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Fiesta del Bautismo del Señor B - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical parroquial

Páginas relacionadas




A su servicio
Exégesis: R. Schnackenburg - El Bautismo de Jesús

Comentario Teológico: P. José A. Marcone, I.V.E. - El bautismo del Señor

Santos Padres: San Jerónimo - El bautismo del Señor

Aplicación: S.S. Benedicto XVI - El bautismo del Hijo de Dios hecho hombre

Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Bautismo de Jesús

Aplicación: Marti Ballester - Inauguración de la misión de Jesús

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El Bautismo del Señor

Ejemplos

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Las Lecturas del Domingo

Exégesis: R. Schnackenburg - El Bautismo de Jesús

Todavía pende el velo del misterio sobre la persona de aquel a quien Juan
anuncia; se pronuncia el nombre de Jesús de Nazaret e inmediatamente
desaparecen todas las dudas: es él. Dios mismo se declara en favor suyo. El
sentido del sobrio relato no es describir la consagración de Jesús como
Mesías o explicar la formación de su conciencia mesiánica, sino el de
proclamarle como el Mesías prometido que ha de bautizar con Espíritu al
tiempo que mostrar el comienzo de su actividad a impulsos del mismo
Espíritu.

Para ello no tiene importancia alguna saber quién escuchó la voz
de Dios -por primera vez en el Evangelio de Juan aparece el Bautista como
«testigo» frente al pueblo, Jua_1:32 ss-; basta con que el lector sepa que
Dios proclama a este Jesús como su ungido. Marcos refiere el suceso que tuvo
lugar al concluir el bautismo de Jesús y como una experiencia de éste: fue
él quien vio rasgarse los cielos y descender sobre él al Espíritu; Dios le
habla a él. «Tú eres mi Hijo...» Mas esto no puede ser una «vivencia» de
Jesús; es una revelación divina. Al igual que el relato sobre Juan Bautista,
es un informe sobre la acción salvadora de Dios y se convierte en el anuncio
de la Iglesia primitiva sobre el misterio de Jesús: él es el ungido con el
Espíritu, el Hijo amado de Dios. La primera frase sirve únicamente de
introducción, y sólo lo que sigue, la escena después del bautismo de Jesús,
constituye el núcleo de la proclamación de este relato. No se mencionan las
circunstancias exactas por ser de interés secundario.

Lo único importante es
que Jesús desde Nazaret, en Galilea -desde lejos, pues antes sólo se había
hablado de Judea y Jerusalén- «vino... y fue bautizado». Indicando su lugar
de origen, Jesús viene presentado como un hombre concreto e histórico; no se
trata de una figura mítica. Y es sobre este Jesús -«histórico»- sobre el que
la voz de Dios pronuncia unas afirmaciones jamás oídas. Es la clara
profesión de fe de la Iglesia primitiva: este Jesús histórico es el Hijo
amado, el Hijo único de Dios. Todas las demás consideraciones de por qué se
sometió al «bautismo de conversión para remisión de los pecados», quedan al
margen, a diferencia de lo que ocurre en Mat_3:14s. Tal vez sólo en la
inmersión en el Jordán y en la salida del agua late la indicación de un
sentido más profundo: Quien se puso, humilde y obediente, a disposición del
Bautista y se sometió al bautismo que recibía todo el pueblo, experimenta la
confirmación divina. Indiscutiblemente es sirviendo, aunque estaba llamado a
reinar, como recibe de Dios el sello de su ministerio mesiánico.

La escena de la revelación propiamente dicha está presentada en el lenguaje simbólico del Antiguo Testamento. La apertura del cielo puede expresar la presencia de Dios trascendente en la acogida de la revelación por parte de los profetas (Eze_1:1); más aún, puede indicar la condescendencia misericordiosa de Dios para volver a anunciar a los hombres la paz y la salvación (cf. Luc_2:13
ss). Pero la expresión «los cielos abiertos» alude más directamente a los
suspiros y anhelos por la venida de Dios, consignados en Isa_64:1 : «¡Ah si
rasgaras los cielos y descendieras...!» Este descenso de Dios se realiza
ahora por cuanto el Espíritu desciende sobre Jesús. Al mismo tiempo es el
signo del Ungido por excelencia, del Mesías, que poseerá en plenitud el
Espíritu de Dios (Isa_11:2; Isa_61:1) También en el cántico del «Siervo de
Yahveh» (Isa_42:1) pone Dios su Espíritu sobre el Elegido, y esto tiene gran
importancia para entender «la voz de los cielos».

El símbolo de la paloma recuerda a Gen_1:2, en que el Espíritu de Dios «se cernía» sobre las aguas primitivas; pero recuerda también la shekhinah, la presencia divina gratificante, que se representaba en figura de paloma (*)4. De este modo se describe gráficamente el descenso del Espíritu a la par que la fuerza vivificante y salvadora de Dios, aunque también la protección divina. La voz de los cielos es la voz del mismo Dios y, por consiguiente, no se trata sólo
de una bathqol -«hija de la voz»- como entendían los intérpretes judíos de
la Biblia un dato revelado en su temor profundo ante la transcendencia
divina.

Dios se dirige directamente a quien está marcado y repleto de su
Espíritu. «Tú eres mi Hijo»: así habla Dios en el Sal_2:7 al rey de Israel
tomándole por hijo. Pero la referencia a esta «fórmula adopcionista» resulta
problemática cuando se compara con las palabras siguientes: «amado; en ti me
he complacido», pues recuerdan las palabras que Dios dirige al «Siervo de
Yahveh»: «He aquí mi Siervo, mi escogido, en quien se complace mi alma»
(Isa_42:1), sobre todo cuando al final se dice: «En él he puesto mi
Espíritu» Y siendo esto así, ¿por qué «mi Hijo» en lugar de «mi siervo»?
¿Subyace aquí una traducción distinta de la palabra griega país, que puede
significar tanto «niño» como «siervo»? Pero difícilmente puede tratarse de
un cambio casual; más bien tenemos aquí una interpretación cristiana
consciente.

Jesús es ambas cosas: el «siervo elegido» que cumple obediente
el encargo de Dios desde el bautismo hasta su muerte expiatoria «por muchos»
(d 10,45), y es al mismo tiempo el Hijo único y amado (cf. 12,6), en favor
del cual Dios da también testimonio en la transfiguración sobre el monte
(9,7). Así se dice intencionadamente «amado» en lugar de «elegido». Ni
siquiera la figura admirable del «siervo de Yahveh» en los cantos del libro
de Isaías era suficiente para comprender la esencia profunda del Mesías del
Nuevo Testamento. Ese Mesías está en una relación inmediata y única con
Dios, siendo a la vez el «siervo» obediente y el «Hijo» querido. Dios
confirma al hombre Jesús como Mesías lleno del Espíritu; pero lo hace de un
modo que deja entrever su misterio profundo, la hondura metafísica de su
persona. Con este conocimiento debe el lector creyente escuchar y meditar el
relato que sigue sobre la actividad de Jesús Sólo a la luz de esta
revelación divina que aparece al comienzo se puede comprender el camino del
Mesías Jesús, obediente aunque repleto de una gloria y fuerza íntimas. Aquí
no se dice ni sugiere todavía nada acerca del camino doloroso y de la muerte
expiatoria del «siervo de Yahveh».

El bautismo de Jesús en el Jordán noapunta todavía al «bautismo de muerte» con el que Jesús había de ser «bautizado» al final (10,38). Pero como Siervo obediente y como Hijo amado deberá recorrer el camino que le conduzca hasta Dios. En esta hora histórica sólo se dice que está preparado para la llamada de Dios, para dejarse llevar por el Espíritu (1,12) y obedecer a lo que Dios disponga (8,31). En las palabras que dirige a su Hijo, Dios no habla directamente a la comunidad de salvación; será el ungido con el Espíritu y preparado para la obra mesiánica quien la reúna y forme por medio de la llamada a la fe y a su seguimiento.

Mas por el hecho de que no recibió el Espíritu sólo para sí sino para
bautizar consigo a los hombres (1,8), la comunidad queda ya incluida. La
dotación del Espíritu de su Mesías se convierte en una llamada a prepararse
para la acogida personal del Espíritu. La experiencia bautismal de Jesús
continúa siendo algo especial y único; pero puede inducir a reflexionar
acerca de lo que significa la recepción ulterior del bautismo en la Iglesia
y la recepción del Espíritu que Cristo elevado al cielo ha hecho posible
para los cristianos.
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento ysu Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)



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Comentario Teológico: P. José A. Marcone, I.V.E. - El bautismo del Señor

El bautismo de Juan era un bautismo de conversión para los pecadores. Por
eso nos admiramos muchísimo cuando el mismo Verbo Encarnado se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan. Y también nos admiramos
de que la Iglesia festeje este hecho, estableciendo para eso una gran
solemnidad litúrgica.

¿Cómo es posible que Cristo haya querido ser bautizado por Juan con un
bautismo de conversión? Jesús es el Puro por excelencia; es Dios. Y el mismo
San Juan Bautista lo reconoce así y tiene varias expresiones que afirman la
divinidad de Jesús. Así, Juan Bautista dice: “Yo lo he visto y doy
testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn 1,34). Además dice: Cristo “se
ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo” (Jn 1,30). Con esta
frase está confesando su divinidad. Está confesando su divinidad porque Juan
sabía perfectamente que la existencia humana de Jesús había sido posterior a
la suya, sabía perfectamente que Jesús había sido concebido en el seno de su
madre después que él, y no antes. Pero a pesar de todo dice que Jesús
existía antes que él; dice esto porque sabe y proclama que Jesús es Dios,
sin principio ni fin. Además, también había dicho que él, Juan, bautizaba
con agua pero que Jesús iba a bautizar con el Espíritu Santo (Jn 1,33).
También que él, Juan, no era digno ni de desatarle la correa de las
sandalias (Jn 1,27).

Es verdaderamente desconcertante que Jesús quiera bautizarse. Y
el mismo Juan Bautista manifiesta este desconcierto (Mt 3,14). ¿Cuáles son
las razones por las cuales Jesucristo quiere ser bautizado por Juan?
Fundamentalmente por dos razones.

En primer lugar, para hacerse solidario con el hombre pecador. Su
solidaridad no podía concretarse en la penitencia, porque estaba “lleno de
gracia y de verdad” (Jn.1,14). Su solidaridad se concreta en asumir sobre sí
la condena y el castigo que por el pecado merecía el hombre. Cristo se pone
conscientemente en la fila de los pecadores [1]. Por eso dice San Pablo: “Ha
destruido el acta que había contra nosotros con sus acusaciones legales,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col.2,14). Y también: “Al
que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que nosotros
seamos en él justicia de Dios” (2Cor.5,21). Y también: “Cristo nos liberó de
la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros, como dice la
Escritura: Maldito el que está colgado en un madero” (Gál.3,13).

Por esta razón, porque el primer sentido del Bautismo de Cristo es hacerse
solidario con el pecador, con el fin de quitar el pecado, es que el Bautismo
de Cristo está estrechamente relacionado con la pasión y con la muerte en la
cruz. El Bautismo de agua de Cristo en el río Jordán es símbolo del
bautismo de sangre de Cristo en el monte Calvario. De hecho Jesucristo va a
decir ya adentrada su vida pública, es decir, mucho después de su Bautismo
de agua: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy
hasta que se cumpla!” (Lc.12,50). Y también dice dirigiéndose a los
apóstoles Juan y Santiago: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser
bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc.10,38). En
estas dos frases Jesucristo se refiere al bautismo de sangre; se refiere a
la sangre derramada durante su pasión bajo la cual quedará sumergido como en un bautismo.

Por lo tanto, para poder entender bien el sentido del Bautismo de agua del
Señor es necesario interpretarlo según estos dos textos donde habla del
bautismo, pero del bautismo que es la cruz. ‘Bautizar’ en griego significa
‘sumergirse’. Cristo se va a sumergir en su propia sangre para poder hacer
que los hombres alcancen el perdón. Por eso, visto desde esta perspectiva,
el Bautismo del Señor tiene como primer y principal sentido anticipar el
misterio de la cruz.

Por esta razón dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El bautismo de
Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de
Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya
"el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya
el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene ya a
"cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la
voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión
de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39)” (nº 536).

En segundo lugar, Jesús se bautiza para dar inicio a una nueva
etapa. El Bautismo de Cristo da inicio a la nueva etapa de la salvación,
revela a la Trinidad y la Encarnación del Verbo, y da por finalizado el AT.

a) Da inicio a la nueva etapa de la salvación, porque allí
comienza la vida pública del Verbo Encarnado, etapa absolutamente nueva en
el plan de salvación. Aquí comienza su obra de apostolado que culminará en
la cruz y la resurrección.

b) Revela a la Trinidad porque hasta entonces no había habido
una revelación explícita de ese primordial misterio cristiano. Esta
revelación la hace a través de la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy
querido en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc.3,22). A través de
la paloma: “Se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre Él en
forma corporal, como una paloma” (Lc.3,22). Y a través de la presencia
corporal de Cristo.

c) Revela la Encarnación del Verbo: al escucharse la voz del
Padre que lo llama ‘Hijo’ se está realizando la revelación de que ese hombre
que se encuentra allí, Jesucristo, es también la segunda persona de la
Santísima Trinidad.

d) Da por finalizado el AT: San Juan Bautista, con su bautismo
de conversión, era la línea del horizonte entre dos mundos, el del Antiguo y
el del Nuevo Testamento. Con su bautismo preparaba los corazones de los
israelitas para que aceptaran al Verbo Encarnado. Cuando Jesús se hace
bautizar une en sí los dos testamentos, confluyen en Él la preparación (el
bautismo de Juan) y la realidad (su humanidad unida al Verbo). Con el
Bautismo de Jesús comienza ‘oficialmente’ el Nuevo Testamento.

e) Prefigurar y preparar el bautismo cristiano. El bautismo de Juan no era
un sacramento que perdonaba los pecados por su mismo poder. El bautismo de
Juan es un símbolo del arrepentimiento de cada persona que se bautizaba.
Pero Jesucristo aprovecha este bautismo de Juan para preparar el bautismo
que Él iba a instituir como sacramento para el perdón de los pecados y la
incorporación a sí mismo.



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Santos Padres: San Jerónimo - El bautismo del Señor

Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle,
inclinándome, la correa de sus sandalias . Aquí aparece claramente un signo
de humildad; es como decir: no soy digno siquiera de ser su siervo. Pero en
estas sencillas palabras se nos revela otro misterio. Leemos en el Éxodo, en
el Deuteronomio y en el libro de Ruth que cuando alguien se negaba a tomar
por mujer a la viuda de su hermano, quien le seguía en orden de parentesco,
ante los jueces y los ancianos le decía: a ti te corresponde el matrimonio,
tú eres quien debe tomarla por mujer. Si se negaba, la misma a quien no
quería tomar por esposa le quitaba su sandalia, le golpeaba en la cara y le
escupía. De este modo podía ya casarse con el otro. Esto se hacía para
pública deshonra—interpretando de momento el texto al pie de la letra—a fin
de que si alguien fuera a rechazar a una mujer especialmente por ser pobre,
el miedo a esta pública deshonra le hiciera desistir. Por tanto, aquí se nos
revela el sacerdocio. Juan mismo dice: «el que tiene a la esposa es el
esposo» . Él tiene por esposa a la Iglesia, yo soy simplemente el amigo del
esposo: no puedo, siguiendo la ley, desatar la correa de su sandalia, porque
él no ha rechazado a la Iglesia por esposa.

Yo os bautizo con agua , yo soy un servidor, él es el Creador y el Señor. Yo
os ofrezco agua.

Yo, que soy criatura, ofrezco una criatura; él, que es increado, da al
increado. Yo os bautizo con agua, ofrezco lo que se ve; él lo que no se ve.
Yo, que soy visible, doy agua visible; él, que es invisible, da el Espíritu
invisible.

Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea . Fijaos
en el significado de las palabras. No dice: vino Cristo, ni tampoco: vino el
Hijo de Dios, sino vino Jesús.

Alguien podría decir: ¿Por qué no dice Cristo? Me refiero a Cristo según la
carne. Dios, por su parte, es eternamente santo y no necesita ninguna
santificación, pero estamos hablando ahora de la carne de Cristo. Aún no
había sido bautizado, ni había sido ungido por el Espíritu Santo. Hablo de
Cristo según la carne, según la forma de siervo; que nadie se escandalice.
Hablo de aquel que, como si fuera un pecador, se acercó al bautismo; no
trato de dividir a Cristo. No trato de decir que uno es Cristo, otro Jesús,
y otro el Hijo de Dios, sino que siendo uno y el mismo es diverso según la
diversidad de los momentos. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Daos
cuenta del misterio. A Juan el Bautista acuden en primer lugar los
habitantes de Judea y de Jerusalén, pero nuestro Señor con quien se inicia
el bautismo evangélico y que cambió los sacramentos de la ley en sacramentos
del Evangelio, no vino desde Judea ni desde Jerusalén, sino desde Galilea de
los gentiles. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Nazara significa flor.
La flor (Jesús) viene de la flor.

Y fue bautizado por Juan en el Jordán . ¡Gran misericordia: el que no había
cometido pecado es bautizado como si fuera un pecador! En el bautismo del
Señor son perdonados todos los pecados.

Pero sólo a manera de cierto anticipo es esto propio del bautismo del
Salvador, porque la verdadera remisión de los pecados está en la sangre de
Cristo y en el misterio de la Trinidad.

En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban. Todo esto, que se
ha escrito, se ha escrito para nosotros, pues, antes de recibir el bautismo,
tenemos los ojos cerrados y no vemos las cosas celestes.

Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía
de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» . Jesucristo es
bautizado por Juan; el Espíritu Santo desciende en forma de paloma y el
Padre da testimonio desde los cielos. Mira, Arrio, ved, herejes, el misterio
de la Trinidad en el bautismo de Jesús: Jesús es bautizado, el Espíritu
Santo desciende en forma de paloma, el Padre habla desde el cielo. «Vio que
los cielos se rasgaban». Cuando dice «vio», da a entender que los otros no
veían, pues no todos ven los cielos abiertos. ¿Qué dice Ezequiel en el
comienzo de su libro? «Y sucedió, dice, que encontrándome yo entre los
deportados, a orillas del río Kebar, vi los cielos abiertos». Yo vi, luego
los otros no veían. Que nadie piense que se trata de los cielos simple y
materialmente abiertos: nosotros mismos, que nos hallamos aquí, vemos los
cielos abiertos o cerrados según la diversidad de nuestros méritos. La fe
plena tiene los cielos abiertos, más la fe vacilante los tiene cerrados.

«Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él» Maniqueos, marcionistas y
demás herejías suelen presentarnos la siguiente objeción: si Cristo está en
su cuerpo y la carne, que asumió, no fue abandonada, ni se la quitó de
encima, también el Espíritu Santo, que bajó a él, está en la paloma.
¿Percibís los silbidos de la antigua serpiente? ¿Veis que aquella culebra,
que arrojó al hombre del paraíso, también a nosotros quiere arrojarnos del
paraíso de la fe? No dice—el evangelista—: tomó el cuerpo de una paloma,
sino el Espíritu «como» paloma. Cuando se dice «como» no se designa la
realidad, sino la similitud.

Respecto al Señor y Salvador, no está escrito que nació «como» hombre, sino
que nació hombre. Mas aquí se dice como paloma. Por tanto, fue una similitud
lo que se dio, no fue la realidad.
(San Jerónimo, Comentario al Evangelio de San Marcos, I, Mc 1, 1-12, Ciudad
Nueva Madrid 1989, 26-29)



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Aplicación BENEDICTO XVI Bautismo del Señor

Queridos hermanos y hermanas:
Las palabras que el evangelista san Marcos menciona al inicio de su evangelio: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (Mc 1, 11), nos introducen en el corazón de la fiesta de hoy del Bautismo del Señor, con la que se concluye el tiempo de Navidad. El ciclo de las solemnidades navideñas nos permite meditar en el nacimiento de Jesús anunciado por los ángeles, envueltos en el esplendor luminoso de Dios. El tiempo navideño nos habla de la estrella que guía a los Magos de Oriente hasta la casa de Belén, y nos invita a mirar al cielo que se abre sobre el Jordán, mientras resuena la voz de Dios. Son signos a través de los cuales el Señor no se cansa de repetirnos: "Sí, estoy aquí. Os conozco. Os amo. Hay un camino que desde mí va hasta vosotros. Hay un camino que desde vosotros sube hacia mí". El Creador, para poder dejarse ver y tocar, asumió en Jesús las dimensiones de un niño, de un ser humano como nosotros. Al mismo tiempo, Dios, al hacerse pequeño, hizo resplandecer la luz de su grandeza, porque, precisamente abajándose hasta la impotencia inerme del amor, demuestra cuál es la verdadera grandeza, más aún, qué quiere decir ser Dios.

El significado de la Navidad, y más en general el sentido del año litúrgico, es precisamente el de acercarnos a estos signos divinos, para reconocerlos presentes en los acontecimientos de todos los días, a fin de que nuestro corazón se abra al amor de Dios. Y si la Navidad y la Epifanía sirven sobre todo para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la fiesta del Bautismo de Jesús nos introduce, podríamos decir, en la cotidianidad de una relación personal con él. En efecto, Jesús se ha unido a nosotros, mediante la inmersión en las aguas del Jordán. El Bautismo es, por decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y sentirnos amados por él.

Queridos amigos, estoy verdaderamente feliz porque también este año, en este día de fiesta, tengo la oportunidad de bautizar a algunos niños. Sobre ellos se posa hoy la "complacencia" de Dios. Desde que el Hijo unigénito del Padre se hizo bautizar, el cielo realmente se abrió y sigue abriéndose, y podemos encomendar toda nueva vida que nace en manos de Aquel que es más poderoso que los poderes ocultos del mal. En efecto, esto es lo que implica el Bautismo: restituimos a Dios lo que de él ha venido. El niño no es propiedad de los padres, sino que el Creador lo confía a su responsabilidad, libremente y de modo siempre nuevo, para que ellos le ayuden a ser un hijo libre de Dios. Sólo si los padres maduran esta certeza lograrán encontrar el equilibrio justo entre la pretensión de poder disponer de sus hijos como si fueran una posesión privada, plasmándolos según sus propias ideas y deseos, y la actitud libertaria que se expresa dejándolos crecer con plena autonomía, satisfaciendo todos sus deseos y aspiraciones, considerando esto un modo justo de cultivar su personalidad.

Si con este sacramento el recién bautizado se convierte en hijo adoptivo de Dios, objeto de su amor infinito que lo tutela y defiende de las fuerzas oscuras del maligno, es preciso enseñarle a reconocer a Dios como su Padre y a relacionarse con él con actitud de hijo. Por tanto, según la tradición cristiana, tal como hacemos hoy, cuando se bautiza a los niños introduciéndolos en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se los fuerza, sino que se les da la riqueza de la vida divina en la que reside la verdadera libertad, que es propia de los hijos de Dios; una libertad que deberá educarse y formarse con la maduración de los años, para que llegue a ser capaz de opciones personales responsables.

Queridos padres, queridos padrinos y madrinas, os saludo a todos con afecto y me uno a vuestra alegría por estos niños que hoy renacen a la vida eterna. Sed conscientes del don recibido y no ceséis de dar gracias al Señor que, con el sacramento que hoy reciben, introduce a vuestros hijos en una nueva familia, más grande y estable, más abierta y numerosa que la vuestra: me refiero a la familia de los creyentes, a la Iglesia, una familia que tiene a Dios por Padre y en la que todos se reconocen hermanos en Jesucristo. Así pues, hoy vosotros encomendáis a vuestros hijos a la bondad de Dios, que es fuerza de luz y de amor; y ellos, aun en medio de las dificultades de la vida, no se sentirán jamás abandonados si permanecen unidos a él. Por tanto, preocupaos por educarlos en la fe, por enseñarles a rezar y a crecer como hacía Jesús, y con su ayuda, "en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres" (Lc 2, 52).

Volviendo ahora al pasaje evangélico, tratemos de comprender aún más lo que sucede hoy aquí. San Marcos narra que, mientras Juan Bautista predica a orillas del río Jordán, proclamando la urgencia de la conversión con vistas a la venida ya próxima del Mesías, he aquí que Jesús, mezclado entre la gente, se presenta para ser bautizado. Ciertamente, el bautismo de Juan es un bautismo de penitencia, muy distinto del sacramento que instituirá Jesús. Sin embargo, en aquel momento ya se vislumbra la misión del Redentor, puesto que, cuando sale del agua, resuena una voz desde cielo y baja sobre él el Espíritu Santo (cf. Mc 1, 10): el Padre celestial lo proclama como su hijo predilecto y testimonia públicamente su misión salvífica universal, que se cumplirá plenamente con su muerte en la cruz y su resurrección. Sólo entonces, con el sacrificio pascual, el perdón de los pecados será universal y total. Con el Bautismo, no nos sumergimos simplemente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro compromiso de conversión, sino que se efunde en nosotros la sangre redentora de Cristo, que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en el que él se complace, quien adquiere de nuevo para nosotros la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente "hijos" de Dios.

Dentro de poco reviviremos este misterio evocado por la solemnidad que hoy celebramos; los signos y símbolos del sacramento del Bautismo nos ayudarán a comprender lo que el Señor realiza en el corazón de estos niños, haciéndolos "suyos" para siempre, morada elegida de su Espíritu y "piedras vivas" para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. La Virgen María, Madre de Jesús, el Hijo amado de Dios, vele sobre ellos y sobre sus familias y los acompañe siempre, para que puedan realizar plenamente el proyecto de salvación que, con el Bautismo, se realiza en su vida. Y nosotros, queridos hermanos y hermanas, acompañémoslos con nuestra oración; oremos por los padres, los padrinos y las madrinas y por sus parientes, para que les ayuden a crecer en la fe; oremos por todos nosotros aquí presentes para que, participando devotamente en esta celebración, renovemos las promesas de nuestro Bautismo y demos gracias al Señor por su constante asistencia. Amén.

(SANTA MISA Y BAUTISMO DE LOS NIÑOS  Capilla Sixtina   Domingo 11 de enero de 2009)

 

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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Bautismo del Señor


1. EL JORDAN COMO EPIFANIA

Según dijimos el pasado 6 de enero, la palabra "epifanía" 'significa
"manifestación". Y en ese día conmemoramos el misterio del Verbo encarnado
que quiso manifestarse, mostrarse a los Magos, primicias de los pueblos
gentiles. Todavía en el marco de aquella fiesta —ya que estamos en el tiempo
litúrgico llamado de Epifanía— celebramos hoy una nueva "manifestación" de
Jesús: su Bautismo en el Jordán. ¿En qué sentido ese Bautismo constituyo una
"manifestación"? En diversos sentidos. Ante todo, porque fue en ocasión de
dicho Bautismo que San Juan el Precursor, aquel que nos acompañó durante el
tiempo de Adviento, aquel hombre tan humilde que, según lo consigna el
evangelio de hoy, se sentía indigno hasta de desatarle las correas de las
sandalias al Señor, señaló públicamente a Jesús como el Mesías esperado. "Yo
no le conocía —nos dice— pero he venido a bautizar con agua para que él
fuera manifestado a Israel". Y asimismo atestiguó: "He visto al Espíritu
descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no le
conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre el
que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza
en el Espíritu Santo. Yo lo he visto y soy testigo de que él es el Hijo de
Dios".

Más no fue tan sólo el Bautista quien dio testimonio de Jesús ante el
pueblo. También lo manifestaron, y cuán majestuosamente, las tres Personas
de la Santísima Trinidad. Ni bien Jesús salió del agua, luego de haberse
humillado colocándose en la fila de los pecadores, que esperaban recibir, de
manos de Juan, el bautismo de penitencia, Jesús fue proclamado como Hijo de
Dios hecho carne. El Padre celestial lo enalteció públicamente, dirigiéndole
con voz perceptible estas solemnes palabras: "Tú eres mi Hijo muy querido,
en ti tengo puesta toda mi predilección" y el Espíritu Santo, según lo
consignó el evangelista, bajó "sobre él como una paloma". La Trinidad en
pleno se expresó, pues, en el Jordán, exaltando al Hijo de Dios que se había
humillado por nuestros pecados. Es el cumplimiento casi literal de lo
profetizado por Isaías, según lo escuchamos en la primera lectura de hoy:
"Así habla el Señor: Este es mi servidor, a quien yo sostengo, mi elegido,
en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que
lleve el derecho a las naciones". Cristo es el nuevo Noé que se sumerge en
estas aguas, que recuerdan alas del diluvio, para anegar en ellas nuestros
pecados; y, como Noé después del diluvio, también El recibe la paloma divina
que anuncia la paz y la salvación para los hombres.

Nos dice el evangelio que, al salir del agua, vio Jesús que los cielos se
abrían. Porque los cielos, amados hermanos, a raíz del pecado original,
estaban cerrados para nosotros. Hoy se abren para indicar que en Cristo el
cielo se ha reconciliado con la tierra, que ya no hay sino un sólo rebaño
formado por ángeles y hombres, y un solo pastor de todos, que las
clausuradas puertas del Paraíso se han reabierto para los pecadores
arrepentidos.

2. EN EL JORDAN, CRISTO PURIFICO LAS AGUAS

¡Admirable este misterio del Bautismo de Jesús! ¿Por qué quiso ser
bautizado? No, evidentemente, para ser purificado de sus pecados, El, que
era la Pureza original. Si Cristo descendió al Jordán fue para purificar las
aguas, para comunicarles su propia pureza, de tal modo que en adelante esas
aguas fuesen capaces de purificar a los hombres mediante el Bautismo. El
calor del cuerpo vivo de Cristo puesto en contacto con las aguas hizo a
éstas aptas para limpiar no sólo el exterior de los cuerpos —que es su
virtualidad natural— sino también lo más recóndito de las almas. Al
penetrar, pues, Jesús en el Jordán, las aguas de este río, y las de todos
los ríos, todas las aguas del mundo, se hicieron aptas para el orden
sacramental. Ya no serán tan sólo "aguas de la tierra", serán también "olas
de Cristo".

El Señor que se bautiza en el Jordán es la víctima que anticipa su
sacrificio, aquél señalado por el Bautista: Este es el cordero de Dios, el
que quita los pecados del mundo. Qui tollit peccata mundi. La palabra latina
"tollere" —y su verbo correspondiente en griego— no sólo quiere decir
"quitar" sino también "cargar". El Cristo que se sumerge en el Jordán es el
cordero que carga los pecados y que quita los pecados. Mejor aún, Cristo no
es sólo "el que carga" y "el que quita" sino que es aquel que carga para
quitar. Por eso el bautismo del Jordán está en estrecha relación con la
Cruz. Cuando a lo largo de su vida, Jesús pensara en su Pasión futura la
llamaría "bautismo": "Con bautismo tengo que ser bautizado —dijo en cierta
ocasión refiriéndose a aquélla—, ¡y qué angustia siento hasta que esto se
cumpla!". En su Pasión, Jesús se sumergiría en un abismo de sufrimientos
similar a un mar profundo. Por eso el Bautismo del Jordán anticipa en figura
a la Cruz, que está en el telón de fondo de aquel episodio. Ya desde el
comienzo de su vida pública, Cristo es el cordero de Dios que camina hacia
el altar del sacrificio. A partir del Jordán comienza para El la ruda
ascensión al Calvario. Cuando estuviese clavado en la Cruz, de su costado
abierto saldría el agua viva, el agua que purificada antes en el Jordán,
sería la materia del Bautismo cristiano.

3. EN EL JORDAN, CRISTO FECUNDO LAS AGUAS

Así, pues, en el Jordán, Cristo se muestra como el Cordero que, cargando con
nuestros pecados, los anegó en las aguas, purificando al mismo tiempo para
siempre las aguas de todas las fuentes. Pero eso no es todo. En el Jordán,
Cristo fecundó las aguas. A partir de entonces, el agua no sólo quedaría
limpia para en adelante, sino que además se convertiría en el seno materno
de la Iglesia hecha fecunda. Acabamos de decir que Cristo no se bautizó para
sí sino para nosotros, para la Iglesia; no se bautizó para ser purificado
sino para que la Iglesia, a la que radicalmente había asumido en su cuerpo,
quedase purificada. La Iglesia se reconoce en la humanidad misma del Señor
que se sumergió en las olas del Jordán. Recapitulando en su cuerpo a la
Iglesia, vivió sus misterios para la Iglesia. Esposo y Esposa son, en el
Jordán "una sola carne". Cristo, en su Bautismo, purificó, pues, a la
Iglesia, pero para unírsela a Él en esponsales. Es, ni más ni menos, lo que
dice San Pablo en su epístola a los efesios: "Maridos, amad a vuestra
esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para
santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque
quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún
defecto, sino santa e inmaculada".

El Bautismo en el Jordán es, así, el baño nupcial gracias al cual la
Esposa-Iglesia —asumida en la carne de Cristo— recibió la última preparación
antes de ser presentada al Esposo. Lo confirma la antífona para los Laudes
de la fiesta de Epifanía: "Hoy la Iglesia se unió a su Esposo celestial,
porque en el Jordán Cristo lavó sus crímenes". Se unen acá las ideas de
purificación y de unión nupcial. Cristo pudo desposarse con la Iglesia
porque en el Jordán lavó las manchas de la Iglesia. El baño de Cristo-Esposo
es, pues, el baño de la Iglesia-Esposa, el único baño nupcial. Desposándose
el Señor con la Iglesia en el Jordán, dejó en el agua el germen de su
fecundidad para hacer del agua el seno de la Iglesia-Esposa. A lo largo de
los siglos, de las aguas del Bautismo —seno virginal de la Madre Iglesia—
incesantemente nacerán nuevos hijos, hijos de Dios.

Tal es el rico contenido que se encierra en este misterio de la vida del
Señor. Una manifestación de Cristo como Hijo de Dios, integrante de la
Santísima Trinidad. Una manifestación de Cristo como Salvador, como
inaugurador de los misterios en su propio cuerpo. Pronto nos acercaremos
para recibir ese mismo Cuerpo del Señor en la Sagrada Eucaristía. Pidámosle
que cuando penetre en el Jordán de nuestra alma, renueve en él sus antiguas
maravillas purificando nuestro interior de toda mancha, y haciéndolo de tal
modo fecundo que podamos continuar en nuestra vida el misterio de la
Epifanía "manifestando" a Cristo con nuestras buenas acciones.
(Saenz a.,Palabra y Vida, Ciclo B, Gladius Buenos Aires 1993, 53-58)


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Aplicación: Marti Ballester - Inauguración de la misión de Jesús

1. Jesús se despidió de su madre, que ya había notado que su corazón no estaba en la casa. Y desde Galilea se fue al Jordán para que Juan lo bautizara. Entra en el río sin pecado personal y cargado con los pecados del mundo. Es el Cordero que comienza a purificar a la humanidad, su esposa, para dejarla limpia con su sangre.

2. "Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto mi espíritu" Is 42, 1. "Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre El. Y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" Mateo 3, 13. Son dos textos de las lecturas de hoy, luminosamente paralelos y coincidentes: 1: "Sobre El he puesto mi Espíritu, dice Isaías. 2: "El Espíritu bajaba como una paloma y se posaba sobre El", nos relata San Mateo.

Para Isaías Jesús es: "Mi elegido, a quien prefiero". Para Mateo: "El amado, mi predilecto". Entre Isaías y Mateo hay otra diferencia: Isaías dice: "Mi siervo". Mateo dice: Éste es "mi Hijo". Se da pues un progreso de Revelación en el Evangelio: El Padre REVELA AL HIJO, que viene a revelar al Padre.

3. El Siervo de Yahvé viene a realizar la misión trascendental de renovar la alianza de Dios con Israel, repatriar a los exiliados y establecer el espíritu de la verdad en medio de todas las naciones paganas. Para expresarlo Isaías se sirve de la terminología propia de la creación: "Yo te he formado y te he hecho", dice el Señor del Siervo de Yavé, según la lectura de Isaías.

En el Génesis, en efecto, cuando Dios se dispone a crear al hombre, dice: "Hagamos al hombre" (Gen 1,26). Estamos pues ante la creación del hombre nuevo, réplica del primer hombre. Por tanto, si es creado un hombre nuevo, ahora comienza un Mundo Nuevo, una creación Nueva, un Orden Nuevo, una alianza nueva, sellada con la Sangre derramada en la Cruz, Bautismo de sangre, que el Bautismo en el Jordán está anunciando. Y así como en la primera Creación el Espíritu se cernía sobre las aguas (Gén 1,2), en la nueva creación que comienza hoy, el Espíritu se posa sobre Jesús.

Todo será nuevo desde ahora. Los ciegos abrirán sus ojos a la luz de la revelación del Padre, que les irá descubriendo Jesús. El amado Hijo, nos revelará a sus hermanos que somos hijos del Padre por adopción, amados en El y herederos por El.

3. Como Rey, en contraste con los de su tiempo, implantará el derecho y la justicia, según Dios y no según los hombres, por encima de los mismos conceptos modernos impregnados de legalismo, ni con las normas y principios sociológicos, sino a través de una actividad salvífica a todos los niveles. Su actuación será muy distinta de las de los reyes de su tiempo. No actuará con modos militares; ni gritará en medio de las plazas.

Como Sacerdote, debe exponer lo mismo que el rey debe implantar. Como Profeta debe ser el altavoz del Padre ante todos los pueblos. Por eso Juan confiesa que: "Yo os bautizo con agua. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego", que es juicio destructor y transformante. El fuego purificador, que quema el pecado y transforma en Dios.

4. Viene a transformar a los hombres desde dentro, a partir de su interioridad. Va a salvar a cada hombre, reavivando la mecha que está a punto de extinguirse, haciendo la revolución verdadera querida por Dios, por la acción dinámica del Espíritu que le anima, con mansedumbre y humildad, transformando a las personas, una a una, llegando a lo más íntimo de su ser, haciéndolos hijos cada vez más plenos del Padre. Esa es la revolución que Jesús va a comenzar con el Espíritu, la revolución de la santidad, que comienza por sacar a los presos de la cárcel de sus pecados para crear hombres interiores, adoradores de Dios en espíritu y verdad (Jn 4,24). Creando una caña nueva allí donde hay una resquebrajada, no aplastando, sino sanando y curando.

Así actuará Dios por Jesús, por sus sacramentos, por la Iglesia como comunidad salvífica e intercesora y mediadora universal. Ese es el sentido del bautismo de la Iglesia, que nos hace hijos de Dios; y para que lo seamos y porque lo somos, comeremos el Pan de la vida.

Por eso pudo decir Pedro: "Cuando Juan predicaba el bautismo, Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien" Hechos 10,34. "Todo lo ha hecho bien" (Mc 7,37).

5. "Soy yo el que necesito que Tú me bautices" confiesa Juan. -"Debemos cumplir lo que Dios quiere", responde Jesús. Su obsesión es hacer la voluntad del Padre. Y ese debe ser el programa de todo cristiano. Jesús entró en el Jordán como el Siervo de Yavé que personaliza a todo el pueblo de Dios. Igual que el pueblo de Israel entró en el Jordán y lo atravesó para entrar en la tierra prometida, entra Jesús en el Jordán a la cabeza de su pueblo nuevo, para llevarlo a la tierra nueva que mana leche y miel. Jesús entró en el río. Y porque se sumergió en el río nuestro de nuestra vida, el Padre dijo que le amaba, porque cumplía su voluntad. Jesús entró en el río para hacer un río nuevo en un mundo nuevo con hombres nuevos, nacidos de las aguas del bautismo.

6. "Apenas se bautizó Jesús, se abrió el cielo, descendió el Espíritu sobre Jesús, como una paloma y se posó sobre él. Y el Padre proclamó que es su Hijo Amado". El Bautismo de Jesús culmina con una teofanía, en un momento imponente y trascendente en el que se manifiesta la Familia Trinitaria presente y actuante. El Padre y el Espíritu Santo presentan las credenciales de Jesús ante Israel y ante el mundo para ampliar la Familia.

7. "El bautismo de Jesús inaugura su misión de Siervo Doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de los pecados. Así mana de El el Espíritu para toda la humanidad. Se abren los cielos, que el pecado de Adán había cerrado. El cristiano se incorpora sacramentalmente a Cristo por el bautismo, que anticipa su muerte y su resurrección. Debemos entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús para subir con El, renacer del agua y del Espíritu en hijos amados del Padre y vivir una vida nueva" (Cf CEC).

7. Vida nueva que el mismo Cristo alimenta y robustece con su Pan y Vino, sacramento para la vida del mundo. "La voz del Señor que se oye sobre las aguas torrenciales, es potente y magnífica y descorteza las selvas" Salmo 28, destruye las cortezas de las selvas de nuestros pecados, para que le recibamos con santidad y justicia.
(J. MARTI BALLESTER)




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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El Bautismo del Señor


El Espíritu Santo bajó sobre Jesús en forma de paloma. Esta era la señal que
le había dado Dios al Bautista para reconocer a Jesús que venía entre los
pecadores. “Yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me
dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese
es el que bautiza con Espíritu Santo””[2]. También se oyó la voz del Padre
que lo exaltaba ante todo el pueblo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco”.

El Padre se complace en Jesús porque hace su voluntad, porque es
fiel a la misión que le ha encomendado.

El Bautismo de Jesús es la presentación oficial del Hijo de Dios. “Mi Hijo
amado en quien me complazco” (Mt, Mc). “Mi hijo; yo te he engendrado hoy”
(Lc). “Doy testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Jn).

¿Quién es este Hijo de Dios? Es el Siervo de Yahvé del primer
canto de Isaías[3].

Acuden a Juan para preguntarle quién era y él da testimonio de
que no es el Mesías[4]. Luego estando con sus discípulos da testimonio: “ese
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y lo sabe porque ha
visto descender sobre Él al Espíritu Santo, que era la señal que le dio el
que le envió a bautizar[5].

Hoy Marcos nos relata sucintamente el Bautismo del Señor. Juan
se humilla y bautiza a Jesús para cumplir el plan de salvación[6].

Se manifiesta en el Bautismo de Jesús la Santísima Trinidad: el
Hijo bautizado, el Espíritu Santo en forma de paloma y la voz del Padre.

Jesús se bautiza para santificar las aguas del Bautismo, para
cumplir las Escrituras, para manifestarse como el que venía a cargar con
nuestros pecados. Era conveniente pero no necesario su bautismo.

“Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.

Dios se complace en su Hijo porque ha sido siempre fiel a su
voluntad. Jesús Ungido por el Espíritu Santo en el seno de María hoy
manifiesta delante de Israel que es el Mesías[7]. Al entrar en el mundo
dijo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”[8]. Y al final de su vida
dijo: “Todo está cumplido”[9].

El Siervo de Yahvé de Isaías es Jesús, el Hijo amado. Ha venido a hacer la
voluntad de su Padre y a morir por los hombres. El Siervo y el Hijo que
hacen la voluntad de su Señor manifiestan la humildad de Jesús. Jesús hoy da
un rasgo notable de su humildad, se pone en la fila de los pecadores para
recibir el Bautismo de Juan. Dice la carta a los Filipenses: “Cristo, El
cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, si no que
se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza
humana, y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”[10]. Sin
embargo, aunque tomó el porte de un hombre pecador, su mayor humillación fue
hacerse hombre.

Jesús nos da ejemplo de humildad.

Y, ¿cuál es la humildad que se nos pide? Reconocernos criaturas,
siervos de Dios. Esta es la humildad esencial. Esta humildad implica
obedecer los mandamientos de Dios, de Cristo y de su Iglesia.

Pero nuestra humildad toma un aspecto especial desde el
Bautismo, porque comenzamos a ser hijos. Debemos imitar la humildad del
Hijo, humildad basada en el amor a nuestro Padre celestial, que nos lleva a
obedecerlo.

¿Qué se opone a nuestra humildad filial? El espíritu del mundo,
que esencialmente es hacer lo que yo quiero, lo que me apetece, el
libertinaje, aunque eso signifique desobedecer a Dios.

¿Jesús es ungido por primera vez en el Bautismo? La unción del
Espíritu en el Bautismo se manifiesta ante todo Israel pero Jesús ya había
sido ungido por el Espíritu Santo en la Encarnación, “el Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios”[11]. El Espíritu
Santo une la naturaleza humana al Verbo Eterno y queda ungida de la
divinidad, el Mesías comienza a habitar entre los hombres.

“Amas la justicia y odias la iniquidad, por eso Dios, tu Dios,
te ha ungido con óleo de fiesta[12] más que a tus compañeros”[13]. Este
salmo mesiánico se refiere a la Encarnación del Verbo y al júbilo mesiánico.
El júbilo mesiánico nace del cumplimiento de las promesas del Antiguo
Testamento pero principalmente de nuestro reencuentro con Dios. La
liberación del hombre de sí mismo para vivir en Dios.

Luego del Bautismo, donde Jesús es manifestado ante Israel como
el Ungido del Señor, comienza su misión de Ungido, de Mesías. En la sinagoga
de Nazaret se aplica a sí mismo la profecía de Isaías que dice: “El Espíritu
del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres, la Buena
Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a
los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de
gracia del Señor”[14].

La unción de Jesús en la Encarnación nos trae alegría, “os
anuncio una gran alegría, dijo el ángel a los pastores, que lo será para
todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es
el Cristo Señor”[15]. La unción en su Bautismo nos trae también alegría
porque Jesús santifica las aguas que nos purificarán de nuestros pecados y
nos harán hijos agradables a Dios. Su predicación es el comienzo de su obra
de restauración que culminará en su Pascua y su sede a la derecha del Padre.
Para nosotros es el año de gracia del Señor que culminará el día de su
segunda venida.

Jesús es el ungido con óleo de júbilo. Jesús es fiel a la misión
de su Padre y vive en Él, haciendo lo que le complace. Él nos enseña la
fidelidad para que también nosotros seamos hijos agradables al Padre y
vivamos jubilosos.

¿Por qué no somos felices? Porque no hacemos la voluntad de
Dios.

Para vivir contentos tenemos que aceptar la voluntad de Dios, la
misión que Él nos ha designado en parte. Cada uno tiene una vocación en esta
vida, una misión. Si la aceptamos viviremos contentos, si no la aceptamos
seremos infelices. En esto no hay grados, se acepta o no se acepta el querer
de Dios, estamos contentos o estamos descontentos. El estar contento es como
la base de la felicidad.

Luego vienen las alegrías, los gozos, las felicidades. En mayor
o menor medida de acuerdo a nuestra entrega a la voluntad del Señor. Cuanto
más nos vayamos olvidando de nuestros propios quereres para querer el querer
de Dios, más felicidad tendremos. Estas alegrías y gozos son como las
paredes del edificio de la felicidad.

La cúpula de la felicidad se da en vivir fuera de sí, en Dios.
Nuestra voluntad tan identificada con la de Dios que es como si Dios obrara
en nosotros. Una fundición de voluntades y nosotros viviendo en un éxtasis
continuo, olvidados de nosotros mismos cuanto se puede en esta vida,
viviendo en Dios. El júbilo expande tanto el corazón en Dios que no es
posible expresar con palabras la alabanza y el amor a Dios sino que se lo
expresa con todo el ser transportado en Dios.

El júbilo de Jesús, el ungido del Señor, es una invitación a
cada uno de nosotros para vivir la felicidad en su cumbre, es decir, para
vivir en júbilo. Jesús ha sido ungido para que nosotros seamos hombres
nuevos, hombres divinizados, hombres jubilosos, hombres verdaderamente
religiosos, hombres que viven en Dios y Dios en ellos.

Nosotros somos ungidos el día de nuestro Bautismo y somos
consagrados como cristianos, somos otros cristos y por tanto debemos imitar
al Ungido de Dios. Si queremos que el Padre se complazca en nosotros debemos
ser como Jesús. Él ha santificado las aguas para que nosotros seamos hijos
de Dios y ungidos de Dios. Jesús por su Misterio Pascual nos ha consagrado
para ser hombres nuevos que se le asemejen. Llevamos la unción del Bautismo
perennemente en el alma por el carácter bautismal y nuestra vida consiste en
ser una réplica de Jesús, el Hijo amado del Padre.


Notas
1] Juan Pablo II dice que Cristo “toma su lugar entre los pecadores, (…) en
el Jordán, para servirles a todos de ejemplo” (B. Juan Pablo II, El Espíritu
Santo en la experiencia del desierto, Audiencia General del día sábado 21 de
julio de 1990, nº 5). Y Benedicto XVI dice: “El relato de las tentaciones
guarda una estrecha relación con el relato del Bautismo, en el que Jesús se
hace solidario con los pecadores” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (I), Ed.
Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 51).
[2] Jn 1, 33
[3] 42, 1 s
[4] Cf. Jn 1, 19-20
[5] Cf. Jn 1, 29-34
[6] Cf. Mt 3, 13-15
[7] Cf. Lc 3, 21; Jn 1, 34
[8] Cf. Hb 10, 4-10
[9] Jn 19, 30
[10] Flp 2, 5-8
[11] Lc 1, 35
[12] Otras versiones traducen “óleo de júbilo”.
[13] Sal 44, 8
[14] Cf. Lc 4, 16-21
[15] Lc 2, 10-11

 

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Ejemplos

Cuando llegues a la fuente del bautismo [...], entonces también tú, por ministerio de los sacerdotes, atravesarás el Jordán y entrarás en la tierra prometida, en la que te recibirá Jesús, el verdadero sucesor de Moisés, y será tu guía en el nuevo camino (Orígenes, Hom. sobre el libro de Josué).

El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Cor 5, 17), un hijo adoptivo de Dios (cfr. Ga 4, 5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 Pdr 1, 4), miembro de Cristo (cfr. 1 Cor 6, 15; 12, 27), coheredero con Él (Rom 8, 17) y templo del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 6, 19) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1265).

Una corona más espléndida
San Luís había sido coronado como rey en una catedral muy hermosa. Le comentaron: "Seguramente amarás mucho esta catedral". El santo contestó: "Mucho más amo la iglesia donde me bauticé. Porque allí me he convertido en hijo de Dios".

(Cortesía: NBCD e iveargentina.org)

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