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Domingo 5 del Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos la Fiesta con su ayuda

Recursos adicionales para la preparación

 

 

A su disposición

Directorio Homilético: Quinto domingo del Tiempo Ordinario

Exégesis: R. Schnackenburg- Ulterior actividad en Cafarnaúm y partida de allí (Mc 1,29-39

Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Tres catequesis sobre los milagros de Jesús

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La curación de la suegra de Pedro

Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - El amor misericordioso y salvífico de Cristo (Mc 1,29-39)

Aplicación: Papa Francisco - Predicar y curar y orar

Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - La curación de la suegra de Pedro Mc 1, 29-39

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

Directorio Homilético: Quinto domingo del Tiempo Ordinario

CEC 547-550: las curaciones, signo del tiempo mesiánico
CEC 1502-1505: Cristo, el que cura
CEC 875, 1122: la necesidad de la predicación

Los signos del Reino de Dios

547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).

548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).

549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19,
8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla Regis").

El enfermo ante Dios

1502 El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad (cf Sal 38) y de él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación (cf Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26). El profeta entreve que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf Is 33,24).


Cristo, médico

1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt
4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.

1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.

1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora.

875 "¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? y ¿cómo predicarán si no son enviados?" (Rm 10, 14-15). Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad, puede anunciarse a sí mismo el Evangelio. "La fe viene de la predicación" (Rm 10, 17). Nadie se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De El los obispos y los presbíteros reciben la misión y la facultad (el "poder sagrado") de actuar in persona Christi Capitis, los diáconos las fuerzas para servir al pueblo de Dios en la "diaconía" de la liturgia, de la palabra y de la caridad, en comunión con el Obispo y su presbiterio. Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama "sacramento". El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico.



III LOS SACRAMENTOS DE LA FE

1122 Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,47). "De todas las naciones haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:

El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo... necesita la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra" (PO 4).


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Exégesis: R. Schnackenburg- Ulterior actividad en Cafarnaúm y partida de allí (Mc 1,29-39)

29 En seguida, después de salir de la sinagoga, se fueron a la casa de Simón y de Andrés con Santiago y Juan.
30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y al momento le hablan de ella. 31 él se acercó, la tomó de la mano y la levantó; se le quitó la fiebre, y ella le servía.

Después de su sensacional presentación en la sinagoga, Jesús se dirige a casa de Simón y de Andrés. Parece como si quisiera estarse allí tranquilo. Pero sus discípulos pronto se le acercan con una petición: la suegra de Simón padece una fiebre, y él no duda en curarla. Según los rabinos, ni siquiera las enfermedades graves debían suspender las prescripciones sabáticas. Pero Jesús toma a la enferma de la mano y la endereza. La mujer se levanta y presta a los hombres los servicios de la hospitalidad; señal de que la fiebre había desaparecido por completo. El breve relato sigue mostrando el frescor de una experiencia primitiva. Es la primera curación que Marcos relata y constituye una especie de puente a las que Jesús emprende después de la puesta del sol, es decir, después de pasado el sábado.

El primitivo relato intenta presentar ahora a Jesús como quien sana a los enfermos; también esto pertenece a su ministerio, aunque no constituya su objetivo principal, como indica la conclusión. Se puede establecer una valoración gradual: más importantes que las curaciones de cualquier tipo de dolencias son las expulsiones de demonios (v. 34b), pues éstas revelan de un modo más fehaciente que el dominio de Satán ha sido quebrantado y que el reino de Dios está llegando. Pero lo más importante es la predicación de Jesús, pues en ella se pone de manifiesto el objetivo de su misión (v. 38) y la llamada de Dios llega directamente a los hombres. Para Jesús las curaciones de enfermos se encuentran en el mismo plano: también ellas son un signo de la salvación que Dios reserva a los hombres; pero incluyen el peligro de que los hombres se queden sólo en lo externo y aspiren únicamente a verse libres de sus necesidades terrenas, sin ahondar en el sentido profundo del hecho y malinterpretando los fines salvíficos de Dios. Para Jesús es como una tentación dejarse arrastrar por la ola del entusiasmo popular. Por ello busca la soledad, como había hecho después de su bautismo, se ocupa en la oración y en su verdadera misión e interrumpe por un breve período su estancia en CAFARNAÚN (v. 35).

32 Llegada la tarde, después de ponerse el sol, le presentaban todos los enfermos y endemoniados. 33 Toda la ciudad se agolpaba ante la puerta. 34 Y curó a muchos pacientes de diversas enfermedades; arrojó también a muchos demonios, pero sin dejarles hablar, porque sabían quién era.

Las curaciones por la tarde, después de concluir el sábado, las presenta el v. 33 como una escena pintoresca. La gente, que sabe que Jesús está en casa de Simón, ha aguardado a que transcurriera el sábado a fin de no quebrantar las prescripciones sabáticas transportando las camillas. Y ahora cargan todos con sus enfermos y posesos atestando por completo el lugar que había delante de la casa. Jesús cura a muchos pacientes. Lo cual no se dice en sentido limitativo como pretendiendo imponer un tope a su poder taumatúrgico. Las muchas curaciones reflejan la grandeza de su asistencia; pero su sentido no está en eliminar todos los padecimientos terrenos. Las curaciones no pretenden ser más que un signo de la compasión de Dios; pero los hombres no lo entienden así y no hacen sino buscar nuevos remedios (v. 37). El evangelista menciona entusiasmado muchas otras expulsiones de demonios, pero agrega que Jesús no permitía hablar a los espíritus "porque sabían quién era". Jesús no quiere el testimonio de los demonios, precisamente porque es una voz demoníaca (cf. v. 25); son más bien los hombres quienes a través de las obras salvíficas de Dios deben reflexionar y comprender el sentido de la acción de Jesús. Todo suceso externo permanece en penumbra; se requiere la reflexión creyente para insertarlo en el contexto de los pensamientos divinos. La fe domina los significados de la historia.

35 Por la mañana muy temprano, antes de amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto. Allí se quedó orando. 36 Simón y sus compañeros salieron a buscarlo; 37 y cuando lo encontraron, le dicen: "Todos te andan buscando." 38 él les responde: "Vámonos a otra parte, a las aldeas vecinas, para predicar también en ellas; pues para eso he venido". 39 Y se fue por toda Galilea predicando en las sinagogas y arrojando a los demonios.

Frente al éxito externo y a la riada de gente, el propio Jesús quiere poner en claro la misión recibida de su Padre, y a tal fin busca la soledad para orar. La hora temprana, cuando todavía es de noche, indica tal vez la lucha interior a la que Jesús no se sustrajo como hombre, como tampoco a la tentación por parte de Satán. Pero su unión con Dios se abre paso y se robustece en la oración y le permite encontrar el camino adecuado con una seguridad íntima. Cuando sus discípulos, pensando humanamente como los demás, o mejor sin pensar, sin la vigilancia interior de su Maestro, se llegan a él para hacerle volver, surge su decisión firme: "Vámonos a otra parte. a las aldeas vecinas para predicar también en ellas, pues para eso he venido." Es ésta una de las frases que revelan la conciencia que Jesús tenía de su misión. (…) El afán predicador de Jesús, confirmado por su conducta y su peregrinar por Galilea, la voluntad de Jesús de llevar a todos sus compatriotas el mensaje divino de salvación, (…), constituye un testimonio nada sospechoso de su espíritu. La Iglesia primitiva (…) lo que testifica es la entrega generosa de Jesús a la predicación, su fidelidad a la misión que Dios le había asignado. Sin duda que con ello Jesús se convierte en el gran modelo de sus predicadores que han recibido de su Señor la misma misión. (…). Con la predicación y expulsión de los demonios Jesús prepara los caminos al inminente reino de Dios. De momento, y como en CAFARNAÚN, se contenta con predicar en las sinagogas, y actúa -eso quiere decir Marcos- como aquel sábado del que acaba de hablarnos (1,21-27). Pero ya no es sólo la fama de Jesús la que se extiende por los contornos de Galilea (v. 28), sino que es la fama misma de Dios la que llega por medio de Jesús a todas las aldeas galileas. El Evangelio entra en su carrera triunfal.
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)


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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Tres catequesis sobre los milagros de Jesús

1. Los milagros de Jesús: el hecho y el significado (Miércoles 11 de noviembre de 1987)

1. El día de Pentecostés, después de haber recibido la luz y el poder del Espíritu Santo, Pedro da un franco y valiente testimonio de Cristo crucificado y resucitado: "Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales...; a éste..., después de fijarlo (en la cruz)..., le disteis muerte. Al cual Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte" (Act 2, 22-
24).

En este testimonio se contiene una síntesis de toda la actividad mesiánica de Jesús de Nazaret, que Dios ha acreditado "con milagros, prodigios y señales". Constituye también un esbozo de la primera catequesis cristiana, que nos ofrece la misma Cabeza del Colegio de los Apóstoles, Pedro.

2. Después de casi dos mil años el actual Sucesor de Pedro, en el desarrollo de sus catequesis sobre Jesucristo, debe afrontar ahora el contenido de esa primera catequesis apostólica que se desarrolló el mismo día de Pentecostés. Hasta ahora hemos hablado del Hijo del hombre, que con su enseñanza daba a conocer que era verdadero Dios-Hijo, que era con el Padre "una sola cosa" (cf. Jn 10, 30). Su palabra estaba acompañada por "milagros, prodigios y señales". Estos hechos acompañaban a las palabras no sólo siguiéndolas para confirmar su autenticidad, sino que muchas veces las precedían, tal como nos dan a entender los Hechos de los Apóstoles cuando hablan de "todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio" (Act 1, 1). Eran esas mismas obras, y particularmente "los prodigios y señales", los que testificaban que "el reino de Dios estaba cercano" (cf. Mc 1, 15), es decir, que había entrado con Jesús en la historia terrena del hombre y hacía violencia para entrar en cada espíritu humano. Al mismo tiempo testificaban que Aquel que las realizaba era verdaderamente el Hijo de Dios. Por eso es necesario vincular las presentes catequesis sobre los milagros-signos de Cristo con las anteriores, concernientes a su filiación divina.

3. Antes de proceder gradualmente al análisis del significado de estos "prodigios y señales" (como los definió de forma muy específica San Pedro el día de Pentecostés), hay que constatar que éstos (prodigios y signos) pertenecen con seguridad al contenido integral de los Evangelios como testimonios de Cristo, que provienen de testigos oculares. Efectivamente, no es posible excluir los milagros del texto y del contexto evangélico. El análisis no sólo del texto, sino también del contexto, habla a favor de su carácter "histórico", atestigua que son hechos ocurridos en realidad, y verdaderamente realizados por Cristo. Quien se acerca a ellos con honradez intelectual y pericia científica, no puede desembarazarse de éstos con cualquier palabra, como de puras invenciones posteriores.

4. A este propósito está bien observar que esos hechos no sólo son atestiguados y narrados por los Apóstoles y por los discípulos de Jesús, sino que también son confirmados en muchos casos por sus adversarios. Por ejemplo, es muy significativo que estos últimos no negaran los milagros realizados por Jesús, sino que más bien pretendieran atribuirlos al poder del "demonio". En efecto, decían: "Está poseído de Beelcebul, y por virtud del príncipe de los demonios echa a los demonios" (Mc 3, 22; cf. también Mt 8, 32; 12, 24; Lc 11, 14-15). Y es conocida la respuesta de Jesús a esta objeción, demostrando su íntima contradicción: "Si, pues, Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede sostenerse, sino que ha llegado a su fin" (Mc 3, 26). Pero lo que en este momento cuenta más para nosotros es el hecho de que tampoco los adversarios de Jesús pueden negar sus "milagros, prodigios y signos" como realidad, como "hechos" que verdaderamente han sucedido.

Es elocuente también la circunstancia de que los adversarios observaban a Jesús para ver si curaba el sábado o para poderlo acusar así de violación de la ley del Antiguo Testamento. Esto sucedió, por ejemplo, en el caso del hombre que tenía una mano seca (cf. Mc 3, 1-2).

5. Hay que tomar también en consideración la respuesta que dio Jesús, no ya a sus adversarios, sino esta vez a los mensajeros de Juan Bautista, a los que mandó para preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?" (Mt 11, 3). Entonces Jesús responde: "Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados" (Mt 11, 4-5; cf. también Lc 7, 22). Jesús en la respuesta hace referencia a la profecía de Isaías sobre el futuro Mesías (cf. Is 35, 5-6), que sin duda podía entenderse en el sentido de una renovación y de una curación espiritual de Israel y de la humanidad, pero que en el contexto evangélico en el que se ponen en boca de Jesús, indica hechos comúnmente conocidos y que los discípulos del Bautista pueden referirlos como signos de la mesianidad de Cristo.

6. Todos los Evangelistas registran los hechos a que hace referencia Pedro en Pentecostés: "Milagros, prodigios, señales" (Act 2, 22). Los Sinópticos narran muchos acontecimientos en particular, pero a veces usan también fórmulas generalizadoras. Así por ejemplo en el Evangelio de Marcos: "Curó a muchos pacientes de diversas enfermedades y echó muchos demonios" (1, 34). De modo semejante Mateo y Lucas: "Curando en el pueblo toda enfermedad y dolencia" (Mt 4, 23); "Salía de él una virtud que sanaba a todos" (Lc 6, 19). Son expresiones que dejan entender el gran número de milagros realizados por Jesús. En el Evangelio de Juan no encontramos formas semejantes, sino más bien la descripción detallada de siete acontecimientos que el Evangelista llama "señales" (y no milagros). Con esa expresión él quiere indicar lo que es más esencial en esos hechos: la demostración de la acción de Dios en persona, presente en Cristo, mientras la palabra "milagro" indica más bien el aspecto "extraordinario" que tienen esos acontecimientos a los ojos de quienes los han visto u oyen hablar de ellos. Sin embargo, también Juan, antes de concluir su Evangelio, nos dice que "muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro" (Jn 20, 30). Y da la razón de la elección que ha hecho: "Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31). A esto se dirigen tanto los Sinópticos como el cuarto Evangelio: mostrar a través de los milagros la verdad del Hijo de Dios y llevar a la fe que es principio de salvación.

7. Por lo demás, cuando el Apóstol Pedro, el día de Pentecostés, da testimonio de toda la misión de Jesús de Nazaret, acreditada por Dios por medio de "milagros, prodigios y señales", no puede más que recordar que el mismo Jesús fue crucificado y resucitado (Act 2, 22-24). Así indica el acontecimiento pascual en el que se ofreció el signo más completo de la acción salvadora y redentora de Dios en la historia de la humanidad. Podríamos decir que en este signo se contiene el "anti-milagro" de la muerte en cruz y el "milagro" de la resurrección (milagro de milagros) que se funden en un solo misterio, para que el hombre pueda leer en él hasta el fondo la autorrevelación de Dios en Jesucristo y, adhiriéndose con la fe, entrar en el camino de la salvación.



2. Mediante los signos-milagros, Cristo revela su poder de Salvador (Miércoles 25 de noviembre de 1987)

1. Un texto de San Agustín nos ofrece la clave interpretativa de los milagros de Cristo como señales de su poder salvífico: "El haberse hecho hombre por nosotros ha contribuido más a nuestra salvación que los milagros que ha realizado en medio de nosotros; el haber curado las enfermedades del alma es más importante que el haber curado las enfermedades del cuerpo destinado a morir" (San Agustín, In Io. Ev. Tr., 17, 1). En orden a esta salvación del alma y a la redención del mundo entero Jesús cumplió también milagros de orden corporal.
Por tanto, el tema de la presente catequesis es el siguiente: mediante los "milagros, prodigios y señales" que ha realizado, Jesucristo ha manifestado su poder de salvar al hombre del mal que amenaza al alma inmortal y su vocación a la unión con Dios.

2. Es lo que se revela en modo particular en la curación del paralítico de Cafarnaum. Las personas que lo llevaban, no logrando entrar por la puerta en la casa donde Jesús estaba enseñando, bajaron al enfermo a través de un agujero abierto en el techo, de manera que el pobrecillo vino a encontrase a los pies del Maestro. "Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: '!Hijo, tus pecados te son perdonados!'". Estas palabras suscitan en algunos de los presentes la sospecha de blasfemia: "Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?". Casi en respuesta a los que habían pensado así, Jesús se dirige a los presentes con estas palabras: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o decirle: levántate, toma tu camilla y vete? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -se dirige al paralítico- , yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y, tomando luego la camilla, salió a la vista de todos" (cf. Mc 2, 1-12; análogamente, Mt 9, 1-8; Lc 5, 18-26: "Se marchó a casa glorificando a Dios" 5, 25).

Jesús mismo explica en este caso que el milagro de la curación del paralítico es signo del poder salvífico por el cual Él perdona los pecados. Jesús realiza esta señal para manifestar que ha venido como salvador del mundo, que tiene como misión principal librar al hombre del mal espiritual, el mal que separa al hombre de Dios e impide la salvación en Dios, como es precisamente el pecado.

3. Con la misma clave se puede explicar esta categoría especial de los milagros de Cristo que es "arrojar los demonios". "Sal, espíritu inmundo, de ese hombre", conmina Jesús, según el Evangelio de Marcos, cuando encontró a un endemoniado en la región de los gerasenos (Mc 5, 8). En esta ocasión asistimos a un coloquio insólito. Cuando aquel "espíritu inmundo" se siente amenazado por Cristo, grita contra Él: "¿Qué hay entre ti y mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Por Dios te conjuro que no me atormentes". A su vez, Jesús "le preguntó: '¿Cuál es tu nombre?'. El le dijo: Legión es mi nombre, porque somos muchos" (cf. Mc 5, 7-9). Estamos, pues, a orillas de un mundo oscuro, donde entran en juego factores físicos y psíquicos que, sin duda, tienen su peso en causar condiciones patológicas en las que se inserta esta realidad demoníaca, representada y descrita de manera variada en el lenguaje humano, pero radicalmente hostil a Dios y, por consiguiente, al hombre y a Cristo que ha venido para librarlo de este poder maligno. Pero, muy a su pesar, también el "espíritu inmundo", en el choque con la otra presencia, prorrumpe en esta admisión que proviene de una mente perversa, pero, al mismo tiempo, lúcida: "Hijo del Dios Altísimo".

4. En el Evangelio de Marcos encontramos también la descripción del acontecimiento denominado habitualmente como la curación del epiléptico. En efecto, los síntomas referidos por el Evangelista son característicos también de esta enfermedad ("espumarajos, rechinar de dientes, quedarse rígido"). Sin embargo, el padre del epiléptico presenta a Jesús a su Hijo como poseído por un espíritu maligno, el cual lo agita con convulsiones, lo hace caer por tierra y se revuelve echando espumarajos. Y es muy posible que en un estado de enfermedad como éste se infiltre y obre el maligno, pero, admitiendo que se trate de un caso de epilepsia, de la que Jesús cura al muchacho considerado endemoniado por su padre, es, sin embargo, significativo que Él realice esta curación ordenando al "espíritu mudo y sordo": "Sal de él y no vuelvas a entrar más en él" (cf. Mc 9, 17-27). Es una reafirmación de su misión y de su poder de librar al hombre del mal del alma desde las raíces.

5. Jesús da a conocer claramente esta misión suya de librar al hombre del mal y, antes que nada del pecado, mal espiritual. Es una misión que comporta y explica su lucha con el espíritu maligno que es el primer autor del mal en la historia del hombre. Como leemos en los Evangelios, Jesús repetidamente declara que tal es el sentido de su obra y de la de sus Apóstoles. Así, en Lucas: "Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Yo os he dado poder para andar... sobre todo poder enemigo y nada os dañará" (Lc 10, 18-19). Y según Marcos, Jesús, después de haber constituido a los Doce, les manda "a predicar, con poder de expulsar a los demonios" (Mc 3, 14-15).  Según Lucas, también los setenta y dos discípulos, después de su regreso de la primera misión, refieren a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre" (Lc 10, 17).

Así se manifiesta el poder del Hijo del hombre sobre el pecado y sobre el autor del pecado. El nombre de Jesús, que somete también a los demonios, significa Salvador. Sin embargo, esta potencia salvífica alcanzará su cumplimiento definitivo en el sacrificio de la cruz. La cruz sellará la victoria total sobre Satanás y sobre el pecado, porque éste es el designio del Padre, que su Hijo unigénito realiza haciéndose hombre: vencer en la debilidad, y alcanzar la gloria de la resurrección y de la vida a través de la humillación de la cruz. También en este hecho paradójico resplandece su poder divino, que puede justamente llamarse la "potencia de la cruz".

6. Forma parte también de esta potencia y pertenece a la misión del Salvador del mundo manifestada en los "milagros, prodigios y señales", la victoria sobre la muerte, dramática consecuencia del pecado. La victoria sobre el pecado y sobre la muerte marca el camino de la misión mesiánica de Jesús desde Nazaret hasta el Calvario. Entre las "señales" que indican particularmente el camino hacia la victoria sobre la muerte, están sobre todo las resurrecciones: "los muertos resucitan" (Mt 11, 5), responde, en efecto, Jesús a la pregunta acerca de su mesianidad que le hacen los mensajeros de Juan el Bautista (cf. Mt 11, 3). Y entre los varios "muertos", resucitados por Jesús, merece especial atención Lázaro de Betania, porque su resurrección es como un "preludio" de la cruz y de la resurrección de Cristo, en el que se cumple la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.

7. El Evangelista Juan nos ha dejado una descripción pormenorizada del acontecimiento. Bástenos referir el momento conclusivo. Jesús pide que se quite la losa que cierra la tumba ("Quitad la piedra"). Marta, la hermana de Lázaro, indica que su hermano está desde hace ya cuatro días en el sepulcro y el cuerpo ha comenzado ya, sin duda, a descomponerse. Sin embargo, Jesús gritó con fuerte voz: "¡Lázaro, sal fuera!". "Salió el muerto", atestigua el Evangelista (cf. Jn 11, 38-43). El hecho suscita la fe en muchos de los presentes. Otros, por el contrario, van a los representantes del Sanedrín, para denunciar lo sucedido. Los sumos sacerdotes y los fariseos se quedan preocupados, piensan en una posible reacción del ocupante romano ("vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación": cf. Jn 11, 45-48). Precisamente entonces se dirigen al Sanedrín las famosas palabras de Caifás: "Vosotros no sabéis nada; ¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo?". Y el Evangelista anota: "No dijo esto de sí mismo, sino que, como era pontífice aquel año, profetizó". ¿De qué profecía se trata? He aquí que Juan nos da la lectura cristiana de aquellas palabras, que son de una dimensión inmensa: "Jesús había de morir por el pueblo y no sólo por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (cf. Jn 11, 49-52).

8. Como se ve, la descripción joánica de la resurrección de Lázaro contiene también indicaciones esenciales referentes al significado salvífico de este milagro. Son indicaciones definitivas, precisamente porque entonces tomó el Sanedrín la decisión sobre la muerte de Jesús (cf. Jn 11, 53). Y será la muerte redentora "por el pueblo" y "para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos" para la salvación del mundo. Pero Jesús dijo ya que aquella muerte llegaría a ser también la victoria definitiva sobre la muerte. Con motivo de la resurrección de Lázaro, dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre" (Jn 11, 25-26)

9. Al final de nuestra catequesis volvemos una vez más al texto de San Agustín: "Si consideramos ahora los hechos realizados por el Señor y Salvador nuestro, Jesucristo, vemos que los ojos de los ciegos, abiertos milagrosamente, fueron cerrados por la muerte, y los miembros de los paralíticos, liberados del maligno, fueron nuevamente inmovilizados por la muerte: todo lo que temporalmente fue sanado en el cuerpo mortal, al final, fue deshecho; pero el alma que creyó, pasó a la vida eterna. Con este enfermo, el Señor ha querido dar un gran signo al alma que habría creído, para cuya remisión de los pecados había venido, y para sanar sus debilidades Él se había humillado" (San Agustín, In Io. Ev. Tr., 17, 1).
Sí, todos los "milagros, prodigios y señales" de Cristo están en función de la revelación de Él como Mesías, de El como Hijo de Dios: de Él, que, solo, tiene el poder de liberar al hombre del pecado y de la muerte, de Él que verdaderamente es el Salvador del mundo.

3. Los milagros de Cristo como manifestación del amor salvífico
(Miércoles 9 de diciembre de 1987)

1. "Signos" de la omnipotencia divina y del poder salvífico del Hijo del hombre, los milagros de Cristo, narrados en los Evangelios, son también la revelación del amor de Dios hacia el hombre, particularmente hacia el hombre que sufre, que tiene necesidad, que implora la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, "signos" del amor misericordioso proclamado en el Antiguo y Nuevo Testamento (cf. Encíclica Dives in misericordia). Especialmente, la lectura del Evangelio nos hace comprender y casi "sentir" que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano. Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico, el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, a aquél que es "padre del pecado" en la historia del hombre: a Satanás.

Los milagros, por tanto, son "para el hombre". Son obras de Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, "sobremanera se admiraban, diciendo: "Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar!" (Mc 7, 37)

2. Un estudio atento de los textos evangélicos nos revela que ningún otro motivo, a no ser el amor hacia el hombre, el amor misericordioso, puede explicar los "milagros y señales" del Hijo del hombre. En el Antiguo Testamento, Elías se sirve del "fuego del cielo" para confirmar su poder de Profeta y castigar la incredulidad (cf. 2 Re 1, 10). Cuando los Apóstoles Santiago y Juan intentan inducir a Jesús a que castigue con "fuego del cielo" a una aldea samaritana que les había negado hospitalidad, Él les prohibió decididamente que hicieran semejante petición. Precisa el Evangelista que, "volviéndose Jesús, los reprendió" (Lc 9, 55). (Muchos códices y la Vulgata añaden: "Vosotros no sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder las almas de los hombres, sino a salvarlas"). Ningún milagro ha sido realizado por Jesús para castigar a nadie, ni siquiera los que eran culpables.

3. Significativo a este respecto es el detalle relacionado con el arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní. Pedro se había aprestado a defender al Maestro con la espada, e incluso "hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha. Este siervo se llamaba Malco" (Jn 18, 10). Pero Jesús le prohibió empuñar la espada. Es más, "tocando la oreja, lo curó" (Lc 22, 51). Es esto una confirmación de que Jesús no se sirve de la facultad de obrar milagros para su propia defensa. Y confía a los suyos que no pide al Padre que le mande "más de doce legiones de ángeles" (cf. Mt 26, 53) para que lo salven de las insidias de sus enemigos. Todo lo que El hace, también en la realización de los milagros, lo hace en estrecha unión con el Padre. Lo hace con motivo del reino de Dios y de la salvación del hombre. Lo hace por amor.

4. Por esto, y al comienzo de su misión mesiánica, rechaza todas las "propuestas" de milagros que el Tentador le presenta, comenzando por la del trueque de las piedras en pan (cf. Mt 4, 31). El poder de Mesías se le ha dado no para fines que busquen sólo el asombro o al servicio de la vanagloria. El que ha venido "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37), es más, el que es "la verdad" (cf. Jn 14, 6), obra siempre en conformidad absoluta con su misión salvífica. Todos sus "milagros y señales" expresan esta conformidad en el cuadro del "misterio mesiánico" del Dios que casi se ha escondido en la naturaleza de un Hijo del hombre, como muestran los Evangelios, especialmente el de Marcos. Si en los milagros hay casi siempre un relampagueo del poder divino, que los discípulos y la gente a veces logran aferrar, hasta el punto de reconocer y exaltar en Cristo al Hijo de Dios, de la misma manera se descubre en ellos la bondad, la sobriedad y la sencillez, que son las dotes más visibles del "Hijo del hombre".

5. El mismo modo de realizar los milagros hace notar la gran sencillez, y se podría decir humildad, talante, delicadeza de trato de Jesús. Desde este punto de vista pensemos, por ejemplo, en las palabras que acompañan a la resurrección de la hija de Jairo: "La niña no ha muerto, duerme" (Mc 5, 39), como si quisiera "quitar importancia" al significado de lo que iba a realizar. Y, a continuación, añade: "Les recomendó mucho que nadie supiera aquello" (Mc 5, 43). Así hizo también en otros casos, por ejemplo, después de la curación de un sordomudo (Mc 7, 36), y tras la confesión de fe de Pedro (Mc 8, 29-30)

Para curar al sordomudo es significativo el hecho de que Jesús lo tomó "aparte, lejos de la turba". Allí, "mirando al cielo, suspiró". Este "suspiro" parece ser un signo de compasión y, al mismo tiempo, una oración. La palabra "efeta" ("¡ábrete!") hace que se abran los oídos y se suelte "la lengua" del sordomudo (cf. 7, 33-35).

6. Si Jesús realiza en sábado algunos de sus milagros, lo hace no para violar el carácter sagrado del día dedicado a Dios, sino para demostrar que este día santo está marcado de modo particular por la acción salvífica de Dios. "Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también" (Jn 5, 17). Y este obrar es para el bien del hombre; por consiguiente, no es contrario a la santidad del sábado, sino que más bien la pone de relieve: "El sábado fue hecho a causa del hombre, y no el hombre por el sábado. Y el dueño el sábado es el Hijo del hombre" (Mc 2, 27-28).

7. Si se acepta la narración evangélica de los milagros de Jesús -y no hay motivos para no aceptarla, salvo el prejuicio contra lo sobrenatural-, no se puede poner en duda una lógica única, que une todos estos "signos" y los hace emanar de la economía salvífica de Dios: estas señales sirven para la revelación de su amor hacia nosotros, de ese amor misericordioso que con el bien vence al mal, cómo demuestra la misma presencia y acción de Jesucristo en el mundo. En cuanto que están insertos en esta economía, los "milagros y señales" son objeto de nuestra fe en el plan de salvación de Dios y en el misterio de la redención realizada por Cristo.

Como hecho, pertenecen a la historia evangélica, cuyos relatos son creíbles en la misma y aún en mayor medida que los contenidos en otras obras históricas. Está claro que el verdadero obstáculo para aceptarlos como datos, ya de historia ya de fe, radica en el prejuicio antisobrenatural al que nos hemos referido antes. Es el prejuicio de quien quisiera limitar el poder de Dios o restringirlo al orden natural de las cosas, casi como una auto- obligación de Dios a ceñirse a sus propias leyes. Pero esta concepción choca contra la más elemental idea filosófica y teológica de Dios, Ser infinito, subsistente y omnipotente, que no tiene límites, si no en el no-ser y, por tanto, en el absurdo.

Como conclusión de esta catequesis resulta espontáneo notar que esta infinitud en el ser y en el poder es también infinitud en el amor, como demuestran los milagros encuadrados en la economía de la Encarnación y en la Redención, "signos" del amor misericordioso por el que Dios ha enviado al mundo a su Hijo "para que todo el que crea en Él no perezca", generoso con nosotros hasta la muerte. "Sic dilexit!" (Jn 3, 16)

Que a un amor tan grande no falte la respuesta generosa de nuestra gratitud, traducida en testimonio coherente de los hechos.
(NOTA: Juan Pablo II trató el tema de "Los milagros de Jesús" en siete catequesis, desde el 11 de noviembre de 1987 hasta el 13 de enero de 1988)


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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La curación de la suegra de Pedro

1. Marcos usa de la palabra "inmediatamente" para señalar el tiempo; Mateo se contenta con narrar el milagro sin indicación de tiempo. Los otros evangelistas dicen que la enferma misma rogó al Señor; Mateo se calla también esta circunstancia. Pero no hay en ello discordancia, sino que Mateo mira a la brevedad del relato; los otros, a una mayor precisión. -Mas ¿con qué fin entró en la casa de Pedro? -A mi parecer, con el fin de tomar algún alimento. Por lo menos eso da a entender el evangelista cuando dice: Y ella se levantó y le servía. Porque costumbre era del Señor hospedarse en casa de sus discípulos, como hizo con Mateo cuando le llamó, con lo que juntamente los honraba e incitaba su fervor. Pero considerad, os ruego, aquí también la reverencia de Pedro para con el Señor.

Porque, teniendo en casa a su suegra enferma y con alta fiebre, no le forzó a que fuera a verla, sino que esperó a que Él terminara toda su instrucción y a que todos los otros fueran curados, y sólo entonces, dentro ya de casa, le ruega por ella. De esta manera aprendía Pedro, desde el principio, a poner los intereses de los otros por delante de los suyos propios. Así, pues, no fue él quien introdujo al Señor en su casa, sino que entró Él espontáneamente, después que el centurión había dicho: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo1. Con lo que mostraba el Señor cuán grande gracia hacía a su discípulo. Realmente, considerad qué tales habían de ser aquellos palacios de los pescadores. Y, sin embargo, no se desdeñaba el Señor de entrar en aquellas míseras chozas, enseñándonos por todos los modos a pisotear el boato de los hombres. Por lo demás, unas veces cura el Señor con solas palabras, otras extiende también la mano, otras junta palabras y gestos para poner ante los ojos el milagro. Porque no siempre quería El obrar milagros aparatosos, ya que por entonces le convenía estar oculto, y menos en presencia de sus discípulos, que, de pura alegría, los hubieran pregonado por todas partes. Lo cual es evidente por lo que le pasó después de bajar del monte de la transfiguración, que tuvo necesidad de mandarles que a nadie dijeran lo que habían visto2.

Tocó, pues, el Señor a la enferma, y no sólo le calmó la fiebre, sino que le devolvió perfecta salud. Como se trataba de una enfermedad leve, aquí mostró más bien su poder en el modo de la curación. Lo cual no hubiera podido conseguir la medicina. Porque bien sabéis que, aun después que el enfermo se ve libre de la fiebre, necesita de mucho tiempo hasta restablecerse completamente en su primera salud. Mas en el caso presente, todo sucedió en el mismo punto. Y no sólo aquí, sino también en el otro de la tempestad calmada. Porque no sólo calmó el Señor los vientos y la tormenta, sino que instantáneamente apaciguó también el mar. Lo cual es también maravilloso, pues, aun cesando la tormenta, las aguas siguen por mucho tiempo agitadas. No así con Cristo, pues todo sucedió en el mismo punto: exactamente como aquí en el caso de la suegra de Pedro. Y eso es lo que quiere significar el evangelista, cuando dice: Se levantó y se puso a servirle. Lo cual no fue solamente señal del poder de Cristo, sino de la gratitud que la mujer sentía para con Él.

Otro punto podemos aún considerar en este milagro, y es cómo el Señor, por la fe de unos, concede la curación a otros. Aquí, en efecto, otros fueron los que rogaron, lo mismo que en el caso del criado del centurión; pero se la concede a condición de que el enfermo no sea incrédulo y sólo por impedírselo la enfermedad no se presente ante Él, o por ignorancia y corta edad no sienta muy altamente de Él.

JESÚS CURA A MUCHEDUMBRE DE ENFERMOS

Venida la tarde, le presentaron a muchos endemoniados, y con su palabra expulsó de ellos los espíritus, y curó a todos los enfermos, a fin de que se cumpliera lo que fue dicho por el profeta Isaías (53,4): Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. Mirad cómo ha crecido ya la fe de la muchedumbre. Porque no se resignaban a retirarse de su lado, no obstante lo urgente de la hora, ni tenían por intempestivo, presentarle los enfermos por la tarde. Por otra parte, considerad, os ruego, la muchedumbre de curaciones que los evangelistas pasan por alto, sin contarnos menudamente sus circunstancias. Con una sola palabra atraviesan todo un piélago inmenso de milagros. Luego, el propio evangelista, previniendo a la incredulidad que pudiera ocasionar la grandeza misma del milagro, pues curó en un momento a tanta muchedumbre de gente y de tan varias enfermedades, nos aduce al profeta como testigo de los hechos-con lo que nos muestra de paso cuán eficaz es siempre la prueba tomada de las Escrituras, de no menos fuerza que los milagros mismos-, y así dice que ya Isaías los había predicho: Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. No dijo: "destruyó", sino: Cargó y tomó sobre sí. Lo cual más bien me parece fue dicho por el profeta en relación con nuestros pecados, en consonancia con lo que había dicho también Juan Bautista: He ahí el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo3.

2. ¿Cómo, pues, lo aplica aquí el evangelista a las enfermedades corporales? O porque leyó este testimonio en sentido histórico, o porque quiso darnos a entender que la mayor parte de las enfermedades del cuerpo proceden de pecados del alma. Porque si la muerte misma, que es cifra de todos los males, tuvo en el pecado su raíz y origen, mucho más lo tendrán la mayor parte de las enfermedades. El mismo hecho de ser nosotros pasibles, de ahí nos ha venido.

EL SEÑOR NOS ENSEÑA A HUIR LA OSTENTACIÓN

Pero, viendo Jesús las grandes muchedumbres que le rodeaban, dio orden de pasar a la otra orilla. Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a toda ostentación. Los otros evangelistas nos cuentan haber intimado a los demonios que no dijeran que Él era el Cristo4; Mateo, que despidió a las muchedumbres. Al obrar así, quería el Señor enseñarnos la moderación, a par que calmaba la ojeriza de los judíos, y nos daba, en fin, la lección de que nada hagamos por pura ostentación. Realmente, no había venido sólo para curar los cuerpos, sino principalmente para corregir al alma y enseñarle su divina filosofía. En una y otra cosa se nos muestra a sí mismo: en la curación de las enfermedades y en no hacer nada por ostentación. Y era así que las gentes estaban como clavadas con Él de puro amor y admiración y quisieran estarle mirando en todo momento. Porque ¿quién se iba a apartar de quien tales maravillas obraba? ¿Quién no quisiera contemplar sencillamente aquella cara y aquella boca, que tales palabras hablaba?

LA BELLEZA CORPORAL DEL SEÑOR.

Porque no era el Señor sólo admirable cuando obraba sus milagros, sino que su sola presencia estaba llena de hechizo, como ya lo había declarado el profeta, cuando dijo: Hermoso por su belleza sobre los hijos de los hombres5. Y si es cierto que Isaías dice: No tenía forma ni hermosura6, o hay que entenderlo en comparación de la gloria inefable e inexplicable de la divinidad, o nos habla el profeta de lo que sucedió en su pasión-la deshonra, por ejemplo, sufrida al tiempo de estar colgado en la cruz-, o, finalmente, de la humildad que
mostró en todo durante su vida entera.

HECHIZO DEL SEÑOR SOBRE LAS GENTES

Sin embargo, no dio su orden de pasar a la otra orilla hasta que hubo terminado de curar, pues en otro caso tampoco se lo hubieran consentido. Porque si allá en el monte no permanecieron sólo a su lado mientras duró su discurso, sino que, aun cuando hubo callado, le fueron acompañando, así aquí no sólo estaban junto a Él mientras obraba sus milagros, sino también cuando hubo terminado, como quiera que de sólo mirar su rostro sacaban gran provecho. Y es así que si Moisés tenía transfigurado su rostro y el de Esteban parecía de un ángel, considerad cómo es razón que apareciera entonces la cara del que es Señor de Moisés y de Esteban. Tal vez tengáis ahora muchos deseo de ver aquella divina imagen; pero, si queremos, mucho más bella la contemplaremos. Porque, si terminamos con confianza la presente vida, recibiremos al Señor entre las nubes y le saldremos al encuentro con cuerpo inmortal e incorruptible. Y mirad cómo no despide sin más a las muchedumbres a fin de no herirlas. Porque no dijo: "Retiraos", sino que ordenó pasar al otro lado, dándoles esperanzas que Él, en todo caso, pasaría también allá.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 27, 1-2, BAC Madrid 1955, 552-56)


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Apllcación: P. José A. Marcone, IVE - El amor misericordioso y salvífico de Cristo (Mc 1,29-39)

Introducción

El evangelio de hoy está situado geográficamente en la ciudad de Cafarnaúm (Mc 1,21). Jesús habitará en esa ciudad los 21 meses que dura su apostolado en Galilea, es decir, la segunda etapa de su vida pública. Tanto es esto así que Mateo llamará a Cafarnaúm 'la ciudad de Jesús'. En efecto, en Mt 9,1, se dice, refiriéndose a Cafarnaúm: "Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su propia ciudad" (êlthen eis tèn hidían pólin)7.

Además, el evangelio de hoy nos da una indicación geográfica todavía más concreta. En efecto, dice que Jesús "fue a la casa de Simón y Andrés" (Mc 1,29). Esta es la primera cita de una larga serie en que San Marcos habla de la casa de Pedro como si fuera la casa de Jesús. San Marcos lo atestigua en Mc 1,29; 2,1; 3,20; 7,17 y 9,28.

Esa casa no sólo era la casa de Pedro donde Jesús se alojaba, sino que Jesús la convirtió también en lugar de predicación de la Palabra de Dios y anuncio del evangelio. Dos veces se narra en San Marcos que la multitud se agolpaba a la puerta de la casa (Mc 1,33; 2,2) y en una de ellas (Mc 2,2) se dice que Jesús les anunciaba la Palabra (lógos).

1. La casa de Pedro es la casa de Jesús

La casa de Pedro estaba a unos escasos 100 mt de la sinagoga de Cafarnaúm, teatro de importantes predicaciones y milagros de Jesús8. Esta es la conclusión absolutamente científica que brota de los descubrimientos arqueológicos hechos en dos investigaciones sucesivas, una en la década de 1920 y la otra en la década de 1960.

Hay un documento importante, la crónica de viaje de la peregrina Egeria, que atestigua que a fines del siglo IV se celebraba la Santa Misa en lo que se consideraba que fue la casa de Pedro en Cafarnaúm, a orillas del lago. Las investigaciones arqueológicas de la década de 1920 y de 1960 confirmaron ese dato y encontraron tanto la misma casa de Pedro como la sinagoga donde Jesús predicó.

Encontraron los restos clarísimos de una basílica octogonal, con tres octógonos concéntricos sobre una edificación de basalto negro, piedra propia del lugar. Luego, más abajo, encontraron un complejo habitacional, una de cuyas habitaciones tenía rastros evidentes de haber servido de lugar de culto cristiano en el siglo I. La conclusión de los científicos franciscanos fue la siguiente: La basílica octogonal estaba construida sobre lo que fue la casa de Pedro y, por lo tanto, casa de Jesús.

Ese complejo habitacional encontrado, es decir, sus cimientos, está compuesto por los siguientes elementos9: 1. Un patio interior cuya puerta principal da al exterior. La piedra basal de la puerta se encuentra en perfecto estado. 2. Varias habitaciones alrededor de ese patio central. Entrando, la primera a la izquierda, tiene una puerta casi pegada a la puerta principal del patio. Esa es la habitación que tiene signos clarísimos de haber sido lugar de culto cristiano desde el siglo I. 3. La puerta principal del patio, la que daba a la calle, daba a un lugar abierto, algo así como una plaza.

Las paredes estaban hechas con piedras de basalto talladas rústicamente en forma cuadrada y pegadas con una mezcla de ripio y barro. Del lado externo de la casa había una escalerita que llevaba al techo, para repararlo. El techo estaba hecho con una reja de madera cubierta de una capa hecha con cañas y barro mezclado con paja10.

La primera habitación entrando a la izquierda es, como dijimos, la que muestra signos de culto desde el siglo I. Ya antes de la época bizantina sus paredes estaban revocadas y pintadas y tenía suelo de material. Luego se hizo un arco con dos columnas para poder poner un techo firme. En el siglo V se construyó encima de los restos de las habitaciones anteriores la basílica octogonal que perduró hasta la llegada de los musulmanes (s. VII).

Para los arqueólogos no cabe la menor duda que esta es la casa del clan de Pedro, que Jesús había convertido en casa suya.

Todo el conjunto de casas, como dijimos, tenía una única salida a la calle principal a la izquierda. La puerta de esta casa daba a la plaza mayor, donde había un espacio bastante amplio. Esto explica la posibilidad de que la multitud se agolpara en la puerta de la casa, como se narra en Mc 1,33 y 2,2.

"La casa de Simón Pedro, la cual se transformará enseguida en domus ecclesia, es ya, por la presencia de Cristo, un lugar sagrado en el cual Jesús 'dice la palabra' (Mc 2,2), es decir, anuncia la buena noticia de la salvación, perdona los pecados y sana al paralítico. Todo esto es como un preanuncio y figura de lo que será la Iglesia de Cristo, bajo la guía de Pedro, en todas partes del mundo: la Iglesia es y debe ser 'el sacramento universal de la salvación' (LG,48), lugar de reconciliación y de salvación, casa de consuelo y de esperanza para todos los pobres de la tierra"11.

2. El amor misericordioso y salvífico de Jesús

Los versículos de Mc 1,32-34 nos subrayan que el milagro de la curación de la suegra de Pedro y los otros milagros que hará ese mismo día a la tarde son signos del amor misericordioso y salvífico de Dios por el hombre: "Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios".

Todo en el evangelio de hoy está tendiente a mostrar la preocupación, la ternura y la curación que Jesús ejercita sobre el hombre. Por eso podemos decir que en el evangelio de hoy se enfrenta, por un lado, el mal del mundo que pesa sobre el hombre, y, por otro, la acción benéfica de Cristo que cura el mal en el hombre a través del bien.

Es por esta razón que la Iglesia ha querido que leamos en la primera lectura un trozo del libro de Job. Job es el paradigma de los hombres afligidos por todo tipo de males: desgracias familiares, desastres económicos, una enfermedad tan dura como la lepra, incomprensión por parte de la compañera de toda su vida, abandono por parte de los amigos, incomprensión de los hombres supuestamente sabios, etc. Y el trozo leído hoy es un grito angustioso y profundo que expresa todo su dolor.

También el salmo, la antífona del salmo y la antífona aleluyática nos indican que la Iglesia ve en el evangelio de hoy la acción curativa de Cristo. La antífona del salmo es la siguiente: "Alaben al Señor, que sana a los afligidos". Y el salmo, entre otras cosas, dice: "El Señor sana a los que están afligidos / y les venda las heridas. / El Señor eleva a los oprimidos / y humilla a los malvados hasta el polvo". Y la antífona aleluyática dice: "Cristo tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades".

¿Y cuáles son los males a los cuales vence Cristo? El evangelio de hoy divide ese mal en dos grandes grupos: los enfermos y los endemoniados, es decir, los que sufren males en el cuerpo y los que sufren males en el alma.

A los que sufren males del cuerpo Jesús les dice: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28). Y por esta razón San Pedro exhorta a los cristianos: "Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él se ocupa de vosotros" (1Pe 5,7). En Jesús se cumple aquello que el salmo dice de Dios: "El Señor cura todas tus enfermedades; / Él rescata tu vida de la fosa / y te colma de gracia y de ternura. / El Señor es compasivo y misericordioso. / Como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor ternura por sus fieles; porque Él sabe de qué estamos hechos, / se acuerda de que somos barro" (Sal 103,3-4.8.13-14).

Y a los que están atormentados por el diablo, Jesús los libera diciendo a los espíritus inmundos: "Espíritu inmundo, ¡sal de este hombre!" (Mc 5,8).

Por esta razón dice San Juan Pablo II: "'Signos' de la omnipotencia divina y del poder salvífico del Hijo del hombre, los milagros de Cristo, narrados en los Evangelios, son también la revelación del amor de Dios hacia el hombre, particularmente hacia el hombre que sufre, que tiene necesidad, que implora la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, 'signos' del amor misericordioso proclamado en el Antiguo y Nuevo Testamento. Especialmente, la lectura del Evangelio nos hace comprender y casi 'sentir' que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano. Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico, el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, a aquél que es 'padre del pecado' en la historia del hombre: a Satanás.

"Los milagros, por tanto, son para el hombre. Son obras de Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, 'sobremanera se admiraban, diciendo: Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar!' (Mc
7,37). (…) Estas señales sirven para la revelación de su amor hacia nosotros, de ese amor misericordioso que con el bien vence al mal, como demuestra la misma presencia y acción de Jesucristo en el mundo"12.

Conclusión

Lo que mejor expresa la acción de Cristo sobre el hombre enfermo y herido es la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,30ss). Al hombre herido gravemente, Jesús venda sus heridas, arroja vino para evitar infecciones y aceite para paliar el dolor y facilitar la cicatrización; lo pone sobre su propia cabalgadura, lo lleva a un lugar para que lo cuiden y cubre totalmente los gastos. El hombre herido en el camino es el hombre de todos los tiempos y todos los lugares. El Buen Samaritano es Jesucristo. Éste es el modo en que Jesucristo se ocupa de nosotros.

Pero hoy, concretamente hoy, ¿cómo se ocupa Cristo hoy de nosotros? El medio principal por el que Jesucristo se ocupa de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu son los sacramentos. A través del Sacramento de la Confesión Jesucristo vence el mal moral que hay en nosotros y cura nuestro espíritu. A través de la Eucaristía, Él nos alimenta con su propio Cuerpo, dándonos las fuerzas suficientes para no desfallecer en el camino hacia la vida eterna. A través de la Unción de los Enfermos, perfecciona nuestra alma en gracia y, muchas veces, incluso, cura nuestro cuerpo.

Si nosotros vivimos con fe y seriedad los sacramentos que Jesús ha dejado en la Iglesia Católica sentiremos, sin duda, que Jesús "cura todas nuestras enfermedades" y que "siente ternura por sus fieles como un padre siente ternura por sus hijos" (Sal 103,3.13).

La conciencia de que Jesús se ocupa realmente de nosotros y el hecho de vernos curados o aliviados en nuestro dolor debe llevarnos a hacer la misma experiencia de la suegra de Pedro: una vez curada se puso a servir a Jesús.

Notas
7 San Mateo sabía perfectamente que Jesús vivió en Nazaret y esa era considerada su patria (Mt 2,23). Sin embargo, habla de
Cafarnaúm como "la ciudad propia de Jesús".
8 Cf. Jn 6,16-71: discurso del Pan de Vida. Mc 1,23-27: expulsión de un demonio. Mt 12,9ss: curación del hombre con la mano paralizada. A Jairo, el jefe de la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús le hizo un gran milagro: Mc 5,22-43.
9 Todos estos datos los tomamos del libro recién citado: MARCHESI, G., Il Vangelo della Speranza, Città Nuova Editrice, Roma, 19902, p.
291-292. 304-306.; traducción nuestra. El autor toma todos los datos arqueológicos de CORBO, V., Cafarnao, la cittá di Gesú, in AAVV, La Storia di Gesú, vol. 2, p. 393. Marchesi trae una descripción bastante detallada de las investigaciones de V. Corbo, quien fue quien hizo el sensacional descubrimiento de la casa de Pedro en 1968.
10 Esto explica bien el hecho de aquel paralítico que fue conducido por la escalerita a la parte alta de la casa e introducido a la casa
abriendo un hueco en el techo, para ser puesto delante de Jesús, para que lo curara (Mc 2,1-12).
11 MARCHESI, G., Il Vangelo della Speranza..., p. 305 - 306; traducción nuestra.
12 SAN JUAN PABLO II, Los milagros de Cristo como manifestación del amor salvífico, Audiencia General del 9 de diciembre de 1987, nº 1 y 7.




Aplicación: Papa Francisco - Predicar y curar

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 29-39) nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a muchos enfermos. Predicar y curar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación anuncia el reino de Dios, y con la curación demuestra que está cerca, que el reino de Dios está en medio de nosotros.

Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en la cama con fiebre; enseguida le toma la mano, la cura y la levanta. Después del ocaso, al final del día sábado, cuando la gente puede salir y llevarle los enfermos, cura a una multitud de personas afectadas por todo tipo de enfermedades: físicas, psíquicas y espirituales. Jesús, que vino al mundo para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres, muestra una predilección particular por quienes están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Así, Él se revela médico, tanto de las almas como de los cuerpos, buen samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana.

Tal realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. A esto nos llama también la Jornada mundial del enfermo, que celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Bendigo las actividades preparadas para esta Jornada, en particular, la vigilia que tendrá lugar en Roma la noche del 10 de febrero. Recordemos también al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, monseñor Zygmunt Zimowski, que está muy enfermo en Polonia. Una oración por él, por su salud, porque fue él quien preparó esta jornada, y nos acompaña con su sufrimiento en esta jornada. Una oración por monseñor Zimowski.

La obra salvífica de Cristo no termina con su persona y en el arco de su vida terrena; prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios por los hombres. Enviando en misión a sus discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos (cf. Mt 10, 7-8). Fiel a esta enseñanza, la Iglesia ha considerado siempre la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión.

"Pobres y enfermos tendréis siempre con vosotros", advierte Jesús (cf. Mt 26, 11), y la Iglesia los encuentra continuamente en su camino, considerando a las personas enfermas una vía privilegiada para encontrar a Cristo, acogerlo y servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo.

Esto sucede también en nuestro tiempo, cuando, no obstante las múltiples conquistas de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas suscita fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor y sobre el porqué de la muerte. Se trata de preguntas existenciales, a las que la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo ante sus ojos al Crucificado, en el que se manifiesta todo el misterio salvífico de Dios Padre que, por amor a los hombres, no perdonó ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32). Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la palabra de Dios y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a cuantos los asisten, familiares, médicos y enfermeros, para que el servicio al enfermo se preste cada vez más con humanidad, con entrega generosa, con amor evangélico y con ternura. La Iglesia madre, mediante nuestras manos, acaricia nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre.

Pidamos a María, Salud de los enfermos, que toda persona experimente en la enfermedad, gracias a la solicitud de quien está a su lado, la fuerza del amor de Dios y el consuelo de su ternura materna.
(PAPA FRANCISCO, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 8 de febrero de 2015)


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Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - La curación de la suegra de Pedro Mc 1, 29-39

Jesús (…) hace muchos milagros y la gente lo busca pero Él huye de la popularidad.

Es que su mesianismo es un mesianismo de ocultamiento y cruz y no como creían los judíos de gloria y popularidad.

Hoy como ayer la gente busca la salud y el pan. Está bien. Jesús dio pan a una multitud y lo quisieron hacer rey del pan. Jesús cura a muchos enfermos y todos lo buscan. Pero Él hace callar a los demonios para que no digan quién es y huye a la soledad.

¡Cómo contrasta esta manera de obrar de Jesús a la nuestra! Nosotros mendigamos la popularidad. Queremos ser conocidos de todos y estimados por todos. Consultados. Buscados. Admirados.

Es peligroso el error en la búsqueda de un Jesús que no es el verdadero. Él ha venido a darnos la salud. Por eso su nombre es Jesús, el salud-dador o el Salvador, pero no sólo la salud física sino principalmente la salud del alma.

Queremos pan, vestido, salud y un buen pasar. Está muy bien. Pero poca gente quiere vivir sin pecado, en gracia de Dios. Le interesa muy poco vivir la vida de hijos de Dios.

Jesús nos dará lo necesario para vivir, para subsanar las necesidades del cuerpo porque sin eso no podemos servirlo. Si Jesús quiere que le entreguemos el corazón nos dará lo necesario para que podamos entregarle el corazón.

El error de aquellos palestinos y de la mayoría de la gente de hoy es que busca en Jesús lo necesario para saciar su estómago y su salud física pero poco les importa su alma, vivir en comunión con Jesús.

Si Jesús hubiera accedido a la petición popular se hubiera convertido en ministro de economía y de bienestar social pero no nos hubiera redimido. Jesús tenía una misión más elevada: ganar nuestras almas muriendo en la cruz.

¿Vendrá alguien a solucionar este desbarajuste económico y a dar pan a los hambrientos y atención a los enfermos? Puede ser que venga pero no será Jesús que si vendrá cuando casi nadie se acuerde de Él y de su misión.

¿Necesitamos comer para salvar nuestra alma? Sí. ¿Necesitamos cosas para salvar nuestra alma? Sí. Comida, trabajo, vestido, salud. Pero no necesitamos un auto último modelo, ni un televisor con pantalla plana, ni vacaciones en "Mar del Plata", ni el último horno microondas, ni una pileta de natación.

Hemos perdido el rumbo. Nos hemos olvidado de buscar el cielo, para eso vino Jesús al mundo, para darnos el cielo y buscamos las cosas temporales y se las pedimos a Jesús pero no le pedimos la salud del alma.

Jesús no quiere dedicarse únicamente a los milagros. Ellos son prueba de que es Dios y son medios para confesar la divinidad de Jesús en donde esta nuestra salvación. Si confesamos que Jesús es Dios y el redentor le haremos caso en lo que nos mande, cumpliremos sus mandamientos.

Le pedimos a Jesús las cosas temporales y no cumplimos lo que Él nos manda. No le hacemos caso, hacemos nuestra vida.
Jesús puede eliminar nuestros sufrimientos pero a veces no quiere porque a través del sufrimiento nos salvaremos. De hecho el sufrió siendo inocente para salvarnos y quiere que nos salvemos también sufriendo.

Jesús era el Mesías y un Mesías sufriente. La gente de palestina en su tiempo estuvo contenta mientras hacía signos prodigiosos y lo seguían pero en cuanto comenzó su subida a Jerusalén para morir lo abandonaron.

¿No sucede hoy también así? Cuando Jesús nos da bienes estamos contentos y lo seguimos pero cuando nos prueba con la privación lo abandonamos.

Ansiamos lo extraordinario pero no nos damos cuenta que lo extraordinario no está en que Dios haga milagros sino en que Dios se haya hecho hombre y se haya ocultado y haya querido sufrir por nosotros. Eso es lo extraordinario y nosotros nos confundimos.

Imitemos a Jesús en ocultarnos y buscar primero el reino de Dios y su justicia. Lo demás se nos dará por añadidura.

También debemos aprender de Jesús la compasión y practicarla con el prójimo.

(cortesía: iveargentina)

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