[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

Domingo 2 B de Pascua: Preparemos la Acogida de la Palabra de Dios con los Sabios y los Santos II

 

Recursos adicionales para la preparación

 

A su disposición

Directorio Homilético: Domingo de Pascua II B

Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - El resucitado

Comentario Teológico: Xavier Lèon Dufour - Misericordia

Santos Padres: San Gregorio Magno - La resurrección

Aplicación:P. Alfredo Saenz, S.J. - Aparición de Cristo resucitado e incredulidad de Tomás

Aplicación: Sor Ma. Elizbieta Siepak - Santa Faustina Kowalska y la devoción a la Divina Misericordia

Aplicación: S. Juan Pablo II - Dichosos los que han creído

Aplicación: SS. Papa Francisco - La misericordia de Dios

Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - La Divina Misericordia

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La paz Jn 20, 19-31

Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La llaga del costado (Jn 20,19-31)

Ejemplos

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo

Directorio Homilético: Segundo domingo de Pascua

CEC 448, 641-646: la aparición del Resucitado
CEC 1084-1089: la presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia
CEC 2177-2178, 1342: la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988: nuestro nacimiento a una vida nueva en la Resurrección de Cristo
CEC 976-984, 1441-1442: "Creo en el perdón de los pecados"
CEC 949-953, 1329, 1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales



448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en  adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).

Las apariciones del Resucitado

641 María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).

642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro en particular - en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).

643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano (cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).

644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació - bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.



El estado de la humanidad resucitada de Cristo

645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14.
19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al  dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).

646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).

II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.



...desde la Iglesia de los Apóstoles...

1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)

1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.



...está presente en la Liturgia terrena...

1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo  que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).

1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7) ...que participa en la Liturgia celestial. La eucaristía dominical

2177 La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC, can. 1246,1).

"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).

2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1 Co 11,17). La carta a los Hebreos dice: "no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).

La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir temprano a la Iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marchar antes de la despedida...Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo, serm. dom.).

1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:

Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch 2,42.46).



654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.

655 Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron ... del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En El los cristianos "saborean los prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).

Artículo10 "CREO EN EL PERDON DE LOS PECADOS"

976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).

(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los pecados por el Bautismo, el Sacramento de la Penitencia y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar brevemente, por tanto, algunos datos básicos).



I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS

977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).

978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).

979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las llaves del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida" (Catech. R. 1, 11, 4).

980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:

Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39.
17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).



II EL PODER DE LAS LLAVES
981 Cristo, después de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5,
18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo:

La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm.
214, 11).

982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero" (Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).

983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:

El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en su nombre todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio, poenit. 1, 34).

Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles... Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).

Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don (San Agustín, serm. 213, 8).




Sólo Dios perdona el pecado

1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).

Volver Arriba

 

Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - El resucitado

Este gran día de la Resurrección tocaba a su fin, pero no terminó sin que Jesús se manifestase a un grupo fiel, impaciente por demás de satisfacer sus miradas con su presencia. Sin embargo, cuando súbitamente le vieron en medio de ellos, sin que nadie le abriera las puertas, cerradas por temor a los judíos, un terror sagrado los sobrecogió de momento. Reconocían a Jesús, pero creían ver un espíritu. Cristo les dice: " ¿Por qué estáis turbados? La paz sea con vosotros". Y les mostró sus manos y sus pies, que habían sido
[1] clavados y su costado herido por una lanza .

San Lucas, que era médico, buen psicólogo y sabía el valor de los hechos materiales comprobados, añade que el exceso de alegría turbaba su convicción; porque, sin duda, temían tomar por realidad sus deseos. Bien lo comprendió Jesús, y, para devolver a los suyos el sosiego con la más familiar de las realidades, les pidió si tenían algo que darle de comer: comió a continuación delante de ellos parte de un pez asado. No porque hubiese vuelto a la vida vegetativa cotidiana, sino solamente para probar la realidad de la resurrección.

De este modo, plenamente convencidos, vueltos en sí esperaban una palabra nueva de su Maestro, y le oyeron decir otra vez: "La paz sea con vosotros". Esta vez la paz estaba conquistada. Entonces les habla de su misión, dándoles el mandato augusto que les abre el mundo. "Como me envió mi Padre, así también Yo os envío". Después sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A los que perdonareis los pecados, le serán perdonados, y a los que los retuviereis, les serán retenidos". No fue ésta todavía la gran manifestación del [2] Espíritu prometido en la tarde de la última Cena ; vendrá su hora, pero desde este momento, luego de la resurrección, los constituyó en un gobierno espiritual. Desde entonces tendrán poder sobre las almas, y este poder se dejará sentir especialmente, o por el perdón de los pecados, concedido sin duda en nombre de Dios, o por la denegación del perdón, a causa de las malas disposiciones del pecador, porque a los sinceramente arrepentidos, Dios perdona siempre. Los dispensadores de esta gracia serán jueces en estos casos; deberán, pues, conocerlos. Con razón la Iglesia ha visto aquí en esta actitud, y con estas memorables palabras, la institución del sacramento de la Penitencia.

Jesús resucitado no debía hacer vida común con los apóstoles como otras veces. Eran las apariciones un hecho excepcional: ni san Juan ni esta vez san Lucas tuvieron necesidad de decir que había desaparecido después de esta gran manifestación del domingo de resurrección. Este gran día se ha convertido en la verdadera fiesta de la Pascua de los cristianos.
un apóstol no estaba presente aquella tarde: era Tomás, que probablemente fue convocado con los otros después de la aparición hecha a Pedro; pero que juzgaría prudente abstenerse, ya que no creía más a Pedro que los otros habían creído a las mujeres. Rehusó dar crédito al testimonio de sus hermanos.
Nuestro tiempo es poco dado a creer en milagros, pero no es menos crédulo, sobre todo cuando se le habla en nombre de la ciencia. En esto consistió la habilidad de Renán al afirmar, como si lo hubiera comprobado en Oriente, que los orientales están siempre al acecho de lo sobrenatural para, con alegría,

adherirse a ello. Las disposiciones de ánimo de los judíos de entonces no eran ciertamente diferentes de los judíos de hoy. Desde las alturas en donde estaban, lo habían relegado a una trascendencia majestuosa. Dios no se mezclaba en el curso de las cosas humanas, si no era para darles un impulso regular. No se mostraron los apóstoles en toda la historia de Jesús muy dispuestos para las cosas sobrenaturales. Sin duda esperaban la gran manifestación mesiánica, pero no había llegado. La Pasión, cuya sola idea era rechazada con horror, los había hecho desconfiar y, no comprendiendo las afirmaciones de Jesús en este punto, el glorioso desquite que conseguiría mediante su resurrección, trascendía sus previsiones.

Cuando fueron convencidos todos por la misma realidad, Tomás permaneció recalcitrante. Seguramente los discípulos habían sido víctimas de una alucinación, y lo que vieran sólo era un fantasma. Y como le objetasen que habían visto las heridas del crucificado, respondió que en tales casos no bastaba ver, era preciso tocar. Por tanto, él no se fiaba más que de sí mismo: "Si no veo en sus manos las señales de los clavos, y no meto mis dedos en el lugar de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no creeré".

Aprendamos aquí a tener la misma indulgencia que Cristo con los que dudan. Dejó a Tomás en sus dudas durante siete días. Habiendo visto los apóstoles a Jesús en Jerusalén, no se daban prisa a volver a Galilea. Se reunieron el octavo día, bien para orar juntos por última vez, bien para decidir el camino que debían seguir juntos. Las puertas estaban cerradas: súbitamente, Jesús se halló en medio de ellos y los saludó: "La paz sea con vosotros". Después dice a Tomás: "Pon tu dedo aquí y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel".

Tomás ¿dejó a Cristo que se apoderase de su mano y la llevase a la herida del costado o, renunciando a su lógica, se rindió a la evidencia de lo que veía? Fueron los labios de este incrédulo de quienes salió el primer acto explícito de fe en la divinidad del Resucitado. Gritó: " ¡Señor mío y Dios mío!" Jesús, con una sonrisa de perdón: " ¿Porque me has visto has creído?" Eso no es de maravillar, ni muy meritorio. " ¡Dichosos los que creen sin haber visto!"

Se había excedido rehusando creer en la resurrección de su Maestro, no dando crédito al testimonio de sus hermanos, cuya sinceridad conocía. Es lo que con dulzura hace resaltar Jesús. Él había querido ver con sus ojos el cuerpo resucitado y, habiéndolo visto, no tenía que remitirse a otros para este hecho. Pero, como muy bien nota san Gregorio, viendo la humanidad gloriosa creyó en la divinidad, haciendo así un verdadero acto de fe. Este acto exigía ya, como al presente, la adhesión de la inteligencia a una verdad revelada por el mismo Jesucristo y, por tanto, revelada por Dios. Esta adhesión era más fácil a los apóstoles, porque la afirmación de Jesús estaba confirmada por su resurrección. Más dichosos eran ellos creyendo en su divinidad que gozando de la presencia sensible de su humanidad. Ésta dicha, preludio de la bienaventuranza eterna, es también la parte escogida de los que creen sin haber gustado la misma consolación. No deben ellos olvidar que Jesús les ha prometido que su presencia interior, en compañía del Padre y del Espíritu Santo (Jn 14,23,17), no les faltaría, presencia que hace la fe más fácil y más dulce.
(LAGRANGE, Joseph. Vida de Jesucristo. Edibesa, Madrid,2.002. Pag. 524-526)



Volver



Comentario Teológico: Xavier Lèon Dufour - Misericordia

El lenguaje corriente, influenciado sin duda por el latín de iglesia, identifica la misericordia con la compasión o el perdón. Esta identificación, aunque valedera, podría velar la riqueza concreta que Israel, en virtud de su experiencia, encerraba en la palabra. En efecto, para él la misericordia se halla en la confluencia de dos corrientes de pensamiento, la compasión y la fidelidad.
El primer término hebreo (ra'hamim) expresa el apego instintivo de un ser a otro. Según los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno materno (rehem: 1Re 3,26), en las entrañas (rahamim) - nosotros diríamos: el corazón - de un padre (Jer 31,20; Sal 103,13), o de un hermano (Gén 43,30): es el cariño o la ternura; inmediatamente se traduce por actos: en compasión con ocasión de una situación trágica (Sal 106,45), o en *perdón de las ofensas (Dan 9,9).

El segundo término hebreo (hesed), traducido ordinariamente en griego por una palabra que también significa misericordia (eleos), designa de suyo la *piedad, relación que une a dos seres e implica *fidelidad. Con esto recibe la misericordia una base sólida: no es ya únicamente el eco de un instinto de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior, fidelidad con uno mismo.

Las traducciones de las palabras hebreas y griegas oscilan de la misericordia al amor, pasando por la ternura, la piedad o conmiseración, la compasión, la clemencia, la bondad y hasta la gracia (heb. len), que, sin embargo, tiene una acepción más vasta. A pesar de esta variedad, no es, sin embargo, imposible circunscribir el concepto bíblico de la misericordia. Desde el principio hasta el fin manifiesta Dios su ternura con ocasión de la miseria humana; el hombre, a su vez, debe mostrarse misericordioso con el prójimo a imitación de su Creador.

AT. I. EL DIOS DE LAS MISERICORDIAS. Cuando el hombre adquiere conciencia de ser desgraciado o pecador, entonces se le revela con más o menos claridad el rostro de la misericordia infinita.

1. En socorro del miserable. No cesan de resonar los gritos del salmista: "¡Piedad conmigo, Señor!" (Sal 4,2; 6,3; 9,14; 25,16); o bien lasproclamaciones de *acción de gracias : "Dad gracias a Yahveh, pues su amor (hesed) es eterno" (Sal 107, 1), esa misericordia que no cesa de mostrar con los que claman a él en su aflicción, por ejemplo, los navegantes en peligro (Sal 107,23), con los "hijos de *Adán" cualesquiera que sean. Se presenta, en efecto, como el defensor del *pobre, de la viuda y del huérfano: éstos son sus privilegiados.

Esta convicción inquebrantable de los hombres piadosos parece tener su origen en la experiencia por que pasó Israel en el momento del *éxodo. Aun cuando el término misericordia no se halla en el relato del acontecimiento, la liberación de Egipto se describe como un acto de la misericordia divina. Las primeras tradiciones sobre el llamamiento de Moisés lo sugieren en forma inequívoca: "He visto la miseria de mi pueblo. He prestado oído a su clamor... conozco sus angustias. Estoy resuelto a liberarlo" (Éx 3,7s.16s). (...). En su misericordia no puede Dios soportar la miseria de su elegido; es como si al contraer alianza con él lo hubiera convertido en un ser "de su raza" (cf. Act 17,28s): un instinto de ternura lo une a él para siempre.

2. La salud del pecador. Pero ¿qué sucederá, sin embargo, si este elegido se separa de él por el pecado? La misericordia se impondrá todavía, por lo menos si el pecador no se *endurece; porque, conmovida por el *castigo que acarrea el pecado, quiere salvar al pecador. Así, con ocasión del pecado, entra el hombre más profundamente en el misterio de la ternura divina.

a) La revelación central. En el Sinaí es donde Moisés oye a. Dios revelar el fondo de su ser. El pueblo eligido acaba de apostatar. Pero Dios, después de haber afirmado que es libre para usar gratuitamente de misericordia con quien le plazca (Éx 33,19), proclama que sin hacer mella a su santidad, la ternura divina puede triunfar del pecado: "Yahveh es un Dios de ternura (rahum) y de gracia (hanun), lento para la ira y abundante en misericordia (hesed) y fidelidad (emet), manteniendo su misericordia (hesed) hasta la milésima generación, soportando falta, transgresión y pecado, pero sin disculparla, castigando la falta... hasta la tercera y cuarta generación" (Éx 34, 6s). Dios no pasa la esponja por el pecado: deja que repercutan sus consecuencias en el pecador hasta la cuarta generación, lo cual muestra qué cosa tan seria es el pecado. Pero su misericordia, conservada intacta hasta la milésima generación, le hace aguardar con paciencia infinita. Tal es el ritmo que marcará las relaciones de Dios con su pueblo hasta la venida de su Hijo.

b) Misericordia y castigo. En efecto, a todo lo largo de la historia sagrada muestra Dios que si debe castigar al pueblo que ha pecado, se llena de conmiseración tan luego éste clama a él desde el fondo de su miseria. Así el libro de los Jueces está marcado por el ritmo de la *ira que se inflama contra el infiel y de la *misericordia que le envía un *salvador (Jue 2,18). La experiencia profética va a dar a esta historia acentos extrañamente humanos. oseas revela que si Dios ha decidido no usar ya misericordia con Israel (os 1,6) y castigarlo, su "corazón se revuelve dentro de él, sus entrañas se conmueven" y decide no dar ya desahogo al ardor de su ira" (11,8s); así un día el infiel será de nuevo llamado "Ha recibido misericordia" (Ruhama: 2,3). En el momento mismo en que los profetas anuncian las peores catástrofes conocen la ternura del corazón de Dios: "¿Es, pues, Efraím para mí un hijo tan querido, un niño tan mimado, para que cuantas veces trato de amenazarle, me enternezca su memoria, se conmuevan mis entrañas y no pueda menos de desbordarse mi ternura?" (Jer 31,20; cf. Is 49,14s; 54,7).

c) Misericordia y conversión. Si Dios mismo se conmueve de tal manera ante la miseria que acarrea el pecado, es que desea que el pecador se vuelva hacia él, que se *convierta. Si de nuevo conduce a su pueblo al *desierto, es porque quiere "hablarle al corazón" (os 2,16); después del *exilio se comprenderá que Yahveh quiere simbolizar con la vuelta a la tierra la vuelta a él, a la vida (Jer 12,15; 33,26; Ez 33,11; 39,25; ls 14,1; 49,13). Sí, Dios "no guarda rencor eterno" (Jer 3,12s), pero quiere que el pecador reconozca su malicia; "que el malvado se convierta a Yahveh, que tendrá piedad de él, a nuestro Dios, que perdona abundantemente" (Is 55,7).

d) El llamamiento del pecador. Israel conserva, pues, en el fondo del corazón la convicción de una misericordia que no tiene nada de humano: "Él ha herido, él vendará nuestras llagas" (os 6,1). "¿Qué Dios como tú, que borra la falta, que perdona lo mal hecho, que no excita para siempre su ira, sino que se complace en otorgar gracia? Una vez más, ten piedad de nosotros, conculca nuestras iniquidades y arroja a lo hondo del mar nuestros pecados" (Miq 7,18s). Así resuena constantemente el grito del salmista resumido en el Miserere: "Apiádate de mí en tu bondad. En tu gran ternura borra mi pecado" (Sal 51,3). 3. Misericordioso con toda carne. Aunque la misericordia divina no conoce más límite que el *endurecimiento del pecador (Is 9,16; Jer 16, 5.13), sin embargo, durante mucho tiempo se la tuvo como reservada a sólo el *pueblo elegido. Pero Dios, con su sorprendente magnanimidad, acabó por fin con este residuo de tacañería humana (cf. ya os 11,9). Después del. exilio se comprendió la lección. La historia de Jonás es la sátira de los corazones estrechos que no aceptan la inmensa ternura de Dios (ion 4,2). El Eclesiástico dice claramente: "la piedad del hombre es para su *prójimo, pero la piedad de Dios es para toda carne" (Eclo 18,13).

Finalmente, la tradición unánime de Israel (cf. Éx 34,6; Nah 1,3; Jl 2,13; Neh 9,17; Sal 86,15; 145,8) es magníficamente recogida por el salmista, sin la menor nota de particularismo: "Yahveh es ternura y gracia, lento para la ira y abundante en misericordia; no disputa a perpetuidad, no guarda rencor para siempre; no nos trata según nuestras faltas... Cuan tierno es un padre para con su hijo, así lo es Yahveh para con el que le teme ; sabe de qué .hemos sido amasados, se acuerda del polvo que somos" (Sal 103,8ss.13s). "Dichosos los que esperan en él, pues de ellos se apiadará" (Is 30,18), porque "eterna es su misericordia" (Sal 136), porque en él está la misericordia (Sal 130,7).

II. "LO QUE YO QUIERO ES MISERICORDIA". Si Dios es ternura, ¿cómo no exigirá a sus criaturas la misma ternura mutua? Ahora bien, este sentimiento no es natural al hombre: homo homini lupus! Lo sabía muy bien David, que prefería "caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres" (2Sa 24,14). También en este punto va Dios progresivamente educando a su pueblo.

Condena a los paganos, que sofocan la misericordia (Am 1,11). Lo que quiere es que se observe el mandamiento del *amor fraterno (cf. Éx 22,26), muy preferible a los holocaustos (Os 4,2; 6,6); quiere que la práctica de la *justicia sea coronada por un "amor tierno" (Miq 6,8). Si se quiere verdaderamente *ayunar, hay que socorrer al pobre, a la viuda, al huérfano, no hurtar el cuerpo ante el que es nuestra propia *carne (Is 58,6-11; Job 31,16-23). Cierto que el horizonte *fraterno está todavía limitado a la raza o a la creencia (Lev 19,18), pero el ejemplo mismo de Dios ensanchará poco a poco los corazones humanos hasta las dimensiones del corazón de Dios : "Yo soy Dios, no hombre" (Os 11,8; cf. Is 55,7). El horizonte se extenderá sobre todo gracias al mandamiento de no saciar la sed de *venganza, de no guardar rencor. Pero sólo quedará realmente despejado con los últimos libros de sabiduría, que en este punto esbozan ya el mensaje de Jesús; el *perdón debe ejercerse con "todo hombre" (Eclo 27,30-28,7).

NT. I. EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA DIVINA. 1. Jesús, "sumo sacerdote misericordioso" (Heb 2,17). Jesús, antes de realizar el designio divino, quiso "hacerse en todo semejante a sus hermanos", a fin de experimentar la miseria misma de los que venía a salvar. Por consiguiente, sus actos todos traducen la misericordia divina, aun cuando no estén calificados así por los evangelistas. Lucas puso muy especial empeño en poner de relieve este punto. Los preferidos de Jesús son los "*pobres" (Lc 4,18; 7,22); los pecadores hallan en él un "amigo" (7,34), que no teme frecuentarlos (5,27.30; 15,1s; 19,7). La misericordia que manifestaba Jesús en forma general a las multiudes (Mt 9,36; 14,14; 15,32) adquiere en Lucas una fisonomía más personal: se dirige al "hijo único" de una viuda (Lc 7,13) o a un padre desconsolado (8,42; 9,38.42). Jesús, en fin, muestra especial benevolencia a las *mujeres y a los *extranjeros. Así queda redondeado y *cumplido el universalismo: "toda *carne ve la salvación de Dios" (3,6). Si Jesús tuvo así compasión de todos, se comprende que los afligidos se dirijan a él como a Dios mismo, repitiendo: "Kyrie eleison!" (Mt 15,22; 17,15; 20,30s).

2. El corazón de Dios Padre. Este rostro de la misericordia divina que mostraba Jesús a través de sus actos, quiso dejarlo retratado para siempre. A los pecadores que se veían excluidos del reino de Dios por la mezquindad de los *fariseos, proclama el evangelio de la misericordia infinita, en la línea directa de los mensajes auténticos del AT. Los que regocijan el corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino los pecadores arrepentidos, comparables con la oveja o la dracma perdida y hallada (Lc 15,7.10); el *Padre está acechando el regreso de su hijo pródigo y cuando lo descubre de lejos "siente compasión" y corre a su encuentro (15,20). Dios ha aguardado largo tiempo, y aguarda todavía con *paciencia a Israel, que no se convierte, como una higuera estéril (13,6-9).

3. La sobreabundancia de la misericordia. Dios es, pues, ciertamente el "Padre de las misericordias" (2Cor 1,3; Sant 5,11), que otorgó su misericordia a Pablo (lCor 7,25; 2Cor 4,1; lTim 1,13) y la promete a todos los creyentes (Mt 5,7; lTim 1,2; 2Tim 1,2; Tit 1,4; 2Jn 3). El cumplimiento del designio de misericordia en la *salvación y en la *paz, tal como lo anunciaban los cánticos al alborear el Evangelio (Lc 1,50.54. 72.78), lo muestra Pablo claramente en toda su amplitud y sobreabundancia.

El ápice de la epístola á los Romanos está en esta revelación. Mientras que los judíos acababan por desconocer la misericordia divina estimando que ellos se procuraban la *justicia a partir de sus *obras, de su práctica de la *ley, Pablo declara que ellos también son pecadores y que por tanto tienen necesidad de la misericordia por la justicia de la *fe. Frente a ellos los paganos, a los que Dios no había prometido nada, son atraídos a su vez a la órbita inmensa de la misericordia. Todos deben, pues, reconocerse pecadores a fin de participar todos de la misericordia : "Dios incluyó a todos los hombres en la desobediencia para usar con todos misericordia" (Rom 11,32).

II. SED MISERICORDIOSOS... La "*perfección" que Jesús, según Mt 5,48, exige a sus discípulos, consiste según Lc 6,36 en el deber de ser misericordiosos "como vuestro Padre es misericordioso". Es una condición esencial para entrar en el reino de los cielos (Mt 5,7), que Jesús reitera después del profeta Oseas (Mt 9,13; 12,7). Esta ternura debe hacerme *prójimo del miserable al que encuentro en mi camino, a ejemplo del buen Samaritano (Lc 10,30-37), debe llenarme de compasión para con el que me ha ofendido (Mt 18, 23-35), porque Dios ha tenido compasión conmigo (18,32s). Así seremos nosotros juzgados según la misericordia que hayamos practicado, quizás inconscientemente, para con Jesús en persona (Mt 25,31-46).

Mientras que la ausencia de misericordia entre los paganos desencadena la ira divina (Rom 1,31), el cristiano debe amar y "simpatizar" (Flp 2,1), tener una auténtica compasión en el corazón (Ef 4,32; IPe 3,8); no puede "cerrar sus entrañas" ante un hermano que se halla en la necesidad: el *amor de Dios no mora sino en los que practican la misericordia (lJn 3,17).
(LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001)



Volver



Santos Padres: San Gregorio Magno - La resurrección

1. La primera cuestión que de esta lección asalta al pensamiento es: ¿cómo después de la resurrección fue el verdadero cuerpo de Jesús el que, estando cerradas las puertas, pudo entrar a donde estaban los apóstoles?

Más debemos reconocer que la obra de Dios deja de ser admirable si la razón la comprende, y que la fe carece de mérito cuando la razón adelanta la prueba. En cambio, esas mismas obras de Dios que de ningún modo pueden comprenderse por sí mismas, deben cotejarse con alguna otra obra suya, para que otras obras más admirables nos faciliten la fe en las que son sencillamente admirables.
Pues bien, aquel mismo cuerpo que, al nacer, salió del seno cerrado de la Virgen, entró donde estaban los discípulos hallándose cerradas las puertas. ¿Qué tiene, pues, de extraño el que después de la resurrección, ya eternamente triunfante, entrara estando cerradas las puertas el que, viniendo para morir, salió a luz sin abrir el seno de la Virgen? Pero, como dudaba la fe de los que miraban aquel cuerpo que podía verse, les mostro enseguida las manos y el costado; ofreció para que palparan el cuerpo que había introducido estando cerradas las puertas.

En lo cual pone de manifiesto dos cosas admirables y para la razón humana harto contrarias entre sí, y fue mostrar, después de su resurrección, su cuerpo incorruptible y a la vez tangible, puesto que necesariamente se corrompe lo que es palpable, y lo incorruptible no puede palparse.
No obstante, por modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después de resucitar, mostró su cuerpo incorruptible y a la vez palpable, para, con mostrarle incorruptible, invitar a los premios y, con presentarle palpable, afianzar la fe; además se mostró incorruptible y palpable, sin duda, para probar que, después de la resurrección, su cuerpo era de la misma naturaleza, pero tenía distinta gloria.

2. Y les dijo: La paz sea con vosotros. Conté mi Padre me envió, así os envío yo también a vosotros. Esto es, como mi Padre, Dios, me envió a mí, Dios también, yo, hombre, os envío a vosotros, hombres.

El Padre envió al Hijo, quien, por determinación suya, debía encarnarse para la redención del género humano, y el cual, cierto es, quiso que padeciera en el mundo; pero, sin embargo, amó al Hijo, que enviaba para padecer. Asimismo, el Señor, a los apóstoles, que eligió, los envió, no a gozar en el mundo, sino a padecer, como Él había sido enviado. Luego, así como el Padre ama al Hijo y, no obstante, le envía a padecer, así también el Señor ama a los discípulos, a quienes, sin embargo, envía a padecer en el mundo. Rectamente, pues, se dice: Como el Padre me envió a mí, así os envío yo también a vosotros; esto es: cuando yo os mando ir entre las asechanzas de los perseguidores, os amo con el mismo amor con que el Padre me ama al hacerme venir a sufrir tormentos.

Aunque también puede entenderse que es enviado según la naturaleza divina. Y entonces se dice que el Hijo es enviado por el Padre, porque es engendrado por el Padre; pues también el Hijo, cuando les dice (is 15, 26): Cuando viniere el Paráclito, que yo os enviaré del Padre, manifiesta que Él les enviará el Espíritu Santo, el cual, aunque es igual al Padre y al Hijo, pero no ha sido encarnado. Ahora, si ser enviado debiera entenderse tan sólo de ser encarnado, cierto que no se diría en modo alguno que el Espíritu Santo sería enviado, puesto que jamás encarnó, sino que su misión es la misma procesión, por la que a la vez procede del Padre y del Hijo. De manera que, como se dice que el Espíritu Santo es enviado porque procede, así se dice, y no impropiamente, que el Hijo es enviado porque es engendrado.

3. Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Debemos inquirir qué significa el que nuestro Señor enviara una sola vez el Espíritu Santo cuando vivía en la tierra y otra sola vez cuando ya reinaba en el cielo; pues en ningún otro lugar se dice claramente que fuera dado el Espíritu Santo, sino ahora, que es recibido mediante el aliento, y después, cuando se declara que vino del cielo en forma de varias lenguas.

¿Por qué, pues, se da primero en la tierra a los discípulos y luego es enviado desde el cielo, sino porque es doble el precepto de la caridad, a saber, el amor de Dios y el del prójimo? Se da en la tierra el Espíritu Santo para que se ame al prójimo, y se da desde el cielo el Espíritu para que se ame a Dios.

Así como la caridad es una sola y sus preceptos dos, el Espíritu es uno y se da dos veces: la primera, por el Señor cuando vive en la tierra; la segunda, desde el cielo, porque en el amor del prójimo se aprende el modo de llegar al amor de Dios; que por eso San Juan dice (1 Jn 4, 20): El que no ama a su hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle? Cierto que antes ya estaba el Espíritu Santo en las almas de los discípulos para la fe; pero no se les dio manifiestamente sino después de la resurrección. Por eso está escrito (Jn 7, 39): Aún no se había comunicado el Espíritu Santo, porque Jesús no estaba todavía en su gloria. Por eso también se dice por Moisés (Dt 32, 13): Chuparon la miel de las peñas y el aceite de las más duras rocas. Ahora bien, aunque se repase todo el Antiguo Testamento, no se lee que, conforme a la Historia, sucediera tal cosa; jamás aquel pueblo chupó la miel de la piedra ni gustó nunca tal aceite; pero como, según San Pablo (1 Co 10, 4), la piedra era Cristo, chuparon miel de la piedra los que vieron las obras y milagros de nuestro Redentor, y gustaron el aceite de la piedra durísima, porque merecieron ser ungidos con la efusión del Espíritu Santo después de la resurrección. De manera que, cuando el Señor, mortal aún, mostró a los discípulos la dulzura de sus milagros, fue como darles miel de la piedra; [4.] y derramó el aceite de la piedra cuando, hecho ya impasible después de su resurrección, con su hálito hizo fluir el don de la santa unción. De este óleo se dice por el profeta (is 10, 27): Se pudrirá el yugo por el aceite. En efecto, nos hallábamos sometidos al yugo del poder del demonio, pero fuimos ungidos con el óleo del Espíritu Santo, y como nos ungió con la gracia de la liberación, se pudrió el yugo del poder del demonio, según lo asegura San Pablo, que dice (2 Co 3, 17): Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.

Mas es de saber que los primeros que recibieron el Espíritu Santo, para que ellos vivieran santamente y con su predicación aprovecharan a algunos, después de la resurrección del Señor, le recibieron de nuevo ostensiblemente, precisamente para que pudieran aprovechar, no a pocos, sino a muchos. Por eso en esta donación del Espíritu se dice: Quedan perdonados los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonareis, y retenidos los de aquellos a quienes se los retuviereis.

Me place fijar la atención en el más alto grado de gloria a que fueron sublimados aquellos discípulos, llamados a sufrir el peso de tantas humillaciones. Vedlos, no sólo quedan asegurados ellos mismos, sino que además reciben la potestad de perdonar las deudas ajenas y les cabe en suerte el principado del juicio supremo, para que, haciendo las veces de Dios, a unos retengan los pecados y se los perdonen a otros.

Así, así correspondía que fueran exaltados por Dios los que habían aceptado humillarse tanto por Dios. Ahí lo tenéis: los que temen el juicio riguroso de Dios quedan constituidos en jueces de las almas, y los que temían ser ellos mismos condenados condenan o libran a otros.

5. El puesto de éstos lo ocupan ahora ciertamente en la Iglesia los obispos. Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y de desatar.

Honor grande, sí; pero grande también el peso o responsabilidad de este honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida sea hecho juez de la vida ajena; pues muchas veces sucede que ocupe aquí el puesto de juzgar aquel cuya vida no concuerda en modo alguno con el puesto, y, por lo mismo, con frecuencia ocurre que condene a los que no lo merecen, o que él mismo, hallándose ligado, desligue a otros. Muchas veces, al atar o desatar a sus súbditos, sigue el impulso de su voluntad y no lo que merecen las causas; de ahí resulta que queda privado de esta misma potestad de atar y de desatar quien la ejerce según sus caprichos y no por mejorar las costumbres de los súbditos. Con frecuencia ocurre que el pastor se deja llevar del odio o del favor hacia cualquiera prójimo; pero no pueden juzgar debidamente de los súbditos los que en las causas de éstos se dejan llevar de sus odios o simpatías. Por eso rectamente se dice por el profeta (Ez 13, 19) que mataban a las almas que no están muertas y daban por vivas a las que no viven. En efecto, quien condena al justo, mata al que no está muerto, y se empeña en dar por vivo al que no ha de vivir quien se esfuerza en librar del suplicio al culpable.

6. Deben, pues, examinarse las causas y luego ejercer la potestad de atar y de desatar. Hay que conocer qué culpa ha precedido o qué penitencia ha seguido a la culpa, a fin de que la sentencia del pastor absuelva a los que Dios omnipotente visita por la gracia de la compunción; porque la absolución del confesor es verdadera cuando se conforma con el fallo del Juez eterno.

Lo cual significa bien la resurrección del muerto de cuatro días, pues ella demuestra que el Señor primeramente llamó y dio vida al muerto, diciendo (Jn 11, 43): Lázaro, sal afuera; y que después, el que había salido afuera con vida, fue desatado por los discípulos, según está escrito (Jn 11, 44): Cuando hubo salido afuera el que estaba atado de pies y manos con fajas, dijo entonces a sus discípulos: Desatadle y dejadle ir. Ahí lo tenéis: los discípulos desatan a aquel que ya vivía, al cual, cuando estaba muerto, había resucitado el Maestro. Si los discípulos hubieran desatado a Lázaro cuando estaba muerto, habrían hecho manifiesto el hedor más bien que su poder.

De esta consideración debe deducirse que nosotros, por la auto-ridad pastoral, debemos absolver a los que conocemos que nuestro Autor vivifica por la gracia suscitante; vivificación que sin duda se conoce ya antes de la enmienda en la misma confesión del pecado. Por eso, al mismo Lázaro muerto no se le dice: Revive, sino: Sal afuera.

En efecto, mientras el pecador guarda en su conciencia la culpa, ésta se halla oculta en el interior, escondida en sus entrañas; pero, cuando el pecador voluntariamente confiesa sus maldades, el muerto sale afuera. Decir, pues, a Lázaro: Sal afuera, es como si a cualquier pecador claramente se dijera: ¿Por qué guardas tus pecados dentro de tu conciencia? Sal ya afuera por la confesión, pues por tu negación estás para ti oculto en tu interior. Luego decir: salga afuera el muerto, es decir: confiese el pecador su culpa; pero decir: desaten los discípulos al que sale fuera, es como decir que los pastores de la Iglesia deben quitar la pena que tuvo merecida quien no se avergonzó de confesarse.

He dicho brevemente esto por lo que respecta al ministerio de absolver, para que los pastores de la Iglesia procuren atar o desatar con gran cautela. Pero, no obstante, la grey debe temer el fallo del pastor, ya falle justa o injustamente, no sea que el súbdito, aun cuando tal vez quede atado injustamente, merezca ese mismo fallo por otra culpa.

El pastor, por consiguiente, tema atar o absolver indiscretamente; más el que está bajo la obediencia del pastor tema quedar atado, aunque sea indebidamente, y no reproche, temerario, el juicio del pastor, no sea que, si quedó ligado injustamente, por ensoberbecerse de la desatinada reprensión, incurra en una culpa que antes no tenía. Y dicho todo esto harto rápidamente, tornemos al orden de la exposición.

7. Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino el Señor. Únicamente este discípulo estuvo ausente, y cuando vino oyó lo que había sucedido y no quiso creer lo que oía. Volvió de nuevo el Señor y descubrió al discípulo incrédulo su costado para que le tocase y le mostró las manos, y con presentarle las cicatrices de sus llagas curó la llaga de su incredulidad.
¿Qué pensáis de todo esto, hermanos carísimos? ¿Creéis que sucedió al acaso el que estuviera en aquella ocasión ausente aquel discípulo elegido y el que, cuando vino, oyera, y oyendo dudara, y dudando palpara, y palpando creyera? No; no sucedió esto al acaso, sino que fue disposición de la divina Providencia; pues la divina Misericordia obró de modo tan admirable para que, tocando aquel discípulo incrédulo las heridas de su Maestro, sanase en nosotros las llagas de nuestra incredulidad. De manera que la incredulidad de Tomás ha sido más provechosa para nuestra fe que la fe de los discípulos creyentes, porque, decidiéndose aquél a palpar para creer, nuestra alma se afirma en la fe, desechando toda duda.

En efecto, el Señor, después de resucitado, permitió que aquel discípulo dudara; pero, no obstante, no le abandonó en la duda; a la manera que antes de nacer quiso que María tuviera esposo, el cual, no obstante, no llegó a consumar el matrimonio; porque, así como el esposo había sido guardián de la integérrima virginidad de su Madre, así el discípulo, dudando y palpando, vino a ser testigo de la verdadera resurrección.

8. Y tocó y exclamó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Le dijo Jesús: Tú has creído, Tomás, porque me has visto. Diciendo el apóstol San Pablo que (Hb 11, 1) la fe es el fundamento de las cosas que se esperan y un convencimiento de las cosas que no se ven, resulta claro en verdad que la fe es una prueba decisiva de las cosas que no se ven, pues las que se ven, ya no son objeto de la fe, sino del conocimiento. Ahora bien, ¿por qué, cuando Tomás vio y palpó, se le dice: Porque has visto has creído? Pues es porque él vió una cosa y creyó otra; el hombre mortal, cierto que no puede ver la divinidad; por tanto, él vió al hombre y creyó que era Dios; y así dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Luego, viendo, creyó, porque, conociéndole verdadero hombre, le aclamó Dios, aunque como tal no podía verle.

9. Causa mucha alegría lo que sigue: Bienaventurados los que sin haber visto han creído. Sentencia en la que, sin duda, estamos señalados nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella estamos significados nosotros, pero con tal que nuestras obras se conformen con nuestra fe, porque quien cumple en la práctica lo que cree, ése es el que cree de verdad. Por el contrario, de aquellos que solamente creen con palabras, dice San Pablo (Tt 1, 16): Profesan conocer a Dios, más lo niegan con las obras; por eso dice Santiago (2, 17): La fe, si no es acompañada de obras, está muerta en sí misma; y, por lo mismo, el Señor dice al santo Job, refiriéndose al antiguo enemigo del género humano (Jb 40, 18): Mira cómo él se sorbe un río, sin que le parezca haber bebido mucho; aun presume poder agotar el Jordán entero. Y bien, por el río, ¿quién está significado sino el género humano, que va pasando?; esto es, el género humano; que corre desde el principio hasta el fin y que, como agua puesta en movimiento, corre por la declinación de la carne hasta su término señalado. ¿Y qué se designa por el Jordán sino la clase de los bautizados?; porque, como el Autor de nuestra redención se dignó ser bautizado en el rio Jordán, rectamente con el nombre de Jordán se designa la multitud de los que están comprendidos en el sacramento del bautismo.

Así, pues, el antiguo enemigo sorbió el río del género humano, porque desde el principio del mundo hasta la venida del Redentor, salvándose apenas algunos pocos elegidos, tragó en el vientre de su malicia al género humano; por eso se dice bien de él: Se sorbe un río y no le parece mucho, pues no tiene por grande cosa el arrebatar a los infieles. Pero es harto grave lo que sigue: Y aun presume poder agotar el Jordán entero; porque, después de haber arrebatado a todos los infieles desde el principio del mundo, aún presume poder engañar también a los fieles; porque con el lenguaje de su pestífera persuasión diariamente devora a aquellos cuya vida réproba está en desacuerdo con la fe que profesan.

10. Por consiguiente, hermanos carísimos, temed esto y prestadle toda atención; meditadlo con toda solicitud. Ved que celebramos la solemnidad de la Pascua, pero debemos vivir de modo que merezcamos llegar a las fiestas de la eternidad. Todas las fiestas que se celebran en el tiempo pasan; procurad cuantos estáis presentes a esta solemnidad no ser excluidos de la solemnidad eterna. ¿De qué sirve asistir a las fiestas de los hombres, si aconteciera faltar a las fiestas de los ángeles? La solemnidad presente es una sombra de la solemnidad futura, y anualmente celebramos ésta precisamente para ser llevados a aquella que no es anual, sino perdurable.

Cuando se celebra ésta en su tiempo determinado, confórtese nuestra memoria con el recuerdo de aquélla; con la repetición del gozo temporal, caliéntese y enfervorícese el alma en los gozos eternos, para que en la patria se goce realmente con alegría lo que de aquel gozo se piensa figuradamente durante la jornada.

Poned, pues, en orden, hermanos, vuestra vida y vuestras costumbres. Considerad ahora cuán riguroso aparecerá en el juicio este que tan manso ha resucitado de entre los muertos. Cierto que en el día de su tremendo juicio aparecerá con los ángeles, con los arcángeles, con los tronos, con las dominaciones, con los principados y con las potestades, ardiendo los cielos y la tierra, es decir, aterrorizados en su presencia todos los elementos. Así que tened presente siempre a este tan severo Juez; temed ahora a este que ha de venir, para que, cuando venga, le veáis, no temerosos, sino tranquilos; se le debe temer ahora para no temerle después; sírvanos su temor para acostumbrarnos a obrar bien; el miedo que nos in-funde aparte de la perversión nuestra vida.

11. Creedme, hermanos, tanto más seguros estaremos entonces en su presencia, cuanto más hagamos ahora por recelarnos de la culpa. ¿verdad que, si alguno de vosotros tuviera que presentarse mañana para informar ante mi tribunal en un pleito que tuviera con su adversario, tal vez pasaría toda la noche insomne, discurriendo para sí, solícito y anheloso, qué es lo que él podría decir y qué respondería a las objeciones; y temería mucho el encontrarme duro, y temblaría de aparecer culpable? Pero ¿quién o qué soy yo? Ciertamente, no tardando, después de ser hombre he de ser todo gusanos, y después de esto, polvo. Luego, si con tanto cuidado se teme el juicio de quien es polvo, ¿con qué solicitud se debe pensar, con qué miedo se debe proveer el juicio de tan soberana Majestad?

12. Mas, como hay algunos que dudan de la resurrección de la carne, y como la demostraremos mejor saliendo a la vez al paso a las dudas ocultas en vuestros corazones, debemos decir algo acerca de la fe de la resurrección.

Muchos, pues, están dudosos respecto a la resurrección, como nosotros lo estuvimos en algún tiempo, porque, como ven que en el sepulcro la carne se convierte en podredumbre y los huesos quedan reducidos a polvo, no creen que del polvo sean formados otra vez la carne y los huesos; y, como discurriendo para sí, vienen a decir esto: ¿Cuándo ha surgido del polvo un hombre? ¿Cuándo ha sucedido animarse la ceniza?

A los cuales responderemos brevemente que, para Dios, rehacer lo que ya fue es mucho menos que el crear lo que no ha existido. ¿o qué maravilla es que quien creó todas las cosas de la nada torne a hacer del polvo al hombre?; porque más admirable es haber formado de la nada el cielo y la tierra que el volver a hacer de la tierra al hombre.

Pero se pone la atención en la ceniza y se duda de que pueda convertirse en carne, y se busca cómo comprender por medio de la razón el poder de la obra de Dios.

Tales cosas dicen éstos en sus pensamientos porque los diarios milagros de Dios, precisamente por su frecuencia, han desmerecido para ellos. Pero ahí lo tenéis: en el grano de una pequeñísima semilla está encerrada toda la magnitud del árbol que de ella ha de nacer. Imaginémonos, pues, la admirable magnitud de un árbol cualquiera; pensemos dónde comenzó al nacer ese árbol que, creciendo, ha llegado a ser tan grande, y hallaremos, sin duda, su origen en una pequeñísima semilla. Consideremos ahora dónde está oculta en aquel pequeño grano la fortaleza del leño, lo áspero de la corteza, su gran olor y sabor, la abundancia de los frutos y el verdor de las hojas; porque, si tocamos el grano de la semilla, hallamos que no es fuerte, ¿de dónde, pues, ha procedido la fortaleza del madero?; tampoco es áspero, ¿de dónde ha brotado lo áspero de la corteza?; ni tiene sabor, ¿de dónde el sabor de los frutos?; se le huele y no tiene olor, ¿de dónde el olor fragante de los frutos?; nada verde muestra en sí, ¿de dónde ha salido el verdor de las hojas?

Luego en la semilla están juntamente ocultas todas esas cosas que, sin embargo, no brotan juntamente de la semilla; en realidad, de la semilla se produce la raíz, de la raíz procede el tallo, del tallo sale el fruto y del fruto otra vez la semilla.

Añadamos, en consecuencia, que también la semilla se oculta en la semilla; ¿qué tiene, pues, de extraño que del polvo rehaga los huesos, los nervios, la carne, los cabellos..., aquel que de una pequeña semilla renueva todos los días, en la gran corpulencia de un árbol, la madera, los frutos y las hojas?

Por lo tanto, cuando el alma busca dudosa la razón del poder resucitar, deben presentársele las cuestiones de estas cosas que suceden sin cesar y que, sin embargo, jamás puede comprender la razón; y ya que no puede comprender lo que está viendo con los ojos, crea lo que oye referente a las promesas del poder de Dios.

Meditad, hermanos, en vuestro interior las promesas que son perdurables, pero tened en menos las que pasan con el tiempo como cosa ya pasada. Apresuraos a poner toda vuestra voluntad en llegar a la gloria de la resurrección, que en sí ha puesto de manifiesto la Verdad. Ahuyentad los deseos terrenales, que apartan del Creador, porque tanto más alto llegaréis en la presencia de Dios omnipotente cuanto más os distingáis en el amor al Mediador entre Dios y los hombres, el cual vive y reina con el Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Libro II, Homilía VI, BAC Madrid 1958, p. 660-68)



Volver



Aplicación:P. Alfredo Saenz, S.J. - Aparición de Cristo resucitado e incredulidad de Tomás

La perícopa evangélica de este domingo nos refiere una de las apariciones más impresionantes y aleccionadoras del Señor resucitado.

Sucedió al atardecer del día primero de la semana. Y como Tomás no estaba con ellos, una vez más el Señor se volvió a aparecer a los ocho días, nos informa el texto. En el lenguaje antiguo "el día primero de la semana" era el domingo. Pareciera que Jesús hubiese querido exaltar este día, uniéndolo tan íntimamente al hecho de su resurrección y a sus consiguientes manifestaciones pascuales. La Iglesia primitiva recibió celosamente dicha tradición. "Los que vivían en el antiguo orden de cosas y han llegado a la nueva esperanza - dice San Ignacio de Antioquía-, no observan más el sábado, sino el domingo, día en que nuestra vida se ha levantado por Cristo y por su muerte". Ulteriormente, los Padres de la Iglesia se encargaron de dilucidar las razones de dicha elección. El domingo cae en el primer día de la semana, decían, por ser el aniversario de la creación del mundo, así como el comienzo de la nueva creación inaugurada precisamente en el "día del Señor", el día en que Cristo resucitó y se manifestó a sus discípulos, el día en que envió su Espíritu.

Lo cierto es que el domingo aparece en las Escrituras como el día normal de las apariciones de Cristo. Domingo que debe ser para nosotros el día de la santa misa, al tiempo que nuestra jornada de reposo semanal, un reposo que se ordena a la contemplación, el "otium" de los antiguos, que paradojalmente es lo contrario de la pereza: vida contemplativa, fiesta siempre retomada, octavo día, figura del reposo final en el cielo. La semana, del lunes al sábado, es la imagen del tiempo terrestre, el domingo es figura de la eternidad. Tal es, en resumen, el contenido teológico del domingo: día cósmico de la creación, día evangélico de la resurrección, día litúrgico de la Eucaristía, día escatológico del siglo futuro.

En tal día el Señor inauguró sus apariciones pascuales a los apóstoles, les deseó la paz, y les dio el mandato misional. Luego sopló sobre ellos y añadió: Recibid el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis. En el Antiguo Testamento, la acción de soplar sobre otro significaba la intención de comunicarle algo íntimo y vital. Así Dios sopló sobre Adán, infundiéndole su aliento de vida. Ahora Cristo sopla sobre su Iglesia y le da el nuevo espíritu, el Espíritu de vida y de santidad, alma de la Iglesia. La primera consecuencia de esta infusión del Espíritu es el poder de perdonar los pecados: el sacramento de la Penitencia está en relación indisoluble con el Cristo pascual.

Tomás dijo: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Si no veo, si no toco, no creo. El apóstol Tomás es el primero de los positivistas. Para él, aún no había amanecido el día que hizo el Señor, vivía todavía sumerso en la oscuridad que al atardecer del viernes entenebreció el Calvario. Se le acerca Cristo, aurora de victoria, y le dice: Tócame. Admirable torneo entre la pedagogía cariñosa de Cristo y la torpeza del apóstol incrédulo. Tomás lo tocó, y de ese contacto floreció el acto de fe: ¡Señor mío y Dios mío! "Tocó a un hombre y conoció a Dios-comenta San Agustín-, palpó la carne y creyó en el Verbo". Una cosa vio, y otra creyó. Vio a un hombre, y confesó: Señor mío y Dios mío. Bienaventurados, dijo Jesús, los que creen sin haber visto.

Somos nosotros, amados hermanos. No hemos visto a Cris-to, pero creemos en El. No nos es posible "ver" la divinidad de la Iglesia. No siempre podemos "gozar" de la hermosura de la Iglesia. Dichosos los que creen sin haber visto. Los que viendo a una Iglesia desgarrada por el pecado de sus miembros, en el seno de una crisis de fe, a pesar de todo creen en la Iglesia una, santa e inmortal, en la Iglesia fiel, que con María está al pie de la Cruz. Necesariamente la vida de fe se desarrolla en la oscuridad. Las apariencias, y especialmente el mundo, conspiran contra ella. Pero como bien dice San Juan en la epístola de hoy: "La victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?". Ver una cosa, creer otra.

Sugiere el texto que Tomás puso su mano en el costado de Cristo. Tocó la llaga del Señor. El gesto del apóstol nos impele a decir dos palabras sobre el misterio del corazón de Cristo. La llaga abierta por la lanza del soldado nos recuerda aquella roca del desierto que, al golpe de Moisés, abrió su seno para dar de beber al pueblo sediento. La roca era Cristo, dice San Pablo. El Señor se dejó llagar para que a través de esas llagas su bondad se derramara sobre nosotros. Del costado herido de Jesús que dormía sobre el madero nació el sacramento admirable de la Iglesia entera. Muerto en la Cruz, es fuente de vida; el agua, y la sangre que brotaron de su costado dieron nacimiento a la Iglesia, nueva Eva, nacida del costado de su Esposo dormido. Esa agua y esa sangre son sacramentales porque representan los dos sacramentos pascuales con los que se edifica la Iglesia: el, Bautismo y la Eucaristía.

El símbolo del corazón abierto de Jesús constituye, así, la síntesis más acabada del complejo acto pascual. Pascua es un misterio de muerte y de vida. Y el corazón de Cristo lleva inscripto en sí esa estructura bipolar, de muerte y de vida, de agotamiento radical y de fecundidad inexhausta. Abierto por la lanza, dice el evangelista que "al punto" salió sangre y agua, es decir, en el mismo instante en que la herida circuncidó su carne. En la unidad histórica más estrecha se realizó la doble acción salvadora: por una parte, la transfixión, que era el último rito de inmolación del cordero pascual, y por otra, la apertura de la fuente de agua viva, que representa la primera efusión de su triunfo espiritual. El Misterio Pascual es, de este modo, la manifestación del amor misericordioso que Dios experimenta por el hombre. Y todo ese amor se resume en el misterio del corazón de Cristo.

En el momento de acercarnos a recibir el Cuerpo de Jesús podemos orar de esta manera: "Cuando te apoyes, Señor, sobre mis labios, permíteme que te diga como tu apóstol incrédulo: Señor mío y Dios mío. No sería decoroso que tuvieras que presentarme tus cicatrices para convencerme. Señor, que cuando toque con mis labios los accidentes de pan, y pruebe con mi lengua el sabor del vino, firmemente crea en tu presencia divina, real y sustancial; que mientras palpe con mis sentidos tus humildes apariencias eucarísticas, penetre con la fe en el misterio de tu gloria pascual. Que por esta comunión me sumerja un poco más en el misterio de tu Corazón y con él me identifique de tal modo que sufriendo como Tú la herida de mi muerte cotidiana, pueda tomar parte en la victoria de Tu efusión final. Amén".
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 130-133)



Volver



Aplicación: Sor Ma. Elizbieta Siepak - Santa Faustina Kowalska y la devoción a la Divina Misericordia

La misión de Sor Faustina consiste, en resumen, en recordar una verdad de la fe, conocida desde siempre, pero olvidada, sobre el amor misericordioso de Dios al hombre y en transmitir nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, cuya práctica ha de llevar a la renovación religiosa en el espíritu de confianza y misericordia cristianas.

El Diario que Sor Faustina escribió durante los últimos 4 años de su vida por un claro mandato del Señor Jesús, es una forma de memorial, en el que la autora registraba, al corriente y en retrospectiva, sobre todo los "encuentros" de su alma con Dios. Para sacar de estos apuntes la esencia de su misión, fue necesario un análisis científico. El mismo fue hecho por el conocido y destacado teólogo, Padre profesor ignacy Rózycki. Su extenso análisis fue resumido en la disertación titulada "La Divina Misericordia. Líneas fundamentales de la devoción a la Divina Misericordia." A la luz de este trabajo resulta que todas las publicaciones anteriores a él, dedicadas a la devoción a la Divina Misericordia transmitida por Sor Faustina, contienen solamente algunos elementos de esta devoción, acentuando a veces cuestiones sin importancia para ella. Por ejemplo, destacan la letanía o la novena, haciendo caso omiso a la Hora de la Misericordia. El mismo Padre Rózycki hace referencia a ese aspecto diciendo: "Antes de conocer las formas concretas de la devoción a la Divina Misericordia, cabe decir que no figuran entre ellas las conocidas y populares novenas ni letanías."

La base para distinguir éstas y no otras oraciones o prácticas religiosas como nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, lo son las concretas promesas que el Señor Jesús prometió cumplir bajo la condición de confiar en la bondad de Dios y practicar misericordia para con el prójimo. El Padre Rózycki distingue cinco formas de la devoción a la Divina Misericordia.

a. La imagen de Jesús Misericordioso. El esbozo de la imagen le fue revelado a Sor Faustina en la visión del 22 de febrero de 1931 en su celda del convento de Plock. "Al anochecer, estando yo en mi celda - escribe en el Diario - ví al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. ( ...) Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío (Diario 47). Quiero que esta imagen (...) sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia" Diario, 49).

El contenido de la imagen se relaciona, pues, muy estrechamente con la liturgia de ese domingo. Ese día la Iglesia lee el Evangelio según San Juan sobre la aparición de Cristo resucitado en el Cenáculo y la institución del sacramento de la penitencia (Jn 20, 19-29). Así, la imagen presenta al Salvador resucitado que trae la paz a la humanidad por medio del perdón de los pecados, a precio de su Pasión y muerte en la cruz. Los rayos de la Sangre y del Agua que brotan del Corazón (invisible en la imagen) traspasado por la lanza y las señales de los clavos, evocan los acontecimientos del Viernes Santo (Jn 19, 17-18, 33-37). Así pues, la imagen de Jesús Misericordioso une en sí estos dos actos evangélicos que hablan con la mayor claridad del amor de Dios al hombre.

Los elementos más característicos de esta imagen de Cristo son los rayos. El Señor Jesús, preguntado por lo que significaban, explicó: "El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas (....). Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos" (Diario, 299). Purifican el alma los sacramentos del bautismo y de la penitencia, mientras que la alimenta plenamente la Eucaristía. Entonces, ambos rayos significan los sacramentos y todas las gracias del Espíritu Santo cuyo símbolo bíblico es el agua y también la nueva alianza de Dios con el hombre contraída en la Sangre de Cristo.

A la imagen de Jesús Misericordioso se le da con frecuencia el nombre de imagen de la divina Misericordia. Es justo porque la Misericordia de Dios hacia el hombre se reveló con la mayor plenitud en el misterio pascual de Cristo.

La imagen no presenta solamente la Misericordia de Dios, sino que también es una señal que ha de recordar el deber cristiano de confiar en Dios y amar activamente al prójimo. En la parte de abajo - según la voluntad de Cristo - figura la firma: "Jesús, en Ti confío". "Esta imagen ha de recordar las exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil" (Diario, 742).
Así comprendido el culto a la imagen, a saber, la actitud cristiana de confianza y misericordia, vinculó el Señor Jesús promesas especiales de: la salvación eterna, grandes progresos en el camino hacia la perfección cristiana, la gracia de una muerte feliz, y todas las demás gracias que le fueren pedidas con confianza. "Por medio de esta imagen colmare a las almas con muchas gracias. Por eso quiero, que cada alma tenga acceso a ella" (Diario, 570).

b. La Fiesta de la Misericordia. De entre todas las formas de la devoción a la Divina Misericordia reveladas por Sor Faustina, ésta es la que tiene mayor importancia. El Señor Jesús habló por primera vez del establecimiento de esta Fiesta en Plock en 1931, cuando comunicó a Sor Faustina su deseo de que pintara la imagen: "Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia" (Diario, 49).

La elección del primer domingo después de la Pascua de Resurrección para la Fiesta de la Misericordia, tiene su profundo sentido teológico e indica una estrecha relación entre el misterio pascual de redención y el misterio de la Divina Misericordia. Esta relación se ve subrayada aún más por la novena de coronillas a la Divina Misericordia que antecede la Fiesta y que empieza el Viernes Santo.

La fiesta no es solamente un día de adoración especial de Dios en el misterio de la misericordia, sino también el tiempo en que Dios colma de gracias a todas las personas. "Deseo - dijo el Señor Jesús - que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores (Diario, 699). Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no adoran Mi misericordia morirán para siempre" (Diario, 965).

Las promesas extraordinarias que el Señor Jesús vinculo a la Fiesta demuestran la grandeza de la misma. "Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida - dijo Cristo - recibirá el perdón total de las culpas y de las penas" (Diario, 300). "Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se acercan al manantial de Mi misericordia; (....) que ningún alma tenga miedo de acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata" (Diario, 699).

Para poder recibir estos grandes dones hay que cumplir las condiciones de la devoción a la Divina Misericordia (confiar en la bondad de Dios y amar activamente al prójimo), estar en el estado de gracia santificante (después de confesarse) y recibir dignamente la Santa Comunión. "No encontrará alma ninguna la justificación - explicó Jesús - hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia y por eso el primer domingo después de la Pascua ha de ser la Fiesta de la Misericordia. Ese día los sacerdotes deben hablar a las almas sobre Mi misericordia infinita" (Diario, 570).

c. La coronilla a la Divina Misericordia. El Señor Jesús dictó esta oración a Sor Faustina entre el 13 y el 14 de septiembre de 1935 en vilna, como una oración para aplacar la ira divina (vea el Diario, 474 - 476).

Las personas que rezan esta coronilla ofrecen a Dios Padre "el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad" de Jesucristo como propiciación de sus pecados, los pecados de sus familiares y los del mundo entero. Al unirse al sacrificio de Jesús, apelan a este amor con el que Dios Padre ama a Su Hijo y en El a todas las personas.

En esta oración piden también "misericordia para nosotros y el mundo entero" haciendo, de este modo, un acto de misericordia. Agregando a ello una actitud de confianza y cumpliendo las condiciones que deben caracterizar cada oración buena (la humildad, la perseverancia, la sumisión a la voluntad de Dios), los fieles pueden esperar el cumplimiento de las promesas de Cristo que se refieren especialmente a la hora de la muerte: la gracia de la conversión y una muerte serena. Gozarán de estas gracias no solo las personas que recen esta coronilla, sino también los moribundos por cuya intención la recen otras personas. "Cuando la coronilla es rezada junto al agonizante - dijo el Señor Jesús - se aplaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve al alma" (Diario, 811). La promesa general es la siguiente: "Quienes recen esta coronilla, me complazco en darles todo lo que me pidan (Diario, 1541, ( ) si lo que me pidan esté conforme con Mi voluntad" (Diario, 1731). Todo lo que es contrario a la voluntad de Dios no es bueno para el hombre, particularmente para su felicidad eterna.

"Por el rezo de esta coronilla - dijo Jesús en otra ocasión - Me acercas la humanidad (Diario, 929).

A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá ( ) de vida y especialmente a la hora de la muerte" (Diario, 754).

d. La Hora de la Misericordia. En octubre de 1937, en unas circunstancias poco
aclaradas por Sor Faustina, el Señor Jesús encomendó adorar la hora de su muerte: "Cuantas veces oigas el reloj dando las tres, sumérgete en Mi misericordia, adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el mundo entero y, especialmente, para los pobres pecadores, ya que en ese momento, se abrió de par en par para cada alma" (Diario, 1572).

El Señor Jesús definió bastante claramente los propios modos de orar de esta forma de culto a la Divina Misericordia. "En esa hora - dijo a Sor Faustina - procura rezar el Vía Crucis, en cuanto te lo permitan tus deberes; y si no puedes rezar el Vía Crucis, por lo menos entra un momento en la capilla y adora en el Santísimo Sacramento a Mi Corazón que está lleno de misericordia. Y si no puedes entrar en la capilla, sumérgete en oración allí donde estés, aunque sea por un brevísimo instante" (Diario, 1572).

El Padre Rózycki habla de tres condiciones para que sean escuchadas las oraciones de esa hora:
1. La oración ha de ser dirigida a Jesús.
2. Ha de ser rezada a las tres de la tarde.
3. Ha de apelar a los valores y méritos de la Pasión del Señor.

"En esa hora - prometió Jesús - puedes obtener todo lo que pidas para ti o para los demás. En esa hora se estableció la gracia para el mundo entero: la misericordia triunfó sobre la justicia" (Diario, 1572).

e. La propagación de la devoción a la Divina Misericordia. Entre las formas de devoción a la Divina

Misericordia, el Padre Rózycki distingue además la propagación de la devoción a la Divina Misericordia, porque con ella también se relacionan algunas promesas de Cristo. "A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa a su niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas el Juez, sino el Salvador Misericordioso" (Diario, 1075).

La esencia del culto a la Divina Misericordia consiste en la actitud de confianza hacia Dios y la caridad hacia el prójimo. El Señor Jesús exige que "sus criaturas confíen en El" (Diario, 1059) y hagan obras de misericordia: a través de sus actos, sus palabras y su oración. "Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo, ni excusarte, ni justificarte" (Diario, 742). Cristo desea que sus devotos hagan al día por lo menos un acto de amor hacia el prójimo.

La propagación de la devoción a la Divina Misericordia no requiere necesariamente muchas palabras pero sí, siempre, una actitud cristiana de fe, de confianza en Dios, y el propósito de ser cada vez más misericordioso. un ejemplo de tal apostolado lo dio Sor Faustina durante toda su vida.
f. El culto a la Divina Misericordia tiene como fin renovar la vida religiosa en la Iglesia en el espíritu de confianza cristiana y misericordia. En este contexto hay que leer la idea de "la nueva Congregación" que encontramos en las páginas del Diario. En la mente de la propia Sor Faustina este deseo de Cristo maduró poco a poco, teniendo cierta evolución: de la orden estrictamente contemplativa al movimiento formado también por Congregaciones activas, masculinas y femeninas, así como por un amplio círculo de laicos en el mundo. Esta gran comunidad multinacional de personas constituye una sola familia unida por Dios en el misterio de su misericordia, por el deseo de reflejar este atributo de Dios en sus propios corazones y en sus obras y de reflejar su gloria en todas las almas. Es una comunidad de personas de diferentes estados y vocaciones que viven en el espíritu evangélico de confianza y misericordia, profesan y propagan con sus vidas y sus palabras el inabarcable misterio de la Divina Misericordia e imploran la Divina Misericordia para el mundo entero.

La misión de Sor Faustina tiene su profunda justificación en la Sagrada Escritura y en algunos documentos de la Iglesia. Corresponde plenamente a la encíclica Dives in misericordia del Santo Padre Juan Pablo II.

¡Para mayor gloria de la Divina Misericordia!

Sor Ma. Elizbieta Siepak, de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia  (Cracovia - Lagiewniki)
(SANTA MARCA FAUSTINA KOwALSKA, Diario de la Divina Misericordia en mi alma, Editorial de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen Maria, Edición cuarta autorizada, Stockbridge, Massachussets, 2001, tomado de la Introducción)



Volver



Aplicación: S. Juan Pablo II - Dichosos los que han creído

Esta vigilia, como atestigua incluso su forma actual, representaba un día grande para los catecúmenos, que durante la noche pascual, por medio del bautismo, eran sepultados juntamente con Cristo en la muerte para poder caminar en una vida nueva, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre (cf. Rom 6,4).

San Pablo ha presentado el misterio del bautismo en esta imagen sugestiva.

De este modo la noche que precede al domingo de Resurrección se ha convertido realmente para ello, en "Pascua", es decir, el Paso del pecado, o sea, de la muerte del espíritu, a la Gracia; estos, a la vida en el Espíritu Santo. Ha sido la noche de una verdadera resurrección en el Espíritu. Como signo de la gracia santificante, los neo-bautizados recibían, durante el bautismo, una vestidura blanca, que los distinguía durante toda la octava de Pascua. En este día del ii domingo de Pascua, deponían tales vestidos; de donde el antiquísimo nombre de este día: domingo in Albis depositis.
Hoy, pues, deseamos cantar juntos aquí la alegría de la resurrección del Señor, así como lo anuncia la liturgia de este domingo.

"Dad gracias porque es bueno, porque es eterna su misericordia... Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo" (Sal 117/118, 1.24).

Deseamos también dar gracias por el inefable don de la fe, que ha descendido a nuestros corazones y se refuerza constantemente mediante el misterio de la resurrección del Señor. San Juan nos habla hoy de la grandeza de este don en las potentes palabras de su Carta: "pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5,45).

Nosotros, pues, damos gracias a Cristo resucitado con una gran alegría en el corazón, porque nos hace participar en su victoria. Al mismo tiempo le suplicamos humildemente que no cesemos nunca de ser partícipes, con la fe, de esta victoria: particularmente en los momentos difíciles y críticos, en los momentos de las desilusiones y de los sufrimientos, cuando estamos expuestos a la tentación y a las pruebas. Sin embargo, sabemos lo que escribe San Pablo: "Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones" (2 Tim 3,12). Y he aquí todavía las palabras de San Pedro: "Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo" (1 Pe 1,6-7).

Los cristianos de las primeras generaciones de la Iglesia se preparaban para el bautismo largamente y a fondo. Éste es el período del catecumenado, cuyas tradiciones se reflejan todavía en la liturgia de la Cuaresma. En la medida que se fue desarrollando la tradición del bautismo de los niños el catecumenado en esta forma debía desaparecer. Los niños recibían el bautismo en la fe de la Iglesia de la que eran fiadores toda la comunidad cristiana.

En el domingo in Albis la liturgia de la Iglesia hace de nosotros testigos del encuentro de Cristo resucitado con los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén. La figura del Apóstol Tomás y el coloquio de Cristo con él atraen siempre nuestra atención particular. El Maestro resucitado le permite de modo singular reconocer las señales de su pasión y convencerse así de la realidad de su resurrección. Entonces Santo Tomás, que antes no quería creer, expresa su fe con las palabras: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,28). Jesús le responde: "Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron" (Jn 20,29).

Mediante la experiencia de la Cuaresma, tocando en cierto sentido las señales de la pasión de Cristo, y mediante la solemnidad de su resurrección, se renueva y se refuerza nuestra fe, y también la fe de los que están desconfiados, tibios, indiferentes, alejados.

¡Y la bendición que el Resucitado pronunció en el coloquio con Tomás, "dichosos los que han creído", permanezca con todos nosotros!
(Homilía en la parroquia romana de San Pancracio, 22 de abrilde 1979)


Volver


Aplicación: SS. Papa Francisco - La misericordia de Dios

1. Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado "de la Divina Misericordia". Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía.

2. En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: "Hemos visto el Señor"; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: "Señor mío y Dios mío": con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente.

Y recordemos también a Pedro: que tres veces reniega de Jesús precisamente cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo encuentra la mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: "Pedro, no tengas miedo de tu debilidad, confía en mí"; y Pedro comprende, siente la mirada de amor de Jesús y llora. Qué hermosa es esta mirada de Jesús - cuánta ternura -. Hermanos y hermanas, no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios.

Pensemos en los dos discípulos de Emaús: el rostro triste, un caminar errante, sin esperanza. Pero Jesús no les abandona: recorre a su lado el camino, y no sólo. Con paciencia explica las Escrituras que se referían a Él y se detiene a compartir con ellos la comida. Éste es el estilo de Dios: no es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos.

A mí me produce siempre una gran impresión releer la parábola del Padre misericordioso, me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza. Pensad en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun así quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel más bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del calor de la casa paterna y vuelve. ¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo? No, nunca. Está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada momento: ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su libertad; el Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de reproche: Ha vuelto. Y esta es la alegría del padre. En ese abrazo al hijo está toda esta alegría: ¡Ha vuelto!. Dios siempre nos espera, no se cansa. Jesús nos muestra esta paciencia misericordiosa de Dios para que recobremos la confianza, la esperanza, siempre. un gran teólogo alemán, Romano Guardini, decía que Dios responde a nuestra debilidad con su paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza (cf.Glaubenserkenntnis, Würzburg 1949, 28). Es como un diálogo entre nuestra debilidad y la paciencia de Dios, es un diálogo que si lo hacemos, nos da esperanza.

3. Quisiera subrayar otro elemento: la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. San Bernardo, en una bella homilía, dice: "A través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal (cf. Dt 32,13), es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor" (Sermón 61, 4. Sobre el libro del Cantar de los cantares). Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Tomás lo había entendido. San Bernardo se pregunta: ¿En qué puedo poner mi confianza? ¿En mis méritos? Pero "mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos" (ibid, 5). Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor. San Bernardo llega a afirmar: "Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia (Rm 5,20)" (ibid.).Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él. Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han repetido: "Padre, tengo muchos pecados"; y la invitación que he hecho siempre es: "No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo". Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aun siendo pecadores, somos lo que más le importa.

Adán después del pecado sintió vergüenza, se ve desnudo, siente el peso de lo que ha hecho; y sin embargo Dios no lo abandona: si en ese momento, con el pecado, inicia nuestro exilio de Dios, hay ya una promesa de vuelta, la posibilidad de volver a Él. Dios pregunta enseguida: "Adán, ¿dónde estás?", lo busca. Jesús quedó desnudo por nosotros, cargó con la vergüenza de Adán, con la desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado. Acordaos de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón.

En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.
(Basílica de San Juan de Letrán, II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, 7 de abril de 2013)



Volver



Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - La Divina Misericordia

1. Celebramos hoy el día de la DIVINA MISERICORDIA. Es una devoción muy difundida hoy en la Iglesia Católica después de las revelaciones que recibió la monja polaca Sor María Faustina Kowalska.

2. Dios es PADRE MISERICORDIOSO, y le gusta que acudamos y nos fiemos de su infinita misericordia.

3. La infinita misericordia de Dios está reflejada en la Biblia de modo claro y bonito.

4.- Dice la Biblia: "Como el viento norte borra las nubes del cielo, así mi misericordia borra los pecados de tu alma". ¿os habéis fijado qué bonito es el cielo cuando sopla el viento norte? ¡Qué azul tan resplandeciente! Ha borrado todas las nubes. Así borra la misericordia de Dios los pecados de nuestra alma.

5. Dice la Biblia: "Yo arrojaré tus pecados al fondo del mar para que nunca más vuelvan a salir a flote". Lo que Dios me perdona me lo perdona para siempre, nunca más me lo echa en cara.

6. Dios perdona todo y del todo. Quinientos mil millones de pecados que yo tuviera, Dios me los perdona. Y me los perdona para siempre.

7. Pero esta infinita misericordia de Dios hay que armonizarla con su justicia. Para que Dios me perdone, tengo que arrepentirme. Dios no puede perdonar al que no se arrepiente.

8. Por eso el infierno es eterno, porque después de la muerte ya no es posible el arrepentimiento. Ni en el cielo se puede pecar, ni en el infierno arrepentirse. Eternamente sin pedir perdón, y Dios eternamente sin perdonar. No porque a Dios le falte misericordia, sino porque el pecador no puso la condición indispensable para obtener el perdón.



Volver



Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La paz Jn 20, 19-31

Tres veces, Jesús les da la paz a los apóstoles. Dos veces en la primera aparición y una en la segunda, siempre en el Cenáculo. En la primera no estaba Tomás. Si bien la Biblia de Jerusalén comenta que este saludo era ordinario entre los judíos, Jesús les da verdaderamente la paz que necesitaban porque deseaban verle resucitado. Él, para disipar totalmente [3] la turbación de su presencia come delante de ellos y [4] nuevamente les desea la paz aquietándolos completamente.

Cuando Jesús les dio la paz recién comenzaron a ver. Y luego de pacificarlos definitivamente les expone su plan de misión universal. Sólo el alma en paz ve la voluntad del Señor y entiende en su totalidad el mensaje divino.

Antes de la llegada de Jesús se encontraban apesadumbrados, tristes, desesperanzados, derrotados en sus anhelos íntimos. La aparición de Jesús disipa los obstáculos para que alcancen la paz. Su aparición y la comunión con ellos les dan la paz. Sólo Jesús nos da la paz porque nos reconcilia con Dios. Si no estamos unidos a Jesús no tenemos verdadera paz.

La paz es efecto de la caridad[5]. Del amor a Dios y del amor al prójimo. El amor a Dios nos pacifica en nuestro interior y el amor al prójimo nos pacifica con los demás. Todos deseamos la paz. La paz es el fin del camino "que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados"[6]. El amor da la paz. La paz es fruto del Espíritu [7] Santo, Amor subsistente . Nadie quiere vivir intranquilo.

Primero tenemos que lograr la paz en nosotros mismos. La paz es un don de Dios por eso hay que pedirla a Dios. Para conseguirla hay que integrar todas nuestras tendencias, todo lo que queremos alcanzar, en una tendencia única que contenga a las demás. Esa tendencia es el amor a Jesús. Todo lo que deseemos y queramos sea por amor a Jesús.

¿Y las cosas malas? Nadie busca las cosas malas por si, sino bajo la razón de bien. Muchas veces buscamos bienes aparentes y estos nos dan una falsa paz que, con prontitud se evapora. La paz del mundo es una paz falsa, por eso tenemos que alejarnos del mundo "si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde esta Cristo [...] porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios"[8].

Por eso la verdadera paz se logra en la guerra, en la lucha contra nosotros mismos, contra nuestras tendencias desordenadas. Tenemos que ordenar en nosotros esas tendencias para amar sólo a Jesús y eso implica lucha.

San Agustín dice que la paz "es la tranquilidad en el orden"[9], es decir, la paz se logra cuando nada inquieta nuestro corazón porque está ordenado. Cuando no hay tendencia que nos aparte del amor de Jesús y por ende nos intranquilice.

El pecado nos hace perder la paz porque nos separa de Jesús. Conseguimos lo que deseamos, la criatura, pero perdemos a Jesús. Conseguimos una falsa paz porque conseguimos un bien que no aquieta completamente nuestro deseo. Solo Jesús nos trae la verdadera paz. La verdadera paz se da únicamente en el alma en gracia.

La paz en esta vida es imperfecta. Siempre habrá que luchar contra alguna tendencia desordenada. Hay cosas de dentro y de fuera que contradicen y perturban la paz.
La paz es la expresión de una conciencia tranquila. La turbación se produce cuando el alma se desordena.

En la primera aparición Jesús pacificó a los diez que estaban reunidos; en la segunda, al incrédulo Tomás que necesitaba palpar las llagas para conseguir la paz. Jesús le dio la paz pero condescendió a su petición permitiendo que tocara sus llagas. Luego le reprochó su falta de fe. En este reproche hay una enseñanza para nosotros: somos dichosos porque creemos sin ver ni tocar.

Jesús nos consuela. El amor de Jesús hacia nosotros nos trae la alegría y la paz.

Debemos unirnos a Jesús para orientar todos nuestros deseos a su servicio. Que trabaje, estudie, pasee, etc. y todo lo bueno que desee por Jesús, para agradarle. Así lograré la paz en mí. Por supuesto, que debo luchar permanentemente contra todos aquellos apetitos que sean desordenados y que me pueden apartar de Jesús.

Si vivo en paz, mi paz se extenderá sola a los que me rodean.

La paz con el prójimo se da cuando tendemos a un mismo fin. Cuando mi corazón y el del prójimo buscan una misma cosa. Será más elevada la paz que habrá con el prójimo cuanto más alto sea el bien que busquemos en común. La más perfecta paz se dará cuando ambos busquemos a Dios.

¿Y en el mundo de hoy como hacemos, pues, la gente sólo se ocupa de las cosas de la tierra? Pacifiquémonos a nosotros mismos y nuestra paz se expandirá. Además, la paz nos hace discernir la mejor manera de obrar. Al menos en un principio la paz con la gente que nos rodea debe ponerse en algo bueno. En un verdadero bien, aunque en principio no sea el Sumo Bien que a todos integra.
Es muy importante buscar la paz. "Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios”[10]. A los pacíficos Dios los tiene como los hijos predilectos.

Por eso la paz verdadera no es la ausencia de guerras como muchas veces se proclama sino que la verdadera paz se da en el interior. un corazón pacificado no se levanta contra su prójimo. Sólo la disensión destruye la paz. Sea la disensión en el hombre mismo o con otro hombre.
La manera de vencer la disensión entre los hombres es pacificarse a sí mismo y luego el ejemplo hará que nuestro entorno reoriente las tendencias apetitivas hacia bienes verdaderos. Hoy es el testimonio lo que puede convertir al mundo.

Jesús es el que nos trae la verdadera paz. En la unión intima con Jesús lograremos la paz que tanto deseamos y que tanto desea el mundo entero.


[1] San Lucas y San Juan se completan mutuamente aquí, sin tener que forzar la armonía.
[2] No es solamente porque San Lucas cuenta de otra manera la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, es porqueel mismo San Juan consideraba esta misión solemne del Espíritu como un don del Hijo subido ya al Padre y para consolar y fortalecer a los suyos en su ausencia (14,16-26; 16,7-13).
[3] Lc 24, 43
[4] Jn 20, 21
[5] II-II, 29, 3
[6] Col 3, 15
[7] Cf. Ga 5
[8] Col 3, 1.3
[9] Cf. SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 19, 13, 1, O.C. (XVII), BAC Madrid 20045
[10] Mt 5, 9

Volver

 

Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La llaga del costado (Jn 20,19-31)

Introducción

"En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia". Son palabras de San Juan Pablo II dichas el 30 de abril de 2000, durante la Misa de canonización de Santa Faustina Kowalska. De esta manera el Papa magno cumplía un deseo del mismo Jesús, expresado a Santa Faustina: "Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia"1.

Ese mismo Jesús se le había aparecido a Santa Faustina plasmando en una imagen lo que sería el punto focal de su mensaje: la llaga del costado. En efecto, Jesús se presenta de pie, con el dedo índice de la mano izquierda señalando la llaga del costado; de esa llaga salen dos rayos, uno blanco y otro rojo. La interpretación de esta imagen se la dio el mismo Jesús a Santa Faustina: "Los dos rayos significan la Sangre y el Agua"2.

Podríamos decir que la imagen del Jesús de la Divina Misericordia, tal como se apareció a Santa Faustina, es una representación plástica del evangelio de hoy. En efecto, en el evangelio de hoy Jesús, poniéndose en medio de sus Apóstoles en una actitud demostrativa, muestra su llaga del costado a todos ellos. En el mismo evangelio de hoy, aunque la escena sucede ocho días después, Jesús reta a Tomás Apóstol a que, efectivamente, meta los dedos en su llaga del costado.

Por lo tanto, en la llaga del costado de Jesús resucitado se resume todo el mensaje de la divina misericordia.

1. Una llaga abierta

Santo Tomás de Aquino concibe la llaga del costado de Jesús resucitado con un realismo que apabulla. Para él, la llaga del costado de Jesús resucitado estaba realmente abierta; cicatrizada, pero abierta. Tanto, que crea un problema teológico. En efecto, una de las objeciones que recibe su concepción es la siguiente: "El cuerpo de Cristo resucitó íntegro. Ahora bien, la apertura de las heridas contraría la integridad del cuerpo, porque a causa de esa apertura se rompe la continuidad del cuerpo. Por lo tanto, no parece conveniente que en el cuerpo de Cristo resucitado permaneciera la apertura de las heridas. En todo caso, podría haber sido conveniente que permanecieran las marcas de las heridas, lo cual era suficiente para el órgano de la vista, por el cual Tomás
creyó, tal como está dicho: 'Porque me viste, Tomás, creíste'"3.

Como vemos, la objeción hace una clara distinción entre lo que sería una marca de la herida (una simple cicatriz) de una herida abierta, cicatrizada pero abierta. Para el objetor, hubiera sido aceptable que en el cuerpo de Cristo resucitado estuviesen las marcas de las heridas, las simples cicatrices, pero no ve que sea conveniente que en el cuerpo de Cristo resucitado permaneciera la apertura misma de las heridas. Y la objeción es seria, pues pareciera que ponen en peligro la misma integridad del cuerpo resucitado de Cristo.

Santo Tomás acepta que la objeción es seria. Y acepta que, de alguna manera, la apertura de las heridas rompe la continuidad del cuerpo de Cristo resucitado, poniendo en peligro la integridad de dicho cuerpo. Pero, sin embargo, sigue afirmando con convicción que la herida del costado de Cristo resucitado estaba abierta; cicatrizada, pero abierta. Para Santo Tomás la herida del costado del cuerpo resucitado de Cristo es una verdadera llaga, es decir, una apertura o abertura. Dice él: "Efectivamente: aquella apertura (en latín, apertura) de las heridas establece una interrupción de la continuidad del cuerpo. Sin embargo, todo esto queda recompensado por un mayor resplandor de la gloria, de manera que el cuerpo no queda menos íntegro, sino más perfecto. En efecto, Tomás Apóstol no solo vio, sino que también metió la mano en la herida, como dice el papa San León"4.

Ahora bien, ¿por qué quiso Jesús que la herida del costado, después de resucitado, permaneciera abierta? Bastaba con conservar las cicatrices para demostrar que su cuerpo resucitado era numéricamente el mismo que tenía antes de morir, como bien dice el objetor de la Suma Teológica. ¿Por qué conservar una llaga, una apertura, una abertura? La respuesta está en la misma naturaleza de la abertura: por una abertura se puede salir y se puede entrar. Para eso están las aberturas. Jesús quiso conservar la abertura del costado para que todos recuerden lo que salió de ella: sangre y agua (cf. Jn 19,34). El agua es el símbolo del Espíritu Santo y es el símbolo de la purificación de los pecados, es decir, del Bautismo. La sangre es el símbolo de la redención y de la vida, es decir, de la gracia santificante y del alimento de la gracia santificante, la Eucaristía, el sacramento de su Sangre.

Pero, además, Jesús quiso conservar la abertura del costado para que todos se sientan invitados a entrar por ella hasta su corazón. El dedo índice de la mano izquierda del Jesús de la Divina Misericordia, tal como se apareció a Santa Faustina, no sólo está diciendo: 'Esta es mi sangre de la redención y el agua de la regeneración que salió de mi costado', sino que también está diciendo: 'Esta es la puerta de mi corazón, es decir, mi llaga del costado, y está abierta para que todo el que quiera entrar, entre; la única condición es que confíe en mi misericordia'.

Ambos aspectos, el salir de la sangre acuosa y el entrar del creyente hacia el corazón de Cristo, están expresados en este texto de San Juan Crisóstomo: "¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre de Cristo? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada"5. 'El tesoro escondido' y 'la riqueza hallada' no son otra cosa que el corazón de Cristo, al cual llega el creyente que entró por la brecha abierta con una infinita confianza en la misericordia de Cristo.

2. Una llaga para siempre

Jesús, al dejar su llaga del costado abierto, ¿pensó sólo en los Doce Apóstoles o pensó también en mí, que vivo en abril del 2018? También pensó en mí y pensó en todos los hombres de todos los tiempos, hasta el último hombre que exista sobre la tierra. Esto queda de manifiesto en el hecho que su llaga abierta, su apertura, su abertura no fue temporal. Fue para siempre.

Esto lo reafirma Santo Tomás de Aquino cuando le objetan que, para certificar la fe de los Apóstoles en la resurrección de Cristo, bastaba con que sus cicatrices estuvieran en su cuerpo resucitado solamente durante el tiempo que se apareció a los Apóstoles. Santo Tomás responde: "Cristo en su cuerpo quiso conservar las cicatrices de sus heridas, no sólo para certificar la fe de los discípulos, sino también por otras razones"6. Una de esas razones es la siguiente: "Para manifestar a los que han sido redimidos por su muerte cuán misericordiosamente fueron socorridos, poniéndoles delante las pruebas de su misma muerte"7. Y también dice: "Es algo cierto que el que, al resucitar, restauró en sí mismo a todo hombre, podía también limpiar las cicatrices de las heridas. Pero las conservó por nuestra utilidad"8. Y agrega en otro lugar: "Cristo llevó al cielo las cicatrices de sus heridas en testimonio de su amor, para mitigar la ira del Padre de una manera más efectiva, y para impetrar la gracia para los pecadores"9.

De hecho, esa apertura del costado, tal como Cristo la tiene hoy en su cuerpo resucitado, permanece en él por un milagro o, como dice Santo Tomás, por dispensación divina: "Fue por dispensación que conservó en su cuerpo las cicatrices de las heridas, para por ellas probar la verdad de la resurrección, pues al cuerpo resucitado incorruptible le corresponde toda la integridad"10. Y acepta como verdadero un texto de San Juan Damasceno donde dice lo siguiente: "Después de la resurrección, ciertas cosas se dicen de Cristo con verdad, pero no según la naturaleza, sino por dispensación divina, para certificar que el cuerpo que resucitó es el mismo que padeció, como, por ejemplo, las cicatrices"11.

Y así llega la conclusión: "De donde es evidente que las cicatrices que Cristo mostró después de su resurrección en su cuerpo, en lo sucesivo nunca fueron removidas de aquel cuerpo"12. Por lo tanto, Jesucristo tiene hoy en su cuerpo la llaga del costado abierta en forma de abertura. Y la tiene así para mí, por amor a mí, para que yo, hoy, abril de 2018, comprenda el inmenso amor que me tiene. Para que recuerde que por esa puerta salió sangre y agua, y para que me sienta invitado a entrar por ella, confiando en su infinita misericordia.

El Jesús de la Divina Misericordia, tal como se le apareció a Santa Faustina Kowalska, no es otra cosa que la realización de esta verdad bíblica que acabamos de exponer. Los rayos que salen del Jesús de la Divina Misericordia y su mano izquierda señalando la llaga no hacen otra cosa sino poner delante de los que han sido redimidos la prueba de su amor por nosotros, es decir, las pruebas de su muerte.

Pero, además, Santo Tomás pone otra razón, ya insinuada en uno de los textos recién citados: "Fue conveniente que el alma de Cristo, en la resurrección, asumiera su cuerpo con las cicatrices. Una de las razones es para mostrar siempre al Padre, ante el cual está suplicando por nosotros, cuál fue el género de muerte que soportó por el hombre"13. O sea que la llaga del costado no nos habla solamente a nosotros, sino que habla también al Padre.

Esta realidad tiene un eco muy claro en San Pablo. Él dice: "Jesús posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Heb 7,24-25). Jesús intercede en favor nuestro ante el Padre mostrándole la llaga del costado que, aún ahora, tiene en su cuerpo.

3. Los efectos de la llaga del costado

La llaga del costado de Jesús es para nosotros no sólo una prueba de su amor y de su misericordia, no sólo una invitación a acercarnos a su corazón, sino que es también la causa de nuestro perdón. En efecto, en el mismo evangelio de hoy se cumple, a través de la llaga del costado, la efusión del Espíritu Santo que se realizó en la cruz cuando de esa misma llaga salió agua y sangre. Podríamos decir que, así como en la cruz, a través del costado traspasado, fue hecha la efusión del Espíritu Santo para el perdón, así también en el evangelio de hoy, en el aula sagrada del Cenáculo, a través de la llaga del costado del cuerpo de Cristo glorificado, Jesús nos da efectivamente el Espíritu Santo para el perdón de los pecados.

Cuando Jesús sopla sobre los Apóstoles y les dice: "Reciban el Espíritu Santo" (Jn 20,22), les está dando realmente el Espíritu prometido, y se lo está dando a ellos para que perdonen los pecados: "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,23).

"Por la dación del Espíritu Santo, Cristo les da a ellos la idoneidad para el oficio de perdonar los pecados, como también dice San Pablo: 'Cristo nos hizo ministros idóneos del Nuevo Testamento, no según la letra, sino según el Espíritu' (2Cor 3,6). Y acerca de esta dación del Espíritu primero pone el signo de dicha dación, que es la insuflación14, cuando dice 'sopló'. De manera semejante se dice en la creación del hombre:  'Insufló en su rostro un espíritu de vida' (Gén 2,7), cosa que el primer hombre depravó, a saber, la vida natural. Pero Cristo reparó esto, dando el Espíritu Santo. (…) Después pone el fruto de dicha dación: 'A quienes vosotros perdonéis los pecados, le serán perdonados' (Jn 20,23), lo cual es un conveniente efecto del Espíritu Santo, a saber, la remisión de los pecados. Esto es así porque el Espíritu Santo es amor, y por Él nos es dado a nosotros el amor, como dice San Pablo: 'El amor de Dios ha sido derramado sobre nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado' (Rm 5,5). En efecto, la remisión de los pecados no se hace sino por el amor. Porque la caridad cubre todos los pecados; como dice San Pedro: 'La caridad cubre la multitud de los pecados' (1Pe 4,8)"15. Otra vez, como en la cruz, de la llaga del costado brota el Espíritu que hace idóneos a los ministros para que perdonen los pecados de los hombres.

Pero, atención, porque, si bien es Dios quien en definitiva perdona, también se puede decir con absoluta propiedad que es el ministro el que perdona, es decir, el sacerdote católico. Dice Santo Tomás: "¿Por qué dice'a quienes vosotros perdonéis' si solo Dios perdona los pecados? Respecto a esto algunos dicen que solo Dios perdona la culpa, y que el sacerdote absuelve solamente del reato de pena, y que solo declara al pecador absuelto de la mancha de culpa. Pero esto no es verdadero, pues el sacramento de la penitencia, dado que es un sacramento de la Ley Nueva, confiere la gracia, como también el Bautismo la confiere. (…) En el sacramento de la penitencia el sacerdote absuelve de pena y culpa sacramentalmente e instrumentalmente, en cuanto da el sacramento en el cual los pecados son perdonados. (…) Por lo tanto, del mismo modo que Dios perdona y retiene los pecados, de igual manera también lo hace el sacerdote"16.

Conclusión

La llaga del costado de Jesús es como el resumen de todo el Evangelio. De ella brota la redención, de ella brota el perdón de los pecados, de ella brota la gracia santificante, de ella brota el Espíritu Santo, de ella brota el Bautismo, de ella brota la Eucaristía, de ella brota la Iglesia Católica.

El domingo de hoy, Domingo de la Divina Misericordia, es una invitación a tomar conciencia del valor y el poder de esta llaga. Es una invitación a beber del costado, como dice San Juan Crisóstomo refiriéndose a la sangre del cordero pascual rociada en las jambas de las puertas de los israelitas antes de salir de Egipto: "Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos"17.

Pero, sobre todo, el Domingo de la Divina Misericordia es una invitación a ver la llaga del costado de Jesús como una fuente de la infinita misericordia de Dios. El mismo Jesús de la Divina Misericordia se preocupó por darle a Santa Faustina esta interpretación de su llaga. Narra Santa Faustina: "Por penitencia sacramental el P. Andrasz me hizo rezar la coronilla que me enseñó Jesús. Mientras rezaba la coronilla, de repente, oí una voz que decía: 'Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla; las entrañas de Mi misericordia se enternecen por quienes rezan esta coronilla. Anota estas palabras, hija Mía, habla al mundo de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia Mía. Es una señal de los últimos tiempos; después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos'. Oh almas humanas, ¿dónde encontrarán refugio el día de la ira de Dios? Refúgiense ahora en la Fuente de la Divina Misericordia. Oh, qué gran número de almas veo que han adorado la Divina Misericordia y cantarán el himno de gloria por la eternidad"18.

El Jesús de la Divina Misericordia le dice claramente a Santa Faustina que la Fuente de Su Misericordia es la llaga de donde brotó Sangre y Agua. Y Santa Faustina agrega que esa llaga es el refugio del pecador para el día de la ira de Dios. Se hacen presentes los dos aspectos de la abertura del costado: de ella sale la misericordia de Dios y por ella se entra al corazón de Cristo, que es el refugio para el pecador.

Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de amar con toda confianza esa llaga del costado de Cristo, aceptar la infinita misericordia que sale de ella y entrar por ella hasta el corazón de Cristo.



1 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.
2 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.
3 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, obj. 2; traducción y cursiva nuestra.
4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 2; traducción nuestra. Todo esto coincide perfectamente con el texto del original griego del evangelio de San Juan. Jesús le dice a Tomás Apóstol: "Trae tu mano y métela en mi costado" (Jn 20,27). Para decir
'métela', se usa el verbo griego bállo, que significa, como sentido primario, 'arrojar'. Pero que, inmediatamente, significa
'introducir' (STRONG y VINE, Multiléxico del NT, nº 906). San Jerónimo traduce: "Mitte in latus meum", es decir, 'métela en mi costado'.
5 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis, III,16: SC 50,175.
6 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 3; traducción nuestra.
7 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, c; traducción nuestra.
8 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra.
9 De beatitudine, cap. 1; traducción nuestra. Este escrito, durante algún tiempo se creyó que era de Santo Tomás; ahora se duda. Pero de todas maneras forma parte del Corpus Thomisticum y figura como de IGNOTUS AUTOR.
10 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Compendio de Teología, Lib I, cap. 238, c.; traducción nuestra.
11 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, obj. 3; traducción nuestra.
12 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 3; traducción nuestra.
13 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, c; traducción nuestra.
14 Nota literaria: tanto la palabra 'insuflación' como la palabra 'dación', recién usada, son vocablos pertenecientes a la lengua castellana (cf. DRAE).
15 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra.
16 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra. El texto latino de la última frase es el siguiente: "Eodem ergo modo quo Deus remittit et retinet peccata, simul et sacerdos".
17 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Ibidem.


Volver


Ejemplos

ALEGRÍA, ¿DÓNDE ESTÁS?

Si se observa cualquier reunión humana, es muy típico detectar que siempre hay una personalidad más relevante que las demás, alrededor de la cual se centra la atención. La atención la suele acaparar no el más sabio, ni el más inteligente, sino la personalidad que más alegría irradia.

El rostro sinceramente alegre parece que produce un efecto imán en los jóvenes y en los niños. ¿Por qué? La alegría genuina se caracteriza por tres rasgos: proviene del interior, ilumina, y es sencilla.

En el interior del ser humano es donde se enfrenta la vida y se eligen las actitudes. Una vida llena de sentido es la que contesta cada mañana a la pregunta ¿vale la pena el día de hoy?, con un Si entusiasta, porque responde pensando en alguien.

El sentido de la vida se descubre cuando se ve el rostro feliz de aquel a quien se ama. Por ello la alegría proviene del interior, de la decisión personal de donarse a alguien. Y todos los que alguna vez han hecho la prueba, tienen que aceptar que el resultado es positivo. Hay más alegría en dar que en recibir.

Una adolescente de 14 años a quien detectaron un tumor maligno que la dejó paralítica en muy poco tiempo, en una carta que escribió a sus compañeras de curso, desde Pamplona donde fue internada, decía: "Queridas todas: Parece mentira, ¿verdad?, hace ya cinco meses que fui al Colegio a despedirme de todas vosotras con la idea de volver, como mucho, a los dos meses. Después de ver la habitación baj�� a la Capilla que, aunque no es muy grande, es muy acogedora, muy bonita y está muy bien cuidada. Toda la Clínica tiene las puertas como las de nuestras casas y los ascensores son normales, es decir, que no es la típica Clínica: que te hace sentirte en tu casa.

La operación duró diecisiete horas, me pusieron una escayola que me cogía medio cuerpo y en donde se sujetaban dos hierros que, a su vez, mantenían mi cabeza firme mediante una corona, también de hierro, con cuatro clavos sujetos en los huesos de la cabeza. Muy pronto recuperé el buen humor y como tuvieron que darme alimentación por vena, entre esto y que se me abrió el apetito, engordé mucho, casi me puse como una vaca, y como la escayola no me dejaba engordar, tuve problemas, que los resolvía gracias a que estábamos en plenas fiestas de San Fermín, y con tan buen ambiente se te pasaba todo".

Alexia, falleció al poco tiempo y se puede ver que quien era maravillosa era ella, porque aunque murió pronto, nos dejó la lección fundamental de la vida: vivió hacia fuera, olvidada de sí, e irradió por donde pasara la alegría que la envolvía.

El espíritu alegre lo es porque se conoce tal cual es, se acepta y no se compara con los demás.

Su felicidad no proviene del tener más o menos, sino de una decisión de querer ser, y valorarse a sí mismo por las decisiones que puede tomar, como la de amar más y amar mejor. Quien vive desde la perspectiva del amor descubre que la vida es muy sencilla. El anhelo por alcanzar la alegría sigue escrito en el corazón del hombre con signos indelebles, pero se nos invita a buscarla donde el corazón no la puede encontrar: en el ambiente exterior, en la acumulación de objetos materiales, en licores, en placeres de un momento.

La alegría es posible, y está al alcance de todos, pero recordemos, la alegría genuina viene del interior, ilumina serenamente y se acompaña de la sencillez.


Volver

 



[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]