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Domingo 3 de Adviento A - ¿Eres tú el que ha de venir?: Comentarios de Sabios y Santos para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 

A su servicio
Exégesis: José María Solé Roma, C.M.F. - Tercer Domingo de Adviento

Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - La misión de San Juan Bautista

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Las Turbas sospecharon de Juan

Aplicación: San Juan Pablo II - Invitación insistente a la alegría

Aplicación: Benedicto XVI - ¿También hoy es posible esta alegría?

Aplicación: San Juan Pablo II - El Señor está cerca

Aplicación: Benedicto XVI - Constancia y paciencia

Aplicación: S.S. Francisco p.p. - El Señor está cerca

Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Que todos los hombres se salven

Directorio Homilético - Tercer domingo de Adviento

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: José María Solé Roma, C.M.F. - Tercer Domingo de Adviento

Isaías 35, 1-6. 10:
Isaías nos presenta otra bellísima panorámica de la Era Mesiánica. El estilo poético y los símbolos sumamente expresivos nos facilitan la interpretación de tan rico pasaje:

Así como el pecado introdujo la maldición y convirtió la tierra en erial de espinas, así el Mesías trae la "Bendición" y trueca la tierra en vergel. Vergel en que las arboledas y los jardines primaverales (2), los límpidos manantiales y los caudalosos ríos (7), deben ser interpretados y transportados a escala espiritual y sobrenatural.

La Era Mesiánica, clara contrapartida de la Era de pecado iniciada por Adán, nos trae también la liberación plena de nuestra vieja esclavitud. Ya no estaremos bajo el yugo tiránico del pecado. El Mesías abre el "nuevo camino de santidad" (8). Sus "redimidos" caminarán por esta senda amplia y libre, seguros, puros, gozosos: "Alegría y gozo rebosan. Desaparecieron la tristeza y las lágrimas" (10). San Juan, en el Apocalipsis, nos declara cómo todo esto se cumple ya en la Iglesia peregrina. Bien que el cumplimiento pleno y definitivo se nos dará en la Iglesia triunfante. Pero tenemos ya al presente, en virtud de la Redención de Cristo, las primicias y el pregusto (Ap 7, 14; 7, 17).
No sería perfecta la Era Mesiánica si con el pecado no quedaran extirpadas sus secuelas: el dolor las enfermedades y la muerte. El Profeta describe cómo ciegos, sordos, mudos y paralíticos (5) recobran cumplida salud. Jesús-Mesías realizará innúmeras curaciones milagrosas de ciegos, mudos, sordos, paralíticos, y hasta resurrecciones de muertos, para expresarnos la Redención cumplida que Él nos trae; y con esto nos invita a disponemos y a abrirnos a ella. La gozaremos en la etapa final y eterna de la Era Mesiánica: Qui primo adventu in humilitate carnis assumptae, dispositionis antiquae munus implevit, nobisque salutis perpetuae tramitem reseravit (Pref).

Santiago 5, 7-10:
El Apóstol Santiago traza un programa de vida cristiana. El cristiano es un peregrino que se dirige al encuentro del Señor. Un siervo siempre en vela aguardando la llegada de su Señor:

La orientación y la tensión escatológica de la vida cristiana comporta: Una fe serena y una esperanza firme de los bienes eternos: "El Señor está próximo" (8b). El Advenimiento del Señor, siempre incierto cuanto a la hora y siempre próximo e inminente por cuanto para cada uno la hora incierta de la muerte es asimismo la del encuentro personal con el Señor, nos obliga a esperarle en perenne vela de fervor (cfr 1 Ped 4, 7).

A la vez la vida cristiana es ejercicio continuo de paciencia, constancia y longanimidad: "Hermanos, tened longanimidad hasta el Advenimiento del Señor" (7a). Estamos sometidos a recias pruebas, tentaciones, seducciones, persecuciones. Pero todo lo soportamos y superamos con la mirada fija en el Supremo Juez: "Ved que el Juez está ya a la puerta, y va a galardonar todos vuestros sacrificios, todas nuestras victorias: "Hermanos míos, considerad una suprema dicha el veros envueltos en todo género de pruebas. Sabed que vuestra fe sometida a prueba produce perseverancia. Esta perseverancia acrisolada produce obras acabadas y os hace perfectos y consumados sin la mínima deficiencia" (Jac I, 2-4; cfr 2 Tim 4, 8).

Santiago ilustra esta bella doctrina de la paciencia con modelos de la vida social y de la vida religiosa. En la vida social es modelo de paciencia y esperanza el agricultor: "Ved cómo el agricultor aguarda el precioso fruto de la tierra, esperándolo pacientemente; y aguarda del cielo la lluvia temprana y la tardía" (7b). En la vida religiosa tenemos modelos admirables en los Profetas (10). Esperemos como ellos con fe constante la "Parusía". La Eucaristía es a la vez sacramento de fe y viático de vigor en nuestra vida de peregrinos.

Mateo 11, 2-11:
Pasaje evangélico sumamente interesante porque nos orienta e ilumina en la valorización e interpretación de la persona de Cristo y de su obra:
La realidad del Mesías supera tanto cuanto los Profetas más iluminados pudieron conocer, que incluso el Bautista, su Precursor, se halla desconcertado. En Mateo, 3, 10-12 tenemos la presentación que el Bautista hace del Mesías. Y el Mesías justiciero, discriminador de justos e impíos, se presenta ahora Maestro manso y humilde, predicador del programa de las "Bienaventuranzas", perdonador de pecados, amigo de publicanos y pecadores, sembrador de bondad y misericordia hasta el derroche. ¿Y por qué no protesta airado contra Herodes? ¿Y por qué no abre las puertas de la cárcel a Juan? El mensaje de Juan a Jesús a la vez que pide una respuesta orientadora para los discípulos de Juan, indica la pasión espiritual, el Getsemaní, que pasa el alma del Precursor.

Jesús ilumina la noche de Juan. El cumple las profecías Mesiánicas con una fidelidad y a la vez con una plenitud que sobrepasa cuanto pudieron conocer los Profetas (5). Toda la Escritura habla de Él; pero su sentido debe ser transportado a clave espiritual y divina. Él es el Mesías-Redentor-Salvador.
Juan Bautista encarcelado en la fortaleza de Maqueronte por Herodes Antipas, debe ser ahora precursor de Cristo crucificado como lo fue antes de Cristo Redentor. La respuesta que Jesús da a los discípulos del Precursor, iluminará la noche de su cárcel y le vigorizará para el próximo martirio. Así cumple que selle su testimonio el heraldo valiente y fiel.

Jesús nos dice el lugar que el Bautista ocupa en esta economía Mesiánica. De entre todos los que han precedido al Mesías y han preparado sus caminos es Juan el más noble y el más grande. Precursor inmediato del Mesías Maestro, ahora en cárcel y muerte, va a serlo del Mesías Crucificado: Bienaventurado quien no se escandaliza en tal Mesías (10).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979)


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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - La misión de San Juan Bautista

El ano litúrgico se abre con el Adviento que significa Venida o Llegada. La Iglesia abre y cierra el ciclo litúrgico con un evangelio acerca de la Segunda Venida de Cristo o sea la Parusía; y durante las otras tres semanas del Advenimiento, lee tres evangelios acerca de San Juan Bautista, el nuncio de la Primera Venida de Cristo llamado el Precursor. Ellos contienen el primero, tercero y cuarto testimonio que dio el Bautizador solemnemente de que el Rabbi Ieshua de Nazareth era realmente "El que había de venir", el Esperado; en aquel tiempo, ansiosa y nerviosamente esperado y ahora también; por los que conservan aquella antigua fe.

Lo malo para comentarlos es que no están en ese orden, sino al revés: primero está el último, el testimonio que dio definitivamente desde el calabozo, licenciando a sus discípulos para que fuesen a Cristo; al cual testimonio Cristo respondió dando testimonio a su vez de su humilde precursor con una gran alabanza, pero no lo libró de la cárcel. Este es el evangelio de hoy. Después viene el que dio a los fariseos; y por último el que dio ante todo el pueblo, desde el comienzo de su predicación, anunciando que había que prepararse enérgicamente porque había llegado el tiempo en que "toda la carne vería el divino Salud-Dador". Ante todo el pueblo es un decir, porque los que se congregaban en la ribera del Jordán cerca de Betsaida, donde el salvaje nazareno bautizaba y clamaba, eran más bien pocos, de a grupitos; pero había allí de todas las profesiones y clases sociales, incluso fariseos; y hasta el mismo Herodes Antipas cayó allí una vez, por desgracia. De a grupitos pasaron por allí, al final, muchísimos; todo el pueblo, puede decirse (éste es el evangelio del traspróximo Domingo).

Así, pues, mientras Jesús trabajaba con sus manos oscuramente en el taller de Nazareth, apareció en una playita del río llena de cañas y sicomoros un desconocido venido del desierto, que podríamos llamar ermitaño, con larga melena nazarena, una piel de camello por vestido y un físico enjuto y quemado por el sol y las privaciones, pero de un coraje y una potencia extraordinaria: "salvaje magnético" lo llama Papini; "endemoniado" lo llamaron a poco andar los fariseos. Este profeta poderoso austero humilde, que fue mártir de la moral natural, y no hizo otra cosa en su vida que "allanar los caminos" para otro, suscitó una gran expectación, tanto que algunos creyeron era el Mesías; y un fuerte movimiento religioso, del cual benefició Cristo. Antes de predicar la moral divina, había que "enderezar los senderos" de la moral natural. El Bautista es la rectitud moral y la humildad llevadas al heroísmo; él predica la ley natural así como su Bautizado número uno promulgará más tarde la ley divina; los dos luchan contra la seudo Ley anquilosada y corrompida de los fariseos. Los temas de Juan son solamente tres: 1) Haced penitencia; 2) el Tiempo ha llegado de la Venida; 3) vosotros "raza de víboras", ¿qué os habéis pensado?

Lo primero que hizo Cristo después de despedirse de su madre viuda y dejar el taller ("a su hermano Jacobo" dice Schalom Asch) fue recibir el bautismo de la penitencia, conexión visible y solemne de su misión con la de Yohanan; y por él con todos los antiguos profetas y todo el Antiguo Testamento. Como nota San Agustín la religión ("la Ciudad de Dios") es una sola; y se remonta hasta el principio del mundo, conectados todos sus tramos por nexos perspicuos y solemnes; Adán, Abraham, Moisés, Los Profetas, Juan Bautista, Cristo. Para ensenarla hay que tener autoridad y la autoridad no se inventa, se recibe. Allí en ese bautismo que tuvo lugar una tarde cualquiera de un día cualquiera ante un grupo de cualesquiera, sucedió la primera revelación del último Tramo de la Religión, el definitivo, tras el cual no hay ya que esperar otro, revelación que el mismo Juan necesitaba, pues "Aquel sobre quien descendiera el Espíritu, Ese es", le había sido dicho por el Espíritu en el desierto. Y así Cristo en toda su carrera se refiere siempre a esa primera revelación y vínculo legitimante ("¿Con qué autoridad dices estas cosas?".) Tú te has inventado una autoridad que nosotros no te hemos dado. "Con la autoridad que me dio mi Padre."

"Éste es mi hijo querido en quien están todas mis complacencias. Oídle a El"[1] El origen de mi confusión es que algunas exégesis modernos conjeturan que en las dos ocasiones la voz del Padre fue la misma; y los Evangelistas reservaron la pequeña añadidura "oídle" -que de rodos modos está implícita en la teofanía del Bautismo- para la ocasión más solemne; basándose para ello en la autoridad del Codex Beza. No me parece probable esta conjetura. Ver sobre esto John O'Flynn y Reverendo A. Jones en Ca Scripture, Nelson, London., dijo el trueno del cielo, al mismo tiempo que una luz en forma de paloma se cernía sobre los dos humildes nazarenos, inmergidos el agua hasta las rodillas, como lo hemos visto tantas veces... gracias a los pintores.

No se entiende nada del Bautismo de Cristo si no se atiende a esta necesidad de la autoridad religiosa. "Yo no me he enviado, Dios me ha enviado" debe poder decir el Apóstol; y eso significa Apóstol: Enviado. "Tú no tienes necesidad de bautismo", dijo Juan a Jesús; "Deja eso ahora", le replicó éste. Necesitábamos nosotros ese nexo de la autoridad religiosa.

No siempre que Dios envía un hombre con una misión peligrosa avisa previamente a las autoridades. A veces lo autoriza Él mismo, o con la santidad de su vida, o con milagros; y las autoridades deben arreglarse con sus propios medios a reconocerlo. Si lo desprecian, Dios permite que caigan en el peor error, y cometan el crimen más horroroso, que es matar a un hombre de Dios -por el hecho de ser de Dios- en nombre de Dios. Entonces un desastre espantoso se desploma sobre esta gente y sobre el pueblo que representan, podrido como ellos. Pobre Argentina, que no escuchas a tus maestros, desprecias a los precursores y matas a los profetas. "Los fariseos -dice el Evangelista- despreciaron a Juan, y no recibieron el bautismo de penitencia, con lo cual se embromaron", y rehuyeron la sabiduría "la cual se justificó después por sus obras", es decir, por las obras milagrosas que hizo Cristo. Desde entonces comenzaron las violentas imprecaciones de Juan contra los jefes espirituales de la nación; pero no sin que antes el profeta hubiese dado llana y modestamente cuenta y razón de sí mismo a la delegación oficial de estos jefes oficiales, que se le aproximó cuando ya su nombre corría indetenible entre las gentes religiosas, que lo tenían por el Mesías, unos; por Elías el segundo Precursor, otros; y por un gran profeta, todos. La única profecía que hizo Juan fue reconocer al Mesías como Mesías; no es poco. Es todo, si se quiere.

"Si queréis, él es ciertamente el Elías, el que ha de venir; pero esto que os digo es misterioso", dijo Cristo como última palabra acerca de Juan; el cual ya entonces (al fin del primer año, primera misión de Galilea, después de la primera resurrección de un muerto) estaba en el sótano del palacio de Herodes, sin hacerse ilusiones acerca de su futuro "Conviene que el Otro crezca y yo mengüe." Juan cerró entonces su misión entregando el resto de sus discípulos -ya había enviado a otros-, que con ansiedad en torno de él todavía se afanaban desesperanzadamente, al Taumaturgo que desde Cafarnaúm recorría el lago, las aldeas y las colinas. Juan no había hecho ningún milagro; sus discípulos esperaban de el que, rompiendo cerrojos y cadenas, aterrorizase a Herodes y volviese a su puesto del río Jordán. No lo hizo. Pero el Mesías sí había de hacer milagros; era una de las señales que habla puesto acerca de Él el profeta Isaías.

Juan se comporta siempre con una humildad conmovedora; fiero delante de los fariseos, delante de Jesús se hace polvo: "No soy digno ni de atar las cintas de sus sandalias." Así en esta ocasión en vez de responder directamente a sus contusionados secuaces, envía a dos de ellos en su nombre y en representación de todos a Galilea a preguntar al Joven Maestro: "¿Eres Tú el que [desde hace siglos esperamos] ha de venir, o hemos de esperar todavía a otro?". Jesús tampoco respondió directamente -las palabras son pequeñas en algunas ocasiones- sino que prosiguió sin responder su predicación y sus curas delante de los dos johannidas y fi-nalmente dijo: "Andad y anunciad a Juan lo que habéis presenciado: Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados: y dichosos los que de mí no se escandalicen" (es decir, dichosos los que en mí no tropiecen; porque encontrando a Cristo, o se cree, o se da un encontronazo).

Cristo resumió en esta breve respuesta las profecías taumatúrgicas de Isaías de los cantos 29, 35, 61, 13, 26 y sobre todo del canto 5: del cual dos frases literales están aquí: "Los ciegos ven... los pobres son iluminados". Ese es el milagro fundamental de Cristo y de su Iglesia: iluminar. ¡Y ay de la Iglesia cuando los pobres no son iluminados!

Apenas los dos johannidas, exultantes sin duda, zarparon, Cristo canonizó al Bautizador, y le rindió a su vez testimonio. En la turba que lo escuchaba habla quienes escucharon antes a Juan; y a éstos se dirigió: ¿A quién fuisteis a ver en el desierto de Besch-Zeda? ¿A una caña que el viento agita? Decidme ¿qué cosa fuisteis a ver...? ¿A un hombre vestido con elegancia? Los que visten fino están en el Palacio de Gobierno, no en el desierto. Respondedme pues a quién habéis andado a buscar. ¿A un profeta? Sí, así es, a un gran profeta y más que profeta. Éste es aquel de quien tenemos Escritura: He aquí que yo mando delante a mi Enviado, que prepare los caminos delante de Ti...". Es un versículo del profeta Malaquías. Cristo alude a los hombres "influyentes" que andaban por entonces vendiendo palabrería devota, que no tenía efecto alguno, como rumor de cañaveral; y a los Saduceos o progresistas (la secta rival de los Fariseos o separados) que hoy llamaríamos intelectuales que andaban en torno al diletante Herodes Antipas -por lo cual el Evangelio los llama a veces "herodianos"- discutiendo las últimas novedades de la filosofía de la Metrópoli. El de Besch-Zedá era otra cosa.

Cristo lo "canonizó": "Palabra de Honor [excáthedra] ningún hijo de mujer se alzó en el mundo mayor que Juan el Bautista", de donde algunos teólogos han discutido verbosamente si el Bautista es un santo mayor que Abraham o mayor que Moisés, o mayor que San José. Pero Cristo determinó claramente el sentido de sus palabras añadiendo otra exageración -todo Cristo está lleno de exageraciones equilibradas de a dos en dos, como los arcos góticos de una catedral-: "Pero yo os digo que el menor del Reino de los Cielos es mayor que él": con lo cual dijo que la preeminencia de San Juan se entiende solamente sobre todos los profetas del Antiguo Testamento; en efecto, los demás vieron de lejos y entre celajes al Mesías; y éste lo mostró con el dedo... Con Juan se cierran "la Ley y los Profetas" -añadió Cristo- y comienza la Iglesia, no en contra sino encima. Los judíos deberían levantarle una catedral en Jerusalén al Bautista. Y a lo mejor se la levantan, ahora que se están reuniendo todos allá. En Jerusalén en donde lo mataron.

Ninguna catedral mayor que la devoción del pueblo cristiano al híspido profeta de Besch-Zedá: cosa de la mitad de los cristianos del mundo se llaman Juan, sin contar una de las mejores provincias argentinas y contando todos los italianos que se llaman Bachicha ("Aserrín aserrán los maderos de San Juan [algunos dicen "los dineros de San Juan"] ¿dónde están?"). El 24 de junio es en Europa el día más largo del año (el solsticio de verano) y los gentiles celebraban la víspera de ese día al dios Sol, encendiendo hogueras sobre las colinas para matar la noche del todo; y con festejos de alegría y con supersticiones pintorescas. Los cristianos transformaron esa fiesta étnica -cuyas supersticiones no obstante han llegado hasta nosotros- plantando al Precursor en ese día -entre nosotros el más corto del año- y transformando las hogueras de Apolo y Osiris en Las fogatas de San Juan. Pero San Juan no fue el iluminador, no fue el sol, sino a la manera del alba que precede brevemente al sol, en verde, oro y sangre. "No era él la luz, sino para dar testimonio de la Luz", dice de él otro San Juan, el Evangelista.

La idea es que ese día hay que quemar todos los trastos viejos, cachivaches y rezagas que hay en la casa y hacer limpieza de basura e inutilidades; y ese fue justamente el fondo de la prédica del Bautista; "Poner el hacha en la raíz del árbol muerto." ¡Qué andáis con pamplinas, con palabras muertas, con discusiones inútiles, con leyes nimias, con politiquerías pueriles y con pataratas de Reforma, Reacción y Revolución en los momentos en que las bases mismas del mundo se descompaginan todas! Quemad con la penitencia la leña muerta, si queréis obtener luz Cuando veáis que los comunistas queman iglesias, haced vosotros en vuestro corazón las santas fogatas de San Juan. [2]

Los "comunistas" queman iglesias , que les parecen inutilidades, ellos celebran a San Juan a su manera, que no es buena. La buena es quemar las inutilidades del corazón. Cuando los vándalos quemaban iglesias en Roma, San Cipriano escribía a sus obispos: "No os deis afán por edificar templos materiales en los cuales al fin y al cabo sabéis que un día se sentará el Anticristo. Edificad la fe en los pechos, templos que nadie puede quemar."

Con esto no queremos decir que hay que dejarlos no más a los "comunistas" quemar Iglesias. ¡Cuernos!
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 406-412)

[1] La señora Julia de Seydell me advierte amablemente que el inciso "Oídle a él" no está en el Bautismo de Jesús sino en la Transfiguración (Mateo XVII, 1, Marcos IX, 1 y Lucas IX, 28). Reconozco que es así, para ser enteramente exacto.
[2] Cuando se escribió esta homilía, acababa de acontecer en Buenos Aires el episodio de "la quema de las iglesias", que fue imputado oficialmente a "los comunistas".



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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - LAS TURBAS SOSPECHARON DE JUAN

1. El asunto de los discípulos de Juan se había resuelto bien, y se retiraron de la presencia de Jesús confirmados por los milagros que allí mismo le habían visto realizar. Ahora había que corregir también la opinión del pueblo. Los discípulos de Juan nada malo podían sospechar de su maestro; pero aquella muchedumbre ingente pudo sacar las más absurdas consecuencias de la pregunta que a Jesús le dirigieron, pues ignoraban la intención con que Juan los había enviado, y es muy probable que cuchichearan entre sí diciendo: ¿El que dio tan solemnes testimonios ha cambiado ahora de opinión, y está en dudas de si es éste el que ha de venir o hay que esperar a otro? ¿No dirá esto por estar en desacuerdo con Jesús? ¿No se habrá vuelto cobarde a fuerza de cárcel? ¿No serían vanas y sin sentido todas sus palabras anteriores? Como era, pues, muy natural que la gente se forjara sospechas por el estilo, mirad cómo corrige el Señor su flaqueza y elimina todas esas sospechas.

Porque, cuando se marcharon ellos, empezó Jesús a hablar de Juan a las muchedumbres. ¿Por qué cuando aquéllos se marcharon? Para no dar la impresión de que adulaba a Juan. Mas al corregir al pueblo, no saca a relucir lo que éste sospechaba, sino que se contenta con dar la solución a los pensamientos que internamente los agitaban, con lo que les hacía ver que sabía Él los íntimos secretos de todos. Tampoco les dice como a los judíos: ¿Por qué pensáis mal? Porque si es cierto que pensaban mal, no lo pensaban por malicia, sino por ignorancia del sentido de las palabras de Juan. De ahí que tampoco el Señor les habla ásperamente, sino que se contenta con corregir su modo de pensar, hace la apología de Juan y demuestra a las turbas que no había éste abandonado su opinión primera ni se había arrepentido.

JUAN NO ERA UN INCONSTANTE
Porque no era Juan un hombre ligero y versátil, sino muy asentado y firme; no era Juan tal que traicionara la misión que se le había confiado. E intentando el Señor asentar esta verdad, no la prueba de pronto por su propia afirmación, sino, ante todo, por el testimonio mismo del pueblo. Y así no sólo por lo que dijeron, sino también por lo que hicieron, los pone a ellos mismos por testigos de esa firmeza de Juan. De ahí que les diga: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? Como si dijera: ¿Por qué abandonasteis ciudades y casas y os juntasteis como un solo hombre en el desierto? ¿Acaso para ver a un hombre miserable y ligero? Eso no tendría sentido. No es eso lo que demuestra aquel afán, aquel correr todos a una hacia el desierto. Un pueblo tan enorme, tantas ciudades no se hubieran derramado entonces con tanto fervor por el desierto y a lo largo del Jordán, si no hubieran llevado la ilusión de contemplar a un hombre extraordinario, maravilloso y más firme que una roca. No salisteis ciertamente a contemplar una caña agitada por el viento. A una caña, en efecto, se parecen perfectamente los hombres ligeros, los que son fácilmente llevados de acá para allá, los que dicen ahora una cosa y luego otra y no están firmes en nada. Y notad cómo, dejando a un lado el Señor todo otro defecto, sólo les habla de la ligereza que entonces particularmente les hacía a ellos sospechar y cómo les quita todo motivo de suponerla en Juan. ¿Pues qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido de ropas delicadas? Mirad que los que llevan vestidos delicados viven en los palacios de los reyes. Con lo que quiere decir que Juan no era naturalmente versátil. Y esto -viene a decir el Señor-vosotros lo pusisteis de manifiesto con vuestro fervor por ir a verlo. Mas tampoco se puede decir que, sí, Juan era de suyo firme, pero que, habiéndose entregado al placer, se volvió flojo. Los hombres son lo que son, unos por naturaleza, otros porque se hacen.

Por ejemplo, hay quienes son naturalmente iracundos; otros adquieren esa enfermedad de su alma a consecuencia justamente de otra larga enfermedad corporal. Unos, igualmente, son ligeros y fáciles por naturaleza; otros se hacen tales por entregarse al placer y a la molicie. Pero Juan-les dice el Señor-ni es tal por naturaleza, pues no salisteis a ver una caña; ni por haberse entregado al placer, perdió la ventaja que le dio la naturaleza. Que no fue esclavo del placer, bien lo demuestra su vestido, el desierto y la cárcel. Porque, si hubiera querido vestir ropas blandas, no se hubiera ido a morar en el desierto ni se hubiera metido en la cárcel, sino que habría buscado los palacios. Y es así que, con sólo haber callado, hubiera podido gozar de infinitos honores. Porque si aun después que le reprendió; si aun estando en la cárcel, aun le temía Herodes, mucho menos le hubiera castigado de haber él guardado silencio. Si, pues, Juan dio prueba de su firmeza y constancia con sus obras, ¿cómo podía ser justa sospecha alguna en esas virtudes?

LA GRANDEZA DE JUAN BAUTISTA
2. Así, pues, habiendo el Señor caracterizado a Juan por el lugar en que viviera, por el vestido y por el mismo concurso del pueblo hacia él, ahora alega también al profeta. Y en efecto, después de decir: ¿Que salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os lo aseguro, más que un profeta, prosigue: Porque éste es de quien está escrito: Mira que yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino delante de ti. Primero alega el Señor el testimonio de los judíos, y luego acomoda también el del profeta; o, por mejor decir, primero pone el voto de los judíos, que es la mejor demostración, por ser testimonio dado por enemigos; en segundo lugar, la vida de Juan; tercero, su propio juicio; cuarto, al profeta, y por todos los lados cierra la boca de quienes pudieran sospechar del Precursor. Tampoco pudieran decir que, sí, Juan era naturalmente firme, pero que luego había cambiado, pues ahí estaba su modo de vestir y la cárcel y, después de todo esto, el testimonio del profeta. Y ya que el Señor llamó a Juan mayor que un profeta, ahora les hace ver en qué es mayor que un profeta. ¿En qué es, pues, mayor? En que es el que está más cerca del que había venido. Porque yo te enviaré-dice---a mi mensajero ante tu faz, es decir, muy cerca de ti. Así como en una comitiva regia, los que van más cerca del coche real son los más ilustres entre todos; así Juan, que aparece momentos antes del advenimiento del Señor. Notad cómo de ahí declaró la excelencia del Precursor, y ni ahí se detuvo, sino que añadió su propio voto diciendo: En verdad os digo, no se ha levantado entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan Bautista. Que es como decir: No parió mujer a nadie mayor que Juan.

Realmente, la afirmación de Jesús basta para declarar esta grandeza; más si queréis "saberlo por la realidad misma, considerad su mesa, su manera de vida y la alteza de sus pensamientos. Juan vivía en la tierra como si morara ya en el cielo; estaba por encima de las necesidades de la naturaleza, seguía un camino maravilloso, gastaba su tiempo entero en himnos y oraciones, sin hablar con hombre alguno, y conversando, en cambio, continuamente con Dios. A nadie conocía, por nadie fue jamás visitado. No se alimentaba de leche ni gozaba de lecho, ni de techo, ni de pública plaza, ni de ninguna otra de las comodidades humanas. Sin embargo, Juan sabía unir la mansedumbre a la firmeza. Mirad, si no, con qué moderación habla con sus discípulos, con qué valor al pueblo judío y con qué libertad al mismo rey. De ahí que dijera el Señor: Entre los nacidos de mujer, no se ha levantado nadie mayor que Juan Bautista.

JUAN NO PUEDE SER COMPARADO A JESÚS
Sin embargo, como la hipérbole misma de la alabanza podía engendrar alguna falsa idea, y estimaran los judíos a Juan más alto que a Jesús, mirad cómo también esto lo corrige el Señor. Y es así que, como de lo mismo que los discípulos de Juan se edificaron, pudo resultar daño para las turbas, teniéndole a Juan por hombre ligero, así ahora, de lo mismo que era corrección de las turbas, podía también resultarles mayor daño, si concebían de Juan más alta idea que de Cristo mismo, fundados en lo que de aquél se les decía. De ahí que el Señor los corrige, sin dejar lugar a sospecha alguna, diciendo: Pero el que es más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Más pequeño por la edad y también en la opinión del vulgo, pues le llamaban comedor y bebedor y solían decir: ¿No es éste el hijo del carpintero?[3] Y por todas partes le despreciaban.

- ¿Pues qué-objetarás -, sólo por comparación con Juan es mayor el Señor?-¡De ninguna manera! Porque ni el mismo Juan intenta establecer comparación, cuando dice: Él es más fuerte que yo[4], ni tampoco la establece Pablo cuando, haciendo mención de Moisés, escribe: De mayor gloria que Moisés fue tenido Cristo por digno [5]. Y, en fin, el Señor mismo no se compara con Salomón cuando dice: Y aquí está quien es más que Salomón[6]. Más aunque diéramos de barato que aquí habló comparativamente, ello fue pura dispensación del Señor, atendiendo a la flaqueza de sus oyentes. En realidad, la gente estaba muy embobada con Juan, y entonces justamente la cárcel y la libertad con que había reprendido al rey había hecho más gloriosa su figura. Ya era, pues, bastante que, por entonces, aceptaran la comparación con Jesús. A la verdad, también el Antiguo Testamento conoce este modo de corregir las almas de los que yerran, comparando lo que no admite comparación. Por ejemplo, cuando dice: No hay semejante a ti entre los dioses, Señor[7]. Y otra vez: No hay Dios como nuestro Dios[8]. Hay, sin embargo, intérpretes que afirman haber dicho Cristo esas palabras refiriéndose a los apóstoles, otros a los ángeles. Falsa interpretación. Y es que, cuando algunos se apartan de la verdad, los errores no tienen término. ¿Qué sentido lógico tendría decir eso de los apóstoles o de los ángeles? Por otra parte, si hablaba de los apóstoles, ¿qué inconveniente había en establecer la comparación nominalmente? En cambio, refiriéndose a sí mismo, es natural que ocultara su persona en atención a la sospecha dominante en el vulgo y porque no pareciese que decía algo grande de sí mismo; conducta que le vemos observar en muchas otras ocasiones.

- ¿Y qué quiere decir: en el reino de los cielos? -En lo espiritual y en todo lo que atañe al dejo. Además, decir: Entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan Bautista; era oponerse El mismo a Juan y contarse de este modo como la excepción. Porque si es cierto que también Él había nacido de mujer, no, sin embargo, del mismo modo que Juan. Porque Jesús no era puro hombre ni nació como otro cualquier hombre, sino de modo singular y maravilloso.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 37, 1-3, BAC Madrid 1955, 730-37)


[3] Mt 13, 55
[4] Mt 3, 11
[5] Hb 3, 3
[6] Mt 12, 24
[7] Sal 85, 8
[8] Sal 85, 8; 74, 14



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Aplicación: San Juan Pablo II - Invitación insistente a la alegría

1. "El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa" (Is 35, 1). Una insistente invitación a la alegría caracteriza la liturgia de este tercer domingo de Adviento, llamado domingo "Gaudete", porque precisamente "Gaudete" es la primera palabra de la antífona de entrada. "Regocijaos", "alegraos". Además de la vigilancia, la oración y la caridad, el Adviento nos invita a la alegría y al gozo, porque ya es inminente el encuentro con el Salvador.

En la primera lectura, que acabamos de escuchar, encontramos un verdadero himno a la alegría. El profeta Isaías anuncia las maravillas que el Señor realizará en favor de su pueblo, liberándolo de la esclavitud y conduciéndolo de nuevo a su patria. Con su venida, se realizará un éxodo nuevo y más importante, que hará revivir plenamente la alegría de la comunión con Dios.

Para los que están desanimados y han perdido la esperanza resuena la "buena nueva" de la salvación: "Gozo y alegría seguirán a los rescatados del Señor. Pena y aflicción se alejarán" (cf. Is 35, 10).


2. "Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios. (...) Viene a salvaros" (Is 35, 4). ¡Cuánta confianza infunde esta profecía mesiánica, que permite vislumbrar la verdadera y definitiva liberación, realizada por Jesucristo! En efecto, en la página evangélica que ha sido proclamada en nuestra asamblea, Jesús, respondiendo a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, se aplica a sí mismo lo que había afirmado Isaías: él es el Mesías esperado: "Id a anunciar a Juan -dice- lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena nueva" (Mt 11, 4-5).

Aquí radica la razón profunda de nuestra alegría: en Cristo se cumplió el tiempo de la espera. Dios realizó finalmente la salvación para todo hombre y para la humanidad entera. Con esta íntima convicción nos preparamos para celebrar la fiesta de la santa Navidad, acontecimiento extraordinario que vuelve a encender en nuestro corazón la esperanza y el gozo espiritual.

3. "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor" (St 5, 7). El Adviento nos invita a la alegría, pero, al mismo tiempo, nos exhorta a esperar con paciencia la venida ya próxima del Salvador. Nos exhorta a no desalentarnos, superando todo tipo de adversidades, con la certeza de que el Señor no tardará en venir.

Esta paciencia vigilante, como subraya el apóstol Santiago en la segunda lectura, favorece la consolidación de sentimientos fraternos en la comunidad cristiana. Al reconocerse humildes, pobres y necesitados de la ayuda de Dios, los creyentes se unen para acoger a su Mesías que está a punto de venir. Vendrá en el silencio, en la humildad y en la pobreza del pesebre, y a quien le abra el corazón le traerá su alegría.

Por tanto, avancemos con alegría y generosidad hacia la Navidad. Hagamos nuestros los sentimientos de María, que esperó en oración y en silencio al Redentor y preparó con cuidado su nacimiento en Belén.
(Homilía del beato Juan Pablo II en Roma el Domingo 16 de diciembre de 2001).



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Aplicación: Benedicto XVI - ¿También hoy es posible esta alegría?

Queridos hermanos y hermanas:
"Gaudete in Domino semper", "estad siempre alegres en el Señor" (Flp 4, 4). Con estas palabras de san Pablo se inicia la santa misa del III domingo de Adviento, que por eso se llama domingo "Gaudete". El Apóstol exhorta a los cristianos a alegrarse porque la venida del Señor, es decir, su vuelta gloriosa es segura y no tardará. La Iglesia acoge esta invitación mientras se prepara para celebrar la Navidad, y su mirada se dirige cada vez más a Belén. En efecto, aguardamos con esperanza segura la segunda venida de Cristo, porque hemos conocido la primera.

El misterio de Belén nos revela al Dios-con-nosotros, al Dios cercano a nosotros, no sólo en sentido espacial y temporal; está cerca de nosotros porque, por decirlo así, se ha "casado" con nuestra humanidad; ha asumido nuestra condición, escogiendo ser en todo como nosotros, excepto en el pecado, para hacer que lleguemos a ser como él.

Por tanto, la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie, sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en él.

Algunos se preguntan: ¿también hoy es posible esta alegría? La respuesta la dan, con su vida, hombres y mujeres de toda edad y condición social, felices de consagrar su existencia a los demás. En nuestros tiempos, la santa madre Teresa de Calcuta fue testigo inolvidable de la verdadera alegría evangélica. Vivía diariamente en contacto con la miseria, con la degradación humana, con la muerte. Su alma experimentó la prueba de la noche oscura de la fe y, sin embargo, regaló a todos la sonrisa de Dios.

En uno de sus escritos leemos: "Esperamos con impaciencia el paraíso, donde está Dios, pero ya aquí en la tierra y desde este momento podemos estar en el paraíso. Ser felices con Dios significa: amar como él, ayudar como él, dar como él, servir como él" (La gioia di darsi agli altri, Ed. Paoline 1987, p. 143). Sí, la alegría entra en el corazón de quien se pone al servicio de los pequeños y de los pobres. Dios habita en quien ama así, y el alma vive en la alegría.

En cambio, si se hace de la felicidad un ídolo, se equivoca el camino y es verdaderamente difícil encontrar la alegría de la que habla Jesús. Por desgracia, esta es la propuesta de las culturas que ponen la felicidad individual en lugar de Dios, mentalidad que se manifiesta de forma emblemática en la búsqueda del placer a toda costa y en la difusión del uso de drogas como fuga, como refugio en paraísos artificiales, que luego resultan del todo ilusorios.

Queridos hermanos y hermanas, también en Navidad se puede equivocar el camino, confundiendo la verdadera fiesta con una que no abre el corazón a la alegría de Cristo.

Que la Virgen María ayude a todos los cristianos, y a los hombres que buscan a Dios, a llegar hasta Belén para encontrar al Niño que nació por nosotros, para la salvación y la felicidad de todos los hombres.
(Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el Domingo 16 de diciembre de 2007)


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Aplicación: San Juan Pablo II - El Señor está cerca

1. Hoy, tercer domingo de Adviento, se renueva el feliz anuncio: "Gaudete in Domino semper. Estad siempre alegres en el Señor" (Flp 4, 4). Son palabras tomadas de la carta de san Pablo a los Filipenses, que caracterizan la liturgia de hoy.

Esta invitación a la alegría tiene una motivación muy precisa: "El Señor está cerca" (Flp 4, 5), Dominus prope est, verdad familiar para el israelita piadoso, que le da confianza y consuelo; verdad que tiene su fundamento pleno en Cristo.

En efecto, en él Dios se hizo cercano a todo hombre: él es el Mesías, el "Emmanuel", el "Dios con nosotros" (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23). La alegría es el centro del evangelio de la Navidad.

2. La Iglesia, como madre experta, conoce mejor que cualquier otra institución las dificultades y los sufrimientos inherentes a la vida humana. Sabe bien que en la existencia de numerosos pueblos y personas la tristeza prevalece sobre la alegría, la angustia sobre la esperanza.

Pero precisamente a esos hombres y mujeres está destinado de modo privilegiado el anuncio navideño, porque Cristo "anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo" (Plegaria eucarística IV). Él es el auténtico liberador del hombre, enviado por Dios para rescatarlo del poder del mal y de la muerte. De esta liberación profunda e integral deriva la alegría que Cristo da a sus amigos, una alegría que, como su paz, es diversa de la del mundo (cf. Jn 14, 27), superficial y efímera.

Los graves problemas que afectan a la existencia hacen a veces difícil reconocer estos dones de Cristo. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, tiene precisamente la misión de hacerlos visibles y testimoniar su presencia. La humanidad anhela, sobre todo hoy, la alegría y la paz. A los creyentes nos corresponde convertirnos día a día, con la elocuencia del amor operante, en levadura profética de un mundo reconciliado por el amor y vivificado por la alegría divina.

3. María santísima, a quien invocamos como "Causa de nuestra alegría", nos ayude a cumplir con fidelidad esta misión. ¿Quién ha experimentado mejor que ella la cercanía del Señor, fuente de alegría y paz? Nos encomendamos a su protección materna para ser siempre, pero sobre todo en este tiempo, testigos creíbles de la alegría de Cristo.
(Ángelus de san Juan Pablo II el Domingo 16 de diciembre de 2001).



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Aplicación: Benedicto XVI - Constancia y paciencia


En este tercer domingo de Adviento, la liturgia propone un pasaje de la carta de Santiago, que comienza con esta exhortación: «Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor» (St5, 7). Me parece muy importante, en nuestros días, subrayar el valor de la constancia y de la paciencia, virtudes que pertenecían al bagaje normal de nuestros padres, pero que hoy son menos populares en un mundo que, más bien, exalta el cambio y la capacidad de adaptarse a situaciones siempre nuevas y distintas. Sin quitar nada a estos aspectos, que también son cualidades del ser humano, el Adviento nos llama a potenciar la tenacidad interior y la resistencia del alma que nos permiten no desesperar en la espera de un bien que tarda en venir, sino esperarlo, es más, preparar su venida con confianza activa.

«Mirad al labrador —escribe san Santiago—; espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor está cerca» (St 5, 7-8). La comparación con el campesino es muy expresiva: quien ha sembrado en el campo, tiene ante sí algunos meses de espera paciente y constante, pero sabe que mientras tanto la semilla cumple su ciclo, gracias a las lluvias de otoño y de primavera. El agricultor no es fatalista, sino modelo de una mentalidad que une de modo equilibrado la fe y la razón, porque, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y hace bien su trabajo y, por otra, confía en la Providencia, puesto que algunas cosas fundamentales no están en sus manos, sino en manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el empeño humano y la confianza en Dios.

«Fortaleced vuestros corazones», dice la Escritura. ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo podemos fortalecer nuestros corazones, que ya de por sí son frágiles y que resultan todavía más inestables a causa de la cultura en la que estamos sumergidos? La ayuda no nos falta: es la Palabra de Dios. De hecho, mientras todo pasa y cambia, la Palabra del Señor no pasa. Si las vicisitudes de la vida hacen que nos sintamos perdidos y parece que se derrumba toda certeza, contamos con una brújula para encontrar la orientación, tenemos un ancla para no ir a la deriva. Y aquí se nos ofrece el modelo de los profetas, es decir, de esas personas a las que Dios ha llamado para que hablen en su nombre. El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque tiene su fundamento en la fidelidad de Dios. Todo cristiano, en virtud del Bautismo, ha recibido la dignidad profética; y cada uno debe redescubrirla y alimentarla, escuchando asiduamente la Palabra divina. Que nos lo obtenga la Virgen María, a quien el Evangelio llama bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor (cf.Lc 1, 45).
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Sábado 12 de diciembre de 2007)

 
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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - El Señor está cerca

Hoy es el tercer domingo de Adviento, llamado también domingo de Gaudete, es decir, domingo de la alegría. En la liturgia resuena repetidas veces la invitación a gozar, a alegrarse. ¿Por qué? Porque el Señor está cerca. La Navidad está cercana. El mensaje cristiano se llama «Evangelio», es decir, «buena noticia», un anuncio de alegría para todo el pueblo; la Iglesia no es un refugio para gente triste, la Iglesia es la casa de la alegría. Y quienes están tristes encuentran en ella la alegría, encuentran en ella la verdadera alegría.

Pero la alegría del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón de ser en el saberse acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy el profeta Isaías (cf. 35, 1-6a.8a.10), Dios es Aquél que viene a salvarnos, y socorre especialmente a los extraviados de corazón. Su venida en medio de nosotros fortalece, da firmeza, dona valor, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida, cuando se vuelve árida. ¿Cuándo llega a ser árida nuestra vida? Cuando no tiene el agua de la Palabra de Dios y de su Espíritu de amor. Por más grandes que sean nuestros límites y nuestros extravíos, no se nos permite ser débiles y vacilantes ante las dificultades y ante nuestras debilidades mismas. Al contrario, estamos invitados a robustecer las manos, a fortalecer las rodillas, a tener valor y a no temer, porque nuestro Dios nos muestra siempre la grandeza de su misericordia. Él nos da la fuerza para seguir adelante. Él está siempre con nosotros para ayudarnos a seguir adelante. Es un Dios que nos quiere mucho, nos ama y por ello está con nosotros, para ayudarnos, para robustecernos y seguir adelante. ¡Ánimo! ¡Siempre adelante! Gracias a su ayuda podemos siempre recomenzar de nuevo. ¿Cómo? ¿Recomenzar desde el inicio? Alguien puede decirme: «No, Padre, yo he hecho muchas cosas... Soy un gran pecador, una gran pecadora... No puedo recomenzar desde el inicio». ¡Te equivocas! Tú puedes recomenzar de nuevo. ¿Por qué? Porque Él te espera, Él está cerca de ti, Él te ama, Él es misericordioso, Él te perdona, Él te da la fuerza para recomenzar de nuevo. ¡A todos! Entonces somos capaces de volver a abrir los ojos, de superar tristeza y llanto y entonar un canto nuevo. Esta alegría verdadera permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento, porque no es una alegría superficial, sino que desciende en lo profundo de la persona que se fía de Dios y confía en Él.

La alegría cristiana, al igual que la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas. El profeta Isaías exhorta a quienes se equivocaron de camino y están desalentados a confiar en la fidelidad del Señor, porque su salvación no tardará en irrumpir en su vida. Quienes han encontrado a Jesús a lo largo del camino, experimentan en el corazón una serenidad y una alegría de la que nada ni nadie puede privarles. Nuestra alegría es Jesucristo, su amor fiel e inagotable. Por ello, cuando un cristiano llega a estar triste, quiere decir que se ha alejado de Jesús. Entonces, no hay que dejarle solo. Debemos rezar por él, y hacerle sentir el calor de la comunidad.

Que la Virgen María nos ayude a apresurar el paso hacia Belén, para encontrar al Niño que nació por nosotros, por la salvación y la alegría de todos los hombres. A ella le dice el Ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). Que ella nos conceda vivir la alegría del Evangelio en la familia, en el trabajo, en la parroquia y en cada ambiente. Una alegría íntima, hecha de asombro y ternura. La alegría que experimenta la mamá cuando contempla a su niño recién nacido, y siente que es un don de Dios, un milagro por el cual sólo se puede agradecer.
(Ángelus, San Pedro, domingo 15 de diciembre de 2013)



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P. Jorge Loring, S.J.- Que todos los hombres se salven

1.- Dice san Pablo que Dios quiere que todos los hombres se salven.

2.- Dios nos invita a todos al banquete de la gloria eterna.

3.- Pero muchos rechazan la invitación, pues prefieren dedicarse a las cosas de este mundo.

4.- ¡Qué torpeza! escogen lo caduco y desprecian lo eterno.

5.- Es el misterio de la libertad del hombre que puede rechazar la voluntad de Dios.

6.- Este respeto de Dios a la libertad del hombre es un exponente de que Dios no quiere salvarnos a la fuerza. Él nos invita, pero si le rechazamos, nos respeta. Invita a otros.

7.- Él ve con pena nuestra torpeza, pero no nos coacciona.

8.- Nos ha hecho libres para que seamos nosotros los que elegimos el camino del cielo o del infierno.

9.- Pidamos a Dios que nos dé luz y fuerza para usar bien de nuestra libertad.

10.- Que no seamos sordos a su llamamiento, convencidos de que Dios quiere lo mejor para nosotros.

11.- Algunos dicen: «Yo soy católico, pero no practico». Esto es tan absurdo como decir: «Yo soy futbolista, pero jamás he dado una patada a un balón». Hay que ser coherente. Toda ideología supone un compromiso. Quien no cumple, no es católico.


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Directorio Homilético - Tercer domingo de Adviento

CEC 30, 163, 301, 736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
CEC 227, 2613, 2665, 2772: la paciencia
CEC 439, 547-550, 1751: la manifestación de Jesús como el Mesías

Para la primera lectura

CEC 30, 163, 301, 736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo

30 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.

Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf. 1,1,1).


163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna:

Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. 2-2,4,1).


Dios mantiene y conduce la creación

301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sa­biduría y de libertad, de gozo y de confianza:

Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).

736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25):

Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir. 15,36).

1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:

La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; haci a él corremos; una vez llegados, en él reposamos (S. Agustín, ep. Jo. 10,4).

1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Gál 5,22-23, vulg.).

2015 El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:

El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).

2362 "Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud" (GS 49,2). La sexualidad es fuente de alegría y de placer:

El Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación (Pío XII, discurso 29 Octubre 1951).

Para la segunda lectura

227 Creer en Dios, el Unico, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda nuestra vida:

Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente:

Nada te turbe / Nada te espante
Todo se pasa / Dios no se muda
La paciencia todo lo alcanza /
quien a Dios tiene/Nada le falta:
Sólo Dios basta
(poes. 30)

2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:

La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.

La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"

La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oraci��n: "¡Kyrie eleison!".

2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...

2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).

Evangelio: la manifestación de Jesús como el Mesías

439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).

Los signos del Reino de Dios

547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).

548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).

549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla Regis").

1751 El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la conciencia.

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Ejemplos

Un deseo mezquino

Isaías y el Bautista
El profeta Isaías profetiza la venida de Juan el Bautista, que había de usar sus palabras para anunciar la llegada de Cristo Salvador y preparar los caminos del Señor. Y conviene que nosotros no perdamos de vista la figura de aquel hombre excepcional, el mayor de los hijos de los hombres, que fue modelo de todas las virtudes. De la penitencia, porque él dijo: “¡Haced penitencia!”. De la confesión, porque “confesó y no negó, que él no era el Cristo”. De la humildad, porque afirmó que él, en comparación de Cristo, “no era digno de desatarle las correas de sus sandalias”. De la fe, clamando: “he aquí el Cordero de Dios, he aquí el que borra los pecados del mundo”. Del celo por la gloria de Dios, conminando a los pecadores: “Raza de víboras, ¿quién os librará de la ira que ha de venir?”. De la justicia, mandando a los soldados: “A nadie atropelléis ni calumniéis”. De la castidad, amenazando a Herodes, el rey adúltero: “No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano”.

Pues bien, mis hermanos, Isaías y Juan el Bautista nos predican lo que tenemos que hacer para acercarnos al Señor. Tenemos antes que nada que retirarnos a la soledad de nuestra alma, para que hable Dios a nuestro corazón. Hay que hacer que se bajen los montes de nuestra soberbia y suban los valles de nuestra humildad.
(ROMERO, F.
, Recursos Oratorios, Tomo V, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 53)

Por amor
Un turista en la India visitó un leprosario. Allí vio a una enfermera curando las carnes podridas de un pobre leproso. Asqueado frente a lo que tenía delante le dijo a la enfermera: Yo no haría eso que usted está haciendo ni por un millón de pesos. Ella le respondió: Vea usted, ni yo tampoco lo haría por un millón de pesos. Asombrado el turista le preguntó: ¿Cuánto le pagan por hacerlo? La enfermera dibujó una sonrisa de felicidad y como quien no le daba importancia a las palabras le respondió: No me pagan nada, lo hago por amor. La enfermera era la madre Teresa de Calcuta)

Y ¿qué harás tú por amor durante este adviento?

(Cortesía: iveargentina.org y otros)

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