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El zoológico de la Biblia: Alrededor de 150 especies animales

- ¿Existen los animales inútiles?

- Las mascotas de los santos

- El más allá y los animales: dudas que inquietan

 

Los animales y su relación con los creyentes



El zoológico de la Biblia: Alrededor de 150 especies animales

Entre los más mencionados están las langostas, las ovejas y las cabras. Los camellos no formaron parte importante de Palestina

Cuando se habla de los animales de la Biblia, la mente suele volar al pasaje de Noé y el arca; la concentración en la embarcación de todos los animales conocidos en aquella zona geográfica habría sido, efectivamente, un espectáculo: «Harás entrar en el arca una pareja de cada especie de seres vivientes, de todo lo que es carne, para que sobrevivan contigo; deberán ser un macho y una hembra» (Gn 6, 19).

Pero no es ni la primera ni la única vez que las Escrituras hacen referencia a los animales. Ya de entrada, la acción creadora del Señor aparece colocándolos en el mundo: «Dios dijo: ‘Que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y animales salvajes de toda especie’. Y así sucedió... Y Dios vio que esto era bueno» (Gn 1, 24-25).

DIVERSIDAD ADMIRABLE

Nadie sabe cuántos tipos diferentes de animales había en los tiempos y parajes bíblicos. Así como hasta 2008 —a pesar de todos los adelantos de la ciencia moderna— apenas estaban clasificadas en todo el planeta un millón 666 mil 576 especies animales, a pesar de que los científicos calculan que existen hoy por lo menos diez millones de animales distintos, la situación en Medio Oriente en tiempos bíblicos no era distinta en cuanto a retraso taxonómico.

La Biblia, que no es ni pretende ser un libro científico, menciona un gran número de especies animales. La Enciclopedia Católica Online, de Aciprensa, en el título «Animales de la Biblia», contabiliza unas 150 especies más o menos, descontando los sinónimos y los animales mitológicos.

La cantidad de tipos diferentes de especies vivas (virus, bacterias, protistas, hongos, plantas y animales) que han habitado alguna vez el planeta Tierra es absolutamente asombrosa: alrededor de cuatro billones (o sea, cuatro millones de millones), lo que demuestra una vez más que Dios no está limitado ni puede estarlo jamás; que su amor creador es inagotable.

No son los dinosaurios los animales más antiguos que han existido en el mundo; éstos fueron bastante posteriores. Los hombres de ciencia constantemente están descubriendo fósiles de animales desconocidos, de manera que el galardón al «animal más antiguo» cambia bastante seguido. A mediados de 2010 se hizo público el descubrimiento de fósiles de unas esponjas primitivas de hace unos 650 millones, las cuales se llevaron el título del «animal más antiguo» conocido hasta la fecha.

¿Por qué Dios ha permitido que desaparezcan tantas especies animales mientras permite que otras sobrevivan? Eso es un misterio; pero hay un buen repertorio de los llamados «fósiles vivientes» que aún continúan acompañando el andar del mundo. Por mencionar algunos: el cangrejo herradura o cangrejo bayoneta, con 445 millones de años de antigüedad; el tiburón anguila, que desde hace 140 millones de años tiene presencia en los mares; los cocodrilos, existentes desde hace unos 200 millones de años; el tuátara de Nueva Zelanda, un lindo reptil que también data de hace 200 millones de años; y el tlacuache o zarigüeya, que es el mamífero marsupial más antiguo, con unos 80 millones de años de existencia y, por tanto, anterior a muchos dinosaurios.

LOS MÁS POPULARES

Hay animales que se mencionan en la Biblia sólo porque aparecen en la lista de los animales «impuros» (Lv 11, 1-31), entre ellos: el quebrantahuesos, el milano, el halcón, el avestruz, la golondrina, la gaviota, la lechuza, el búho, el pelícano, el buitre, la cigüeña, la garza, el murciélago, el ratón, el camaleón y la lagartija.

Otros animales, en cambio, han jugado un papel más importante en la historia de la salvación.

Las langostas (saltamontes), por ejemplo, son mencionadas 56 veces en la Biblia, ya sea por su poder destructor como plagas, o bien por su utilidad como alimento; basta recordar que para san Juan Bautista las langostas eran su alimento proteico (cfr. Mt 3, 4).

Las ovejas constituyeron siempre parte integrante del escenario bíblico, son mencionadas más de 500 veces; aparecen, junto con las cabras, desde el libro del Génesis. En toda la Biblia la oveja tiene una gran significación metafórica. El propio Dios es señalado bajo la figura de un cordero: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29); «Estaba en pie un Cordero, como inmolado» (Ap 5, 6).

La cabra o carnero, se criaba juntamente con las ovejas, y llenaba los mismos requisitos de utilidad en el culto israelita; a pesar de que se suele asociar la pascua judía con un cordero, en el libro del Éxodo quedó establecido que se podía inmolar o comer para esa fiesta lo mismo un cordero que un cabrito. Sin embargo, así como el cordero acabó por significar pureza y docilidad, la cabra acabó por convertirse en símbolo de rebeldía; de ahí que Jesús habla de que en el Juicio Final separará a buenos y malos como se separa a las ovejas de los cabritos (cfr. Mt 25, 32-33).

El cerdo es otro animal que adquirió un simbolismo bastante negativo. A los hijos de Israel se les prohibió que comieran la carne no sólo de este animal sino de otros (cfr. Lv 11, 7; Dt 14, 8), pero acabó por ser concebido entre los judíos como el prototipo de todo lo repugnante, lo despreciable y odiado.

El camello también era un animal impuro, de manera que no se le podía comer. Pero, a pesar de su inigualable utilidad como animal de carga (puede transportar alrededor de 200 kilogramos además del jinete, pero sólo la mitad de este peso en zonas desérticas, y recorrer 45 kilómetros por día), hubo largos períodos en los que estuvo ausente de Egipto, por lo que tampoco jugó un papel entre los israelitas, aunque el rey David tenía camellos. No parece que se haya popularizado nunca como animal de tiro entre los hebreos, quienes siempre prefirieron el humilde asno —el caballo era un animal de guerra—. El camello es mencionado más de 50 veces en el Antiguo Testamento, pero sólo seis en el Nuevo Testamento: dos con referencia literal, y otras cuatro como referencia simbólica en los dichos de Jesucristo.

D. R. G. B.



¿Existen los animales inútiles? La clasificación de san Agustín

Por Diana R. García B.

Hay animales que se antojan bastante inútiles o francamente perjudiciales. Las cucarachas, por ejemplo, verdaderas plagas, portadoras de hasta 40 tipos de bacterias potencialmente mortales tanto para el hombre como para otros animales. Estos bichos existen desde hace 350 millones de años, y uno se pregunta por qué Dios no permitió que, por ejemplo, se extinguieran junto con los dinosaurios.

Las clasificaciones que se han hecho de los animales han variado mucho con los siglos. San Agustín, en el siglo IV, los dividía en útiles, peligrosos y superfluos, según su relación con el ser humano.

Pero, aun cuando no siempre se note a simple vista la utilidad de un cierto animal, la verdad es que todos juegan un papel importante en el planeta. Así, piojos, ácaros, larvas de mosca..., se encargan de comerse la piel muerta. Aun los venenosos, como los escorpiones, las serpientes o las abejas, son indispensables para mantener el equilibrio ecológico, y hoy se utilizan para contrarrestar diversas enfermedades, como el cáncer, trastornos de la coagulación y la esclerosis múltiple.

¿Que para qué sirven las cucarachas? Un estudio de la Universidad de Nottingham, Inglaterra, hecho con cerebros de estos insectos y de langostas, descubrió varios compuestos químicos tan potentes que pueden eliminar las superbacterias, es decir, aquellas que se han mostrado resistentes a todos los antibióticos.

No cabe duda de que Dios sabe lo que hace.



Las mascotas de los santos

ALGUNAS INCLUSO MOSTRARON, POR EL PODER DE DIOS, UN COMPORTAMIENTO SOBRENATURAL

La palabra mascota procede del francés mascotte, que se utiliza para nombrar al animal de compañía. Muchos hombres y mujeres de vida santa tuvieron relación frecuente o esporádica con animales, los cuales en ocasiones hasta asumieron comportamientos que escapaban por completo de lo natural, dando así una importante lección a los hombres. A fin de cuentas, hay un solo Creador y Señor del universo, y Ése es Dios, a quien todo se le somete.

Jesucristo mostró en más de una ocasión su señorío absoluto sobre todo lo creado (mar calmado a una orden suya, terremoto al momento de su muerte, etc.), también sobre los animales. Basta recordar las dos pescas milagrosas, una ocurrida al inicio de su vida pública y otra después de su resurrección (cfr. Lc 5, 1-11; Jn 21, 1-14).

El Señor prometió a sus discípulos: «Les aseguro que el que cree en Mí hará también las obras que Yo hago, y aún mayores, porque Yo me voy al Padre» (Jn 14, 12). Y pasajes como éstos, ocurridos en la vida de los santos, dan fe de la promesa cumplida:

EL LOBO DE GUBBIO

Es famoso lo que aconteció con san Francisco de Asís cuando vivía en la ciudad de Gubbio. Merodeaba la zona un lobo muy grande y feroz, que no sólo devoraba animales sino también a los hombres, por lo que todos estaban atemorizados.

Entonces el santo, poniendo toda su confianza en Dios, fue en busca del lobo y le dijo: «Ven aquí, hermano lobo; te mando de parte de Cristo que no hagas daño ni a mí ni a nadie». De inmediato el lobo se comportó dócil como un cordero, y san Francisco se lo llevó a la ciudad, cuyos habitantes se encargaron de alimentarlo.

A diferencia de lo que dice el hermoso poema de Rubén Darío, Los motivos del lobo, el animal no volvió nunca a sus fieras cacerías sino que vivió con el santo y, dos años más tarde, murió de viejo.

SEBASTIÁN Y LOS BUEYES

El beato mexicano (nacido en España) Sebastián de Aparicio llevó una vida ejemplar de servicio en el centro de México, especialmente en Puebla. Pensando siempre en el bien común, abría brechas y carreteras, y, como era el limosnero de su convento, viajaba en su carreta tirada por bueyes, distribuyendo limosnas por todos lados, incluso a los animales.

Cuentan sus biógrafos que los mismos jóvenes estudiantes franciscanos se entretenían llevándole forraje a fray Sebastián para que lo distribuyera entre el ganado, y que todos los bueyes, por turno, iban recibiendo el alimento de su mano, sin tratar de arrebatárselo entre sí, y que obedecían a la voz del beato.

Aun cuando ya era muy anciano (falleció a los 98 años) nunca tuvo dificultad para controlar a los bueyes: los llamaba para uncirlos al carro, y ellos venían sin resistencia. En sus largos viajes, por las noches los dejaba en libertad mientras él oraba y luego se echaba a descansar debajo de la carreta, pero ya antes les advertía que no entraran en los sembrados ni pelearan, y obedecían. En la mañana siempre estaban de vuelta a tiempo para empezar el trabajo.

Cuando le hacía falta algún buey a fin de acarrear piedras, lo pedía prestado. A veces sus dueños le advertían de la bravura de alguno de estos animales, pero fray Sebastián simplemente se quitaba su cordón franciscano de la cintura, se lo ponía en el cuello al buey, y automáticamente éste se comportaba dócil y obediente.

LOS PECES Y ANTONIO

Le sucedió a otro franciscano, san Antonio de Padua, que estaba predicando pero los oyentes se burlaron y lo rechazaron. Entonces fray Antonio se fue al río considerando que valía más la pena predicar a los peces que a los hombres de corazón duro. En la orilla comenzó a predicar con gran fervor, y los peces se acercaron y amontonaron cerca del predicador, sacando fuera del agua la parte superior de sus cuerpos, mirando atentamente al santo, y no se marcharon sino hasta que terminó la predicación y san Antonio los bendijo.

NO SÓLO FRANCISCANOS

Pero no sólo los santos franciscanos han tenido alguna experiencia singular con los animales. Aquí se mencionan apenas unos cuantos y breves ejemplos:

San Roberto de Molesmes iba a celebrar Misa de camino a Allanches, Francia, pero su compañero se quejó de que aún no habían comido y no tenían nada para comer; pero san Roberto insistió en primero celebrar Misa y luego solucionar el otro asunto. Aún no había llegado al Prefacio cuando un águila dejó caer un gran pescado, que después de la Eucaristía alimentó a ambos.

Santa Julvette ordenó a los pájaros dejar de dañar las cosechas de los pobres, y las aves obedecieron. Otra vez ella conjuró a un ciervo que entraba a las aldeas destrozándolo todo, y el animal regresó para siempre al bosque.

A san Gildas de Bretaña le llevaban los perros rabiosos a su presencia, y los curaba. Una vez, como estaba predicando, no pudo interrumpirse para curar a un rabioso can, y éste mordió a su dueño a pesar de lo cual no enfermó. Por algo san Gildas es el santo patrono contra la rabia.

San Estanislao de Cracovia, obispo y mártir, fue mutilado y su cadáver puesto a la intemperie para que los cuervos se lo comieran. Pero dos águilas blancas se posaron junto al cuerpo desmembrado, impidiéndolo.

Un oso se llevó la ropa de san Gisleno mientras éste se bañaba en un río. Unas águilas preservaron su modestia obligando al oso a devolver la vestimenta.

San Félix de Nola era perseguido y se ocultó en una cueva. Rápidamente una araña tejió su tela en la entrada, por lo que sus perseguidores no lo buscaron allí, pensando que nadie habría podido entrar sin romper la telaraña.

Una cierva acompañaba siempre al irlandés san Kevin cuando se dirigía a su gruta; este abad casi siempre estaba en el bosque o en la llanura con los animales.

San Hugo de Lincoln amansó a un cisne muy salvaje que, desde entonces, le acompañó siempre.

Un cuervo salvó a san Benito de Nursia arrebatándole un pastel envenenado que le habían regalado.

San Basilio «El Joven» fue echado a los leones, pero como éstos no le hicieron daño, fue arrojado al mar, donde unos delfines lo devolvieron a tierra sano y salvo.

San Gregorio Ostiense hizo desaparecer una plaga de langostas en Nájera y Logroño.

De camino a Roma un oso mató el caballo de san Corbiniano, por lo que el santo cargó al plantígrado con sus bultos y se montó sobre él. San Corbiniano es el padre espiritual de la arquidiócesis de Munich-Freising, de donde fue arzobispo Benedicto XVI; por esta razón el Papa conservó en su escudo el dibujo de este animal.



El más allá y los animales: dudas que inquietan

1) ¿TIENEN ALMA?

La palabra «alma» proviene del latín anima, que se refiere al componente inmaterial de los seres animados. Los animales son seres animados, y de hecho la palabra «animal» se deriva de «ánima». Los animales tienen, pues, un alma (doctrina que recordó Juan Pablo II en 1990); pero su alma no es inmortal, no es espiritual (no tiene espíritu), como la del hombre.

Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «a veces se acostumbra distinguir entre alma y espíritu... La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma. ‘Espíritu’ significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios» (n. 367)

2) ¿LOS ANIMALES VAN AL CIELO?

Hay casos de animales tan fieles a sus amos —hasta dan la vida por ellos— que es difícil no sentir un gran afecto por tales criaturas irracionales. En casos como éstos la gente se pregunta: ¿Mi mascota se ha ido al Cielo? ¿Estaré con ella cuando me muera? De hecho, hay quienes sienten que el Cielo no es un lugar tan deseable si sus amados animales no van a acompañarlos.

De entrada hay que recordar que el Cielo sobrepasa en belleza y en felicidad a todo lo que el ser humano es siquiera capaz de imaginar: «Nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar aquello que Dios preparó para los que lo aman» (I Co 2, 9). Suponer que sin la presencia de la mascota amada no se puede ser totalmente feliz en la Vida Eterna es tener un concepto muy, pero muy pobre, de Dios, quien «lo llena todo en todos» (Ef 1, 23).

Por otro lado, el alma animal no es inmortal (a diferencia del alma humana); una vez que muere acaba su existencia. Los animales no fueron creados para un fin eterno sino temporal, aunque ciertamente glorifican a Dios con su sola existencia, pues así exaltan la magnificencia divina —lo mismo que los astros, las plantas, las montañas, la lluvia, etc. (cfr. Dn 3, 57-87)—, y también a través del servicio que prestan al hombre, pues fueron creados como una ayuda para él (cfr. Gn 2, 18-20).

Si bien los animales no van al Cielo, puesto que es un premio espiritual (ligado al cuerpo sólo tras el Juicio Final) y ellos carecen de espíritu, tampoco son condenados al Infierno porque carecen de pecado. Es un error creer que si no van al Cielo es porque Dios es injusto con ellos, como si les estuviera causando un daño. El Señor no odia a los animales —al contrario, ama todo lo que ha creado, animado o inanimado— y por tanto no los condena a ninguna clase de infelicidad eterna. Cuando mueren simplemente dejan de existir.

3) ¿ACASO PUEDEN VER FANTASMAS?

Está comprobado científicamente que los animales ven diferente de como ven los seres humanos. Y pocas dudas caben de que son capaces de ver o presentir cosas que sus amos no pueden, como la muerte inminente de una persona, un ataque epiléptico, la presencia de cáncer, la inminencia de un coma diabético, etc.

¿Y qué del mundo sobrenatural o preternatural? El parapsicólogo estadounidense Robert Morris experimentó con animales (un perro, un gato, una serpiente de cascabel y una rata) metiéndolos en una casa «embrujada», justo en la habitación donde se había cometido un homicidio. Según reportó, el perro gruñó y salió de ahí, y fue imposible convencerlo para que entrara de nuevo. Al gato, en su turno, se le erizó el pelo y de puro miedo le clavó las uñas a su amo, que lo cargaba en brazos, al tiempo que miraba a un punto concreto. En cuanto a la serpiente de cascabel, adoptó una postura de ataque dirigida hacia el mismo lugar de la habitación que había estado mirando el gato. Por último, sólo la rata se mostró totalmente indiferente a aquella habitación.

Así, al parecer, no todos los animales serían capaces de percibir cuestiones del «más allá», pero el tema se ha vuelto tan popular que en Estados Unidos ya hay una escuela para perros destinada a formar canes «cazafantasmas».

Cuenta un sacerdote exorcista: «Tuve un gato que era extrovertido, alegre, muy animoso; se movía por todas partes. Y recuerdo que un día dije: ‘¿Qué está pasando?’. Era de noche y vi que el gato estaba detrás de una cortina literalmente temblando de miedo, acurrucado y mirando a un punto concreto. Algo estaba mirando, e incluso, al llegar yo, no dejó de mirar a ese punto». Y añade: «Con los gatos he visto alguna cosa más porque hay animales que perciben lo espiritual; pero son pequeñas cosas».

Le preguntaron a María Simma, la mística que veía las almas purgantes: «¿Los animales son sensibles a la presencia de las ánimas del Purgatorio?», a lo que respondió: «Sí, especialmente los caballos, los perros y las gallinas. Conozco muchos casos en que los caballos claramente rehusaron pasar frente a edificios en donde luego se descubrió que las ánimas se manifestaban para llamar la atención [a fin de que se intercediera por ellas]».

Por su parte, el padre Gabriel Amorth, exorcista de Roma, dice que en un lugar con presunta manifestación de espíritus «es importante el comportamiento de los animales domésticos. Sucede a menudo que, cuando se tiene la impresión de que alguien se encuentra en nuestra propia estancia, el gato o el perro mantienen fija la mirada hacia un cierto punto; y puede que tal vez huyan aterrorizados, como si aquel ser misterioso se acercara a ellos. Podría narrar muchos casos interesantes... Por el momento me basta decir que, en mi opinión, los animales no ven nada en concreto, sino que poseen una mayor sensibilidad que el hombre para notar una eventual presencia».

La Biblia, por cierto, narra el caso de una burra que pudo ver una presencia espiritual, pero no terrorífica, sino de un ángel; se narra en el libro de los Números. A Balaam le había encomendado el rey de Moab la tarea de maldecir a los israelitas. Balaam montó su burra para hacer el encargo, pero un ángel se interpuso en el camino para estorbarle y el animal no avanzaba o se salía del camino a pesar de los golpes que le daba su amo (cfr. Nm 22, 22-23). Finalmente, según la tradición yahvista, la burra habla a Balaam, reclamándole, y Dios abre los ojos de Balaam permitiéndole ver al ángel.

4) ¿QUÉ PIENSA SATANÁS DE LOS ANIMALES?

Así como Jesucristo es presentado simbólicamente como el Cordero, Satanás es presentado bajo la figura de serpiente.

Diversos santos tuvieron que soportar las insidias de demonios que adoptaban la forma de animales. A santa Viridiana se le presentaron como dos serpientes, y a santo Domingo de Guzmán en forma de gato apestoso a azufre. Sin embargo, la figura de perro ha sido quizá la más empleada por el diablo; de ese modo se apareció a santa Rosa de Lima, a san Estanislao Kostka, a san Juan María Vianney o a santa María Francisca de las Cinco Llagas, por ejemplo.

Pero eso no significa que Satanás tenga aprecio por estos animales. Por el contrario, dice santa Hildegarda, quien pronto será declarada doctora de la Iglesia, el diablo no sólo odia al hombre sino también «a todas las demás criaturas que son de valía entre los ganados y en los pastizales, y a las que son limpias y las que son útiles».

Maria Simma, mística austriaca contemporánea, está de acuerdo con santa Hildegarda, añadiendo que «Satanás odia más al perro que a ningún otro animal porque es tan amigo del hombre». Y añade: «Es bueno y definitivamente útil orar por los animales enfermos... Podemos rezar por su tranquilidad y por su salud; debemos también bendecirlos porque Satanás odia a quien está cerca de nosotros y quien nos ayuda».

Llevar a bendecir a los animales el día de san Antonio Abad a los templos es una buena costumbre, aunque algunos se burlen diciendo que eso es un «bautismo de animales»


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