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Domingo 8 del Tiempo Ordinario A - 'nadie puede servir a dos señores' - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 


A su disposición
Exégesis: José María Solé - Roma, C.M.F. - referente a las tres lecturas

Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Confianza en la Providencia y Solicitud Terrena

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La Vida Cristiana y las Riquezas

Aplicación: P. Réginald Garrigou-Lagrange, O.P. - El Abandono en la Providencia Divina

Áplicación: Juan Pablo II - La Providencia, poder y sabiduría amorosa

Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La confianza en la divina providencia (Mt 6,24-34)

Aplicación: Benedicto XVI - Invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios

Aplicación: Benedicto XVI - La divina Providencia

Directorio Homilético: Octavo domingo del Tiempo Ordinario

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

Para ser más felices" Curso con y sobre las Bienaventuranzas"

 

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: José María Solé - Roma, C.M.F. - referente a las tres lecturas

ISAÍAS 49, 14-15:
El Profeta invita a su pueblo a superar el pesimismo y a fiar en la bondad suma de su Dios.
- En una emotiva prosopopeya, Sion, abatida y abrumada por las catástrofes pasadas, prorrumpe en este grito desolador: " ¡Yahvé me ha abandonado! ¡El Señor me tiene olvidada!" (14).
- La respuesta del Señor es de una exquisitez insuperable: "¿Puede una mujer olvidar al niño qué amamanta? ¿Puede no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, Yo no te olvido" (15). No conocemos amor y solicitud que en generosidad, desvelo, terneza y exquisitez supere al de una madre para con su hijo. El Señor declara a Sion que el amor que Él le tiene supera al de la mejor madre, al de todas las madres. Ni puede olvidar, ni puede desinteresarse de un hijo a quien tanto ama. Más que la madre al hijo, más que el esposo a la esposa, nos ama Dios.
- No perdamos nunca de vista estos rasgos tan amables con que se nos revela Dios por boca de sus Profetas. A menudo, ante el curso de una historia y unos acontecimientos que se nos antojan ciegos, fatales y catastróficos, experimentamos la tentación de pensar que Dios se desentiende de nosotros: " ¿Por qué dices, Jacob, y repites, Israel: Oculto está mi camino para Yahvé y mi derecho escapa a mi Dios? (Is 40, 27). Las vicisitudes que pasamos, muy dolorosas a veces, están ordenadas por una Providencia siempre paternal: "Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogí; te oculté un instante mi faz, pero con amor eterno te he compadecido, dice Yahvé tu Redentor" (54, 7). Estos mismos sentimientos paternales, o mejor maternales, pone Oseas en el corazón de Dios: " ¿Cómo voy a dejarte, Efraím; cómo entregarte, Israel? Mi corazón se me revuelve dentro a la vez que mis entrañas se estremecen. Soy Dios, no hombre; en medio de ti, Yo, el Santo de Israel; y no me gusta destruir" (Os 11, 9). Es, por tanto, evidente que cuando los Profetas y los salmistas expresan su dolor con apelaciones audaces a Dios, como, por ejemplo, las del Salmo 22,1: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", no hacen sino apelar con la máxima confianza filial a la suma bondad de Dios. El dolor, prueba para la fe, es también teofanía de Dios.

1 CORINTIOS 4, 1-5:
San Pablo declara inaceptable que en la Iglesia se formen grupos y partidos en torno a los. Apóstoles y mensajeros de la fe.
- Estos tienen el carácter de legados de Cristo; administradores de sus misterios y de sus riquezas; representantes de Cristo en el servicio de la Comunidad. Están, por tanto, del todo subordinados a Cristo, Señor único de su Iglesia. Ni en la doctrina que predican ni en el perdón y gracia que administran son propietarios e independientes. No les es lícito abanderar partidos cual si fueran jefes de ideologías o escuelas filosóficas (1). La Iglesia es "Una": "Supplices deprecamur ut Corporis et Sanguinis Cristi participes a Spiritu Sancto congregemur in unum" (Prex. Euc. 16).
- De ahí se deduce que los Apóstoles y mensajeros deben proceder con suma responsabilidad y fidelidad: "Ahora bien, lo que al cabo se exige a los administradores es que sean hallados fieles" (2). El Señor, al elegirles, pone en ellos su confianza. Les entrega sus mejores tesoros. Deberán rendir cuentas a su Señor de la administración que se les confió. A la verdad, con esta reflexión los ministros de Cristo se aseguran en la humildad y en el santo temor de Dios.
- Y dado que es Cristo quien los ha elegido y enviado, sólo a Cristo pertenece el juzgarlos. Por tanto, los Corintios al dividirse en grupos en torno a jefes a los que califican de mejores o peores, según criterios de valores humanos, a más de atomizar la Iglesia y convertirla en un tablero de luchas políticas, se hacen usurpadores de un derecho que sólo a Cristo compete: el derecho de juzgar a los ministros del Evangelio. Con esto deshace Pablo las banderías de Corinto y condena cuantas puedan surgir en la Iglesia. De un lado, despierta en los ministros de Cristo la conciencia de una responsabilidad que nunca les permitirá ni la más leve sombra de orgullo (4). Y por otro, exige a los fieles que no califiquen ellos a quienes sólo el Señor que los elige y envía es competente para calificar (5).

MATEO 6, 24-34:
Ahora es Jesús quien nos habla de la bondad de Dios. Es el Hijo quien nos revela, los sentimientos de providencia y solicitud que para con nosotros tiene el Padre de los cielos:
- La belleza y riqueza de expresiones con las que Jesús nos habla de la Providencia amorosa del Padre celestial crean un clima totalmente nuevo en las relaciones entre los hombres y Dios. Es importante que entremos en este clima de confianza y candor filial (27-31). Cuanto el hombre siente más fuerte la tentación de, confiar en su técnica es más urgente desvelar la vida de relación filial con el Padre de los cielos. Si nos sabemos amados del Padre, al tiempo que damos a la vida terrena su sentido trascendente, la vivimos en amor, paz y gozo filial.
- Por eso insiste Jesús en señalarnos esta tensión hacia los bienes eternos (25. 32); a no dar el corazón a ningún ídolo, v. gr., al Dinero; a no dejarnos ahogar de las preocupaciones terrenas en perjuicio de las espirituales (33); a no acumular en el día de hoy o de mañana el peso que la Providencia del Padre repartirá en muchos días (34).
- Dado, pues, que gracias a Cristo, que nos hace partícipes de su filiación, Dios nos es Padre en el sentido más pleno: "A nadie llaméis en la tierra padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial" (Mt 23, 9), miremos de vivir con Él filialmente también en el sentido más pleno. Y pidamos a este Padre que nos dé el Pan del cielo: "No os dio Moisés pan del cielo, sino es mi Padre quien os da el verdadero Pan del cielo" (Jn 6, 32).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, p. 176 - 179)

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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Confianza en la Providencia y Solicitud Terrena

En el evangelio que se lee hoy (Mateo VI y Lucas XII) Cristo nos propone como ejemplos a los Pajaritos y a los Lirios: los Pajaritos no siembran ni ensilan y siempre tienen que comer; los Lirios no hilan ni cosen y están muy bien vestidos. Parece demasiado poético, y hasta ha parecido a algunos una exhortación a la gandulería general.

Mas en esta parábola nos prohíbe Cristo la Solicitud Terrena, que trae consigo la angurria de riquezas, la cual arrastra tras de sí males innumerables. Después de haber dicho:

Ningún siervo puede servir
A la vez a dos señores
Vosotros no podéis servir
A Dios y a las Riquezas...

Cristo prevé la réplica obvia: "¡es que el dinero es necesario para vivir!"; y persigue a la angurria de dinero en su último escondrijo, diciendo no solamente: "No os esclavicéis al dinero" sino "Despreciad el dinero".

León Bloy, Péguy y Kirkegor han glosado esta parábola; el Pobrecito de Asís y otros innumerables la han vivido. Ella inspiró a Kirkegor tres sermones sólidos como Bossuet y tan refinados y poéticos como Vieyra, si no nos engaña nuestra devoción al jorobadillo danés. Pero no sirven para la Argentina. Dios quiera que éste sirva.

¡Pero esta parábola no se puede cumplir hoy día!

Cuenta André Suarès que una congregación católica norteamericana ha pedido al obispo de Nueva Orleans o de Michigan que la declare "un aditamento poético de la predicación de Cristo".
No me fío mucho de lo que dice André Suarès de los "Knights of Columbus", no los quiere nada a los yanquis. Pero es verdad que el Papa León XIII condenó el 22 de enero de 1899 en carta al cardenal Gibbons -y en un latín bastante dudoso- un error que él llama "americanismo"; que entre otras cosas opinaba en contra de la pobreza voluntaria de las órdenes y la pobreza en general; y el sufrimiento, y las virtudes pasivas y la actitud contemplativa en el hombre: "antiguallas de la Edad Media". Y por ese mismo tiempo, un prócer argentino, en un momento de ligereza, opinó lo mismo. Dijo que si una nación aceptara la moral evangélica en lo que atañe al dinero, se iba por un tubo a la bancarrota: que en eso Jesús no era buen Maestro ni buen ejemplo. Jesús fue un lírico y un gran moralista teórico; se le puede llamar con Renán "el sublime poeta de lo Ético"; pero estaba flojito en Economía Política. En eso, Benjamín Franklin le daba ciento y raya. Si un hombre quisiera vivir hoy como "las Aves del Cielo", se exponía a los peores peligros, iba derecho al naufragio, y sobre todo ¿qué dicen de la Productividad"? Eso de despreciar al Ahorro, la virtud primera de un hombre realmente moderno, eso puede estar bien para los españoles, los napolitanos y otros pueblos cantores y atrasados; pero los argentinos no han nacido para lazzarones. Leed el Evangelio si queréis; en Norteamérica lo leen mucho; pero leedlo con grandísima precaución. Hasta aquí el prócer.

Muy bien; no pedimos otra cosa: mal leído el Evangelio hace mal. De un versillo del Evangelio mal entendido, se puede sacar una herejía. De hecho, sobre este texto de los Pajaritos y los Lirios se hizo la herejía medioeval de los Fraticelli. Y de otros textos han salido docenas de herejías; de las cuales ninguna peor que la de Renán, de la cual nuestro prócer estaba un poco tocado; aunque se libraba de ella cuando empleaba su robusto sentido común sanjuanino.

Estoy seguro que este "americanismo" lo dijo un prócer; aunque ahora no les puedo decir seguro la página dónde. Cuando éramos chicos nos lo enseñaba de memoria el gallego Mendizábal, que en realidad no era gallego sino boliviano naturalizado paraguayo y maestro argentino; y el otro día no más, lo echó por Radio un escritor judeoargentino, amigo mío. No hay duda de eso. Además, que despreciar el dinero es ser sobremanera imprudente, eso lo saben todos los argentinos, sin necesidad que lo diga ningún prócer.

Cristo vivió como las Aves del Cielo y los Lirios del Valle; y no fue un imprudente. Tampoco fue "un mendigo", como dice en algún lado Kirkegor; aunque es verdad que "no tenía dónde reclinar su cabeza" durante los tres años de su predicación, que fue su trabajo fuerte. Tenía un oficio y lo sabía bien: de joven fue artesano, de hombre fue rabbí o Recitador-Instructor ambulante; que no era entonces oficio de negros, sino muy necesario, reconocido y honrado en Israel, tan importante como seria por ejemplo nuestros tiempos el de predicador-profesor-periodista todo en uno. Yo soy eso; y tengo donde reclinar la cabeza aunque sea un poco duro; Cristo no tuvo. Le daba por no cobrar sus Recitales; y a veces hasta regalaba pan, peces y curaciones instantáneas y gratuitas encima de sus Improvisaciones; pero lo importante para El eran las Improvisaciones, que irradiaba por una especie de megáfono o micrófono viviente rústico. Sabía que tenía fuerzas físicas para trabajar hasta que muriese; y sabía que había de morir joven, y no necesitaba acogerse a "los beneficios de la jubilación". Yo, lo confieso, me he acogido a los "beneficios de la jubilación"; solamente que me he acogido hace dos años, y los "beneficios" todavía no han venido.

Cristo no predicó la haraganería ni la supresión de la prudencia. La prudencia la conocieron Aristóteles, Cristo, Santo Tomás, San Francisco de Asís, y hasta César Tiempo: es la más importante de las virtudes morales, sin la cual todas las otras se convierten en vicio. Cristo no predicó que no había que trabajar, que no había que pensar en los hijos ni en la vejez, que no había que guardar el dinero, como los "fraticelli"; aunque nunca tocó con sus manos una moneda según parece: pues cuando lo interrogaron acerca del tributo al César, dijo: Mostradme una moneda." Judas llevaba las monedas de todos y San Pedro tenía unas monedas de 0,50 para hacer ruido como un chiquilín y jugar a cara y cruz. Pero el caso es que Jesús tenía bolsa, y sabía tan poca economía política que se dejó robar lo mismo que el vivísimo pueblo argentino.

Mas Tomás de Aquino, que era fiel discípulo de Jesús y además religioso mendicante sabía economía política, y más sólida que la de hoy. En su Tratado para el Príncipe enseña que las naciones han de tratar de ser ricas; es decir, que el Rey debe tener riquezas, no para él sino para el pueblo todo A un obispo argentino que decía que "un obispo debe ser pobre", le contestó, rectamente a mi entender, un religioso: "Sí, monseñor, debe ser pobre pero no como un religioso: un obispo debe tener bienes de fortuna, no para él, sino para los sacerdotes pobres primero; para el pueblo pobre segundo; y después para el culto divino"; y si hubiese añadido: "y para editar los libros religiosos de los escritores católicos, como el Padre Baransky, que no encuentra un solo editor en esta nación católica" no hubiese estado mal tampoco. Coincidía con Santo Tomás, dominico, y con Mamerto Esquiú, franciscano.

Todas las órdenes religiosas al nacer se propusieron no tener riquezas; y algunas, vivir de meras limosnas: las mendicantes. Pero después piensan que guardar dinero solamente para un año más o menos, no está mal; en lo cual aprueba Santo Tomás y San Jerónimo; pero quien dice un año dice dos o diez o cincuenta; y así poco a poco se adentra a veces la Solicitud Terrena; y llegan a pensar a veces que si no tienen dinero para un siglo - pícara natura humana- no pueden hacer ningún bien a las almas. El Padre Nodier escribía en 1770 -más o menos- a su Superior el General de los jesuitas: "Pienso que los cofres de oro que hay en nuestros Colegios y los negocios del P. Villeneuve nos pueden hacer muchísimo daño...". El P. Villeneuve quebró; y 6 años después los jesuitas fueron despojados de todos sus bienes, echados de Francia, echados de España, de sus Colonias - donde trabajaban estrenuamente- y de todas las naciones borbónicas; y después suprimidos por Clemente XIV. ¡Culpa de los franceses! Y un poquito culpa de nosotros, digamos la verdad; excepto del P. Nodier y muchos otros, que sufrieron inocentes por culpa de unos pocos miopes.

Cristo no nos manda ser imprevisores, nos manda vencer en nosotros la Solicitud Terrena: "No andéis solícitos y ansiosos por lo que habéis de vestir o de comer, o por el día de mañana: el día de mañana se trae su propia ansiedad, no la asumáis hoy... Mirad las Aves del Cielo... ¿Hay alguno de vosotros que pueda añadir un trecho al tiempo de su vida?"[1].

La Solicitud Terrena ha de ser vencida por el cristiano con todos los medios, aun los más atrevidos, como "vender todo lo que tienes y darlo a los pobres", en algunos casos; porque ella es la raíz de la avaricia y de muchos otros desórdenes. La avaricia es un pecado jefe, que manda a otros muchos. ¡Si lo sabremos los argentinos! sometidos al capitalismo inglés, que es una concreción sociológica de la avaricia en los ricos; o el socialismo ruso, que es una concreción sociológica del resentimiento en los pobres; porque Solicitud Terrena pueden tener tanto los ricos como los pobres, sin Cristo.
Dicen los filósofos de hoy que todos los hombres nacemos con Angustia; o mejor traducido el Angst germano, con temor, inquietud, ansiedad, Desasosiego. Los pobres poetas lo habían dicho antes:

Inútil la fiebre que aviva tu paso
no hay nada que pueda matar tu Ansiedad
por mucho que tragues. El alma es un vaso
que sólo se llena con eternidad...
¡Qué misero eres! Basta un soplo leve
para helarte. Cabes en un ataúd...
¡Y el espacio inmenso del cielo te es breve
y la tierra es corta para tu Inquietud!

El Desasosiego no se puede suprimir. Se puede convertir en tres cosas: o en Inquietud Religiosa, la cual es buena y espuela de salvación eterna; en Solicitud Terrena, la cual es mala y prohibida por Cristo; y en Angustia Demoníaca, la cual es pésima. Pero la Solicitud Terrena es lo más común; es, en cierto modo, natural; y el mundo moderno privado de lo Sobrenatural está como sumergido en ella. Dicen que es el motor del Progreso, sí, pero el Progreso moderno está embestido por una "fiebre que aviva su paso" demasiadamente. Corre lo más que puede, con peligro de dar el gran Encontronazo. ¡Y cuántos tropiezos no ha dado ya!

Cristo no mandó a los Lirios del Valle que desenterrasen sus raíces, ni a las Aves del Cielo (a los "cuervos", como dice San Lucas) que volasen cabeza abajo. Él estaba vestido como un lirio en su conducta -y hasta en su atuendo, limpio siempre y blanco como luz de luna- y cantaba como las aves en su predicación. Los que pueden imitarlo en todo y vivir como Él, que lo hagan y se metan de ermitaños urbanos o Padres de Don Orione -¡ojo con las órdenes ricas!- y se arrojen en los brazos de la Providencia y naveguen esta vida sobre una lancha rota sobre 10.000 metros de agua. No es para todos, sino para quienes Dios llama. Pero todos deben arrojar de sí la angurria del dinero -¿para qué diablos quieres tener 1.600 millones de pesos, oh ingenuo Creso argentino, que no los puedes gastar con todos tus hijos naturales en toda su vida? -, vicio netamente argentino, si los hay. Este vicio ha hecho muchísimos males en este pobre país, "en este país ubérrimo, tierra de promisión para todos los vivos del mundo que quieran habitarla"; y el primer mal, hacerlo pobre como país. ¡Cómo! Sí, señor, como usted lo oye. ¡Éste es un país muy rico! ¿Dónde están los ricos en la Argentina? digo yo. Yo no los veo. Estarán escondidos. Muchos más ricos y más riquezas verdaderas veo yo en un país "pobre" de Europa, como Italia o Alemania Oeste, que en esta "tierra de promisión". Será que yo no entiendo de economía política, lo mismo que Jesucristo, ¡helás!

A mí se me hace que estamos más atrasados que los lazzarones napolitanos. La Argentina es un país pobre en acto y rico solamente en potencia; rico para los demás (para los vivos). La Argentina es un país un poco sonso, empezando por mí. Aquí se ha descabezado a la "inteligencia", no se ha permitido nacer a un Tomás de Aquino ni de lejos; y un país sin cabeza necesariamente es un poco sonso, cosa que vio no sólo Tomás de Aquino, sino hasta Enrique VIII de Inglaterra y hasta Eisenhower, si me apuran.

Lean el librito Hacia la liberación, de Ramón Doll, o Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, de José María Rosa. Éstos saben economía política. Verán que este país ha sido poco inteligente; y por tanto, ahora es pobre.

Cuanto a mí yo prefiero la economía de Jesucristo: es la más sencilla. Las naciones católicas, si desaprenden su propia economía, no aprenden tampoco la de los protestantes o la de los judíos. "El que desaprende a su padre, no aprende nada del vecino", dicen los proverbios"[2]

Aquí está la solución de la decantada "cuestión social". El problema social de la lucha de clases por el dinero desaparecería cuando la Sociedad pudiese decir a sus miembros las palabras de Jesús: "No andéis ansiosos por vuestra vida, qué habréis de comer, o por vuestro cuerpo, qué habréis de vestir: la comunidad tiene cuidado de eso, Servid a la patria libremente como caballeros y la Patria cuidará de vosotros como madre...". Es degradante para el alma humana tener atados sus pensamientos, que le son necesarios para ir más arriba, por la molienda del sustento cotidiano y el temor del porvenir, la vejez, los eventos desdichados y la miseria. Lo que conturba al proletario actual es más la inseguridad tal vez que la impecuneidad en sí misma. La pobreza es una bendición, porque es un Purgatorio, pero la miseria es un Infierno.

El espíritu del cristianismo es este: Haced por amor vuestra obra; y dejad que vuestros prójimos os alimenten y vistan también por amor. Éste es de hecho el espíritu del estado religioso.
Parece que hay aquí un círculo vicioso; pues ni la Sociedad ni el Individuo pueden dar con seguridad el primer paso. Si el Individuo tiene que esperar para despreocuparse que la Sociedad sea perfecta... y la Sociedad no puede serlo si antes no lo son sus miembros, parece que estamos en plena utopía idílica. Pero Cristo rompió ese círculo, invitó a los mas fervientes, espirituales y corajudos a dar el salto; a renunciar a todo osadamente por puro amor de Dios -por imitar lo a Él- sin seguridad previa sino la de la Providencia, a sus riesgos y peligros: "a embarcarse en canoas escoradas", como dice Kirkegor. Lanzó a la brecha una pequeña falange de "desesperados", como si dijéramos; los cuales con su vida de pobres voluntarios: 1) Prueban que es posible la cosa, vivir "como las Aves del Cielo y las Flores del Campo"; 2) incitan con su ejemplo a los demás al despego y la confianza; 3) viviendo con lo mínimo, regalan el resto a los demás, dejan mayor margen de bienes temporales a la humanidad en general; pues paradojalmente nadie da más que el que poco tiene; y el que todo lo deja mucho regala.

A estos dos puntos, el mandato de huir la solicitud (madre del temor, la avaricia y la explotación del trabajo ajeno) y el consejo de la pobreza voluntaria, se añade el "Vae vo bis divitibus", es decir: los tremendos anatemas de Cristo a las riquezas y a los ricos, bastante olvidados quizás en la actual predicación del Evangelio. Haciendo sospechosas y peligrosas a las riquezas superfluas, Cristo opone a su tremenda y omniactuante atracción natural el contrapeso religioso; facilitando de ese modo su distribución justa, en la medida posible a la dañada natura humana.

Estas tres formidables palancas crearon lentamente en la Cristiandad lo que hoy llaman justicia social", primero en la práctica que en la teoría; y suscitaron fuertes estamentos o instituciones que iban poco a poco acercándose al ideal de la Sociedad-que-cuida de sus-miembros. Si hoy día en que el Estado se va convirtiendo en uno de los primeros explotadores, esto parece puro lirismo, la culpa no la tiene Cristo, y las catástrofes que hemos visto y las que nos amenazan, han dejado buenas todas sus palabras, como confiesa el mismo Marx y otros socialistas, como Bernard Shaw. Es curioso que cuando los Estados se volvieron virtualmente ateos y dijeron: "La religión es asunto privado", la irreligión se convirtió en asunto público; y cuando los Reyes dijeron a los súbditos que no tenían por qué pensar en la salvación de las almas, tuvieron que empezar a pensar en la salvación de sus cabezas coronadas. “-Todas las religiones son buenas" -dijo el siglo XIX; y nuestro siglo ha tenido que añadir apresuradamente: “-¡Menos el comunismo!"

La pálida sonrisa con que Cristo subió a los cielos -visible en aquellas palabras “¿Aún vosotros no creéis todavía? "- se ha ido desvaneciendo al correr de los siglos, al ver que el mundo fracasaba cada vez más a medida que seguía sus enseñanzas cada vez menos. Y si nos dejó con una sonrisa triste, no volverá sino con un trueno.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 317 - 324)

[1] "Añadir un codo a su estatua", dice la Vulgata; lo cual también es verdad desde luego, pero no es el texto.
[2] Se ha dicho que "Cristo no dio soluciones de la cuestión social (Ernesto Renán, Vie de Jésus) porque su interés todo fue salvar
las almas individuales y no reformar la sociedad ni hacer Política alguna: pues su idílica moral individual de campesino galileo no percibía los condicionamientos sociales ni los problemas colectivos... Esta opinión ha sido también de algunos católicos como Auguste Nicolas, el P. Ventura Ráulica, Donoso Cortés... Es un error.


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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La vida cristiana y las riquezas

EL AMOR DE LAS RIQUEZAS NOS APARTA DEL SERVICIO DE CRISTO
1. Mirad cómo paso a paso va Cristo apartándonos de las riquezas y todavía prosigue más ampliamente su discurso sobre la pobreza y quiere derribar hasta el suelo la tiranía de la avaricia. Porque no se contentó con lo que antes había dicho, con ser ello tanto y tan grande, sino que añade ahora otras razones más espantosas. ¿Qué cosa, en efecto, de más espanto que lo que ahora se nos dice, a saber, que por las riquezas nos exponemos a dejar el servicio del mismo Cristo? ¿Y qué cosa más apetecible que alcanzar, si las despreciamos, una perfecta amistad y caridad para con Él? Y, en efecto, lo que siempre os estoy diciendo, eso mismo os repetiré ahora, y es que por dos medios incita el Señor a sus oyentes. Por el provecho y por el daño, imitando en ello al hábil médico, que le hace ver al enfermo cómo la inobediencia a sus mandatos le acarrea enfermedad, y la obediencia salud. Mirad, si no, cómo nuevamente nos pone ante los ojos este provecho y cómo nos insinúa la conveniencia de desprendernos de lo que pudiera serle contrario. Porque no os daña sólo la riqueza-parece decirnos-, porque arma a los ladrones contra vosotros; no sólo porque entenebrece de todo en todo vuestra inteligencia, sino también porque os aparta del servicio de Dios y os hace esclavos de las cosas insensibles. De doble manera os perjudica: haciéndoos esclavos de lo que debierais ser señores y apartándoos del servicio de Dios, a quien por encima de todo es menester que sirváis. Lo mismo que anteriormente nos había el Señor indicado un doble daño: primero, poner nuestros tesoros donde la polilla los destruye, y luego no ponerlos donde la custodia sería inviolable; así nos señala también aquí el doble perjuicio que de la riqueza nos viene: apartarnos de Dios y someternos a Mammón.

"NADIE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES"
Sin embargo, no lo plantea así de pronto, sino que va preparando el camino por medio de razonamientos generales, diciendo: Nadie puede servir a dos señores... Dos se entiende que manden lo contrario uno del otro, pues en otro caso ni siquiera pudieran llamarse dos. Y es así que la muchedumbre de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma . Las personas eran diversas; pero la concordia había hecho de muchos uno. Luego, explanando su pensamiento, prosigue: No sólo no le servirá, sino que le aborrecerá y se apartará de él: Porque o aborrecerá al uno-dice-y amará al otro, o al uno se adherirá y al otro despreciará. Parece como si aquí hubiera dicho el Señor dos veces la misma cosa. Sin embargo, no sin motivo unió así una y otra parte de su sentencia, sino para mostrarnos lo fácil que es la conversión en mejor.

Porque no puedas decir: "Me hice esclavo una vez para siempre, me dominó la tiranía del dinero", Cristo te muestra que la conversión es posible, y como se pasa del amor al odio, así puede pasarse del odio al amor. Una vez, pues, que hubo hablado de modo general, a fin de persuadir a sus oyentes a que fueran jueces imparciales y dieran sus sentencias según la naturaleza de las cosas; cuando ya los creyó de acuerdo consigo, reveló el Señor todo su pensamiento, añadiendo: No podéis servir a Dios y a Mammón. Horroricémonos de lo que hemos hecho decir a Cristo, de haberle obligado a poner a Dios a par del oro. Y, si decirlo es horroroso, mucho más horroroso es que así suceda en la realidad y que prefiramos la tiranía del oro al temor de Dios.

OBJECIÓN: SANTOS DE LA ANTIGUA LEY QUE SIRVIERON A DIOS Y A LA RIQUEZA
-¿Pues qué?-me dirás-. ¿No fue esto posible entre los antiguos? -De ninguna manera. -Entonces-me replicarás-, ¿cómo alcanzaron tanto honor Abrahán y Job? -¡No me menciones a ricos, sino a esclavos de la riqueza! Cierto que Job fue rico, pero no fue esclavo de Mammón; tenía riquezas, pero las dominaba; era su señor, no su siervo. Tenía cuanto poseía como simple administrador de bienes ajenos, y así no sólo no arrebataba lo ajeno, sino que de lo suyo propio repartía entre los necesitados. Y lo que es más: ni siquiera se alegraba de poseerlas, como él mismo nos lo declara cuando dice: Si es que me alegré de poseer mucha riqueza... Por eso tampoco sintió dolor al perderlas. No son así los ricos de ahora, sino que con ánimo más envilecido que un esclavo pagan sus tributos a un duro tirano. El amor del dinero se ha apoderado de sus almas como de una ciudadela, y desde allí, día a día les dicta sus órdenes, que rebosan de iniquidad y no hay uno que las desobedezca. No caviles, pues, inútilmente. De una vez para siempre afirmó Dios y dijo que no hay manera de componer uno y otro servicio. No digas tú, por ende, que pueden componerse. Porque, siendo así que el uno te manda robar y el otro desprenderte de lo que tienes; el uno ser casto, el otro impúdico; el uno emborracharte y comer opíparamente, el otro reprimir tu vientre; el uno despreciar las cosas, el otro apegarte a lo presente; el uno admirar mármoles y paredes y artesonados y el otro despreciar todo eso y amar la filosofía, ¿qué modo de componenda cabe entre uno y otro señor?

MAMMÓN NO ES VERDADERO SEÑOR
2. Notemos, empero, que, si llamó aquí Cristo "señor" a Mammón, no es porque naturalmente le convenga ese título, sino por la miseria de los que se someten a su yugo. Por manera semejante llama también Pablo "dios" al vientre , no por la dignidad de tal señor, sino por la desgracia de los que le sirven. Lo cual es ya peor que todo castigo y por sí solo, antes de llegar el propio castigo, basta para atormentar al infeliz esclavo suyo. ¿No son, en efecto, más desgraciados que cualesquiera condenados los que, teniendo a Dios por amo, se pasan, como tránsfugas, de su suave imperio a la más dura tiranía, y eso que aun en esta vida ha de seguírseles de ahí tan grave daño? Daño efectivamente inexplicable se sigue de la servidumbre de la riqueza, pleitos, difamaciones, luchas, trabajos, ceguera del alma y, lo que es más grave de todo, pérdida de los bienes del cielo.

CONTRA LA PREOCUPACIÓN DEL COMER Y VESTIR
Una vez, pues, que por todos estos caminos nos ha mostrado el Señor, la conveniencia de despreciar la riqueza -para la guarda de la riqueza misma, para la dicha del alma, para la adquisición de la filosofía y para seguridad de la piedad-, pasa ahora a demostrarnos que es posible aquello mismo a que nos exhorta. Porque éste es señaladamente oficio del buen legislador: no sólo ordenar lo conveniente, sino hacerlo también posible. Por eso prosigue el Señor diciendo: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis. No quiso que nadie pudiera objetarle: "¡Muy bien! Si todo lo tiramos, ¿cómo podremos vivir?" Contra semejante reparo va ahora el Señor muy oportunamente. Realmente, si desde un principio hubiera dicho: "No os preocupéis", su lenguaje podía haber parecido duro; pero, una vez que ha mostrado el daño que se nos sigue de la avaricia, su exhortación de ahora resulta fácilmente aceptable. De ahí que tampoco dijo simplemente: "No os preocupéis", sino que al mandato añade la causa. En efecto, después de haber dicho: No podéis servir a Dios y a Mammón, añadió: Por eso, yo os digo: No os preocupéis. ¡Por eso! ¿Y qué es eso? El daño inexplicable que de ahí se os seguirá. Porque no sufriréis daño sólo en las riquezas mismas. El golpe alcanzará al punto más delicado: perderéis la salvación de vuestra alma, pues os aleja del Dios que os ha creado, que os ama y se cuida de vosotros.

Por eso os digo: No os preocupéis. Es decir, que, una vez mos-trado el daño incalculable, extiende aún más su mandamiento. Porque no sólo nos manda que tiremos lo que tenemos, sino que no nos preocupemos siquiera del necesario sustento: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis. No porque el alma necesite de alimento, pues es incorpórea, sino que el Señor habla aquí acomodándose al uso común. Pues, si es cierto que ella no necesita de alimento, no lo es menos que no puede permanecer en el cuerpo si éste no es alimentado. Y esto dicho, no se contenta con afirmarlo simplemente, sino que también aquí nos da las razones: unas tomadas de lo que ya nosotros tenemos; otras, de otros ejemplos. Tomando pie de lo que ya tenemos, nos dice: ¿Acaso no es más el alma que la comida, y el cuerpo más que el vestido? Pues el que os ha dado lo más, ¿no os dará lo menos? El que ha formado vuestra carne, que necesita alimentarse, ¿no os procurará también el alimento? Por eso no dijo simplemente: "No os preocupéis sobre qué comeréis y vestiréis", sino: No os preocupéis por vuestra alma y por vuestro cuerpo, porque de éstos-del alma y del cuerpo-iba Él a tomar sus demostraciones, procediendo por comparación en su razonamiento. Ahora bien, el alma nos la dio una vez para siempre y permanece tal como nos la dio; el cuerpo, empero, admite crecimiento todos los días, A fin, pues, de mostrarnos una y otra cosa: la inmortalidad del alma y la caducidad del cuerpo, prosiguió diciendo: ¿Quién de vosotros puede añadir a su estatura un solo codo? Y aquí calla sobre el alma, como quiera que no admite crecimiento, y sólo nos habla del cuerpo, declarando por lo uno también lo otro, a saber: que no es el alimento el que le hace crecer, sino la providencia de Dios. Lo mismo que declara también Pablo por otro ejemplo: Ni el que planta ni el que riega es nada, sino Dios, que da el crecimiento .

EL EJEMPLO DE LAS AVES DEL CIELO
De este modo, pues, nos exhortó el Señor por las cosas que ya tenemos; por ejemplos ajenos a nosotros, nos dice: Mirad las aves del cielo. Porque nadie le objetara que es útil andar preocupados, nos disuade de ello por un ejemplo mayor y por otro menor. El mayor lo toma de nuestro cuerpo y de nuestra alma; el menor, de las aves del cielo. Porque, si tanta cuenta tiene Dios-nos dice-de tan pobres animalillos, ¿cómo no la tendrá con nosotros? Así habló entonces a los judíos, que eran una gran muchedumbre popular, pero no así al diablo cuando le tentó. ¿Pues cómo? No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios . Más aquí mienta a las aves del cielo con muy viva comparación; lo que es muy eficaz manera de exhortación. Sin embargo, ha habido impíos que han llegado a tanta necedad como la de poner tacha a esta comparación. Porque quien quería-dicen ellos preparar a templar para la lucha a una voluntad libre, no debía aducir para ello ejemplos de ventajas de la naturaleza. Porque vivir las aves sin necesidad ni trabajo, de la naturaleza les viene.

PODEMOS LOGRAR POR NUESTRO ESFUERZO LO QUE TIENEN LAS AVES POR NATURALEZA
3. ¿Qué podemos responderles a eso? Pues que ese vivir sin cuidados, que a las aves les viene de la naturaleza, nosotros podemos conseguirlo por nuestra libre voluntad. Porque no dijo el Señor: "Mirad cómo vuelan las aves del cielo", pues eso es imposible para el hombre, sino: "Mirad cómo se alimentan sin preocupaciones". Lo cual, si queremos, también nosotros podemos conseguirlo fácilmente, como le han demostrado aquellos que de hecho lo lograron. Y aquí hay señaladamente que admirar la sabiduría del legislador, que, teniendo a mano ejemplo de hombres, y pudiendo citar a un Elías, a un Moisés, a un Juan y tantos otros que vivieron sin preocupaciones de comida y vestido, menciona a los animales a fin de causarles mayor impresión. De haber nombrado a aquellos grandes santos, pudieran haberle replicado: "Todavía no hemos llegado a tanto como ellos". En cambio, pasando en silencio a éstos y poniéndoles delante el ejemplo de las avecillas del cielo, les cortó toda posible excusa. Por lo demás, también aquí sigue Cristo el estilo de la antigua Ley, pues también el Antiguo Testamento nos remite a la abeja, a la hormiga, a la tórtola y a la golondrina . Y no es para nosotros pequeño honor que logremos por esfuerzo de nuestra voluntad lo que estos animales tienen de la naturaleza. En conclusión, si de lo que fue criado por amor nuestro tiene Dios tanta providencia, mucho mayor la tendrá de nosotros mismos; si así cuida de los criados, mucho más cuidará del señor. De ahí la palabra de Cristo: Mirad a las aves del cielo. Y no dijo: "Mirad que no dan a interés ni trafican con dinero". No, eso pertenece a lo vedado; sino: Que no siembran ni siegan.

NO SE NOS PROHIBE EL TRABAJO, SINO LA PREOCUPACIÓN
-Entonces-me replicas-, ¿es que no hay que sembrar? -No dijo el Señor que no hay que sembrar, sino que no hay que andar preocupados; no que no haya que trabajar, sino que no hay que ser pusilánimes ni dejarse abatir por las inquietudes. Sí, nos mandó que nos alimentáramos, pero no que anduviéramos angustiados por el alimento. David mismo se anticipó de antiguo a esta doctrina, cuando misteriosamente nos dijo: Abres tú tu mano y llenas de tu bendición a todo viviente . Y otra vez: El que da a las bestias su alimento, y a los polluelos de los grajos que le invocan .

-¿Y quiénes fueron-me dirás-los que vivieron sin preocupación de comer y vestir? -¿No has oído los muchos santos que antes te he citado? ¿No ves, entre ellos, a Jacob cómo sale de la casa paterna desnudo de todo? ¿No le oyes cómo ora diciendo: Si el Señor me diere pan para comer y vestido para vestirme? Lo que no quiere decir que estuviera preocupado, sino que lo esperaba todo de Dios. Lo mismo hicieron los apóstoles, que, después que lo abandonaron todo, vivieron sin preocupación ninguna; lo mismo aquellos cinco mil y los otros tres mil primeros convertidos .

Mas, si ni aun oyendo tan grandes ejemplos te decides a romper esas pesadas cadenas de tus inquietudes, rómpelas por lo menos considerando la necedad que con ello cometes, Porque ¿quién de vosotros-dice el Señor-puede a fuerza de preocupación añadir a su estatura un solo codo? Mirad cómo explica el Señor lo oscuro por lo claro. A la manera-nos viene a decir-como no podéis añadir a vuestro cuerpo, a fuerza de preocupación, la más mínima porción, así tampoco podéis reunir alimento, aunque vosotros lo penséis así. De donde resulta evidente que no es nuestro afán, sino la providencia de Dios, la que lo hace todo aun en aquellas cosas que aparentemente realizamos nosotros. Así, si Él nos abandona, ni nuestra inquietud, ni nuestra preocupación, ni nuestro trabajo, ni cosa semejante servirán para nada, sino que todo se perderá irremediablemente.

LOS MANDAMIENTOS O CONSEJOS EVANGÉLICOS NO SON IMPOSIBLES
4. No pensemos, por ende, que es imposible lo que se nos manda, pues hay muchos que aun hoy día lo están llevando a la práctica. Que tú no los conozcas, nada tiene de extraño, También Elías creía hallarse solo, y hubo de oír de boca de Dios: Me he reservado para mí no menos de siete mil varones . De donde resulta evidente que también ahora hay muchos que llevan vida apostólica, como antaño aquellos cinco mil y tres mil primitivos creyentes, Y, si no lo creemos, no es que no haya quienes la practican, sino que nosotros distamos mucho de ella. Un borracho no es fácil que crea haya un solo hombre que no prueba ni el agua. Y, sin embargo, esa hazaña la han llevado a cabo muchos monjes en nuestros mismos días. El que vive torpemente entre mil mujeres, jamás creerá que es fácil guardar virginidad; ni el que arrebata lo ajeno, que hay quien a manos llenas da de lo suyo propio. Por semejante manera, los que están diariamente abrumados de infinitas preocupaciones, no es fácil se persuadan haya quien viva sin ellas. Ahora bien, que hay muchos que lo han llevado a cabo, posible me fuera de-mostrarlo por los mismos que, en nuestro propio tiempo, profesan esa filosofía. Por ahora, sin embargo, basta con que aprendáis a no ser avaros, y que es buena la limosna, y que tenéis obligación de dar de lo que tenéis. Si esto hacéis, carísimos míos, pronto llegaréis también a lo otro.

EMPECEMOS POR LO MENOS PARA LLEGAR A LO MÁS
De momento, pues, desechemos el lujo superfluo, suframos la moderación y aprendamos a adquirir nuestros bienes por el justo trabajo. También el bienaventurado Juan, cuando hablaba con los alcabaleros y soldados, les aconsejaba que se contentaran con sus sueldos . Quería él ciertamente llevarlos a más alta filosofía; pero, como todavía no estaban preparados para ello, se contentaba con hablarles de lo menos. De haberles hablado de lo más alto, a esto no hubieran prestado atención, y lo otro lo hubieran también perdido. Por la misma razón, nosotros tratamos de ejercitaros también en lo más sencillo. Por ahora, sabemos muy bien que la carga de la voluntaria pobreza es demasiado pesada para vuestros hombros, y que cuanto dista el cielo de la tierra, así dista de vosotros esa filosofía.

Cumplamos, pues, siquiera los mandamientos menores, y no será ello pequeño consuelo para nosotros. A la verdad, aun entre paganos, no faltaron quienes abrazaron la pobreza-aunque no lo hicieron con la debida intención-y se desprendieron de cuanto poseían. Sin embargo, con vosotros, nosotros nos contentamos con que deis limosna generosamente. Dado este primer paso hacia adelante, pronto llegaremos a aquella otra perfección. Pero, si ni esto hacemos, ¿qué excusa tendremos nosotros, que, teniendo mandato de sobrepujar a los santos del Antiguo Testamento, nos quedamos a la zaga de los mismos filósofos paganos? ¿Qué podemos alegar cuando, debiendo ser ángeles e hijos de Dios, no conservamos ni el ser de hombres? La rapiña y la avaricia, en efecto, no dicen con la mansedumbre de los hombres, sino con la ferocidad de las fieras; o, por mejor decir, peores que fieras son los que codician lo ajeno, pues a las fieras, al cabo, la rapacidad les viene de la naturaleza; mas nosotros, honrados por la razón, ¿qué excusa tendremos, si nos abatimos a la vileza de una bestia?

EXHORTACIÓN FINAL: LLEGUEMOS SIQUIERA AL MEDIO
Consideremos, pues, la meta de la filosofía que se nos propone y lleguemos siquiera al medio. Así nos libraremos del castigo venidero y, avanzando en el camino, alcanzaremos la cumbre de los bienes; bienes que a todos os deseo, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 21, 1-4, BAC Madrid 1955, 435-47)

 

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Aplicación: P. Réginald Garrigou-Lagrange, O.P. - EL ABANDONO EN LA PROVIDENCIA DIVINA

CAPÍTULO I
POR QUÉ Y EN QUÉ COSAS HEMOS
DE ABANDONARNOS EN MANOS DE DIOS
La doctrina del abandono en la divina Providencia, abiertamente contenida en el Evangelio, ha sido falseada por los quietistas, los cuales se entregaron a la pereza espiritual, dieron de mano a la lucha por la perfección redujeron gravemente el valor y la necesidad de la esperanza; ahora bien, el verdadero abandono es la forma más excelente de la confianza o esperanza en Dios.
Mas puede uno también apartarse de la doctrina del Evangelio incurriendo en el defecto contrario a la pereza quietista, que es la vana inquietud y la agitación.

En este particular, como en otras muchas cosas, la verdad es a manera de una cumbre que descuella entre dos posiciones extremas, que son los dos errores apuntados.

Importa, pues, precisar el sentido y el alcance de la verdadera doctrina del abandono en la voluntad de Dios, para evitar sofismas que corren con apariencia de perfección cristiana.

Veamos primero por qué y en qué cosas hemos de abandonarnos en manos de la Providencia. Después pasaremos a declarar cómo haya de ser el abandono y cuál sea el gobierno de la Providencia con los que a ella totalmente se entregan.

Serán, nuestros guías en la exposición de tan bella doctrina San Francisco de Sales (L'Amour de Dieu, l. 8, ch. 3; 4, 5, 6, 7, 14; l. 9, ch. 1. Cf. también Entretien 2, 15), Bossuet (Discours sur l'acte d'abandon à Dieu. -États d'oraison, 1. 8, 9), el P. Piny, O. P. (Le plus parfait, ou Des voies intérieures la plus glorifiante pour Dieu et la plus sanctifiante pour l'âme, publicado en 1683.

Nueva ed. anotada por el P. Noel, O. P. París, Téqui. El autor prueba que en este camino es donde se ejercita la fe más viva, la esperanza más confiada, la caridad más pura, por lo que es muy conveniente para todas las almas interiores), y el P. de Caussade, S. J. (L'abandono a la Providencia divina (antigua edición), nueva ed. aumentada con las cartas del mismo autor, revisada por el P. H. Ramiére, París, Lecoffre-Gabalda, 2 vol).

Por qué debemos abandonarnos en manos de la Providencia

A esta pregunta responderá cualquier cristiano: porque la Providencia es Sabiduría y Bondad.

Cierto; mas para bien comprenderlo, y a fin de evitar el error quietista, que renuncia a la esperanza y a la lucha necesaria para la salvación, y por no incurrir en el otro extremo, que consiste en la inquietud, en la precipitación y en la agitación febril y estéril, conviene enunciar cuatro principios, accesibles a la razón natural y llanamente contenidos en la Sagrada Escritura, los cuales, a la vez que declaran la verdadera doctrina, muestran también los motivos que nos han de resolver a abandonarnos en las manos de Dios.

El primero de ellos es: Nada sucede, que de toda eternidad no haya Dios previsto y querido, o por lo menos permitido.

Nada sucede, sea en el mundo material, sea en el espiritual, que Dios no haya previsto de toda la eternidad; porque Dios no pasa, como los hombres, de la ignorancia al conocimiento, ni saca enseñanza de los acontecimientos.

No sólo ha previsto cuanto sucede y ha de suceder, mas también ha querido cuanto de real y de bueno hay en las cosas, con excepción del mal, del desorden moral, que sólo permite con miras a bienes mayores.

La Sagrada Escritura, como arriba vimos, es categórica en este particular y no deja lugar a duda alguna, según lo han declarado los Concilios.

El segundo principio es: Dios no puede querer ni permitir cosa que no esté conforme con el fin que se propuso al crear, es decir, con la manifestación de su bondad y de sus infinitas perfecciones y con la gloria del Verbo encarnado, Jesucristo, su Unigénito.

Como dice San Pablo (I. Cor. 3, 23), "Todo es vuestro; vosotros, empero, sois de Cristo, y Cristo es de Dios: Omnia enim vestra sunt, vos autem Christi, Christus autem Dei".

A estos dos principios se añade otro tercero, formulado asimismo por San Pablo (Rom. 8, 28): "Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, de aquellos que él llamó según su eterno decreto" y perseveran en su amor.

Dios hace que contribuyan al bien espiritual de sus almas, no sólo las gracias que les dispensa y los dones naturales que les concedió, mas también las enfermedades, las contradicciones, los fracasos, aun las mismas faltas, dice San Agustín, que permite para llevarlos al puro amor por el camino seguro de la verdadera humildad; como permitió la triple negación de Pedro para hacerle humilde y desconfiado de sí mismo, más valeroso y más confiado en la divina Misericordia.

Estos tres principios nos dicen en sustancia: "Que nada sucede que no haya Dios previsto o por lo menos permitido; que cuanto Dios quiere o permite es para la manifestación de su bondad y de sus infinitas perfecciones, para gloria de su Hijo y para bien de los que le aman."

De aquí se desprende que nuestra confianza en la Providencia nunca pecará de excesivamente filial y firme; y aun podemos añadir que debe ser tan ciega como la fe, la cual versa sobre los misterios no evidentes, no vistos, fides est de non visis.

Sabemos con certeza que la divina Providencia dirige todas las cosas hacia el bien y estamos más seguros de la rectitud de sus designios que de la pureza de nuestras mejores intenciones. De donde al abandonarnos en manos de Dios, nada hay que temer, a no ser el defecto de sumisión.

El don de temor impide que la esperanza se torne en presunción, como la humildad evita que la magnanimidad degenere en orgullo. (Cf. Santo Tomás, IIa-IIæ, q. 19, a. 9 y 10; q. 160, a. 2; q. 161, a. 1; q. 129, a. 3 y 4). Son virtudes complementarias que se equilibran, se robustecen mutuamente y crecen juntas.

Pero las últimas palabras nos obligan a formular contra el quietismo otro principio, el cuarto, tan cierto como los anteriores: es evidente que el abandono a nadie exime de hacer lo posible por cumplir la voluntad de Dios significada en los mandamientos, en los consejos y en los sucesos; pero cuando realmente hayamos querido cumplirla todos los días, podemos y debemos abandonarnos en lo demás a la voluntad divina de beneplácito, por misteriosa que nos parezca, evitando la vana inquietud y la agitación (Cf. San Francisco de Sales, L'Amour de Dieu, l. 8, ch. 5; l. 9, ch. 1; ch. 2, ch. 3, ch. 4).

Bossuet, Etatt d'oration, l. 8, 9: "No habiendo lugar para la indiferencia cristiana en lo que se refiere a la voluntad significada, es preciso limitarla, como dice San Francisco de Sales, a ciertos acontecimientos dispuestos por la voluntad de beneplácito, cuyas órdenes soberanas deciden de las cosas que diariamente ocurren en la vida."

Dom Vital Lehodey, Le Saint Abandon, París, 1919, p. 145: "El beneplácito divino es el objeto del abandono, y la voluntad significada, el de la obediencia."

Formuló este cuarto principio de una manera equivalente el Concilio de Trento (sess. 6, c. 13) al decir que todos debemos esperar firmemente el socorro de Dios y confiar en El, esforzándonos por cumplir sus preceptos.

Ya lo dice el refrán popular: "Haz tu deber, venga lo que viniere."
Todos los teólogos explican qué cosa sea la voluntad divina significada en los mandamientos, en el espíritu de los consejos y en los sucesos de la vida (Cf. Santo Tomás, I, q. 19, a. 11 y 12: De voluntate signi in Deo).

Hay acontecimientos muy significativos, como la muerte de una persona. También hay pecados, como observa Santo Tomas (ibid,), permitidos por Dios, ora sean faltas personales, como la triple negación de Pedro, permitida por Dios para asentarle en la humildad, ora faltas contra nosotros, como ciertas injusticias que Dios permite se nos infieran para nuestro provecho espiritual; de esta última, especie son, por ejemplo, las persecuciones contra la Iglesia.

Y los teólogos añaden que ajustando nuestra conducta a la voluntad significada de Dios (Cf. Santo Tomás, Ia-IIæ, q. 19, a. 10: Utrum necessarium sit voluntatem humanam conformari voluntanti divinae in volito ad hoc quod sit bona), debemos abandonarnos a la voluntad de beneplácito, por oculta que sea, como que estamos seguros de antemano que todas las cosas quiere o permite santamente para nuestro bien.

Es digna de notarse aquella sentencia del Evangelio de San Lucas (16, 10): "El que es fiel en las cosas pequeñas, también lo es en las grandes"; como hagamos cada día lo posible por ser fieles al Señor en las cosas ordinarias, podemos contar con su gracia para serle fieles en las circunstancias extraordinarias que por permisión divina sobrevinieren; si llegare el trance de padecer por él, estemos seguros que nos ha de dar la gracia de antes morir heroicamente que avergonzarnos y renegar de Él.

Tales son los principios de la doctrina del abandono.

Aceptados por todos los teólogos, constituyen en este particular la expresión de la fe cristiana.

Así, el equilibrio se halla por cima de los dos errores mencionados al principio del capítulo. Por la fidelidad al deber en todo momento se evita el falso y perezoso quietismo; y por el abandono se libra uno de la vana inquietud y de la estéril agitación.

El abandono sería pereza, de no ir acompañada de la cotidiana fidelidad, que es como el trampolín para lanzarse con seguridad hacia lo desconocido. La fidelidad cotidiana a la voluntad divina significada nos da derecho de abandonarnos plenamente en el porvenir a la voluntad divina de beneplácito, todavía no significada.

El alma fiel recuerda con frecuencia las palabras de Nuestro Señor: "Mi alimento es cumplir la voluntad de mi Padre"; también ella se alimenta constantemente de la voluntad divina significada.
A la manera del nadador que, apoyándose en la ola que pasa, se entrega a la que viene, al océano que parece quererle tragar, pero que en realidad le va sosteniendo; así el alma debe hacerse a la mar, al océano infinito del ser, como decía San Juan Damasceno; apoyándose en la voluntad divina significada en el momento actual debe entregarse a la voluntad divina, de la cual dependen las horas siguientes y todo lo venidero.

Lo porvenir es de Dios; en su mano están todos los sucesos: de haber pasado una hora antes los mercaderes ismaelitas que compraron a José, no habría éste bajado a Egipto, y otro habría sido el rumbo de su vida; también la nuestra depende de ciertos acontecimientos que están en las manos de Dios, dan equilibrio, estabilidad y armonía a la vida de Dios.

La fidelidad cotidiana y el abandono en las manos espiritual. Es la manera de vivir en recogimiento casi continuo y en abnegación progresiva, que son las condiciones ordinarias de la contemplación y de la unión con Dios. Por ello es necesario vivir en el abandono a la voluntad divina, todavía desconocida, alimentándonos en todo momento de la que ya conocemos.

La unión de la fidelidad con el abandono nos permite vislumbrar lo que será la unión de la ascética con la mística; la primera tiene por principal fundamento la conformidad con la voluntad divina, la segunda tiene su asiento en el abandono.

En qué cosas hayamos de hacer abandono en manos de la divina Providencia
Ajustada nuestra vida a los principios que acabamos de exponer, una vez cumplido cuanto nos ordena la ley de Dios y la prudencia cristiana, hemos de hacer abandono total en las manos de la divina Providencia.

¿Cómo se ha de entender esto? Significa primero que hemos de dejar a Dios el cuidado de nuestro porvenir, lo que haya de ser de nosotros mañana, dentro de veinte años y más tarde.

Hemos de poner asimismo en sus manos el momento presente, con las dificultades que quizá lo entenebrecen; y también nuestro pasado, es decir, nuestras acciones pasadas con sus consecuencias.
Cuanto atañe al cuerpo, como salud y enfermedad, y lo que se refiere al alma, como alegrías y trabajos, todo se ha de entregar confiadamente a la solicitud paternal del Señor. Hasta el juicio benévolo o maligno de los hombres hemos de descuidar en manos de la divina Providencia.
"Si Dios está por nosotros, dice San Pablo (Rom. 8, 31-39), ¿quién contra nosotros? El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo después de habérnosle dado dejará de darnos cualquiera otra cosa?... ¿Quién podrá, pues, separarnos del amor de Cristo? ¿Acaso la tribulación o la angustia? ¿Por ventura la persecución, o el hambre, o la desnudez? ¿Quizá el peligro o la espada?... Estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni lo alto, ni lo profundo, ni otra criatura podrá jamás separarnos del amor de Dios, que se funda en Cristo Jesús, Señor Nuestro."

¿Puede darse abandono más perfecto en la fe, en la esperanza y en la caridad? Abandono en lo que mira a las vicisitudes del mundo, en lo que toca a la vida y a la muerte, a la hora de salir de este mundo y a la manera violenta o dulce de rendir el último aliento.

En los mismos sentimientos abundan los Salmos: "Temed al Señor, vosotros sus santos; nada falta a los que le temen. Los leoncillos podrán sentir penuria y tener hambre; mas quienes buscan al Señor no padecen privaciones de bien alguno." (Ps. 33, 10). "¡Cuán grande es tu bien, Señor, el que guardas para quienes te temen y muestras a los que en tí confían!... Tú los defiendes de las vejaciones de los hombres, los pones a cubierto de la maledicencia de las lenguas" (Ps. 30, 20-21).

Y Job, en medio de sus lamentaciones, decía: "Rodeado me veo de escarnecedores, mis ojos se abren sólo para ver sus ultrajes. Oh Dios, sal fiador de mí ante ti mismo. ¿Quién otro querría tenderme la mano?" (Job 17, 21).

Refiérese en el Libro de Daniel (13, 42) que una mujer temerosa de Dios, llamada Susana, hija de Helcías, odiosamente calumniada por dos viejos lascivos, se abandonó en manos del Señor, exclamando: "Oh Dios eterno, que conoces las cosas ocultas, que lo sabes todo aun antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí un falso testimonio; y he aquí que voy a morir sin haber hecho nada de lo que han inventado maliciosamente contra mí."

Y el Señor escuchó la súplica de aquella noble mujer, como se refiere en el mismo Libro. Cuando era llevada a la muerte, Dios despertó el espíritu de un mancebo, llamado Daniel, el cual exclamó en alta voz: "Inocente soy de la sangre de esta mujer". Volvióse hacia él todo el pueblo y le preguntó: "¿Qué es lo que dices?" Entonces el joven Daniel, inspirado por Dios, puso de manifiesto la falsedad del testimonio de los acusadores; porque interrogados por separado ante la multitud, como se contradijesen, manifestaron, sin quererlo, que habían mentido.

De lo expuesto se desprende que, de hacer lo que está de nuestra parte para cumplir nuestros deberes cotidianos, podemos en lo demás abandonarnos con filial confianza en manos de la divina Providencia. Y como realmente procuremos ser fieles en las cosas pequeñas, en la práctica de la humildad, de la dulzura y de la paciencia, en las cosas ordinarias de cada día, el Señor nos dispensará su gracia para serle fieles en las cosas grandes y difíciles que tenga a bien exigirnos; y en las circunstancias extraordinarias otorgará gracias también extraordinarias a los que le busquen.
Léese en el Salmo 54, 23: "Jacta super Dominum curam tuam, et ipse te enutriet; Abandónate en manos de Dios, que él cuidará de ti; no dejará jamás sucumbir al justo... Mas yo pondré mi confianza en ti."

Con estos mismos sentimientos escribe San Pablo (Philipp. 4,): "Alegraos siempre en el Señor; alegraos repito. Sea patente vuestra modestia a todos los hombres; que cerca está el Señor. No os inquietéis por cosa alguna; mas en todo presentad a Dios vuestras necesidades por medio de oraciones y súplicas, junto con acciones de gracias. La paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, sea la guardia de vuestros corazones y de vuestros sentimientos en Jesucristo."

Y San Pedro, exhortando a la confianza, dice en su Primera Carta (5, 6): "Humillaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que os exalte al tiempo de su visita; descargad en su seno todas vuestras cuitas, pues él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios y estad en vela; porque vuestro enemigo el demonio anda girando cual león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que la misma tribulación padecen vuestros hermanos, dispersos por el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria por Jesucristo, después de haber padecido un poco, él mismo acabará su obra, os hará firmes, fuertes e inconmovibles," "Beati omnes qui confidunt in Domino: Dichosos los que ponen su confianza en Dios", dice el Salmista (12, 13).

"Los que tienen puesta en el Señor su esperanza, dice Isaías (40, 31), adquirirán nuevas fuerzas, alzarán el vuelo como águilas, correrán sin fatigarse, andarán sin desfallecer."
Tenemos en San José el modelo perfecto de espíritu de abandono en la Providencia en cuantas dificultades se le ofrecieron: en el trance embarazoso del nacimiento del Salvador en Belén; cuando sonó en sus oídos la dolorosa profecía del anciano Simeón; cuando hubo de refugiarse en Egipto huyendo de la persecución de Herodes, hasta su regreso a Nazaret.
Vivamos a ejemplo suyo fieles en la práctica de los deberes cotidianos, y nunca nos faltará la divina gracia, con cuyo auxilio cumpliremos siempre cuanto Dios exija de nosotros, por arduo que en ciertas ocasiones ello nos parezca.
(GARRIGOU-LAGRANGE, R., La Providencia y la confianza en Dios, texto tomado de
http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/09/30/p-garrigou-%E2%80%93-lagrange-la-providencia-y-la-confianza-en-dios-%E2%80%93-el-abandono-en-la-providencia-divina-%E2%80%93-1%C2%BA-parte/ )
Las partes II y III de este mismo libro pueden encontrarse en los dos siguientes links:
http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/10/07/p-garrigou-lagrange-la-providencia-y-la-confianza-en-dios-%e2%80%93-el-abandono-en-la-providencia-%e2%80%93-2%c2%ba-parte/?relatedposts exclude=17833
http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/10/14/p-garrigou-lagrange-la-providencia-y-la-confianza-en-dios-el-abandono-en-la-providencia-divina-3%c2%ba-parte/?relatedposts exclude=17846


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Aplicación: Juan Pablo II -  III. La Providencia: poder y sabiduría amorosa

1. A la reiterada y a veces dubitativa pregunta de si Dios está hoy presente en el mundo y de qué manera, la fe cristiana responde con luminosa y sólida certeza: 'Dios cuida y gobierna con su Providencia todo lo que ha creado'. Con estas palabras concisas el Concilio Vaticano I formuló la doctrina revelada sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que encontramos una rica expresión en el Antiguo Testamento, hay dos elementos presentes en el concepto de la Divina Providencia: el elemento del cuidado ('cuida') y a la vez el de autoridad ('gobierna'). Se compenetran mutuamente. Dios como Creador tiene sobre toda la creación la autoridad suprema (el 'dominium altum'), como se dice, por analogía con el poder soberano de los principes terrenos. Efectivamente, todo lo que ha sido creado, por el hecho mismo de haber sido creado, pertenece a Dios, su Creador, y, en consecuencia, depende de El. En cierto sentido, cada uno de los seres es más 'de Dios' que 'de sí mismo'. Es primero 'de Dios' y, luego, 'de sí'. Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las analogías de la relación entre autoridad y súbditos en la tierra.

2. La autoridad del Creador ('gobierna') se manifiesta como solicitud del Padre ('cuida'). En esta otra analogía se contiene en cierto sentido el núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia. La Sagrada Escritura para expresar la misma verdad se sirve de una comparación: 'El Señor -afirma- es mi Pastor: nada me falta' (Sal 22, 1). ¡Imagen estupenda!. Si los antiguos símbolos de la fe y de la tradición cristiana de los primeros siglos expresaban la verdad sobre la Providencia con el término 'Omnitenens', correspondiente al griego 'Panto-krator', este concepto no tiene la densidad y belleza del 'Pastor' bíblico, como nos lo comunica con sentido tan vivo la verdad revelada. La Providencia Divina es, en efecto, una 'autoridad llena de solicitud' que ejecuta un plan eterno de sabiduría y de amor, al gobernar el mundo creado y en particular 'los caminos de la sociedad humana' (Cfr. Conc. Vaticano II, Dignitatis humanae 3). Se trata de una 'autoridad solícita', llena de poder y al mismo tiempo de bondad. Según el texto del libro de la Sabiduría, citado por el Conc. Vaticano I, 'se extiende poderosamente (fortiter) del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (suaviter)' (8, 1), es decir, abraza, sostiene, guarda y en cierto sentido nutre, según otra expresión bíblica sobre la creación.

3. El libro de Job se expresa así:
'Dios es sublime en su poder / ¿Qué maestro puede comparársele?/ El atrae las gotas de agua, / y diluye la lluvia en vapores,/ que destilan las nubes,/ vertiéndolas sobre el hombre a raudales/ Pues por ellas alimenta a los pueblos / y da de comer abundantemente ' (Job 36, 22. 27-28. 31)

'El carga de rayos las nubes, / y difunde la nube su fulgor/ para hacer lo que El le ordena / sobre la superficie del orbe terráqueo' (Job 37, 11-12)

De modo semejante el libro del Sirácida:
'El poder de Dios dirige al rayo/ y hace volar sus saetas justicieras' (Sir 43, 14)

El Salmista, por su parte, exalta la 'estupenda potencia', la 'bondad inmensa', el 'esplendor de la gloria' de Dios, que 'extiende su cariño a todas sus criaturas', y proclama:

'Los ojos de todos te están aguardando, Tú les das la comida a su tiempo; abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente' (Sal 144, 5-7. 15 y 16)

Y también:
'Haces brotar hierba para los ganados / y forraje para los que sirven al hombre;/ él saca pan de los campos/ y vino que alegra el corazón,/ y aceite que da brillo a su rostro, / y alimento que le da fuerzas' (Sal 103, 14-15)

4. La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como suprema autoridad del mundo, la cual, llena de solicitud por todas las criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve de la fuerza eficiente de las causas creadas. Precisamente en esto se manifiesta la sabiduría creadora, de la que se puede decir que es soberanamente previsora, por analogía con una dote esencial de la prudencia humana. En efecto, Dios que transciende infinitamente todo lo que es creado, al mismo tiempo, hace que el mundo presente ese orden maravilloso, que se puede constatar, tanto en el macro-cosmos como en el micro-cosmos. Precisamente la Providencia, en cuanto Sabiduría transcendente del Creador, es la que hace que el mundo no sea 'caos', sino 'cosmos'.

'Todo lo dispusiste con medida, número y peso' (Sab 11, 20).

5. Aunque el modo de expresarse la Biblia refiere directamente a Dios el gobierno de los cosas, sin embargo, queda suficientemente clara la diferencia entre la acción de Dios Creador como Causa Primera, y la actividad de las criaturas como causas segundas. Aquí con una pregunta que preocupa mucho al hombre moderno: la que se refiere a la autonomía de la creación, y por tanto, al papel del artífice del mundo que el hombre quiere desempeñar. Pues bien, según la fe católica, es propio de la sabiduría transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como providencia, y simultáneamente que el mundo creado posea esa 'autonomía', de la que habla el Concilio Vaticano II. En efecto, por una parte Dios, al mantener todas las cosas en la existencia, hace que sean lo que son: 'por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias de un propio orden regulado' (Gaudium et Spes 36). Por otra parte, precisamente por el modo con que Dios rige el mundo, éste se encuentra en una situación de verdadera autonomía que 'responde a la voluntad del Creador' (Ib.).

La Providencia Divina se manifiesta precisamente en dicha 'autonomía de las cosas creadas', en la que se revela tanto la fuerza como la 'dulzura' propias de Dios. En ella se confirma que la Providencia del Creador como sabiduría transcendente y para nosotros siempre misteriosa, abarca todo ('se extiende de uno al otro confín'), se realiza en todo con su potencia creadora y su firmeza ordenadora (fortiter), aun dejando intacta la función de las criaturas como causas segundas, inmanentes, en el dinamismo de la formación y el desarrollo del mundo como puede verse indicado en ese 'suaviter' del libro de la Sabiduría.

6. En lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee, pues, desde el principio y constitutivamente, en cuanto que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, un lugar totalmente especial. Según el libro del Génesis, fue creado para 'dominar', para 'someter la tierra' (Cfr. Gen 1, 18). Participando como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura, en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta manera en 'providencia' para sí mismo, según la hermosa expresión de Santo Tomás (Cfr. S.Th. I q, 22, a.2, ad 4). Pero por la misma razón gravita sobre él desde el principio una peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante las criaturas y, en particular, ante los otros hombres.

7. Estas nociones sobre la Divina Providencia que nos ofrece la tradición bíblica del Antiguo Testamento, están confirmadas y enriquecidas por el Nuevo. Entre todas las palabras de Jesús que el Nuevo Testamento registra sobre este tema, son particularmente impresionantes las que narran los evangelistas Mateo y Lucas: 'No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos?. Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura' (Mt 6, 31-33; cfr. también Lc 21, 18).

'¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos pajaritos' (Mt 10, 29-31; cfr. también Lc 21, 18).

'Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?' (Mt 6, 26-30; cfr. también Lc 12, 24-28).

8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la Providencia Divina contenida en el Antiguo Testamento, sino que lleva más a fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres, tratado por Dios con la delicadeza exquisita de un padre.

Sin duda eran magníficas las estrofas de los Salmos que exaltaban al Altísimo como refugio, baluarte y consuelo del hombre: así p.e., en el Salmo 90: 'Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcazar mío, Dios mío, confío en Ti Porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa Se puso junto a Mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación' (Sal 90, 1-2. 9. 14-15).

9. Son expresiones bellísimas; pero las palabras de Cristo alcanzan una plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las pronuncia el Hijo que 'escrutando' todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da testimonio perfecto del misterio de su Padre; misterio de Providencia y solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto más al hombre!. Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él. En esta página evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de los valores que está presente desde el principio del libro del Génesis, en la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas. Lo tiene en su naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.

10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don recibido de la Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido, de la materia y de la utilidad. Debe buscar sobre todo 'el reino de Dios y su justicia', porque 'todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le darán por añadidura' (Cfr. Mt 6, 33).

Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla el hombre, ser racional y libre.
(Juan Pablo II, Audiencia general, Catequesis 14.V.86.)

Ha dado 9 catequesis sobre la Providencia:

La Revelación de la Providencia

La Providencia en la Biblia

La Providencia: poder y sabiduría amorosa

Providencia y libertad del hombre

Providencia y predestinación

Problema del mal y del sufrimiento

Jesús, respuesta al problema del mal

Providencia de Dios y dominio del mundo por el hombre

Relaciones entre el Reino de Dios y el progreso del mundo

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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La confianza en la divina providencia (Mt 6,24-34)

Introducción
En el evangelio de hoy Jesucristo sigue, como en los domingos anteriores, explicando la esencia de la ley nueva, contraponiéndola a la ley antigua.

Los escribas y fariseos, que se consideraban a sí mismos intérpretes autorizados de la Antigua Ley, consideraban que ésta los facultaba para buscar las riquezas indiscriminadamente. Jesucristo los va a apostrofar duramente por su amor al dinero (cf. Mt 23,1-39). Y San Lucas dice expresamente que eran ‘amigos del dinero’ y que se burlaban de Jesús precisamente cuando dice que no se puede servir a Dios y a Mamona (Lc 16,13-14). Para decir ‘amigos del dinero’, Lucas usa la palabra philárgyros que está formada por la palabra philós, que significa ‘amigo’, ‘amante’, y la palabra argýrios, que significa ‘dinero’. Por eso dice Swanson que philárgyros significa “relativo a tener gusto o amor por el dinero, es decir, ser tacaño, codicioso, avaro”*1.

El evangelio de hoy, como todo el sermón de la montaña, se inscribe en esta línea de confrontación con la corrupción de los escribas y fariseos y confrontación con la imperfección de la antigua ley.

1. Mamona
Lo primero que hace Jesucristo es advertir acerca de la tendencia innata del hombre a hacer del dinero un dios. La frase exacta del evangelio de hoy es: “No se puede servir a Dios y a mamona” (Mt 6,24). El solo uso de la palabra mamona ya está indicando que Jesús personifica al dinero y le da la consistencia de un dios. Esta afirmación se desprende de la siguiente investigación.

El evangelio usa cuatro palabras distintas para indicar las riquezas o el dinero. Ellas son: ploûtos, ‘riqueza’, de donde proviene, por ejemplo, la palabra ‘plutocracia’, que es el gobierno de los que tienen riquezas. Luego, jrémata, ‘riqueza’. Luego, mamona, ‘dinero’. Luego, argýrios, ‘dinero’. A las cuatro palabras el evangelio las pone en boca de Jesús en distintas oportunidades.

Por ejemplo, en Mt 13,22 (y sus paralelos Mc 4,19 y Lc 8,14) Jesucristo describe el tercer terreno de la parábola del sembrador como aquellos que hacen que la palabra de Dios se ahogue porque se dejan seducir por las riquezas. Aquí usa la palabra ploútos.

En Mc 10,23 (y su paralelo de Lc 18,24), con ocasión de la conversación con el joven rico, dice: “Qué difícil es entrar en el Reino de Dios para los que tienen riquezas”. Aquí usa la palabra jrémata.

Y en Lc 9,3 les dice a los Doce cuando los envía en misión: “No llevéis dinero”. Aquí usa la palabra argýrion.

Por lo tanto, Jesucristo expresa la realidad ‘riqueza’ o ‘dinero’ con distintas palabras. ¿Por qué en el evangelio de hoy se usa mamona? Porque mamona es una palabra caldea o fenicia transliterada al griego que designa al dinero, pero que muchas veces era personificado, al igual que el Ploûtos de los griegos*2. Ploûtos para los griegos era el Dios-Dinero. Mamona para los caldeos y los fenicios era, también, el Dios-Dinero. Por lo tanto, Jesucristo se refiere al Ídolo-Dinero, un ente material al cual se le rinde culto como a Dios. Y detrás de cada ídolo hay siempre un demonio. Por eso, Mamona puede designar también el demonio del dinero, es decir, ‘al santo patrono demoníaco’ del dinero. O más aún, al demonio que, bajo el nombre de Mamona, se hace adorar bajo la realidad del dinero.

Esto se confirma por el hecho de que el NT usa varias veces el verbo ‘servir’ (en griego, douleîn) como sinónimo de ‘rendir culto a Dios’. Por ejemplo, Hech 20,19; Rm 12,11 y Tes 1,9.

Entonces, el Mamona al cual se refiere hoy Jesucristo es el Dios-Dinero, el Ídolo-Dinero, al cual el hombre de todos los tiempos siempre se ha sentido inclinado a rendirle culto y sacrificarle, haciendo incluso para él sacrificios humanos.

En otras dos ocasiones usa Jesucristo la palabra mamona, ambas en el contexto de la parábola del administrador injusto (Lc 16,9. 11). En una, habla de ‘la mamona de la injusticia’ (mamona tês adikías). En la otra, del ‘mamona injusto’ (mamonâ ádikos).

Por eso, es correctísima la conclusión que extrae Trilling: “Para Jesús la riqueza siempre es «injusta», un poder casi demoníaco, que gana el corazón y lo tiene encadenado. El que es víctima de la riqueza, también lo es del diablo”*3.

El drama del hombre se encuentra en esta formidable disyuntiva: por un lado, lleva dentro de sí la herida del pecado original consistente en ‘la concupiscencia de los ojos’ (1Jn 3,16), es decir, el deseo desmesurado de tener cosas materiales. Y por otro, tiene la necesidad, propia de su indigencia, de cubrir sus necesidades para poder vivir. Por un lado, necesita lo material para vivir; pero, por otro, tiene una inclinación innata (es decir, que la tiene desde su nacimiento) a exagerar las necesidades para vivir y aspirar a la acumulación de bienes como un medio de buscar la felicidad absoluta, solo en esta tierra y para esta tierra. Es allí donde el dinero se convierte en un Dios. El fin último del hombre ya no está en el gozar eternamente de Dios en el cielo, sino en el gozar el confort y la comodidad en este tiempo presente, en esta vida temporal.

El mundo de hoy, la sociedad de hoy, en general, vive en esta adoración del dinero como a Dios. El mejor de los ejemplos es el hecho del triunfo de aquel sistema económico que se ha denominado ‘capitalismo’ y que gobierna todas las economías del mundo. El P. Julio Meinvielle escribía, ya en 1936: “Hay una perversidad esencial en el capitalismo, cualquiera sea su especie, pues es éste un sistema fundado sobre un vicio capital que los teólogos llaman avaricia. Busca el acrecentamiento sin límites de las riquezas como si fuese éste un fin en sí, como si su pura posesión constituyese la felicidad del hombre. Enseña el Angélico: ‘La avaricia consiste en un deseo inmoderado de poseer las cosas exteriores’ (Suma Teológica, II-II, q.118, a. 2).

“Precisamente, es esta concupiscencia del lucro la que constituye la esencia de la economía moderna. No que la avaricia sólo haya existido en ella; siempre ha habido avaros (…); pero nunca como en ella, este impulso perverso que anida en la carne pecadora del hombre se ha organizado en un sistema económico, nadie como ella ha hecho de un pecado una babélica construcción. (…) En resumen, que el capitalismo es como la erupción de toda una familia de pecados, es el reino de Mammona. Y esto se aplica tanto al capitalismo liberal como al marxista”*4.

El Papa Francisco tiene esta misma visión del P. Meinvielle, pero fustiga el sistema económico mundial con palabras mucho más duras. Veamos algunas de estas expresiones del Papa Francisco.

“Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”*5.

“Hace casi cien años, Pío XI preveía el crecimiento de una dictadura económica mundial que él llamó «imperialismo internacional del dinero» (Carta Enc. Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, 109). Toda la doctrina social de la Iglesia y el magisterio de mis antecesores se rebelan contra el ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y aterroriza a la humanidad”*6.

2. La confianza en la Providencia divina
Esta aberración de la adoración del dinero que se da en los círculos más altos del Gobierno Mundial y se va difundiendo cada vez más en los círculos más bajos quizá no esté presente en la vida diaria del católico medio. Sin embargo, su peligro es lo que el P. Castellani llama la Solicitud Terrena. Lo escribe con mayúsculas porque, si bien no es una adoración del Dios Dinero, sin embargo, reviste una gravedad que puede frustrar también la vocación del bautizado a la vida eterna por el rechazo final de la invitación a la salvación a causa de la búsqueda inmoderada de las riquezas.

Esto está detallado en la descripción que Jesucristo hace del tercer terreno en la parábola del sembrador. El sembrador es Cristo. La semilla de trigo es la palabra de Dios, es decir, el anuncio del Evangelio. El terreno es el tipo de alma. El tercer terreno es bueno y fecundo y recibe bien la semilla de trigo; pero en ese terreno hay pequeñas plantitas de abrojos; crecen los abrojos, ahogan la planta de trigo, y el trigo se pasma y no da fruto, nada de fruto. Esto representa al alma que recibe bien la palabra, el anuncio del Evangelio. Pero ‘las preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ que no supo erradicar en su momento, ahora han ahogado la palabra de Dios y no han dado fruto, nada de fruto. El no dar fruto significa la condenación eterna.

Éste terreno representa a muchos católicos que han aceptado el anuncio del Evangelio y han recibido el bautismo. Han adelantado en la vida espiritual, han hecho crecer la palabra de Dios en sus almas, pero finalmente ‘las preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ ahogan la palabra de Dios y los lleva a hacer su elección por las riquezas y rechazan la salvación que Dios les ofrece.

La expresión griega que se traduce por ‘preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ es he mérimna toû aiônos kaì he apáte toû ploútou. La palabra griega mérimna, que traducimos por ‘preocupaciones’ proviene del verbo merídso, que significa ‘dividir’. Por eso, la palabra mérimna expresa aquellas cosas que exigen la atención del alma en distintas direcciones y al mismo tiempo, de tal manera que hacen que el alma viva dividida, solicitada por varios objetos a la vez. De aquí proviene la ansiedad y el afán inmoderado. Y se trata de objetos todos relativos al tiempo presente. En efecto, aión significa ‘siglo’, ‘tiempo presente’. No hay ninguna referencia a la eternidad; todo se refiere a la vida estrictamente temporal. Se trata de un afán inmoderado por las cosas necesarias para nuestra vida temporal.

La palabra apáte significa ‘engaño’, ‘seducción’.
Esto es cuanto puede sucederle a un católico medio, sin necesidad que haya caído en la adoración del Dios Dinero: dejarse arrastrar por las múltiples necesidades materiales para vivir el tiempo presente, y de allí, dejarse engañar y seducir por el deseo inmoderado de dinero y de riquezas. Esta es una situación real y muy posible en cualquiera de nosotros y, por lo tanto, debe ser tenida muy en cuenta y luchar para evitarla.

Precisamente esto es lo que hace Jesucristo en el evangelio de hoy: advertir al cristiano que las preocupaciones excesivas por las necesidades del tiempo presente lo pueden llevar al deseo inmoderado de riquezas, y el deseo inmoderado de riquezas lo puede llevar a la condenación eterna.

¿Cuál es la solución a esta situación? La confianza absoluta en la bondad de Dios Padre que no hará que nos falte lo necesario para nuestra vida aquí en la tierra mientras nosotros tendamos con todas nuestras fuerzas a alcanzar la vida eterna: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”.

La falta de confianza en el amor del Padre y en la Providencia divina es la causa principal de la ausencia de bendiciones tanto en una persona como en una familia. Jesucristo, en sus revelaciones a Santa Faustina Kowalska insiste numerosas veces en la necesidad de esta confianza para poder recibir las bendiciones de Dios. La confianza, según estas revelaciones, es el recipiente de la misericordia y de las bendiciones de Dios. Le dijo Jesucristo a Santa Faustina Kowalska: “Di a las almas que de esta Fuente de la Misericordia las almas sacan gracias exclusivamente con el recipiente de confianza. Si su confianza es grande, Mi generosidad no conocerá límites”*7.

La falta de confianza en la Providencia divina equipara al cristiano al pagano, aquel que no conoce a Dios y, por lo tanto, no puede rendirle culto.

3. El peligro de la Solicitud Terrena en otros ámbitos
Otra de las variantes que puede darse en esa falta de confianza en la acción providente de Dios es el escándalo ante la presencia del mal en el mundo y de acontecimientos desgraciados. Sin embargo, hay que saber que todo, absolutamente todo, Dios lo ordena para el bien de los elegidos. No hay ningún acontecimiento de este mundo, por malo y perverso que sea, que Dios no lo ordene para el bien de los que se van a salvar.

Son dos los principios que nos permiten descubrir esta verdad. En primer lugar, el texto de Rm 8,28: “Todo coopera para el bien de los que aman a Dios”. Cuando el Espíritu Santo dice ‘todo’ debe entenderse de un modo literal. “Al decir todas las cosas, no exceptúa nada. Por tanto, aquí entran todos los acontecimientos, prósperos o adversos, lo concerniente al bien del alma, los bienes de fortuna, la reputación, todas las condiciones de la vida humana (familia, estudio, talentos, etc), todos los estados interiores por los que pasamos (gozos, alegrías, privaciones, sequedades, disgustos, tedios, tentaciones, etc.), hasta las faltas y los mismos pecados.

Todo, absolutamente todo. Al decir se disponen para el bien, se entiende que cooperan, contribuyen, suceden, para nuestro bien espiritual. Hay que tener esta visión y no la del carnal o mundano. Hay que ver todo a la luz de los designios amorosos de la Providencia de Dios, que sólo el hombre espiritual descubre: el espiritual lo juzga todo (1 Cor 2,15). Debemos creer con firmeza inquebrantable que aun los acontecimientos más adversos y opuestos a nuestra mira natural, son ordenados por Dios para nuestro bien, aunque no comprendamos sus designios e ignoremos el término al que nos quiere llevar”*8.

El segundo principio que nos permite saber que Dios está presente providentemente en cada acontecimiento del mundo es el establece San Agustín: “El Dios Todopoderoso, por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal”*9. Dios no quiere el mal, pero lo permite. ¿Por qué lo permite, si Él es un Dios bueno? Porque es poderoso para sacar bien del mal*10.

El cristiano que aceptó plenamente la palabra de Dios en un corazón libre de abrojos, libre de las preocupaciones del siglo y de la seducción de las riquezas, vive en esta continua acción de gracias y alegría de saber que Dios dirige el mundo de una manera concreta y particular, a pesar de las oposiciones de los hombres. El Catecismo de la Iglesia Católica cita a una mística inglesa no beatificada, Juliana de Norwich, quien en sus escritos insiste continuamente sobre esta visión sobrenatural*

11. A esta mística el Papa Benedicto XVI le dedicó una catequesis*12. Ella dice: “En mi locura anterior, me preguntaba a menudo por qué la gran sabiduría presciente de Dios no había impedido el comienzo de pecado. Pues, entonces, me parecía, todo habría andado bien. (…) Pero Jesús, que en esta visión me enseñó todo lo que me era necesario, respondió con estas palabras: ‘El pecado es necesario, pero todo acabará bien, todo acabará bien, y sea lo que sea, acabará bien’”. Y también: “El Señor me dijo: ‘Puedo transformar todo en bien, sé transformar todo en bien, quiero transformar todo en bien, haré que todo esté bien; y tú misma verás que todo acabará bien’”*13.

Sólo en el cielo veremos los caminos por los que Dios condujo a los elegidos a la salvación final*14.

El P. Pio de Pietrelcina decía que la historia del mundo es como un tapiz que Dios teje. Nosotros desde aquí, desde la tierra, vemos el reverso del tapiz y, por lo tanto, sus puntadas nos parecen inconexas. Pero un día veremos el tapiz desde arriba, veremos el derecho del tapiz y nos daremos cuenta que cada puntada de ese tapiz contribuyó a hacer una obra maravillosa.

Conclusión
Ninguno de nosotros debe despreciar la inquietante realidad de que todos llevamos en nuestra alma, como consecuencia del pecado original, la ‘concupiscencia de los ojos’ (1Jn 3,16), es decir, la tendencia al amor desordenado a los bienes materiales. Es un abrojo, una mala planta que debe ser arrancada apenas aparece. Si no se hace esto, se corre el riesgo de que un día la maleza ahogue la planta de trigo y no se dé el fruto esperado: la salvación eterna.

San Pablo nos exhorta: “Los quiero a ustedes libres de preocupaciones” (1Cor 7,32). Literalmente, en griego, dice: “Quiero que ustedes sean a-merímnoi”. Es la contrapartida de la palabra mérimna, que son las preocupaciones del siglo. El cristiano debe ser el a-merímnos por excelencia, es decir, el libre de preocupaciones por las cosas del tiempo presente.
Pidámosle esa gracia a la Santísima Virgen.

Notas
*1- Swanson, nº 5796, en Multiléxico, nº 5366.
*2- Schenkl, f. – Brunetti, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 529.
*3- Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, comentario a Mt 6,24, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
*4- Meinvielle, J., Concepción Católica de la Economía, Edición de los Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1936, p. 7-11.
*5- Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, nº 55.
*6- Papa Francisco, Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el encuentro mundial de movimientos populares, Aula Pablo VI, Sábado 5 de noviembre de 2016. Otros textos del Papa Francisco: “Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. (…). Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas” (Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, nº 56). “¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás. ¡Cuánto dolor y cuánto miedo! Hay -lo dije hace poco-, hay un terrorismo de base que emana del control global del dinero sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera” (Papa Francisco, Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el encuentro mundial de movimientos populares, Aula Pablo VI, Sábado 5 de noviembre de 2016).
*7- Santa Faustina Kowalska, Diario, nº 1602.
*8- Buela, C., Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado, nº 67.
*9- San Agustín, Enchir. 11,3, citado en Catecismo de la Iglesia Católica, nº 311.
*10- Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su pro­videncia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas. (…) Del mayor mal moral que ha sido co­metido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf. Rm 5,20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 312).
*11- Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 313.
*12- Cf. Benedicto XVI, Juliana de Norwich, Audiencia General del miércoles 1 de diciembre de 2010.
*13- Juliana de Norwich, Libro de visiones y revelaciones, Editorial Trotta, Madrid, 2002, p. 94. 101.
*14- A propósito, dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con fre­cuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios ‘cara a cara’ (1Cor 13,12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf. Gén 2,2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 314).

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Aplicación: Benedicto XVI - Invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios

La liturgia de hoy se hace eco de una de las palabras más conmovedoras de la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo nos la ha dado a través de la pluma del llamado «segundo Isaías», el cual, para consolar a Jerusalén, afligida por desventuras, dice así: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49, 15). Esta invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios se nos presenta también en el pasaje, igualmente sugestivo, del evangelio de san Mateo, en el que Jesús exhorta a sus discípulos a confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo, y conoce todas nuestras necesidades (cf. 6, 24-34).

Así dice el Maestro: «No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso».

Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos.

En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios.

Queridos amigos, a la luz de la Palabra de Dios de este domingo, os invito a invocar a la Virgen María con el título de Madre de la divina Providencia. A ella le encomendamos nuestra vida, el camino de la Iglesia y las vicisitudes de la historia. En particular, invocamos su intercesión para que todos aprendamos a vivir siguiendo un estilo más sencillo y sobrio en la actividad diaria y en el respeto de la creación, que Dios ha encomendado a nuestra custodia.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, domingo 27 de febrero de 2011)

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Aplicación: Benedicto XVI - La divina Providencia

En el centro de la liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más consoladoras: la divina Providencia. El profeta Isaías la presenta con la imagen del amor materno lleno de ternura, y dice así: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (49, 15). ¡Qué hermoso es esto! Dios no se olvida de nosotros, de cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Qué buen pensamiento…

Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelo en la página del Evangelio de Mateo: «Mirad los pájaros del cielo —dice Jesús—: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta… Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos» (Mt 6, 26.28-29).

Pero pensando en tantas personas que viven en condiciones precarias, o totalmente en la miseria que ofende su dignidad, estas palabras de Jesús podrían parecer abstractas, si no ilusorias. Pero en realidad son más que nunca actuales. Nos recuerdan que no se puede servir a dos señores: Dios y la riqueza. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Debemos escuchar bien esto. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente.
Un corazón ocupado por el afán de poseer es un corazón lleno de este anhelo de poseer, pero vacío de Dios. Por ello Jesús advirtió en más de una ocasión a los ricos, porque es grande su riesgo de poner su propia seguridad en los bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios.

En un corazón poseído por las riquezas, no hay mucho sitio para la fe: todo está ocupado por las riquezas, no hay sitio para la fe. Si, en cambio, se deja a Dios el sitio que le corresponde, es decir, el primero, entonces su amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, incluso recientes, en la historia de la Iglesia. Y así la Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los demás, nuestro compartir con los demás. Si cada uno de nosotros no acumula riquezas sólo para sí, sino que las pone al servicio de los demás, en este caso la Providencia de Dios se hace visible en este gesto de solidaridad. Si, en cambio, alguien acumula sólo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios? No podrá llevar las riquezas consigo, porque —lo sabéis— el sudario no tiene bolsillos. Es mejor compartir, porque al cielo llevamos sólo lo que hemos compartido con los demás.

La senda que indica Jesús puede parecer poco realista respecto a la mentalidad común y a los problemas de la crisis económica; pero, si se piensa bien, nos conduce a la justa escala de valores. Él dice: «¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?» (Mt 6, 25).

Para hacer que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el trabajo, la salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre que está en el cielo y, por lo tanto, hermanos entre nosotros, y nos comportemos en consecuencia. Esto lo recordaba en el Mensaje para la paz del 1 de enero: el camino para la paz es la fraternidad: este ir juntos, compartir las cosas juntos.

A la luz de la Palabra de Dios de este domingo, invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A ella confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad. En especial, invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos por vivir con un estilo sencillo y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más carecientes.
(Basílica Vaticana, domingo 23 de febrero de 2014)

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Directorio Homilético: Octavo domingo del Tiempo Ordinario

CEC 302-314: la Divina Providencia y su papel en la historia
CEC 2113-2115: la idolatría altera los valores; creer en la Providencia en vez de en la adivinación
CEC 2632: oración de los fieles, peticiones para la llegada del Reino

CEC 2830: creer en la Providencia no significa estar ocioso


V DIOS REALIZA SU DESIGNIO: LA DIVINA PROVIDENCIA
302 La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada “en estado de vía” (“In statu viae”) hacia una perfección última to­davía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:

Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, “alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura” (Sb 8, 1). Porque “todo está desnudo y patente a sus ojos” (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).

303 El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los aconteci­mientos: “Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza” (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: “si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir” (Ap 3, 7); “hay mu­chos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza” (Pr 19, 21).

304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es “una manera de hablar” primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10, 5-15; 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en E1. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf Sal 22; 32; 35; 103; 138).

305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?… Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6, 31-33; cf 10, 29-31).

La providencia y las causas segundas

306 Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.

307 Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de “someter” la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente “colaboradores de Dios” (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11).

308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque “sin el Creador la criatura se diluye” (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).

La providencia y el escándalo del mal

309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.

310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s. th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfecciGn (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).

311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf S. Agustín, lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1-2, 79, 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:

Porque el Dios Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal (S. Agustín, enchir. 11, 3).

312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su pro­videncia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: “No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios… aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir… un pueblo numeroso” (Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12-18 Vg.). Del mayor mal moral que ha sido co­metido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.

313 “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28). E1 testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad:
Así Santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin” (dial.4, 138).

Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (carta).

Y Juliana de Norwich: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien…” “Thou shalt see thyself that all MANNER of thing shall be well ” (rev.32).

314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con fre­cuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.

2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6,24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (cf Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5,20; Ef 5,5).

2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es el que “aplica a cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción de Dios” (Orígenes, Cels. 2,40).


Adivinación y magia

2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en ponerse con confianza en las manos de la Providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. La imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.

2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.

2830 “Nuestro pan”. El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:

A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).


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Ejemplos

La leyenda del rey Midas

La historia de Heidi

La dulzura de la miel
Pensemos, mis hermanos, si la mosca cuando llega atraída por la dulzura de la miel, no se metiere de pies en ella si no que con la boca tomase solamente lo que ha de menester para su hambre, saldría libre y volaría a otra parte. Pero como no se contenta con esto, sino que llevada por su placer se mete en la miel toda entera, queda presa y allí halla la muerte donde buscaba el gusto.
Así les pasa a muchos con las riquezas de la vida. Si se contentaran con usar de ellas para sus necesidades volarían fácilmente hasta Dios. Pero como no se contentan con esto sino que usan y abusan de ellas para gozar y para pasarlo bien, por eso quedan presos de ellas y en ellas encontrarán la muerte eterna.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 636)

(Cortesía: iveargentina.org y otros)


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