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Domingo 1 de Adviento B - 'No saben cuándo es el momento' : Comentarios de Sabios y Santos II  para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical 

Recursos adicionales para la preparación

 

A su disposición

Nota litúrgica - Praenontanda del Leccionario Romano respecto al tiempo de Adviento.

Directorio Homilético I - Tiempo de Adviento en General y Comentario al Primer Domingo de Adviento

Directorio Homilético II: Catecismo

Exégesis: P. Joseph M. Lagrange, O.P. - Debemos velar en todo tiempo (Lc 21, 34-35; Mc 13, 33-37; Mt 24, 42)1

Comentario teológico: Gran Enciclopedia Rialp - Adviento

Santos Padres: San Agustín - El día del juicio (Mc 13,32).

Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Vigilad (Mc 13,33-37)

Aplicación: Benedicto XVI - Adviento, visita de Dios y tiempo oportuno de conversión

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Comentarios II a Las Lecturas del Domingo

Nota litúrgica - Prenontanda del Leccionario Romano respecto al tiempo de Adviento.

Como sabemos, el calendario litúrgico está organizado según tres Ciclos, Ciclo A, Ciclo B y Ciclo C. Y en cada uno de estos Ciclos se lee de manera semi-continua un evangelista sinóptico: Mateo para el Ciclo A, Marcos para el Ciclo B y Lucas para el Ciclo C. Este año litúrgico (2017 - 2018), que comienza con este Primer Domingo del Tiempo de Adviento (3 de diciembre de 2017), corresponde al Ciclo B, y por lo tanto se leerá de manera semi-continua el Evangelio según San Marcos.

"1. Tiempo de Adviento

"a) Domingos

"93. Las lecturas del Evangelio tienen una característica propia: se refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (primer domingo), a Juan Bautista (segundo y tercer domingo), a los acontecimientos que prepararon de cerca el nacimiento del Señor (cuarto domingo). Las lecturas del Antiguo Testamento son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico, tomadas principalmente del libro de Isaías. Las lecturas del Apóstol contienen exhortaciones y enseñanzas relativas a las diversas características de este tiempo.

"b) Ferias

"94. Hay dos series de lecturas, una desde el principio hasta el día 16 de diciembre, la otra desde el día
17 al 24. En la primera parte del Adviento se lee el libro de Isaías, siguiendo el orden mismo del libro, sin excluir aquellos fragmentos más importantes que se leen también en los domingos. Los Evangelios de estos días están relacionados con la primera lectura. Desde el jueves de la segunda semana comienzan las lecturas del Evangelio sobre Juan Bautista; la primera lectura es, o bien una continuación del libro de Isaías, o bien un texto relacionado con el Evangelio. En la última semana antes de Navidad, se leen los acontecimientos que prepararon de inmediato el nacimiento del Señor, tomados del Evangelio de san Mateo (cap. 1) y de san Lucas (cap. 2). En la primera lectura se han seleccionado algunos textos de diversos libros del Antiguo Testamento, teniendo en cuenta el Evangelio del día, entre los que se encuentran algunos vaticinios mesiánicos de gran importancia." (Prenotanda, nº 93-94)

Recordamos, asimismo, un párrafo del nº 25: "Se recomienda mucho la predicación de la homilía en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del tiempo pascual, en bien de los fieles que participan ordinariamente en la celebración de la Misa; y también en otras fiestas y ocasiones en las que hay mayor asistencia de fieles en la iglesia." (Prenotanda, nº 25)

Nota pastoral

"En el tiempo de Adviento, con el que se inicia el ciclo litúrgico de Navidad y con el cual comienza un nuevo año litúrgico, el pueblo de Dios que peregrina en el tiempo redescubre la tensión entre la primera venida histórica de Jesucristo y la segunda que acontecerá, de modo glorioso, al fin de los tiempos.

"La espiritualidad del Adviento encamina a los cristianos a profundizar la perspectiva escatológica de la vida, a la vez que prepara a la Iglesia para conmemorar la venida histórica del Redentor, celebrada en cada Navidad. El primer aspecto señalado, con su carácter de fuerte llamada a vivir vigilantes y a prepararse siempre, se destaca más claramente en los primeros días del tiempo de Adviento, mientras que la consideración de los acontecimientos históricos que rodearon el nacimiento de Jesús quedan reservados para los últimos días, las llamadas 'ferias fuertes' de Adviento.

"El trasfondo de este tiempo es el de la esperanza y la alegría cristianas. Éstas se apoyan en la certeza de que 'el que ha de venir' ya llega (Mt 11,3; Lc 7,19-20), y con él, el advenimiento del cielo nuevo y de la tierra nueva. Las dos expresiones más habituales de la esperanza escatológica cristiana son la petición 'venga a nosotros tu Reino' del Padrenuestro, y la aclamación 'Ven, Señor Jesús' inmediata a la consagración en la Plegaria eucarística"
(CALENDARIO LITÚRGICO, Tiempo de Adviento. Reflexiones pastorales, Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires, 2016 - 2017, p. 163)

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Directorio Homilético I - Tiempo de Adviento en General y Comentarios respecto al Primer Domingo de Adviento

III. LOS DOMINGOS DE ADVIENTO

78. "Las lecturas del Evangelio tienen una característica propia: se refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (I domingo), a Juan Bautista (II y III domingo), a los acontecimientos que prepararon de cerca el nacimiento del Señor (IV domingo). Las lecturas del Antiguo Testamento son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico, tomadas principalmente del libro de Isaías. Las lecturas del Apóstol contienen exhortaciones y amonestaciones conformes a las diversas características de este tiempo" (OLM 93). El Adviento es el tiempo que prepara a los cristianos a las gracias que serán dadas, una vez más en este año, en la celebración de la gran  Solemnidad de la Navidad.

Ya desde el I domingo de Adviento, el homileta exhorta al pueblo para que emprenda su preparación caracterizada por distintas facetas, cada una de ellas sugerida por la rica selección de pasajes bíblicos del Leccionario de este tiempo. La primera fase del Adviento nos invita a preparar la Navidad animándonos no sólo a dirigir la mirada al tiempo de la primera Venida del nuestro Señor, cuando, como dice el prefacio I de Adviento, Él asume "la humildad de nuestra carne", sino también, a esperar vigilantes su Venida "en la majestad de su gloria", cuando "podamos recibir los bienes prometidos".

79. Por tanto, existe un doble significado de Adviento, un doble significado de la Venida del Señor. Este tiempo nos prepara para su Venida en la gracia de la fiesta de la Navidad y a su retorno para el juicio al final de los tiempos. Los textos bíblicos deberían ser explicados considerando este doble significado. Según el texto, se puede evidenciar una u otra Venida, aunque, con frecuencia, el mismo pasaje presenta palabras e imágenes relativas a ambas. Existe, además, otra Venida: escuchamos estas lecturas en la asamblea eucarística, donde Cristo está verdaderamente presente.

Al comienzo del tiempo de Adviento la Iglesia recuerda la enseñanza de san Bernardo, es decir, que entre las dos Venidas visibles de Cristo, en la historia y al final de los tiempos, existe una venida invisible, aquí y ahora (cf. Oficio de lecturas, Lunes, I semana de Adviento), así como hace suyas las palabras de san Carlos Borromeo: "Este tiempo (…) nos enseña que la venida de Cristo no solo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos (Oficio de lecturas, Lunes, I semana de Adviento)".

A. I domingo de Adviento

80. El evangelio del I domingo de Adviento, en los tres ciclos, es una narración sinóptica que anuncia la venida inminente del Hijo del Hombre en gloria, un día y una hora desconocidos. Nos exhorta a estar vigilantes y en alerta, a esperar signos espaventosos en el cielo y en la tierra, a no dejarnos sorprender. Siempre nos da una cierta impresión empezar de este modo el Adviento, ya que, de modo inevitable, este tiempo nos trae a la mente la Navidad y, en muchos lugares, el sentir común está ya sumergido con las dulces representaciones del Nacimiento de Jesús en Belén.

No obstante, la Liturgia nos presenta estas imágenes a la luz de otras que nos recuerdan cómo el mismo Señor nacido en Belén "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos", como dice el Credo. En este domingo, es responsabilidad del homileta recordar a los cristianos que siempre deben preparase para esta venida y para el juicio. Realmente, el Adviento constituye tal preparación: la Venida de Jesús en la Navidad está conectada íntimamente con su Venida en el último día.

81. Durante los tres años, la lectura del Profeta puede interpretarse ya sea como indicativa del glorioso advenimiento final del Señor como de su primer advenimiento "en la humildad de nuestra carne", de la que nos habla la Navidad. Tanto Isaías (en el año A) como Jeremías (en el año C), anuncian que "llegan días". En el contexto de esta Liturgia, las palabras que siguen apuntan claramente al tiempo final; pero se refieren, también, a la inminente Solemnidad de la Navidad.

82. ¿Qué sucederá al final de los días? Isaías dice (en el año A): "Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles". El homileta tiene varias posibilidades de interpretación que se pueden desarrollar en consecuencia. "El monte de la casa del Señor" podría ser correctamente explicado como una imagen de la Iglesia, llamada a reunir a todas las gentes. También podría hacer de primer anuncio de la Fiesta inminente de la Navidad. "Confluirán los gentiles" hacia el Niño en el pesebre es un texto que se cumplirá, en particular, en Epifanía, cuando los Magos vengan a adorarlo.

El homileta tendría que recordar a los fieles que también ellos pertenecen a los gentiles que caminan hacia Cristo, un viaje que se inicia con intensidad renovada en el I domingo de Adviento. Las mismas palabras, ricamente inspiradas, son también aplicables a la Venida en el final de los tiempos, citada explícitamente por el Evangelio. El profeta prosigue: "Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos". Las palabras conclusivas del pasaje profético son, al mismo tiempo, una maravillosa llamada a la celebración de la Navidad y a la espera del adviento del Hijo del Hombre en la gloria: "Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor". 83.

La primera lectura del libro de Isaías en el año B se presenta como una oración que instruye a la Iglesia en la actitud penitencial propia de este periodo. Se inicia presentando un problema: el de nuestro pecado. "Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?". Es evidente que esta pregunta debe ser considerada. ¿Quién puede comprender el misterio de la iniquidad humana? (cf. 2 Ts 2,7). Nuestra experiencia, ya sea en nosotros mismos o en el mundo que nos rodea - el homileta puede presentar ejemplos - solo puede hacer brotar de lo profundo de los corazones un grito inmenso dirigido a Dios: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!".

Esta sentida petición encuentra respuesta definitiva en Jesucristo. En él Dios ha rasgado los cielos y ha descendido entre nosotros. Y en él, como había pedido el profeta, Dios "cuando ejecutarás portentos inesperados: "descendiste y las montañas se estremecieron". Jamás se oyó ni se escuchó …". La Navidad es la celebración de las obras maravillosas realizadas por Dios y que nunca hubiéramos podido esperar.

84. La Iglesia, en este I domingo de Adviento, fija además la mirada en el Retorno de Jesús en gloria y majestad. "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!" Los Evangelios, con este mismo tono, describen la Venida final. Y ¿estamos preparados? No, no lo estamos, y por ello tenemos necesidad de un tiempo de preparación. La oración del profeta continúa: "Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos". Una cosa muy parecida se invoca en la oración colecta de este domingo: "Dios todopoderoso, aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas
obras…".

85. En el Evangelio de Lucas, que se lee en el año C, las imágenes son particularmente vivas. Entre tantos signos terribles que aparecerán, Jesús predice que habrá uno que será capaz de eclipsar a todos los demás: su aparición como Señor de la gloria. Él dice: "entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad". Para nosotros que le pertenecemos, este no debería ser un día de gran temor. Al contrario, él dice: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". Un homileta podría preguntar en voz alta: ¿por qué tenemos que tener nosotros una actitud de confianza en el último día? Ciertamente esto exige una preparación precisa, son necesarios algunos cambios en nuestra vida. Es lo que comporta el Tiempo de Adviento, en el que debemos poner en práctica la advertencia del Señor: "Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida … Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".

86. Naturalmente la Eucaristía que nos disponemos a celebrar es la preparación más intensa de la comunidad para la Venida del Señor, ya que ella misma señala dicha Venida. En el prefacio que abre la plegaria eucarística en este domingo, la comunidad se presenta a Dios "en vigilante espera". Nosotros, que damos gracias, pedimos hoy ya poder cantar con todos los ángeles: "Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo". Aclamando el "Misterio de la fe" expresamos el mismo espíritu de vigilante espera: "Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas". En la plegaria eucarística los cielos se abren y Dios desciende. Hoy recibimos el Cuerpo y la Sangre del Hijo del Hombre que llegará sobre las nubes con gran poder y gloria. Con su gracia, dada en la Sagrada Comunión, esperamos que cada uno de nosotros pueda exclamar: "Me levantaré y alzaré la cabeza; se acerca mi liberación".
(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano, 2014, nº 78 - 86)

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Directorio Homilético II Catecismo

Primer domingo de Adviento

CEC 668-677, 769: la tribulación final y la venida de Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130, 1403, 2817: "¡Ven, Señor Jesús!"
CEC 35: Dios dona a los hombres la gracia para poder aceptar la revelación y acoger al Mesías
CEC 827, 1431, 2677, 2839: reconocer que todos somos pecadores

I VOLVERA EN GLORIA

Cristo reina ya mediante la Iglesia ...

668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.

669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 3;5).

670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).


... esperando que todo le sea sometido

671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).

672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).

El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel  673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).

674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21).

Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).


La última prueba de la Iglesia

675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo- mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el "falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes"; GS 20-21).

677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21,
2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).


La Iglesia, consumada en la gloria

769 La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso.
Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, civ. 18, 51;cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimimento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la
del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, `desde el justo Abel hasta el último de los elegidos' se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG 2).

451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén!
¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).


... esperando que todo le sea sometido

671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11- 12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).

1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea todo en todos" (1 Co 11,26 15,28). Desde la era apostólica, la Liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1 Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros...hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).

S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera", STh III, 60,3).)

1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).

2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús":  Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).

35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.

827 "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación" (LG 8; cf UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf Mt 13, 24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación:
La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo (SPF 19).

1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).

2677 "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad".

"Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.

Perdona nuestras ofensas

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).


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Exégesis: P. Joseph M. Lagrange, O.P. - Debemos velar en todo tiempo (Lc 21, 34-35; Mc 13, 33-37; Mt 24, 42)1

Que el Padre no diera a conocer la hora de la venida del Hijo del hombre era un motivo decisivo para que los discípulos estuviesen siempre alerta a fin de no verse sorprendidos. Jesús insiste sobre el deber de la vigilancia, repitiendo de nuevo y en dos ocasiones que la hora permanece en secreto: "Velad y orad, porque no sabéis cuándo vendrá la hora". Es como el hombre que, yendo lejos, dejó su casa y dio facultad a sus siervos y a cada uno su obra y al portero mandó que velase.

Sólo se nombra aquí el portero, porque su oficio propio es velar a fin de abrir pronto, sin hacer esperar al señor. Pero en la aplicación de la parábola, la orden de velar es dada a todos. "Velad, pues, porque no sabéis cuándo el señor de la casa vendrá, si a la tarde, o a la media-noche, o al canto del gallo", última dilación posible, cuando los criados pueden cerciorarse de que el Señor ha recibido hospitalidad en otra parte y que ya no vendrá en aquella noche. Estas expresivas palabras, que son ciertamente de Jesús, dicen de una manera imaginaria, pero clara, que el Hijo del hombre tal vez tardará mucho en venir. Entonces, ¿por qué dar este aviso a los discípulos? Cuando el Señor llegue, ya habrá muchos años que los discípulos duerman el sueño de la muerte; por lo cual Jesús termina diciendo: "Lo que a vosotros digo, lo digo a todos", como es un aviso solemne que deberá ser transmitido; y el santo y seña que se transmitirán las generaciones es: "Velad" (Mc 13, 33-37).

El texto de san Lucas indica de algún modo que el aviso, no tanto se dio a los apóstoles, cuanto a las generaciones futuras; son éstas, no los apóstoles, las que correrán riesgo de sentirse atosigadas por las pasiones y preocupaciones de la vida. Recordando, en fin, "aquel día" que san Marcos y san Mateo habían distinguido de la época de la destrucción del Templo, hace expresamente notar que vendrá de repente, caerá sobre ellos de improviso y será universal, porque llegará a todos los que habitan sobre la faz de la tierra y nada importará entonces la estación para la huida. Nadie podrá vanagloriarse de haberse librado de aquella redada. Lo esencial es la vigilancia y la oración para no verse atrapado con los culpables, sino más bien aparecer de pie delante del Hijo del hombre.

(LAGRANGE, J. M., Vida de Jesucristo según el evangelio, Ed. EDIBESA, Madrid, 2000, p. 431-432)

1 El aviso sobre la vigilancia está expreso en san Marcos y en san Mateo. En san Lucas está más general: ya recomendó la vigilancia en 12, 33-40. 178 paralelo de Mt 24, 43-44.

 

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Comentario teológico: Gran Enciclopedia Rialp - Adviento

La expresión adviento o advenimiento (del latín adventus, que traduce a su vez el sustantivo griego parusía), se empleaba, en la terminología romana, para significar la primera visita o el acontecimiento de la presentación oficial de un alto dignatario ante el pueblo. Paralelamente se usaba el mismo vocablo en el culto pagano: designaba el rito anual que consistía en solemnizar la aparición de la estatua del dios patronal en su templo, como signo de la presencia de la divinidad entre sus fieles.

Los primeros cristianos incorporaron esta expresión en su vocabulario religioso. Por a. entendían la manifestación de Jesucristo, desde su encarnación hasta su última venida al fin de los tiempos. El término quedó definitivamente consagrado por la versión oficial de la Biblia en lengua latina (Vulgata) durante el s. IV, aunque en esa traducción se emplea el nombre de adventus refiriéndose especialmente al día en que el Redentor coronará definitivamente su obra (Mt 24,3.27.37.39; Hech 7,52). Natale (v. NAVIDAD), Epiphania (v. EPIFANÍA), Parousía (v.), son momentos y etapas de la manifestación del Señor en la historia de la salvación.

Actualmente, en el lenguaje litúrgico, con la palabra a. se determina el tiempo instituido como preparación a las celebraciones de las fiestas de Navidad - Epifanía.

Formación del ciclo litúrgico de adviento. Con los documentos que han llegado hasta nosotros no podemos precisar las fechas exactas ni el primer proceso de la formación del ciclo litúrgico de a. Quizá la misma amplitud de las realidades contenidas en el término dificultaba la organización de un tiempo determinado en el que apareciera la riqueza de su mensaje. De hecho, el ciclo de a. es uno de los últimos elementos que han entrado a formar parte del conjunto del año litúrgico (v.).

Parece ser que desde fines del s. IV y durante el s. V, cuando las fiestas de Navidad- Epifanía iban tomando una importancia cada vez mayor, en España y en la Galia particularmente, se empezaba a sentir el deseo de consagrar días a la preparación de esas celebraciones. Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a S. Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el can. 4 del conc. de Zaragoza del a. 380: "Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la Iglesia..., sino que debe acudir a ella cotidianamente" (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II, Berlín 1893, 1314).

La frecuencia al culto durante los días que corresponden, en parte, a nuestro tiempo de a. actual, se prescribe, pues, de una forma imprecisa. Más tarde, los conc.. de Tours (a. 563) y de Macon (a. 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas observancias existentes "desde antiguo" para antes de Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, S. Gregorio de Tours (m. 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia (Historia Francorum X, 21, 6, en Monumenta Germaniae Historica, Scriptorum rerum merovingiarum I, Hannover 1884, 444445). Leemos en el can. 17 del conc. de Tours que los monjes "deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días". El can. 9 del conc. de Macon ordena a los clérigos, y probablemente también a todos los fieles, que "ayunen tres días por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde S. Martín (11 de noviembre) hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma" (Mansi, IX, 796 y 933).

Aunque la interpretación histórica de estos textos es difícil, parece según ellos que en sus orígenes el tiempo de a. se introdujo tomando un carácter penitencial, ascético, con una participación más asidua al culto. En España y en la Galia se considera el a. casi como una segunda Cuaresma. Cuando el rito romano admite en su liturgia el ciclo de a., hacia mediados del s. VI, reviste los formularios que va creando para definir prácticamente el sentido que quiere dar a este tiempo, de un tono gozoso, profético, lleno de una esperanza inefable, ante la venida del Mesías en toda su amplitud histórica y en toda su indeterminación.

Señala así una diferencia intencional con la Cuaresma (v.). Hasta más tarde no dejará entrar en su seno signos penitenciales, aunque éstos no modificarán esencialmente la forma y estructura primitivas. Sin embargo, cabe señalar que la evolución del sentido amplio que la liturgia romana infunde al concepto de a. en sus formularios, es debida a influencias varias. Los textos más genuinamente romanos del tiempo de a. suponen la idea de un ciclo de preparación para la fiesta de Navidad, concebida con una precisión de contenido parecido al que daban los paganos al término adventus.

Las liturgias de Oriente no poseen un ciclo de a. comparable al de las occidentales. Siguen otro ritmo. Seguramente que al instituirse la fiesta de la Epifanía, en el s. IV, se fue elaborando una gran solemnidad que incluía una preparación inmediata. Ésta duraría unos días. Luego aparece un tiempo que está marcado por la preocupación dogmática de salvar y defender el misterio de la Encarnación en las controversias cristológicas. Posteriormente fue entrando un sentido penitencial.

Al formarse el ciclo litúrgico propiamente dicho de a., observamos por todas partes una cierta fluctuación en cuanto a la determinación de sus límites. En las liturgias hispánica, galicana y ambrosiana, el a. alcanza seis o cinco semanas. La liturgia bizantina adopta un sistema de dos semanas, mientras que el rito sirio oriental establece un orden de cuatro domingos. La liturgia romana tiene, en su forma primitiva representada por el Sacramentario gelasiano, seis semanas. En una segunda fase se reducen el número de semanas a cuatro. Durante el pontificado de S. Gregorio Magno (m. 604), se organiza definitivamente el a. romano en cuatro semanas. Ya entrada la Edad Media se intentará, sin éxito, reducir aún más ese ciclo (v. A. Chavasse, Le Sacramentaire gélasien (Vat. Regin. 3161, Tournai 1958, 412 ss.).

Notamos asimismo una fluctuación en lo que se refiere a la disposición del tiempo de a. dentro del conjunto del año litúrgico. En algunos documentos antiguos, el a. se encuentra al final del año; en otros aparece al comienzo. Una indeterminación comprensible, si consideramos que el ciclo de a. fue uno de los últimos elementos que se incorporaron al año litúrgico y que, por otra parte, el sentido amplio que iba dándose al a. permitía que se interpretara bien como una preparación a la primera manifestación histórica de Jesucristo o bien como una etapa que pone de relieve la expectación de la última venida del Señor, al fin del mundo.

En la práctica, en Occidente, se impuso la interpretación del a. como un tiempo de espera ante el "nuevo" nacimiento, mediante la asimilación de los sentimientos que abrigaba el pueblo judío al desear la venida del Mesías y la actualización de los sentimientos cristianos de anhelo del encuentro definitivo con el Salvador. Desde un punto de vista cronológico y psicológico era normal que se viera en el a. el primer paso del año litúrgico (v. CALENMRIO II).

Carácter y sentido del adviento. Puesto que la liturgia del a. se refiere, aun poniendo el acento en la venida del Redentor, a las grandes manifestaciones de Dios, su contenido es particularmente amplio. Basta analizar la temática que encierran los leccionarios de las diferentes liturgias para darnos cuenta de ello.

Así, el leccionario hispánico, según el cual el a. consta todavía de cinco semanas, nos indica las siguientes lecturas: 1er domingo: Visión de Isaías de la montaña que será el centro de las peregrinaciones de los pueblos; en ella el Señor proclamará su palabra y su ley; Dios hará fructificar en su cima la salvación (Is 2, 12; 4, 23). Israel fue infiel a la salvación que se le ofrecía; Dios la proclama a todos los demás pueblos (Rom 11, 25-31). Juan Bautista predica la conversión, ya que se acerca la llegada del Reino de Dios y del Salvador (Mt 3, 1-11).

2º domingo: En el día de la salvación, los pobres y los enfermos tendrán la mayor dicha; serán ellos los que creerán y que no serán confundidos (Is 28, 16-17, y 29, 17-24). Los apóstoles son ministros del Señor; no les incumbe juzgar sobre la fidelidad de los discípulos, antes de la venida de Jesucristo, quien traerá la luz y descubrirá los secretos de los corazones (1 Cor 4, 15). Juan Bautista hace que pregunten a Jesucristo si es el Mesías esperado; Jesucristo responde que miren los hechos: los pobres y los enfermos son salvados y curados de sus miserias (Mt 11, 215). 3er domingo: Anuncio de la restauración de Israel, más abundante y próspera que nunca (Ez 36, 611). Cuando Jesucristo se manifieste, también nosotros nos manifestaremos en su gloria; por el momento es necesaria la mortificación del hombre viejo para podernos revestir del hombre nuevo (Col 3, 411).

Jesucristo ordena a los Apóstoles que le preparen su entrada en Jerusalén (Domingo de Ramos); al llegar a la Ciudad Santa, el Salvador es aclamado por la muchedumbre con las palabras: "bendito el que viene en el nombre del Señor" (Mt 21, 19). 4° domingo: Después de enviar a su mensajero, Dios mismo vendrá, lleno de gloria y de poder, y purificará los corazones (Mal 3, 14). Que en el día de su venida, Dios nos encuentre con un espíritu íntegro (1 Thes 5, 1423). Juan Bautista es el enviado que prepara el camino del Señor (Mc 1, 18). 5° domingo: En el día de la venida del Mesías se llenará todo de alegría y se verá por doquier la gloria de Dios (Is 35, 12). El Señor está cerca; alegrémonos (Phil 4, 47). Juan Bautista predica la penitencia necesaria para preparar el camino del Señor; anuncia que después de él vendrá el Mesías (Lc 3, 118) (ed. J. Pérez de Urbel, A. González y RúizZorrilla, Liber Commicus, 1, Madrid 1955, 3 ss.).
(…)
En los nuevos libros litúrgicos posteriores al conc. Vaticano II se han presentado y aprobado algunos leccionarios para la liturgia romana. A partir de 1966 en España se ha adoptado un leccionario que presenta para el tiempo que estamos estudiando un sistema de lecturas con un rico contenido litúrgico.

Aunque los leccionarios nos revelan los aspectos más importantes del a., no podemos descuidar en nuestro estudio sobre el carácter y el sentido del ciclo preparatorio a la fiesta de Navidad los otros textos litúrgicos. Estos textos nos confirman que la Iglesia considera el tiempo de a. como un paso hacia un nuevo encuentro con el Señor. En su condición de comunidad que peregrina hacia la comunión perfecta con Dios y con los hombres para responder a la unión de Dios con la humanidad, expresada por el misterio de la Encarnación, se dispone, ascética y gozosamente, a vivir la memoria, el aniversario, del nacimiento de Jesucristo.

Aniversario que no es un mero recuerdo de un hecho pasado, sino que es un acontecimiento que va manifestándose a través de la historia, hasta la última venida del Señor. El mensaje del a. se actualiza constantemente ante la mayor proximidad de la redención completa, por la colaboración de los hombres a su realización: "Ahora la salvación está más cercana que cuando creímos" (Rom 13, 11: epístola del primer domingo de a. en la liturgia romana).

En un ambiente profético y de esperanza, la liturgia del a. se orienta a hacernos comprender y vivir que Jesucristo está presente entre nosotros "siempre, hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20), pero con la convicción de que "entre vosotros está uno a quien no conocéis" (lo 1, 26: evangelio del cuarto domingo de a. en la liturgia romana). La vida sacramental, y particularmente la Eucaristía que celebramos "hasta que vuelva el Señor" (1 Cor 11, 26), adquiere un carácter de tensión entre la presencia de Jesucristo y nuestro desconocimiento de la plenitud de la misma.

De una manera especial, la liturgia hispánica Y con ella también otras de Occidente pone de relieve la relación del a. con la Pascua: la lectura de la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén proclamada durante el a., muestra la identificación fundamental entre las diferentes manifestaciones del Señor, en cuanto todas ellas se refieren a la máxima revelación de la gloria de Dios en la historia, realizada por la Muerte y en la Resurrección del Salvador.

De un modo muy particular durante el tiempo de a. aparece el significado de la misión de la Virgen María y de Juan Bautista. Sus figuras se imponen como la mejor actitud de fidelidad y de respuesta a la nueva manifestación de Dios que se avecina. Mientras Juan Bautista nos habla de la necesidad de la conversión, del cambio de mentalidad, para poder hallar y seguir a Jesucristo, actualizando las profecías de Isaías que se leen durante el a. dentro del ambiente más propicio, María es puesta como signo de la aceptación del proyecto de Dios sobre la salvación humana, y de la colaboración total que ese proyecto exige.

 Las Témporas (v.) de diciembre, aunque anteriores a la institución del a., constituyen como ya nos indica el sacramentario gregoriano el punto álgido de la perspectiva mariana del ciclo de a.: durante esos días se conmemoran la Anunciación poniendo así en un contexto más apropiado la fiesta del 25 de marzo, anterior a la formación del a. (v. MARÍA I, 2) y la Visitación. La festividad de la Inmaculada Concepción (v. MARÍA II, 3), de institución moderna en su forma actual, expresa en el conjunto del a. la dimensión de la esperanza de la plenitud de la Redención. Cabe señalar la relación de las lecturas con el a. (Mich 4, 13, 58; 5, 25; Gal 3, 27 4, 7; Lc 1, 2638, 4655). Por su parte, las liturgias orientales insisten constantemente en el aspecto mariano del a.

Celebración del adviento. Como en cada ciclo litúrgico, la pastoral del a. debe fundarse en los textos y los ritos que lo componen. Ya hemos indicado su contenido más esencial. El a. es un tiempo de más intensidad de vida y de más reflexión. Por eso durante él ha de fomentarse la celebración de la Palabra de Dios (v. PALABRA II), fuente de toda reflexión y vida cristianas. Lo urge la const. sobre Sagrada Liturgia del Vaticano II (n. 35, 4).

Por el carácter mismo del a., en esa celebración han de ocupar un lugar preferente aquellos textos del A. y N. T. que se refieren a las profecías sobre las diferentes venidas del Señor, sobre la salvación, a las manifestaciones de Dios, con otros textos cuya temática sea la conversión (v.), el cambio de mentalidad, para poder ver y recibir, con espíritu abierto, la visita del Señor. Para que aparezca con claridad la íntima conexión de la Palabra con el rito, los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, han de ser vividos durante el a. a la luz de la Redención en su aspecto escatológico.

La actitud que promueve el a. tiende a suscitar la conciencia de sentirse más cooperadores de la salvación completa del mundo: "El continuo anhelar de las criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8,
19). La misma vida cristiana es signo de esperanza y manifestación de Dios.

A. debería ser el tiempo mariano por excelencia. Más que en cualquier otra circunstancia, durante el a. la figura de María es presentada por la liturgia en su sentido más completo, como signo de la confianza en la Palabra de Dios que se encarna en el hombre hasta convertirse en comunicación personal y transformarle en hijo de Dios.
(ARGEMÍ ROCA, A., en GRAN ENCICLOPEDIA RIALP, Editorial Rialp, 1991)

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Santos Padres: San Agustín - El día del juicio (Mc 13,32).

1. Habéis oído, hermanos, la Escritura que nos exhorta e invita a estar en vela con vistas al último día. Que cada cual piense en el suyo particular, no sea que opinando o juzgando que está lejano el día del fin del mundo, os durmáis respecto al vuestro. Habéis oído lo que dijo a propósito de aquél: que lo desconocen tanto los ángeles como el Hijo y sólo lo conoce el Padre. Esto plantea un problema grande, a saber, que guiados por la carne juzguemos que hay algo que conoce el Padre y desconoce el Hijo. Con toda certeza, cuando dijo "lo conoce el Padre", lo dijo porque también el Hijo lo conoce, aunque en el Padre. ¿Qué hay en aquel día que no se haya hecho en el Verbo por quien fue hecho el día? "Que nadie, dijo, busque el último día, es decir, el cuándo ha de llegar". Pero estemos todos en vela mediante una vida recta para que nuestro último día particular no nos coja desprevenidos, pues de la forma como cada uno haya dejado su último día, así se encontrará en el último del mundo. Nada que no hayas hecho aquí te ayudará entonces. Serán las propias obras las que eleven u opriman a cada uno.

2. ¿Qué hemos cantado al Señor en el salmo? Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. Llama "hombre " a quien vive según el hombre. Es más, a quienes viven según Dios se les dice: Dioses sois, y todos hijos del Altísimo. A los réprobos, en cambio, a los que fueron llamados a ser hijos de Dios y quisieron ser más bien hombres, es decir, vivir a lo humano: Sin embargo, dijo, vosotros moriréis como hombres y caeréis como cualquiera de los príncipes. En efecto, el hecho de ser mortal debe ser para el hombre motivo de disciplina, no de jactancia. ¿De qué presume el gusano que va a morir mañana? A vuestra caridad lo digo, hermanos: los mortales soberbios deben enrojecer frente al diablo. Pues él, aunque soberbio, es, sin embargo, inmortal; aunque maligno, es un espíritu. El día del castigo definitivo se le reserva para el final. Con todo, él no sufre la muerte que sufrimos nosotros. Escuchó el hombre: Moriréis. Haga buen uso de su pena.

¿Qué quiero decir con eso? No se encamine a la soberbia que le proporcionó la pena; reconózcase mortal y quiebre el ensalzarse. Escuche lo que se le dice: ¿De qué se ensorberbece la tierra y la ceniza? Si el diabla se ensoberbece, al menos no es tierra ni ceniza. Por eso se ha escrito: Vosotros moriréis como hombres y caeréis como cualquiera de los príncipes. No ponéis atención más que al hecho de ser mortales, y sois soberbios como el diablo. Haga, pues, buen uso el hombre de su pena, hermanos; haga buen uso de su mal para progresar en beneficio propio, ¿Quién ignora que es una pena el tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo? La pena es cierta e incierta la hora; y, de las cosas humanas, sólo de esta pena tenemos certeza absoluta.

3. Todo lo demás que poseemos, sea bueno o malo, es incierto. Sólo la muerte es cierta. ¿Qué estoy diciendo? Un niño ha sido concebido: es posible que nazca, es posible que sea abortado. Así de incierto es. Quizá crecerá, quizá no; es posible que llegue a viejo, es posible que no; quizá sea rico, quizá pobre; es posible que alcance honores, es posible que sea despreciado; quizá tendrá hijos, quizá no; es posible que se case y es posible que no. Cualquier otra cosa que puedas nombrar entre los bienes es lo mismo. Mira ahora a los males: es posible que enferme, es posible que no; quizá le pique una serpiente, quizá no; puede ser devorado por una fiera o puede no serlo. Pasa revista a todos los males. Siempre estará presente el "quizá sí, quizá no".

En cambio, ¿acaso puedes decir: "Quizá morirá, quizá no"? ¿Por qué los médicos, tras haber examinado la enfermedad y haber visto que es mortal, dicen: "Morirá; no escapará de la muerte"? Ya desde el momento del nacimiento del hombre hay que decir: "No escapará de la muerte". El nacer es comenzar a enfermar; con la muerte llega a su fin la enfermedad, pero se ignora si conduce a otra cosa peor. Había acabado aquel rico con una enfermedad deliciosa y vino a otra tortuosa. Aquel pobre, en cambio, acabó con la enfermedad y llegó a la sanidad. Pero eligió aquí lo que iba a tener después; lo que allí cosechó, aquí lo había sembrado. Por tanto, debemos estar en vela mientras dura nuestra vida y elegir qué hemos de tener en el futuro.

4. No amemos al mundo; él oprime a sus amantes, no los conduce al bien. Hemos de fatigarnos para que no nos aprisione, antes que temer su caída. Suponte que cae el mundo; el cristiano se mantiene en pie, porque no cae Cristo. ¿Por qué, pues, dice el mismo Señor: Alegraos porque yo he vencido al mundo? Respondámosle, si os parece bien: "Alégrate tú. Si tú venciste, alégrate tú. ¿Por qué hemos de hacerlo nosotros?". ¿Por qué nos dice "alegraos", sino porque él venció y luchó en favor nuestro? ¿Cuándo luchó? Al tomar al hombre. Deja de lado su nacimiento virginal, su anonadamiento al recibir la forma de siervo y hacerse a semejanza de los hombres siendo en el porte como un hombre; deja de lado esto: ¿dónde está la lucha? ¿Dónde el combate?

¿Dónde la tentación? ¿Dónde la victoria, a la que no precedió lucha? En el principio existía el Verbo y el Verbo existía junto a Dios y el Verbo era Dios. Este existía al principio junto a Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo. ¿Acaso era capaz el judío de crucificar a este Verbo? ¿Le hubiese insultado el impío? ¿Acaso hubiera sido abofeteado este Verbo? ¿O coronado de espinas? Para sufrir todo esto, el Verbo se hizo carne; y tras haber sufrido estas cosas, venció en la resurrección. Su victoria, por tanto, fue para nosotros, a quienes nos mostró la certeza de la resurrección. Dices, pues, a Dios: Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. No te pisotees a ti mismo y no te vencerá el hombre. Suponte que un hombre poderoso te aterroriza.

¿Con qué? "Te despojo, te condeno, te atormento, te mato". Y tú clamas: Apiádate de mí, Señor, -porque me ha pisoteado un hombre. Si dices la verdad, pones la mirada en ti mismo. Si temes las amenazas de un hombre, te pisa estando muerto; y puesto que no temerías, si no fueras hombre, por eso te pisotea. ¿Cuál es el remedio? Adhiérete, ¡oh hombre!, a Dios, por quien fue hecho el hombre; adhiérete a él; presume de él, invócale, sea él tu fuerza. Dice: En ti, Señor, está mi fuerza. Y, lejos ya de las amenazas de los hombres, cantarás. ¿Qué? Lo dice el mismo salmo: Esperaré en el Señor; no temeré lo que me haga el hombre.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 97, 1-4, BAC Madrid 1983, 646-50)


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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Vigilad (Mc 13,33-37)

Introducción

Con el domingo de hoy comienza el Tiempo de Adviento. La palabra 'Adviento' proviene del latín adventus, que significa 'venida', 'llegada', 'advenimiento'2. La palabra castellana 'advenimiento' es la palabra que más nos puede iluminar para entender la expresión 'Adviento'. Se trata de un tiempo para preparar una venida, una llegada, un advenimiento. ¿Qué venida, llegada o advenimiento? El de Cristo en la Navidad.

"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Dios se hizo hombre para salvarnos de nuestros pecados y del infierno, y nació de una mujer (cf. Gál 4,4) en Belén hace aproximadamente 2000 años. Esa es la llegada, venida o advenimiento al que hace referencia el tiempo de 'Adviento'. El tiempo de 'Adviento' es preparación para rememorar ese 'advenimiento'.

El Directorio Homilético nos dice con exactitud lo que la Iglesia quiere que prediquemos hoy. Dice dicho Directorio: "Las lecturas del Evangelio durante los domingos del Tiempo de Adviento tienen una característica propia. En el caso del I Domingo (el nuestro), las lecturas se refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (…). La primera fase del Adviento nos invita a preparar la Navidad animándonos no sólo a dirigir la mirada al tiempo de la primera Venida de nuestro Señor (…) sino también, a esperar vigilantes su Venida 'en la majestad de su gloria' (…).

"Por tanto, existe un doble significado de Adviento, un doble significado de la Venida del Señor. Este tiempo nos prepara para su Venida en la gracia de la fiesta de la Navidad y a su retorno para el juicio al final de los tiempos. Los textos bíblicos deberían ser explicados considerando este doble significado. Según el texto, se puede evidenciar una u otra Venida, aunque, con frecuencia, el mismo pasaje presenta palabras e imágenes relativas a ambas"3. Y luego vuelve a insistir el Directorio: "El evangelio del I domingo de Adviento, en los tres ciclos, es una narración sinóptica que anuncia la venida inminente del Hijo del Hombre en gloria, un día y una hora desconocidos"4.

En este primer domingo de Adviento, claramente, es necesario evidenciar, según la intención de la Iglesia, la Segunda Venida de Cristo.

1. El sentido de la parábola de hoy

La pequeña parábola que presenta el evangelio de hoy se refiere a la Segunda Venida de Cristo. Esta parábola es clara y límpida. El hombre que deja su lugar de origen y su casa es Cristo que deja el mundo y sube a los Cielos. Los siervos a los cuales les da autoridad (exousía), les deja a cada uno un trabajo determinado y a uno de ellos nombra portero, son, en primer lugar, los prelados de la Iglesia, es decir, obispos y sacerdotes. La mención de la casa (oikía) y del portero (thyrorós) parecen hacer mención explícita a Pedro, a quien se le entregó 'las llaves' del Reino de los Cielos (cf. Mt 16,19). Pero no sólo se refiere a la jerarquía de la Iglesia sino a todos los bautizados e, incluso, a todos los hombres. En efecto, Jesús aclara que esto que le dice a los Apóstoles vale para todos: "Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: 'Vigilad'" (Mc 13,37).

La voz de orden es la de vigilar, dicha cuatro veces usando dos verbos diferentes. Hay una orden puntual especial para el portero, de quien se dice: "Y al portero le ordenó que vigile" (Mc 13,34). Pareciera que hay una especial recomendación para Pedro.

La vuelta del dueño de casa es absolutamente incierta. Se nombran las cuatro vigilias de la noche según se usaban en el tiempo de Cristo, desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana, de tres horas cada una. La primera, de seis de la tarde a las nueve de la noche (opsé = 'tarde'); la segunda, de nueve a doce de la noche (mesonýktion = medianoche); la tercera de doce de la noche a tres de la mañana (alektorophonía = 'el canto del gallo'); la cuarta, de las tres a las seis de la mañana (proï = 'madrugada'). Al nombrar todas las horas de la noche, Jesús quiere indicar la incertidumbre absoluta respecto al momento de su Segunda Venida. Su Segunda Venida es absolutamente cierta (lo profesamos en el Credo como una verdad de fe), pero el momento de su Segunda Venida es absolutamente incierto. Se subraya la incertidumbre con el adverbio con el que Cristo cualifica su venida: 'repentinamente' (exaíphnes; Mc 13,36).

¿Cuál es el peligro para el que no vigila? Que el dueño de casa lo encuentre durmiendo, postrado horizontalmente ya sea en su lecho de descanso, ya sea en su lugar de trabajo. Como fin del siervo que no estaba vigilando, se supone el mismo que tienen los siervos de una parábola semejante de Jesús, narrada en Lucas: "Vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles" (Lc 12,46). 'La suerte de los infieles' es el infierno.

2. La Navidad nos recuerda nuestra muerte

La primera venida de Jesús en Belén debe recordarnos su Segunda Venida en gloria, nos dice la Iglesia. Ahora bien, dice Santo Tomás: "El Señor viene de dos maneras. En el fin del mundo vendrá para todos en general. Pero vendrá para cada uno en particular en el fin de su propia vida, es decir, en su muerte. (…) Por lo tanto, su venida es doble: en el fin del mundo y, también, en la muerte, y ambas quiso que fueran inciertas"5. Por eso dice Santo Tomás que, en esta parábola, la vuelta del dueño de casa "la podemos referir también al día de nuestra muerte"6.

Por lo tanto, la correlación es la siguiente: la venida de Cristo en la Navidad nos debe recordar su Segunda Venida para el Juicio Universal; y su Segunda Venida para el Juicio Universal nos debe recordar nuestra propia muerte.

Pero, concretamente, para cada uno de nosotros es más importante la primera venida de Cristo en nuestra muerte que la Segunda. ¿Por qué? Porque nuestra felicidad en la Segunda Venida de Cristo depende de cómo nos encontremos respecto de Cristo en nuestra muerte. En efecto, dice Santo Tomás: "De tal modo te hallarás en la Segunda Venida, cual te hallares en la primera"7.

Pero Santo Tomás va más lejos. Así como nuestra posición frente a Cristo en su Segunda Venida depende de nuestra situación ante Cristo en el momento de nuestra muerte, así también, nuestra alegría y felicidad en el momento de nuestra muerte depende de nuestra docilidad para aceptar las venidas que Cristo hace a nuestra alma mientras todavía estamos viviendo la vida presente. Dice Santo Tomás, siguiendo a San Agustín: "Se encuentra no preparado para el Último Día del mundo, el que se encuentra no preparado para el último día de su vida. Y lo mismo puede decirse de aquella otra venida u otro adviento, es decir, de ese adviento invisible que se verifica cuando Cristo viene al alma durante la vida presente. (…) Porque sucede que el Señor viene a muchos y ellos no lo reciben. Por lo tanto, debéis vigilar mucho, para que, apenas llame a la puerta, vosotros le abráis, tal como dice Jesús en el Apocalipsis: 'Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo' (Apoc 3,20)"8.

Podemos pensar lo que nos diría un fiel católico: "Padre, no nos hable de la muerte ahora, que ya está tan cerca el cálido momento de la Navidad, lleno de alegría y de comunión familiar". Pero el sacerdote responde: "Hijito, tengo que hablarte de esto por tu bien. Me lo manda la Iglesia". En efecto, dice el Directorio Homilético con mucho tino: "Siempre nos da una cierta impresión empezar de este modo el Adviento, ya que, de modo inevitable, este tiempo nos trae a la mente la Navidad y, en muchos lugares, el sentir común está ya sumergido con las dulces representaciones del Nacimiento de Jesús en Belén.

No obstante, la Liturgia nos presenta estas imágenes a la luz de otras que nos recuerdan cómo el mismo Señor nacido en Belén 'de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos', como dice el Credo. En este domingo, es responsabilidad del homileta recordar a los cristianos que siempre deben preparase para esta venida y para el juicio. Realmente, el Adviento constituye tal preparación: la Venida de Jesús en la Navidad está conectada íntimamente con su
Venida en el último día"9. Y su Venida en el último día está conectada íntimamente con nuestra muerte.

3. La solución: agrypneîte y gregoreîte

El modo de prepararse para la Navidad, su Segunda Venida y nuestra muerte es vigilar. Cuatro veces, dijimos, Jesucristo llama a la vigilancia en el corto tramo del texto de hoy, apenas cinco versículos. Una vez usa el verbo agrypnéo (Mc 13,33) y tres veces el verbo gregoréo (Mc 13,34.35.37)10.

3.a Agrypneîte (¡Vigilad!)

El verbo agrypnéo tiene como componente indudable la palabra hypnós, que significa 'sueño'11. En esto están de acuerdo todos los diccionarios. Pero algunos autores consideran que agrypnéo proviene de anteponerle a hypnós la partícula negativa a-. Según esto, a-grypnéo significa, simplemente, la privación del sueño, es decir, 'velar', 'estar despierto'12.

Otros autores opinan que la otra palabra que entra en composición con hypnós es el verbo agreúo, que significa 'cazar'13. Estas dos opiniones no se excluyen entre sí, dado que el significado global termina siendo el mismo. Pero la opinión de que es el verbo agreúo el que entra en formación con hypnéo, morfológicamente hablando, explica mejor la presencia del binomio gr-, con las letras g (gamma) y r (ro), que no se explica según la otra opinión.

Consideramos, entonces, como mejor fundamentada la opinión que agrypnéo está compuesto de agreúo y hypnós. Esto hace de agrypnéo un verbo con matices muy ricos. Es la actitud del cazador que decide estar despierto toda la noche para acechar cuidadosamente a su presa y para eso se mantiene atento y tenso14. Se trata de una actitud de vigilia orientada hacia un objetivo muy preciso y muy precioso, que cautiva toda la atención del hombre.

En Lc 21,36, precisamente, se usa el verbo agrypnéo en el sentido de estar orientado y tensionado hacia un fin muy concreto: tener fuerzas para escapar de los castigos del Juicio Final y poder, así, "estar en pie delante del Hijo del hombre"15. Agrypnéo, entonces, nos pide una actitud de desperteza16 en permanente tensión hacia nuestra 'presa': la Segunda Venida de Jesucristo para el Juicio Final y, según dijimos, la venida de Cristo en el día de nuestra muerte.

Aquello que, en Lc 21,34-36, puede hacer que el cazador pierda esa tensión permanente hacia su presa, son 'el libertinaje', 'la embriaguez' y 'las preocupaciones de la vida' (Lc 21,34). Incluso, en el texto de San Lucas, se dice que la Segunda Venida de Cristo se puede convertir para nosotros en un lazo, es decir, una trampa como la que se pone para cazar animales: "Guardaos (…) de que venga aquel Día de improviso sobre vosotros como un lazo" (Lc 21,34-35). Por lo tanto, el texto de San Lucas propone un contexto de caza. El cristiano es una persona que está en actitud de cazador ante la venida de Cristo, siempre en vigilante tensión hacia ese momento. Pero debe evitar convertirse en un 'cazador cazado'. Si alguien se propone cazar un oso siberiano o un lobo, pasa toda la noche acechándolo para cazarlo. Pero si se descuida, ese oso o ese lobo, pueden destrozarlo a él. Si un cristiano se deja llevar por las preocupaciones de la vida y se olvida de su objetivo, entonces la venida de Cristo puede sorprenderlo y convertirse para él en la perdición.

En este permanente vigilar del texto recién citado de San Lucas es esencial la actitud orante: "Orando en todo tiempo" (en pantì kairô deómenoi). Es imposible mantener la tensión permanente en la espera de la venida de Cristo sin esta actitud de oración permanente. Incluso, en Ef 6,18, donde también se usa el verbo agrypnéo, se identifica en la práctica el estar en vela con el orar. Dice San Pablo: "Estad siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando (verbo agrypnéo) juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos" (Ef 6,18).

3.b Gregoreîte (¡Vigilad!)

El verbo gregoréo proviene del verbo egeíro17, que significa 'hacer ponerse de pie', 'levantar',
'incorporar', 'ponerse de pie'. De este significado base, pasa a significar también 'resucitar'. Dice Thayer: "Gregoreîn (que es un derivado de egeíro) representa un estado de vigilia como efecto de un esfuerzo por estar despierto"18. Es el que está de centinela y debe mantenerse en pie con esfuerzo. El que ha servido alguna vez en un ejército entenderá qué significa estar de centinela a la noche y la lucha que se entabla por permanecer despierto y de pie, sabiendo que en eso se le va la vida, ya que el enemigo es implacable.

Gregoréo es usado también por Jesucristo durante su agonía en el Huerto (Mt 26,40.41; Mc 14,37.38). Después de describir la oración de Jesús dice el evangelista: "Viene entonces Jesús y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: 'Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar (verbo gregoréo)? Velad (gregoreîte) y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). También aquí el verbo gregoréo es usado en un contexto de lucha y combate e, incluso, agonía19.

También San Pablo exhorta: gregoreîte (1Cor 16,13). Allí el vigilar significa sobre todo mantenerse firmes en la fe20. En Col 4,2, gregoreîn es perseverar en la oración21. En 1Tes 5,6 gregoreîn es no dejarse arrastrar por las concupiscencias de la carne22. En 1Pe 5,8 gregoreîn es resistir al diablo23.

Pero la exhortación más dramática que se nos dirige para que nos preparemos convenientemente a las venidas del Señor es la que el Espíritu dirige a una de las iglesias del Apocalipsis: "Al Ángel de la Iglesia de Sardes escribe: 'Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Ponte en vela (verbo gregoréo), reanima lo que te queda y está a punto de morir. Pues no he encontrado tus obras llenas a los ojos de mi Dios. Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela (verbo gregoréo), vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti'" (Apoc 3,1-3).

Esta es una exhortación para alguien que ya ha abandonado casi del todo la voluntad de permanecer en la fe. Se compara al que se ha tirado a dormir y no quiere levantar, o, peor, al que está agonizando en el lecho de muerte, a causa del olvido de la venida de Jesucristo y la consecuente negligencia. No se ha mantenido en pie. Y aquí hay una amenaza por parte de Jesucristo: si no se pone en pie para vigilar como un centinela, vendrá el ladrón, lo encontrará durmiendo y lo eliminará para robarle todas sus pertenencias.

Conclusión

Si nosotros sopesamos cuidadosamente lo que significan los verbos agrypenéo y gregoréo y comparamos con la vida cotidiana de un católico medio, nos daremos cuenta que el católico medio de hoy no llega ni siquiera a una mínima parte de lo que exigen esos verbos. Y en muchos casos, el católico medio de hoy se hace pasible del verbo gregoreîn tal como se pronuncia en Apoc 3,2-3.

Gracias a Dios existen en la Iglesia tantas congregaciones religiosas que tratan de reparar lo que el católico medio no hace, tantos conventos y monasterios que están permanentemente velando según todos los sentidos que hemos encontrado en los verbos señalados.

La clave, en última instancia, está en estar vigilante para aceptar la visita invisible de Cristo a nuestra alma durante el tiempo presente. ¿Y qué visita más real que la de la Eucaristía? Hoy, en esta misma Misa, Jesucristo viene de una manera verdadera, real y sustancial por la consagración del pan y del vino. Y quiere entrar en el alma e, incluso, en el cuerpo de cada uno de los bautizados aquí presentes que ya tienen uso de razón. ¿Cuántos de nosotros estamos preparados para recibirlo, para aceptar su visita, para mantenernos en pie ante esta venida? ¿Cuántos de nosotros perciben que en el Cuerpo de Cristo está la 'presa' hacia la cual debe estar tensionada toda nuestra vida? ¿Cuántos de nosotros se da cuenta que en esta Eucaristía Jesús 'está a la puerta y llama'?

De María se dice que "estaba de pie junto a la cruz de Jesús" (Jn 19,25). Ella será siempre el modelo del gregoreîn y el agrypneîn. A pesar de la terrible prueba de la muerte en cruz de su Hijo y del abandono de todos los discípulos, ella no deja de vigilar. "La Santísima Virgen (…) mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25)"24. En ella y sólo en ella, en el momento de la cruz, la Iglesia perseveró en la fe y se mantuvo vigilante.


Notas
2 Diccionario Vox.
3 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano,
2014, nº 78.79
4 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano,
2014, nº 80.
5 "Dominus venit dupliciter. In fine mundi veniet ad omnes generaliter; item venit ad unumquemque in fine suo, scilicet in morte; (…) Ergo duplex est adventus, in fine mundi et etiam in morte: et utrumque voluit esse incertum" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 24, lectio 4; traducción nuestra).
6 "Nescimus quando veniet dominus (…) ad iudicium (…); possumus referre ad diem mortis". "No sabemos cuando vendrá el Señor
para el Juicio Final. Pero esto podemos referirlo también al día de nuestra muerte" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
7 "Talis invenitur quis in secundo adventu, qualis fuerit in primo" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
8 "Imparatum invenit illum mundi novissimus dies, quem imparatum invenit suus ultimus dies. Item potest exponi de alio adventu,
scilicet invisibili, quando venit in mentem. (…) Unde ad multos venit, et non percipiunt. Unde multum debetis vigilare, ut si pulsaverit, aperiatis ei; unde Apoc. III, 20: ego sto ante ostium, et pulso: si quis aperuit mihi, intrabo ad eum, et coenabo cum illo" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
9 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano,
2014, nº 80; cursiva nuestra.
10 Estos verbos son sinónimos, aunque tienen sus matices, como explicaremos ahora. Los usa en modo imperativo: agrypneîte =
vigilad; gregoreîte = vigilad.
11 De esta palabra griega proviene la palabra castellana 'hipnosis' y todos los términos cognados, es decir, emparentados
morfológicamente.
12 Así, por ejemplo, Strong y Thayer.
13 Así, por ejemplo, Lidell - Scott, Vine y Danker.
14 Danker la describe así: "To be on the hunt for sleep" Literalmente la traducción sería: "Estar sobre la caza para sueño". Pero la
traducción correcta es: "Estar sin dormir para estar atento a la caza" (DANKER, Greek NT Lexicon; traducción nuestra). Thayer dice
algo parecido: "Agrypnéo may be taken to express (…) the absence of it when due to nature, and thence a wakeful frame of mind as
opposed to listlessness". "Agrypnéo puede ser considerado como un verbo para expresar la ausencia de aquello que es debido a la naturaleza (el sueño), y, por lo tanto, un ánimo estructuralmente despierto, es decir, lo opuesto a la languidez" (THAYER, Greek - English Lexicon on the NT; traducción nuestra).
15 El texto completo de San Lucas es el siguiente: "Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la
embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela (verbo agrypnéo), pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre" (Lc 21,34-36)
16 Desperteza: hecho de estar despierto. Esta palabra sí aparece en el Diccionario de la Real Academia Española.
17 ZORELL, F., Lexicon graecum Novi Testamenti, Editrice Pontificio Istituto Biblico, Roma, 1990, col. 267; STRONG, Multiléxico del NT, nº
1127.
18 "Gregoreîn (the offspring of egrégora) represents a waking state as the effect of some arousing effort" (THAYER, Greek - English
Lexicon on the NT; traducción nuestra).
19 Agonía en griego significa 'lucha', 'congoja', 'angustia', 'agonía'. Precisamente en este texto en el que se describe la oración de
Jesús en el Huerto se dice que Jesús estaba "sumido en agonía" (genómenos en agonía; Lc 22,44).
20 "Vigilad (greogreîte), manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes" (1Cor 16,13).
21 "Sed perseverantes en la oración, velando (verbo gregoréo) en ella con acción de gracias" (Col 4,2).
22 "Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos (verbo gregoréo) y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche
duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan" (1Tes 5,6-7).
23 "Sed sobrios y velad (verbo gregoréo). Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar" (1Pe
5,8).
24 CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, nº 58.

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Aplicación: Benedicto XVI - Adviento, visita de Dios y tiempo oportuno de conversión

Queridos hermanos y hermanas:

Con esta celebración vespertina entramos en el tiempo litúrgico del Adviento. En la lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la primera carta a los Tesalonicenses, el apóstol san Pablo nos invita a preparar la "venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5, 23) conservándonos sin mancha, con la gracia de Dios.

San Pablo usa precisamente la palabra "venida", parousia, en latín adventus, de donde viene el término Adviento.

Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que se puede traducir por "presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.

Por lo tanto, el significado de la expresión "Adviento" comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el "hacer". ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos "arrollan".

El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos hace percibir Dios un poco de su amor! Escribir -por decirlo así- un "diario interior" de este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra vida. El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como "visita", como un modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?

Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, una espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión propicia para nuestra salvación. Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y la siega. En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz.

Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente. Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.

Nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de nuestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente, ya no existe un tiempo sin sentido y vacío. Si él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.

Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. La Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús, es modelo y sostén de este íntimo gozo. Que ella, discípula fiel de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos en la espera. Amén.
(BENEDICTO XVI, Homilía en las Primeras Vísperas de Adviento, Sábado 28 de noviembre de 2009)

(cortesía IVEArgentina)

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