a una mera dimensi�n horizontal. Pero � en qu� se convierte el hombre si apertura al absoluto ? La respuesta se halla no s�lo en la experiencia de cada hombre sino tambi�n en la historia de la humanidad con la sangre derramada en nombre de ideolog�as y de reg�menes pol�ticos que han querido construir una " nueva humanidad " sin Dios. Por lo dem�s, a cuantos est�n preocupados por salvar la libertad de conciencia, dice el Concilio Vaticano II: "La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa ... todos los hombres han de estar inmunes de coacci�n por parte de personas particulares, como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que act�e conforme a ella en privado y en p�blico, solo o asociado con otros dentro de los l�mites debidos.". El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la libre adhesi�n del hombre, pero debe ser propuesta, pues "las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de al verdad. Por eso la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento hist�rico como el nuestro ".

|p9 LA IGLESIA, SIGNO E INSTRUMENTO DE SALVACION. 9 la primera beneficiaria de la salvaci�n es la Iglesia. Cristo la ha adquirido con su sangre (cf.Hech 20,28) y la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvaci�n universal. En efecto, Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento; por medio de ella cumple su misi�n. El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvaci�n de la humanidad. A la par que reconoce que Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse (cf 1Tim 2,4), la Iglesia profesa que Dios ha constituido a Cristo como �nico mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvaci�n. "Todos los hombres son llamados a esta unidad cat�lica del pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles cat�licos, sea los dem�s creyentes en Cristo, sea tambi�n todos los hombres en general llamados a la salvaci�n por la gracia de Dios." es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvaci�n en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esa misma salvaci�n. Ambas favorecen la comprensi�n del �nico misterio salv�fico, de manera que se pueda experimentar la misericordia de Dios y nuestra responsabilidad. La salvaci�n que siempre es don del Esp�ritu, exige la colaboraci�n del hombre para salvarse tanto a s� mismo como a los dem�s. As� lo ha querido Dios, y para esto ha establecido y asociado a la Iglesia a su plan de salvaci�n: "Ese Pueblo mesi�nico --afirma el Concilio-- constituido por Cristo en orden a la comuni�n de vida, de caridad y de verdad, es empleado tambi�n por �l como instrumento de la redenci�n universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra."

|p10 LA SALVACION ES OFRECIDA A TODOS LOS HOMBRES. 10 La universalidad de la salvaci�n no significa que se conceda solamente a los que, de modo expl�cito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvaci�n debe estar en verdad a disposici�n de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelaci�n del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Vive en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas.. Para ellos la salvaci�n de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relaci�n con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situaci�n interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo, es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Esp�ritu Santo: Ella permite a cada uno llegar a la salvaci�n mediante su libre colaboraci�n. Por esto mismo, el Concilio, despu�s de haber afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: "Esto vale no solamente para los cristianos, sino tambi�n para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo coraz�n obra la gracia de modo invisible. Cristo muri� por todos, y la vocaci�n suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Esp�ritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de s�lo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual."

|p11 "NOSOTROS NO PODEMOS MENOS DE HABLAR" (Hech 4,20) 11 � Qu� decir, pues, de las objeciones ya mencionadas de la misi�n ad gentes ? Con pleno respeto de todas las creencias y sensibilidades, ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, �nico salvador del hombre, fe recibida como un don que proviene de lo alto, sin m�rito por nuestra parte. Decimos con San Pablo: " No me averg�enzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvaci�n de todo el que cree". Los m�rtires cristianos de todas las �pocas --tambi�n los de la nuestra-- han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta fe, convencidos de que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y ha reconciliado a los hombres con Dios. Cristo se ha proclamado Hijo de Dios, �ntimamente unido al Padre, y, como tal, ha sido reconocido por los disc�pulos, confirmando sus palabras con los milagros y su resurrecci�n. La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento prof�tico, que responde a las exigencias y aspiraciones del coraz�n humano y que es siempre "Buena Nueva". La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jes�s, vino a revelar el rostro de Dios y a alcanzar, mediante la cruz y la resurrecci�n, la salvaci�n para todos los hombres. A la pregunta � Para qu� la misi�n ? Respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la verdadera liberaci�n. En �l, s�lo en �l, somos liberados de toda forma de alienaci�n y extrav�o, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte. Cristo es verdaderamente "nuestra paz" (Ef 2,14), y "el amor de Cristo nos apremia" (2Cor 5,14), dando sentido y alegr�a a nuestra vida. La misi�n es un problemas de fe, es el �ndice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros. La tentaci�n actual es la de reducir el cristianismo a una sabidur�a meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una "gradual secularizaci�n de la salvaci�n" debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensi�n horizontal. En cambio nosotros sabemos que Jes�s vino a traer la salvaci�n integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abri�ndoles a los admirables horizontes de la filiaci�n divina. � Porqu� la misi�n ? Porque a nosotros, como a San Pablo, "se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo" (Ef 3,8). La novedad de vida en El, es la "Buena Nueva" para el hombre de todo tiempo: a ella han sido llamados y destinados todos los hombres. De hecho, todos la buscan, aunque a veces de manera confusa, y tienen el derecho de conocer el valor de ese don y la posibilidad de alcanzarlo. La Iglesia, y en ella todo cristiano, no puede esconder ni conservar para s� esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres. He ah� por qu� la misi�n, adem�s de provenir del mandato formal del Se�or, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros. Quienes han sido incorporados a la Iglesia han de considerarse privilegiados y, por ello, mayormente comprometidos en testimoniar la fe y la vida cristiana como servicio a los hermanos y respuesta debida a Dios, recordando que "su excelente condici�n no deben atribuirla a los m�ritos propios sino a una gracia singular de Cristo, no respondiendo a la cual con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, ser�n juzgados con mayor severidad".

CAPITULO II: EL REINO DE DIOS

|p12 "Dios rico en misericordia es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en s� mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha hecho conocer"(2l). Escrib�a esto al comienzo de la Enc�clica Dives in Misericordia, mostrando c�mo Cristo es la revelaci�n y la encarnaci�n de la misericordia del Padre. La salvaci�n consiste en creer y acoger el misterio del Padre y de su amor, que se manifiesta y se da en Jes�s mediante el Esp�ritu. As� se cumple el Reino de Dios, preparado ya por la Antigua Alianza, llevado a cabo por Cristo y en Cristo, y anunciado a todas las gentes por la Iglesia, que se esfuerza y ora para que llegue a su plenitud de modo perfecto y definitivo. El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha escogido y formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de amor. Pero, al mismo tiempo, Dios es Creador y Padre de todos los hombres: se cuida de todos, a todos extiende su bendici�n (cf. G�n 12,3) y con todos hace una alianza (G�n 9, l-17). Israel tiene experiencia de un Dios personal y salvador (cf. Dt. 4,37; 7,6-8; Is. 43, l-7), del cual se convierte en testigo y portavoz en medio de las naciones. A los largo de la propia historia, Israel adquiere conciencia de que su elecci�n tiene un significado universal (cf. por ejemplo Is. 2, 2-5; 6-8; 60,l-6; Jer. 3, 17' 16, 19).

CRISTO HACE PRESENTE EL REINO

|p13 Jes�s de Nazaret lleva a cumplimiento el plan de Dios. Despu�s de haber recibido el Esp�ritu Santo en el Bautismo, manifiesta su vocaci�n mesi�nica: recorre Galilea proclamando "la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino est� cerca; convert�os y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1, 14-15; cf. Mt. 4,17; Lc. 4, 43)". La proclamaci�n y la instauraci�n del Reino de Dios son el objeto de su misi�n: "Porque a esto he sido enviado" (Lc.4,43). Pero hay algo m�s: Jes�s en persona es la "Buena Nueva", como �l mismo en la sinagoga de Nazaret, aplic�ndose las palabras de Isa�as relativas al Ungido, enviado por el Esp�ritu del Se�or (cf. Lc. 4, 14-2l). Al ser �l la "Buena Nueva", existe en Cristo plana identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser. Su fuerza, el secreto de la eficacia de su acci�n consiste en la identificaci�n total con el mensaje que anuncia; proclama la "Buena Nueva" no s�lo con lo que dice o hace, sino tambi�n con lo que es. El ministerio de Jes�s se describe en el contexto de los viajes por su tierra. La perspectiva de la misi�n antes de la Pascua se centra en Israel; sin embargo, Jes�s nos ofrece un elemento nuevo de capital importancia. La realidad escatol�gica no se aplaza hasta un fin remoto del mundo, sino que se hace pr�xima y comienza a cumplirse. "El Reino de Dios est� cerca" (Mc. 1, 15); se ora para que venga (cf. Mt. 6, l0); la fe lo ve ya presente en los signos, como los milagros (cf. Mt. 11,4-5), los exorcismos (cf. Mt. l2, 25-28), la elecci�n de los Doce (cf. Mc. 3, 13-19), el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf. 4, 18). En los encuentros de Jes�s con los paganos se ve con claridad que la entrada en el Reino acaece mediante la fe y la conversi�n (cf. Mc. 1,15) y no por la mera pertenencia �tnica. El Reino que inaugura Jes�s es el Reino de Dios; �l mismo nos revela qui�n es este Dios al que llama con el t�rmino familiar de "Abba", Padre (Mc. 14,36). El Dios revelado sobre todo en las par�bolas (cf. Lc. 15, 3-32; Mt. 20, 1-16) es sensible a las necesidades, a los sufrimientos de todo hombre; es un Padre amoroso y lleno de compasi�n, que perdona y concede gratuitamente las gracias perdidas. San Juan nos dice que "Dios es Amor" (1 Jn. 4, 8.16). Todo hombre, por tanto, es invitado a "convertirse" y "creer" en el amor misericordioso de Dios por �l; el Reino crecer� en la medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios comoa un Padre en la intimidad de la oraci�n (cf. Lc.11, 2); Mt. 23,9), y se esfuerce en cumplir su voluntad (cf. Mt. 7, 21).

CARACTERISTICAS Y EXIGENCIAS DEL REINO

|p14 Jes�s revela progresivamente las caracter�sticas y exigencias del Reino mediante sus palabras, sus obras y su persona. El Reino est� destinado a todos los hombres, dado que todos son llamados a ser sus miembros. Para subrayar este aspecto, Jes�s se ha acercado sobre todo a aquellos que estaban al margen de la sociedad, d�ndoles su preferencia, cuando anuncia la "Buena Nueva". Al comienzo de su ministerio proclama que ha sido "enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc. 4,18). A todas las v�ctimas del rechazo y del desprecio Jes�s les dice: "Bienaventurados los pobres" (Lc. 6,20). Adem�s, hace vivir ya a estos marginados una experiencia de liberaci�n, estando con ellos y yendo a comer con ellos (cf. Lc. 5,30; 15,2), trat�ndoles como a iguales y amigos (cf. Lc. 7,34), haci�ndolos sentirse amados por Dios y manifestando as� su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores (cf. Lc. 15, 1-32). La liberaci�n y la salvaci�n que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensi�n tanto f�sica como espiritual. Dos gestos caracterizan la misi�n de Jes�s: curar y perdonar. Las numerosas curaciones demuestran su gran compasi�n ante la miseria humana, pero significan tambi�n que en el Reino ya no habr� enfermedades ni sufrimientos y que su misi�n, desde el principio, tiende a liberar de todo ello a las personas. En la perspectiva de Jes�s, las curaciones son tambi�n signo de salvaci�n espiritual, de liberaci�n del pecado. Mientras cura, Jes�s invita a la fe, a la conversi�n, al deseo de perd�n (cf. 5,24). Recibida la fe, la curaci�n anima a ir m�s lejos: introduce en la salvaci�n (cf.18,42-43). Los gestos liberadores de la posesi�n del demonio, mal supremo y s�mbolo del pecado y de la rebeli�n contra Dios, son signos de que "ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt. 12,28).

|p15 El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. Jes�s se refiere a toda la ley, centr�ndola en el mandamiento del amor (cf. Mt. 22, 34-40);(Lc. 10, 25-28). Antes de dejar a los suyos les da un "mandamiento nuevo": "Que os am�is los sunos a los otros como yo los he amado"(Jn. 15, 12; cf. 13, 34). El amor con el que Jes�s ha amado al mundo halla su expresi�n suprema en el don de su vida por los hombres (cf. 15, 13), manifestando as� el amor que el Padre tiene por el mundo (cf. 3,16). Por tanto la naturaleza del Reino es la comuni�n de todos los seres humanos entre s� y con Dios. El Reino interesa a todos: a las personas, a la sociedad, al mundo entero. Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que est� presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberaci�n del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestaci�n y la realizaci�n de su designio de salvaci�n en toda su plenitud.

EN EL RESUCITADO, LLEGA A SU CUMPLIMIENTO Y ES PROCLAMADO EL REINO DE DIOS

|p16 Al resucitar Jes�s de entre los muertos Dios ha vencido a la muerte y en �l ha inaugurado definitivamente su Reino. Durante su vida terrenal Jes�s es el profeta del Reino y, despu�s de su pasi�n, resurrecci�n y ascensi�n al cielo, participa del poder de Dios y de su dominio sobre el mundo (cf. Mt. 28, 18; Act. 2,36; Ef. 1, 18-31). La resurrecci�n confiere un alcance universal al mensaje de Cristo, a su acci�n y a toda su misi�n. Los disc�pulos se percatan de que el Reino ya est� presente en la persona de Jes�s y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo a trav�s de un v�nculo misterioro de �l. En efecto, despu�s de la resurrecci�n ellos predicaban el Reino, anunciando a Jes�s muerto y resucitado. Felipe anunciaba en Samar�a "la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo" (Act. 8,l2). Pablo predicaba en Roma el Reino de Dios y ense�aba lo referente al Se�or Jesucristo (cf. Act. 28,31). Tambi�n los primeros cristianos anunciaban "el Reino de Cristo y de Dios" (Ef. 5,5; cf. Ap. 11, 15; 12, 10) o bien "el Reino eterno de nuestro Se�or Jesucristo" (2 Pe 1,11). Es n el anuncio de Jesucristo, con el que el Reino se identifica, donde se centra la predicaci�n de la Iglesia primitiva. Al igual que entonces, hoy tambi�n es necesario unir el anuncio del Reino de Dios (el contenido del "kerigma" de Jes�s) y la proclamaci�n del evento de Jesucristo (que es el "kerigma" de los Ap�stoles). Los dos anuncios se completan y se iluminan mutuamente.

EL REINO CON RELACION A CRISTO Y A LA IGLESIA

|p17 Hoy se habla mucho del Reino, pero no siempre en sinton�a con el sentir de la Iglesia. En efecto, se dan concepciones de la salvaci�n y de la misi�n que podemos llamar "antropoc�ntricas", en el sentido reductivo del t�rmino, al estar centradas en torno a las necesidades terrenales del hombre. En esta perspectiva el Reino tiende a convertirse en una realidad plenamente humana y secularizada, en la que s�lo cuentan los programas y luchas por la liberaci�n socioecon�mica, pol�tica y tambi�n cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente. Aun no negando que tambi�n a ese nivel haya valores por promover, sin embargo tal concepci�n se reduce a los confines de un reino del hombre, amputado en sus dimensiones aut�nticas y profundas, y se traduce f�cilmente en una de las ideolog�as que miran a un progreso meramente terreno. El Reino de Dios, en cambio, "no es de este mundo, no es de aqu�"(Jn. 18,36). Se dan adem�s determinadas concepciones que, intencionadamente,ponen el acento sobre el Reino y se presentan como "reino-c�ntricas", las cuales dan relieve a la imagen de una Iglesia que no piensa en s� misma, sino que se dedica a testimoniar y servir al Reino. Es una "Iglesia para los dem�s", -se dice- como"Cristo es el hombre para los dem�s". Se describe el cometido de la Iglesia, como si debiera proceder en una doble direcci�n; por un lado, promoviendo los llamados "valores del Reino", cuales son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el di�logo entre los pueblos, las culturas, las religiones, para que, enriqueci�ndose mutuamente, ayuden al mundo a renovarse y a caminar cada vez m�s hacia el Reino. Junto a unos aspectos positivos, estas concepciones manifiestan a menudo otros negativos. Ante todo, dejan en silencio a Cristo: el Reino, del que hablan, se basa en un "teocentrismo", por que Cristo, -dicen- no puede ser comprendido por quien no profesa la fe cristiana, mientras que pueblos, culturas y religiones diversas pueden coincidir en la �nica realidad divina, cualquiera que sea su nombre. Por el mismo motivo, conceden privilegio al misterio de la creaci�n, que se refleja en la diversidad de culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el misterio de la redenci�n. Adem�s, el Reino, tal como lo entienden, termina por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacci�n a un supuesto "eclesiocentrismo" del pasado y porque consideran a la Iglesia misma s�lo un signo, por lo dem�s no exento de ambig�edad.

|p18 Ahora bien, no es �ste el Reino de Dios que conocemos por la Revelaci�n, el cual no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia. Como ya queda dicho, Cristo no s�lo ha anunciado el Reino, sino que en �l el Reino mismo se ha hecho presente y a llegado a su cumplimiento: "Sobre todo, el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien vino "a servir y a dar su vida por la redenci�n de muchos" (Mc. 10,45)"(22). El Reino de Dios no es un concepto , una doctrina o un programa sujeto a libre elaboraci�n, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jes�s de Nazaret, imagen del Dios invisible(23). Si se separa el Reino de la persona de Jes�s, no existe ya el Reino de Dios revelado por �l, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino -que corre el riesgo de transformarse en un objetivo puramente humano o ideol�gico- como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Se�or, al cual debe someterse todo (cf. 1 Cor. 15,27). Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, �sta no es fin para s� misma, ya que est� ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, est� indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvaci�n; el Esp�ritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la gu�a y la renueva sin cesar(24). De ah� deriva una relaci�n singular y �nica que, aunque no excluya la obra de Cristo y del Esp�ritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia, le confiere un papel espec�fico y necesario. De ah� tambi�n el v�nculo especial de la Iglesia con el Reino de Dios y de Cristo, dado que tiene "la misi�n de anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos"(25).

|p19 Es en esta visi�n de conjunto donde se comprende la realidad del Reino. Ciertamente, �ste exige la promoci�n de los bienes humanos y de los valores que bien pueden llamarse "evang�licos", porque est�n �ntimamente unidos a la Buena Nueva. Pero esta promoci�n, que la Iglesia siente tambi�n muy dentro de s�, no debe separarse ni contraponerse a los otros cometidos fundamentales, como son el anuncio de Cristo y de su Evangelio, la fundaci�n y el desarrollo de comunidades que act�an entre los hombres la imagen viva del Reino. Con esto no hay que tener miedo a caer en una forma de "eclesiocentrismo". Pablo VI, que afirm� la existencia de "un v�nculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la evangelizaci�n"(26), dijo tambi�n que la Iglesia "no es fin para s� misma, sino fervientemente sol�cita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres entre los hombres y para los hombres"(27).

|p20 LA IGLESIA AL SERVICIO DEL REINO

20. La Iglesia est� efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo est�, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversi�n; �ste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana. La salvaci�n escatol�gica empieza, ya desde ahora con la novedad de vida en Cristo: "A todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre"(Jn. l,l2). La Iglesia, pues, sirve al Reino, fundando comunidades e instituyendo Iglesias particulares, llev�ndolas a la madurez de la fe y de la caridad, mediante la apertura a los dem�s, con el servicio a la persona y a la sociedad, por la comprensi�n y estima de las instituciones humanas. La Iglesia, adem�s, sirve al Reino difundiendo en el mundo los "valores evang�licos", que son expresi�n de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse tambi�n fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que �sta viva los "valores evang�licos" y est� abierta a la acci�n del Esp�ritu que sopla donde y como quiere (cf.Jn. 3,8); pero adem�s hay que decir que esta dimensi�n temporal del Reino es incompleta, si no est� en coordinaci�n con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensi�n hacia la plenitud escatol�gica.(28). Las m�ltiples perspectivas del Reino de Dios(29) no debilitan los fundamentos y las finalidades de la actividad misionera, sino que los refuerzan y propagan. La Iglesia, es sacramento de salvaci�n para toda la humanidad y su acci�n no se limita a los que aceptan su mensaje. Es fuerza din�mica en el camino de la humanidad hacia el Reino escatol�gico; es signo y a la vez promotora de los valores evang�licos entre los hombres(30). La Iglesia contribuye a este itinerario de conversi�n al proyecto de Dios, con su testimonio y su actividad, como son el di�logo, la promoci�n humana, el compromiso por la justicia y la paz, la educaci�n, el cuidado de los enfermos, la asistencia a los pobres y a los peque�os, salvaguardando siempre la prioridad de las realidades trascendentes espirituales, que son premisas de la salvaci�n escatol�gica. La Iglesia, finalmente, sirve tambi�n al Reino con su intercesi�n, al ser �ste por su naturaleza don y obra de Dios, como recuerdan las par�bolas del Evangelio y la misma oraci�n ense�ada por Jes�s. Nosotros debemos pedirlo, acogerlo, hacerlo crecer dentro de nosotros; pero tambi�n debemos cooperar para que el Reino sea acogido y crezca entre los hombres, hasta que Cristo "entregue a Dios Padre el Reino" y "Dios sea todo en todo" (l Cor. 15, 24.28).

CAPITULO III

EL ESPIRITU SANTO PROTAGONISTA DE LA MISION

|p21 "En el momento culminante de la misi�n mesi�nica de Jes�s, el Esp�ritu Santo se hace presente en el misterio pascual con toda su subjetividad divina: como el que debe continuar la obra salv�fica, basada en el sacrificio de la cruz. Sin duda esta obra es encomendada por Jes�s a los hombres: a los Ap�stoles y a la Iglesia. Sin embargo, en estos hombres y por medio de ellos, el Esp�ritu Santo sigue siendo el protagonista trascendente de la realizaci�n de esta obra en el esp�ritu del hombre y en la historia del mundo"(31). El Esp�ritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misi�n eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misi�n ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva por la conversi�n de Cornelio (cf. Act. 10), por las decisiones sobre los problemas que surg�an (cf. Act. 15), por la elecci�n de los territorios y de los pueblos (cf. Act. 16,6ss). El Esp�ritu act�a por medio de los Ap�stoles, pero al mismo tiempo act�a tambi�n en los oyentes: "Mediante su acci�n, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo est� el Esp�ritu Santo que da la vida"(32).

|p22 EL ENVIO "HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA" (Act. l,8)

22.Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Ap�stoles, concluyen con el mandato misional: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced disc�pulos a todas las gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los d�as hasta el fin del mundo" (Mt. 28, 18-20; cf. Mc. 16, 15-18; Lc. 24,46-49; Jn. 20, 21-23). Este env�o es env�o en el Esp�ritu, como aparece claramente en el texto de san Juan: Cristo env�a a los suyos al mundo, al igual que el Padre le ha enviado a �l y por esto les da su Esp�ritu. A su vez, Lucas relaciona estrictamente el testimonio que los Ap�stoles deber�n dar de Cristo con la acci�n del Esp�ritu, que les har� capaces de llevar a cabo el mandato recibido.

|p23 Las diversas formas del "mandato misionero" tienen puntos comunes y tambi�n acentuaciones caracter�sticas. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la dimensi�n universal de la tarea confiada a los Ap�stoles: "A todas las gentes" (Mt. 28,19); "por todo el mundo...a toda la creaci�n"(Mc. 16,15); "a todas las naciones"(Act. 1,8). En segundo lugar, la certeza dada por el Se�or de que en esa tarea ellos no estar�n solos, sino que recibir�n la fuerza y los medios para desarrollar su misi�n. En esto est� la presencia y el poder del Esp�ritu, y la asistencia de Jes�s: "Ellos salieron a prerdicar por todas partes, colaborando el Se�or con ellos"(Mc. 16,20). En cuanto a las diferencias de acentuaci�n en el mandato, Marcos presenta la misi�n como proclamaci�n o Kerigma: "Proclaman la Buena Nueva" (Mc. 16,15). Objetivo del evangelista es guiar a sus lectores a repetir la confesi�n de Pedro: "T� eres Pedro" (Mc. 8, 29) y proclamar, como el Centuri�n romano delante de Jes�s muerto en la cruz: "Verdaderamente este hombre Hijo de Dios" (Mc. 15,39). En Mateo el acento misional est� puesto en la fundaci�n de la Iglesia y en su ense�anza (cf. Mt. 28, 19-20; 16,18). En �l, pues, este mandato pone de relieve que la proclamaci�n del Evangelio debe ser completada por una espec�fica catequesis de orden eclesial y sacramental. En Lucas, la misi�n se presenta como testimonio (cf. 24,48; Act. 1,8), cuyo objeto ante todo es la resurrecci�n (cf. Act. 1,22). El misionero es invitado a creer en la fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo que tan bien describe Lucas, a saber, la conversi�n al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de una liberaci�n total hasta la ra�z de todo mal, el pecado.

Juan es el �nico que habla expl�citamente de "mandato" - palabra que equivale a "misi�n"- relacionando directamente la misi�n que Jes�s conf�a a sus disc�pulos con la que �l mismo ha recibido del Padre: "Como t� me has enviado al mundo, yo tambi�n los he enviado al mundo"(Jn. 17,18). Todo el sentido misionero del Evangelio de Juan est� expresado en la "oraci�n sacerdotal": "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el �nico Dios verdadero, y al que tu has enviado Jesucristo" (Jn. 17,3). Fin �ltimo de la misi�n es hacer part�cipes de la comuni�n que existe entre el Padre y el Hijo: los disc�pulos deben vivir la unidad entre s�, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn. 17, 21- 23). Es �ste un significativo texto misionero que nos hace entender que se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace. Por tanto, los cuatro evangelios, en la unidad fundamental de la misma misi�n, testimonian un cierto pluralismo que refleja experiencias y situaciones diversas de las primeras comunidades cristianas; este pluralismo es tambi�n fruto del empuje din�mico del mismo Esp�ritu; invita a estar atentos a los diversos carismas misioneros y a las distintas condiciones ambientales y humanas. Sin embargo, todos los evangelistas subrayan que la misi�n de los disc�pulos es colaboraci�n con la de Cristo: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los d�as hasta el fin del mundo" (Mt. 28, 20). La misi�n, por consiguiente, no se basa en las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado.

|p24 EL ESPIRITU GUIA LA MISION

24 La misi�n de la Iglesia, al igual que la de Jes�s, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Esp�ritu. Despu�s de la resurrecci�n y ascensi�n de Jes�s, los Ap�stoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecost�s. La venida del Esp�ritu Santo los convierte en testigos o profetas (cf. Act. l,8; 2, 17-18), infundi�ndoles una serena audacia que les impulsa a trasmitir a los dem�s su experiencia de Jes�s y la esperanza que los anima. El Esp�ritu les da la capacidad de testimoniar a Jes�s con "toda libertad"(35). Cuando los evangelizadores salen de Jerusal�n, el Esp�ritu asume a�n m�s la funci�n de "gu�a" tanto en la elecci�n de las personas como de los caminos de la misi�n. Su acci�n se manifiesta de modo especial en el impulso dado a la misi�n que de hecho, seg�n palabras de Cristo, se extiende desde Jerusal�n a toda Judea y Samar�a, hasta los �ltimos confines de la tierra. Los Hechos recogen seis s�ntesis de los "discursos misioneros" dirigidos a los jud�os en los comienzos de la Iglesia (cf. Act.2, 22-39; 3, l2-26; 4, 9-l2; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 16-41). Estos discursos-modelo, pronunciados por Pedro y por Pablo, anuncian a Jes�s e invitan a la "conversi�n", es decir, a acoger a Jes�s por la fe y a dejarse transformar en �l por el Esp�ritu.Pablo y Bernab� se sienten empujados por el Esp�ritu hacia los paganos (cf. Act. 13, 46-48), lo cual no sucede sin tensiones y problemas. �C�mo deben vivir su fe en Jes�s los gentiles convertidos? �Est�n ellos vinculados a las tradiciones jud�as y a la ley de la circuncisi�n? En el primer Concilio, que re�ne en Jerusal�n a miembros de diversas Iglesias, alrededor de los Ap�stoles, se toma una decisi�n reconocida como proveniente del Esp�ritu: para hacerse cristiano no es necesario que un gentil se someta a la ley jud�a (cf. Act. 15, 5-11.28). Desde aquel momento la Iglesia abre sus puertas y se convierte en la casa donde todos pueden entrar y sentirse a gusto, conservando la propia cultura y las propias tradiciones, siempre que no est�n en contraste con el Evangelio

|p25 Los misioneros han procedido seg�n esta l�nea, teniendo muy presentes las expectativas y esperanzas, las angustias y sufrimientos, la cultura de la gente para anunciar la salvaci�n en Cristo. Los discursos de Listra y Atenas (cf. Act. 14, 11-17; 17, 22-31) son considerados como modelos para la evangelizaci�n de los paganos. En ellos Pablo "entra en di�logo con los valores culturales y religiosos de los diversos pueblos. A los habitantes de Licaonia, que practicaban una religi�n de tipo c�smico, les recuerda experiencias religiosas que se refieren al cosmos; con los griegos discute sobre filosof�a y cita a sus poetas (cf. 17, 18.26.28). El Dios al que quiere revelar est� ya presente en su vida; es �l, en efecto, quien los ha creado y el que dirige misteriosamente los pueblos y la historia. Sin embargo, para reconocer al Dios verdadero, es necesario que abandonen los falsos dioses que ellos mismos han fabricado y abrirse a aquel a quien Dios ha enviado para colmar su ignorancia y satisfacer la espera de sus corazones (cf. Act. 17, 27- 30). Son discursos que ofrecen un ejemplo de inculturaci�n del Evangelio. Bajo la acci�n del Esp�ritu, la fe cristiana se abre decisivamente a las "gentes" y el testimonio de Cristo se extiende a los centros m�s importantes del Mediterr�neo oriental para llegar posteriormente a Roma y al extremo occidente. Es el Esp�ritu quien impulsa a ir cada vez m�s lejos, no s�lo en sentido geogr�fico, sino tambi�n m�s all� de las barreras �tnicas y religiosas, para una misi�n verdaderamente universal.

|p26 EL ESPIRITU HACE MISIONERA A TODA LA IGLESIA

26 El Esp�ritu mueve al grupo de los creyentes a "hacer comunidad", a ser Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro, el d�a de Pentecost�s, y las conversiones que se dieron a continuaci�n, se forma la primera comunidad (cf. 2,42-47; 4, 32-35). En efecto, uno de los objetivos centrales de la misi�n es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comuni�n fraterna, en la oraci�n y la Eucarist�a. Vivir "la comuni�n fraterna" (koinon�a) significa tener "un solo coraz�n y una sola alma"(Act. 4,32), instaurando una comuni�n bajo todos los aspecto:humano, espiritual y material. De hecho, la verdadera comunidad cristiana, se compromete tambi�n a distribuir los bienes terrenos para que no haya indigentes y todos puedan tener acceso a los bienes "seg�n su necesidad" (Act. 2, 45; 4, 35). Las primeras comunidades, en las que reinaba "la alegr�a y sencillez de coraz�n"(Act. 2,46) eran din�micamente abiertas y misioneras y "gozaban de la simpat�a de todo el pueblo" (Act. 2,47). Aun antes de ser acci�n, la misi�n es testimonio e irradiaci�n(34).

|p27 Los Hechos indican que la misi�n, dirigida primero a Israel y luego a las gentes, se desarrolla a muchos niveles. Ante todo, existe el grupo de los Doce que, como �nico cuerpo guiado por Pedro, proclama la Buena Nueva. Est� luego la comunidad de los creyentes que, con su modo de vivir y actuar, da testimonio del Se�or y convierte a los paganos (cf. Act. 2, 46-47). Est�n tambi�n los enviados especiales, destinados a anunciar el Evangelio. Y as�, la comunidad cristiana de Antioqu�a env�a sus miembros a misionar: despu�s de haber ayunado, rezado y celebrado la Eucarist�a, esta comunidad percibe que el Esp�ritu Santo ha elegido a Pablo y a Bernab� para ser enviados (cf. Act. 13,1-4). En sus or�genes, por tanto, la misi�n es considerada como un compromiso comunitario y una responsabilidad de la Iglesia local, que tiene necesidad precisamente de "misioneros"para lanzarse hacia nuevas fronteras. Junto a aquellos enviados hab�a otros que atestiguaban espont�neamente la novedad que hab�a transformado sus vidas y luego pon�an en conexi�n las comunidades en formaci�n con la Iglesia apost�lica. La lectura de los Hechos nos hace entender que,al comienzo de la Iglesia, la misi�n ad gentes, aun contando ya con misioneros "de por vida",entregados a ella por una vocaci�n especial, de hecho era considerada como un fruto normal de la vida cristiana, un compromiso para todo creyente mediante el testimonio personal y el anuncio expl�cito, cuando era posible.

|p28 EL ESPIRITU ESTA PRESENTE Y OPERANTE EN TODO TIEMPO Y LUGAR

28 El Esp�ritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo,su presencia y acci�n son universales, sin l�mite alguno de espacio ni de tiempo(35). El Concilio Vaticano II recuerda la acci�n del Esp�ritu en el coraz�n del hombre, mediante las "semillas de la palabra", incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios(36). El Esp�ritu ofrece al hombre "su luz y su fuerza...a fin de que pueda responder a su m�xima vocaci�n" mediante el Esp�ritu "el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino"; m�s a�n, "debemos creer que el Esp�ritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que s�lo Dios conoce, se asocien a este misterio pascual"(37). En todo caso, la Iglesia "sabe tambi�n que el hombre, atra�do sin cesar por el Esp�ritu de Dios, nunca jam�s ser� del todo indiferente ante el problema religioso" y "siempre desear�...saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acci�n y de su muerte"(38). El Esp�ritu, pues, est� en el origen de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual surge no s�lo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser(39). La presencia y la actividad del Esp�ritu no afectan �nicamente a los individuos, sino tambi�n a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas ya las religiones. En efecto, el Esp�ritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino; "con admirable providencia gu�a el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra"(40). Cristo resucitado "obra ya por la virtud de su Esp�ritu en el coraz�n del hombre, no s�lo despertando el anhelo del siglo futuro, sino tambi�n, por eso mismo, alentando, purificando y corroborando los generosos prop�sitos con que la familia humana intenta hacer m�s llevadera su vida y someter la tierra a este fin"(41). Es tambi�n el Esp�ritu quien esparce "las semillas de la Palabra", y los prepara para su madurez en Cristo (42).

|p29 As� el Esp�ritu que "sopla donde quiere" (Jn. 3, 8) y "obraba ya en el mundo aun antes de que Cristo fuera glorificado" (43), que " llena el mundo y todo lo mantiene unido, que sabe todo cuando se habla "(Sab 1, 7), nos lleva a abrir m�s nuestra mirada para considerar su acci�n presente en todo tiempo y lugar(44). Es una llamada que yo mismo he hecho repetidamente y que me ha guiado en mis encuentros con los pueblos m�s diversos. La relaci�n de la Iglesia con las dem�s religiones est� guiada por un doble respeto: "Respeto por el hombre en su b�squeda de respuesta a las preguntas m�s profundas de la vida, y respeto por la acci�n del Esp�ritu en el hombre"(45). El encuentro interreligioso de As�s, excluida toda interpretaci�n equ�voca, ha querido reafirmar mi convicci�n de que "toda aut�ntica plegaria est� movida por el Esp�ritu Santo, que est� presente misteriosamente en el coraz�n de cada persona"(46). Este Esp�ritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnaci�n, en la vida, muerte y resurrecci�n de Jes�s y que act�a en la Iglesia. No es, por consiguiente, algo alternativo a Cristo, ni viene a llenar una especie de vac�o, como a veces se da por hip�tesis que exista entre Cristo y el Logos. todo lo que el Esp�ritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, as� como en las culturas y religiones tiene un papel de preparaci�n evang�lica (47), y no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Esp�ritu, "para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas"(48). La acci�n universal del Esp�ritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acci�n que despliega en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En efecto, es siempre el Esp�ritu quien act�a, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el di�logo. Toda clase de presencia del Esp�ritu ha de ser acogida con estima y gratitud; pero el discernirla compete a la Iglesia, a la cual Cristo ha dado su Esp�ritu para guiarla hasta la verdad completa(cf. Jn. 16,13).

|p30 Nuestra �poca, con la humanidad en movimiento y b�squeda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misi�n se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la valent�a apost�lica, basada en la confianza en el Esp�ritu !El es el protagonista de la misi�n! En la historia de la humanidad son numerosos los cambios peri�dicos que favorecen al dinamismo misionero. La Iglesia, guiada por el Esp�ritu, ha respondido siempre a ellos con generosidad y previsi�n. Los frutos no han faltado. Hace poco se ha celebrado el milenario de la evangelizaci�n de la Rus' y de los pueblos eslavos y se est� acercando la celebraci�n del V Centenario de la evangelizaci�n de Am�rica. Asimismo se han conmemorado recientemente los centenarios de las primeras misiones en diversos pa�ses de Asia, Africa y Ocean�a. Hoy la Iglesia debe afrontar otros desaf�os, proyect�ndose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misi�n ad gentes, como en la nueva evangelizaci�n de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a alas Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valent�a que movi� a los misioneros del pasado y las misma disponibilidad para escuchar la voz del Esp�ritu.

CAPITULO IV LOS INMENSOS HORIZONTES DE LA MISION AD GENTES

|p31 El Se�or Jes�s envi� a sus Ap�stoles a todas las personas y pueblos, y a todos los lugares de la tierra. Por medio de los Ap�stoles la Iglesia recibi� una misi�n universal, que no conoce confines y concierne a la salvaci�n en toda su integridad, de conformidad con la plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf.Jn. 10,10); ha sido enviada "para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos"(49). Esta misi�n es �nica, al tener el mismo origen y finalidad; pero en el interior de la Iglesia hay tareas y actividades diversas. Ante todo,se da la actividad misionera que vamos a llamar misi�n ad gentes, con referencia al Decreto conciliar: se trata de una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida. En efecto, la Iglesia "no puede sustraerse a la perenne misi�n de llevar el Evangelio a cuantos -y son millones de hombres y mujeres- no conocen todav�a a Cristo Redentor del hombre. Esta es la responsabilidad m�s espec�ficamente misionera que Jes�s ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia"(50).

UN MARCO RELIGIOSO, COMPLEJO Y EN MOVIMIENTO |p32 Hoy nos encontramos ante una situaci�n religiosa bastante diversificada y cambiante; los pueblos est�n en movimiento; realidades sociales y religiosas, que tiempo atr�s eran claras y definidas, hoy d�a se transforman en situaciones complejas. Baste pensar en algunos fen�menos como el urbanismo, las migraciones masivas, el movimiento de pr�fugos, la descristianizaci�n de pa�ses de antigua cristiandad, el influjo pujante del Evangelio y de sus valores en naciones de grand�sima mayor�a no cristiana, el pulular de mesianismos y sectas religiosas. Es un trastocamiento tal de situaciones religiosas y sociales, que resulta dif�cil aplicar concretamente determinadas distinciones y categor�as eclesiales a las que ya est�bamos acostumbrados. Antes del Concilio ya se dec�a de algunas metr�polis o tierras cristianas que se hab�an convertido en "pa�ses de misi�n"; ciertamente la situaci�n no ha mejorado en los a�os sucesivos. Por otra parte, la actividad misionera ha dado ya abundantes frutos en todas las partes del mundo, debido a lo cual hay ya Iglesias establecidas, a veces tan s�lidas y maduras que proveen adecuadamente a las necesidades de las propias comunidades y env�an tambi�n personal para la evangelizaci�n a otras Iglesias y territorios. Surge de aqu� el contraste con �reas de antigua cristiandad, que es necesario reevangelizar. Tanto es as� que algunos se preguntan si a�n se puede hablar de actividad misionera espec�fica o de �mbitos precisos de la misma, o m�s bien se debe admitir que existe una situaci�n misionera �nica, no habiendo en consecuencia m�s que una sola misi�n, igual por todas partes. La dificultad de interpretar esta realidad compleja y mudable respecto al mandato de evangelizaci�n, se manifiesta ya en el mismo "vocabulario misionero"; por ejemplo, existe una cierta duda en usar los t�rminos "misiones" y "misioneros", por considerarlos superados y cargados de resonancias hist�ricas negativas. Se prefiere emplear el substantivo "misi�n en singular y el adjetivo "misionero", para calificar toda actividad de la Iglesia. Tal entorpecimiento est� indicando un cambio real que tiene aspectos positivos. La llamada vuelta o "repatriaci�n" de las misiones a la misi�n de la Iglesia, la confluencia de la misionolog�a en la eclesiolog�a y la inserci�n de ambas en el designio trinitario de salvaci�n, han dado un nuevo respiro a la misma actividad misionera, concebida no ya como una tarea al margen de la Iglesia, sino inserta en el centro de su vida, como compromiso b�sico de todo el Pueblo de Dios. Hay que precaverse, sin embargo, contra el riesgo de igualar situaciones muy distintas y de reducir, si no hacer desaparecer , la misi�n y los misioneros ad gentes. Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una espec�fica misi�n ad gentes; al igual que decir que todos los cat�licos deben ser misioneros, no excluye que haya "misioneros ad gentes y de por vida", por vocaci�n espec�fica.

LA MISION AD GENTES CONSERVA SU VALOR |p33 Las diferencias en cuanto a la actividad dentro de esta misi�n de la Iglesia, nacen no de razones intr�nsecas a la misi�n misma, sino de las diversas circunstancias en las que �sta se desarrolla(51). Mirando al mundo actual, desde el punto de vista de la evangelizaci�n, se pueden distinguir tres situaciones. En primer lugar, aquella a la cual se dirige la actividad misionera de la Iglesia: pueblos, grupos humanos, contextos socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos. Esta es propiamente la misi�n ad gentes(52). Hay tambi�n comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y s�lidas; tienen un gran fervor de fe y de vida; irradian el testimonio del Evangelio en su ambiente y sienten el compromiso de la misi�n universal. En ellas se desarrolla la actividad o atenci�n pastoral de la Iglesia. Se da, por �ltimo, una situaci�n intermedia, especialmente en los pa�ses de antigua cristiandad, pero a veces tambi�n en las Iglesias m�s j�venes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio. En este caso es necesaria una "nueva evangelizaci�n" o "reevangelizaci�n"

|p34 La actividad misionera espec�fica, o misi�n ad gentes, tiene como destinatarios "a los pueblos o grupos humanos que todav�a no creen en Cristo", "a los que est�n alejados de Cristo", entre los cuales la Iglesia "no ha arraigado todav�a"(53), y cuya cultura no ha sido influenciada a�n por el Evangelio.(54). Esta actividad se distingue de las dem�s actividades aclesiales, porque se dirige a grupos y ambientes no cristianos, debido a la ausencia o insuficiencia del anuncio evang�lico y de la presencia eclesial. Por tanto, se caracteriza como tarea de anunciar a Cristo y a su Evangelio, de edificaci�n de la Iglesia local, de promoci�n de los valores del Reino. La peculiaridad de esta misi�n ad gentes est� en el hecho de que se dirige a los "no cristianos". Por tanto, hay que evitar que esta "responsabilidad m�s espec�ficamente misionera que Jes�s ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia"(55)., se vuelva una flaca realidad dentro de la misi�n global del Pueblo de Dios, y consiguientemente, descuidada u olvidada. Por lo dem�s, no es f�cil definir los confines entre atenci�n pastoral a los fieles, nueva evangelizaci�n y actividad misionera espec�fica, y no es pensable crear entre ellas barreras o recintos estancados. No obstante, es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio y por la fundaci�n de nuevas Iglesias en los pueblos y grupos humanos donde no existen, porque �sta es la tarea primordial de la Iglesia, que ha sido enviada a todos los pueblos, hasta los confines de la tierra. Sin la misi�n ad gentes, la misma dimensi�n misionera de la Iglesia estar�a privada de su significado fundamental y de su actuaci�n ejemplar. Hay que subrayar, adem�s, una real y creciente interdependencia entre las diversas actividades salv�ficas de la Iglesia: cada una influye en la otra, la estimula y la ayuda. El dinamismo misionero crea intercambio entre las Iglesias y las orienta hacia el mundo exterior, influyendo positivamente en todos los sentidos. Las Iglesias de antigua cristiandad, por ejemplo, ante la dram�tica tarea de la nueva evangelizaci�n, comprenden mejor que no pueden ser misioneros respecto a los no cristianos de otros pa�ses o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misi�n ad intra es signo cre�ble y est�mulo para la misi�n ad extra, y viceversa.

A TODOS LOS PUEBLOS, NO OBSTANTE LAS DIFICULTADES |p35 La misi�n ad gentes tiene ante s� una tarea inmensa que de ning�n modo est� en v�as de extinci�n. Al contrario, bien sea bajo el punto de vista num�rico por el aumento demogr�fico, o bien bajo el punto de vista sociocultural por el surgir de nuevas relaciones, comunicaciones y cambios de situaciones, parece destinada hacia horizontes todav�a m�s amplios. La tarea de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos se presenta inmensa y desproporcionada respecto a las fuerzas humanas de la Iglesia. Las dificultades parecen insuperables y podr�an desanimar, si se tratara de una obra meramente humana. En algunos pa�ses est� prohibida la entrada de misioneros; en otros, est� prohibida no s�lo la evangelizaci�n, sino tambi�n la conversi�n e incluso el culto cristiano. En otros lugares los obst�culos son de tipo cultural: la transmisi�n del mensaje evang�lico resulta insignificante o incomprensible, y la conversi�n est� considerada como un abandono del propio pueblo y cultura.

|p36 No faltan tampoco dificultades internas al Pueblo de Dios, las cuales son ciertamente las m�s dolorosas. Mi predecesor Pablo VI se�alaba, en primer lugar, "la falta de fervor, tanto m�s grave cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusi�n, en la acomodaci�n al ambiente y en el desinter�s, y sobre todo en la falta de alegr�a y de esperanza"(56). Grandes obst�culos para la actividad misionera de la Iglesia son tambi�n las divisiones pasadas y presentes entre los cristianos(57), la descristianizaci�n de pa�ses cristianos, la disminuci�n de vocaciones al apostolado, los antitestimonios de fieles que en su vida no siguen el ejemplo de Cristo. Pero una de las razones m�s graves del escaso inter�s por el compromiso misionero es la mentalidad indiferentista, ampliamente difundida, por desgracia, incluso entre los cristianos, enraizada a menudo en concepciones teol�gicas no correctas y marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que "una religi�n vale la otra". Podemos a�adir -como dec�a el mismo Pont�fice- que no faltan tampoco "pretextos que parecen oponerse a la evangelizaci�n. Los m�s insidiosos son ciertamente aquellos para cuya justificaci�n se quieren emplear ciertas ense�anzas del Concilio"(58). A este respecto, recomiendo vivamente a los te�logos y a los profesionales de la prensa cristiana que intensifiquen su propio servicio a la misi�n, para encontrar el sentido profundo de su importante labor, siguiendo la recta v�a del sentire cum Ecclesia. Las dificultades internas y externas no deben hacernos pesimistas o inactivos. Lo que cuenta - aqu� como en todo sector de la vida cristiana - es la confianza que brota de la fe, o sea, de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas de la misi�n, sino Jesucristo y su Esp�ritu. Nosotros �nicamente somos colaboradores y, cuando hayamos hecho todo lo que hemos podido, debemos decir: "Siervos in�tiles somos; hemos hecho lo que deb�amos hacer"(Lc. 17,10).

AMBITOS DE LA MISION AD GENTES |p37 La misi�n ad gentes en virtud del mandato universal de Cristo no conoce confines. Sin embargo, se pueden delinear varios �mbitos en los que se realiza, de modo que se pueda tener una visi�n real de la situaci�n. a) Ambitos territoriales: La actividad misionera ha sido definida normalmente en relaci�n con territorios concretos. El Concilio Vaticano II ha reconocido la dimensi�n territorial de la misi�n ad gentes(59), que tambi�n hay es importante, en orden a determinar responsabilidades, competencias y l�mites geogr�ficos de acci�n. Es verdad que a una misi�n universal debe corresponder una perspectiva universal. En efecto, la Iglesia no puede aceptar que l�mites geogr�ficos o dificultades de �ndole pol�tica sean obst�culo para su presencia misionera. Pero tambi�n es verdad que la actividad misionera ad gentes, al ser diferente de la atenci�n pastoral a los fieles y de la nueva evangelizaci�n de los no practicantes, se ejerce en territorios y entre grupos humanos bien definidos. El multiplicarse de las j�venes Iglesias en tiempos recientes no debe crear ilusiones. En los territorios confiados a estas Iglesias, especialmente en Asia, pero tambi�n en Africa, Am�rica Latina y Ocean�a, hay vastas zonas sin evangelizar; a pueblos enteros y �reas culturales de gran importancia en no pocas naciones no ha llegado a�n el anuncio evang�lico y la presencia de la Iglesia local(60). Incluso en pa�ses tradicionalmente cristianos hay regiones confiadas al r�gimen especial de la misi�n ad gentes, grupos y �reas no evangelizadas. Se impone, pues, incluso en estos pa�ses, no s�lo una nueva evangelizaci�n sino tambi�n, en algunoscasos, una primera evangelizaci�n (61). Las situaciones, con todo, no son homog�neas. Aun reconociendo que las afirmaciones sobre la responsabilidad de la Iglesia no son cre�bles, si no est�n respaldadas por un serio esfuerzo de nueva evangelizaci�n en los pa�ses de antigua cristiandad, no parece justo equiparar la situaci�n de un pueblo que no ha conocido nunca a Jesucristo con la de otro que lo ha conocido, lo ha aceptado y despu�s lo ha rechazado, aunque haya seguido viviendo en una cultura que ha asimilado en gran parte los principios y valores evang�licos. Con respecto a la fe, son dos situaciones sustancialmente distintas. De ah� que, el criterio geogr�fico, aunque no muy preciso y siempre provisional, sigue siendo v�lido todav�a para indicar las fronteras hacia las que debe dirigirse la actividad misionera. Hay pa�ses, �reas geogr�ficas y culturales en que faltan comunidades cristianas aut�ctonas; en otros lugares �stas son tan peque�as, que no son un signo claro de la presencia cristiana; a bien estas comunidades carecen de dinamismo para evangelizar su sociedad o pertenecen a poblaciones minoritarias, no insertadas en la cultura nacional dominante. En el Continente asi�tico, en particular, hacia el que deber�a orientarse principalmente la misi�n ad gentes, los cristianos son una peque�a minor�a, por m�s que a veces se den movimientos significativos de conversi�n y modos ejemplares de presencia cristiana.

b) Mundos y fen�menos sociales nuevos: Las r�pidas y profundas transformaciones que caracterizan el mundo actual, en particular el Sur, influyen grandemente en el campo misionero: donde antesexist�an situaciones humanas y sociales estables, hoy d�a todo est� cambiado. Pi�nsese, por ejemplo, en la urbanizaci�n y en el incremento masivo de las ciudades, sobre todo donde es m�s fuerte la presi�n demogr�fica. Ahora mismo, en no pocos pa�ses, m�s de la mitad de la poblaci�n vive en algunas megal�polis, donde los problemas humanos a menudo se agravan incluso por el anonimato en que se ven sumergidas las masas humanas. En los tiempos modernos la actividad misionera se ha desarrollado sobre todo en regiones aisladas, distantes de los centros civilizados e inaccesibles por las dificultades de comunicaci�n, de lengua y de clima. Hoy la imagen de la misi�n ad gentes quiz� est� cambiando: lugares privilegiados deber�an ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura, que luego influyen sobre la poblaci�n. Es verdad que la "opci�n por los �ltimos" debe llevar a no olvidar los grupos humanos m�s marginados y aislados, pero tambi�n es verdad que no se pueden evangelizar las personas o los peque�os grupos descuidando, por as� decir, los centros donde nace una humanidad nueva con nuevos modelos de desarrollo.El futuro de las j�venes naciones se est� formando en las ciudades. Hablando del futuro no se puede olvidar a los j�venes, que en numerosos pa�ses representan ya m�s de la mitad de la poblaci�n. �C�mo hacer llegar el mensaje a los j�venes no cristianos, que son el futuro de Continentes enteros? Evidentemente ya no bastan los medios ordinarios de la pastoral; hacen falta asociaciones e instituciones, grupos y centros apropiados, iniciativas culturales y sociales para los j�venes. He ah� un campo en el que los movimientos eclesiales modernos tienen amplio espacio para trabajar con empe�o. Entre los grandes cambios del mundo contempor�neo, las migraciones han producido un fen�meno nuevo: los no cristianos llegan en gran n�mero a los pa�ses de antigua cristiandad, creando nuevas ocasiones de comunicaci�n e intercambios culturales, lo cual exige a la Iglesia la acogida, el di�logo, la ayuda y, en una palabra, la fraternidad. Entre los emigrantes, los refugiados ocupan un lugar destacado y merecen la m�xima atenci�n. Estos son ya muchos millones en el mundo y no cesan de aumentar; han huido de condiciones de opresi�n pol�tica y de miseria inhumana, de carest�as y sequ�as de dimensiones catastr�ficas. La Iglesia debe acogerlos en el �mbito de su solicitud apost�lica. Finalmente, se deben recordar las situaciones de pobreza, a menudo intolerable, que se dan en no pocos pa�ses y que, con frecuencia, son el origen de las migraciones de masa. La comunidad de los creyentes en Cristo se ve interpelada por estas situaciones inhumanas: el anuncio de Cristo y del Reino de Dios debe llegar a ser instrumento de rescate humano para estas poblaciones.

c) Areas culturales o are�pagos modernos: Pablo, despu�s de haber predicado en numerosos lugares, una vez llegado a Atenas se dirige al are�pago donde anuncia el Evangelio usando un lenguaje adecuado y comprensible en aquel ambiente (cf. Act. 17, 22-31). El are�pago representaba entonces el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, y hoy puede ser tomado como s�mbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio. El primer are�pago del tiempo moderno es el mundo de la comunicaci�n, que est� unificando a la humanidad y transform�ndola -como suele decirse- en una "aldea global". Los medios de comunicaci�n social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientaci�n e inspiraci�n para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo, crecen en un mundo condicionado por estos medios. Quiz�s se ha descuidado un poco este are�pago: generalmente se privilegian otros instrumentos para el anuncio evang�lico y para la formaci�n cristiana, mientras los medios de comunicaci�n social se dejan a la iniciativa de individuos o de peque�os grupos, y entran en la programaci�n pastoral s�lo a nivel secundario. El trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho m�s profundo, porque la evangelizaci�n misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicaci�n moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas t�cnicas, nuevos comportamientos sicol�gicos. Mi predecesor Pablo VI dec�a que: "la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo"(62) y el campo de la comunicaci�n actual confirma plenamente este juicio. Existen otros muchos are�pagos del mundo moderno hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberaci�n de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minor�as; la promoci�n de la mujer y del ni�o; la salvaguardia de la creaci�n, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio. Hay que recordar, adem�s, el vast�simo are�pago de la cultura, de la investigaci�n cient�fica, de las relaciones internacionales que favorecen el di�logo y conducen a nuevos proyectos de vida. Conviene estar atentos y comprometidos con estas instancias modernas. Los hombres se sienten como navegantes en el mar tempestuoso de la vida, llamados siempre a una mayor unidad y solidaridad: las soluciones a los problemas existenciales deben ser estudiadas, discutidas y experimentadas con la colaboraci�n de todos. Por esto los organismos y encuentros internacionales se demuestran cada vez m�s importantes en muchos sectores de la vida humana, desde la cultura a la pol�tica, desde la econom�a a la investigaci�n. Los cristianos, que viven y trabajan en esta dimensi�n internacional, deben recordar siempre su deber de dartestimonio del Evangelio.

|p38 Nuestro tiempo es dram�tico y al mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresi�n de ir detr�s de la prosperidad material y de sumergirse cada vez m�s en el materialismo consum�stico, por otro, manifiestan la angustiosa b�squeda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentraci�n y de oraci�n. No s�lo en las culturas impregnadas de religiosidad, sino tambi�n en las sociedades secularizadas, se busca la dimensi�n espiritual de la vida como ant�doto a la deshumanizaci�n. Este fen�meno as� llamado del "retorno religioso" no carece de ambig�edad, pero tambi�n encierra una invitaci�n. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn. 14,6). Es la v�a cristiana para el encuentro con Dios, para la oraci�n, la ascesis, el descubrimiento del sentido de la vida. Tambi�n �ste es un are�pago que hay que evangelizar.

FIDELIDAD A CRISTO Y PROMOCION DE LA LIBERTAD DEL HOMBRE |p39 Todas las formas de la actividad misionera est�n marcadas por la conciencia de promoverla libertad del hombre, anunci�ndole a Jesucristo. La Iglesia debe ser fiel a Cristo, del cual es el Cuerpo y continuadora de su misi�n. Es necesario que ella camine "por el mismo sendero que Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolaci�n propia hasta la muerte, de la que surgi� victorioso por su resurrecci�n"(63). La Iglesia, pues, tiene el deber de hacer todo lo posible para desarrollar su misi�n en el mundo y llegar a todos los pueblos; tiene tambi�n el derecho que le ha dado Dios para realizar su plan. La libertad religiosa, a veces todav�a limitada o coartada, es la premisa y la garant�a de todas las libertades que aseguran el bien com�n de las personas y de los pueblos. Es de desear que la aut�ntica libertad religiosa sea concedida a todos en todo lugar; ya con este fin la Iglesia despliega su labor en los diferentes pa�ses, especialmente en los de mayor�a cat�lica, donde tiene un mayor peso. No se trata de un problema de religi�n o de minor�a, sino m�s bien de un derecho inalienable de toda persona humana. Por otra parte, la Iglesia se dirige al hombre en el pleno respeto de su libertad(64). La Misi�n no coarta la libertad, sino m�s bien la favorece. La Iglesia propone, no impone nada: respeta las personas y las culturas, y se detiene ante el sagrario de la conciencia. A quienes se oponen con los pretextos m�s variados a la actividad misionera la Iglesia; ella va repitiendo: !Abrid las puertas a Cristo! Me dirijo a todas las Iglesias particulares, j�venes y antiguas. El mundo va unific�ndose cada vez m�s, el esp�ritu evang�lico debe llevar a la superaci�n de las barreras culturales y nacional�sticas, evitando toda cerraz�n. Benedicto XV ya amonestaba a los misioneros de su tiempo a que, si acaso "se olvidaban de la propia dignidad, pensasen en su patria terrestre m�s que en la del cielo"(65). La misma amonestaci�n vale hoy para las Iglesias particulares: !Abrid las puertas a los misioneros!, ya que "una Iglesia particular que se desgajara voluntariamente de la Iglesia universal perder�a su referencia al designio de Dios y se empobrecer�a en su dimensi�n eclesial"(66).

DIRIGIR LA ATENCION HACIA EL SUR Y HACIA EL ORIENTE |p40 La actividad misionera representa a�n hoy d�a el mayor desaf�o para la Iglesia. Mientras se aproxima el final del segundo milenio de la Redenci�n, es cada vez m�s evidente que las gentes que todav�a no han recibido el primer anuncio de Cristo son la mayor�a de la humanidad. El balance de la actividad misionera en los tiempos modernos es ciertamente positivo: la Iglesia ha sido fundada en todos los Continentes; es m�s, hoy la mayor�a de los fieles y de las Iglesias particulares ya no est�n en la vieja Europa sino en los Continentes que los misioneros han abierto a la fe. Sin embargo, se da el caso de que "los confines de la tierra", a los que debe llegar el Evangelio; se alejan cada vez m�s, y la sentencia de Tertuliano, seg�n la cual "El Evangelio ha sido anunciado en toda la tierra ya todos los pueblos"(67) est� muy lejos de su realizaci�n concreta: la misi�n ad gentes est� todav�a en los comienzos. Nuevos pueblos comparecen en la escena mundial y tambi�n ellos tienen el derecho a recibir el anuncio de la salvaci�n. El crecimiento demogr�fico del Sur y de Oriente, en pa�ses no cristianos, hace aumentar continuamente el n�mero de personas que ignoran la redenci�n de Cristo. Hay que dirigir, pues, la atenci�n misionera hacia aquellas �reas geogr�ficas y aquellos ambientes culturales que han quedado fuera del influjo evang�lico. Todos los creyentes en Cristo deben sentir como parte integrante de su fe la solicitud apost�lica de transmitir a otros su alegr�a y su luz. Esta solicitud debe convertirse, por as� decirlo, en hambre y sed de dar a conocer al Se�or, cuando se mira abiertamente hacia los inmensos horizontes del mundo no cristiano.

CAPITULO V LOS CAMINOS DE LA MISION

|p41 "La actividad misionera, en �ltima instancia, la manifestaci�n del prop�sito de Dios, o epifan�a, y su realizaci�n en el mundo y en la historia, en la que Dios, por medio de la misi�n, perfecciona abiertamente la historia de la salvaci�n"(69) �Qu� camino sigue la Iglesia para conseguir ese resultado? La misi�n es una realidad unitaria, pero compleja, y se desarrolla de diversas maneras, entre las cuales algunas son de particular importancia en la situaci�n de la Iglesia y del mundo.

LA PRIMERA FORMA DE EVANGELIZACION ES EL TESTIMONIO |p42 El hombre contempor�neo cree m�s a los testigos que a los maestros;(69) cree m�s en la experiencia de la doctrina,en la vida y los hechos que en las teor�as. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misi�n: Cristo, de cuya misi�n somos continuadores, es el "Testigo" por excelencia (Ap.1,5; 3,14) y el modelo del testimonio cristiano. El Esp�ritu Santo acompa�a el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que de �l da de Cristo (Jn. 15,26-27). La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero,la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los l�mites y defectos humanos, vive con sencillez seg�n el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforz�ndose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio,(70) que en muchos casos es el �nico modo posible de ser misioneros. El testimonio evang�lico, al que el mundo es m�s sensible, es el de la atenci�n a las personas y el de la caridad para con los pobres y los peque�os, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el ego�smo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoci�n humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atenci�n de las personas y est� ordenado al desarrollo integral del hombre.(71)

|p43 El cristiano y las comunidades cristianas viven profundamente insertados en la vida de sus pueblos respectivos y son signo del Evangelio incluso por la fidelidad a su patria, a su pueblo, a su cultura nacional, pero siempre con la libertad que Cristo ha tra�do. El cristianismo est� abierto a la fraternidad universal, porque todos los hombres son hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo. La Iglesia est� llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones valientes y prof�ticas ante la corrupci�n del poder pol�tico o econ�mico; no buscando la gloria o bienes materiales; usando sus bienes para el servicio de los m�s pobres e imitando la sencillez de vida de Cristo. La Iglesia y los misioneros deben dar tambi�n testimonio de humildad, ante todo en s� mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es antievang�lico y desfigura el rostro de Cristo.

EL PRIMER ANUNCIO DE CRISTO SALVADOR |p44 El anuncio tiene la prioridad permanente en la misi�n: la Iglesia no puede substraerse al mandato expl�cito de Cristo; no puede privar a los hombres de la "Buena Nueva" de que son amados y salvados por Dios. "La evangelizaci�n tambi�n debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una clara proclamaci�n de que en Jesucristo, se ofrece la salvaci�n a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios"(72). Todas las formas de la actividad misionera est�n orientadas hacia esta proclamaci�n que revela e introduce el misterio escondido en los siglos y revelado en Cristo (Ef.3, 3-9; Col. 1,25-29), el cual es el centro de la misi�n y de la vida de la Iglesia, como base de toda evangelizaci�n. En la compleja realidad de la misi�n, el primer anuncio tiene una funci�n central e insustituible, porque introduce "en el misterio del amor de Dios, quien llama a iniciar una comunicaci�n personal con �l en Cristo" (73) y abre la v�a para la conversi�n . La fe nace del anuncio, y toda comunidad eclesial tiene su origen y vida en la respuesta de cada fiel a esta anuncio.(74)Como la econom�a salv�fica est� centrada en Cristo, as� la actividad misionera tiende a la proclamaci�n de su misterio.El anuncio tiene por objeto a Cristo crucificado, muerto y resucitado: en �l se realiza la plena y aut�ntica liberaci�n del mal, del pecado y de la muerte; por �l, Dios da la "Buena Nueva" que cambia al hombre y a la historia de la humanidad, y que todos los pueblos tienen el derecho a conocer. Este anuncia se hace en el contexto de la vida del hombre y de los pueblos que lo reciben. Debe hacerse adem�s con una actitud de amor y de estima hacia quien escucha, con un lenguaje concreto y adaptado a las circunstancias. En este anuncio el Esp�ritu act�a e instaura una comuni�n entre el misionero y los oyentes, posible en la medida en que uno y otros entran en comuni�n, por Cristo, con el Padre.(75)

|p45 Al hacerse en uni�n con toda la comunidad eclesial, el anuncio nunca es un hecho personal. El misionero est� presente y act�a en virtud de un mandato recibido y, aunque se encuentre solo, est� unido por v�nculos invisibles, pero profundos, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia(76). Los oyentes, pronto o m�s tarde, vislumbran a trav�s de �l la comunidad que lo ha enviado y lo sostiene.El anuncio est� animado por la fe, que suscita entusiasmo y fervor en el misionero. Como ya se ha dicho, los Hechos de los Ap�stoles expresan esta actitud con la palabra "parres�a" que significa hablar con franqueza y valent�a; este t�rmino se encuentra tambi�n en San Pablo: "Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valent�a de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas" (l Tes. 2,2). "Orando...tambi�n por m�, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valent�a el misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de �l valientemente como conviene" (Ef. 6, 19-20). Al anunciar a Cristo a los no cristianos, el misionero est� convencido de que existe ya en las personas y en los pueblos, por la acci�n del Esp�ritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberaci�n del pecado y de la muerte. El entusiasmo por anunciar a Cristo deriva de la convicci�n de responder a esta esperanza, de modo que el misionero no se desalienta ni desiste de su testimonio,incluso cuando es llamado a manifestar su fe en un ambiente hostil o indiferente. Sabe que el Esp�ritu del Padre habla en �l.(Mt.10,17-20; Lc. 12,11-12) y puede repetir con los Ap�stoles: "Nosotros somos testigos de estas cosas, y tambi�n el Esp�ritu Santo" (Act.5,32). Sabe que no anuncia una verdad humana, sino la "Palabra de Dios", la cual tiene una fuerza intr�nseca y misteriosa (Rom.1,16) La prueba suprema es el don de la vida, hasta aceptar la muerte para testimoniar la fe en Jesucristo. Como siempre en la historia cristiana, los "m�rtires", es decir, los testigos, son numerosos e indispensables para el camino del Evangelio. Tambi�n en nuestra �poca hay muchos: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, as� como laicos; a veces h�roes desconocidos que dan la vida como testimonio de la fe. Ellos son los anunciadores y los testigos por excelencia.

|p46 El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversi�n cristiana, es decir, a la adhesi�n plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la fe. La conversi�n es un don de Dios, obra de la Trinidad; es el Esp�ritu que abre las puertas de los corazones, a fin de que los hombres puedan creer en el Se�or y "confesarlo" (1Cor.12,3). De quien se acerca a �l por la fe, Jes�s dice: "Nadie puede venir a m�, si el Padre que me ha enviado no lo atrae"(Jn. 6.44). La conversi�n se expresa desde el principio con una fe total y radical, que no pone l�mites ni obst�culos al don de Dios. Al mismo tiempo, sin embargo, determina un proceso din�mico ypermanente que dura toda la existencia exigiendo un esfuerzo continuo por pasar de la vida "seg�n la carne" a la vida "seg�n el Esp�ritu"(Rom.8, 3-13). La conversi�n significa aceptar, con decisi�n personal, la soberan�a de Cristo y hacerse disc�pulos suyos. La Iglesia llama a todos a esta conversi�n siguiendo el ejemplo de Juan Bautista que preparaba los caminos hacia Cristo, proclamando un bautismo de conversi�n para perd�n de los pecados" (Mc. l,4), y los caminos de Cristo mismo, el cual, "despu�s que Juan fue entregado, march�...a Galilea t proclamaba la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios est� cerca; convert�os y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1, 14-15). Hoy la llamada a la conversi�n, que los misioneros dirigen a los no cristianos, se pone en tela de juicio o pasa en silencio. Se ve en ella un acto de "proselitismo"; se dice que basta ayudar a los hombres a ser m�s hombres o m�s fieles a la propia religi�n; que basta formar comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Pero se olvida que toda persona tiene el derecho a escuchar la Buena Nueva de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocaci�n. La grandeza de este acontecimiento resuena en las palabras de Jes�s a la Samaritana: "Si conocierais el don de Dios" y en el deseo inconsciente, pero ardiente de la mujer: Se�or, dame de esa agua, para que no tenga m�s sed" (Jn. 4, 10.15).

|p47 Los Ap�stoles, movidos por el Esp�ritu Santo, invitaban a todos a cambiar de vida, a convertirse y a recibir el bautismo. Inmediatamente despu�s del acontecimiento de Pentecost�s, Pedro habla a la multitud de manera persuasiva: "Al o�r esto, dijeron con el coraz�n compungido a Pedro y a los dem�s Ap�stoles: "Qu� hemos de hacer, hermanos?" Pedro les contest�: "Convert�os y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisi�n de vuestros pecados; y recibir�is el don del Esp�ritu Santo" (Act. 2,37-38). Y bautiz� aquel d�a cerca de tres mil personas. Pedro mismo,despu�s de la curaci�n del tullido, habla a la multitud y repite: "arrepent�os, pues, y convert�os, para que vuestros pecados sean borrados" (Act. 3,19).La conversi�n a Cristo est� relacionada con el bautismo, no s�lo por la praxis de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo,que envi� a hacer disc�pulos a todas las gentes y a bautizarlas (Mt.28,19); est� relacionada tambi�n por la exigencia intr�nseca de recibir la plenitud de la nueva vida en �l: "En verdad, en verdad te digo: -dice Jes�s a Nicodemo- el que no nazca del agua y del Esp�ritu, no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn.3,5). En efecto, el bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos unge en el Esp�ritu Santo: no es un mero sello de la conversi�n, como un signo exterior que la demuestra y la certifica, sino que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo nacimiento por el Esp�ritu; instaura v�nculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

Todo esto hay que recordarlo, porque no pocos, precisamente donde se desarrolla la misi�n ad gentes, tienden a separar la conversi�n a Cristo del bautismo, consider�ndolo como no necesario. Es verdad que en ciertos ambientes se advierten aspectos sociol�gicos relativos al bautismo que oscurecen su genuino significado de fe y su valor eclesial. Esto se debe a diversos factores hist�ricos y culturales, que es necesario remover donde todav�a subsisten, a fin de que el sacramento de la regeneraci�n espiritual aparezca en todo su valor. A este cometido deben dedicarse las comunidades eclesiales locales. Tambi�n es verdad que no pocos personas afirman que est�n interiormente comprometidas con Cristo y con su mensaje, pero no quieren estarlo sacramentalmente, porque, a causa de sus prejuicios o de las culpas de los cristianos, no llegan a percibir la verdadera naturaleza de la Iglesia, misterio de fe y de amor(77). Deseo alentar, pues, a estas personas a abrirse plenamente a Cristo, record�ndoles que, si sienten el atractivo de Cristo, �l mismo ha querido a la Iglesia como "lugar" donde pueden encontrarlo realmente. Al mismo tiempo, invito a los fieles y a las comunidades cristianas a dar aut�ntico testimonio de Cristo con su nueva vida. Ciertamente, cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella, no s�lo porque debe ser preparado para el bautismo con el catecumenado y continuar luego con la instrucci�n religiosa, sino porque ,especialmente si es adulto, lleva consigo, como una energ�a nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Ser�a una desilusi�n para �l, si despu�s de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovaci�n.No podemos predicar la conversi�n, si no nos convertimos nosotros mismos cada d�a.

FORMACION DE IGLESIAS LOCALES |p48 La conversi�n y el bautismo introducen en la Iglesia, donde ya existe, o requieren la constituci�n de nuevas comunidades que confiesen a Jes�s Salvador y Se�or. Esto forma parte del designio de Dios, al cual plugo "llamar a los hombres a participar de su vida no s�lo individualmente, sin mutua conexi�n alguna entre ellos, sino constituirlos en un pueblo en el que sus hijos, que estaban dispersos, se congreguen en unidad"(78). La misi�n ad gentes tiene este objetivo: fundar comunidades cristianas, hacer crecer las Iglesias hasta su completa madurez. Esta es una meta central y espec�fica de la actividad misionera, hasta el punto de que �sta no puede considerarse desarrollada, mientras no consiga edificar una nueva Iglesia particular, que funcione normalmente en el ambiente local. De esto habla ampliamente del Decreto Ad gentes(79). Despu�s del Concilio se ha ido desarrollando una l�nea teol�gica para subrayar que todo el misterio de la Iglesia est� contenido en cada Iglesia particular, con tal de que �sta no se a�sle, sino que permanezca en comuni�n con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera. Se trata de un trabajo considerable y largo, del cual es dif�cil indicar las etapas precisas, con las que se termina la acci�n propiamente misionera y se pasa a la actividad pastoral. No obstante, algunos puntos deben quedar claros.

|p49 Es necesario, ante todo, tratar de establecer en cada lugar comunidades cristianas que sean un "exponente de la presencia de Dios en el mundo"(80) y crezcan hasta llegar a ser Iglesias. A pesar del gran n�mero de di�cesis, existen todav�a grandes �reas en que las Iglesias locales o no existen en absoluto o son insuficientes con respecto a la extensi�n del territorio y a la densidad y variedad de la poblaci�n; queda por realizar un gran trabajo de implantaci�n y desarrollo de la Iglesia. Esta fase de la historia eclesial, llamada plantatio Ecclesiae, no est� terminada; es m�s, en muchos agrupamientos humanos debe empezar a�n. La responsabilidad de este cometido recae sobre la Iglesia universal y sobre las Iglesias particulares, sobre el Pueblo de Dios entero y sobre todas las fuerzas misioneras. Cada Iglesia, incluso la formada por neoconvertidos, es misionera por naturaleza, es evangelizada y evangelizadora, y la fe siempre debe ser presentada como un don de Dios para vivirlo en comunidad (familias, parroquias, asociaciones) y para irradiarlo fuera, sea con el testimonio de vida, sea con la palabra. La acci�n evangelizadora de la comunidad cristiana, primero en su propio territorio y luego en otras partes, como participaci�n en la misi�n universal, es el signo m�s claro de madurez en la fe. Es necesaria una radical conversi�n de la mentalidad para hacerse misioneros, y esto vale tanto para las personas como para las comunidades. El Se�or llama siempre a salir de uno mismo, a compartir con los dem�s los bienes que tenemos, empezando por el m�s precioso que es la fe. A la luz de este imperativo misionero se deber� medir la validez de los organismos, movimientos, parroquias u obras de apostolado de la Iglesia. S�lo haci�ndose misionera la comunidad cristiana podr� superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y vigor de fe. Las fuerzas misioneras provenientes de otras Iglesias y pa�ses deben actuar en comuni�n con las Iglesias locales para el desarrollo de la comunidad cristiana. En particular, concierne a ellas -siguiendo siempre lasdirectrices de los Obispos y en colaboraci�n con los responsables del lugar- promover la difusi�n de la fe y la expansi�n de la Iglesia en los ambientes y grupos no cristianos; y animar en sentido misionero a las Iglesias locales, de manera que la preocupaci�n pastoral vaya unida siempre a la preocupaci�n de la misi�n ad gentes. Cada Iglesia har� propia, entonces, la solicitud de Cristo, Buen Pastor, que se entrega a su grey y al mismo tiempo, se preocupa de las "otras ovejas que no son de este redil" (Jn. 10,15).

|p50 Esta solicitud constituir� un motivo y un est�mulo para una renovada acci�n ecum�nica. Los v�nculos existentes entre actividad ecum�nica y actividad misionera hacen necesario considerar dos factores concomitantes. Por una parte se debe reconocer que "la divisi�n de los cristianos perjudica a la causa sant�sima de la predicaci�n del Evangelio a toda criatura y cierra a muchos las puertas de la fe" (81). El hecho de que la Buena Nueva de la reconciliaci�n sea predicada por los cristianos divididos entre s� debilita su testimonio, y por esto es urgente trabajar por la unidad de los cristianos, a fin de que la actividad misionera sea m�s incisiva. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que los mismos esfuerzos por la unidad constituyen de por s� un signo de la obra de reconciliaci�n que Dios realiza en medio de nosotros. Por otra parte, es verdad que todos los que han recibido el bautismo en Cristo est�n en una cierta comuni�n entre s�, aunque no perfecta. Sobre esta base se funda la orientaci�n dada por el Concilio "En cuanto lo permitan las condiciones religiosas, promu�vase la acci�n ecum�nica de forma que, excluida toda especie tanto de indiferentismo y confusionismo como de emulaci�n insensata, los cat�licos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, seg�n las normas del Decreto sobre el Ecumenismo, mediante la profesi�n com�n en cuanto sea posible, de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones y den vida a la cooperaci�n en asuntos sociales y t�cnicos, culturales y religiosos"(82). La actividad ecum�nica y el testimonio concorde de Jesucristo,por parte de los cristianos pertenecientes a diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, ha dado ya abundantes frutos. Es cada ves m�s urgente que ellos colaboren y den testimonio unidos, en este tiempo en el que sectas cristianas y paracristianas siembran confusi�n con su acci�n. La expansi�n de estas sectas constituye una amenaza para la Iglesia cat�lica y para todas las comunidades eclesiales con las que ella mantiene un di�logo. Donde sea posible y seg�n las circunstancias locales, la respuesta de los cristianos deber� ser tambi�n ecum�nica.

LAS "COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE" FUERZA EVANGELIZADORA |p51 Un fen�meno de r�pida expansi�n en las j�venes Iglesias, promovido, a veces, por los Obispos y sus Conferencias como opci�n prioritaria de la pastoral, lo constituyen las "comunidades eclesiales de base" (conocidas tambi�n con otros nombres), que est�n dando prueba positiva como centros de formaci�n cristiana y de irradiaci�n misionera. Se trata de grupos de cristianos a nivel familiar o de �mbito restringido, los cuales se re�nen para la oraci�n, la lectura de la Escritura, la catequesis, para compartir problemas humanos y eclesiales de cara a un compromiso com�n. Son un signo de vitalidad de la Iglesia, instrumento de formaci�n y de evangelizaci�n, un punto de partida v�lido para una nueva sociedad fundada sobre la "civilizaci�n del Amor". Estas comunidades descentralizan y articulan la comunidad parroquial a la que permanecen siempre unidad; se enra�zan en ambientes populares y rurales, convirti�ndose en fermento de vida cristiana, de atenci�n a los �ltimos, de compromiso en pos de la transformaci�n de la sociedad. En ellas cada cristiano hace una experiencia comunitaria, gracias a la cual tambi�n �l se siente un elemento activo, estimulado a ofrecer su colaboraci�n en las tareas de todos. De este modo, las mismas comunidades son instrumento de evangelizaci�n y de primer anuncio, as� como fuente de nuevos ministerios, a la vez que, animadas por la caridad de Cristo, ofrecen tambi�n una orientaci�n sobre el modo de superar divisiones, tribalismos y racismos. En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la Palabra de Dios, en la oraci�n centrada en la Escritura, en la comuni�n expresada en la uni�n de corazones y esp�ritus, as� como en el compartir seg�n las necesidades de los miembros (Act. 2, 42-47). Cada comunidad -recordaba Pablo VI- debe vivir unida a la Iglesia particular y universal, en sincera comuni�n con los Pastores y el Magisterio, comprometida en la irradiaci�n misionera y evitando toda forma de cerraz�n y de instrumentalizaci�n ideol�gica(83). Y el S�nodo de los Obispos ha afirmado: "Porque la Iglesia es comuni�n, las as� llamadas nuevas comunidades de base, si verdaderamente viven en la unidad con la Iglesia, son verdadera expresi�n de comuni�n m�s profunda. Por ello, dan una gran esperanza para la vida de la Iglesia(84).

ENCARNAR EL EVANGELIO EN LAS CULTURAS DE LOS PUEBLOS |p52 Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturaci�n. Es esta una exigencia que ha marcado todo su camino hist�rico, pero hoy es particularmente aguda y urgente. El proceso de inserci�n de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera adaptaci�n externa, ya que la inculturaci�n "significa una �ntima transformaci�n de los aut�nticos valores culturales mediante su integraci�n en el cristianismo y la radicaci�n delcristianismo en las diversas culturas"(85). Es, pues, un proceso profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexi�n y la praxis de la Iglesia. Pero es tambi�n un proceso dif�cil, porque no debe comprometer en ning�n modo las caracter�sticas y la integridad de la fe cristiana. Por medio de la inculturaci�n la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad;(86) transmite alas mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renov�ndolas desde dentro (87). Por su parte, con la inculturaci�n, la Iglesia se hace signo m�s comprensible de lo que es e instrumento m�s apto para la misi�n.Gracias a esta acci�n de las Iglesias locales, la misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida cristiana, como la evangelizaci�n, el culto, la teolog�a, la caridad; conoce y expresa a�n mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua renovaci�n. Estos temas, presentes en el Concilio y en el Magisterio posterior, los he confrontado repetidas veces en mis visitas pastorales a las Iglesias j�venes(88). La inculturaci�n es un camino lento que acompa�a toda la vida misionera y requiere la aportaci�n de los diversos colaboradores de la misi�n ad gentes, la de las comunidades cristianas a medida que se desarrollan, la de los Pastores que tienen la responsabilidad de discernir y fomentar su actuaci�n.

|p53 Los misioneros, provenientes de otras Iglesias y pa�ses, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen. As�, deben aprender la lengua de la regi�n donde trabajan, conocer las expresiones m�s significativas de aquella cultura, descubriendo sus valores por experiencia directa. Solamente con este conocimiento los misioneros podr�n llevar a los pueblos de manera cre�ble y fruct�fera el conocimiento del misterio escondido (cf. Rom. 16,25-27; Ef. 3,5). Para ellos no se trata ciertamente de renegar a la propia identidad cultural, sino de comprender, apreciar, promover, y evangelizar la del ambiente donde act�an y, por consiguiente, estar en condiciones de comunicar realmente con �l. asumiendo un estilo de vida que sea signo de testimonio evang�lico y de solidaridad con la gente. Las comunidades eclesiales que se est�n formando, inspiradas en el Evangelio, podr�n manifestar progresivamente la propia experiencia cristiana en manera y forma originales, conforme con las propias tradiciones culturales, con tal de que est�n siempre en sinton�a con las exigencias objetivas de la misma fe. A este respecto, especialmente en relaci�n con los sectores de inculturaci�n m�s delicados, las Iglesias particulares del mismo territorio deber�n actuar en comuni�n entre s�(90) y con toda la Iglesia, convencidas de que s�lo la atenci�n tanto a la Iglesia universal como a las Iglesias particulares las har�n capaces de traducir el tesoro de la fe en la leg�tima variedad de sus expresiones(91). Por esto, los grupos evangelizados ofrecer�n los elementos para una "traducci�n" del mensaje evang�lico (92) teniendo presente las aportaciones positivas recibidas a trav�s de los siglos gracias al contacto del cristianismo con las diversas culturas, sin olvidar los peligros de alteraciones que a veces se han verificado.

|p54 A este respecto, son fundamentales algunas indicaciones.La inculturaci�n, en su recto proceso debe estar dirigida por dos principios: "la compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comuni�n con la Iglesia universal"(94). Los Obispos, guardianes del "dep�sito de la fe" se cuidar�n de la fidelidad y, sobre todo, del discernimiento,(95) para lo cual es necesario un profundo equilibrio; en efecto, existe el riesgo de pasar acr�ticamente de una especie de alienaci�n de la cultura a una supervaloraci�n de la misma, que es un producto del hombre, en consecuencia, marcada por el pecado. Tambi�n ella debe ser "purificada, elevada y perfeccionada" (96).Este proceso necesita una gradualidad, para que sea verdaderamente expresi�n de la experiencia cristiana de la comunidad: "Ser� necesaria una incubaci�n del misterio cristiano en el seno de vuestro pueblo -dec�a Pablo VI en Kampala-, para que su voz nativa, m�s l�mpida y franca, se levante armoniosa en el coro de las voces de la Iglesia universal"(97). Finalmente, la inculturaci�n debe implicar a todo el pueblo de Dios,no s�lo a algunos expertos, ya que se sabe que el pueblo reflexiona sobre el genuino sentido de la fe que nunca conviene perder de vista. Esta inculturaci�n debe ser dirigida y estimulada, pero no forzada, para no suscitar reacciones negativas en los cristianos: debe ser expresi�n de la vida comunitaria, es decir, debe madurar en el seno de la comunidad, y no ser fruto exclusivo de investigaciones eruditas. La salvaguardia de los valores tradicionales es efecto de una fe madura.

EL DIALOGO CON LOS HERMANOS DE OTRAS RELIGIONES

|p55 El di�logo interreligioso forma parte de la misi�n evangelizadora de la Iglesia. Entendido como m�todo y medio para un conocimiento y enriquecimiento rec�proco, no est� en contraposici�n con la misi�n ad gentes; es m�s, tiene v�nculos especiales con ella y es una de sus expresiones. En efecto, esta misi�n tiene como destinatarios a los hombres que no conocen a Cristo y su Evangelio, y que en su gran mayor�a pertenecen a otras religiones. Dios llama a s� a todas las gestes en Cristo, queriendo comunicarles la plenitud de su revelaci�n y de su amor; y no deja de hacerse presente de muchas maneras, no s�lo en cada individuo, sino tambi�n en los pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresi�n principal y esencial son las religiones, aunque contengan "lagunas, insuficiencias y errores"(98). Todo ello ha sido subrayado ampliamente por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio posterior, defendiendo siempre que "la salvaci�n viene de Cristo y que el di�logo no dispensa de la evangelizaci�n"(99). A la luz de la econom�a de la salvaci�n, la Iglesia no ve un contraste entre el anuncio de Cristo y el di�logo interreligioso; sin embargo siente la necesidad de compaginarlos en el �mbito de la misi�n ad gentes. En efecto, conviene que estos dos elementos mantengan su vinculaci�n �ntima y, al mismo tiempo, su distinci�n, por lo cual no deben ser confundidos, ni instrumentalizados, ni tampoco considerados equivalentes, como si fueran intercambiables. Recientemente escrito a los Obispos de Asia: "Aunque la Iglesia reconoce con gusto cuanto hay de verdadero y de santo en las tradiciones religiosas del Budismo, del Hinduismo y del Islam reflejos de aquella verdad que ilumina a todos los hombres-,sigue en pie su deber y su determinaci�n de proclamar sin titubeos a Jesucristo, que es "el camino, la verdad y la vida"...El hecho de que los seguidores de otras religiones puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo independientemente de los medios ordinarios que �l ha establecido, no quita la llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos"(100). En efecto, Cristo mismo, "al inculcar con palabras expl�citas la necesidad de la fe y el bautismo...confirm� al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta"(101). El di�logo debe ser conducido y llevado a t�rmino con la convicci�n de que la Iglesia es el camino ordinario de salvaci�n y que s�lo ella posee la plenitud de los medios de salvaci�n.(102)

|p56 El di�logo no nace de una t�ctica o de un inter�s, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Esp�ritu, que "sopla donde quiere"(Jn. 3,8)(103) . Con ello la Iglesia trata de descubrir las "semillas de la Palabra"(104) el "destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres"(105), semillas y destellos que se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad. El di�logo se funda en la esperanza y en la caridad, y dar� frutos en el Esp�ritu. Las otras religiones constituyen un desaf�o positivo para la Iglesia de hoy; en efecto, la estimulan tanto a descubrir y a conocer los signos de la presencia de Cristo y de la acci�n del Esp�ritu, como a profundizar la propia identidad y a testimoniar la integridad de la Revelaci�n, de que es depositaria para el bien de todos.De aqu� deriva el esp�ritu que debe animar este di�logo en el �mbito de la misi�n. El interlocutor debe ser coherente con las propias tradiciones y convicciones religiosas y abierto para comprender las del otro, sin disimular o cerrarse, sino con una actitud de verdad, humildad o lealtad, sabiendo que el di�logo puede enriquecer a cada uno. No debe darse ning�n tipo de abdicaci�n ni de irenismo, sino el testimonio rec�proco para un progreso com�n en el camino de b�squeda y experiencia religiosa y, al mismo tiempo, para superar prejuicios, intolerancias y malentendidos. El di�logo tiende a la purificaci�n y conversi�n interior que, si se alcanza con docilidad al Esp�ritu, ser� espiritualmente fruct�fero.

|p57 Un vasto campo se le abre al di�logo, pudiendo asumir m�ltiples formas y expresiones, desde los intercambios entre expertos de las tradiciones religiosas o representantes oficiales de las mismas, hasta la colaboraci�n para el desarrollo integral y la salvaguardia de los valores religiosos; desde la comunicaci�n de las respectivas experiencias espirituales hasta el llamado "di�logo de vida", por el cual los creyentes de las diversas religiones atestiguan unos a otros en la existencia cotidiana los propios valores humanos y espirituales, y se ayudan a vivirlos para edificar una sociedad m�s justa y fraterna. Todos los fieles y las comunidades cristianas est�n llamados a practicar el di�logo, aunque no al mismo nivel y de la misma forma. Para ello es indispensable la aportaci�n de los laicos que "con el ejemplo de su vida y con la propia acci�n pueden favorecer la mejora de las relaciones entre los seguidores de las diversas religiones"(106), mientras algunos de ellos podr�n tambi�n ofrecer una aportaci�n de b�squeda y de estudio(107). Sabiendo que no pocos misioneros y comunidades cristianas encuentran en ese camino dif�cil y a menudo incomprensible del di�logo la �nica manera de dar sincero testimonio de Cristo y un generoso servicio al hombre, deseo alentarlos a perseverar con fe y caridad, incluso all� donde sus esfuerzos no encuentran acogida y respuesta. El di�logo es un camino para el Reino y seguramente dar� sus frutos, aunque los tiempos y momentos los tiene fijados el Padre (Act.l,7).

PROMOVER EL DESARROLLO EDUCANDO LAS CONCIENCIAS |p58 La misi�n ad gentes se despliega aun hoy d�a, mayormente, en aquellas regiones del Sur del mundo donde es m�s urgente la acci�n para el desarrollo integral y la liberaci�n de toda opresi�n. La Iglesia siempre ha sabido suscitar, en las poblaciones que ha evangelizado, un impulso hacia el progreso, y ahora mismo los misioneros, m�s que en el pasado, son conocidos tambi�n como promotores de desarrollo por gobiernos y expertos internacionales, los cuales se maravillan del hecho de que se consigan notables resultados con escasos medios.En la Enc�clica Sollicitudo rei socialis he afirmado que "la Iglesia no tiene soluciones t�cnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal", sino que "da su primera contribuci�n a la soluci�n del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre s� misma y sobre el hombre, aplic�ndola a una situaci�n concreta"(108). La Conferencia de los Obispos latinoamericanos en Puebla afirm� que "el mejor servicio al hermano es la evangelizaci�n, que lo prepara a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente"(109). La misi�n de la Iglesia no es actuar directamente en el plano econ�mico, t�cnico, pol�tico o contribuir materialmente al desarrollo, sino que consiste esencialmente en ofrecer a los pueblos no un "tener m�s", sino un "ser m�s", despertando las conciencias con el Evangelio. El desarrollo humano aut�ntico debe echar sus ra�ces en una evangelizaci�n cada vez m�s profunda"(110). La Iglesia y los misioneros son tambi�n promotores de desarrollo con sus escuelas, hospitales, imprentas, universidades, granjas agr�colas experimentales. Pero el desarrollo de un pueblo no deriva primordialmente ni del dinero ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras t�cnicas, sino m�s bien de la formaci�n de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la t�cnica. La Iglesia educa las conciencias revelando a los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen; la grandeza del hombre creado a imagen de Dios y amado por �l; la igualdad de todos los hombres como hijos de Dios; el dominio sobre la naturaleza creada y puesta al servicio del hombre; el deber de trabajar para el desarrollo del hombre entero y de todos los hombres.

|p59 Con el mensaje evang�lico la Iglesia ofrece una fuerza liberadora y promotora de desarrollo, precisamente porque lleva a la conversi�n del coraz�n y de la mentalidad; ayuda a reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la construcci�n del Reino de paz y justicia, a partir ya de esta vida. Es la perspectiva b�blica de los "nuevos cielos y nueva tierra" (Is.65,17; 2 Pe 3,13; Ap 21,1), la que ha introducido en la historia el est�mulo y la meta para el progreso de la humanidad. El desarrollo del hombre viene de Dios, del modelo de Jes�s Dios y hombre, y debe llevar a Dios.(111). He ah� por qu� entre el anuncio evang�lico y promoci�n del hombre hay una estrecha conexi�n. La aportaci�n de la Iglesia y de su obra evangelizadora al desarrollo de los pueblos abarca no s�lo el Sur del mundo, para combatir la miseria y el subdesarrollo, sino tambi�n el Norte, que est� expuesto a la miseria moral y espiritual causada por el "superdesarrollo"(112). Una cierta modernidad arreligiosa, dominante en algunas partes del mundo, se basa sobre la idea de que, para hacer al hombre m�s hombre, baste enriquecerse y perseguir el crecimiento t�cnicoecon�mico. Pero un desarrollo sin alma no puede bastar al hombre, y el exceso de opulencia es nocivo para �l, como lo es el exceso de pobreza. El Norte del mundo ha construido un "modelo de desarrollo" y lo difunde en el Sur, donde el esp�ritu religioso y los valores humanos, all� presentes, corren el riesgo de ser inundados por la ola del consumismo. "Contra el hambre cambia la vida" es el lema surgido en ambientes eclesiales, que indica a los pueblos ricos el camino para convertirse en hermanos de los pobres; es necesario volver a una vida m�s austera que favorezca un nuevo modelo de desarrollo, atento a los valores �ticos y religiosos. La actividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelizaci�n debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la com�n conversi�n hacia el "desarrollo integral", abierto al Absoluto (113).

LA CARIDAD, FUENTE Y CRITERIO DE LA MISION |p60 "La Iglesia en todo el mundo -dije en mi primera visita pastoral al Brasil- quiere ser la Iglesia de los pobres...quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo en esta primera "Bienaventurados los pobres de esp�ritu..." Quiere ense�ar esta verdad y quiere ponerla en pr�ctica, igual que Jes�s vino a hacer y ense�ar"(114). Las j�venes Iglesias que en su mayor�a viven entre pueblos afligidos por una pobreza muy difundida, expresan a menudo esta preocupaci�n como parte integrante de su misi�n. La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, despu�s de haber recordado el ejemplo de Jes�s, escribe que "los pobres merecen una atenci�n preferencial, cualquiera que sea la situaci�n moral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen est� ensombrecida y aun escarnecida. Por eso, Dios toma su defensa y los ama. Es as� como los pobres son los primeros destinatarios de la misi�n y su evangelizaci�n es por excelencia se�al y prueba de la misi�n de Jes�s"(115). Fiel al esp�ritu de las bienaventuranzas, la Iglesia est� llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto, exhorto a todos los disc�pulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las di�cesis, desde las parroquias a los Institutos religiosos, a hacer una sincera revisi�n de la propia vida en el sentido de la solidaridad con los pobres. Al mismo tiempo, doy gracias a los misioneros quienes, con su presencia amorosa y su humilde servicio, trabajan por el desarrollo integral de la persona y de la sociedad por medio de escuelas, centros sanitarios, leproser�as, casas de asistencia para minusv�lidos y ancianos, iniciativas para la promoci�n de la mujer y otras similares. Doy gracias a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos por su entrega. Tambi�n aliento a los voluntarios de Organizaciones no gubernamentales, cada d�a m�s numerosos, los cuales se dedican a estas obras de caridad y de promoci�n humana. En efecto, son estas numerosas "obras de caridad" las que atestiguan el esp�ritu de toda la actividad misionera: el amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misi�n, y es tambi�n "el �nico criterio seg�n el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda acci�n y el fin al que debe tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno"(116).

CAPITITULO VI RESPONSABLES Y AGENTES DE LA PASTORAL MISIONERA

|p61 No se da testimonio sin testigos, como no existe misi�n sin misioneros. Para que colaboren en su misi�n y contin�en su obra salv�fica, Jes�s escoge y env�a a unas personas como testigos suyos y Ap�stoles: "Ser�is mis testigos en Jerusal�n, en toda Judea y Samar�a, y hasta los confines de la tierra"(Act. l,8). Los Doce son los primero agentes de la misi�n universal: constituyen un "sujeto colegial" de la misi�n, al haber sido escogidos por Jes�s para estar con �l y ser enviados "a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt. 10,6). Esta colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro, cuya persona asume tanto relieve que justifica la expresi�n: "Pedro y los dem�s Ap�stoles" Act.2,14.37). Gracias a �l se abren los horizontes de la misi�n universal en la que posteriormente destacar� Pablo, quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cf.G�l.1, 15-16).En la expansi�n misionera de los or�genes, junto a los Ap�stoles encontramos a otros agentes menos conocidos que no deben olvidarse: son personas, grupos, comunidades. Un t�pico ejemplo de Iglesia local es la comunidad de Antioqu�a que de evangelizada, pasa a ser evangelizadora y env�a sus misioneros a los gentiles (cf.Act.13,2-3). La Iglesia primitiva vive la misi�n como tarea comunitaria, a�n reconociendo en su seno a "enviados especiales" o "misioneros consagrados a los gentiles", como lo son Pablo y Bernab�.

|p62 Lo que se hizo al principio del cristianismo para la misi�n universal, tambi�n sigue siendo v�lido y urgente hoy. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza, ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al coraz�n misma de la Iglesia. Por esto, toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes. Las mismas Iglesias m�s j�venes, precisamente "para que ese celo misionero florezca en los miembros de su patria", deben participar "cuanto antes y de hecho en la misi�n universal de la Iglesia, enviando tambi�n ellas misioneros a predicar por todas las partes del mundo el Evangelio, aunque sufran escasez de clero"(117). Muchas ya act�an as�, y yo las aliento vivamente a continuar. En este v�nculo esencial de comuni�n entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares se desarrolla la aut�ntica y plena condici�n misionera."En un mundo que, con la desaparici�n de las distancias, se hace cada vez m�s peque�o, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre s�, intercambiarse energ�as y medios, comprometerse aunadamente en la �nica y com�n misi�n de anunciar y de vivir el Evangelio...Las llamadas Iglesias m�s j�venes...necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que �stas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las m�s j�venes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias"(118).

LOS PRIMEROS RESPONSABLES DE LA ACTIVIDAD MISIONERA |p63 As� como el Se�or resucitado confiri� al Colegio Apost�lico encabezado por Pedro el mandato de la misi�n universal, as� esta responsabilidad incumbe al Colegio episcopal encabezado por el Sucesor de Pedro.(119). Consciente de esta responsabilidad, en los encuentros con los Obispos siento el deber de compartirla, con miras tanto a la nueva evangelizaci�n como a la misi�n universal. Me he puesto en marcha por los caminos del mundo "para anunciar el Evangelio, para "confirmar a los hermanos" en la fe, para consolar a la Iglesia, para encontrar al hombre. Son viajes de fe...Son otras tantas ocasiones de catequesis itinerante, de anuncio evang�lico para la prolongaci�n, en todas las latitudes, del Evangelio y del Magisterio apost�lico dilatado a las actuales esferas planetarias"(120). Mis hermanos Obispos son directamente responsables conmigo de la evangelizaci�n del mundo, ya sea como miembros del Colegio episcopal, ya sea como pastores de las Iglesias particulares. El Concilio Vaticano II dice al respecto: "El ciudadano de anunciar el Evangelio en todo el mundo ertenece al Cuerpo de los pastores, ya que a todos ellos, en com�n, dio Cristo el mandato "(121). El Concilio afirma tambi�n que los Obispos "han sido consagrados no s�lo para la salvaci�n del modo el mundo ".(122). Esta responsabilidad colegial tiene cosecuencias pr�cticas. Asimismo, "el S�nodo de los Obispos,...entre los asuntos de importancia general, hab�a de considerar especialmente la actividad misionera, deber supremo y sant�simo de la Iglesia" (123). La misma responsabilidad se refleja, en diversa medida, en las Conferencias Episcopales y en sus organismos a nivel continental, que por ello tienen que ofrecer su propia contribuci�n a la causa misionera.(124). Amplio es tambi�n el deber misionero de cada Obispo, como pastor de una Iglesia particular. Compete a �l,"como rector y centro de unidad en el apostolado diocesano, promover , dirigir y coordinar la actividad misionera...Procure ,adem�s, que la actividad apost�lica no se limite s�lo a los convertidos, sino que se destine una parte conveniente de operarios y de recursos a la evangelizaci�n de los no cristianos" (125).

|p64 Toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las dem�s.La colaboraci�n entre las Iglesia, por medio de una reciprocidad real que las repare a dar y a recibir, es tambi�n fuente de enriquecimiento para todas y abarca varios sectores de la vida eclesial.A este respecto,es ejemplar la declaraci�n de los Obispos en Puebla: "Finalmente, ha llegado para Am�rica Latina la hora...de proyectarse m�s all� de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza"(126). Con este esp�ritu invito a los Obispos y a las Conferencias Episcopales a poner generosamente en practica todo lo que sido previsto en las Normas directivas, que la congregaci�n para el Clero eman� para colaboraci�n entre las Iglesias particulares y, especialmente, para la mejor distribuci�n del clero en el mundo .(127). La distribuci�n de la Iglesia es m�s vasta que la "comuni�n entre las Iglesias": �sta, adem�s de la ayuda para la nueva evangelizaci�n, debe tener sobre todo una orientaci�n con miras a la espec�fica �ndole misionera. Hago una llamada a todas las Iglesias,j�venes y antiguas, para que compartan esta preocupaci�n conmigo, favoreciendo el incremento de las vocaciones misioneras y tratando de superar las diversas dificultades.

MISIONEROS E INSTITUTOS "AD GENTES" |p65 Entre los agentes de la pastoral misionera, ocupan a�n hoy, como en el pasado, un puesto de fundamental importancia aquellas personas e instituciones a las que el Decreto Ad gentes dedica el t�tulo: "Los misioneros". (128). A este respecto, se impone ante todo, una profunda reflexi�n, para los misioneros mismos,que debido a los cambios de la misi�n pueden sentirse inclinados a no comprender ya el sentido de su vocaci�n, a no saber ya qu� espera precisamente hoy de ellos la Iglesia.Punto de referencia son estas palabras del Concilio: "Aunque a todo disc�pulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe seg�n su condici�n, Cristo Se�or, de entre los disc�pulos, llama siempre a los que quiere, para que lo acompa�en y para enviarlos a predicar a las gentes. Por lo cual, por medio del Esp�ritu Santo, que distribuye los carismas seg�n quiere para com�n utilidad, inspira la vocaci�n misionera en el coraz�n de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos que asuman como misi�n propia el deber de la evangelizaci�n, que pertenece a toda la Iglesia"(129). Se trata, pues, de una "vocaci�n especial", que tiene como modelo la de los Ap�stoles: se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelizaci�n; se trata de una entrega que abarca a toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de �l una donaci�n sin l�mites de fuerzas y de tiempo. Quienes est�n dotados de tal vocaci�n, "enviados por la autoridad leg�tima se dirigen por la fe y obediencia a los que est�n alejados de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados, como ministros del Evangelio"(130). Los misioneros deben meditar sobre la correspondencia que requiere el don recibido por ellos y ponerse al d�a en lo relativo a su formaci�n doctrinal y apost�lica.

|p66 Los Institutos misioneros, pues, deben emplear todos los recursos necesarios, poniendo a disposici�n su experiencia y creatividad con fidelidad al carisma originaria, para preparar adecuadamente a los candidatos y asegurar el relevo de lasenerg�as espirituales, morales y f�sicas de sus miembros(131). Que �stos se sientan parte activa de la comunidad eclesial y que act�en en comuni�n con la misma. De hecho, "todos los Institutos religiosos han nacido por la Iglesia y para ella; obligaci�n de los mismos es enriquecerla con sus propias caracter�sticas en conformidad con su esp�ritu peculiar y su misi�n espec�fica" y los mismos Obispos son custodios de esta fidelidad al carisma originario(132). Los Institutos misioneros generalmente han nacido en lasIglesias de antigua cristiandad e hist�ricamente han sido instrumentos de la Congregaci�n de Propaganda Fide para la difusi�n de la fe y la fundaci�n de nuevas Iglesias. Ellos acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las j�venes Iglesias que han fundado, mientras nuevos Institutos han surgido precisamente en los pa�ses que antes recib�an solamente misioneros y que hoy los env�an. Es de alabar esta doble tendencia que demuestra la validez y la actualidad de la vocaci�n misionera espec�fica de estos Institutos, que todav�a "contin�an siendo muy necesarios",(133) no s�lo para la actividad misionera ad gentes, como es su tradici�n, sino tambi�n para la animaci�n misionera tanto en la Iglesia de la antigua cristiandad, como en las m�s j�venes. La vocaci�n especial de los misioneros ad vitam conserva toda su validez:representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes. Que los misioneros y misioneras que han consagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma espec�fico y emprendan de nuevo con valent�a su camino,prefiriendo -con esp�ritu de fe, obediencia y comuni�n con los propios Pastores- los lugares m�s humildes y dif�ciles.

SACERDOTES DIOCESANOS PARA LA MISION UNIVERSAL |p67 Colaboradores del Obispo, los presb�teros, en virtud del sacramento del Orden, est�n llamados a compartir la solicitud para la misi�n: "el don espiritual que los presb�teros recibieron en la ordenaci�n no los prepara a una misi�n limitada y restringida, sino a la misi�n universal y ampl�sima de salvaci�n "hasta los confines de la tierra", pues cualquie rministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misi�n confiada por Cristo a los Ap�stoles"(134). Por esto, la misma formaci�n de los candidatos al sacerdocio debe tender a darles "un esp�ritu enuinamente cat�lico que les habit�e a mirar m�s all� de los l�mites de la propia di�cesis, naci�n, rito, y lanzarse en ayuda de las necesidades de toda la Iglesia con �nimo dispuesto para predicar el Evangelio en todas partes"(135). Todos los sacerdotes deben de tener coraz�n y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los m�s alejados y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oraci�n y, particularmente, en el sacrificio eucar�stico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera.especialmente los sacerdotes que se encuentran en �reas de minor�a cristiana deben sentirse movidos por un celo especial y el compromiso misionero. El Se�or les conf�a no s�lo el cuidado pastoral de la comunidad cristiana, sino tambi�n y sobre todo la evangelizaci�n de sus compatriotas que no forman parte de su grey. Los sacerdotes "no dejar�n adem�s de estar concretamente disponibles al Esp�ritu Santo y al Obispo, para ser enviados a predicar el Evangelio m�s all� de los confines del propio pa�s. Esto exigir� en ellos no s�lo madurez en la vocaci�n, sino tambi�n una capacidad no com�n de desprendimiento de la propia patria, grupo �tnico y familia, y una particular idoneidad para insertarse en otras culturas, con inteligencia y respeto." (136).

|p68 En la Enc�clica Fidei donum, P�o XII, con intuici�n prof�tica, alent� a los Obispos a ofrecer algunos de sus sacerdotes para un servicio temporal a las Iglesias de Africa,aprobando las iniciativas ya existentes al respecto. A veinticinco a�os de distacia, quise subrayar la gran novedad de aquel Documento, que ha hecho superar "la dimensi�n territorial del servicio sacerdotal para ponerlo a disposici�n de toda la Iglesia"(137). Hoy se ven confirmadas la validez y los frutos de esta experiencia; en efecto, los presb�teros llamados Fidei donum ponen en evidencia de manera singular el v�nculo de comuni�n entre las Iglesias, ofrecen una aportaci�n valiosa al crecimiento de comunidades aclesiales necesitadas, mientras encuentran en ellas frescor y vitalidad de fe. Es necesario, ciertamente, que el servicio misionero del sacerdote diocesano responda a algunos criterios y condiciones. Se deben enviar sacerdotes escogidos entre los mejores, id�neos y debidamente preparados para el trabajo peculiar que les espera(138). Deber�n insertarse en el nuevo ambiente de la Iglesia que los recibe con �nimo abierto y fraterno y constituir�n un �nico presbiterio con los sacerdotes del lugar, bajo la autoridad del Obispo(139). Mi deseo es que el esp�ritu de servicio aumente en el presbiterio de las Iglesias antiguas y que sea promovido en el presbiterio de las Iglesias m�s j�venes.

FECUNDIDAD MISIONERA DE LA CONSAGRACION |p69 En la inagotable y multiforme riqueza del Esp�ritu se sit�an las vocaciones de los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros "dado que por su misma consagraci�n se dedican al servicio de la Iglesia...est�n obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, seg�n el modo propio de su Instituto"(140). La historia da testimonio de los grandes m�ritos de las familias religiosas en la propagaci�n de la fe y en la formaci�n de nuevas Iglesias: desde las antiguas Instituciones mon�sticas, las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas. a) Siguiendo el Concilio, invito a los Institutos de vida contemplativa a establecer comunidades en las j�venes Iglesias para dar "preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, as� como de uni�n en Cristo"(141). Esta presencia es beneficiosa por doquier en el mundo no cristiano, especialmente en aquellas regiones donde las religiones tienen en gran estima la vida contemplativa por medio de la ascesis y la b�squeda del Absoluto. b) A los Institutos de la vida activa indico los inmensos espacios para la caridad, el anuncio evang�lico, la educaci�n cristiana, la cultura y la solidaridad con los pobres, los discriminados, los marginados y oprimidos. Estos Institutos persigan o no un fin estrictamente misionero, se deben plantear la posibilidad y la disponibilidad a extender su propia actividad para la expansi�n del Reino de Dios. Este petici�n ha sido acogida en tiempos m�s recientes por no pocos Institutos, pero quisiera que se considerasen mejor y se actuase con vistas a un aut�ntico servicio. La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evang�licos de que es portadora; y nadie los atestigua m�s eficazmente que quienes hacen profesi�n de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donaci�n total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo(142).

|p70 Quiero dirigir unas palabras de una especial gratitud a las religiosas misioneras, en quienes la virginidad por el Reino se traduce en m�ltiples frutos de maternidad seg�n el esp�ritu. Precisamente la misi�n ad gentes les ofrece un campo vast�simo para "entregarse por amor de un modo total e indiviso"(143). El ejemplo y la laboriosidad de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el pr�jimo, especialmente el m�s pobre, son indispensables como signo evang�lico entre aquellos pueblos y culturas en que la mujer debe realizar todav�a un largo camino en orden a su promoci�n humana y a su liberaci�n. Es de desear que muchas j�venes mujeres cristianas sientan el atractivo de entregarse a Cristo con generosidad, y encontrando en su consagraci�n la fuerza y la alegr�a para dar testimonio de �l entre los pueblos que a�n no lo conocen.

TODOS LOS LAICOS SON MISIONEROS EN VIRTUD DEL BAUTISMO |p71 Los Pont�fices de la �poca m�s reciente han insistido mucho sobre la importancia del papel de los laicos en la actividad misionera(144). En la Exhortaci�n Apost�lica Christifideles laici, tambi�n yo me he ocupado expl�citamente de la "perenne misi�n de llevar el Evangelio a cuantos -y son millones y millones de hombres y mujeres- no conocen todav�a Cristo Redentor del hombre"(145)., y de la correspondiente responsabilidad de los laicos. La misi�n es de todo el Pueblo de Dios: aunque la fundaci�n de una nueva Iglesia requiere la Eucarist�a y, consiguientemente, el ministerio sacerdotal, sin embargo la misi�n, que se desarrolla de diversas formas, es tarea de todos los fieles. La participaci�n de los laicos en la expansi�n dela fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias y tambi�n de toda la comunidad. Esto lo recordaba ya el Papa p�o XII, refiri�ndose a las vicisitudes de las misiones, en la primera Enc�clica misionera sobre la historia de las misiones laicales(146). En los tiempos modernos no ha faltado la participaci�n activa de los misioneros laicos y de las misioneras laicas. �C�mo no recordar el importante papel desempe�ado por �stas, su trabajo en las familias, en las escuelas, en la vida pol�tica, social y cultural y, en particular, su ense�anza de la doctrina cristiana? Es m�s, hay que reconocer - y esto es un motivo de gloria- que Algunas Iglesias han tenido su origen, gracias a la actividad de los laicos y de las laicas misioneros. El Concilio Vaticano II ha confirmado esta tradici�n, poniendo de relieve el car�cter misionero de todo el Pueblo de Dios, concretamente el apostolado de los laicos(147), y subrayando la contribuci�n espec�fica que �stos est�n llamados a dar a en la actividad misionera(148). La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es s�lo cuesti�n de eficacia apost�lica, sino de un deber- derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual "los fieles laicos participan, seg�n el modo que les es propio, en el triple oficio -sacerdotal, prof�tico y real- de Jesucristo"(149). Ellos, por consiguiente, "tienen la obligaci�n general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvaci�n sea conocido y recibido en todo el mundo; obligaci�n que les apremia todav�a m�s en aquellas circunstancias en las que s�lo a trav�s de ellos pueden los hombres o�r el Evangelio y conocer a Jesucristo"(150). Adem�s, dada su propia �ndole secular, tienen la vocaci�n espec�fica de "buscar el Reino de Dios tratando los asuntos temporales y orden�ndolos seg�n Dios"(l5l).

|p72 Los sectores de presencia y de accion misionera de los laicos son muy amplios "El campo propio... es el mundo vasto y complejo de la pol�tica,de lo social,de la econom�a ..."(152) a nivel local,nacional e internacional.Dentro de la Iglesia se presentan diversos tipode servicios, funciones, ministerios y formas de animaci�n de la vida cristiana.Recuerdo, como novedad surgida recientemente en no pocas Iglesias, el gran desarrollo de los "movimientos eclesiales",dotados de dinamismo misionero.Cuando se integran con humildad en la vida de las Iglesias locales y son acogidos cordialmente por Obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, los Movimientos representan un verdadero don de Dios para nueva evangelizaci�n y para la actividad misionera propiamente dicha. Por tanto, recomiendo difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los j�venes, a la vida cristiana y a la evangelizaci�n, con una visi�n pluralista de los modos de asociarse y de expresarse. Enla actividad misionera hay que revalorar las varias agrupaciones del laicado, respetando su �ndole y finalidades: asociaciones del laicado misionero, organismos cristianos y hermandades de diversos tipo; que todos se entreguen a la misi�n ad gentes y la colavoraci�n con las Iglesias locales. Deeste modo se favorecer� el crecimiento de un laicado maduro y responsable, cuya "formaci�n...se oresenta en las j�ovenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de laplatantatio Ecclesiae"(l53).

LA OBRA DE LOS CATEQUISTAS Y LA VARIEDAD DE LOS MINISTERIOS |p73 Entre los laicos que se hacen evangelizadores se encuentran en en primera l�nea los catequistas. El Decreto conciliar misionero los define como "esa legi�n tan benem�rita de la cuales,"llenos de esp�ritu apost�lico,prestan con grandes sacrifgicios una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansi�n de la fe y de la Iglesia"(l54). No sin raz�n las Iglesias m�s antiguas, al entregarse a una nueva evangelizaci�n,han incrementado el n�mero de catequistas e intensificado la catequesis. "El t�tulo de "catequista" se aplica por excelencia a los catequistas en tierras de misi�n...Sin ellos no se habr�an edificado Iglesias hoy d�a florecientes "(l55).Aunque ha habido un incremento de los servicios eclesiales y extraeclesiales, el ministerio de los catequistas contin�a siendo siempre necesario y tiene unas caracter�sticas peculiares: los catequistas son agentes especializados, testigos directos, evangelizadores insustituibles , que representan la fuerza b�sica de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias j�venes, como varias veces he afirmado y constatado en mis viajes misioneros. El nuevo C�digo de Dececho Can�nico reconoce sus cometidos, cualidades y requisitos(l56). Pero no se debe olvidar que que el trabajo de los catequistas resulta cada vez m�s dif�cil y exigente debido a los cambios eclesiales y culturales en curso. Es v�lido tambi�n en nuestros d�as lo que el Concilio mismo suger�a: una preparaci�n doctrinaly pedag�gica m�s cuidadosa, la constante renovaci�n espiritual y apost�lica. La necesidad de "procurar...una condici�n de vida decorosa y la seguridad social" a los catequistas(l57).Igualmente, es importante favorecer la creaci�n y el potenciamiento de las escuelas para catequistas, que, aprobadas por las Conferencias Episcopales, otorguen t�tulos oficialmente reconocidos por �stas �ltimas.(l58).

|p74 Adem�s de los catequistas, hay que recordar las dem�s formas de servicio a la vida de la Iglesia y a la misi�n, as� como otros agentes: animadores de la oraci�n, del canto y de la liturgia; responsables de comunidades eclesiales de base y grupos b�blicos; encargados de las obras caritativas; administradores de los bienes de la Iglesia;dirigentes de los diversos grupos y asociaciones apost�licas; profesores de religi�n en las escuelas. Todos los fieles laicos deben dedicar a la Iglesia parte de su tiempo, viviendo con coherencia la propia fe.

CONGREGACION PARA LA EVANGELIZACION DE LOS PUEBLOS Y OTRAS ESTRUCTURAS PARA LA ACTIVIDAD MISIONERA

|p75 Los responsables y los agentes de la pastoral misionera deben sentirse unidos en la comuni�n que caracteriza al Cuerpo m�stico. Por ello Cristo pidi� en la �ltima cena: "Como t�, Padre, en m� y yo en t�, que ellos tambi�n sean uno en nosotros, para que el mundo crea que t� me has enviado"(Jn. l7, 2l). En esta comuni�n est� el fundamento de la fecundidad de la misi�n.Pero la Iglesia es tambi�n una comuni�n visible y org�nica, y por esto la misi�n requiere igualmente una uni�n externa y ordenada entre las diversas responsabilidades y funciones, de manera que todos los miembros "fdediquen sus esfuerzos con unanimidad a la edificaci�n de la Iglesia"(l59). Corresponde al Dicasterio misional "dirigir y coordinar en todo el mundo la obra de evangelizaci�n de los pueblos y la cooperaci�n misionera, salvo la competencia de la congregaci�n para las Iglesias Orientales"(160). Por ello es de su competencia el que "forme y distribuya a los misioneros seg�n las nesesidades m�s urgentes de las regiones..., haga la planificaci�n, dicte normas, directrices y principios para la adecuada evangelizaci�n y de impulsos"(161). No puedo sino confirmar estas sabias disposiciones: para impulsar la misi�n ad gentes es necesario un centro de promoci�n, direcci�n y coordinaci�n como es la Congregaci�n para la Evangelizaci�n de los pueblos. Invito, pues, a las Conferencias Episcopales y a sus organismos, a los Superiores Mayores de las Ordenes, Congregaciones e Institutos, a los organismos laicales compremetidos en la actividad misionera, a colaborar fielmente con dicha Congregaci�n, que tiene la autoridad necesaria para programar y dirigir la actividad y la cooperaci�n misionera a nivel universal. La misma Congregaci�n, que cuenta con una larga y gloriosa experiencia est� llamada a desempe�ar un papel de primera importancia a nivel de reflexi�n, de programas operativos, de los cuales tiene necesidad la Iglesia para orientarse m�s decididamente hacia la misi�n en sus diversas formas. Para conseguir este fin, la Congregaci�n debe mantener una estrecha relaci�n con los otros Dicasterios de la Santa Sede, con las Iglesias particular y con las fuerzas misioneras. En una eclesiolog�a de comuni�n, en que la Iglesia es toda ella misionera, pero al mismo tiempo se ven siempre como indispensables las vocaciones e instituciones espec�ficas para la labor ad gentes, sigue siendo muy importante el papel de gu�a y coordinaci�n del Dicasterio misional para afrontar conjuntamente las grandes cuestiones de inter�s com�n, salvo las competencias propias de cada autoridad y estructura.

|p76 Para la orientaci�n y coordinaci�n de la actividad misionera a nivel nacional y regional, son de gran importancia las Conferencias Episcopales y sus diversas agrupaciones. A ellas les pide el Concilio que " traten..., de com�n acuerdo, los asuntos m�s graves y los problemas m�s urgentes, pero sin descuidar las diferencias locales"(l62), as� como el problema de la inculturaci�n. De hecho, existe ya una amplia y cont�nua acci�n en este campo y los frutos son visibles. Es una acci�n que debe ser intensificada y mejor concertada con la de otros organismos de las mismas Conferencias, de manera que las solicitud misionera no quede reducida a la direcci�n de una determinado sector u organismo, sino que sea compartida por dos. Que los mismos organismos e instituciones que se acupan de la actividad misionera a�nen oportunamente esfuerzos e inicitivas. Que las Conferencias de los Superiores Mayores tengan tambi�n este mismo objetivo en su �mbito, en contacto con las Conferencias Episcopales, seg�n las indicaciones y normas establecidas(l63), recurriendo incluso a comisiones mixtas(l64). De modo an�logo, finalmente, hay que promover encuentros y formas de colaboraci�n entre las diferentes instituciones misioneras, ya sea para la formaci�n y el estudio(l65), ya sea para la acci�n apost�lica que hay que desarrollar.

CAPITULO VII LA COOPERACION EN LA ACTIVIDAD MISIONERA

|p77 Miembros de la Iglesia en virtud del bautismo, todos los cristianos son corresponsables de la actividad misionera. La participaci�n de las comunidades y de cada fiel en este derecho-deber se llama "cooperaci�n misionera". Tal cooperaci�n se fundamenta y se vive, ante todo, mediante la uni�n personal con Cristo: s�lo si se est� unido a �l, como el sarmiento a la vi�a (cf. Jn 15,5), se pueden producir buenos frutos. La santidad de la vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misi�n de la Iglesia: "el Concilio invita a todos a una profunda renovaci�n interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusi�n del Evangelio, acepten su participaci�n en la obra misionera entre los gentiles" (166). La participaci�n en la misi�n universal no se reduce, pues, a algunas actividades particulares, sino que es signo de la madurez de la fe y de una vida cristiana que produce frutos. De esta manera el creyente ampl�a los confines de su caridad manifestando la solicitud por quienes est�n lejos y por quienes est�n cerca: ruega por las misiones y por las vocaciones misioneras, ayuda a los misioneros, sigue sus actividades con inter�s y, cuando regresan, los acoge con aquella alegr�a con la que las comunidades cristianas escuchaban a los Ap�stoles las maravillas que Dios hab�a obrado mediante su predicaci�n (cf.Act. 14,27).

ORACION Y SACRIFICIOS POR LOS MISIONEROS

|p78 Entre las formas de participaci�n, el primer lugar, corresponde a la cooperaci�n espiritual: oraci�n, sacrificio, testimonio de la vida cristiana. La oraci�n debe acompa�ar el camino de los misioneros, para el anuncio de la Palabra resulte eficaz por medio de gracia divina. San Pablo, en sus Cartas, pide a menudo a los fieles que recen por �l, para que puedan anunciar el Evangelio con confianza y franqueza. A la oraci�n es necesario unir el sacrificio. El valor salv�fico de todo sufrimiento, aceptado y ofrecido a Dios con amor, deriva del sacrificio de Cristo, que llama a los miembros de su Cuerpo m�stico a unirse a sus padecimientos y completarlos en la propia carne (cf.Col. l,24).El sacrificio del misionero debe ser compartido y sostenido por el de todos los fieles. Por esto, recomiendo a quienes ejercen su ministerio pastoral entre los enfermos, que los instruyan sobre el valor del sufrimiento, anim�ndolos a ofrecerlo a Dios por los misioneros.Con tal ofrecimiento los enfermos se hacen tambi�n misioneros, como lo subrayan algunos movimientos surgidos entre ellos y para ellos. Incluso la misma solemnidad de Pentecost�s, inicio de la misi�n de la Iglesia, es celebrada en algunas comunidades como "Jornada de sufrimiento por las misiones".

"HEME AQUI, SE�OR, ESTOY DISPUESTO, ENVIAME" (cf.Is.6,8)

|p79 La cooperaci�n se manifiesta adem�s en el promover las vocaciones misioneras. A este respecto, hay que reconocer la validez de las diversas formas de actividad misionera, pero, al mismo tiempo, es necesario reafirmar la prioridad de la donaci�n total y perpetua a la obra de las misiones, especialmente en los Institutos y Congregaciones misioneras, masculinas y femeninas. La promoci�n de estas vocaciones es el coraz�n de la cooperaci�n: el anuncio del Evangelio requiere anunciadores, la mies necesita obreros, la misi�n se hace sobre todo, con hombres y mujeres consagrados de por vida a la obra del Evangelio, dispuestos a ir por todo el mundo para llevar la salvaci�n. Deseo, por tanto, recordar y alentar esta solicitud por las vocaciones misioneras. Consciente de la responsabilidad universal de los pueblos cristianos, en contribuci�n a la obra misional y al desarrollo de los pueblos pobres, debemos preguntarnos porqu� en varias naciones, mientras aumentan los donativos, se corre el peligro de que desaparezcan las vocaciones misioneras, las cuales reflejan la verdadera dimensi�n de la entrega a los hermanos. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un signo seguro de la vitalidad de una Iglesia.

|p80 Pensando en este grave problema, dirijo mi llamada, con particular confianza y afecto a la familia y a los j�venes. Las familias y, sobre todo, los padres han de ser conscientes de que deben dar "una contribuci�n particular a la causa misionera de la Iglesia, cultivando las vocaciones misioneras entre sus hijos e hijas"(167). Una vida de oraci�n intensa, un sentido real del servicio al pr�jimo y una generosa participaci�n de las actividades eclesiales, ofrecen a la familia las condiciones favorables para la vocaci�n de los j�venes. Cuando los padres est�n dispuestos a consentir que uno de sus hijos marche para la misi�n, cuando han pedido al Se�or esta gracia, �l los recompensar�, con gozo, el d�a que un hijo suyo o hija, escuche su llamada. A los mismos j�venes ruego que escuchen la palabra de Cristo que les dice, igual que a Sim�n, Pedro y Andr�s en la orilla del lago:"Venid conmigo, y os har� pescadores de hombres"(Mt. 4,19). Que los j�venes tengan la valent�a de responder, igual que Isa�as:" Heme aqu�, Se�or, estoy dispuesto, env�ame" (cf Is 6,8). Ellos tendr�n ante s� una vida atrayente y experimentar�n la verdadera satisfacci�n de anunciar la "Buena Nueva " a los hermanos y hermanas, a quienes guiar�n por el camino de la salvaci�n.

"MAYOR FELICIDAD HAY EN DAR QUE EN RECIBIR "(Act 20,35)

|p81 Son muchas las necesidades materiales y econ�micas de las misiones; no s�lo para fundar la Iglesia con estructuras m�nimas (capillas, escuelas para catequistas y seminaristas, viviendas), sino tambi�n para sostener las obras de caridad, de educaci�n y promoci�n humana, campo inmenso de acci�n, especialmente es los pa�ses pobres. La Iglesia misionera da lo que recibe; distribuye a los pobres lo que sus hijos m�s pudientes en recursos materiales ponen generosamente a su disposici�n. A este respecto, deseo dar las gracias a todos aquellos que dan con sacrificio para la obra misionera; sus renuncias y su participaci�n son indispensables para construir la Iglesia y testimoniar la caridad. Respecto a las ayudas materiales es importante comprobar el esp�ritu con el que se da. Para ello, es necesario revisar el propio estilo de vida: las misiones no piden solamente ayuda, sino compartir el anuncio y la caridad para con los pobres. Todo lo que hemos recibido de Dios -tanto la vida como los bienes materiales- no es nuestro sino que nos ha sido dado para usarlo. La generosidad en el dar debe estar siempre iluminada e inspirada por la fe: entonces s� que hay m�s alegr�a en dar que en recibir. La Jornada Misionera Mundial, orientada a sensibilizar sobre el problema misionero, as� como a recoger donativos, es una cita importante en la vida de la Iglesia, porque ense�a c�mo se ha de dar: en la celebraci�n eucar�stica, esto es, como ofrenda a Dios, y para todas las misiones del mundo.

NUEVAS FORMAS DE COOPERACION MISIONERA

|p82 La cooperaci�n se abre hoy a nuevas formas, incluyendo no s�lo la ayuda econ�mica, sino tambi�n la participaci�n directa. nuevas situaciones relacionadas con el fen�meno de la movilidad humana exigen a los cristianos un aut�ntico esp�ritu misionero. El turismo a escala internacional es ya un fen�meno de masas positivo, si se practica con actitud respetuosa en orden a un mutuo enriquecimiento cultural, evitando ostentaciones y derroches, y buscando la comunicaci�n humana. Pero a los cristianos se les exige sobre todo la conciencia de deber ser siempre testigos de la fe y de la caridad en Cristo. Tambi�n el conocimiento directo de la vida misionera y de las comunidades cristianas puede enriquecer y dar vigor a la fe. Son encomiables las visitas a las misiones, sobre todo por parte de los j�venes, que van para prestar un servicio y tener una experiencia fuerte de vida cristiana. Las exigencias del trabajo llevan hoy a numerosos cristianos de j�venes comunidades a regiones donde el cristianismo es desconocido y, a veces, proscrito o perseguido. Esto pasa tambi�n con los fieles de pa�ses de antigua tradici�n cristiana,que trabajan temporalmente en pa�ses no cristianos. Estas circunstancias son ciertamente una ocasi�n para vivir y testimoniar la fe. Durante los primeros siglos, el cristianismo se difundi� sobre todo porque los cristianos, viajando o estableci�ndose en regiones donde Cristo no hab�a sido anunciado, testimoniaban con valent�a su fe y fundaban all� las primeras comunidades.

M�s numerosos son los ciudadanos de pa�ses de misi�n y los que pertenecen a regiones no cristianas, que van a establecerse en otras naciones por motivos de trabajo, de estudio, o bien obligados por las condiciones pol�ticas o econ�micas de sus lugares de origen. La presencia de estos hermanos en los pa�ses de antigua tradici�n cristiana es un desaf�o para alas comunidades eclesiales, anim�ndolas a la acogida, al di�logo, al servicio, a compartir, al testimonio y al anuncio directo. De hecho, tambi�n en los pa�ses cristianos se forman grupos humanos y culturales que exigen la misi�n ad gentes. Las Iglesias locales, con la ayuda de personas provenientes de los pa�ses de los emigrantes y de misioneros que hayan regresado, deben ocuparse generosamente de estas situaciones. La cooperaci�n puede implicar tambi�n a los responsables de la pol�tica, de la econom�a, de la cultura, del periodismo, adem�s de los expertos de los diversos Organismos internacionales. En el mundo moderno es cada vez m�s dif�cil trazar l�neas de demarcaci�n geogr�fica y cultural; se da una creciente interdependencia entre los pueblos, lo cual es un est�mulo para el testimonio cristiano y para la evangelizaci�n.

ANIMACION Y FORMACION DEL PUEBLO DE DIOS

|p83 La formaci�n misionera del Pueblo de Dios es obra de la Iglesia local con la ayuda de los misioneros y de sus Institutos, como as� de los miembros de las Iglesias j�venes. Esta labor ha de ser entendida no como algo marginal, sino central en la vida cristiana. Para la misma "nueva evangelizaci�n de los pueblos cristianos, el tema misionero puede ser de gran ayuda: en efecto, el testimonio de los misioneros conserva su atractivo incluso para los alejados y los no creyentes, y es trasmisor de valores cristianos. Las Iglesias locales, por consiguiente, han de incluir la animaci�n misionera como elemento primordial de su pastoral ordinaria en las parroquias, asociaciones y grupos, especialmente los juveniles. Para conseguir este fin, es valiosa ante todo la informaci�n mediante la prensa misionera y los diversos medios audiovisuales. Su papel es de gran importancia en cuanto ayudan a conocer la vida de la Iglesia universal, las voces y la experiencia de los misioneros y de las Iglesias locales donde ellos trabajan.Conviene que en las Iglesias m�s j�venes, que no est�n a�n en condiciones de poseer una prensa y otros instrumentos, los Institutos misioneros destinen personal y medios para estas iniciativas. Para esta formaci�n est�n llamados los sacerdotes y sus colaboradores, los educadores y profesores, los te�logos, particularmente los que ense�an en los seminarios y en los centros para laicos. La ense�anza teol�gica no puede ni debe prescindir de la misi�n universal de la Iglesia, el ecumenismo, del estudio de las grandes religiones y de la misionolog�a. Recomiendo que sobre todo en los Seminarios y en las Casas de Formaci�n para religiosos y religiosas se lleven a cabo tales estudios, procurando que algunos sacerdotes, o alumnos y alumnas, se especialicen en los diversos campos de las ciencias misionol�gicas. Las actividades de animaci�n deben orientarse siempre hacia sus fines espec�ficos: informar y formar al Pueblo de Dios para la misi�n universal de la Iglesia; promover vocaciones ad gentes; suscitar cooperaci�n para la evangelizaci�n. En efecto, no se puede dar una imagen reductiva en la actividad misionera, como si fuera principalmente ayuda a los pobres, contribuci�n a la liberaci�n de los oprimidos, promoci�n del desarrollo, defensa de los derechos humanos. La Iglesia misionera esta comprometida tambi�n en estos frentes, pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no s�lo de pan y de libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y a anunciar la salvaci�n en Cristo, fundando las Iglesias locales que son luego instrumentos de liberaci�n en todos los sentidos.

LA RESPONSABILIDAD PRIMARIA DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS

|p84 En esta obra de animaci�n el cometido primario corresponde a las Obras Misionales Pontificias, como he afirmado varias veces en los Mensajes para la Jornada Mundial de las Misiones. Las cuatro Obras -Propagaci�n de la Fe, San Pedro Ap�stol, Santa Infancia y Uni�n Misional- tienen en com�n el objetivo de promover el esp�ritu misionero universal en el Pueblo de Dios. La Uni�n Misional tiene como fin inmediato y espec�fico la sensibilizaci�n y formaci�n misionera de los sacerdotes, religiosas y religiosas que, a su vez, deben cultivarla en las comunidades cristianas; adem�s, trata de promover otras Obras de las que ella es el alma (168). "La consigna ha de ser �sta: todas las Iglesias para la conversi�n de todo el mundo"(169). Estas Obras, por ser del Papa y del Colegio Episcopal, incluso en el �mbito de las Iglesias particulares, "deben ocupar con todo derecho el primer lugar, pues son medios para difundir entre los cat�licos desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de subsidios en favor de todas las misiones seg�n las necesidades de cada una"(170). Otro objetivo de las Obras Misionales es suscitar vocaciones ad gentes de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en las m�s j�venes. Recomiendo vivamente que se oriente cada vez m�s a este fin su servicio de animaci�n. En el ejercicio de sus actividades, estas Obras dependen a nivel universal, de la Congregaci�n para la Evangelizaci�n de los Pueblos y, a nivel local, de las Conferencias Episcopales y de los Obispos en cada Iglesia particular, colaborando con los centros de animaci�n existentes: ellas llevan al mundo cat�lico el esp�ritu de universalidad y de servicio a la misi�n, sin el cual no existe aut�ntica cooperaci�n.

NO SOLO DAR A LA MISION, SINO TAMBIEN RECIBIR

|p85 Cooperar con las misiones quiere decir no s�lo dar, sino tambi�n saber recibir: todas las Iglesias particulares, j�venes o antiguas, est�n llamadas a dar y a recibir en favor de la misi�n universal y ninguna deber� encerrarse en s� misma: "En virtud de esta catolicidad - dice el Concilio-, cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumenten a causa de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad...De aqu� se derivan...entre las diversas partes de la Iglesia, unos v�nculos de �ntima comuni�n en lo que respecta a riquezas espirituales, obreros apost�licos y ayudas temporales"(171). Exhorto a todas las Iglesias, a los Pastores, sacerdotes,religiosos y fieles a abrirse a la universalidad de la Iglesia, evitando cualquier forma de particularismo, exclusivismo o sentimiento de autosuficiencia. Las Iglesias locales, aunque arraigadas en su pueblo y en su cultura, sin embargo deben mantener concretamente este sentido universal de fe, es decir, dando y recibiendo de las otras Iglesias dones espirituales, experiencias pastorales del primer anuncio y de evangelizaci�n, personal apost�lico y medios materiales. En efecto, la tendencia a cerrarse puede ser fuerte: las Iglesias antiguas, comprometidas en la nueva evangelizaci�n, piensan que la misi�n han de realizarla en su propia casa, y corren el riesgo de frenar el impulso hacia el mundo no cristiano, concediendo no de buena gana las vocaciones a los Institutos misioneros, a las Congregaciones religiosas y a las dem�s Iglesias. Sin embargo, es dando generosamente de lo nuestro como recibiremos; y ya hoy las Iglesias j�venes -no pocas de las cuales experimentan un prodigioso florecimiento de vocaciones- son capaces de enviar sacerdotes, religiosos y religiosas a las antiguas. Por otra parte, estas Iglesias j�venes sienten el problema de la propia identidad, de la inculturaci�n, de la libertad de crecer sin influencias externas, con la posible consecuencia de cerrar las puertas a los misioneros. A estas Iglesias les digo: lejos de aislaros, acoged abiertamente a misioneros y medios de las otras Iglesias y enviadlos tambi�n vosotras mismas al mundo. Precisamente por los problemas que os angustian ten�is necesidad de manteneros en continua comunicaci�n con los hermanos y hermanas en la fe. Haced valer por todos los medios leg�timos las libertades a las que ten�is derecho, acord�ndoos de que los disc�pulos de Cristo tienen el deber de "obedecer a Dios antes que a los hombres" (Act. 5,29).

DIOS PREPARA UNA NUEVA PRIMAVERA DEL EVANGELIO

|p86 Si se mira superficialmente a nuestro mundo, impresionan no pocos hechos negativos que pueden llevar al pesimismo. Mas �ste es un sentimiento injustificado: tenemos fe en Dios Padre y Se�or, en su bondad y misericordia. En la proximidad del tercer milenio de la Redenci�n, Dios est� preparando una primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo. En efecto, tanto en el mundo no cristiano como en el de la antiguatradici�n cristiana, existe un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y a los valores evang�licos, que la Iglesia se esfuerza en favorecer. Hoy se manifiesta una nueva convergencia de los pueblos hacia estos valores: el rechazo de la violencia y de la guerra; el respeto de la persona humana y de sus derechos; el deseo de libertad, de justicia, y de fraternidad; la tendencia a superar los racismos y nacionalismos; el afianzamiento de la dignidad y la valoraci�n de la mujer. La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso afondo para la nueva evangelizaci�n y para la misi�n universal, y nos lleva pedir como Jes�s nos ha ense�ado: "Venga tu reino, h�gase tu voluntad en la tierra como en el cielo"(Mt. 6,10). Los hombres que esperan en Cristo son todav�a un n�mero inmenso: los �mbitos humanos y culturales, que a�n no han recibido el anuncio evang�lico o en los cuales la Iglesia est� escasamente presente, son tan vastos, que requieren la unidad de todas las fuerzas. Al prepararse a celebrar el jubileo del a�o dos mil, toda la Iglesia est� comprometida todav�a m�s en el nuevo adviento misionero. Hemos de fomentar en nosotros el af�n apost�lico por transmitir a los dem�s la luz y la gloria de la fe, y para este ideal debemos educar a todo el Pueblo de Dios. No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos tambi�n por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso de Dios.

CAPITULO VIII: ESPIRITUALIDAD MISIONERA

|p87 La actividad misionera exige una espiritualidad espec�fica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros.

DEJARSE GUIAR POR EL ESPIRITU

Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Esp�ritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por �l, para hacerse cada vez m�s semejantes a Cristo. No se puede dar testimonio de Cristo sin reflejar su imagen, la cual se viva en nosotros por la gracia y por obra del Esp�ritu. La docilidad al Esp�ritu compromete adem�s a acoger los dones de fortaleza y discernimiento, que son rasgos esenciales de la espiritualidad misionera. Es emblem�tico el caso de los Ap�stoles, quienes durante la vida publica del Maestro, no obstante su amor por �l y la generosidad de la respuesta a su llamado, se mostraron incapaces de comprender sus palabras y fueron reacios a seguirle en el camino del sufrimiento y de la humillaci�n.El Esp�ritu los transformar� en testigos valientes de Cristo y preclaros anunciadores de su palabra: ser� el Esp�ritu quien los conducir� por los caminos arduos y nuevos de la misi�n, siguiendo sus decisiones. Tambi�n la misi�n sigue siendo dif�cil y compleja como en el pasado y exige igualmente la valent�a y la luz del Esp�ritu. Vivimos frecuentemente el drama de la primera comunidad cristiana, que ve�a c�mo fuerzas incr�dulas y hostiles se aliaban "contra el Se�or y contra su Ungido (Act. 4,26). Como entonces, hoy conviene orar para que Dios nos conceda la libertad de proclamar el Evangelio; conviene escrutar las v�as misteriosas del Esp�ritu y dejarse guiar por �l hasta la verdad completa (cf. Jn. 16,13).

VIVIR EL MISTERIO DE CRISTO "ENVIADO"

|p88 Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comuni�n �ntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misi�n si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar. Pablo describe sus actitudes: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: El cual, siendo de condici�n divina, no retuvo �vidamente el ser igual a Dios. Sino que se despoj� de s� mismo tomando la condici�n de siervo, haci�ndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humill� a s� mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp. 2, 5-8). Se describe aqu� el misterio de la Encarnaci�n y de la Redenci�n, como despojamiento total de s�, que lleva a Cristo a vivir plenamente la condici�n humana y a obedecer hasta el final el designio del Padre. Se trata de un anonadamiento que, no obstante, est� impregnado de amor y expresa el amor. La misi�n recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz. Al misionero se le pide "renunciarse a s� mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos"(172): en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse as� hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del misionero: "Me he hecho d�bil con los d�biles...Me he hecho todo para todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio" (l Cor. 9, 22-23). Precisamente porque es "enviado", el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompa�a en todo momento de su vida. "No tengas miedo...porque yo estoy contigo" (Act. 18, 9-10). Cristo lo espera en el coraz�n de cada hombre.

AMAR A LA IGLESIA Y A LOS HOMBRES COMO JESUS LOS HA AMADO

|p89 La espiritualidad misionera se caracteriza, adem�s, por la caridad apost�lica; la de Cristo que vino "para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (jn. ll.52); Cristo, Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn. 10). Quien tiene esp�ritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo. El misionero se mueve a impulsos del "celo por las almas", que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que est� hecha de atenci�n, ternura, compasi�n, acogida, disponibilidad, inter�s por los problemas de la gente. El amor de Jes�s es muy profundo:�l, que "conoc�a lo que hay en el hombre" (Jn. 2, 25), amaba a todos ofreci�ndoles la redenci�n, y sufr�a cuando �sta era rechazada. El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que �l mismo puede amar, debe dar testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el pr�jimo. El misionero es el "hermano universal "; lleva consigo el esp�ritu de la Iglesia, su apertura y atenci�n a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los m�s peque�os y pobres. En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideolog�a: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusi�n ni preferencia. Por �ltimo, lo mismo que Cristo, �l debe amar a la Iglesia: "Cristo am� a la Iglesia y se entreg� a s� mismo por ella " (Ef 5, 25) . Este amor hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. S�lo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo misionero; su preocupaci�n cotidiana -como dice san Pablo- es "la solicitud por todas las Iglesias"(2 Cor. ll.28). Para todo misionero y toda comunidad "la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia"(173).

EL VERDADERO MISIONERO ES EL SANTO

|p90 La llamada a la misi�n deriva de por s� de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es aut�nticamente si se esfuerza en el camino de la santidad: "La santidad es un presupuesto fundamental y una condici�n insustituible para la misi�n salv�fica de la Iglesia"(174). La vocaci�n universal a la santidad est� estrechamente unida a la vocaci�n universal a la misi�n. Todo fiel est� llamado a la santidad y a la misi�n. Esta ha sido la ferviente voluntad del Concilio al desear, "con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura"(175). La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misi�n ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los m�todos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos b�blicos y teol�gicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo "anhelo de santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana, particularmente entre aquellos que son los colaboradores m�s �ntimos de los misioneros(176). Pensemos, queridos hermanos y hermanas, en el empuje misionero de las primeras comunidades cristianas. A pesar de la escasez de medio de transporte y comunicaci�n de entonces, el anuncio evang�lico lleg� en breve tiempo a los confines del mundo. Y se trataba de la religi�n de un hombre muerto en cruz, "esc�ndalo para los jud�os, necedad para los gentiles " (1 Cor 1, 23). En la base de este dinamismo misionero estaba la santidad de los primeros cristianos y de las primeras comunidades.

|p91 Me dirijo, por tanto, a los bautizados de las comunidades j�venes y de las Iglesias j�venes. Hoy sois vosotros la esperanza de nuestra Iglesia, que tiene dos mil a�os: siendo j�venes en la fe, deb�is ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y valent�a, con generosa entrega a Dios y al pr�jimo; en una palabra, deb�is tomar el camino de la santidad. S�lo de esta manera podr�is ser signos de Dios en el mundo y revivir en vuestros pa�ses la epopeya misionera de la Iglesia primitiva. Y ser�is tambi�n fermento de esp�ritu misionero para las Iglesias m�s antiguas. Por su parte, los misioneros reflexionan sobre el deber de ser santos, que el don de la vocaci�n les pide, renovando constantemente su esp�ritu y actualizando tambi�n su formaci�n doctrinal y pastoral. El misionero ha de ser un "contemplativo en acci�n". El halla respuesta a los problemas a la luz de la Palabra de Dios y con la oraci�n personal y comunitaria. El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que en el futuro de la misi�n depende en gran parte de la contemplaci�n. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo cre�ble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los Ap�stoles: "Lo que contemplamos. ..acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos"(l Jn. l,l-3). El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas. Jes�s instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indic�ndoles los caminos de la misi�n: pobreza, mansedumbre, aceptaci�n de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, las indica precisamente las Bienaventuranzas, practicadas en la vida apost�lica (Mt. 5,1-12).Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que �l lo ha acogido. La caracter�stica de toda la vida misionera aut�ntica es la alegr�a interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la "Buena Nueva" ha de ser un hombre que a encontrado en Cristo la verdadera esperanza.

IX CONCLUSION

|p92 Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva �poca misionera, que llegar� a ser un d�a radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las j�venes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desaf�os de nuestro tiempo. Como los Ap�stoles despu�s de la Ascensi�n de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cen�culo con "Mar�a, la Madre de Jes�s"(Act. 1,14), para implorar el Esp�ritu y obtener fuerzas y valor para cumplir el mandato misionero. Tambi�n nosotros, mucho m�s que los Ap�stoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Esp�ritu. En v�speras del tercer milenio, toda la Iglesia es invitada a vivir m�s profundamente el misterio de Cristo, colaborando con gratitud en la obra de salvaci�n. Esto lo hace con Mar�a y como Mar�a, su madre y modelo: es ella, Mar�a, el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que est�n animados todos aquellos que, en la misi�n apost�lica de la Iglesia, cooperan a la regeneraci�n de los hombres. Por esto, "la Iglesia, confortada por la presencia de Cristo,camina en el tiempo hacia la consumaci�n de los siglos y va al encuentro del Se�or que llega. Pero en este camino...procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen Mar�a"(177). A la "mediaci�n de Mar�a, orientada plenamente hacia Cristo y encaminada a la revelaci�n de su poder salv�fico"(178), conf�o la Iglesia y, en particular, aquellos que se dedican a cumplir el mandato misionero en el mundo de hoy. Como cristo envi� a sus Ap�stoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Esp�ritu Santo, as�, mientras renuevo el mismo mandato, imparto a todos vosotros la Bendici�n Apost�lica, en el nombre de la Sant�sima Trinidad. Am�n.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el d�a 7 de diciembre, XXV aniversario del Decreto Ad gentes, del a�o 1990, decimotercero de mi Pontificado.

Juan Pablo II