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Domingo 17 del Tiempo Ordinario A - 'El Reino de Dios es como un Tesoro escondido' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 

 

A su disposición:
Exégesis: José Ma. Solé Roma - Sobre las tres lecturas

Comentario a las tres lecturas: Hans Urs von Balthasar - Lo nuevo y lo antiguo

Comentario: Salvador Cabré - No se trata solamente de ser seguidores. Se trata ante todo de ser descubridores.

Comentario: El Tesoro del hombre

Santos Padres: Orígenes - Las perlas finas conducen a la perla de gran valor

Aplicación: Santos Benetti - Buscar el Reino

Aplicación: P. R. Cantalamessa OFMCap - Tesoro y Perlas

Ejemplos

 

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo


Exégesis: José Ma. Solé Roma - Sobre las tres lecturas

Sobre la Primera Lectura (1 Reyes 3, 5. 7-12)
Se nos narra una célebre aparición de Dios a Salomón:
Gabaón era una ciudad levítica de la tribu de Benjamín (Js 9, 3). Era de antiguo "Lugar Santo" poseía una Piedra o monumento conmemorativo (Sm 20, 8).
Salomón ha subido a Gabaón para inmolar víctimas a Yahvé en aquel Lugar Santo. Dios le favorece con una visión en sueños (5).
Es digna de ser imitada la prudente oración del Rey. Dios no puede menos de atender la súplica tan oportuna y desinteresada que hace Salomón, Pide tres gracias: a) "Da a tu siervo un corazón que escuche atento". b) Rectitud para juzgar al pueblo. c) Prudencia para discernir el bien y el mal (9). Un corazón atento: significa docilidad y disponibilidad a la voluntad de Dios. Un juicio recto y justo y un discernimiento adecuado son virtudes indispensables del gobernante.
Dios premia a Salomón porque no ha pedido bienes caducos, sino que ha pedido Sabiduría. Dios le infunde este don con tanta abundancia que SaIomón quedará en la tradición judía como prototipo de la Sabiduría y pasará a la historia corno el Rey Sabio. De ahí también que hayan sido atribuidos a Salomón varios libros sapienciales de la Escritura: "Te concedo lo que has pedido. Te doy un corazón sabio e inteligente de modo que no haya habido delante de ti otro semejante ni haya semejante a ti después de ti. y aun lo que no pediste te daré: riqueza y gloria" (12). Vemos que cuando buscamos el Reino de Dios lo demás se nos da por añadidura.

Sobre la Segunda Lectura (Romanos 8, 28-30)
Sigue exponiendo San Pablo la riqueza que entraña nuestra justificación o redención. Y llega a lo que en este orden de gracia representa el punto culminante, la dádiva más preciosa: Esta dádiva suma de Dios tiene un cúmulo invalorable de riquezas: Conocidos ab aeterno, predestinados, elegidos, llamados, justificados, agraciados, gloriflicados...Eslabones de la acción salvífica de Dios. El amor de Dios es un amor eterno, eficaz, seguro, inefable infalible, infinito. Lo llamamos Amor Salvífico. Tiene por objeto hacer de cada uno de nosotros un hijo de Dios.(29)-El plan de Dios nos ve, nos piensa, nos ama "amoldados a la Imagen, su Hijo" (29). Cristo es Imagen perfecta del Padre (Col 1, 15), es su Hijo. Dios desde la eternidad tiene este plan de amor: Hacernos partícipes de la filiación de Cristo (Ef 1, 5); darnos el Espíritu del Hijo (Gál 4, 6); revestirnos de Cristo, formar a Cristo en nosotros: "Somos una obra de Dios, creados Cristo Jesús" (El 2, 9). En virtud de este plan de amor somos hijos de Dios en su Hijo; sos a imagen de Dios en su Imagen. De este modo Cristo es el "Primogénito entre rnuchos hermanos" (29). Ante tan maravillosa generosidad de Dios debemos estallar en gratitud de amor y glorificación: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos predestinó por Jesucristo a la filiación divina por solo beneplácito de su voluntad. Para que alabemos la gloria de su gracia con la cual nos agraci�� en el Amado" (Ef 1, 3. 6). La Liturgia en su meta y en su cima eso es: Latría y Eucaristía para Dios, gracia, filiación y vida divina para nosotros: Agraciados en el Amado.
De parte de Dios no cabe fallo en su plan de amor. Desde nuestra elección en su eternidad hasta nuestra glorificación en su eternidad, el decreto de Dios no sufre nunca titubeo ni quiebra. Elección, vocación, glorificación: Todo de parte de Dios está concatenado. Y Pablo, que aquí mira la salvación desde la perspectiva de Dios, nos la da como segura e indubitable, Pero mientras somos viadores queda que el hombre puede salirse del plan de Dios y perderse. De ahí que lo que más nos interesa y lo que con más anhelo debemos pedir a Dios es: "Da, Señor, a tu siervo un corazón que escuche atento". Este corazón atento es un alma siempre dócil a la gracia de Dios, sinceramente abierta y dispuesta a aceptar y cumplir la divina voluntad. Quien se entra en la zona de esta voluntad salvífica no puede perderse.

Sobre el Evangelio (Mateo 1, 44-52)
Prosigue Jesús adoctrinando en parábolas y revelando con ellas el Misterio del Reino.Las dos parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa pretenden desvelamos el valor y riqueza del Reino. Y en consecuencia, la generosidad con que a todo debernos renunciar para hacernos con tal tesoro precioso y con tal perla valiosa. En la parábola de la Red (47-50), igual que su gemela de la cizaña (24-30), se refiere al ministerio de los llamados al apostolado. Implica a la vez la responsabilidad de éstos de entregarse al servicio del Reino y la de los oyentes de ser dóciles y fieles al mensaje de la fe.
También la conclusión que cierra el florilegio de las parábolas (51-52) se dirige primordialmente a los llamados al servicio del Reino y a la predicación del Mensaje. Deben completar las enseñanzas del A.T. con las del Evangelio de Cristo. El A.T. sin Cristo carece de sentido y de meta. El A.T. es utilísimo al predicador del Evangelio. Incluso es también Evangelio cuando se lee y se medita a la luz de Cristo. Los predicadores de la fe son calificados por Jesús doctos y prudentes (52) si al exponer las Escrituras saben orientarlas a Cristo; y si al predicar el Evangelio saben iluminarlo con la luz con que lo preparan los Profetas: "Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, lo completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda verdad salvadora" (Dei Verbum 7).
Viejo Testamento y Evangelio se han como raíz y fruto. No se oponen; se armonizan y se plenifican.
Evidentemente el "tesoro" y la "perla" preciosa es Cristo mismo; y es su Evangelio.
Para quien abre los ojos de la fe, Cristo es: Verdad y Vida; Maestro y Redentor; Riqueza y Gozo sumo.
Y con gusto se renuncia todo para poseer a Cristo (Flp 3, 8).
Tal tesoro y tal perla bien merece este gesto del bienamado buscador: "Va y vende todo" (Mt 13, 44). A todo renuncia gozosísimo.
Nos vienen a la memoria las escenas de la vocación de los Apóstoles con el gozo que les salta del alma: "Hemos hallado al Mesías" (In 1, 39.41.45).
Innúmeros seguidores de Cristo han experimentado este gozo: Gozo siempre nuevo y recién estrenado, porque Cristo u vida infinita y eterna.
(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979).

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Comentario a las tres lecturas: Hans Urs von Balthasar - Lo nuevo y lo antiguo

1. Poner todo en juego.

En el evangelio de hoy Jesús expone de nuevo tres parábolas muy claras sobre el reino de los cielos. Las dos primeras se asemejan en lo que cuentan y en lo que exigen a los oyentes: el tesoro que el labrador encuentra escondido en el campo y la perla de gran valor hallada por el comerciante en perlas finas, exigen a sus respectivos descubridores, el labrador y el comerciante, ya por cálculos y miras puramente terrenales, vender todo cuanto tienen para poder adquirir algo que es mucho más valioso. Actuar así no es en el fondo un riesgo, es casi pura astucia humana. El que comprende el valor de lo que le ofrece Jesús, no dudará en desprenderse de todos sus bienes, en convertirse en un pobre en el espíritu y en la fe pura para adquirir lo que se le ofrece. «Bienaventurados los pobres en el espíritu (es decir, aquellos que están dispuestos a renunciar a todo), porque de ellos es el reino de los cielos». Pero no todos los hombres encuentran el tesoro y la perla, no todos los hombres se deciden a arriesgarlo todo. Por eso, como el domingo pasado, aparece una tercera parábola que, de la decisión temporal, saca la consecuencia de la separación escatológica: la red se saca sobre la playa y los peces malos se tiran. Esto significa que tras la oferta de Dios, la posibilidad irrepetible, se encuentra la seria advertencia de no desaprovecharla. Se trata de ganar o perder todo el sentido de la existencia humana. Como el labrador y el mercader que, por pura astucia, no dudan ni un momento, así también el cristiano que ha comprendido de qué se trata aprovechará enseguida la ocasión.

2. ¿Habéis entendido todo esto?

Los discípulos le respondieron: Sí, gracias quizá a la plena inteligencia que han adquirido tras la Pascua. Pues en Pascua Jesús les ha explicado el sentido pleno de la Escritura: «Todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí tenía que cumplirse» (Lc 24,44). A la luz de lo nuevo, comprenden la «parábola» de lo antiguo. Y de este modo Jesús, al final de su discurso en parábolas, puede compararse, para los «discípulos del reino», a un «padre de familia que va sacando de un arca lo nuevo y lo antiguo»: lo antiguo aquí no es sin más lo anticuado, lo obsoleto, sino aquello que recibe, a la luz de lo nuevo, un nuevo brillo y una significación más elevada.

3. Nuevo y antiguo.

Las dos lecturas son apropiadas para simbolizar lo nuevo y lo antiguo. Dios se aparece al joven y todavía inexperto rey Salomón y le dice que le pida lo que quiera, que está dispuesto a concedérselo. Salomón le pide que le dé «un corazón dócil para juzgar a su pueblo, para poder discernir el mal del bien». La actitud del rey es la correcta: Salomón renuncia a todo por el tesoro escondido en el campo y por la perla preciosa. Su petición agrada al Señor y Salomón obtiene lo que realmente vale: todo lo demás se le dará por añadidura.

Esto «antiguo» se puede traducir íntegramente en lo «nuevo», donde se ofrecen bienes mucho más preciosos. A los que «aman a Dios», a los que en virtud de su impulso más íntimo se han decidido por Dios, se les dice que su decisión libre estaba ya eternamente englobada y amparada en la decisión de Dios en su favor. Se les dice también que, si realmente aman, son conformados a Cristo y que nada puede apartarles del camino que conduce de la predeterminación a la vocación, a la justificación y a la glorificación eterna. Esto no es la rueda del destino (cfr. St 3,6), sino el círculo cerrado en sí mismo del amor.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 92 s.)


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Comentario: Salvador Cabré - No se trata solamente de ser seguidores. Se trata ante todo de ser descubridores.

La primera lectura de hoy nos habla del rey Salomón: es hijo de David y vivió en pleno siglo X a. de JC. Aprovechó la obra realizada por su padre y supo mantener con gran esplendor a su pueblo sin ninguna guerra. En cambio, creó una red de relaciones internacionales muy enriquecedoras con los reinos vecinos.

El relato que hoy hemos leído nos transporta al día de su entronización. Es un testimonio que nos puede estimular. En aquel primer día de su reinado, supo pedir el regalo más valioso: "Pídeme lo que quieras", le dice el Señor. Entonces, consciente de su responsabilidad como gobernante, Salomón comprende que Israel no es una propiedad particular suya, sino que es el pueblo de Dios y sabe que tendrá que responder ante Dios sobre su administración. Por eso le responde: "Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el bien del mal".

Salomón elige la sabiduría. Para él, este es el mejor regalo que puede recibir del Señor. No le pide riqueza, ni muchos años de vida, ni victorias sobre los enemigos. Le pide sabiduría. El rey conseguirá la gracia que pide, y muchas más.

Jesús, en el evangelio, nos habla de un hombre que encontró un tesoro en un campo. Sabía que aquello le resolvería los problemas para siempre. El campo era muy caro. Pero él lo quería. Recogió todo lo que tenía, todas las demás propiedades, y las vendió. Se quedó sin nada para poder adquirir aquel campo y hacerse con el tesoro.

En cierto modo es como Salomón. Lo olvida todo para conseguir la sabiduría. Para Salomón, la sabiduría es el tesoro escondido.

Nosotros no somos reyes, ni tenemos día de entronización, pero sí tenemos una vida, una vida que necesitamos vivir con plenitud. El mundo nos presenta muchos valores que deslumbran: dinero, fama, poder... Muchos valores también que van cambiando según las modas. Vemos a las personas que se mueven entusiasmadas, ahora con esto, ahora con aquello y, a menudo, después, las encontramos desencantadas, desorientadas, como si volasen sin norte. La vida necesita una razón que coordine todas nuestras actividades, que las impulse, que las ilumine. Necesita un tesoro. Pero muchas veces este tesoro está escondido.

-El tesoro del cristiano. Si no queremos hablar en términos jurídicos, podemos decir que el cristiano no es cualquier persona que haya sido bautizada. Cristiana es la persona que ha encontrado el tesoro auténtico, la persona que ha encontrado a JC. "Tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado a su Hijo único". Aquello que hace que seamos cristianos es habernos encontrado con JC.

No se trata solamente de ser seguidores. Se trata ante todo de ser descubridores. Un descubrimiento que siempre es un don de Dios, aunque normalmente sólo se nos da después de la oración humilde y confiada, después del servicio generoso a los hermanos. Pero es un descubrimiento que, de una vez por todas, ilumina todos los rincones de la existencia y comienza una marcha definitiva, cargada de luz y de amor. Encontrar a JC es ir a lo más profundo, es poner los cimientos, es atarte al eje, es soldarte al cigüeñal.

Encontrar a JC, también es, una vez bien sujeto a Él, dejarte proyectar por Él a una lucha generosa y solidaria en favor de los demás, de manera que todos los intereses personales quedan revitalizados. El tesoro es Él y todo aquello que Él comporta.

Nos ayuda a desprendernos de todos los demás valores, a ponerlos al servicio de la causa más importante. Por esto, quien ha encontrado el auténtico tesoro que es JC no puede dejarse ganar por nadie cuando se trata de hacer un mundo más justo y más fraternal.

En la Eucaristía hoy el Padre nos dice como a Salomón: "Pídeme lo que quieras". Quien encuentra a Jesús se siente libre y experimenta una gran alegría. Se siente acogido por el Amor y libre para amar, libre para dar vida, para darse del todo.

"Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien", nos ha dicho san Pablo.

En la Eucaristía, hoy, JC se nos da una vez más para ser el motor, la luz, la alegría, la vida de nuestra vida. Así se va realizando el proyecto de Aquel que nos predestinó a ser imagen de su Hijo".
(SALVADOR CABRÉ, MISA DOMINICAL 1987/15)

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Comentario: El Tesoro del hombre

-El reinado de Dios: Jesús comenzó su vida pública en Galilea anunciando el reinado de Dios, proclamando su venida, y ése es, sin duda, el contenido de su evangelio. Pero ¿en qué consiste ese reinado y a qué podemos compararlo? Jesús, para enseñar a las gentes el misterio del reinado de Dios, hacía constantemente uso de hermosas parábolas, que tomaba de la vida cotidiana: el reinado de Dios -les decía- se parece a un labrador que halla un tesoro en el campo y luego va y lo esconde de nuevo...; se parece también a un mercader que encuentra una perla fina en el mercado y, después de vender todo lo que tiene..., etc, o a unos pescadores que echan la red barredera y cogen pescados grandes y pequeños y luego, sentándose en la orilla..., etc. Jesús, el Maestro, se acercaba a cada cual hablando su lenguaje: al labrador le recordaba sus labores, al mercader sus negocios, a los pescadores sus faenas, y cuando se dirigía a las amas de casa les hablaba de cómo se hace un remiendo, o de cómo se barre una habitación para encontrar una moneda extraviada... Sin embargo, el mensaje era el mismo para todos. Con su evangelio, con su buena noticia, descendía al terreno que les era en cada caso más conocido, pero les llamaba a todos indistintamente a lo más deseado y a lo que, en el fondo, a todos interesaba en absoluto.

Si nos fijamos en las parábolas de Jesús, observaremos también que en ellas el reinado de Dios se compara siempre a un suceso, y nunca a una cosa. No es propiamente como un tesoro, ni como una perla, ni como una red barredera..., sino que en él sucede algo semejante a lo que le pasa al labrador con el tesoro, al mercader con la perla y a los pescadores con la red que echan al mar. De modo que no sabríamos nada del reinado de Dios, si no supiéramos lo que sucede con todas estas cosas, porque el punto de comparación está en el suceso. Por eso, en las parábolas predomina el relato sobre la descripción. Y de ahí podemos sacar ya la primera enseñanza: lo primero que nos quiere decir Jesús en todas las parábolas, independientemente del argumento, es que nadie puede entrar en el reinado que anuncia como si tomara en propiedad una cosa, adquiriera un estado o una posición, sino más bien como alguien que se enrola decididamente en una dinámica y comienza a vivir una vida nueva. Entrar en el reinado de Dios es tomar parte en la historia de salvación. Los discípulos de Jesús, los que creen en el evangelio peregrinan entre el consuelo y la esperanza, viven entre el "ya" y el "todavía no".

* Se parece a un tesoro...: La nueva vida comienza por la gracia de Dios. El tesoro escondido no lo produce el campo con el esfuerzo del labrador y la perla fina vale más que todo lo que está dispuesto a dar el que la encuentra. Precisamente por eso se trata de una vida nueva, insospechada, más allá de todos nuestros méritos y trabajos, que no podemos producir, que sólo podemos encontrar y recibir. Y por eso es también lo más gratificante, porque es verdaderamente gratuito. De ahí la gran alegría del que la encuentra. Lo inapreciable, lo que no tiene precio, lo que no se puede comprar ni producir, es lo que realmente vale y todo es nada en su comparación.

* Dios es el tesoro del hombre: Desde el punto de vista del hombre que busca, el tesoro viene a ser como una utopía: no sabe dónde está, ni tan siquiera si lo hay en alguna parte. Sólo conoce que lo necesita, sólo siente la inquietud de su corazón: "Donde está tu tesoro allí está tu corazón". Pero ¿dónde tiene el corazón? Por eso busca incesantemente, por eso anda desorientado y errático, por eso busca el sentido de su vida. Pero en estas circunstancias el hombre puede agarrarse al dinero, al poder, a la fama, a la droga, etc. Pero el verdadero tesoro del hombre no es cualquier cosa, sino el mismo Dios. Escondido en nuestro mundo, cubierto por la carne crucificada de Jesús de Nazaret, perdido entre los pobres, identificado con ellos, está el tesoro del hombre. Es ahí donde Dios se ofrece a los que le buscan. Dios mismo se ha hecho el encontradizo en el hombre y para el hombre, aquí en medio de nosotros, Jc es el "lugar de Dios" y el hombre -el otro, el pobre, el hermano- es el "lugar" de encuentro con JC. El tesoro del hombre, lo que da sentido a su vida, ya no es para los creyentes lo que no existe en ninguna parte, ya no es una utopía.

* Llenos de inmensa alegría: El que encuentra a Dios en JC y en aquellos con los que se ha identificado JC, se siente libre de todo a lo que estaba sometido y experimenta una gran alegría. Se siente agraciado por el Amor y libre para el amor. Libre para dar la vida, libre para dar todo lo que es menos que la vida. Y en ese encuentro todo tiene ya sentido, porque ahora sabe dónde tiene el corazón.
(EUCARISTÍA 1981/36)

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Santos Padres: Orígenes - Las perlas finas conducen a la perla de gran valor

El texto que buscaba perlas finas puedes compararlo con éste: Buscad y hallaréis; y con este otro: Quien busca, halla. ¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo, perla a propósito de la cual dice Pablo: Lo perdí todo con tal de ganar a Cristo: al decir «todo» se refiere a las perlas finas; y al puntualizar: «con tal de ganar a Cristo», apunta a la única perla de gran valor.

Preciosa es la lámpara para los que viven en tinieblas, y su uso necesario hasta que salga el sol; preciosa era asimismo la gloria que irradiaba el rostro de Moisés y pienso que también el de los profetas: espectáculo tan maravilloso que, gracias a él, nos abrimos a la posibilidad de contemplar la gloria de Cristo, gloria a la que el Padre rinde testimonio, diciendo: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. El resplandor aquel ya no es resplandor, eclipsado por esta gloria incomparable, y nosotros necesitamos, en un primer momento, de una gloria que acepte ser abolida para dar paso a una gloria más excelente, lo mismo que tenemos necesidad de un conocimiento «limitado», que se acabará cuando llegue lo perfecto. Así, toda alma que accede a la primera infancia y camina hacia la perfección necesita, hasta que se cumpla el tiempo, de pedagogo, tutores y curadores, para que al llegar a la edad prefijada por su padre, el que en nada se diferenciaba de un esclavo, siendo dueño de todo, reciba, una vez liberado, de mano del pedagogo, de los tutores y curadores, sus bienes patrimoniales, análogos a la perla de gran valor y a la futura perfección que acaba con lo que es limitado, en el momento en que es capaz de acceder a la excelencia del conocimiento de Cristo, después de haberse ejercitado en aquellos conocimientos que, por decirlo así, subyacen al conocimiento de Cristo.

Pero la gran masa, que no ha captado la belleza de las numerosas perlas de la ley, ni el conocimiento todavía «limitado» que se encuentra en todas las profecías, se imaginan poder encontrar, sin antes haber aclarado y comprendido perfectamente tales riquezas, la única perla de gran valor y contemplar la excelencia del conocimiento de Cristo, en comparación de la cual puede decirse que todo la que ha precedido a tan elevado y perfecto conocimiento, sin ser por propia naturaleza basura, aparece como tal, pues se la puede comparar al estiércol que el dueño de la viña echa alrededor de la higuera, para que produzca más fruto.

Así pues, todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de recoger piedras, esto es, perlas finas y, después de haberlas recogido, tiempo de encontrar la única perla de gran valor, momento en que es preciso ir a vender todo lo que uno tiene, y comprarla.
(Orígenes, Homilías sobre el evangelio de san Mateo, Lib 10, 9-10: SC 162,173-177)

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Aplicación: Santos Benetti - Buscar el Reino

1. El Reino: una valiosa relación

El domingo pasado veíamos cómo obra el Reino de Dios en el mundo: en forma imperceptible, silenciosa, humilde, pero con gran energía interior. Es una acción que muere a sí misma para que crezca el hombre.

Las parábolas de hoy nos obligan a dar un paso más en la comprensión de este obrar misterioso del Reino, o sea, de Dios en nosotros.

Cuando hablamos del Reino de Dios (expresión semita que, por sí misma, nos dificulta su comprensión), nos imaginamos más bien una acción que nos llega desde fuera, como si Dios forzara o violentara nuestra voluntad penetrando como un intruso. Esto responde a la imagen que tenemos de Dios: el padre vigilante, todopoderoso, omnisciente, que no necesita pedir permiso para hacer lo que quiere hacer. No otra es la imagen que hemos recibido en nuestro catecismo: "Dios es el ser infinitamente perfecto, creador del cielo y de la tierra, que premia a los buenos y castiga a los malos".

Las parábolas de hoy pretenden corregir tan infantil concepción, pues tanto la parábola del agricultor que encuentra un tesoro en el campo, como la del comerciante que compra la perla, subrayan la actividad que debe desplegar el hombre para «comprar» el Reino de Dios, o sea, para tener acceso a él.

En otras palabras: si bien es cierto que Dios en su libertad interviene en la historia del hombre como una energía liberadora, también es cierto que el hombre debe tener cierta iniciativa para que esa supuesta intervención de Dios se desarrolle hasta el final.

 Efectivamente. el Reino no es "una cosa de Dios" que nos llega; tampoco es una orden que debemos cumplir; ni una institución a la que debemos ingresar... Es, antes que nada, una relación con Dios, tan determinante y fundamental, que cambia nuestro esquema de vida.

Llevando las cosas hasta su extremo, creo que ni siquiera podemos decir que el Reino es un conjunto de valores absolutos a los que el hombre debe supeditarse.

Sólo al final de un proceso de fe, se lo puede considerar como un valor fundamental, más importante que los demás; pero, antes que nada, el Reino se presenta como un encuentro del hombre con Dios, encuentro de una dimensión tal que al hombre no le queda otra alternativa que rechazarlo para construir su vida con otro esquema, o bien aceptarlo porque descubre que ese encuentro modifica su concepción de la vida.

Las parábolas de hoy no deben llevarnos a la confusión, ya que tratándose de comparaciones, no debemos interpretarlas en su sentido material sino que debemos llegar al pensamiento de Jesús que está detrás o por debajo de la comparación. Así las parábolas insisten, no en que el Reino es una cosa o algo tangible, sino en que es algo valioso; tan valioso para la vida del hombre, que llega un momento en que el hombre debe arriesgar todo por conseguirlo. Efectivamente, tanto el agricultor como el comerciante «compran» ese objeto valioso, es decir, se lo apropian, se identifican con él de tal forma que nunca más se pierda esa relación hombre-Reino.

En efecto, cuando uno compra algo, lo comprado pasa a ser parte de la vida de esa persona; es como la prolongación de su yo; robarle ese tesoro es como quitarIe algo de sí mismo...

Así, pues, de las dos parábolas podríamos extraer esta conclusión: el Reino se presenta como un tesoro que está delante de nosotros, que se nos cruza en el camino de la vida como casualmente, pero que nos exige el esfuerzo de entrar en relación con él como si de él dependiera el significado de toda nuestra vida.

Insistimos: no es una cosa que nos resuelve todos los problemas; éste sería un concepto mágico de la religión. Es una relación o encuentro con Dios que nos modifica hasta el punto de que lo que antes fue considerado como un gran valor, ahora puede no serlo a partir de esa relación. Es algo similar a lo que sucede cuando dos personas se enamoran y se casan: esa relación de amor modifica el esquema de vida de ambos, obligándolos a re-situar todos sus elementos en función de la relación de amor. Ninguno de los dos puede mirar la vida sólo desde su punto de vista o según su conveniencia; ahora es la relación de los dos el único punto de vista desde el cual deben mirar su vida. No es el Yo ni el Tú lo que importa, sino la relación Yo-Tú, es decir, el Nosotros.

O sea: ni Dios quiere hacer las cosas por su cuenta y riesgo, a espaldas del hombre, ni el hombre es el único que decide. Es el hombre «en posesión del Reino» el que piensa y obra; o, si se prefiere, es el Reino «que posee al hombre»... Mas como el Reino en realidad es Dios mismo en cuanto que se relaciona con el hombre, la palabra "posesión" debe ser interpretada como lo hacemos en la vida de una pareja: el hombre y la mujer se poseen mutuamente formando ambos una sola carne...

Bien dice el Génesis que el hombre «abandonará a su padre y a su madre para unirse a su mujer»; es algo similar a lo que nos dice Jesús: abandonará el hombre sus bienes, su dinero, sus esquemas, sus puntos de vista... para unirse a Dios que le llega como un Reino de amor.

Formalizada la pareja hombre-Dios (hombre-Reino), todo lo demás es re-situado en una dimensión nueva; eI hombre no pierde necesariamente sus cosas en un sentido material, pero sí las pierde como elemento determinante.

De ahora en adelante su vida adquiere sentido desde ese «nosotros» que se ha establecido en su interior. (Recordemos cómo en domingos anteriores Jesús aludió a las riquezas y al afán por la supervivencia que, si bien son elementos importantes en la vida del hombre, adquieren nuevo sentido desde la perspectiva del Reino.)

2. La búsqueda del Reino

Aclarados estos conceptos, es importante hacer resaltar que las dos parábolas subrayan la actividad del hombre en este encuentro con el Reino para formalizar la pareja. En otras palabras: debe existir en nosotros una búsqueda del Reino, como explícitamente lo dijera Jesús en otra oportunidad: «Buscad ante todo el Reino y su Justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura.»

Preguntémonos, pues: ¿Qué implica esta búsqueda? --La búsqueda es, antes que nada, un esfuerzo por encontrar algo que no se tiene. Quien busca reconoce una carencia de algo. Es, pues, una actitud humilde por sí misma. Buscar el Reino es haber comprendido una cierta carencia esencial en nuestra vida, carencia que nos impulsa a salir de nosotros mismos y no reposar hasta que encontremos esa realidad que hace completo nuestro yo.

Muchos son los esfuerzos que hacemos por encontrar lo que nos falta: trabajo, dinero, placer, cultura, etc. Hoy podemos preguntarnos si existe el mismo esfuerzo por encontrar la Verdad; no la verdad abstracta de los filósofos, sino esa visión verdadera de la vida. Insistimos: el Reino no nos aporta un esquema filosófico ni una metafísica... Como insinúa la primera lectura de hoy, pertenece más bien al orden de la «sabiduría», es decir, de la más sublime de las artes: saber vivir con dignidad, con sentido. Saber que se vive, por qué se vive y para qué se vive.

Sin duda alguna es ésta una de las crisis más profundas de nuestra cultura: se tiene de todo, pero se carece de lo esencial: una visión general del hombre en el cosmos que le permita situarse como hombre.

--La búsqueda del Reino, así considerado, supone una actitud de cambio en el hombre. Efectivamente, esta relación con Dios modifica nuestro esquema de vida. Si no lo modificara, ciertamente que no sería Reino de Dios, sino solamente el fruto de nuestra imaginación.

De ahí que sin sinceridad absoluta en el corazón, no se puede hablar de búsqueda del Reino o de la Verdad. Se trata de una búsqueda en la lucha interior, pues surgirán las defensas del yo para que el hombre se convenza de que el Reino es precisamente lo que él ya tiene o lo que él supone que es. En tal caso, se termina por buscar autojustificarse de la propia conducta. En más de una oportunidad nuestra supuesta búsqueda de la verdad no pasa de ser un denodado esfuerzo por demostrar racionalmente lo que debíamos defender a toda costa.

Esta sinceridad nos debe llevar a encontrarlo «allí donde está». Las parábolas aluden a este carácter sorpresivo de la aparición del Reino. Dios se nos puede cruzar en cualquier camino, allí donde menos nos lo imaginamos; lo cual exige una gran vigilancia interior y un permanente mirar hacia donde nunca miramos... El Reino puede pasar por ciertos acontecimientos de nuestra vida, por un amigo, por un trabajo; puede aparecer en cierto movimiento político-social, en aquella ideología o en aquel personaje que concita nuestra atención.

No hay peor error que pretender encerrar al Reino en un cofre como si ya se lo poseyera de una vez para siempre...

Esta debiera ser la cualidad primordial del cristiano: saber encontrar el Reino de Dios en el gran libro de los acontecimientos cotidianos, los pequeños y los grandes. Dios se manifiesta allí donde menos nos lo imaginamos y con las características más insólitas.

El siglo veinte nos depara sorpresas día a día. Estas sorpresas son las que deben ser cuidadosamente examinadas: escarbemos en ellas, pues pueden esconder en su seno el tesoro del Reino.
(SANTOS BENETTI, CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.Tres tomos, EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 154 ss.)

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Aplicación: P. R. Cantalamessa - Tesoros escondidos y perlas

¿Qué quería decir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa? Más o menos esto. Ha sonado la hora decisiva de la historia. ¡Ha aparecido en la tierra el Reino de Dios! Concretamente, se trata de Él, de su venida a la tierra. El tesoro escondido, la perla preciosa, no es otra cosa sino Jesús. Es como si Jesús con esas parábolas quisiera decir: la salvación ha llegado a vosotros gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomad la decisión, aferradla, no la dejéis escapar. Este es tiempo de decisión.

Me viene a la mente lo que ocurrió el día en que terminó la segunda guerra mundial. En la ciudad, los partisanos o los aliados abrieron los almacenes de provisiones dejados por el ejército alemán en retirada. En un santiamén la noticia llegó a los campos y todos a la carrera fueron a conseguir esos bienes, volviendo cargados unos con mantas, otros con cestas de productos alimenticios. Pienso que Jesús con esas dos parábolas quería crear un clima semejante. Como para decir: «¡Corred mientras estáis a tiempo! Hay un tesoro que os espera gratuitamente, una perla preciosa. No dejéis escapar la ocasión». Sólo que en el caso de Jesús la apuesta es infinitamente más seria. Se juega el todo por el todo. El Reino es lo único que nos puede salvar del riesgo supremo de la vida, que es el de errar el motivo por el que estamos en este mundo.

Vivimos en una sociedad que vive de seguridades. Se asegura contra todo. En ciertas naciones se ha convertido en una especie de manía. Se asegura incluso contra el riesgo de mal tiempo durante las vacaciones. Entre todos, el más importante y frecuente es el seguro de vida. Pero reflexionemos un momento: ¿a quién le es útil un seguro tal y contra qué nos asegura? ¿Contra la muerte? ¡Ciertamente no! Asegura que, en caso de muerte, alguien reciba una indemnización. El reino de los cielos es también un seguro de vida y contra la muerte, pero un seguro real, que sirve no sólo a quien se queda, sino también a quien se va, a quien muere. «Quien cree en mí, aunque muera, vivirá», dice Jesús. Se entiende entonces también la exigencia radical que un «asunto» como éste plantea: vender todo, desprenderse de todo. En otras palabras, estar dispuestos, si es necesario, a cualquier sacrificio. No para pagar el precio del tesoro y de la perla, que por definición son «sin precio», sino para ser dignos de ellos.

En cada una de las dos parábolas hay, en realidad, dos actores: uno manifiesto, que va, vende, compra, y otro escondido, sobreentendido. El actor sobreentendido es el antiguo propietario que no se percata de que en su campo hay un tesoro y lo liquida al primero que se lo pide; es el hombre o la mujer que poseía la perla preciosa, y no se da cuenta de su valor y la cede al primer comerciante que pasa, tal vez para una colección de perlas falsas. ¿Cómo no ver en ello una advertencia dirigida a nosotros, gente del Viejo Continente europeo, en acto de vender nuestra fe y herencia cristiana?

No se dice en cambio en la parábola que «un hombre vendió todo lo que tenía y se puso en busca de un tesoro escondido». Sabemos cómo acaban estas historias: se pierde lo que se tiene y no se encuentra ningún tesoro. Historias de ilusiones, de visionarios. No: un hombre halló un tesoro y por ello vendió todo lo que tenía para adquirirlo. Hay que haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría y vender todo.

Fuera parábola: hay que haber encontrado primero a Jesús, de manera nueva, personal, convencida. Haberle descubierto como propio amigo y salvador. Después será cuestión de broma vender todo. Se hará «llenos de alegría» como aquel hombre del que habla el Evangelio.

 

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Ejemplos


Divina alquimia.
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo preguntábame, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: "¿Puedes darme alguna cosa?".
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía que hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dárteme todo!
.***
Dios convierte, no en oro, sino en gloria todo lo que le damos. Nuestra tacañería le ata las manos y nos empobrece.



Llévate a tu casa lo que te parece más precioso.
Dice la leyenda que el hijo del rey se enamoró, como sucede siempre en las fábulas, de una pobre mujer, hija de un panadero. Era pobre pero hermosa fuerte y buena y se casó con ella.
Por algunos años vivieron felices, en plena armonía, pero, cuando se murió el rey y el príncipe subió al trono, los ministros y consejeros se apuraron para hacerle entender que, por el bien de su reino, tenía que divorciarse de aquella mujer. ¿Cómo puede un rey presentar al mundo como esposa la hija de un panadero? Tendría que divorciar y casarse con la hija de un rey poderoso para asegurar con el matrimonio paz y prosperidad para todo su reino.
"Abandónela, majestad. Al fin y al cabo no es sino la hija de un panadero. La dignidad del trono y de todos sus súbditos es lo más importante". Las insistencias de los ministros se hacían siempre más urgentes e insistentes., tanto que al final el joven rey tuvo que ceder a tantas presiones.
Aquella noche cenaron juntos el rey y su esposa, por última vez. "Llévate a tu casa todo lo que quieres de este palacio, hasta las joyas más preciosas que se encuentran en mi tesoro" le decía.
En silencio la mujer, aparentemente serena, echaba vino en el vaso del rey y volvía a llenarlo repetidamente. Al término de la cena el rey se quedó profundamente dormido.. Cuándo todos los invitados se fueron, la mujer envolvió en una frazada al rey, su marido, se lo puso al hombro y, (¡era hija de un panadero!) se lo llevó a su casa.
La mañana siguiente, el rey se despertó en casa del panadero.
"Pero, ¿cómo es que me encuentro aquí?" dijo asombrado. Y la esposa le contestó: "Me dijiste que podía llevar conmigo la joya más preciosa del reino. Y, para mi, lo que consideraba más precioso eres tú." Así le contestó la mujer. hija de un panadero. .
La realidad más preciosa que hay en el mundo es el amor, es la familia, la unión de varias personas que, como Dios, uno y trino se aman y se quieren como una sola cosa realidad.
La fe nos dice algo asombroso: Cualquier persona es más preciosa que todos los tesoros del mundo. Aquella humilde panadera no se dejó seducir por las riquezas del palacio real y no se resignó a perder a su marido que ella amaba más que todas las joyas del reino. Y no se resignó tampoco a que su marido, casi obligado por sus ministros, hubiera preferido el reino a su amor. No se resignó a ser abandonada y usó toda su astucia para no perderlo. Cuando se ama de veras se pueden superar dificultades consideradas imposibles.


Una rica matrona de Pompeya murió con las manos llenas de joyas.
Al remover las ruinas de Pompeya, ciudad italiana sepultada bajo las cenizas del Vesuvio en el año 79, se encontró el cuerpo de una mujer con las dos manos llenas de joyas: pulseras, collares, anillos y un par de magníficos zarcillos.
Los expertos aseguran que son notables muestras de la orfebrería de esa época. Uno se imagina a esa mujer: al ver acercarse el peligro, corre para salvar lo que tiene de más precioso, pero la lluvia de cenizas, más rápida que ella, la alcanza y la cubre con su manto de muerte.
Diecinueve siglos después de la catástrofe, ¡qué imagen de ese tesoro casi intacto al lado de un cuerpo sin vida! El dinero es el símbolo de todos los bienes que no son Dios. Es tan deseado y buscado porque promete todo tipo de placer, promete, sobre todo, seguridad; aquella seguridad que sólo Dios puede dar. Por eso el dinero es más peligroso antagonista de Dios, el más engañoso ídolo que puede perder al hombre. "Nadie puede obedecer a dos patrones,... Es imposible servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas". (Mt 6,24)
En la carta a Timoteo 6,10 encontramos una expresión que, quizás, el autor de la carta reprodujo del diálogo "La República" del gran filósofo Platón: "La raíz de todos los males es el amor al dinero"

Don Yitzjak Abarbanel
Don Yitzjak Abarbanel, Ministro del Tesoro de los Reyes de España, era sumamente envidiado por los demás ministros de la Corte española, por su riqueza y por su elevada posición. En cierta ocasión, intentaron tenderle una trampa, pidiéndole que declarase a cuánto ascendía el total de sus riquezas. Don Yitzjak Abarbanel declaró una suma que a los ministros les pareció fraudulenta. Inmediatamente se dirigieron a la reina para acusar a Don Yitzjak de haberle mentido a Su Majestad. La reina mandó citar a Don Yitzjak para pedirle explicaciones. Al presentarse ante Su Majestad, sacó una libreta de su bolsillo y le dijo a la reina así: "Observe Su Majestad, ésta es la libreta en la cual anoto todos los dineros que doy para obras sociales y de beneficencia. La suma que yo declaré acerca de mis riquezas, es el total del dinero que aparece en esta libreta. Mi verdadera riqueza no es el dinero que yo tengo, sino el dinero que yo doy. El resto de mi fortuna hoy la tengo y mañana quizás no, pero el mérito de mi ayuda permanecerá conmigo en Este Mundo y en el Mundo Venidero". La reina comprendió la sabia y adecuada respuesta de Don Yitzjak, y lo despidió cálidamente amonestando a sus demás ministros por el incidente …
Quiera Hashem que tengamos la grandeza de mirar nuestra "riqueza" con los ojos de Don Yitzjak Abarbanel y que en mérito a ello seamos bendecidos con satisfacciones y prosperidad, junto a todo el pueblo de Israel.


(Cortesía: NBCD,  iveargentina.org y otros)

 



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