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MSC en el Perú

Los Misioneros del
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Domingo 2 B de Pascua: Preparemos la Acogida de la Palabra de Dios con los Sabios y los Santos

 

Recursos adicionales para la preparación

 

A su disposición

Exégesis: R.P. José María Solé ROMA, C.M.F. sobre las tres lecturas

Exégesis: Dr. Isidoro Gomá y Tomás - APARECE JESÚS A LOS APÓSTOLES REUNIDOS

COMENTARIO TEOLÓGICO: SAN JUAN PABLO MAGNO II - Homilía con ocasión de la Canonización de Sor Faustina

COMENTARIO Teológico: SAN JUAN PABLO MAGNO II - La inconcebible e insondable misericordia de Dios

COMENTARIO Teológico: SAN JUAN PABLO MAGNO II - La resurrección: evento histórico y al mismo tiempo meta-histórico

SANTOS PADRES: SAN JUAN CRISÓSTOMO  - "Bienaventurados los que no vieron y creyeron"

Santos Padres: San Agustín - Misericordia de Dios sobre los grandes pecados.

APLICACIÓN: SAN LUIS BERTRÁN - Domingo de Resurrección

Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa - La fe no es privilegio, sino don

APLICACIÓN: SOBRE LA DEVOCIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA

EJEMPLOS PREDICABLES

 


¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla



Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F. sobre las tres lecturas

Sobre la Primera Lectura (Hechos 4,32-35)

La Iglesia es la obra y la prolongación de Cristo: Su 'Sacramento'. Por ella la Salvación llega a todos:

- Las páginas de los 'Hechos' son como nuestro archivo de familia. Guardan los recuerdos más antiguos de la Historia Cristiana. Jesús es el único personaje que después de la muerte prosigue su historia con hechos y maravillas mayores que las de su vida mortal. Jesús Resucitado y Glorificado vive a la derecha del Padre. Y desde allí diluvia sobre los hombres aquel misterioso 'fuego' que se llama Espíritu Santo. La llamarada de Pentecostés prende presto en el mundo pagano y se propaga incontenible. En la tierra aparece la 'Iglesia': el Nuevo Israel: la nueva creación de Dios: Semilla que crece, astro que ilumina, fermento que transforma.

Sobre la primera Lectura
- Si comparamos y completamos el pasaje que hoy leemos con los pasajes afines, tenemos el dibujo más logrado de la primera Comunidad Cristiana (cfr. 2, 42-47; 5, 12-16): La Iglesia naciente es una comunidad de Hermanos unidos en la fe, en la oración, en la Eucaristía (Fracción del Pan, Hch 2, 42) y en comunidad de bienes: 'Un solo corazón, una sola alma'. El fervor, gozo y generosidad de la Comunidad manan de la presencia del Resucitado que la fe, la oración y sobre todo la Eucaristía perpetúan y actualizan. A seguida del pasaje de los Hechos que leemos en la Liturgia de hoy podemos leer las dos respuestas que se le pueden dar al Resucitado: la auténtica de Bernabé, que pone su riqueza en servicio y provecho de los hermanos. Y la falsa de Ananías y Safira, que con su disimulo pretenden hacer una burla sacrílega del ideal evangélico (Hch 4, 36-5, 11).

- Nosotros rememoramos y revivimos auténticamente el misterio Pascual, en torno al altar, si sabemos formar un solo corazón y una sola alma; si ponemos lo nuestro al servicio y provecho de los hermanos indigentes. Celebrar el misterio Pascual sin caridad es hacer comedia sacrílega.


Sobre la Segunda Lectura (1Jn 5,1-16)

El que por el Bautismo renace hijo de Dios debe honrar su dignidad:

- San Juan nos avisa que en la auténtica vida cristiana van concatenadas: Fe-Caridad-Cumplimiento de los Mandamientos. Si falta un eslabón se quiebra la vida.

- Estas virtudes adquieren en el bautizado una dimensión nueva y trascendente: La Fe del cristiano es la que cree en Dios-Padre y en Jesús-Hijo de Dios. Esta fe nos hace hijos de Dios. La Caridad cristiana es la que deriva del amor al Padre. Porque amamos al Padre amamos a todos los que de hecho o de derecho son hijos de Dios. El cumplimiento de la voluntad de Dios en el cristiano no es por temor servil, sino por amor filial.

- Insiste Juan en el objeto de la fe cristiana: Jesús-Mesías-Hijo de Dios. Esta fe nos salva. Cuando escribe Juan han aparecido ya las primeras herejías cristologistas de los docetas y cerintianos. Cerinto enseñaba que el Hijo de Dios abandonó a Jesús en la Pasión. Contra tales enseñanzas, que anularían la Redención, Juan proclama la fe en Jesús-Mesías-Hijo de Dios: Así nos ha sido enviado y así es Jesús, el único y auténtico Mesías: En el Jordán (agua), en la Pasión (sangre), en la Resurrección y Glorificación (Espíritu). El Espíritu Santo que testificó que Jesús era el Hijo de Dios, en el Jordán, en la Pasión y en la Resurrección, sigue dando el mismo testimonio en los corazones de los fieles, sobre todo en los ritos sacramentales del Bautismo, Confirmación, Eucaristía: Espíritu-Agua-Sangre (v. 7). 'A su luz, luz de la gracia pascual, comprendemos con adecuada inteligencia qué bautismo nos lavó, qué espíritu nos regenero, qué sangre nos redimió' (Colecta).


Sobre el Evangelio (Juan 20, 19-31)

Nos narra el Evangelista los regalos que nos trae el Resucitado:
- Los Profetas los tenían prometidos para la Era Mesiánica. Cristo los trae con una riqueza y esplendidez que supera todos los anuncios y todas las previsiones. Estos regalos son:
a) La Paz: La paz para un semita significaba todo bien y toda dicha. Ahora es la Paz Mesiánica: 'La Paz os dejo. Mi paz os doy. No es como la del mundo, la que Yo os doy' (Jn 14, 27).
b) EL Gozo: 'Esto os digo, a fin de que mi gozo esté en vosotros; y vuestro gozo sea colmado' (Jn 15, 11). El Gozo y la Paz Mesiánicos, regalo Pascual del Resucitado, inundarán siempre el corazón de la Iglesia y el de los fieles, aun en medio de todas las persecuciones y dolores.
c) Otro regalo: EL Espíritu Santo. El 'soplo' de Dios creó al primer Adán. El 'Soplo' del Resucitado nos transfiere la vida del Nuevo Adán: Cristo nos da su Espíritu Santo, nos comunica su Vida Divina, nos hace partícipes de su Filiación.
d) El perdón de los pecados: Prometido para la Era Mesiánica (Jer 31, 34; Ez 37).
e) El Resucitado, que los ha expiado todos, deja a La Iglesia el poder de perdonarlos todos.

- El Resucitado constituye a los Doce sucesores de su obra y de su misión. Como el Padre le envió a El, El los envía a ellos. Les otorga su autoridad y sus poderes (vv. 21. 22). La misión que ellos y sus sucesores deberán realizar en nombre del Resucitado es: Perdonar todos los pecados y henchir de paz, de gozo, de gracia; es decir, de Espíritu Santo, todos los corazones.
- Tomás, vuelto al redil por el amor del Resucitado, nos dicta la que va a ser siempre más en la Iglesia, la mejor fórmula de fe cristiana: 'Señor mío y Dios mío' (v. 28).
- El Señor Glorificado es el mismo e idéntico Jesús que convivió con los Apóstoles. Esto lo comprueban con múltiples experiencias sensoriales. Jesús a través de la Resurrección alcanza su Glorificación (Jn 17, 4) sin menoscabo de su plena y auténtica identidad corporal.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)



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Exégesis: Dr. Isidoro Gomá y Tomás - APARECE JESÚS A LOS APÓSTOLES REUNIDOS
Ion. 20, 19-23; Lc. 24, 37-39: 41-44 (Mc. 16, 14; Lc. 24, 36-40)   Evangelio de la Misa de la Dominica in Albis (Ioh. 19, 31) y de la Misa del martes de la semana de Pascua (Lc. 36-47)

Explicación.
- La relación de las santas mujeres, y aún la de Pedro, afirmando ante los discípulos que habían visto a Jesús resucitado, no disipó todas sus dudas. Ni la detallada descripción de los discípulos de Emaús mereció por un momento más crédito: "Ni a éstos creyeron" (Mc. 16, 13). Jesús va a coronar sus apariciones con la que aquí se narra, hecha en conjunto a todos los Apóstoles y algunos discípulos que con ellos estaban. Marcos no hace más que una alusión rápida a esta aparición; Lucas y Juan dan de ella preciosos detalles, que mutuamente se completan. Distinguimos en este relato: la aparición (Ioh. 19; Lc. 37-39); pruebas que les da de la verdad de su resurrección (Ioh. 20; Lc. 41-44); poderes que les confiere (Ioh. 21-23).

LA APARICIÓN (Ioh. 19; Lc. 37-39).
- Tuvo lugar en el mismo momento en que los discípulos de Emaús narraban a la asamblea de los Apóstoles y discípulos lo que acababa de ocurrirles aquella tarde: Y mientras hablaban de estas cosas..., sucedía ello el mismo día de la resurrección, al anochecer, y estando los discípulos congregados y encerrados por el miedo que los sinedritas les inspiraban, y con razón, pues estarían irritados con el supuesto robo del cuerpo del Señor: siendo ya tarde, aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas en donde se hallaban juntos los discípulos por miedo de los judíos... Acababan de cenar, cuando estaban a la mesa. La aparición de Jesús en medio de ellos fue súbita; el cuerpo de Jesús, glorificado ya, no necesitó se abriese paso para entrar en el local cerrado: tenía las condiciones del cuerpo "espiritual", de que nos habla el Apóstol (1 Cor. 15, 44): Vino Jesús, y se puso en medio, y les saludó con la fórmula corriente entre los judíos: Y les dijo: Paz a vosotros. Esta paz es ya más fecunda: es la paz del Príncipe de la paz, la paz mesiánica, fecunda en toda suerte de bienes. Como si quisiese Jesús darles un presagio de los bienes de esta paz, añade: Yo soy, no temáis.

A pesar de las dulces palabras de Jesús, su aparición súbita les había llenado de terror; sin embargo, sin ruido, a través de paredes y puertas han visto a un hombre aparecer ante ellos; creyeron se trataba de un espectro o fantasma, no de un cuerpo real: Mas ellos, turbados y espantados, pensaban que veían algún espíritu: ¡tanto les costaba persuadirse de la resurrección del Señor, a pesar de ser ya la cuarta vez que se aparece! Jesús les tranquiliza, dándoles a entender que es él, el único que puede leer en sus pensamientos: Y les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué dais lugar en vuestro corazón a tales pensamientos, haciendo conjeturas de si soy o no un espíritu? No lo soy; mirad, para convenceros, que conservo aún en mis manos y pies las señales de los clavos de la crucifixión: Ved mis manos y mis pies, que yo mismo soy: no me miréis ya sólo la cara, por la que se conoce el hombre, sino mis miembros con los vestigios de mi suplicio. Pero, por si temieseis engaño de la vista, os ofrezco mi cuerpo para que lo palpéis, y os convenzáis de que no soy fantasma o visión, sino que tengo carne y hueso como vosotros: Palpad y ved: que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

PRUEBAS DE LA VERDAD DE LA RESURRECCIÓN (Ioh. 20; Lc. 41-44).
De las palabras pasa Jesús a los hechos: les enseña aquellas partes del cuerpo en que quedaron más profundamente impresos los estigmas de la pasión: Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos, y los pies, y el costado: Los Apóstoles y discípulos mirarían y tocarían con atención y reverencia las cicatrices sagradas; es el primer argumento que les da: el de la vista y tacto, sentidos los más fidedignos. La certeza de que están viendo a Jesús les inunda de gozo: Y se gozaron los discípulos viendo al Señor: empiezan a realizarse las palabras que les había dicho, de que les vería otra vez y se alegraría su corazón (cf. Ioh. 16, 22). Aprovecha Jesús estos momentos de santa expansión de sus discípulos para darles una lección de docilidad de espíritu, cuando hay motivos bastantes para creer: Y los reprendió por su incredulidad y dureza de corazón: porque no habían creído a los que lo vieron resucitado.

Pero les confirma en la verdad de su resurrección dándoles un segundo argumento. Es fenómeno psicológico universal que difícilmente creamos, por instintivo temor de que frustre el gozo, los faustísimos sucesos que nos atañen; esto les ocurre a los discípulos: han oído las referencias de los compañeros que han visto a Jesús resucitado; le tienen presente; han mirado y palpado su cuerpo sagrado; pero el mismo gozo es obstáculo a la fe completa: Mas, como aún no lo acaban de creer, y estuviesen maravillados de gozo, dándoles una prueba aún más fehacientes, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Los espectros y los espíritus no comen; si Jesús come, la prueba es decisiva: Y ellos le presentaron parte de un pez asado y un panal de miel, un trozo de panal, ambos manjares probablemente restos de la cena frugal que acababan de tomar. Jesús comió; los cuerpos glorificados no tienen necesidad de comer, pero pueden hacerlo y absorberlos en alguna manera: Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras, y se las dio.

Finalmente les da una razón sintética para acabar de disipar las dudas que sobre su resurrección pudiesen aún abrigar. La causa de su incredulidad ha sido la decepción o desengaño sufrido al ver padecer y morir a Cristo; como los discípulos de Emaús, habían creído las cosas gloriosas de Jesús, no las humillaciones; cuando éstas vinieron, se llamaron a engaño. Jesús afirma de un modo general que todo ello estaba ya predicho en los Libros Sagrados, y que El mismo se lo había advertido en tiempo, cuando convivía con ellos en su vida mortal: Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros, que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas, y en los Salmos: son las tres grandes divisiones de los Sagrados libros, según los judíos: el Pentateuco, los Profetas y los Libros poéticos, de los que los principales son los Salmos.

PODERES QUE DA JESÚS A SUS DISCÍPULOS (Ioh. 21-23). - En aquel recinto cerrado está la Iglesia naciente, con Cristo vivo y aun presente según su presencia visible; el gozo de que están inunda-dos los discípulos va a transfundirse a toda la Iglesia, de todos los siglos, en virtud de los poderes que va a conferirles. Antes de hacerlo, vuelve Jesús a saludarles con solemnidad enfática: Y otra vez les dijo: Paz a vosotros. La palabra de Jesús es eficaz: El vino para pacificar a los hombres con Dios; el primer poder que dará a sus Apóstoles será el de ser continuadores de esta obra de pacificación (cf. 2 Cor. 5, 18-20): Como el Padre me envió, así también yo os envío: Jesús se hace igual al Padre en el poder de enviar; y envía a los Apóstoles para que sean, como El, ministros de pacificación.

Para esta grande obra necesitan los Apóstoles y sus sucesores la fuerza vivificadora del Espíritu Santo. Jesús se lo da, por medio de una acción material simbólica, que podríamos llamar sacra-mental, porque obra lo que significa, la insuflación: Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos. El soplo es símbolo del Espíritu: hálito y espíritu se designan en griego con la misma palabra "pneuma". Al soplo acompañó unas palabras expresivas del símbolo: Y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: ya le tenían los discípulos al Espíritu Santo por la justificación, pero ahora lo reciben en orden a los oficios que deberán llenar; no con toda su plenitud y en forma solemne y visible, como el día de Pentecostés, sino para determinados fines y como preparación para la venida solemne. Por esta insuflación expresa Cristo que el Espíritu Santo procede del Padre y de Él, y que como es del Padre, así también es suyo.
Parte principal de aquel ministerio de pacificación y fruto capital del Espíritu que acaba de darles es el perdón de los pecados, porque es el pecado el que pone la discordia entre Dios y el hombre.

Jesús tenía este poder (cf. Mt. 9, 6); ahora se lo da a los Apóstoles: A quienes perdonareis los pecados, quédanles perdonados: y a quienes se los retuviereis, no desatándolos por el perdón, porque el perdón es el que libra del pecado, retenidos les quedan. Por lo mismo, los Apóstoles y sus sucesores serán jueces que deberán discernir los casos en que deberán retener o perdonar los pecados: luego éstos les deberán para ello ser declarados. Por esto la Iglesia ha visto siempre en estas palabras contenido el precepto de la confesión distinta de los pecados.

Lecciones morales.
A) Ioh. v. 19. - Estando cerradas las puertas... vino Jesús... - Era de noche, cuando suele agravarse el miedo; los enemigos eran muchos, poderosos, enconados; los discípulos pocos e inermes; faltábales el sostén, que era Jesús; el recuerdo de los pasados sucesos había deprimido su espíritu: por todo ello, el temor sobrepuja a la esperanza y se encierran todos en un mismo lugar; tienen a lo menos el consuelo de estar juntos. En estos aprietos es cuando Jesús les visita; y con su visita les devuelve el gozo, la fuerza, la esperanza en días mejores. Antes de la visita de Jesús la cerrazón cubría los horizontes de su vida; ahora se ha abierto de par en par su corazón. Confiemos en la misericordia de Jesús, que tiene sus consuelos más llenos para nuestras horas más desoladas.

B) v. 19. -Paz a vosotros. -Avergoncémonos, dice San Gregorio Nacianceno, de abandonar este don precioso de la paz que nos dejó Cristo al salir de este mundo. La paz es nombre y cosa dulce: es de Dios (Phil. 4, 7), y Dios es de ella, porque El es nuestra paz (Eph. 2, 14). Y no obstante, siendo la paz un bien alabado y recomendado por todo, es conservado por pocos. ¿Cuál es la causa de ello? Quizá la ambición de dominio o de riquezas ; tal vez la ira, el odio, el desprecio del prójimo, o alguna otra cosa análoga en que incurrimos ignorantes de Dios ; porque Dios es la suma Paz que lo aúna todo ; de quien nada es más propio que la unidad de naturaleza y el ser y vivir pacífico. De El se deriva la paz tranquilidad a los espíritus angélicos, que viven en paz con Dios y consigo mismos; de El se difunde a toda criatura, cuyo principal ornato es la tranquilidad; a nosotros viene espiritualmente por la práctica de las virtudes y la unión con Dios.

C) Lc. v. 39. - Palpad y ved: que el espíritu no tiene carne ni huesos...-Dijo esto Jesús, dice San Ambrosio, para que conociéramos la naturaleza de los cuerpos resucitados: porque lo que se palpa, cuerpo es. Siendo, pues, la resurrección de Jesús causa y modelo de la nuestra, estemos ciertos que resucitaremos en nuestra propia carne, según la misma naturaleza que actualmente tiene, y según sus mismos elementos, aunque con distintas propiedades. No será nuestro cuerpo una sombra impalpable, dice San Gregorio, más sutil que cualquier gas, como quiso Eutiques, sino que será sutil por la virtud espiritual que le informará, palpable por su naturaleza. Podemos decir lo del Apóstol: se siembra un cuerpo animal; se levantará o resurgirá un cuerpo espiritual (1 Cor. 15, 44). Será la glorificación de la materia, levantada a la participación de las mismas cualidades del espíritu en lo que puede participarlas. Como el espíritu, será el cuerpo glorificado ágil, sutil, luminoso, permeable para todo y todo permeable para sí. Todo ha querido restaurarlo Cristo Jesús.

D) v. 41. - ¿Tenéis aquí algo de comer? - Aparece aquí la gran misericordia de Jesús, para sus discípulos y para nosotros. Para ellos, porque multiplica ante ellos, que le habían visto muerto, las pruebas de su resurrección: han visto sus cicatrices, les ha dejado palpar las hendiduras de los clavos, les ha hablado, y le han visto como a cualquier otro mortal; ahora, para que se acaben de convencer de la verdad de su carne, ya que todavía titubeaban, les pide de comer; y come, no por necesidad, sino porque quiere, e ingiere una cantidad de alimentos y da a ellos las sobras. Tiene delante un hombre no de sola apariencia, sino tan real como ellos. Y para nosotros, porque la irresolución de los discípulos en creer y la prodigalidad de pruebas con que arranca definitivamente su asentimiento, son multiplicadas razones, de carácter absolutamente histórico, que nos inducen a nosotros a admitir una verdad que es fundamental en el cristianismo. Nunca es Dios avaro de luz cuando se trata de enseñarnos una verdad; y jamás ha tratado de violentar las condiciones naturales de nuestro conocimiento, hasta para darnos la doctrina sobrenatural.

E) Ioh. v. 21. - Como el Padre me envió, así también yo os envío. - Esta misión es uno de los misterios más profundos y consoladores de nuestra doctrina cristiana. Misión es apostolado, es legación, es poder representativo. El Padre destaca de su seno, si así puede hablarse, al Hijo para que se haga hombre y redima al mundo y le enseñe la doctrina divina y funde su Iglesia. Y el Hijo destaca de sí a sus Apóstoles, y éstos a sus sucesores los Obispos, y éstos a los sacerdotes sus colaboradores, para que continúen su obra. Jesús, con la plenitud de los poderes que ha recibido del Padre, ha hecho lo fundamental; y luego comunica la plenitud de estos poderes a sus Apóstoles, en cuanto son necesarios para seguir su obra. Así nuestra misión sacerdotal sube, por Cristo que nos envía, al Padre que le envió a El. Acordémonos, los que somos enviados, de nuestra dignidad, de nuestra autoridad y de la santidad y celo que nuestra misión exige. Y aprenda el pueblo el respeto, la docilidad, el amor, el auxilio que debe a los ministros y enviados de Dios.

F) Ioh. v. 22. - Recibid el Espíritu Santo. - ¡Palabra fecunda la de Jesús en estos momentos! Apenas salido de la tumba, vivo y glorioso, da a sus discípulos el Espíritu Santo, que es el Espíritu vivificador. Es su propio Espíritu, el Espíritu de Jesús, que va a animar ya sobrenaturalmente a su Iglesia. Vendrá más tarde, el día de Pentecostés, de una manera solemne y en toda su plenitud; pero, interinamente, ya tienen los discípulos el Espíritu de Dios en ellos y con ellos. Y este Espíritu ya no estará ocioso; lo vivificará todo; renovará la faz de la tierra; será Dedo de Dios, Voz de Dios, Fuego de Dios: todo lo tocará, lo hará retemblar, lo purificará todo. ¡Ven, Espíritu Santo, y llena nuestros corazones !

- OTRA APARICIÓN A LOS APÓSTOLES CON SANTO TOMAS: Ioh. 20, 24-31
Conclusión del Evangelio de la Dominica in Albis (cf. número ant.) Evangelio de la Misa de Santo Tomás Apóstol (vv. 24-29)

Explicación. - La narración de este hecho es peculiar del cuarto Evangelio: podemos distinguir en ella: la incredulidad de Tomás (24.25); la aparición de Jesús (26-29); con una especie de resumen de su Evangelio con que terminaba primitivamente la obra de San Juan, a la que con posterioridad añadió el mismo autor el último capítulo, como se dirá en su lugar (30-31).

INCREDULIDAD DE TOMÁS (24.25).
- Nada fáciles fueron los Apóstoles en creer la resurrección de Jesús, y apenas si cedieron al testimonio de los sentidos, la vista y el tacto. Todo ello lo quiso Dios para que se multiplicaran los argumentos de que pudiesen disponer las posteriores generaciones cristianas para demostrar el hecho de la resurrección. Para el Apóstol que aquí es protagonista y para nosotros, este episodio es de irrecusable fuerza demostrativa.

Por motivos que el Evangelista ni siquiera insinúa, el apóstol Tomás no estaba en compañía de los otros diez al anochecer del día de la resurrección, cuando les apareció el Señor: Pero Tomás, uno de los doce, que se llamaba Dídimo, o gemelo (cf. núm. 139), no estaba con ellos cuando vino Jesús. Contáronle los demás el suceso de la aparición de la que fueron testigos; por lo que Tomás les responde, se lo contarían con todos los detalles, especialmente que les consintió tocar sus manos, pies y costado: Y los otros discípulos le dijeron: Hemos visto al Señor. Tomás niega su asentimiento al testimonio de sus compañeros; tan inverosímil le parece el hecho de la resurrección, que no cederá sino a su propia y personal experiencia: Mas él dijo: Si no viere en sus manos la hendidura, la marca, el vestigio, de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos. y metiere mi mano en su costado, lo que de-muestra la extensi��n de la herida del sagrado pecho, no creeré. Doble falta cometió aquí el Apóstol incrédulo: la de negar fe a los dichos de todos los demás, y la de señalar las condiciones sin las cuales no asentirá. No obstante, Jesús condescenderá con su Apóstol, y su incredulidad característica dará lugar a que crea él y se robustezcan los motivos que tenemos de credibilidad en el gran milagro.

LA APARICIÓN (26.29).
- El primer día de la segunda semana después de la resurrección, ocho días cabales después de la primera aparición a los discípulos congregados, la reiteró en las mismas condiciones de la anterior: Y al cabo de ocho días estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás con ellos: vino Jesús, cerradas las puertas, y se puso en medio, y dijo: Paz a vosotros. En esta repetición de las apariciones de Jesús en el mismo día ha visto la antigüedad cristiana una especial santificación del día de la resurrección; es por ello que el descanso sabático de los judíos ha venido a ser la fiesta dominical de los cristianos; el día de la Resurrección del Señor es en nuestra Liturgia el domingo principal del año; las demás dominicas dependen en su cómputo y son como un eco de la fiesta de la Resurrección.

Jesús ya va directamente, lleno de piedad, a la conquista del entendimiento y corazón del Apóstol incrédulo: Y después dijo a Tomás, dándole a conocer que no ignoraba sus palabras y la condición que había impuesto para creer: Mete aquí tu dedo, y mira mis manos, y trae tu mano, y métela en mi costado; y reprendiéndole con dulzura añade: Y no seas incrédulo, sino fiel.

¿Tocó Tomás los vestigios de las llagas de Jesús? Afírmanlo la mayor parte de los intérpretes, como condición exigida a sí mismo por el Apóstol para creer. Pero parece más conforme a la narración afirmar, con Knabenbauer y otros, que no llegó Tomás a tocar el sagrado Cuerpo y que creyó a la sola vista de los santos estigmas ; la frase admirativa, entrecortada, llena de religioso respeto que pronuncia el Apóstol, revela la emoción, el arrepentimiento, la fe profunda del mismo a la sola vista de las cicatrices veneradas: Respondió Tomás y le dijo: Señor mío y Dios mío: le llama Señor, y en esto reconoce su humanidad; y Dios, en lo que afirma su divinidad.

Acepta Jesús y alaba la confesión de Tomás: Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás has creído: has hecho bien en creer después de ver; aunque mejor hubiese hecho creyendo por el testimonio de los demás y por lo que yo mismo había dicho de mi resurrección. Hay, pues, aquí alguna manera de reprensión por la tardía y nada fácil fe del Apóstol. Nótese que dice Jesús: "porque me has visto", no "porque me has tocado", lo que parece legitimar la interpretación según la cual no tocó Tomás a Jesús. No le faltó al Apóstol su mérito, porque vio al hombre y creyó en Dios, viendo con los ojos de la fe, a través de la carne de Cristo, el poder y la gloria de la divinidad. Con todo, es mejor, porque es más abnegada, la fe de aquellos que no exigen el testimonio de la experiencia personal para creer: Bienaventurados los que no vieron, y creyeron: No es que le falte a Tomás su parte en la bienaventuranza, porque creyó más de lo que vio y sobre lo que vio; pero es más meritoria la fe que no necesita el testimonio de los sentidos corporales.

PRIMERA CONCLUSIÓN DEL EVANGELIO DE SAN JUAN (30.31).

- Narradas las apariciones de Jesús resucitado en la Judea, añade Juan, a guisa de epílogo, estos dos versículos, con los que terminaba primitivamente su libro. Más tarde, y para desvanecer el error de aquellos que, interpretando mal unas palabras de Jesús error de aquellos que, interpretando mal unas palabras de Jesús, mente el texto de lo que es hoy último capítulo del cuarto Evangelio.

No ignora Juan que en su Evangelio no ha narrado muchos milagros obrados por Jesús: predominan en él los discursos. Sabe que los tres Evangelios que hoy llamamos sinópticos, escritos antes que el suyo, contienen mayor número de milagros del Señor. Y para que los lectores de los demás Evangelios crean los milagros en ellos descritos y para que se vea que su propósito no ha sido acumular la descripción de hechos prodigiosos, dice: Otros muchos milagros hizo también Jesús, antes de su muerte y después de su resurrección, en presencia de sus discípulos, que debían dar testimonio de ellos, y que no están escritos en este libro de su Evangelio.

Y añade la finalidad que se propuso al escribir la obra, y que ha dejado entrever en muchos pasajes de la misma (cf. 1, 14-18. 27.33.49-51; 2, 11; 3, 13; 5, 18; 6, 68; 7, 29, etc.): Mas éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. El objeto que se propuso, pues, al redactar su Evangelio, fue demostrar que aquel hombre que recorrió Palestina, que predicó, padeció, murió y resucitó, era el Mesías prometido por los profetas, y que por ello se debía fe a su misión y a sus enseñanzas. Como fin ulterior y definitivo, digno del celo de un Apóstol, se propuso Juan que sus lectores, por la fe en Cristo lograsen la vida divina, en el tiempo y en la eternidad: Y para que, creyendo, tengáis vida: aquella vida, sobrenatural y eterna, de la que con tanta frecuencia habla el Evangelista, que sólo se logra en su nombre, en el de Jesús por sus méritos y poder, única por la que somos hechos salvos.

Lecciones morales.
A) v. 25. - Si no viere en sus manos la hendidura de los clavos... - Más craso y material que los demás Apóstoles, dice el Crisóstomo, el apóstol Tomás buscaba la fe que deriva del sentido más craso y material de todos, que es el del tacto. Porque no le basta con ver, sino que quiere tocar. Así son muchos hombres groseros, para quienes tiene, hasta en las cosas espirituales, más fuerza el sentido que la razón. Nosotros no debemos ser así; no debe ser nuestra fe ciega, ni ligera, ni irracional; pero debemos dar a nuestras fuentes de conocimiento el valor que les corresponde en orden a la fe. La historia depurada, la autoridad de la Iglesia, la misma autoridad de los técnicos que indican la intervención de un elemento sobrenatural en las curaciones, etcétera, la deposición de testigos fidedignos, hecha en la debida forma, tiene tanta fuerza como nuestros mismos sentidos en orden a la testificación de un milagro, ya que personalmente podemos dejarnos sugestionar, o carecer de las condiciones necesarias de cultura, o padecer una ilusión ante lo que podría parecernos milagroso y no lo es.

B) v. 27.- Mete aquí tu dedo... - ¡ Cuán suave y misericordioso es el Señor ; Pudo resucitar, si hubiese querido, sin que apareciera en su cuerpo sagrado vestigio alguno de los clavos y lanza; pero no quiso borrar la aparente fealdad de sus cicatrices, dice San Agustín, en favor de sus amigos y como testimonio entrar sus enemigos. Para sus amigos fueron aquellas cicatrices un medio de identificarle y creer en su resurrección, o para los que no le vieron resucitado, como nosotros, un medio de curar la llaga de nuestra infidelidad, creyendo sobre el testimonio de quienes vieron aquellas llagas. Para sus enemigos, los incrédulos, los impíos, los mismos pecadores, serán aquellas llagas un perpetuo reproche y testimonio contra ellos; como si dijera Jesús, mostrándolas: "He aquí el hombre a quien crucificasteis; veis las heridas que le causasteis; conocéis el costado que traspasasteis, que por vosotros y para vosotros fue abierto: y, no obstante, no quisisteis entrar en él."

c) v. 29. - Porque me has visto, Tomás, has creído. - La fe, dice San Agustín, es creer lo que no ves; es, dice el Apóstol, la sustancia de lo que esperamos, argumento de las cosas que no aparecen (Hebr. 11, 1): no se tiene fe, sino ciencia, de lo que se palpa y se ve; por ello en el cielo, donde veremos a Dios, no tendremos fe. ¿Por qué, pues, dice Jesús a Tomás que creyó porque vio? Porque vio una cosa y creyó otra: vio las llagas, y creyó en la resurrección; vio el cuerpo de Jesús, y creyó en su divinidad. Este es el oficio del milagro; llevarnos, como de la mano, a la fe: el sentido nos atestigua un hecho de orden material; pero la razón nos dice que aquel hecho, en aquella forma, en aquella manera, en aquel momento, no puede producirse sin una intervención sobrenatural y divina; y entonces creemos en lo que no vemos, es decir, asentimos, con nuestro entendimiento y voluntad, a algo que está sobre el hecho que nos han denunciado los sentidos.

D) v. 29. - Bienaventurados los que no vieron, y creyeron. - En esta sentencia venimos comprendidos nosotros, que no hemos podido ver ni palpar las llagas de Cristo, dice Teofilacto. No digamos, pues: "Ojalá hubiese yo podido ver las llagas del Señor", dice el Crisóstomo: porque también somos, o podemos ser bienaventurados, más aún que los mismos que las vieron, porque es más difícil y meritoria nuestra fe. Lo capital es que obremos lo que creemos, dice San Agustín, porque aquel es verdadero creyente que lleva a la práctica de la vida aquello que cree.

E) v. 30. - Otros muchos milagros... que no están escritos en este libro. - Tenemos aquí multiplicidad de milagros, de narradores de ellos y de testigos presenciales de los prodigios. Todo cuanto se requiere para que los milagros sean lo que deben ser: signo y garantía de la misión divina de Jesús y de la verdad de su doctrina. Ni los hechos milagrosos han sido desmentidos, ni se ha podido hallar contradicción entre los cuatro Evangelistas que los narran, ni los testigos presenciales de buena fe pudieron atribuirlos a otro poder que no fuera el de Jesús. Y a más de los que se refieren en los Evangelios, tan bien constatados, hay otros muchos, obrados por el Señor antes y después de su resurrección, cuya simple referencia es a mayor abundamiento, y para que veamos que Dios ha querido garantir plenamente las verdades que nos enseñó. La crítica de todos los siglos ha tratado de negar, de explicar, de adulterar los milagros de los Evangelios. No ha podido hacer mella en su verdad, porque no ha podido argüir de falsedad a estas narraciones sencillas, de testigos presenciales, que llevan en sí mismas la marca de la más absoluta veracidad. Bendigamos a Dios, que tan sabiamente fundó los cimientos de nuestra religión y de nuestra fe.

F) v. 31. - Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo... - La finalidad del milagro no es de orden natural: no se hacen los milagros para que admiremos el poder de Dios, del que hartos argumentos tenemos en la creación; ni con un fin espectacular, para que nos gocemos en la manifestación extraordinaria de un poder oculto. El milagro es un hecho de orden sensible, extraordinario, que rebasa las fuerzas de la naturaleza, para que, a través de lo material de él, nos remontemos a lo espiritual y eterno (2 Cor. 4, 18). El milagro lo hace Dios para que creamos, para que le amemos, para que, por la fe y el amor, tengamos vida sobrenatural en el nombre de Jesús (v. 32). Así viene a ser el milagro como una propedéutica o preparación a la fe. No todos los que ven el milagro creen, porque el hombre puede cerrar sus ojos a la luz divina que el milagro encierra; pero el milagro tiene luz bastante para guiarnos a Dios y para que, hallándole, vivamos en El.
(Dr. Isidoro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, Ediciones Acervo, Barcelona, 1967, Págs. 713- 724).

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COMENTARIO Teológico: San Juan Pablo Magno I - Homilía con motivo de la Canonización de Sor Faustina
(Domingo 30 de abril de 2000)
"Confitemini Domino quoniam bonus, quoniam in saeculum misericordia eius" ("Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia") (Sal. 118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (...) Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos." (Jn 20, 21-23).

Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado. Es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De este corazón sor Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces -le explicó Jesús mismo- representan la sangre y el agua" (Diario, 299).

1. ¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista San Juan, quien, cuando un soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir "sangre y agua" (Jn 19, 34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39).

La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: "(...) Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia Mismos" pedirá Jesús a sor Faustina (Diario, 1074). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Dives in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?

Hoy es verdaderamente grande mi alegría al proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska. La Divina Providencia unió completamente la vida de esta humilde hija de Polonia a la historia del siglo XX, el siglo que acaba de terminar. En efecto, entre la primera y la segunda guerra mundial, Cristo le confió su mensaje de misericordia. Quienes recuerdan, quienes fueron testigos y participaron en los hechos de aquellos años y en los horribles sufrimientos que produjeron a millones de hombres, saben bien cuán necesario era el mensaje de la misericordia.

Jesús dijo a sor Faustina: "(...) La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia" (Diario, 300). A través de la obra de la religiosa polaca, este mensaje se ha vinculado para siempre al siglo XX, último del segundo milenio y puente hacia el tercero. No es un mensaje nuevo, pero se puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

2. ¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.
Pero, como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: "Paz a vosotros". Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.

3. Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "domingo de la Misericordia Divina". A través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. Cristo nos enseñó que "el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar misericordia" con los demás: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7)" (Dives in misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales. Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia: "Misericordias Domini in aeternum cantabo".

4. La canonización de sor Faustina tiene una elocuencia particular: con este acto quiero transmitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos.

El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la primera carta del apóstol san Juan: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1Jn 5, 2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos.
En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!
En la medida en que la humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura: "En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía" (Hch 4, 32). Aquí la misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las "obras de la misericordia", espirituales y corporales. Aquí la misericordia se transformó en hacerse concretamente "prójimo" de los hermanos más indigentes.

5. Sor Faustina Kowalska dejó escrito en su Diario: "Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al prójimo". ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor a Dios!

En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.

6. Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en su vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en Ti confío" (Diario, 47), que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno.

7. "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Sal 89, 2). A la voz de María santísima, la "Madre de la Misericordia", a la voz de esta nueva santa, que en la Jerusalén celestial canta la misericordia junto con todos los amigos de Dios, unamos también nosotros, Iglesia peregrina, nuestra voz.
Y tú, Faustina, don de Dios a nuestro tiempo, don de la tierra de Polonia a toda la Iglesia, concédenos percibir la profundidad de la Misericordia Divina, ayúdanos a experimentarla en nuestra vida y a testimoniarla a nuestros hermanos. Que tu mensaje de luz y esperanza se difunda por todo el mundo, mueva a los pecadores a la conversión, elimine las rivalidades y los odios, y abra a los hombres y las naciones a la práctica de la fraternidad. Hoy, nosotros, fijando, juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza: "Cristo, Jesús, en Ti confío".
(JUAN PABLO II, Homilía con motivo de la Canonización de Sor Faustina, Domingo 30 de abril de 2000)



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COMENTARIO Teológico: San Juan Pablo Magno II - La inconcebible e insondable misericordia de Dios

"Oh inconcebible e insondable misericordia de Dios, ¿quién te puede adorar y exaltar de modo digno? Oh sumo atributo de Dios omnipotente, tú eres la dulce esperanza de los pecadores" (Diario, 951, ed. it.
2001, p. 341).
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Repito hoy estas sencillas y sinceras palabras de santa Faustina, para adorar juntamente con ella y con todos vosotros el misterio inconcebible e insondable de la misericordia de Dios. Como ella, queremos profesar que, fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre. Deseamos repetir con fe: Jesús, confío en ti.

De este anuncio, que expresa la confianza en el amor omnipotente de Dios, tenemos particularmente necesidad en nuestro tiempo, en el que el hombre se siente perdido ante las múltiples manifestaciones del mal. Es preciso que la invocación de la misericordia de Dios brote de lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor e incertidumbre, pero, al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible de esperanza. Por eso, venimos hoy aquí, al santuario de Lagiewniki, para redescubrir en Cristo el rostro del Padre: de aquel que es "Padre misericordioso y Dios de toda consolación" (2Co 1, 3). Con los ojos del alma deseamos contemplar los ojos de Jesús misericordioso, para descubrir en la profundidad de esta mirada el reflejo de su vida, así como la luz de la gracia que hemos recibido ya tantas veces, y que Dios nos reserva para todos los días y para el último día.

2. Estamos a punto de dedicar este nuevo templo a la Misericordia de Dios. Antes de este acto, quiero dar las gracias de corazón a los que han contribuido a su construcción. Doy las gracias de modo especial al cardenal Franciszek Macharski, que ha trabajado tanto por esta iniciativa, manifestando su devoción a la Misericordia divina. Abrazo con afecto a las Religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia y les agradezco su obra de difusión del mensaje legado por santa Faustina. Saludo a los cardenales y a los obispos de Polonia, encabezados por el cardenal primado, así como a los obispos procedentes de diversas partes del mundo. Me alegra la presencia de los sacerdotes diocesanos y religiosos, así como de los seminaristas.

Saludo de corazón a todos los que participan en esta celebración y, de modo particular, a los representantes de la Fundación del santuario de la Misericordia Divina, que se ocupó de su construcción, y a los obreros de las diversas empresas. Sé que muchos de los aquí presentes han sostenido materialmente con generosidad esta construcción. Pido a Dios que recompense su magnanimidad y su compromiso con su bendición.

3. Hermanos y hermanas, mientras dedicamos esta nueva iglesia, podemos hacernos la pregunta que afligía al rey Salomón cuando estaba consagrando como morada de Dios el templo de Jerusalén: "¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta casa que yo te he construido!" (1R 8, 27). Sí, a primera vista, vincular determinados "espacios" a la presencia de Dios podría parecer inoportuno. Sin embargo, es preciso recordar que el tiempo y el espacio pertenecen totalmente a Dios. Aunque el tiempo y todo el mundo pueden considerarse su "templo", existen tiempos y lugares que Dios elige para que en ellos los hombres experimenten de modo especial su presencia y su gracia. Y la gente, impulsada por el sentido de la fe, acude a estos lugares, segura de ponerse verdaderamente delante de Dios, presente en ellos.

Con este mismo espíritu de fe he venido a Lagiewniki, para dedicar este nuevo templo, convencido de que es un lugar especial elegido por Dios para derramar la gracia de su misericordia. Oro para que esta iglesia sea siempre un lugar de anuncio del mensaje sobre el amor misericordioso de Dios; un lugar de conversión y de penitencia; un lugar de celebración de la Eucaristía, fuente de la misericordia; un lugar de oración y de imploración asidua de la misericordia para nosotros y para el mundo. Oro con las palabras de Salomón: "Atiende a la plegaria de tu siervo y a su petición, Señor Dios mío, y escucha el clamor y la plegaria que tu siervo hace hoy en tu presencia, que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta casa. (...) Oye, pues, la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y perdona" (1R 8, 28-30).

4. "Pero llega la hora, ya está aqu��, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así" (Jn 4, 23). Cuando leemos estas palabras de nuestro Señor Jesucristo en el santuario de la Misericordia Divina, nos damos cuenta de modo muy particular de que no podemos presentarnos aquí si no es en Espíritu y en verdad. Es el Espíritu Santo, Consolador y Espíritu de verdad, quien nos conduce por los caminos de la Misericordia divina. Él, convenciendo al mundo "en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio" (Jn 16, 8), al mismo tiempo revela la plenitud de la salvación en Cristo. Este convencer en lo referente al pecado tiene lugar en una doble relación con la cruz de Cristo. Por una parte, el Espíritu Santo nos permite reconocer, mediante la cruz de Cristo, el pecado, todo pecado, en toda la dimensión del mal, que encierra y esconde en sí. Por otra, el Espíritu Santo nos permite ver, siempre mediante la cruz de Cristo, el pecado a la luz del "mysterium pietatis", es decir, del amor misericordioso e indulgente de Dios (cf. Dominum et vivificantem, 32).

Y así, el "convencer en lo referente al pecado", se transforma al mismo tiempo en un convencer de que el pecado puede ser perdonado y el hombre puede corresponder de nuevo a la dignidad de hijo predilecto de Dios. En efecto, la cruz "es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre (...). La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (Dives in misericordia, 8). La piedra angular de este santuario, tomada del monte Calvario, en cierto modo de la base de la cruz en la que Jesucristo venció el pecado y la muerte, recordará siempre esta verdad.

Creo firmemente que en este nuevo templo las personas se presentarán siempre ante Dios en Espíritu y en verdad. Vendrán con la confianza que asiste a cuantos abren humildemente su corazón a la acción misericordiosa de Dios, al amor que ni siquiera el pecado más grande puede derrotar. Aquí, en el fuego del amor divino, los corazones arderán anhelando la conversión, y todo el que busque la esperanza encontrará alivio.

5. "Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por los pecados nuestros y del mundo entero; por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero" (Diario, 476, ed. it., p. 193). De nosotros y del mundo entero... ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad.

Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir "la chispa que preparará al mundo para su última venida" (cf. Diario, 1732, ed. it., p. 568). Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad. Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la Iglesia que está en Cracovia y en Polonia, y a todos los devotos de la Misericordia divina que vengan de Polonia y del mundo entero. ¡Sed testigos de la misericordia!
6. Dios, Padre misericordioso, que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.

Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten tu misericordia, para que en ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza.

Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén.
(JUAN PABLO II, Consagración del Santuario de la Divina Misericordia, Cracovia, sábado 17 de agosto
de 2002)

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San Juan Pablo Magno II -La resurrección: evento histórico y al mismo tiempo meta-histórico

1. La resurrección de Cristo tiene el carácter de un evento, cuya esencia es el paso de la muerte a la vida. Evento único que, como Paso (Pascua), fue inscrito en el contexto de las fiestas pascuales, durante las cuales los hijos y las hijas de Israel recordaban cada año el éxodo de Egipto, dando gracias por la liberación de la esclavitud y, por lo tanto, exaltando el poder de Dios-Señor que se había manifestado claramente en aquel "Paso" antiguo.
La resurrección de Cristo es el nuevo Paso, la nueva Pascua, que hay que interpretar a partir de la Pascua antigua, pues ésta era figura y anuncio de la misma. De hecho, así fue considerada en la comunidad cristiana, siguiendo la clave de lectura que ofrecieron los Apóstoles y los Evangelistas a los creyentes sobre la base de la palabra del mismo Jesús.

2. Siguiendo la línea de todo lo que se nos ha transmitido desde aquellas antiguas fuentes, podemos ver en la resurrección sobre todo un evento histórico, pues ésta sucedió en una circunstancia precisa de lugar y tiempo: "El tercer día" después de la crucifixión, en Jerusalén, en el sepulcro que José de Arimatea puso a disposición (cf. Mc 15, 46), y en el que había sido colocado el cuerpo de Cristo, después de quitarlo de la cruz. Precisamente se encontró vacío este sepulcro al alba del tercer día (después del sábado pascual).

Pero Jesús había anunciado su resurrección al tercer día (cf. Mt 16, 21; 17, 23; 20, 19). Las mujeres que acudieron al sepulcro ese día, encontraron a un "ángel" que les dijo: Vosotras... "buscáis a Jesús, el Crucificado. No está aquí, ha resucitado como lo había dicho" (Mt 28, 5-6).

En la narración evangélica la circunstancia del "tercer día" se pone en relación con la celebración judía del sábado, que excluía realizar trabajos y desplazarse más allá de cierta distancia desde la tarde de la víspera. Por eso, el embalsamamiento del cadáver, de acuerdo con la costumbre judía, se había pospuesto al primer día después del sábado.

3. Pero la resurrección, aún siendo un evento determinable en el espacio y en el tiempo, trasciende y supera la historia.

Nadie vio el hecho en sí. Nadie pudo ser testigo ocular del suceso. Fueron muchos los que vieron la agonía y la muerte de Cristo en el Gólgota, algunos participaron en la colocación de su cadáver en el sepulcro, los guardias lo cerraron bien y lo vigilaron, lo cual se habían preocupado de conseguirlo de Pilato "los sumos sacerdotes y los fariseos", acordándose de que Jesús había dicho: A los tres días resucitaré. "Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan los discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: 'Resucitó de entre los muertos'" (Mt 27, 63-64). Pero los discípulos no habían pensado en esa estratagema. Fueron las mujeres quienes, al ir al sepulcro la mañana del tercer día con los aromas, descubrieron que estaba vacío, la piedra retirada, y vieron a un joven vestido de blanco que les habló de la resurrección de Jesús (cf. Mc 16, 6). Ciertamente, el cuerpo de Cristo ya no estaba allí. A continuación fueron muchos los que vieron a Jesús resucitado. Pero ninguno fue testigo ocular de la resurrección. Ninguno pudo decir cómo había sucedido en su carácter físico. Y menos aún fue perceptible a los sentidos su más íntima esencia de paso a otra vida.

Este es el valor meta-histórico de la resurrección, que hay que considerar de modo especial si queremos percibir de algún modo el misterio de ese suceso histórico, pero también trans-histórico, como veremos a continuación.

4. En efecto, la resurrección de Cristo no fue una vuelta a la vida terrena, como había sucedido en el caso de las resurrecciones que él habla realizado en el período prepascual: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran sucesos milagrosos (y, por lo tanto, extraordinarios), pero las personas afectadas volvían a adquirir, por el poder de Jesús, la vida terrena "ordinaria". Al llegar un cierto momento, murieron nuevamente, como con frecuencia hace observar San Agustín.

En el caso de la resurrección de Cristo, la cosa es esencialmente distinta. En su cuerpo resucitado Él pasa del estado de muerte a "otra" vida, ultra-temporal y ultra-terrestre. El cuerpo de Jesús es colmado del poder del Espíritu Santo en la resurrección, es hecho partícipe de la vida divina en el estado de gloria, de modo que podemos decir de Cristo, con San Pablo, que es el "homo caelestis" (cf. 1Co 15, 47 ss.).

En este sentido, la resurrección de Cristo se encuentra más allá de la pura dimensión histórica, es un suceso que pertenece a la esfera meta-histórica, y por eso escapa a los criterios de la mera observación empírica del hombre. Es verdad que Jesús, después de la resurrección, se aparece a sus discípulos, habla, conversa y hasta come con ellos, invita a Tomás a tocarlo para que se cerciore de su identidad: pero esta dimensión real de su humanidad total encubre la otra vida, que ya le pertenece y que le aparta de lo "normal" de la vida terrena ordinaria y lo sumerge en el "misterio".

5. Otro elemento misterioso de la resurrección de Cristo lo constituye el hecho de que el paso de la muerte a la vida nueva sucedió por la intervención del poder del Padre que "resucitó" (cf. Hch 2, 32) a Cristo, su Hijo, y así introdujo de modo perfecto su humanidad -también su cuerpo- en el consorcio trinitario, de modo que Jesús se manifestó como definitivamente "constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu... por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en presentar la resurrección de Cristo como manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Col 2, 12; El 1, 19 ss.: cf. también Hb 7, 16) por obra del Espíritu que, al devolver la vida a Jesús, lo ha colocado en el estado glorioso de Señor (Kyrios), en el cual merece definitivamente, también como hombre, ese nombre de Hijo de Dios que le pertenece eternamente (cf. Rm 8, 11; 9, 5; 14, 9; Flp 2, 9-11; cf. también Hb 1, 1-5; 5, 5, etc.).

6. Es significativo que muchos textos del Nuevo Testamento muestren la resurrección de Cristo como "resurrección de los muertos", llevada a cabo con el poder del Espíritu Santo. Pero al mismo tiempo, hablan de ella como de un "resurgir en virtud de su propio poder" (en griego: anéste), tal como lo indica, por lo demás, en muchas lenguas la palabra "resurrección". Este sentido activo de la palabra (sustantivo verbal) se encuentra también en los discursos pre-pascuales de Jesús, por ejemplo, en los anuncios de la pasión, cuando dice que el Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, morir, y luego resucitar (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; 10, 34). En el Evangelio de Juan, Jesús afirma explícitamente: "Yo doy mi vida, para recobrarla de nuevo... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10, 17-18). También Pablo, en la Primera Carta a los Tesalonicenses, escribe: "Nosotros creemos que Jesús murió y resucitó" (1Ts 4, 14).

En los Hechos de los Apóstoles se proclama muchas veces que "Dios ha resucitado a Jesús..." (2, 24. 32; 3, 15. 26, etc.), pero se habla también en sentido activo de la resurrección de Jesús (cf. 10, 41), y en esta perspectiva se resume la predicación de Pablo en la sinagoga de Tesalónica, donde "basándose en las Escrituras" demuestra que "Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos..." (cf. Hch 17, 3).

De este conjunto de textos emerge el carácter trinitario de la resurrección de Cristo, que es "obra común" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y, por lo tanto, incluye en sí el misterio mismo de Dios.

7. La expresión "según las Escrituras", que se encuentra en la Primera Carta a los Corintios (15, 3-4) y en el Símbolo niceno-constantinopolitano, pone de relieve el carácter escatológico del suceso de la resurrección de Cristo, en el cual se cumplen los anuncios del Antiguo Testamento. El mismo Jesús, según Lucas, hablando de su pasión y de su gloria con los dos discípulos de Emaús, los recrimina por ser tardos de corazón "para creer todo lo que dijeron los profetas", y después, "empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras" (Lc 24, 26- 27). Lo mismo sucedió durante el último encuentro con los Apóstoles, a quienes dijo: "Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí". Y, entonces, abrió su inteligencia para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los Muertos al tercer día, y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén..." (Lc 24, 44-48).

Era la interpretación mesiánica, que dio el mismo Jesús al conjunto del Antiguo Testamento y, de modo especial, a los textos que se referían más directamente al misterio pascual, como los de Isaías sobre la humillación y sobre la "exaltación" del Siervo del Señor (Is 52, 13-53, 12), y los del Salmo 109/110 A partir de esta interpretación escatológica de Jesús, que vinculaba el misterio pascual con el Antiguo Testamento y proyectaba su luz sobre el futuro (la predicación a todas las gentes), los Apóstoles y los Evangelistas también hablaron de la resurrección "según las Escrituras", y se fijó a continuación la fórmula del Credo. Era otra dimensión del Acontecimiento como misterio.

8. De todo lo que hemos dicho se deduce claramente que la resurrección de Cristo es el mayor evento en la historia de la salvación y, más aún, podemos decir que en la historia de la humanidad, puesto que da sentido definitivo al mundo. Todo el mundo gira en torno a la cruz, pero la cruz sólo alcanza en la resurrección su pleno significado de evento salvífico. Cruz y resurrección forman el único misterio pascual, en el que tiene su centro la historia del mundo. Por eso, la Pascua es la solemnidad mayor de la Iglesia: ésta celebra y renueva cada año este evento, cargado de todos los anuncios del Antiguo Testamento, comenzando por el "Protoevangelio" de la redención y de todas las esperanzas y las expectativas escatológicas que se proyectan hacia la "plenitud del tiempo", que se llevó a cabo cuando el reino de Dios entró definitivamente en la historia del hombre y en el orden universal de la salvación
(JUAN PABLO II, Audiencia General del miércoles 1 de marzo de 1989)

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SANTOS PADRES: San Juan Crisóstomo - "Bienaventurados los que no vieron y creyeron"

Así como el creer con simplicidad y sin motivo es propio de la ligereza, así el andar investigando y examinando con exceso es propio de una cabeza muy dura. Y de esto se acusa a Tomás. Pues como los apóstoles le dijeran: Hemos visto al Señor, él no les creyó. No únicamente a ellos no les dio fe, sino que pensó ser la resurrección de los muertos cosa imposible. Porque no dijo: Yo no os creo, sino: Si no meto mi mano no creo.

¿Cómo es que estando ya todos juntos sólo él estaba ausente? Es verosímil que aún no regresara de la dispersión precedente. Pero tú cuando ves al discípulo que no cree, fíjate en la clemencia del Señor, y cómo por sola una alma manifiesta las llagas que recibió; y acude a la salvación de sola ella, aun teniendo Tomás un ánimo más cerrado que otros. Y esta fue la causa de que buscara la fe por el testimonio del más craso de los sentidos y ni a sus ojos diera su asentimiento. Porque no dijo únicamente si no veo, sino además: Si no palpo, si no toco; temiendo que lo que viera se redujera a simple fantasía.

Los discípulos que le anunciaban la resurrección y también el Señor que había prometido resucitar eran fidedignos. Y sin embargo, aun habiendo él exigido muchas más pruebas, Cristo no se las negó. Mas ¿por qué no se le apareció inmediatamente, sino hasta ocho días después? Para que instruido y enseñado por los otros discípulos, cobrara mayor anhelo y quedara para lo futuro más confirmado. ¿Cómo supo que a Cristo le había sido abierto el costado? Lo oyó de los otros discípulos. Entonces ¿por qué una cosa sí la creyó y otra no? Porque lo segundo sobre todo era admirable. Advierte además con cuánto amor a la verdad hablan los apóstoles y no ocultan sus propios defectos ni los ajenos, sino que escriben sumamente apegados a lo que era verdad.

Se presenta de nuevo Jesús y no espera a que Tomás le ruegue ni a oír lo que quería decirle; sino que cuando Tomás aún nada decía se le adelanta y le llena sus anhelos, dándole a entender que estaba presente cuando Tomás decía lo que les dijo a los discípulos; puesto que usó de sus mismas palabras y con vehemencia lo increpa y lo instruye para adelante. Pues habiéndole dicho: Trae acá tu dedo y mira mis manos; y mete tu mano en mi costado, añadió: Y no seas incrédulo sino fiel. ¿Adviertes cómo Tomás dudaba por falta de fe? Pero esto sucedió antes de que recibieran el Espíritu Santo. Después de recibido ya no procedieron así, pues habían llegado a la perfección.

Y no lo increpó únicamente de esa manera, sino también en lo que luego añadió. Como el apóstol, una vez certificado del hecho, se arrepintiera y exclamara: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me viste has creído. Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Esto es lo propio de la fe: dar su asentimiento a lo que no se ha visto. Es pues fe la seguridad de las cosas que se esperan, la demostración de las que no se vent. De modo que por aquí llama bienaventurados no sólo a los discípulos, sino además a los que luego habían de creer.

Dirás que los discípulos vieron y creyeron. Pero ellos no anduvieron en esas inquisiciones, sino que por aquello de los lienzos al punto creyeron en la resurrección y antes de ver el cuerpo resucitado tuvieron fe plena. De modo que si alguno llegara a decir: Yo hubiera querido vivir en aquel tiempo y ver a Cristo haciendo milagros, ese tal que reflexione en aquellas palabras: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Lo que sí tenemos que investigar es cómo un cuerpo incorruptible conservó las cicatrices de los clavos y pudo ser palpado por manos mortales.

Pero no te burles. Fue cosa propia de Cristo, que así se abajaba. Su cuerpo tan tenue, tan leve que entró en el cenáculo estando cerradas las puertas, ciertamente carecía de espesor; pero con el objeto de que se le diera fe a la resurrección, se mostró tangible. Y para que conocieran que era el mismo que había sido crucificado y que no resucitaba otro en su lugar, resucitó con las señales de la cruz; y por eso mismo comía con los discípulos. Y esto sobre todo exaltaban en su predicación los apóstoles, diciendo: Nosotros, los que con El comimos y bebimos2. Así como antes de la crucifixión lo vemos andando sobre las olas y sin embargo no afirmamos que su cuerpo sea de naturaleza distinta de la nuestra, así cuando después de la resurrección lo vemos con las cicatrices, no por eso decimos que su cuerpo sea corruptible. Él se muestra en esa forma por el bien de los discípulos.

Muchos otros milagros hizo ciertamente Jesús. Lo dice el evangelista porque él ha referido muchos menos milagros que los otros; aunque tampoco esos otros habían referido todos los milagros obrados por Jesús, sino solamente los necesarios para que creyeran los oyentes. Y después continúa: Si se escribieron todos, creo yo que ni en todo el mundo cabrían los libros que se habían de escribir. Consta por aquí que los evangelistas no escribían por lucimiento, sino para utilidad. Quienes pasaron en silencio tantas cosas ¿cómo puede ser que escribieran por jactancia? Pero entonces ¿por qué no refieren todos los milagros? Sobre todo porque son muchísimos y además porque no pensaban que quienes no creyeran con los referidos creerían si se les refirieran muchos más; y en cambio quienes con esos creyeran ya no necesitaban de otros para su fe.

Yo pienso que aquí el evangelista se refiere a los milagros verificados después de la resurrección. Por lo cual dice: En presencia de sus discípulos. Así como antes de la resurrección fueron necesarios muchos milagros para que creyeran ser Jesús el Hijo de Dios, así después de la resurrección fueron necesarios para que se persuadieran de que había resucitado. Por eso dijo el evangelista: En presencia de sus discípulos, pues con solos ellos había conversado después de la resurrección. Por eso dijo Jesús: El mundo ya no me ve. Y para que entiendas que los milagros fueron en bien de los discípulos, continuó: Y para que creyendo tengáis vida eterna en su nombre. Hablaba en general a toda la naturaleza humana; y para que se vea que lo hace no en bien de aquel en quien se cree, sino de nosotros mismos, como un don excelente.

En su nombre. Es decir por su medio; puesto que Él es la vida. Después de estos sucesos, se manifestó de nuevo a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. ¿Adviertes cómo ya no está con ellos frecuentemente ni como antes? Porque se apareció por la noche y luego se desvaneció. Después de ocho días, otra vez se apareció y nuevamente desapareció. Luego fue junto al lago, con grande estupor. ¿Qué significa: Se manifestó? Queda por aquí claro que sólo por bondad suya era visto, pues su cuerpo era ya incorruptible e inmortal. ¿Por qué el evangelista notó el lugar? Para hacer ver que ya en gran parte Cristo los había librado del miedo, hasta el punto de que se atrevían a salir de su casa y andar por todas partes. Ya no estaban encerados en el cenáculo, sino que habían ido a Galilea par evitar el peligro de los judíos.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, Homilía LXXXVII (LXXXVI), Tradición S.A. México 1981, Tomo 2, pp. 375-378)

2 Hch 10, 41

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Santos Padres: San Agustín - Misericordia de Dios sobre los grandes pecados.

David rogó a Dios confiando en su gran misericordia. "Los que piden gran misericordia confiesan una gran miseria. Pidan, sí, una misericordia menor los que pecaron por ignorancia, pero ayuda Dios con grandes medicinas a las heridas grandes. Grave es mi mal, y por eso me refugio en la omnipotencia, y desesperaría de tan mortal herida si no encontrase médico tan excelente... Porque es grande su misericordia, son muchas sus misericordias. ¿Pecó (David) por ignorancia? Otros sí que lo hicieron...; pero él no pudo decir tal cosa. Yo tampoco." (cf. Enarrat. in Ps. 50 6: PL 36,588).


Grandeza de la misericordia de Dios
"¿Quién tan longánime, quién tan abundante en misericordias? Pecamos y vivimos; crecen los pecados y se va prolongando nuestra vida; se blasfema a diario, y continúa el sol saliendo sobre buenos y malos. Por todas partes nos llama a corrección, por todas partes a penitencia, dando voces con los beneficios de las criaturas, concediéndonos tiempo para vivir, llamándonos por medio del predicador, por nuestros pensamientos íntimos, por el azote de los castigos, por la misericordia del consuelo". (Enarrat. in Ps. 102 16: PL 37,1330).

Cristo y la misericordia de Dios
Abundantísima es la misericordia de Dios y amplia la benevolencia del que nos redimió con la sangre de su Hijo, cuando por nuestros pecados no éramos otra cosa que nada. Porque É1 nos hizo algo muy grande al crearnos a imagen y semejanza suya; pero como quiera que nosotros quisimos volver a la nada por nuestros pecados, y al heredar la mortalidad de nuestros padres somos masa de pecado y de ira, plugo a Dios redimirnos con precio tan grande, que entregó la sangre de su Hijo, inocente en su nacimiento, inocente en su vida e inocente en su muerte. El que nos redimió a tanta costa no quiere que su compra perezca. No nos compró para que perezcamos, sino para darnos vida. Si nuestras culpas nos abruman Dios no desprecia al que ruega. Pero aprovechémonos de esta su misericordia. ¿Acaso los que se empeñan en permanecer en la dureza de sus pecados podrán después vivir con los mártires, profetas y todos los que anduvieron en castidad, humildad y limosnas abundantes? "Este es el camino que siguieron los justos y los santos, que tenían a Dios por Padre y a la Iglesia como Madre, sin ofender a ninguno de los dos; antes bien, marchando hacia la heredad eterna en el amor de ambos padres... Porque dos padres nos engendraron para la muerte: Adán y Eva y otros dos para la vida: Cristo y su Iglesia." (Sermón 22, 9-10: PL38,159) ( Verbum Vitae T. III, B.A.C. 1954.-p.601)

 

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Aplicación: San Luis Bertrán - Domingo de Pascua de Resurrección

"Aleluya. Alabad al Señor todas las naciones: pueblos todos cantad sus alabanzas. Porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente. Aleluya" (Salmo 116)

1. Este día de la resurrección del Señor, a quien tres días antes le vimos morir en una Cruz y le dejamos colocado en un sepulcro, es uno de los días más alegres y de mayor regocijo que jamás amaneció en el mundo para todas las gentes y todos los pueblos de la tierra. Por ello, el profeta David, contemplándolo de lejos, decía: Este es el día que ha hecho el Señor. Alegrémonos y regocijémonos en él (Sal 117,24). Mas, ¿por qué, profeta? Porque la piedra que desecharon los arquitectos, ésa misma ha sido puesta como piedra angular del edificio (ibíd. 22). Es decir, que la piedra que los judíos desecharon es precisamente la cabeza del todo el edificio. ¡Oh, cuán desechado fue el Salvador, en su Pasión, por los judíos! No sólo no lo quisieron por cabeza, sino incluso en ninguna parte del edificio.

Escogieron a Barrabás y desecharon a Cristo: Quita a éste -gritaron-, y suéltanos a Barrabás (Lc 23,18). Pero al resucitar hoy, queda manifiesto y probado que él es la Cabeza de todo, y como no le cabe el gozo en el pecho, rompe en un grito de grande alegría, diciendo: Aleluya. Y convida no solamente a los fieles de su pueblo, sino a todos los pueblos y naciones del mundo, a que vengan a Dios y le alaben por los favores y mercedes que en este día hizo a todo el universo, diciendo: Alabad al Señor todas las naciones; pueblos todos cantad sus alabanzas. Porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente. Esto es: Load al Señor todas las gentes; alabadle todos los pueblos; hacedle gracias todas las naciones. Que nadie se excuse de la alabanza, pues a todos cabe parte de su gloria, porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros, pues al resucitar el Señor, se confirman hoy todas las mercedes que Dios nos ha hecho. Hoy se pone el sello a todos los privilegios y favores que nos ha dado. Y la verdad del Señor permanece para siempre, Aleluya. Por eso, alegría y regocijo tan grande, que no se puede explicar.

2.- Si este día fue de tanto regocijo para David, mirándolo de tan lejos; y es también de grande gozo para vosotros que os habéis levantado muy de mañana y habéis venido aquí con tanto deseo a oír y ver representar que Cristo ha resucitado; y si este día, por otra parte, produjo un gran contento en los Apóstoles, que se alegraron al ver al Señor (Jn 20,20), y en las mujeres que acudieron al sepulcro y luego estaban como fuera de sí por lo que los ángeles les habían dicho (cfr. Lc 24,22-23); ¿de cuánta mayor alegría y de cuánta mayor gloria debió ser este día para nuestra Señora santísima, para la Madre que lo parió y que con tanta amargura lo lloró en su Pasión? ¡Oh Virgen sagrada, cuánta debió ser vuestra alegría al ver a vuestro Hijo resucitado, si en este pueblo observo que es tanto el regocijo que hay de sólo oír que Cristo ha resucitado! Si el patriarca Jacob, habiendo dado por muerto a su hijo José, pues había visto sus vestiduras bañadas en sangre, por lo que pensó que alguna fiera lo había despedazado (cfr. Gn 37,33- 34), cuando lo vio vivo y constituido gobernador de la toda la tierra de Egipto, fue tanta y tan crecida su alegría que, abrazándole, le dijo: Ya puedo morir contento (ibíd. 46,30); ¿cuál no sería el gozo de la Virgen al ver a su Hijo resucitado? Sin duda que diría con Jacob: Es tan grande mi alegría, que aunque la muerte me viniese ahora, no aguaría mi consuelo. ¡Oh cristianos! Si tan crecido fue el gozo de Jacob cuando vio vivo a José, teniendo tantos hijos como tenía y no habiéndole visto morir, ¿qué gozo y qué alegría, pensáis, que experimentaría nuestra Señora, vida y esperanza nuestra, cuando contempló a su Unigénito Hijo, a quien ella lo había visto sentenciado a muerte en su presencia y enterrado en el sepulcro, y que ahora estaba vivo con vida inmortal y gloriosa, y que había sido constituido Señor del cielo y de la tierra, del mar y de los abismos, y que todas las criaturas hincaban ante él su rodilla? ¡Oh qué alegría tan recia debió ser la vuestra, Virgen bendita, al ver aquella cabeza, que antes estaba coronada de espinas, y ahora aparecía coronada de gloria; y aquel rostro, que en el sepulcro lo dejasteis afeado, y ahora es tan hermoso como el cielo; y aquel cuerpo que estaba desgarrado por los azotes, y ahora lo veis más resplandeciente que el sol; y aquellas manos que fueron agujereadas por los clavos, y ahora son besadas por los ángeles; y aquellos pies desgarrados en la Cruz, y a los que ahora veis que les están sometidas todas las cosas! Si cuando Simeón vio a vuestro Hijo recién nacido y lo tuvo en brazos, no le cupo el gozo en el pecho, y exclamó: Ahora, Señor, puedes dejar libre en paz a tu siervo, según tu palabra, pues mis ojos han visto la salvación (Lc 2,29-30), ¿qué gozo sería el vuestro cuando después de resucitado se acercó vuestro Hijo Unigénito a besaros, y a abrazaros, y a enjugaros las lágrimas? Por eso: ¡Aleluya. Alabad al Señor todas las naciones; pueblos todos cantad sus alabanzas. Porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente. Aleluya!. Y puesto que Jesucristo vino a consolar a su Madre, vayamos también nosotros a regocijarnos con ella, dándole con la Iglesia nuestro parabién, y diciéndole: ¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya. Porque el Señor, a quien has merecido llevar. Aleluya. Ha resucitado según su palabra. Aleluya. Ruega al Señor por nosotros. Aleluya!. Y después de esto, añadamos todos: Ave Maria.

3. Este misterio de la resurrección del Salvador es de tanto gozo y de tanta alegría, que faltan las palabras para poderlo explicar. No se puede expresar con la boca lo que siente el corazón. Ni es posible que la lengua de carne explique lo que concibe el espíritu de este misterio. Creo, y tengo por cierto, que no soy yo sólo el que tiene esta sensación, pues me parece verla también en todos vosotros.

Grandes y muchas razones tenemos para alegrarnos y regocijarnos en este día, más resplandeciente que todos los demás, pues el sol amaneció con mayor claridad; los elementos y las estrellas se han alegrado; y las lumbreras del cielo, que el día de la Pasión del Redentor retiraron sus rayos de luz por no ver crucificado y lastimado a quien los había creado, hoy le hacen reverencia con nueva y crecida claridad.

Este es el día en que el Salvador causó un mayor regocijo en el mundo. Mucho consuelo causó el día de su nacimiento; pero templaba este gozo el verle llorar, tiernecito niñito, muerto de frío y envuelto en pañales. Pero hoy, todo cuanto en él se ve, causa una incomparable alegría, y tanto mayor, cuanto más crecida fue la tristeza que recibieron de su Pasión penosísima todos los que le querían bien. Por eso escribe San Pablo: Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más, pues la muerte ya no tiene dominio sobre él (Rm 6,9). Y por eso David, contemplando desde lejos este día, decía: Este es el día que ha hecho el Señor. Alegrémonos y regocijémonos en él (Sal 117,24). Y, ¿por qué, profeta? Porque la piedra que desecharon los arquitectos, ésa misma ha sido puesta como piedra angular del edificio (ibíd. 22). Es decir, porque la piedra que los judíos desecharon, en este día se ve abiertamente que es la cabeza de todo el edificio.

4. ¡Oh cuán desechado fuiste, Salvador del mundo, y cuán reprobado por parte de los judíos! No sólo no te quisieron por cabeza, sino que incluso trataron de que no tuvieras lugar alguno en el edificio. Así lo profetizó Jeremías. ¡Ea!, démosle el leño en lugar de pan, y exterminémosle de la tierra de los vivos, y que no quede memoria de su nombre (Jr 11,19). Y claramente lo demostraron, al pedirle a Pilato: ¡Quita a ése, y suéltanos a Barrabás! (Lc 23,18). Pero en el día de hoy, al resucitar el Salvador, queda claro, evidente y manifiesto que este Señor, a quien poco ha vimos desechado, no sólo pertenece al edificio de la Iglesia, sino que es su Cabeza. El es de quien nos ha de venir todo bien, pues pudo vencer al demonio y a la muerte, mientras que ni la piedra del sepulcro ni los guardias pudieron con él. ¿Y qué digo los guardias? Ni siquiera todas las legiones del infierno juntas; antes bien hizo en ellas un grandísimo estrago sacando de entre sus manos, como despojo, todos los justos del Antiguo Testamento, que allí estaban esperando a que se cumpliese la profecía de Oseas: ¡Oh muerte!, yo he de ser tu muerte; yo seré tu destrucción, ¡oh infierno! (Os 13,14). Y con este bocado salió del sepulcro glorioso y triunfante, como lo harán los fieles en la resurrección final. Por tanto, ¿no os parece que existe una gran razón para alegrarnos con Cristo resucitado, y para alabar a Dios, por la alegría que con su resurrección ha dado a todo su pueblo? Así, pues: ¡Aleluya. Alabad al Señor todas las naciones; pueblos todos cantad sus alabanzas. Aleluya! Pueblos todos no os canséis de dar gracias a Dios.

5. Porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros. Dejados aparte los otros títulos por los que nos debemos alegrar, me parece que nos basta éste que nos apunta David. Y es que al resucitar el Señor, se confirma en nosotros toda su misericordia, y la verdad de Dios permanece para siempre. ¿Cuál es la misericordia que se confirma en nosotros con la resurrección de Cristo? ¿Por qué buscáis hacer pública su misericordia? Cada uno de los actos de su misericordia de por sí, y todos juntos, se confirman con la resurrección de Cristo.

6. Misericordia de Dios, y muy crecida, fue el hacerse hombre por nosotros. El infinito se hizo finito; el creador tomó la naturaleza creada; el que no cabe en el cielo, se estrechó en el vientre virginal de una doncella. Gran misericordia fue nacer en aquel portalico de Belén, enseñándonos con el ejemplo la humildad que luego predicaría con sus palabras. Crecida misericordia fue su predicación, cuando nos descubrió el designio de Dios y su decisión de reparar el mundo con su Pasión. Por eso dijo por medio de San Juan: Levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32). Incomparable fue la misericordia de su Pasión, cuando dio por nuestras almas, no oro, ni plata, sino la sangre de sus venas.

E inefable misericordia es tenernos aparejada la gloria eterna, que comienza en el alma a la hora de la muerte, si no hay pecado en ella, y luego en el cuerpo el día del juicio universal.

7. Pero, cristianos, ¿de qué aprovechara todo esto si Cristo no resucitara, es decir, si no se confirmara todo esto con su resurrección? Si no hubiera resucitado, no le creeríamos; y si no le creyésemos, de nada nos aprovecharía todo lo demás. Toda nuestra fe depende de la resurrección de Cristo. ¿Lo queréis ver? La Iglesia no tiene noticia acerca de lo que cree por la vista, sino por el oído.

Lo que creemos, la Iglesia lo aprendió de Cristo. Por eso dice San Pablo: La fe proviene del oír, y el oír depende de la predicación de la palabra de Cristo (Rm 10,17). Por lo cual el mismo Apóstol llama a Cristo autor y consumador de la fe (Hb 12,2). De donde se sigue que toda la autoridad de la fe depende de la autoridad de Cristo. Y como sólo la autoridad de Dios es infalible, por eso fue necesario creer que toda la autoridad de Cristo la recibe de Dios. Ahora bien, si no hubiera resucitado, si viéramos que la muerte lo tenía cautivo, como a todos los demás, ¿quién creería que era Dios? ¿Por qué, si no, los judíos, enemigos de la religión cristiana y de lo que hemos de creer, deseosos de borrar de los corazones de los hombres no solamente la fe, sino también la memoria de Cristo, procuraron con tanta diligencia quitarle la vida? Porque pensaban que, una vez muerto, no resucitaría; y no resucitando, su autoridad quedaba del todo derribada y su doctrina habría tocado a su fin. ¿No recordáis lo que le decían cuando lo tenían colgado de la Cruz: Si eres el Hijo de Dios, baja de la Cruz? (Mt 27,40).

Dando a entender con ello que era un argumento muy fuerte en favor de su divinidad, el que se librase de la muerte, porque si no se libraba de ella era una señal evidente de que no era Dios. Si Cristo no hubiera resucitado, no creeríamos en él como Dios, y si no lo considerábamos como tal, de nada nos aprovecharían todas las otras misericordias. Por eso, hablando al Padre eterno desde su humanidad, exclama con el Salmista: ¿Qué utilidad te acarreará mi muerte y el descender yo a la corrupción del sepulcro? (Sal 29,10). ¿Qué importa que yo me haya hecho hombre, para que los hombres crean lo que de vos les he predicado, si yo no resucito? ¿Acaso el polvo cantará tus alabanzas, o anunciará tus verdades? (ibíd.) Como si dijera: ¿Por ventura, si yo me deshago en el sepulcro y me vuelvo ceniza, habrá quien crea en la verdad de mi encarnación y de mi predicación? Por eso decía San Pablo: Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe (1Co 15,14). Esto es, ni nuestra predicación, ni vuestra fe tendrían fundamento; pero si Cristo ha resucitado, su resurrección es prueba evidente de que es verdadero Dios. Dice San Pablo en otro lugar: Si bien fue crucificado como flaco según la carne, no obstante vive por la virtud de Dios (2Co 13,4). Por eso el Apóstol Santo Tomás, que antes había sido incrédulo, viendo a Cristo resucitado, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20,28). Por consiguiente, si él es Dios, todo queda confirmado, todo queda averiguado y probado. Si alguno no cree, será por su culpa.

8. ¡Oh triunfador de la muerte! Que todo el mundo os adore por lo que sois. Que todas las gentes crean en vuestra divinidad, pues después de muerto has sido capaz de triunfar de la muerte, como muchos años antes lo anunciasteis por boca de Isaías, diciendo: El lagar lo he pisado yo solo, sin que nadie de entre las gentes haya estado conmigo (Is 63,3). Yo solo he pisado el lagar, y no hay otro, ni puede haberlo, como yo. ¿Y cuál es ese lagar que pisasteis vos solo, creador mío, sino el de la muerte? En el lagar se estrujan las uvas, y en la muerte dejan los hombres la piel. Este lagar suele pisar a los demás, pero vos, Señor, lo pisasteis a él. Os puso de bajo, pero revolviéndoos sobre la muerte, la hollasteis y vencisteis para que nosotros podamos mofarnos de ella y decir: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (1Co 15,55). Pues si al resucitar Cristo nuestra fe se afianza y se certifica, digamos juntos: Alabad al Señor todas las naciones; pueblos todos cantad sus alabanzas. Porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente.

9. Con la resurrección de Cristo se confirma en nosotros su misericordia, porque al resucitar él abrigamos nosotros la esperanza cierta de que también nosotros resucitaremos un día con aquella misma gloria, inmortalidad, impasibilidad y agilidad con las que él resucitó. ¿Qué cosa hay en este mundo que más pueda alegrarnos que la esperanza de salir de este cautiverio? La certeza de que escaparemos de tantas miserias y desventuras como tenemos mientras vivimos esta vida mortal y caduca, nos hace estar alegres en la esperanza (Rm 12,12). Ni la honra, ni las riquezas, ni los favores, ni los deleites de este mundo son suficientes para alegrarme, dice San Pablo, porque aparte de que todo se acaba, nada de esto me quita las miserias que padezco, no me libra de la muerte, no me exime del infierno; y no dejo por eso de ser miserable, sujeto al hambre, a la sed, y a los enojos y a los desasosiegos. Lo que me puede alegrar de verdad es la esperanza de que algún día se ha de acabar todo esto y pasaré a ser bienaventurado. David exclamaba: Gran contento tuve cuando se me dijo: Iremos a la casa del Señor (Sal 121,1). Como si dijera: Estoy muy alegre y es muy grande mi regocijo. ¿Por qué, profeta? ¿Porque sois rey? ¿Porque salisteis siempre vencedor de vuestros enemigos?... No, nada de esto me da contento. Estoy contento por lo que he han dicho. ¿Y qué es lo que os han dicho? Que iremos a la casa del Señor. Es decir, que tengo que ser bienaventurado; que he de morar en la casa de Dios; que no se acaba mi existencia cuando se termine esta vida, sino que iré a la casa de Dios en donde seré para siempre bienaventurado, donde poseeré un gozo tal al que no sigue la tristeza, una hartura tal a la que no sigue el hastío, una ciencia tal en donde no cabe la ignorancia, una riqueza tal sin atisbos de pobreza, una salud tal sin ninguna clase de enfermedad, una perpetuidad tal sin ninguna alteración, y una vida tal sin muerte.

10. ¿Qué mayor consuelo para un cautivo que certificarle que saldrá de su cautiverio? ¡Oh cristianos! ¡Cuánto deseo que, a esta vida que tanto aprecian los mundanos, la consideréis como cruel, como un cautiverio y una desventura, al modo con que lo sentía David cuando decía: Saca de esta cárcel a mi alma para que alabe tu santo nombre. Esperando están los justos el momento en que me seas propicio (Sal 141,8). Y el santo viejo Simeón exclamaba: Ahora, Señor, puedes dejar libre a tu siervo, en paz, según tu palabra (Lc 2,29). ¡Y cómo realmente lo es!, pues en este mundo estamos sujetos a tantas necesidades corporales y espirituales, que ni siquiera podemos hacer lo que queremos.

Escribía San Pablo: Sabemos que hasta ahora todas las criaturas están suspirando y como en dolores de parto (Rm 8,22). Si lo hicieseis así, sentiríais el gozo de la resurrección y os regocijaríais más de ver a Cristo resucitado, que del resto de las cosas del mundo, porque al resucitar él, queda cierto y seguro que también nosotros hemos de resucitar con aquella misma gloria y felicidad que él posee para siempre.

11. ¿Acaso no es nuestra cabeza?... Escribe San Pablo: Dios Padre ha puesto todas las cosas bajo sus pies, y le ha constituido cabeza de toda la Iglesia, la cual es su cuerpo, y en la cual aquel que lo completa todo en todos halla el complemento de todos sus miembros (Ef 1,22-23). ¿Y acaso nosotros no somos sus miembros? Prosigue San Pablo: Así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, mas no todos los miembros tienen un mismo oficio, así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros (Rm 12,4-5).

¿Cómo podría permitir Dios una monstruosidad tan grande, que viviera la cabeza, y que los miembros estuvieran muertos, mayormente cuando la vida de los miembros proviene de la cabeza? Por eso exclamaba San Pablo: Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos con él. Por tanto no busquéis otra certeza de que tenéis que resucitar, fuera del hecho de que Cristo resucitó, porque es imposible que, resucitando él, no resucitemos todos. Es tan cierta esta esperanza, que la podéis dar ya por un hecho. Por eso Cristo, hablando con el Padre, dice en el Salmo: Saca de esta cárcel a mi alma para que alabe tu santo Nombre, pues los justos están esperando el momento en que me seas propicio (Sal 141,8). Y el Apóstol San Pablo añade: Dios, que es rico en misericordia, movido del excesivo amor con que nos amó, aún cuando estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente en Cristo, por cuya gracia vosotros habéis sido salvador, y nos resucitó con él, y nos hizo sentar sobre los cielos en la persona de Jesucristo (Ef 2,4-7).

12. ¡Oh cuan copiosa es la misericordia de Dios! ¡Oh cómo se confirman hoy en nosotros aquellas palabras del Salmo: ¡Alabad al Señor todas las naciones! ¡Oh cuan inefable es su clemencia! ¡Oh cuántas riquezas de caridad y de amor nos tiene escondidas Cristo en Dios! Pues siendo pecadores, siendo malos y dignos de eterna confusión, nos ha dado la vida de la gracia mediante la sangre de su Hijo. ¿Os parece poco todo esto? Pues aún os digo más, porque más ha hecho. Resucitando a Cristo, nos ha resucitado a nosotros; y sentando a Cristo a su derecha, nos ha sentado allí también a nosotros.

Es tan cierta nuestra gloria desde el momento en que Cristo ha sido glorificado, que ya podemos considerarnos resucitados y glorificados con él. Somos el cuerpo, y él es la cabeza. Su gloria es la nuestra, y su resurrección, la nuestra. Esta ha de ser nuestra verdadera alegría y nuestro verdadero consuelo. ¡Aleluya! Estas son las verdaderas fiestas pascuales, por eso: ¡Alabad al Señor todas las naciones!; pues resucitando él, como hemos dicho, se confirman en nosotros todas sus misericordias, y la verdad del Señor permanece para siempre. Por ello, digamos todos al Señor con la Iglesia: Oh Dios, que en el día de hoy nos abriste por tu Unigénito, vencida la muerte, el dintel de la eternidad; ayúdanos también a realizar los deseos que previamente nos inspiras. De esta manera queda asegurado cuanto él nos ha predicado. Plegue a la divina bondad que este regocijo sea tal, que nos sirva en este mundo para aumento de gracia, y como prenda segura para la Gloria, a la cual nos conduzca nuestro Señor Jesucristo. Amén.
(SAN LUIS BERTRÁN, Obras y sermones, Vol. I, pp. 534-538)

 

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Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa - La fe no es privilegio, sino don

La crítica y el diálogo con los no creyentes, cuando se desarrollan en el respeto y en la lealtad recíproca, nos resultan de gran utilidad. Ante todo nos hacen humildes. Nos obligan a tomar nota de que la fe no es un privilegio, o una ventaja para nadie. No podemos imponerla ni demostrarla, sino sólo proponerla y mostrarla con la vida


«Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: “La paz con vosotros”. Luego dice a Tomás: “Acerca tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío”. Dícele Jesús: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”».

Con la insistencia sobre el suceso de Tomás y su incredulidad inicial («Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos, no creeré»), el Evangelio sale al encuentro del hombre de la era tecnológica que no cree más que en lo que puede verificar. Podemos llamar a Tomás nuestro contemporáneo entre los apóstoles.

San Gregorio Magno dice que, con su incredulidad, Tomás nos fue más útil que todos los demás apóstoles que creyeron enseguida. Actuando de tal manera, por así decirlo, obligó a Jesús a darnos una prueba «tangible» de la verdad de su resurrección. La fe en la resurrección salió beneficiada de sus dudas. Esto es cierto, al menos en parte, también aplicado a los numerosos «Tomás» de hoy que son los no creyentes.

La crítica y el diálogo con los no creyentes, cuando se desarrollan en el respeto y en la lealtad recíproca, nos resultan de gran utilidad. Ante todo nos hacen humildes. Nos obligan a tomar nota de que la fe no es un privilegio, o una ventaja para nadie. No podemos imponerla ni demostrarla, sino sólo proponerla y mostrarla con la vida. «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?», dice San Pablo (1 Corintios 4,7). La fe, en el fondo, en un don, no un mérito, y como todo don no puede vivirse más que en la gratitud y en la humildad.

La relación con los no creyentes nos ayuda también a purificar nuestra fe de representaciones burdas. Con mucha frecuencia lo que los no creyentes rechazan no es al verdadero Dios, al Dios viviente de la Biblia, sino a su doble, una imagen distorsionada de Dios que los propios creyentes han contribuido a crear. Rechazando a este Dios, los no creyentes nos obligan a volvernos a situar tras las huellas del Dios vivo y verdadero, que está más allá de toda nuestra representación y explicación. A no fosilizar o banalizar a Dios.

Pero también hay un deseo que expresar: que Santo Tomás encuentre hoy muchos imitadores no sólo en la primera parte de su historia --cuando declara que no cree--, sino también al final, en aquel magnífico acto suyo de fe que le lleva a exclamar: «¡Señor mío y Dios mío!».

Tomás es también imitable por otro hecho. No cierra la puerta; no se queda en su postura, dando por resuelto, de una vez por todas, el problema. De hecho, ciertamente le encontramos ocho días después con los demás apóstoles en el cenáculo. Si no hubiera deseado creer, o «cambiar de opinión», no habría estado allí. Quiere ver, tocar: por lo tanto está en la búsqueda. Y al final, después de que ha visto y tocado con su mano, exclama dirigido a Jesús, no como un vencido, sino como un vencedor: «¡Señor mío y Dios mío!». Ningún otro apóstol se había lanzado todavía a proclamar con tanta claridad la divinidad de Cristo.

 


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Sobre la devoción a la Divina Misericordia

Algunos datos sobre la devoción a la Divina Misericordia
1. Santa María Faustina Kowalska
Elena Kowalska, nació en Glogowiec en 1905, cerca de Cracow, en Polonia. Unas pocas semanas antes de su vigésimo cumpleaños, entro a la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de Misericordia. Adoptando el nombre María Faustina. En 1928 tomó los votos definitivos como monja.
El 22 de Febrero de 1931, tuvo una visión de Jesús en el pueblo de Plock, Polonia. Sor Faustina en su diario relata lo que Nuestro Señor le dijo así:
"Pinta una imagen de acuerdo a esta visión, con las palabras 'Jesús, en Vos confío' Yo deseo que esta imagen sea venerada, primero en tu capilla y luego en el mundo entero."
"Yo prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo victoria sobre sus enemigos aquí en la tierra, especialmente a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé con mi propia Gloria."
"Los dos rayos indican Agua y Sangre. El rayo pálido significa el Agua que hace las almas correctas. El rayo rojo significa la Sangre que es la vida de las almas."
"Estos dos rayos salieron de las profundidades de mi tierna Misericordia cuando mi corazón agonizante fue abierto por la lanza en la cruz."

A partir de 1931, Faustina, tuvo una serie de revelaciones de Jesús. Todas ellas las escribió en su diario de más de 600 páginas. Durante casi 20 años la devoción a la Divina Misericordia estuvo prohibida. Desde el 15 de abril de 1978 la Santa Sede, permitió la práctica de la devoción.
Sor Faustina murió de tuberculosis, el 5 de octubre de 1938, en Cracovia. Sus restos mortales yacen en la capilla del convento bajo la milagrosa imagen de la Divina Misericordia, fue beatificada el 18 de abril de 1993 y canonizada el 30 de abril del 2000 por S. S. Juan Pablo II.
2. Extractos de los Mensajes de Nuestro Señor, tomados del Diario de Santa Faustina - Sobre la Imagen
"Ofrezco a los hombres la vasija con la que han de seguir viniendo a la fuente de la misericordia para recoger las gracias. Esa vasija es esta imagen con la firma: Jesús, en Vos confío".

- Sobre la Coronilla
"Alienta a las personas a decir la Coronilla que te he dado... Quien la recibe recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes la recomendarán a los pecadores como su último refugio de salvación. Aun si el pecador mas empedernido hubiese recitado esta Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita Misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi Misericordia".
"Escribe que cuando digan esta Coronilla en presencia del moribundo, Yo me pondré entre mi Padre y el, no como Justo Juez sino como Misericordioso Salvador."

- Sobre la Festividad
"Yo quiero que esta imagen sea solemnemente bendecida el primer domingo después de Pascua; ese domingo ha de ser la Fiesta de mi Misericordia."
"En aquel día están abiertas las entrañas de mi misericordia. Derramo un mar entero de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de mi misericordia; el alma que se confiese [dentro de ocho días antes o después] y comulgue [el mismo día] obtendrá la remisión total de culpas y castigos"

- Sobre las la Hora de la Misericordia (las tres de la tarde)
"Yo te recuerdo hija mía que tan pronto como suene el reloj a las tres de la tarde, te sumerjas completamente en mi Misericordia, adorándola y glorificándola; invoca su omnipotencia para todo el mundo, y particularmente para los pobres pecadores; porque en ese momento la Misericordia se abrió ampliamente para cada alma."
"A la hora de las tres imploren Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi desamparo en momento de agonía. Esta es la hora de gran misericordia para el mundo entero. Te permitiré entrar dentro de Mi tristeza mortal. En esta hora no le rehusare nada al alma que me lo pida por los méritos de Mi Pasión."

- Sobre la Novena
"Deseo que durante esos nueve días traigas almas a la fuente de Mi misericordia, que de allí podrán tomar fuerza y consuelo y cualquier gracia que necesiten en las adversidades de la vida, especialmente en la hora de la muerte."


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EJEMPLOS PREDICABLES
¿Dudas de fe?
Recorría los pueblos el Apóstol evangelizando la doctrina de Dios, y se le acercó un joven diciéndole: - "¡Padre, tengo muchas dudas contra la fe!"
El Apóstol tenía fama de hombre sabio, y el joven esperó de él una conferencia profunda sobre los fundamentos de nuestra fe. Pero el Padre se contentó con decirle:
- "Hijo mío, ¿y cuánto tiempo hace que no te confiesas?"
- "No es eso, Padre -respondió el joven-; yo no vengo a confesarme, vengo a que me resuelva mis dudas".
- "¿Y por qué no habíamos de invertir los términos: confesarse antes e instruirte después?"
Y con aquella dulzura con que ganaba las almas le convirtió, y el joven cayó a sus pies. Hizo una confesión sincera y larga de sus culpas, y cuando terminó se puso de pie. El Padre le dijo:
- "Y ahora, hijo mío, vamos a ver aquellas dudas que tenías contra la fe". El joven le contestó sonriendo:
- "¡Ya no tengo ninguna duda!"
¿Decís, mis hermanos, que vosotros tenéis dudas contra la fe? Acaso no sean dudas; acaso sean culpas ¿Cuánto tiempo hace que no os confesáis?
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 15)

 

El palacio del rey
Cuenta una hermosa leyenda que Tomás fue a predicar el evangelio a la India. Y un rey le dio dinero para que le edificara un palacio. Pero Tomás distribuía el dinero entre los pobres y les anunciaba la muerte y resurrección de Jesús. Y muchos se hicieron cristianos.
"¿Cómo va mi palacio?", le preguntaba el rey. "Va muy bien" y el rey le daba más dinero. Al cabo de un tiempo, la ciudad toda era ya cristiana.
Un día el rey le dijo a Tomás: "¿Cuándo podré ver mi palacio?" "Majestad, pronto lo verá terminado", le contestó.
"¿Por qué no puedo verlo hoy? Llévame a verlo ahora mismo", le dijo el rey.
Tomás paseó al rey Vecius por la ciudad y le señalaba a la gente y le explicaba cómo sus vidas habían cambiado para bien.
¿Dónde está mi palacio?, preguntaba el rey.
"Está a su alrededor y es un hermoso palacio. Qué pena que no pueda verlo. Espero pueda verlo un día", le decía Tomás.
"¿Qué has hecho con mi dinero, ladrón?"
"Tu palacio está hecho de personas, tu palacio es tu gente. Ya no son pobres y ahora creen en Jesús. Tus gentes son las torres de tu palacio. Dios vive en ellos. Tu palacio es un magnífico palacio."
Tomás fue encarcelado. Pero el rey vio poco a poco el cambio de la gente y cómo por el poder de la resurrección de Jesús , éste vivía en el corazón de las gentes. El último en convertirse fue el rey y éste liberó a Tomás. Y su palacio no fue una obra de piedras sino de corazones vivos y creyentes.

 


(cortesía: iveargentina.org et alii)

 

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