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Domingo 15 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos I - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Eucaristía del Domingo

Recursos adicionales para la preparación

 

 

A su disposición

Exégesis: R.P. Joseph M. Lagrange, O.P. - Misión de los Doce Apóstoles (Lc 9,1-6; Mc 6,6-13; Mt 10,5-16; 11,1)

Exégesis: José Ma. Solé Roma C.M.F. sobre las tres lecturas

Comentario Teológico: G. Leonardi - Apóstol = Enviado

Comentario Teológico: Juan Pablo II sobre  la carta de San Pablo a los Efesios

Comentario Teológico: Juan Pablo II - La unción de los enfermos, en la Iglesia, comunidad sacerdotal y sacramental

Santos Padres: San Ambrosio - Misión de los apóstoles

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La Misión de los apóstoles

Aplicación: Benedicto XVI - Todos somos responsables, todos somos corresponsables

Aplicación: Raniero Cantalamessa - El envío misionero de Jesús también es para los laicos

Aplicación: Beato Manuel González - ¡Apóstol!

Aplicación: R.P. Carlos M. Buela, I.V.E. - El apostolado en el propio ambiente

Aplicación: R.P. Alonso Rodriguez, SJ - EL APOSTOLADO SEGLAR

Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - La Misión Apostólica

Aplicación: S. Juan Pablo II - La pregunta "¿quién soy?" condiciona todas las demás preguntas

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Ser apóstol en nuestros ambientes

Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Décimo Quinto del Tiempo Ordinario - Año B Mc 6:7-13

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo


Exégesis: R.P. Joseph M. Lagrange, O.P. - Misión de los Doce Apóstoles (Lc 9,1-6; Mc 6,6-13; Mt 10,5-16; 11,1)

Aunque expulsado de Nazaret por sus compatriotas, Jesús no dejó por eso de predicar, y queriendo que la buena nueva del reino de Dios y la invitación a la penitencia se extendiesen más, llamó a los doce apóstoles y los mandó a predicar de dos en dos.

Era como un ensayo del apostolado, que más tarde, después de la muerte de Jesús, habían de llevar a los gentiles.

Por ahora, consagra todos sus cuidados a su pueblo: al que vino a llamar, al depositario de las promesas y de las Escrituras, al que diri­ge, por medio de los suyos, la palabra de Dios. Por eso recomienda a los Doce que no se dirijan a los gentiles y que eviten entrar en las ciu­dades samaritanas; que vayan más bien a las ovejas descarriadas de la casa de Israel.

El designio de esta misión no era atraer las miradas sobre su per­sona. A los discípulos no se les encarga que recluten adictos al movi­miento mesiánico. Cuenta Jesús tan poco con el entusiasmo desperta­do en sus discípulos para hacer valer sus propios milagros, que les da el poder para obrar esos mismos prodigios: de expulsar los demonios, de curar a los enfermos y aun, añade san Mateo, de resucitar a los muer­tos. Con esto, ¿no se amortiguaría algún tanto la profunda impresión hasta entonces en Él reconcentrada? Poco importa. Lo esencial es que el llamamiento de Dios resuene en todo el país de Israel: ¡Penitencia!, porque el reino de Dios está cerca. El tiempo apremia y es preciso no estar ocioso. Sin embargo, Jesús no mete prisa a sus discípulos; las ins­trucciones que les da las limita a un país y a ciertas circunstancias, aun­que su fondo sea inmutable. Para lograr el éxito de semejante misión, son necesarias dos disposiciones: desinterés e intensa aplicación a la obra.

El desinterés debe ser innegable, llevado hasta la pobreza, hasta una verdadera pobreza sin ostentación". El viajero en Palestina lleva­ba siempre consigo algunas tortas para el camino, algunas monedas en el turbante o en su cinto; si iba cabalgando era en un asno, llevaba dos túnicas para defenderse del frío. El discípulo no debe tomar pan, ni dinero, ni dos túnicas; caminará a pie y podrá apoyarse en un pobre bastón; calzará simples sandalias, hechas de una suela, atadas con correas, a guisa de mendicante. Pero el mendigo, aunque haga profe­sión de mendicidad, lleva unas alforjas que espera llenar, aun el men­digo religioso. Un limosnero que pedía en nombre de una diosa siria, fue a mostrar su reconocimiento a su patrona por el grande provecho obtenido: en cada salida llenaba setenta alforjas. ¡Los discípulos no debían llevar alforjas! Debían vivir pendientes todos los días, y aun todos los momentos, de la Providencia divina.

Llegado a un pueblo, el obrero de la predicación del reino debía darse por entero a su trabajo. La hospitalidad en Oriente es algo natu­ral: es ejercida por todos, y especialmente por las casas de huéspedes; pero un mesón, con tanto trajín de los que entran y salen, en medio de las preocupaciones de los viajeros y de la grosería no pocas veces inmoral de los criados, no es lugar adecuado para tratar los intereses del alma. Los apóstoles deben escoger mejor una casa particular: no faltará quien los invite. Tomada posesión de la casa, no deben abando­narla hasta la partida definitiva de la ciudad. Tal vez otros los inviten a su casa, pero no deben aceptar, pues esos cambios ocasionan pérdi­das de tiempo y razonamientos poco caritativos. Sin salir de la casa se puede ver a todo el mundo. El oriental enseña con dificultad los depar­tamentos interiores de su casa, pero la sala de recibir está abierta para todo el que llega. Mañana y tarde entrarán los que quieran conversar con los huéspedes llegados de las esperanzas que agitaban todos los pechos de Israel.

Tal vez algún pueblo no esté dispuesto a recibir a los mensajeros de la buena nueva, o bien, satisfecha la primera curiosidad, no se les dé ya crédito alguno. Al obrar de esta manera, aquella población ates­tiguaría contra ella misma que no pertenece al pueblo de Dios. La tie­rra de los gentiles es impura, y cuando el judío regresa de ella sacude el polvo de sus sandalias para no manchar el suelo sagrado con el con­tacto de aquel polvo. Sacudid, pues, también el polvo de vuestros pies en testimonio de su mal proceder.

Esta vez señala aquí Jesús la meta a que puede llegar el humano heroísmo: sus apóstoles deben servir de modelo a todas las generacio­nes de apóstoles. Tal consejo apropiado a las circunstancias no es obli­gatorio, tal como suena, en todo tiempo; pero emprenderá en vano la conquista de las almas quien no esté poseído por un deseo tan obse­sionante de su salvación que excluya toda mira interesada. Perfec­tamente lo comprendieron así santo Domingo y san Francisco: el apos­tolado exige la pobreza, y la pobreza dispone para el apostolado. Irán, pues, los apóstoles predicando, arrojando a los demonios y curando a los enfermos. San Marcos añade que ungían a los enfermos con óleo y los curaban (Me 6, 13). El óleo se ha empleado siempre en Oriente como medicina, sobre todo para curar llagas. Como san Marcos habla de enfermos y de apóstoles y no de médicos, la unción seguramente tenía carácter religioso para obtener la curación. Jesús no bautizaba ni usaba de este rito, y los discípulos no lo hubieran hecho tampoco si no se les hubiera mandado. La Iglesia ha visto en esta práctica como un preludio del sacramento de la Extremaunción", al cual Santiago hará alusión más clara (St 5, 14 s.). El racionalismo, negando el carácter sagrado de esta unción, ignora, sin duda, la profunda convicción de los primeros cristianos, porque la exagerada importancia dada a la unción de los enfermos por los gnósticos y los mandeos indica que ellos no se habían engañado sobre el sentido que tenía en los textos del Nuevo Testamento.

No fue, sin embargo, la intención de Jesús ligar el poder de los apóstoles al cumplimiento de una unción para distinguirla de su poder soberano. Como los dejaba bautizar, los preparaba también a ser los depositarios de las gracias acordadas mediante la extremaunción a los enfermos en el seno de esta Iglesia por Él fundada, preparándolos para su ministerio futuro de pastores.
(LAGRANGE, J. M., Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid, 1999, pp. 177-180)



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Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F. sobre las tRes lecturas

Sobre la Primera Lectura (Amós 7, 12-15)
Amós es un caso palmario de cómo es siempre Dios quien toma la iniciativa. Dios llama, elige, ilumina, autoriza, envía a su Profeta. Este debe obedecer:
- Amós era originario de Tecoa, aldea agrícola cercana a Belén. Era pastor, como David. Dios le llama y le envía al Reino de Israel como Profeta: 'Yahvé me tomó de detrás del rebaño y me dijo: Ve, profetiza a mi pueblo de Israel' (15). Es un caso más de cómo el Profeta no lo es ni por méritos ni por propia elección, sino solamente por divina vocación.
- El mensaje de Amós es explosivo. En Israel del Norte, bajo Jeroboam II, han crecido el lujo, la riqueza y los vicios. La religión oficial es puro formalismo cuando no culto supersticioso. Amós reivindica los derechos de los pobres y oprimidos frente a las injusticias de los opresores: 'Venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; aplastan contra el polvo la cabeza de los pobres; profanan mi santo Nombre' (2, 6). Al castigo que se cierne sobre tantas injusticias y profanaciones lo llama Amós: 'Día de Yahvé (5, 18). 'Es día de tinieblas y no de luz.' Los Profetas posteriores dejarán estereotipada la expresión: 'Día de Yahvé' como amenaza de los castigos divinos.
- En la lectura de este domingo vemos cómo se enfrentan Amasías, sacerdote de Betel, profeta áulico, oficial, y Amós, Profeta auténtico de Dios. Amasías, valiéndose de su poder ante Jeroboán, quiere hacer enmudecer a aquel inoportuno predicador: 'Amasías envió a decir a Jeroboán: Amós está conspirando contra ti en medio de la Casa de Israel. El país no puede soportar más todas sus palabras' (7, 10). Y seguro del apoyo de su rey conmina a Amós: '¡Vidente, vete! huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. Pero no vuelvas a profetizar en Betel, porque éste es el santuario del rey, casa real (7, 12). La respuesta de Amós es seria y valiente: 'Yahvé me tomó de detrás del rebaño y me dijo: Ve, profetiza a mi pueblo de Israel. ¿Quién al rugir el león no temerá? El Señor ha hablado, ¿quien no profetizará? (3, 8). Amós no es un conspirador político. No predica por gusto ni por interés. Debe obedecer a quien le envía. El Profeta de Dios ungido y vigorizado por quien le envió y le sostiene, se mantiene libre y sereno. Ningún poder civil ni religioso puede apagar el fragor de su mensaje.

Sobre la Segunda Lectura (Ef.1, 3-14)
La Carta a los Efesios desarrolla el que llama San Pablo 'Misterio de Cristo': Es el plan divino de la salvación.
- Este plan está en el corazón del Padre desde la eternidad y es todo él iniciativa del amor del Padre. Pablo entona un hermoso himno de alabanza al amor eterno del Padre. El centro y el eje de este plan es: Cristo ab aeterno y de pura gracia se desborda sobre nosotros el amor del Padre. Concebido este plan de amor en la eternidad se realiza en el tiempo, en la Era Mesiánica; cuando Cristo Hijo de Dios no sólo nos redime del pecado, sino que nos hace partícipes de su divina filiación.
- San Pablo enumera algunas de las riquezas de este adorable plan de amor: El Padre en Cristo nos bendice, nos elige, nos predestina; nos ve, nos piensa, nos ama (3). Y porque nos ve en Cristo nos ve santos, inmaculados, partícipes de la filiación divina, agraciados en el Amado (5. 6). El pecado no será ya óbice, porque Cristo con su sangre nos redimirá de él. En este plan de amor entran todos los hombres, así judíos como gentiles (12. 13).
- De nuestra parte debemos dar respuesta al plan de amor divino. Y nuestra respuesta es la fe; y el amor y la alabanza sin fin a quien tanto nos amó. San Pablo nos exhorta a todos a dar esta respuesta al amor eterno de Dios: 'Tan luego oísteis el Evangelio de vuestra salvación lo aceptasteis con fe. Y así fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido; el cual es prenda de nuestra herencia mientras llega la plena redención de los que debemos formar el pueblo de su patrimonio para alabanza de su gloria' (13. 14). Tres veces nos repite San Pablo en esta perícopa que vivamos ya ahora y luego en la eternidad: ¡Para alabanza de la Gloria de Dios! (6, 12, 14): 'Repletos, Señor, de tus ricas dádivas, concédenos que los que recibimos tu don salvífico nunca reposemos en tu alabanza'.

Sobre el Evangelio (Mc. 6, 7-13)
En el N. T. es también Cristo quien llama, elige, ilumina, forma, autoriza y envía a sus Apóstoles. Estos deben obedecer y corresponder a su vocación:
- Nos narra San Marcos la elección de los 'Doce'. Cuando Jesús desaparezca de nuestra vista ellos serán no sólo sus heraldos y representantes, sino los que prolongarán y perpetuarán su misión redentora. Esto significa el poder que les da sobre los demonios (7). Les deja la plenitud de sus poderes: 'Como me enviaste Tú al mundo Yo también los envió al mundo' (Jn 17, 18). Y San Pablo definirá al Apóstol: 'Así nos deben todos considerar: como ministros de Cristo y como administradores de los misterios de Dios' (1 Cor 4, 1).
- Y así como representan la Persona de Cristo deben imitarle: pobres, desasidos, desinteresados.
- El Apóstol de Cristo debe tener confianza en Aquel que le ha elegido y enviado: 'Esta seguridad tenemos por Cristo ante Dios. No que de nosotros mismos seamos idóneos, sino que nuestra idoneidad nos viene de Dios. El nos hace idóneos ministros de la Nueva Alianza' (2 Cor 3, 4). Así, los fieles y creyentes deben ver y aceptar con fe al Apóstol de Cristo: 'El que a vosotros recibe a Mí me recibe' (Mt 10, 40). 'El que a vosotros escucha a Mí me escucha. El que a vosotros rechaza a Mí me rechaza'. (Lc 10, 16).
José Ma. Solé Roma O.M.F., "Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.



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Comentario Teológico: G. Leonardi - Apóstol = Enviado

1. Problemática actual y situación neotestamentaria.
El término "apóstol" ("enviado", adjetivo verbal con sentido pasivo del verbo apostélló) es frecuente en el NT (80 veces), y en muchas ocasiones con un sentido ya técnico.

Una estadística de la distribución según la cual aparece este término en los diversos libros sagrados resulta sumamente aleccionadora. Los en­contramos 35 veces —con una distri­bución bastante uniforme— en las diversas cartas paulinas, incluidas las pastorales y la carta a los Hebreos. Aparece otras 34 veces en Lucas, dis­cípulo y colaborador de Pablo: seis veces en el evangelio y 28 veces en los Hechos; en Marcos sólo figura dos veces (3,14; 6,30), una sola vez en Mateo (10,2), también una vez sola y con sentido bastante vago en Juan (13,16) y tres veces en el Apocalipsis (2,2; 18,20; 21,14).

Añadamos que, por el contrario, sólo aparece en pocas ocasiones en el NT —cuatro veces— el sustantivo abstracto "apostolado" (apostolé): Rom 1,5 y I Cor 9,2 (referido a Pablo); Gál 2,8 (referido al "apostolado entre los circuncisos" de Pedro); He 1,25 (referido a los "doce").

Así pues, además del sentido de la palabra "apóstol", queda por aclarar el motivo de esta diversa aparición dentro de las primeras comunidades cristianas, y en especial si se le entien­de del mismo modo en los diversos filones del NT.

2. Apóstol y misión en el mun­do judío y en la literatura ambiental.
Los Setenta tradujeron ordinaria­mente (unas 700 veces) con el verbo apostélló (o con el compuesto exa­postélló) el verbo hebreo salah: lo prefirieron claramente a pémpó (sólo cinco veces como traducción suya), precisamente porque comprendieron que el original hebreo no indicaba puramente el envío en sí, sino que subrayaba el encargo o investidura del enviado, que adquiría para aque­lla tarea concreta y determinada la misma autoridad que la persona mandante (cf Jos 1,16; 1Re 20,8; 21,10; 2Re 19,4); especialmente los Setenta indican con este verbo la mi­sión de los profetas de Israel para hablar en nombre de Dios (cf Éx 3,10; Jue 6,8.14; Is 6,8; Jer 1,7; Ez 2,3; Ag 1,12; Zac 2,15; 4,9; Mal 3,23).

El correspondiente adjetivo verbal sustantivado apóstolos se encuentra, por el contrario, en los Setenta (se­guidos también aquí por Áquila) en una sola ocasión, concretamente en 1Re 14,6, como traducción del parti­cipio pasivo saluah del correspon­diente verbo hebreo; se refiere al pro­feta Ajías, que por encargo divino se presenta a la mujer de Jeroboán como "apóstol duro" (apóstolos sklé­rós) para anunciar la ruina de la nue­va dinastía.

3. El apóstol en las primeras comunidades cristianas.
Examinemos ante todo el término "apóstol", para remontarnos luego a su radical apostélló.

Para poder establecer el sentido —único y múltiple— del término "apóstol" en el NT, veamos ante todo la situación partiendo de los escritos considerados como más antiguos y teniendo en cuenta las diversas co­munidades en que se redactaron.

a) En el lenguaje tradicional pre­paulino y de la primera actividad paulina. Partamos de las primeras cartas paulinas, escritas entre los años 47 y 63, y sobre las cuales no hay serios problemas de autenti­cidad.

En la 1Tes (anterior a las polémi­cas de Pablo con los judeo-cristianos judaizantes) los tres fundadores de la comunidad —Pablo, Silvano y Timoteo (cf. 1,1 y 2Tes 1,1; 2Cor 1,19)— se designan en plural "após­toles de Cristo" (1Tes 2,7), porque, como se deduce del contexto próxi­mo, habían llevado allá el "evangelio de Dios" (1,5; 2,2.4.8). Por eso aquí el objeto del apostolado es sólo la predicación del evangelio a los paganos —como se deduce del contex­to—, sin que tales apóstoles hubieran recibido un encargo directo del resu­citado; de lo contrario, el término no se le podría aplicar a Silvano (o Silas), que, según He 15,22, parece ha­ber sido mandado de Jerusalén a An­tioquía de parte de los "apóstoles y presbíteros", y en especial al "hijo" Timoteo, convertido por Pablo en Iconio ( 1 Cor 4,17; cf. He 16,1).

Por eso al principio eran llamados apóstoles aquellos que, en número de dos o tres por lo menos (cf Mc 6,7 y Le 10,1), habían sido mandados por Cristo o por las comunidades apostólicas (cf. He 13,1-3; 14,4.14) a fundar nuevas comunidades entre ju­díos, y especialmente entre paganos. En este sentido son llamados apósto­les, además de Pablo, tanto Bernabé (1Cor 9,5-6; cf. Gál 2,1.8-10) como Apolo (1Cor 4,9; cf. 4,6), Andrónico y Junias, "distinguidos entre los apóstoles, y que fueron creyentes en Cristo antes que yo" (Rom 16,7). De forma semejante, a Pedro o Cefas se le confió "ser apóstol de los cir­cuncisos" (Gál 2,8; cf. 2,11-15), es de­cir, de los judíos; y entre los apóstoles que actuaban entre los judíos, Pablo parece incluir también a Santiago, hermano de Jesús (Gál 1,19). En este sentido amplio no sorprende que fue­ran también llamados apóstoles los mandados o designados por las co­munidades para recoger la colecta para los pobres de Jerusalén (2Cor 8,23; cf 8,19; Flp 2,25).

b) En la polémica paulina contra los judeo-cristianos "judaizantes". En un determinado momento nace, sin embargo, una polémica precisa­mente sobre este título de apóstol; encontramos varias huellas de ella en la 2Cor, particularmente en los capí­tulos 10-13 (que parecen constituir la "carta con lágrimas": cf 2Cor 2,4, puesta como apéndice). Mientras es­taba Pablo en Efeso (por los años 54-56), algunos judeo-cristianos judai­zantes llegaron a las Iglesias paulinas de Corinto y de Galacia procedentes de Jerusalén y de Antioquía. Se opo­nían a la línea de Pablo de admitir a los paganos en la Iglesia sin pasar antes por el judaísmo. Por eso empe­zaron a discutirle a Pablo precisa­mente el título de apóstol, a fin de desacreditar su autoridad; él no era un apóstol como "los que eran após­toles antes que yo" (toùs prò emoú apostólous) en Jerusalén (Gál 1,17). Pablo, a su vez, denuncia a estos ca­lumniadores, que se llaman incluso "super-apóstoles"(hyperlían apósto­loi: 2Cor 11,15; 12,11), como "falsos apóstoles (pseudapóstoloi), obreros fraudulentos, que se disfrazan de "apóstoles de Cristo" (11,13).

Parece evidente (…) que le discutían este título por varias razones: I) Pablo no había tenido contacto con el Jesús terreno; 2) no había sido testigo con los doce de las apariciones pos-pascuales del resucitado; 3) por eso no había sido enviado como apóstol ni por Cristo ni por los doce apóstoles de Jerusalén.

Precisamente desde este momento Pablo empieza a reivindicar para sí el título de "apóstol de Jesús" con ener­gía, sin atribuírselo ya a los colabo­radores del mismo rango, como Silvano o Apolo; se lo suele atribuir sobre todo al comienzo de sus cartas (1Cor 1,1; 4,9; 9,12; 15,9 bis; 2Cor 1,1; 11,5; cf 11,13; 12,12; Gál 1,1; Rom 1,1; 11,13; Col 1,1; Ef 1,1). En este contexto polémico afirma que su apostolado no le viene de los hom­bres (Gál 1,1.12), sino de la voluntad eterna de Dios (1Cor 1,1; 2Cor 1,1; Col 1,1; Ef 1,1.5); es obra de "Jesu­cristo y de Dios Padre" (Gál 1,1); constituye "la gracia y la misión apostólica" recibida por medio de Je­sucristo para "que obedezcan a la fe todos los pueblos" (Rom 1,5).

Con estas afirmaciones Pablo no se pone entre los doce, de los que se distingue con claridad (cf. Gál 1,17­19; 2,2-10; 1Cor 15,5); tampoco afir­ma que haya visto o que haya sido enviado por el Jesús terreno. Decla­ra, por el contrario, que ha visto a Jesús resucitado en el camino de Da­masco, lo mismo que "los doce" y que "todos los demás apóstoles", aunque sólo sea como último (1Cor 15,5.7-9; cf. 9,1; Flp 3,8.10.12; Gál 12,16). Pablo afirma, por consiguien­te, que ha sido mandado también él por Cristo resucitado en misión apos­tólica, al igual que "todos los otros apóstoles" a los que se apareció Cris­to, y que ha sido enviado con el ca­risma específico de ser el apóstol evan­gelizador de los paganos (Gál 2,8-10; cf. 1,18).

Con esta finalidad Dios lo había "llamado desde el seno de su madre", como a Jeremías y al siervo de Yhwh; y en el camino de Damasco le había "revelado" a Jesús como su Hijo, para confiarle la misión profética de anunciarlo a los paganos (Gál 1,12.15-16; cf. Jer 1,5; Is 49,1), con la posibilidad para ellos de acceder in­mediatamente a la filiación divina, sin estar ya obligados a las prácticas cultuales y nacionales judías (cf. en especial Gál 3,26-29). Pablo no pretende, sin embargo, afirmar que ha recibido por revelación de Jesús todo el "evangelio", como se deduce del hecho de que él "transmite" el kerygma tradicional sobre la institución de la eucaristía y sobre los hechos pascuales, que a su vez declara haber recibido del Señor a través de la tradición anterior (paralambánó, verbo característico, como el anterior, de la tradición oral rabínica: 1Cor 11,23; 15,1-13). Se trata de fórmulas estereotipadas precedentes; el mismo Pablo declara que están en conformidad con las que predican los doce y los demás apóstoles (1Cor 15,11).

Para verificar el contenido del mismo carisma profético recibido por revelación de Cristo en el camino de Damasco, Pablo se siente en la obli­gación de "consultar" a Pedro, su­biendo tres años más tarde a Jerusa­lén (Gál 1,18); y catorce años más tarde vuelve allá desde Antioquía con Bernabé y Tito, después de una "re­velación", para exponer "a los diri­gentes el evangelio que predico a los paganos, para saber si estaba o no trabajando inútilmente" (Gál 2,2). Y afirma con satisfacción, frente a sus calumniadores, que precisamente es­tos "dirigentes" —que son en este con­texto por lo menos "Santiago y Cefas y Juan"— reconocieron la "gracia" o carisma que había recibido, es de­cir, que él había recibido de Cristo el "evangelio" de los no judíos, del mis­mo modo que Pedro con los demás de Jerusalén habían recibido el "evangelio" y el "apostolado" de los judíos; por eso aprobaron su línea de actuación y la de Bernabé, dándo­les la mano en señal de comunión (2,6-9).

Pablo, para demostrar el origen divino de su apostolado, apela ade­más a la prueba de los hechos: el vigor de sus comunidades pagano-cristianas (1Cor 15,10; cf 2Cor 3,1-3) demuestra que han surgido en virtud del poder de Dios (1Tes 1,5; 2Cor 6,7; 12,12; Rom 15,19). "Si para otros no soy apóstol, para vosotros cierta­mente lo soy; pues vosotros sois, en el Señor, el sello de mi apostolado (apostolés)"(1Cor 9,2).

Pero, (…), en todos estos textos Pablo parece aplicar el título de apóstoles también al grupo de los doce que él conoce (1Cor 15,5) y a cada uno de sus miembros; en efecto, dice que Jesús se apareció "a todos los apóstoles" (15,7), después de haberse aparecido a los "doce" y "a más de 500 hermanos" (15,5-6); y en la carta a los Gálatas dice que después de la aparición de Jesús en el camino de Damasco no partió para Jerusalén, "a ver a los que eran após­toles antes que yo" (1,17); tres años después, en Jerusalén, durante su permanencia de quince días con Pe­dro, dice que allí "no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, el herma­no del Señor" (1,19); habla además del apostolado de Pedro entre los judíos (2,8).

c) En la aclaración restrictiva de Lucas (Evangelio y Hechos). Lucas distingue con claridad —casi como si quisiera superar la controversia pau­lina anterior— entre discípulos y apóstoles, ya a nivel del Jesús te­rreno.

En efecto, presenta a Jesús que, entre el círculo más amplio de los discípulos que le seguían, "eligió doce de entre ellos, a los que llamó tam­bién apóstoles" (6,13; cf He 1,2), a los que luego envió (apostélló: 9,1-2) a proseguir su misma misión entre el pueblo de Judea (cf 4,44). Las expre­siones están sacadas de la misión aná­loga contada ya por Marcos (6,5-7).

Luego, a lo largo de su vida, Jesús fue dando algunas normas radicales sobre el discípulo auténtico, e inme­diatamente después designó y mandó (apostélló) "a otros setenta y dos dis­cípulos" con una misión casi idéntica (10,1-12 (…).

A continuación Lucas reserva el título de "los apóstoles", con el ar­tículo determinado, tan sólo a los doce: tanto en el Evangelio (9,10; 17,5; 22,14; 24,10) como en los He­chos (1,2.26; 2,37.42.43; 4,33.35.36. 37; 5,2.12.18.29.40; 6,6; 8,1.14.18; 9,27; 11,1; 15,2.4.6.22.23; 16,4). Pero los presenta la misma tarde de pascua rodeados de otros discípulos (24,33), que en los días anteriores a Pentecos­tés forman ya con ellos un grupo nu­meroso de "unos 120 hermanos" (He 1,15-16). Las únicas excepciones se dan en el texto de 11,49 del Evange­lio y el texto de 14,4.14 de los Hechos. Aquí, en dos ocasiones, se les da a Pablo y a Bernabé el título de após­toles, cuando van a fundar comuni­dades pagano-cristianas por misión recibida de la comunidad de Antio­quía (13,1-3). (Muchos opinan que el término se le "escapó" a Lucas, que lo encontró en la fuente antioquena de donde sacó este material; estos dos, por lo menos, no responden a los requisitos postulados por Lucas para los doce apóstoles. Lo mismo parece que hay que decir de los "apóstoles" que él menciona en el Evangelio (Lc 11,49), en donde de­pende, con Mateo, de la fuente Q; allí —como veremos— el término ten­dría el sentido más amplio pre-paulino del que antes hablábamos.)

Los doce o los apóstoles tienen realmente para Lucas la función de "dar testimonio" (He 1,8) —pero quedándose en Jerusalén (1,4; cf 8, 1.14) y en Judea (11,1), es decir, entre las "doce" tribus de Israel— de todo el mensaje de Jesús, del que habían sido testigos oculares desde el bautis­mo de Juan hasta su ascensión, y especialmente de su resurrección (He 1,21-22; cf Lc 1,2). Por consiguiente, su predicación es la continuación de la causa de Jesús en la historia pos­terior.

En He 1 - 5 Lucas presenta al grupo de los doce apóstoles también como dirigentes de la comunidad judeo-cris­tiana de Jerusalén. Desde el capítu­lo 6 este grupo recibe la ayuda, para la atención a las obras caritativas en la sección de lengua griega, del grupo de los "siete" con Esteban (pero tam­bién con huellas de otras funciones originales más amplias, como la pre­dicación y la fundación de nuevas comunidades). En la sección de len­gua hebreo-aramea que se quedó en Jerusalén reciben también la ayuda de un grupo de presbíteros (11,30) que, con su portavoz Santiago, her­mano del Señor, participan y deciden en el concilio de Jerusalén junto con los doce apóstoles, presididos por Pe­dro (15,2.4.6.22.23; 16,4).

d) En los otros evangelios. Por eso mismo resulta extraño que un término tan importante para Pablo y para Lucas aparezca en los otros evangelios tan sólo una vez: en Marcos (6,30) y en Mateo (10,2) paro indicar a los "doce" en el contexto preciso de su misión temporal a Ga­lilea; en Juan, después del lavatorio de los pies, en la admonición al ser­vicio, dirigida por Jesús a los "discí­pulos": "Os aseguro que el criado no es más que su amo, ni el enviado (apóstolos) más que el que lo envía" (13,16). Intentaremos dar respuesta a esta rara circunstancia [ver infra, 4].


4. La misión apostólico-pro­fética de Jesús y de sus discípulos.
Para completar el cuadro se­mántico creemos necesario examinar también el uso del verbo apostélló (de donde se deriva "apóstol"), sobre todo teniendo en cuenta que es fre­cuente y que se distribuye de manera bastante uniforme en los cuatro evangelios, mientras que es más bien raro en el epistolario del NT (fenó­meno inverso al de "apóstol").

Este verbo aparece 135 veces, de ellas 22 en Mateo; 20 en Marcos; 51 en Lucas (25 en Lucas y 26 en He­chos), 27 en Juan; sólo cinco veces en el epistolario paulino; una vez en 1Pe, tres veces en lJn y tres veces en el Apocalipsis.

a) En los evangelios sinópticos. Del conjunto se deduce que el verbo apostélló, como ya en los Setenta (…), pone de relieve el encargo relacionado con la misión, mientras que el sinónimo pémpó (frecuente en Lucas: 22 veces) pone el acento en el envío en cuanto tal. Además, los sinópticos, al hablar de Dios, utilizan siempre el verbo apostélló.

Tomando en consideración sola­mente los textos en donde el verbo tiene una importancia doctrinal, ob­servamos:

— Ya los lóghia presentaban a Jesús clasifi­cándolo entre los profetas mandados por Dios a Jerusalén y rechazados por ella (Mc 23,37/ Lc 13,34), en un contexto en que Jesús, incluso con otra terminología, es presentado re­petidas veces como modelo de profe­ta, superior a los profetas antiguos; describía a Jesús como el mandado por Dios; el que lo escucha o lo desprecia, escucha o des­precia al mandatario divino (Mt 10,40/ Lc 10,16); en la parábola de los invitados se narraba cómo mandó Dios a sus criados a invitar al ban­quete, con una evidente alusión a los profetas de Israel, incluidos Jesús y los primeros profetas cristianos (Mt 22,3-4/Lc 14,17).

— En los sinópticos, el mismo Je­sús se presenta como el enviado de Dios; acogiéndolo en los niños, se acoge al mandatario divino (Me 9,37; Lc 9 48; cf Mt 18,5); en la parábola de la viña afirma que Dios envió repetidamente a sus criados (los pro­fetas) y finalmente a su Hijo predilec­to a la viña de Israel (Mc 12,2.4, 5.6/ Mt 21,34.36.37; Lc 20,10).

— En varios textos, referidos por cada uno de los sinópticos, Jesús afirma que ha sido enviado (por Dios: pasivo hebreo) tan sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15,24); explica por qué ha llamado a su mensaje "evangelio" (cf ya 1,15) y por qué se identifica con el profeta vaticinado por Is 61,1: "... Me ha enviado a llevar la buena nueva los pobres" (Lc 4,18), y va a evangelizar por todas partes, con las palabras y con los hechos, ese reino de Dios precisamente porque ha sido mandado (enviado) por Dios para esto (4,43).

— Jesús, como sabiduría de Dios (cf Lc 7,35/ Mt 11,19; cf también 1Cor 1,24.30), había dicho refiriéndose a sus misioneros "Les enviaré profetas y apóstoles (Lc 11,49), en donde la expresión parece una endíadis, a no ser que Lucas haya intentado aclarar con el correspondiente griego de "apóstoles" el hebreo/ arameo "profetas". Realmente Mt 23,34 dice: "Por eso yo os envío profetas, sabios y maestros de la ley".

En los mismos sinópticos se narra que Jesús escogió a los doce para “enviarlos” (Mc 3,14; cf Lc 6,13; Mt 10,2), a su vez, a continuar su obra profético-escatológica como anunciadores de la próxima llegada del reino de Dios, como exorcistas contra Satanás y como curadores de enfermedades; y que luego de hecho les envió con semejantes funciones (Mc. 6,7; cf Mt 10,5.16; Lc 9,2; cf. 10,1.3).

b) En el cuarto evangelio. También en Juan el verbo apostélló (aparece 27 veces) lo utiliza Jesús para indicar su envío divino frente a los Judíos (5,36.38; 6,29.57; 7,29; 8,42; 10,36) y los discípulos (3,17; por eso es el profeta por excelencia (4,19.44; 6,14; 7,40.52; 9,17).

Jesús a su vez mandó a los discípulos: “Como el Padre me mandó a mí, así os envío (pémpó) yo a vosotros" (20,21; cf 4,38), infundiendo en ellos la tarde de pascua su mismo Espíritu y capacitándolos para santificar a los hombres mediante el perdón de los pecados (20,22-23).

El tema de la misión está en el centro de la estructura literaria y teo­lógica de la oración de Jesús al Padre después de los discursos de despedida (cf G. Segalla, o.c.), hasta el punto de que podría verse en esa oración una cristología del envío y definir su vida de Hijo que ha entrado en el mundo desde la gloria del Padre (17,5.24), como "una vida en misión". En efecto, el verbo apostélló aparece hasta siete veces en la oración, y el tema de la misión está presente en seis de las siete unidades literarias en que se estructura dicha oración (17,3.8.18.21.23.25), teniendo su cen­tro en las frases: "Conságralos en la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así también los envío yo al mundo. Por ellos yo me consagro a ti, para que también ellos sean consagrados en la verdad" (17,17-19).

c) (…) Así pues, creemos que puede afirmarse con seguridad, tomando como base todos estos múl­tiples y unánimes testimonios, que ya el Jesús terreno se había presentado como profeta mandado (salah) por Dios, en la línea de los antiguos pro­fetas, pero con la tarea única y esca­tológica de anunciar e iniciar el reino esperado de Dios; este verbo, con el contenido relativo de misión profética, fue traducido por el verbo griego apostélló muy pronto después de Pentecostés (si no ya en vida del Jesús terreno y por el propio Jesús en la tierra de Israel, en donde el griego era comúnmente conocido como segunda lengua). Los mismos pasivos hebreos que aparecen frecuentemente en estos textos atestiguan su origen antiguo en el ambiente judío. Ya Pa­blo lo usa en este sentido en Gál 4,4.6.

Por tanto, parece evidente que ya Jesús utilizó la raíz salah-apostélló para indicar, además de su misión, la de sus misioneros; no está documen­tado —aunque tampoco excluido, y por tanto es posible, a mi juicio—que el mismo Jesús haya usado el participio sustantivado saluah-saliah-apóstolos (al menos en la forma hebreo-aramea, si no ya en griego), que encontramos luego tan frecuen­temente en las comunidades paulinas y lucanas.

5. Conclusión (y resumen): apostolicidad de la Iglesia.
Por tanto, la sustancia de la misión (expresada con el verbo característico hebreo-arameo salah) tiene que remontarse al mismo Jesús, que se presentó como profeta envia­do de Dios Padre, al modo de los profetas del AT (cf Is 6,8; 61,1; Jer 1,7); Jesús, a su vez, envió "apóstoles y profetas" (Lc 11,49; cf. Mt 23,34). También en Pablo están estrechamen­te asociados los apóstoles y los pro­fetas (1Cor 12,28; Ef 2,20; 4,11), y los profetas se encuentran en segundo lugar; así también en la Didajé (cc. XI; XIII; XV, I).

(…) De todas las tradicio­nes evangélicas se deduce realmente que el mismo Jesús describió su mi­sión en la línea de la de los profetas del AT, que reunió a su alrededor a unos discípulos ([/ II]) y que los man­dó a continuar su misión profética.

Con este sentido más profundo, siguiendo a los Setenta ([/ I, 2.4a)), se empleó en el ambiente cristiano grie­go la raíz griega apostélló, y en espe­cial el adjetivo verbal sustantivado apóstolos, anteriormente poco usado en el mundo griego y con un sentido no teológico. Este término se convir­tió muy pronto en el terreno cristiano en un termina técnico para indicar a todos los enviados, primero por el Jesús terreno y resucitado, y luego por sus primeras comunidades, a fin de continuar su obra profética: tanto para los doce enviados por Jesús a evangelizar a las comunidades judías de Jerusalén y de Judea (cf. para Pedro Gál 2,8) como para los otros enviados a las comunidades judías de la diáspora y a las paganas; entre estos últimos estaba también Pablo y su equipo.

La polémica de los judaizantes contra Pablo los movió a restringir el título a los enviados directamente por el Jesús terreno y resucitado, y especialmente a los doce; por eso Pablo tuvo que defender el título de haber sido también él "enviado" por Cristo resucitado.

Más tarde Lucas concilia estas dos posiciones, restringiendo el título de apóstol a los doce. De este modo responde también a la necesidad cada vez más sentida —frente al retraso de la parusía y las herejías nacientes—de tener un criterio seguro de garan­tía a la fidelidad a Cristo y a su mensaje. Para ello subraya el papel de los doce apóstoles como garantes autorizados y completos de la tradi­ción evangélica, a la que se (habría referido) también Pablo y él mismo para su evangelio escrito (Lc 1,1-4). Esta función de garantes de la tradi­ción apostólica y de guías de la co­munidad fue transmitida por los doce a los presbíteros-obispos, sus suceso­res, con el rito de la imposición de las manos (13,13; cf He 6,6) y de la "elección a mano alzada" (cheiroto­néó: 14,23), pero con la participa­ción, en la elección de los candidatos, de la misma comunidad (1,23; 6,1-6) y de sus profetas (13,1-3; cf 20,28).

Ya la carta a los Efesios (…) enu­mera a los apóstoles y a los profetas cristianos del pasado —entre ellos Pablo— como el fundamento de la Iglesia (de la que Cristo sigue sien­do de todas formas la piedra angular y de bóveda), en cuanto que son los que han recibido la revelación del misterio de Dios manifestado en Cristo y que hay que leer también en los escritos del apóstol Pablo (2,20; cf 3,2-6); su función la continúan aho­ra los actuales "evangelistas, pastores y maestros" (4,11) de la Iglesia.
(LEONARDI, G., Voz Apóstol / Discípulo, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ediciones Paulinas, Madrid, 1990, pp. 142-153)

 

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Comentario Teológico: Juan Pablo II sobre la carta de San Pablo a los Efesios

La Iglesia, misterio de comunión fundada en el amor
1. Quiero comenzar también esta catequesis con un hermoso texto de la carta a los Efesios, que dice: 'Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo... Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo... en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad... de hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra' (Ef 1, 3.10). San Pablo, con vuelo de águila, con un profundo sentido del misterio de la Iglesia, se eleva a la contemplación del designio eterno de Dios, que quiere reunirlo todo en Cristo como Cabeza. Los hombres, elegidos desde la eternidad por el Padre en el Hijo amado, encuentran en Cristo el camino para alcanzar su fin de hijos adoptivos. Se unen a él convirtiéndose en su Cuerpo. Por él suben al Padre, como una sola realidad, junto con las cosas de la tierra y del cielo.
Este designio divino halla su realización histórica cuando Jesús instituye la Iglesia, que primero anuncia (Cfr. Mt 16,18) y luego funda con el sacrificio de su sangre y el mandato dado a los Apóstoles de apacentar su rebano. Es un hecho histórico y, al mismo tiempo, un misterio de comunión con Cristo. El apóstol no se limita a contemplar ese misterio; se siente impulsado a traducir esa verdad contemplada en un cántico de bendición: 'Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo...'
2. Para la realización de esta comunión de los hombres en Cristo, querida desde la eternidad por Dios, reviste una importancia esencial el mandamiento que Jesús mismos define 'el mandamiento mío' (Jn 15, 12). Lo llama 'un mandamiento nuevo': 'Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros' (Jn 13, 34). 'Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado' (Jn 15, 12).
El mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a si mismo, tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. Pero Jesús lo sintetiza, lo formula con palabras lapidarias y le da un significado nuevo, como signo de que sus discípulos le pertenecen. 'En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros' (Jn 13, 35). Cristo mismo es el modelo vivo y constituye la medida de ese amor, del que habla en su mandamiento: 'Como yo os he amado', dice. Más aún, se presenta la fuente de ese amor, como 'la vid', que fructifica con ese amor en sus discípulos, que son sus 'sarmientos': 'Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mi no podéis hacer nada' (Jn 15, 5). De allí la observación: 'Permaneced en mi amor' (Jn 15, 9). La comunidad de los discípulos, enraizada en ese amor con que Cristo mismo los ha amado, es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, única vid, de la que somos sarmientos. Es la Iglesia-comunión, la Iglesia comunidad de amor, la Iglesia-misterio de amor.
3. Los miembros de esta comunidad aman a Cristo y, en él, se aman recíprocamente. Pero se trata de un amor que, derivando de aquel con que Jesús mismo los ha amado, se remonta a la fuente del amor de Cristo hombre-Dios, a saber, la comunión trinitaria. De esa comunión recibe toda su naturaleza, su característica sobrenatural, y a ella tiende como a su propia realización definitiva. Este misterio de comunión trinitaria, cristológica y eclesial, aflora en el texto de san Juan que reproduce la oración sacerdotal del Redentor en la última Cena. Esa tarde, Jesús dijo al Padre: 'No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mi, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado' (Jn 17, 20.21). 'Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí' (Jn 17, 23)
4. En esa oración final, Jesús trazaba el cuadro completo de las relaciones interhumanas y eclesiales, que tenían su origen en él y en la Trinidad, y proponía a los discípulos, y a todos nosotros, el modelo supremo de esa 'communio' que debe llegar a ser la Iglesia en virtud de su origen divino; él mismo, en su íntima comunión con el Padre en la vida trinitaria. Jesús en su mismo amor hacia nosotros mostraba la medida del mandamiento que dejaba a los discípulos, como había dicho en otra ocasión: 'Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial' (Mt 5, 48). Lo había dicho en el sermón de la montaña, cuando recomendó amar a los enemigos: 'Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos' (Mt 5, 44.45). En otras muchas ocasiones, y especialmente durante su pasión, Jesús confirmó que este amor perfecto del Padre era también su amor: el amor con que él mismo había amado a los suyos hasta el extremo.
5. Este amor que Jesús enseña a sus seguidores, como reproducción de su mismo amor, en la oración sacerdotal se refiere claramente al modelo de la Trinidad. 'Que ellos también sean uno en nosotros', dice Jesús, 'para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos' (Jn 17, 26). Subraya que éste es el amor con que 'me has amado antes de la creación del mundo' (Jn 17, 24).
Y precisamente este amor, en el que se funda y edifica la Iglesia como 'communio' de los creyentes en Cristo, es la condición de su misión salvífica: que sean uno como nosotros (pide al Padre), para que 'el mundo conozca que tú me has enviado' (Jn 17, 23). Es la esencia del apostolado de la Iglesia: difundir y hacer aceptable, creíble, la verdad del amor de Cristo y de Dios atestiguado, hecho visible y practicado por ella. La expresión sacramental de este amor es la Eucaristía. En la Eucaristía la Iglesia, en cierto sentido renace y se renueva continuamente como la 'communio' que Cristo trajo al mundo, realizando así el designio eterno del Padre (Cfr Ef 1, 3.10). De manera especial en la Eucaristía y por la Eucaristía la Iglesia encierra en sí el germen de la unión definitiva en Cristo de todo lo que existe en los cielos y de todo lo que existe en la tierra, tal como dijo Pablo (Cfr Ef 1, 10): una comunión realmente universal y eterna.
Juan Pablo II Catequesis del 1 de enero de 1992

 

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Comentario Teológico: Juan Pablo II - La unción de los enfermos, en la Iglesia, comunidad sacerdotal y sacramental

1. Se puede decir que la realidad de la comunidad sacerdotal se actúa y manifiesta de modo particularmente significativo en el sacramento de la unción de los enfermos, del que el apóstol Santiago escribe: '¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados' (St 5, 14.15).
Como se ve, la carta de Santiago recomienda la iniciativa del enfermo que, personalmente o por medio de sus seres queridos, solicita la presencia de los presbíteros. Se puede decir que de esta manera ya se da un ejercicio del sacerdocio común, mediante un acto personal de participación en la vida de la comunidad de los 'santos', a saber, de los congregados en el Espíritu Santo, del que se recibe la unción. Pero la carta d entender también que ayudar a los enfermos con la unción es una tarea del sacerdocio ministerial, llevado a cabo por los 'presbíteros'. Es un segundo momento de realización de la comunidad sacerdotal en la armoniosa participación activa en el sacramento.
2. El primer fundamento de este sacramento se puede descubrir en la solicitud y cuidado de Jesús por los enfermos. Los evangelistas nos relatan cómo, desde el inicio de su vida pública, trataba con gran amor y compasión sincera a los enfermos y a todos los demás necesitados y atribulados, que le pedían su intervención. San Mateo atestigua que 'sanaba toda enfermedad y toda dolencia' (Mt 9, 35).
Para Jesús esas innumerables curaciones milagrosas eran el signo de la salvación que quería aportar a los hombres. Con frecuencia establece claramente esta relación de significado, como cuando perdona los pecados al paralítico y sólo después realiza el milagro, para demostrar que 'el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar los pecados' (Mc 2, 10). Su mirada, por consiguiente, no se detenía sólo en la salud del cuerpo; buscaba también la curación del alma, la salvación espiritual.
3. Este comportamiento de Jesús pertenecía a la economía de la misión mesiánica, que la profecía del libro de Isaías había descrito en términos de curación de los enfermos y de ayuda a los pobres (Cfr. Is 61, 1 ss.; Lc 4, 18)19). Es una misión que, ya durante su vida terrena, Jesús quiso confiar a sus discípulos, a fin de que socorriesen a los menesterosos y, en especial, curasen a los enfermos. En efecto, el evangelista san Mateo nos asegura que Jesús, 'llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia' (Mt 10, 1). Y Marcos dice de ellos que 'expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban' (Mc 6, 13). Es significativo que ya en la Iglesia primitiva no sólo se subrayara este aspecto de la misión mesiánica de Jesús, al que se hallan dedicadas numerosas páginas de los evangelios, sino también la obra confiada por él a sus discípulos y apóstoles, en conexión con su misión.
4. La Iglesia ha hecho suya la atención especial de Jesús para con los enfermos. Por una parte, ha suscitado muchas iniciativas de dedicación generosa a su curación. Por otra, con el sacramento de la unción, les ha proporcionado y les proporciona el contacto benéfico con la misericordia de Cristo mismo.
Es conveniente notar a este respecto que la enfermedad nunca es sólo un mal físico; al mismo tiempo se trata de una prueba moral y espiritual. El enfermo experimenta gran necesidad de fuerza interior para salir victorioso de esa prueba. Por medio de la unción sacramental, Cristo le manifiesta su amor y le comunica la fuerza interior que necesita. En la parábola del buen samaritano, el aceite derramado sobre las heridas del viajero asaltado en el camino de Jericó, sirve simplemente como medio de curación física. En el sacramento, la unción con el aceite resulta signo eficaz de gracia y de salvación también espiritual, mediante el ministerio de los presbíteros.
5. En la carta de Santiago leemos que la unción y la oración sacerdotal tienen como efectos la salvación, la conformación y el perdón de los pecados. El concilio de Trento (DS 1696) comenta el texto de Santiago diciendo que, en este sacramento, se comunica una gracia del Espíritu Santo, cuya unción interna, por una parte, libra el alma del enfermo de las culpas y de las reliquias del pecado y, por otra, la alivia y fortalece, inspirándole gran confianza en la bondad misericordiosa de Dios. Así, le ayuda a soportar más fácilmente los inconvenientes y las penas de la enfermedad, y a resistir con mayor energía las tentaciones del demonio. Además, la unción a veces obtiene al enfermo también la salud del cuerpo, cuando conviene a la salvación de su alma. Esta es la doctrina de la Iglesia, expuesta por ese concilio.
Se da, por consiguiente, en el sacramento de la unción una gracia de fuerza que aumenta el valor y la capacidad de resistencia del enfermo. Esa gracia produce la curación espiritual, como perdón de los pecados, obrada por virtud de Cristo por el sacramento mismo, si no se encuentran obstáculos en la disposición del alma, y a veces también la curación corporal. Esta última no es la finalidad esencial del sacramento, pero, cuando se produce, manifiesta la salvación que Cristo proporciona por su gran caridad y misericordia hacia todos los necesitados, que ya revelaba durante su vida terrena. También en la actualidad su corazón palpita con ese amor, que perdura en su nueva vida en el cielo y que el Espíritu Santo derrama en las criaturas humanas.
6. El sacramento de la unción es, pues, una intervención eficaz de Cristo en todo caso de enfermedad grave o de debilidad orgánica debida a la edad avanzada, en que los 'presbíteros' de la Iglesia son llamados a administrarlo.
En el lenguaje tradicional se llamaba 'extrema unción', porque se consideraba como el sacramento de los moribundos. El concilio Vaticano II ya no usó esa expresión, para que la unción se juzgase mejor, como es, el sacramento de los enfermos graves. Por ello, no está bien esperar a los últimos momentos para pedir este sacramento, privando así al enfermo de la ayuda que la unción procura al alma y, a veces, también al cuerpo. Los mismos parientes y amigos del enfermo deben hacerse tempestivamente intérpretes de su voluntad de recibirlo en caso de enfermedad grave. Esta voluntad se debe suponer, si no consta un rechazo, incluso cuando el enfermo ya no tiene la posibilidad de expresarla formalmente. Forma parte de la misma adhesión a Cristo con la fe en su palabra y la aceptación de los medios de salvación por él instituidos y confiados al ministerio de la Iglesia. También la experiencia demuestra que el sacramento proporciona una fuerza espiritual, que transforma el ánimo del enfermo y le da alivio incluso en su situación física. Esta fuerza es útil especialmente en el momento de la muerte, porque contribuye al paso sereno al más allá. Oremos diariamente para que, al final de la vida, se nos conceda ese supremo don de gracia santificante y, al menos en perspectiva, ya beatificante.
7. El concilio Vaticano II subraya el empeño de la Iglesia que, con la santa unción, interviene en la hora de la enfermedad, de la vejez y, finalmente, de la muerte. 'Toda la Iglesia', dice el Concilio (Lumen Gentium, 11), pide al Señor que alivie los sufrimientos del enfermo, manifestando así el amor de Cristo hacia todos los enfermos. El presbítero, ministro del sacramento, expresa ese empeño de toda la Iglesia, 'comunidad sacerdotal', de la que también el enfermo es aún miembro activo, que participa y aporta. Por ello, la Iglesia exhorta a los que sufren a unirse a la pasión y muerte de Jesucristo para obtener de él la salvación y una vida más abundante para todo el pueblo de Dios. Así, pues, la finalidad del sacramento no es sólo el bien individual del enfermo, sino también el crecimiento espiritual de toda la Iglesia. Considerada a esta luz, la unción aparece .tal cual es. como una forma suprema de la participación en la ofrenda sacerdotal de Cristo, de la que decía san Pablo: 'Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia' (Col 1, 24).
8. Por consiguiente, hay que atraer la atención hacia la contribución de los enfermos al desarrollo de la vida espiritual de la Iglesia. Todos -los enfermos, sus seres queridos, los médicos y demás asistentes- deben ser cada vez más conscientes del valor de la enfermedad como ejercicio del 'sacerdocio universal', es decir, del sufrimiento unido a la pasión de Cristo. Todos han de ver en ellos la imagen del Cristo sufriente (Christus patiens), del Cristo que según el oráculo del libro de Isaías acerca del siervo (Cfr. 53, 4) tomó sobre sí nuestras enfermedades.
Por la fe y por las experiencias sabemos que la ofrenda que hacen los enfermos es muy fecunda para la Iglesia. Los miembros dolientes del Cuerpo místico son los que más contribuyen a la unción intima de toda la comunidad con Cristo Salvador. La comunidad debe ayudar a los enfermos de todos los modos que señala el Concilio, también por gratitud a causa de los beneficios que de ellos recibe.
Juan Pablo II, Catequesis del 29 de abril de 1992



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Santos Padres: San Ambrosio - Misión de los apóstoles

"Cuanto a los que no quieran recibirlos, saliendo de aque­lla ciudad, sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos".

Los preceptos del Evangelio indican qué debe hacer el que anuncia el reino de Dios: sin báculo, sin alforja, sin calzado, sin pan, sin dinero, es decir, no buscando la ayuda de los auxilios mun­danos, abandonado a la fe y pensando que, mientras menos anhe­len los bienes temporales, más podrán conseguirlos. Si se quiere, puede entenderse todo esto en el sentido siguiente: este pasaje parece tener por fin formar un estado de alma enteramente espi­ritual, que parece se ha despojado del cuerpo como de un ves­tido, no sólo renunciando al poder y despreciando las riquezas, sino también apartando aun los atractivos de la carne,

Ante todo, les hace una recomendación general a la paz y a la constancia: para que aporten la paz, guarden la constan­cia, observen las normas del derecho de hospitalidad; no con­viene al predicador del reino de los cielos ir de casa en casa ni modificar las leyes inviolables de la hospitalidad. Pero, para que se piense que se les ofrece el beneficio de la hospitalidad, sino son recibidos, se les ordena que se sacudan el polvo y salgan de la ciudad: lo cual nos enseña que una buena hospitalidad no es poco recompensada: no sólo procuramos la paz a nuestros hués­pedes, sino que, si ellos están cubiertos con el polvo de faltas ligeras, se les limpia al recibir los pasos de los predicadores apostólicos. No sin razón en San Mateo se ordena a los apóstoles que elijan la casa en que han de entrar, a fin de que no tengan que cambiar y violar los derechos de la hospitalidad. Sin embargo, no se recomienda la misma precaución al que recibe al huésped, no sea que al escogerlo se disminuya la hospitalidad.

Mas si nosotros ahí, en el sentido literal, vemos la forma de un precepto venerable que atañe al carácter religioso de la hos­pitalidad, la interpretación mistérica y espiritual también nos son­ríe. Cuando se elige una casa, se busca un huésped digno. Veamos si no será la Iglesia y Cristo los que son dignos de nuestras prefe­rencias. ¿Existe una mansión más digna que la Iglesia para acoger al predicador evangélico? ¿Quién puede ser preferido a todos con mayor título que Cristo? El acostumbra a lavar los pies a sus huéspedes, y desde el momento que El recibe en su casa, no soporta que permanezcan con los pies sucios, sino que, aunque los tengan manchados por su vida pasada, Él se digna limpiarlos para el resto del viaje. Este, pues, es el único a quien nadie debe dejar, nadie debe cambiar; con razón se ha dicho, refiriéndose a Él: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos (Io 6,69-70). Observa cómo ejecuta los preceptos celestiales el que, por no cambiar de hospedaje (San Pedro), ha merecido tener parte en la consagración celes­tial.

Ante todo prescribe que se enriquezca la fe de una Iglesia: si Cristo habita en ella, sin duda alguna hay que elegir ésa; pero, si un pueblo de mala fe o un doctor desfigura la morada, se le ordena evitar la comunión con los herejes y huir de esta sinagoga. Es necesario sacudir el polvo de los pies, no sea que la sequedad agrietada de una fe mala y estéril manche, como una tierra árida y arenosa, la señal de tu espíritu. Pues, si el predicador del Evangelio ha de tomar sobre sí las debilidades corporales del pueblo fiel, arrancar y hacer desaparecer con sus pies las acciones vanas, comparables a la basura —según está escrito: ¿Quién enferma y no enfermo yo? (Cor 11,29) —, igual­mente él debe abandonar toda Iglesia que rehúye la fe y no posee los fundamentos de la predicación apostólica, no sea que sea salpicado y manchado con una fe errónea. El Apóstol, a su vez, lo afirma claramente: Evita, dice, al hereje después de una sola corrección (Tit 3,10).
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), BAC, Madrid, 1966, pp. 319-321)

 

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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La Misión de los Apóstoles

Mas no se contenta el Señor con animar a sus discípulos por el hecho de llamar cosecha a su ministerio, sino haciéndolos aptos para ese mismo ministerio. Y así, llamando a si-dice el evangelista-a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus para que los arrojaran, y curar toda enfermedad y toda flaqueza. Y, sin embargo, todavía no había sido dado el Espíritu Santo: Todavía no había-dice Juan-Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado . -¿Cómo expulsaban, pues, los apóstoles a los espíritus? -Por el mandato y la autoridad del Señor. Más considerad ahora, os ruego, la oportunidad del momento de su misión. Porque no los envió desde el principio, no. Cuando ya habían por bastante tiempo gozado de su compañía, cuando habían ya visto resucitado a un muerto, apaciguado por su intimación el mar, arrojados los demo-nios, curado un paralítico y perdonados sus pecados; cuando ya el poder del Señor estaba suficientemente demostrado por obras y palabras, entonces es cuando Él los envía. Y, aun entonces, no a misiones peligrosas, pues por de pronto ningún peligro les amenazaba en Palestina. Sólo la maledicencia tendrían desde luego que afrontar. Y aun así, ya de antemano les habla de peligros, preparándolos antes de tiempo para el combate y aprestándolos para él con la constante alusión a los peligros que les esperaban.

LA LISTA DE LOS APÓSTOLES

Hasta ahora, sólo dos parejas de apóstoles nos ha nombrado el evangelista, la de Pedro y Andrés y la de Santiago y Juan. Luego nos contó Mateo su propio llamamiento, pero nada nos ha dicho aún de la vocación y nombre de los otros apóstoles. De ahí que tenía forzosamente que traernos aquí la lista de ellos y decirnos sus nombres, como lo hace seguidamente: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: el primero Simón, por sobrenombre Pedro... Porque había otro Simón, llamado el Cananeo; como había dos Judas: Judas Iscariote y Judas el de Santiago; y dos Santiagos: Santiago hijo de Alfeo y Santiago hijo de Zebedeo. Ahora bien, Marcos los pone por orden de dignidad, y sólo después de nombrar a los dos corifeos cuenta también a Andrés. No así Mateo, sino de modo diferente. Más aún: a Tomás mismo, que sin duda le era inferior, Mateo le pone antes que a sí mismo. Pero volvamos otra vez a su lista: El primero Simón, por sobrenombre Pedro, y Andrés, su hermano. No les tributa el evangelista pequeño elogio, pues al uno le alaba por su firmeza de roca y al otro por lo noble de su carácter. Luego Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano. ¿Veis como no los pone según su dignidad? Porque, a mi parecer, Juan no sólo es superior a todos los demás, sino a su mismo hermano. Luego, nombrado Felipe y Bartolomé, pasa a Tomás y Mateo, el publicano. No procede así Lucas, sino que, por lo contrario, antepone Mateo a Tomás. Luego viene Santiago, hijo de Alfeo; pues, como hemos ya dicho, había otro Santiago, el hijo de Zebedeo. Luego, nombrados Lebeo, por otro nombre Tadeo, y Simón el Celotes, a quien llama también Cananeo, llega al traidor. Pero habla de él no como enemigo a quien hace la guerra, sino con la indiferencia de quien escribe la historia. No dijo: "Judas, el abominable entre todo lo abominable", sino que le calificó sencillamente por el nombre de su ciudad, llamándole Judas el Iscariotes. Había, efectivamente, otro Judas, por sobrenombre Lebeo, y también Tadeo, que Lucas hace hijo de Santiago, diciendo: Judas de Santiago . Para distinguir, pues, de éste al traidor, dice Mateo: Judas el Iscariotes, que fue también el que le traicionó. Y no tiene empacho en decir: Que fue también el que le traicionó. De este modo, los evangelistas no ocultan jamás nada ni aun de lo que parece ser ignominioso. Así, el que figura primero y es el corifeo de todo el coro de los apóstoles, es un hombre sin letras e ignorante.


A QUIÉN ENVIÓ JESÚS SUS APÓSTOLES

Más veamos ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. A estos doce-dice el evangelista-los envió Jesús. ¿Quiénes son éstos? Unos pescadores y publicanos. Cuatro, en efecto, de ellos eran pescadores; dos publicanos: Mateo y Santiago; y uno, hasta traidor. ¿Y qué es lo que les dice? Inmediatamente les dio órdenes, diciendo: No vayáis por camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos. Marchad más bien a las ovejas que se han perdido de la casa de Israel. No penséis, no-les viene a decir el Señor--, que, porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y, apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos, sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos.

Realmente, los samaritanos eran enemigos de los judíos; sin embargo, la misión hubiera resultado más fácil con ellos, que estaban mucho más dispuestos para recibir la fe. La misión entre los judíos era más difícil; y, sin embargo, el Señor los envía al campo difícil, primero para mostrar su solicitud por los judíos y taparles juntamente la boca. De este modo abría el camino a la enseñanza de los apóstoles, a fin de que no los acusaran de que habían entrado en casa de asirios incircuncisos, con lo que tendrían una causa aparentemente justa para huir de ellos y rechazarlos. Por otra parte, llámalos el Señor ovejas perdidas, no que ellas de suyo se hubieran escapado; con lo que por todas partes les ofrece el perdón y trata de atraérselos a sí.

PODERES Y CONSEJOS A SUS APÓSTOLES

Marchad, pues-les dice-, y pregonad que el reino de los cielos está cerca. Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente. Moisés y los profetas predicaban de la tierra y de los bienes de la tierra; los apóstoles, del reino de los cielos, y de cuanto a él atañe. Más no sólo por este respecto son los apóstoles superiores a Moisés y a los profetas, sino también por su obediencia. Ellos no se arredran de su misión ni vacilan como los antiguos. A pesar de que oyen que se les habla de peligros, de guerras y de males incomportables, como heraldos que son del reino de los cielos, aceptan lo que se les manda con absoluta obediencia. -Y ¿qué maravilla-me dirás-que obedecieran fácilmente, cuando nada triste ni difícil tenían que anunciar? -¿Qué dices que nada difícil se les manda? ¿No oyes hablar de cárceles, de conducción al suplicio, de guerras intestinas, del odio universal que había de seguirles, todo lo cual les dijo el Señor que había de acontecerles poco después? Porque a los otros, sí, los enviaba como heraldos y mensajeros de bienes infinitos; pero a ellos sólo les anunciaba y profetizaba males insufrideros.
Luego, para conferir autoridad a su predicación, les dice: Curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios. Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde.

Mirad cómo se preocupa el Señor de las costumbres de sus apóstoles no menos que de los milagros, dándoles a entender que éstos sin aquéllas nada valen. Así vemos cómo reprime su posible orgullo, diciéndoles: Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde. Con lo que juntamente los quiere limpiar de toda avaricia. No quería que pensaran que los milagros eran obra de ellos y se exaltaran orgullosamente al realizarlos. De ahí su palabra: De balde habéis recibido. Ninguna gracia hacéis a los que os reciben, pues no habéis recibido vuestros poderes como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen.

DESPRENDIMIENTO QUE PIDE EL SEÑOR A SUS APÓSTOLES

Seguidamente, trata el Señor de arrancar la raíz misma de los males, y dice: No poseáis oro, ni plata ni moneda menuda en vuestros cinturones; no toméis alforja para el camino ni dos túnicas ni zapatos ni bastón. No les dijo: no toméis con vosotros. No: aun cuando pudierais tomarlo de otra parte, huid de esta mala pestilencia. A la verdad, grandes bienes lograba el Señor con este precepto. Primero, librar de toda sospecha a sus discípulos. Segundo, desembarazarlos a ellos mismos de toda preocupación, y poder así dedicar todo su tiempo a la predicación de la palabra. Tercero, darles una lección sobre su propio poder. Por lo menos, así se lo dijo más adelante: ¿Acaso os faltó algo cuando os envié desnudos y descalzos ? Más no dice inmediatamente: "No poseáis". Primero les dice: Limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios, y ahora viene lo de: No poseáis. Y luego prosiguió: Lo que de balde habéis recibido, dadlo de balde. Con lo cual les procura el Señor a sus discípulos lo que les era útil, decente y posible, para andar por el mundo. -Pero tal vez-observe alguien-que, sí, todo lo demás que el Señor manda está muy en su punto; mas ¿por qué mandar a sus apóstoles que no tomaran alforjas para el camino, ni dos túnicas, ni bastón, ni zapatos? -Porque quería ejercitarlos en la más estrecha perfección, como ya anteriormente les había prohibido que se preocuparan del día de mañana.

A la verdad, Él los iba a mandar como maestros a toda la tierra. Por eso, hasta cierto punto los hace de hombres ángeles, librándolos de toda preocupación terrena, de suerte que una sola preocupación los domine en adelante: la de la enseñanza. Más aún: de esta misma los libra cuando les dice: No os preocupéis de cómo o qué hablaréis De este modo, lo que aparentemente es pesado y molesto, el Señor se lo presenta como muy fácil y hacedero. Nada le hace, efectivamente, tan animoso a un hombre como verse libre de cuidados y preocupaciones, sobre todo cuando, no obstante esa ausencia de preocupación, logra que nada le falte, por tener a Dios consigo y ser Dios para él todas las cosas. Mas no quería tampoco el Señor que los suyos le dijeran: Entonces, ¿cómo o de dónde tendremos el necesario sustento? A lo que podía haberles contestado: Ya habéis oído lo que anteriormente os dije: Mirad las aves del cielo . No estaban, sin embargo, preparados todavía para reducir este precepto a la práctica; de ahí que les dice algo más modesto: Digno es el trabajador de su alimento. Con lo que les da a entender que ellos, maestros, habían de comer de sus discípulos. De este modo, ni los maestros habían de sentir orgullo respecto a sus discípulos, como si todo lo dieran y nada recibieran, ni los discípulos tendrían motivo, por este desdén, para separarse de sus maestros.

EL TRABAJADOR MERECE SU SALARIO

5. No quería el Señor que le dijeran: "¿Es que nos mandas, pues, vivir de limosna?" Cosa de que pudieran ellos avergonzarse. No; por el hecho de llamarlos trabajadores y paga a lo que se les da, quiere ponerles de manifiesto que, al dárseles su alimento, no se hace sino pagárseles una deuda. Porque no penséis-parece decirles-que porque vuestro trabajo consista en palabras, es pequeño el beneficio que de vosotros reciben. También el hablar supone mucho trabajo. Y, por tanto, lo que os dan vuestros discípulos, no es favor que os hacen, sino deuda que os pagan: Porque digno es el trabajador de su salario. Y esto lo dijo el Señor, no por que pretendiera tasar el valor de los trabajos apostólicos. ¡Dios nos libre de idea semejante! No; lo que quiso fue poner ante todo ley a sus apóstoles de no buscar nada más fuera de su sustento y persuadir también a los que se lo procuraban que no es ello honor que les hacen, sino estricto deber que cumplen.

LAS LEYES DE LA HOSPITALIDAD

Más en cualquier ciudad o pueblo en que entrareis, preguntad qué persona digna haya en ella y allí permaneced hasta vuestra partida. Como si dijera; "No porque os haya dicho que el trabajador merece su salario, ya por eso os he abierto todas las puertas. No. También aquí os mando que procedáis con la mayor cautela. Ello contribuirá a vuestra propia gloria y hasta a vuestro sustento corporal. Porque si vuestro huésped es persona digna, no dejará por nada del mundo de proveer a vuestro sustento, sobre todo si vosotros no pedís más que lo necesario-, Mas no sólo manda el Señor a sus discípulos busquen para su hospedaje a personas dignas, sino que les prohíbe andar de casa en casa. Primero, para no ofender a quien los recibiera en la suya; y luego, porque no cobren fama de glotones y amigos de pasarlo bien. Es lo que quiso darles a entender al decirles: Permaneced allí hasta vuestra partida.

Y lo mismo es de ver por los otros evangelistas . ¿Veis cómo de este modo atendió el Señor al prestigio de sus apóstoles y cómo animó a quienes los recibieran? A éstos, en efecto, les hace ver que ellos son quienes más ganan, no sólo en honra, sino tam-bién en provecho. Lo mismo explica el Señor seguidamente, diciendo: Al entrar en la casa, saludadla, y si la casa fuere digna, que vuestra paz venga sobre ella; más si no fuere digna, que vuestra paz se vuelva a vosotros. Mirad hasta qué pormenores se digna descender el Señor en sus preceptos. Y con mucha razón, pues los estaba preparando para atletas y heraldos de la religión en toda la tierra, y de este modo los quiere hacer no sólo modestos, sino también amables. Y así, prosigue; Mas si no os recibieren ni quisieren oír vuestras palabras, salid de la casa o ciudad aquella y sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del juicio se tratará más blandamente a Sodoma y Gomorra que no a la ciudad aquella. "No porque seáis los maestros-les viene a decir el Señor-esperéis a que los otros os saluden. No; adelantaos vosotros a darles muestra de honor".

Luego, para hacerles ver que no se trata en ellos de un simple saludo, sino de una bendición: Si la casa -les dice-fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; más si fuere insolente, su primer castigo será no gozar de vuestra paz; y el segundo, que correrá peor suerte que la misma Sodoma. -¿Y qué tenemos nosotros que ver con su castigo?-pudieran haberle replicado-. -Pues que habitaréis en las casas de personas dignas. Pero ¿qué significa lo de: Sacudid el polvo de vuestros pies? -O demostrarles que nada se llevaban de ellos, o darles un testimonio del largo camino que por ellos habían emprendido. Pero mirad, os ruego, cómo todavía no se lo da todo el Señor, pues por entonces no les concede la gracia de la presciencia, de modo que pudieran saber de antemano quién fuera digno y quién no. Eso les manda que lo averigüen ellos mismos y que se atengan a la experiencia. Entonces, ¿cómo es que Él mismo se hospedó en casa de un alcabalero? -Porque por su conversión se hizo digno. Pero considerad también, os ruego, cómo, a par que los despoja de todo, se lo da todo, pues les permite permanecer en las casas de sus discípulos y entrar en ellas sin tener nada. De este modo los libraba, por una parte, de toda preocupación y, por otra, podían ellos persuadir a los otros que sólo por su salvación habían venido.

Primero, porque no llevaban nada; segundo, porque nada tampoco pedían fuera de lo necesario, y, en fin, porque no a todos indiferentemente pedían hospedaje. Es que no quería el Señor que sus apóstoles brillaran sólo por sus milagros, no; antes que por éstos habían de brillar por su virtud. Ahora bien, nada marca mejor la virtud que la ausencia de lo superfluo y no tener, en cuanto cabe, necesidad ninguna. Los mismos falsos apóstoles lo sabían eso; por lo que Pablo mismo decía: Porque quieren, en aquello de que se glorian, aparecer como nosotros . Ahora bien, si los que están en tierra extraña y en casa ajena no han de pedir nada más que el necesario sustento, mucho menos habrán de exigir otra cosa los que están en su propia casa.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 32, 3-5, BAC Madrid 1955, 638-48)



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Aplicación: Benedicto XVI - Todos somos responsables, todos somos corresponsables

 Los enviados de Dios "con frecuencia no son bien acogidos"... y “releer el Concilio” para redescubrir la “belleza de ser Iglesia”.
(...)

»En el Evangelio de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar los doce Apóstoles en misión (cfr. Mc 6,7-13). En efecto la palabra «apóstoles» significa justamente «enviados, mandados». Su vocación se realizará plenamente luego de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo, es muy importante que desde el principio Jesús quiera hacer partícipes a los Doce en su acción: es una especie de «aprendizaje» con vistas a la gran responsabilidad que les espera. El hecho que Jesús llame algunos discípulos a colaborar directamente a su misión, manifiesta un aspecto de su amor: El no desdeña la ayuda que otros hombres puedan aportar a su obra; conoce sus limitaciones, sus debilidades, pero no las desprecia, es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones, que el Evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desapego: los apóstoles no deben ser apegados el dinero y a las comodidades. Luego Jesús advierte a los discípulos que no siempre recibirán una acogida favorable: a veces serán rechazados; más aun, podrán ser también perseguidos. Pero esto no los debe impresionar: ellos deben hablar a nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse por tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios.

»La primera Lectura proclamada nos presenta la misma perspectiva, mostrándonos que los enviados de Dios a menudo no son bien recibidos. Este es el caso del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el santuario de Betel, un santuario del reino de Israel (cfr. Am 7, 12-15). Amós predica con gran energía contra las injusticias, denunciando sobre todo los abusos del rey y de los notables, abusos que ofenden al Señor y hacen vanos los actos de culto. Por eso Amasias, sacerdote de Betel, ordena a Amós irse. Este responde que no ha sido él quien eligió esa misión, sino el Señor ha hecho de él un profeta y lo ha enviado precisamente allí, al reino de Israel. Por tanto, ya sea que venga aceptado o que venga rechazado, el continuará a profetizar, predicando aquello que Dios dice y no aquello que los hombre quieren escuchar. Y esto permanece, mandado por la Iglesia, no predicar lo que los poderosos quieren sentir. El criterio de los discípulos es la verdad y la justicia, aunque esté contra los aplausos y los poderes humanos.

De forma similar, en el Evangelio, Jesús advierte a los Doce que podrá suceder que en alguna localidad sean rechazados. En ese caso deberán irse a otro lugar, luego de haber cumplido ante la gente el gesto de sacudir hasta el polvo de sus pies, señal que expresa el desapego en dos sentidos: desapego moral – como decir: el anuncio les ha sido dado, ustedes lo han rechazado – y despego material – no hemos querido y no queremos nada para nosotros (cfr. Mc 6, 11). La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden contentarse con predicar la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo dados por Jesús, la curación de los enfermos. Curación corporal y espiritual. Habla de la curación concreta de las enfermedades. Habla de echar los demonios, esto es, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma oscurecidos por la ideología y por esto no pueden ver a Dios. No pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble curación es siempre mandada a los discípulos por Cristo.

»La misión apostólica tiene siempre que comprender los dos aspectos de predicación de la palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de dedicación.

»La segunda Lectura de hoy nos muestra la fecundidad de la misión de los Doce. En efecto, en este estupendo himno que abre la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo da gracias a Dios porque «nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos en Cristo» (1, 3). La experiencia de los Doce en Galilea ha sido la anticipación de una misión más vasta, que – como decíamos – se ha producido después de resurrección de Jesús, y de una predicación más rica, que ha hecho tomar conciencia del gran designio divino de salvación. Dios no improvisa sus dones, sino que los prepara con tiempo. Pablo nos recuerda que «en Él [Cristo] Dios nos ha elegido antes de la creación del mundo» (v. 4). El proyecto originario de Dios es el de comunicar al hombre su gracia; por esto Él ha creado el mundo y nos ha creado a nosotros, para poder comunicarnos su amor y hacernos vivir en comunión con Él. Este amor gratuito de Dios ha procurado la redención, la salvación de los pecadores. En la sangre de Cristo obtenemos la remisión de los pecados, según la riqueza de su amor generoso, derramado abundantemente sobre nosotros. Por tanto, nuestra existencia cristiana es rica de promesas y de esperanza, porque hemos sido hechos herederos, somos predestinados a vivir plena y eternamente en la comunión con Dios.

»Queridos hermanos y hermanas, ¡doy gracias a Dios que mi ha enviado hoy a volver a anunciarles esta Palabra de salvación! Una Palabra que está en la base de la vida y de la acción de la Iglesia, también de esta Iglesia que está en Frascati. Su Obispo me ha informado acerca del empeño pastoral que mayormente tiene en el corazón, que es, en sustancia un empeño formativo, dirigido ante todo a los formadores: formar a los formadores. Es precisamente lo que ha hecho Jesús con sus discípulos: los ha instruido, los ha preparado, los ha formado también mediante la «práctica» misionera, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica en la Iglesia. ¡Es bello y entusiasmante ver que, después de dos mil años, aún llevamos adelante este empeño formativo de Cristo! En la comunidad cristiana, éste es siempre el primer servicio que los responsables ofrecen: a partir de los padres, que en la familia cumplen la misión educativa hacia los hijos; pensemos en los párrocos, que son responsables de la formación en la comunidad, y en todos los sacerdotes, en los diversos ámbitos de trabajo: todos viven una prioritaria dimensión educativa; y en los fieles laicos, además del papel ya recordado de los padres, que están implicados en el servicio formativo con los jóvenes o con los adultos, como responsables en la Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o empeñados en ambientes civiles y sociales, siempre con una fuerte atención a la formación de las personas. Sobre la responsabilidad de los laicos insistió el Siervo de Dios el Papa Pablo VI cuando vino aquí a Frascati el 1° de septiembre de 1963. Dijo que ella no deriva «sólo de la necesidad de abrir los brazos del sacerdote que no llega a todos los ambientes y no logra sostener todas las fatigas. Es dada por algo más profundo y más esencial, por el hecho de que, también el laico es cristiano» (Insegnamenti di Paolo VI, I [1963], 570). Todos somos responsables, todos somos corresponsables.

»El Señor llama a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al empeño como laicos en la Iglesia misma y en la sociedad. Es importante que la riqueza de los dones encuentre plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de responder a Dios con todo el ser, donándola en la vía del sacerdocio y de la vida consagrada o en la vía del matrimonio, dos vías complementarias que se iluminan, se enriquecen recíprocamente y juntas enriquecen la comunidad. La virginidad por el Reino de Dios y el matrimonio son ambas vocaciones, llamadas de Dios a las que responder con y por toda la vida. Dios llama: es necesario escuchar, recibir, responder. Como María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Cfr. Lc 1, 38).

También aquí, en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor siembra con amplitud sus dones, llama a seguirlo y a prolongar en el hoy su misión. También aquí hay necesidad de una nueva evangelización, y por esto les propongo que vivan intensamente el Año de la Fe que comenzará en octubre, a 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II. Los Documentos del Concilio contienen una riqueza enorme para la formación de las nuevas generaciones cristianas. Con la ayuda de los sacerdotes y de los catequistas, reléanlos, profundícenlos, y traten de ponerlos en práctica en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos. Redescubran la belleza de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formato entorno a sí, para evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás cerrado, jamás replegado sobre sí, sino siempre abierto y tendiente al anuncio del Evangelio a todos.

¡Queridos hermanos y hermanas de Frascati! Estén unidos entre sí y, al mismo tiempo, abiertos, misioneros. Permanezcan firmes en la fe, enraizados en Cristo mediante la Palabra y la Eucaristía; sean gente que reza, para permanecer siempre ligados a Cristo, como los sarmientos a la vid y, al mismo tiempo, vayan, lleven su mensaje a todos, especialmente a los pequeños, a los pobres, a los que sufren. En toda comunidad ámense entre ustedes, no estén divididos, sino vivan como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está vivo en su Iglesia y que el reino de Dios está cerca.

Los Patronos de la Diócesis de Frascati son dos Apóstoles: Felipe y Santiago, dos de los Doce. A su intercesión encomiendo el camino de su Comunidad, para que se renueve en la fe y dé claro testimonio con las obras de la caridad. Amén».

Antes del ángelus de este día respecto a la 2ª lectura del domingo:  "Esta centralidad de Cristo la encontramos en la segunda lectura en la Misa de hoy (Ef.1,3-14), el famoso himno de la Carta de Pablo a los Efesios, que comienza así: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo". El Apóstol muestra cómo se ha realizado este designio de bendición, en cuatro etapas que comienzan todos con la misma expresión "en Él", refiriéndose a Jesucristo. "En él", el Padre nos ha elegido antes de la fundación del mundo; "en Él" tenemos la redención por su sangre; "en Él" nos hemos convertido en herederos, predestinados a ser "alabanza de su gloria"; "en Él", cuantos creen en el Evangelio fueron sellados con el Espíritu Santo.
(Benedicto XVI, Homilía en Frascati, Julio 2012)

 

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Aplicación: Raniero Cantalamessa - El envío misionero de Jesús también es para los laicos


La Iglesia no anuncia el Evangelio para aumentar su poder o el número de sus miembros. Si actuara así, traicionaría la primera el Evangelio. Lo hace porque quiere compartir el don recibido, porque ha recibido de Cristo el mandato: «Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis»


«Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón; ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino “Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas”...».

Los estudiosos de la Biblia nos explican que, como de costumbre, el evangelista Marcos, al referir los hechos y las palabras de Cristo, tiene en cuenta la situación y necesidades de la Iglesia en el momento en el que escribe el Evangelio, esto es, después de la resurrección de Cristo. Pero el hecho central y las instrucciones que en este pasaje da Cristo a los apóstoles se refieren al Jesús terreno.

Es el inicio y como las pruebas generales de la misión apostólica. Por el momento se trata de una misión limitada a los pueblos vecinos, esto es, a los compatriotas judíos. Tras la Pascua esta misión será extendida a todo el mundo, también a los paganos: «Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la creación» [Mc 16, 15. Ndt.].

Este hecho tiene una importancia decisiva para entender la vida y la misión de Cristo. Él no vino para realizar una proeza personal; no quiso ser un meteorito que atraviesa el cielo para después desaparecer en la nada. No vino, en otras palabras, sólo para aquellos pocos miles de personas que tuvieron la posibilidad de verle y escucharle en persona durante su vida. Pensó que su misión tenía que continuar, ser permanente, de manera que cada persona, en todo tiempo y lugar de la historia, tuviera la posibilidad de escuchar la Buena Nueva del amor de Dios y ser salvado.

Por esto eligió colaboradores y comenzó a enviarles por delante a predicar el Reino y curar a los enfermos. Hizo con sus discípulos lo que hace hoy con sus seminaristas un buen rector de seminario, quien, los fines de semana, envía a sus muchachos a las parroquias para que empiecen a tener experiencia pastoral, o les manda a instituciones caritativas a que ayuden a cuantos se ocupan de los pobres, de los extracomunitarios, para que se preparen a la que un día será su misión.

La invitación de Jesús «¡Id!» se dirige en primer lugar a los apóstoles, y hoy a sus sucesores: el Papa, los obispos, los sacerdotes. Pero no sólo a ellos. Éstos deben ser las guías, los animadores de los demás, en la misión común. Pensar de otro modo sería como decir que se puede hacer una guerra sólo con los generales y los capitanes, sin soldados; o que se puede poner en pié un equipo de fútbol sólo con un entrenador y un árbitro, sin jugadores.

Tras este envío de los apóstoles, Jesús, se lee en el Evangelio de Lucas, «designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir» (Lc 10, 1). Estos setenta y dos discípulos eran probablemente todos los que Él había reunido hasta ese momento, o al menos todos los que le seguían con cierta continuidad. Jesús, por lo tanto, envía a todos sus discípulos, también a los laicos.

La Iglesia del post-Concilio ha asistido a un florecimiento de esta conciencia. Los laicos de los movimientos eclesiales son los sucesores de esos 72 discípulos... La vigilia de Pentecostés brindó una imagen de las dimensiones de este fenómeno con esos cientos de miles de jóvenes llegados a la Plaza de San Pedro para celebrar con el Papa las Vísperas de la Solemnidad. Lo que más impresionaba era el gozo y el entusiasmo de los presentes. Claramente para esos jóvenes vivir y anunciar el Evangelio no era un peso aceptado sólo por deber, sino una alegría, un privilegio, algo que hace la vida más bella de vivir.

El Evangelio emplea sólo una palabra para decir qué debían predicar los apóstoles a la gente («que se convirtieran»), mientras que describe largamente cómo debían predicar. Al respecto, una enseñanza importante se contiene en el hecho de que Jesús les envía de dos en dos. Eso de ir de dos en dos era habitual en aquellos tiempos, pero con Jesús asume un significado nuevo, ya no sólo práctico. Jesús les envía de dos en dos –explicaba San Gregorio Magno— para inculcar la caridad, porque menos que entre dos personas no puede haber ahí caridad. El primer testimonio que dar de Jesús es el del amor recíproco: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35).

Hay que estar atentos para no interpretar mal la frase de Jesús sobre el marcharse sacudiéndose también el polvo de los pies cuando no son recibidos. Éste, en la intención de Cristo, debía ser un testimonio «para» ellos, no contra ellos. Debía servir para hacerles entender que los misioneros no habían ido por interés, para sacarles dinero u otras cosas; que, más aún, no querían llevarse ni siquiera su polvo. Habían acudido por su salvación y, rechazándoles, se privaban a sí mismos del mayor bien del mundo.

Es algo que también hay que recalcar hoy. La Iglesia no anuncia el Evangelio para aumentar su poder o el número de sus miembros. Si actuara así, traicionaría la primera el Evangelio. Lo hace porque quiere compartir el don recibido, porque ha recibido de Cristo el mandato: «Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis».

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Aplicación: Beato Manuel González - ¡Apóstol!

Comulgantes de Jesús de cada mañana, ¡Sed los apóstoles de Jesús de cada hora!

¡Apóstol! Bella palabra, quizá la más bella con que se puede calificar a un hombre noble, a un cristiano bueno.

¡Ser apóstol! Aspiración de almas grandes, generosas, heroicas. ¡Ser apóstol! Es llenarse hasta rebosar, de Jesucristo, de su doctrina, de su amor, de su virtud, de su vida y mojar hasta empapar a todo el que nos toque o se nos acerque del agua que nos rebosa. Es hartarse hasta embriagarse del vino del conocimiento y amor intensos de Jesucristo y salir por las calles y plazas ebrios... Es hacerse loco de un solo tema que sea: Jesús crucificado y sacramentado está y no debe estar abandonado...

Abandonado, porque no se le conoce, no se le ama, no se le come, no se le imita...

¡Ser siempre apóstol! ¿Puede haber corazón sinceramente piadoso que no tenga por aspiración constante la realización de este deseo? Estar siempre haciendo algo con la palabra o la intención para que Jesús, el Jesús-Rey de nuestro corazón y centro de nuestra vida, sea un poquito más conocido, amado, servido, imitado y glorificado, ¿qué alma sinceramente cristiana no lo desea y procura?

Pero yo, pobre clérigo o seminarista, sin dinero, sin influencia, sin brillo social. Yo, pobre obrero, sirvienta, atareado hombre de negocios, juguetón niño, estudioso joven, débil jovencita, ocupada madre de familia, ¿puedo yo ejercer ese constante apostolado? ¿Cómo puedo yo ser siempre apóstol?

A contestar esas preguntas vienen estas paginillas enseñando modos de apostolados fáciles y compatibles con todas las clases de personas y situaciones. Apostolado menudo llamo a esos modos y plegue al Amo que la facilidad y suavidad de su ejecución multiplique los apóstoles y los apostolados y con unos y otros la vida del Sagrario en las almas y en los pueblos.


Por qué apostolado menudo
Y llamo menudos a estos apostolados por razón:

1º De la misión que no es misión oficial y solemne como la de los obispos, sucesores por misión divina de los apóstoles.

2º De las personas, que no han de ser siempre personajes, como grandes escritores, doctores, predicadores, sino que los pueden ejercitar a más de esos señores, si quieren, hasta los niños y viejecitas y gente sin letras ni grados.

3º De los lugares, que no han de ser grandes escenarios de púlpitos, cátedras, templos, numerosos auditorios, sino en cualquier ocasión o coyuntura favorable.

4º De la materia, que no han de ser sabias epístolas, profundas encíclicas, elocuentes sermones, sino ratillos de conversación, cartas de amigos, servicios insignificantes, hasta sonrisas y gestos.

Y 5º Del tiempo, porque estos apostolados no lo tienen señalado, sino que han de menudearse, mientras más, mejor, hasta el punto de que a cada hora y en cada ocupación y en cada palabra y en cada mirada nuestra, los que nos rodean puedan sentir algo de Jesús, presente y vivo en nuestra alma, como el que pasa junto a un nardo o una violeta, huele el aroma, aunque no vea la flor.

La gran razón y el gran impulsor de estos apostolados menudos
Yo no conozco mejor y más decorosa acción de gracias de la misa celebrada y de la comunión recibida cada mañana, que el celo por hacer sentir a los que nos rodeen la presencia de Jesús Inmolado, ¡el Cordero de Dios! en nosotros.

Comulgantes de Jesús de cada mañana, ¡sed los apóstoles de Jesús de cada hora!
Apóstoles de la presencia de Jesús, salid en su nombre por todas partes enseñando más con vuestras obras que con vuestras palabras, y de todos los modos que os sugiera el Espíritu Santo esta grande y consoladora verdad: Que Jesús, no sólo está realmente en los Sagrarios, sino en las almas y en la vida de los buenos comulgantes...

I. La ley del apostolado menudo
Todas sus leyes se reducen a esta sola: que se ejerza.
El apostolado entre semejantes
Rarillo es, en verdad, el título; pero os confieso que no he encontrado en mi pobre majín otro más adecuado y expresivo, y así y todo, he menester echarle una mano para sacarlo a la claridad del día.

Después de todo, quizá debería llamarse este capítulo Menudencias del apostolado, mejor que Apostolados menudos, que más que de un apostolado aparte, voy a hablar de un condimento esencial a todos ellos.

El apostolado es obra de misión y de amor: de misión, por parte del que envía al apóstol, que éste es siempre un enviado, y si no es un entrometido y un impostor, y de amor, por parte del apóstol mismo, que si tiene sólo misión y no amor a lo que es enviado, será un recadero, un comisionista, un viajante, pero no un apóstol.

¡El amor del apóstol!
Si no fuera porque me haría muy largo, me detendría ahora, no en demostrar la necesidad de ese elemento en el apostolado, que eso salta a la vista, sino en apuntar y lamentar el sinnúmero de fracasos de hartos apostolados, tanto en el bien como en el mal, precisamente por la falta o poca cantidad del amor apostólico.

Resígnome a sentar esa observación y prosigo mi razonamiento.

Si apostolado es amor, y amor como de fuente llena que se desborda y como fuego que se deshace en ganas de calentar e incendiar a muchos, el apostolado, como el amor, presupone igualdad o semejanza, o a todo trance la procura; entre el que lo ejerce y lo recibe.

El puente de la semejanza
El semejante se goza con su semejante, dijeron los antiguos y le experiencia de los siglos confirma que el amor o la amistad entre dos nunca se entabla, ni muchos menos, se estrecha, sino cuando entre esos dos se tiende el puente de semejanza o igualdad.

El blanco, naturalmente, se hace más pronto amigo de otro blanco, que de un negro; el niño, de otro niño que de un viejo; el cristiano, mejor de otro que del que no lo es; el que quiere ser cristiano bueno, de otro que le parece justo, más que del que le parece pecador o licencioso.

Y si encontramos algunas excepciones a esa ley del amor entre semejantes, más que excepción de la ley, es modo distinto, oculto, inconsciente, raro, si queréis, de cumplirla o preparación para ella.

¿Excepciones o confirmaciones?
Sin duda conoceréis no pocos casos de matrimonios de una desemejanza y desigualdad tales que os ha obligado a preguntaros y a preguntar a vuestros amigos: ¿Pero cómo Fulano, tan listo, tan sabio, ha podido querer y adaptarse a Zutana que, si no es tonta, lo parece?

Si estudiáis un poco a fondo el caso, veréis que aquella disparidad es sólo aparente y que o el Fulano no es, en realidad, tan sabio, sobre todo con talento práctico, o que la Zutana no es, en realidad, tan tonta, o que lo que a ésta le falta de cabeza le sobra de corazón o de alguna otra buena prenda para contrarrestar y establecer el equilibrio con lo que a aquél le falta.
Repito: el amor presupone la semejanza o la procura a todo trance, y si no se va.

El puente del apostolado
Con la luz de esta verdad, que es a la vez un hecho permanente, alumbremos la gran obra del amor que es el apostolado.
¿El apóstol es sabio y ha sido enviado a ignorantes?
¡Que no vaya a ellos como sabio, sino como ignorante!
¿El apóstol es rico y es grande y ha sido enviado a pobres y pequeñuelos?
¡Que no se llegue a ellos fastuoso ni encumbrado, sino modesto y chico o achicado!
El fulgor de la sabiduría, del dinero y del poderío del apóstol podrá producir deslumbramientos, asombros, hasta admiraciones; pero, ¿atracción, adhesión y lealtad de cariño? No.
Falta el puente de la semejanza para que pueda pasar éste.

El gran puente
¡Bendita, adorable, y nunca bastantemente agradecida Encarnación del Hijo de Dios, verdadero y colosal y eterno puente de semejanza tendido entre Dios y el hombre para que por él venga el gran Enviado del Padre celestial vestido de hombre y hasta con apariencias de pecador y por Él vaya el cariño rendido y sobre todo cariño de sus adoctrinados y redimidos.
Apóstoles grandes y menudos, ¿os habéis ocupado y preocupado del puente de vuestro apostolado?

El puente descrito por san Pablo
San Pablo, el por antonomasia llamado apóstol, describe la ley de semejanza que debe regir los apostolados fecundos con aquella consoladora y aliviadora descripción del sacerdocio de Cristo. «No es tal nuestro pontífice, que sea incapaz de compadecerse de nuestras miserias: habiendo voluntariamente experimentado todas las tentaciones y debilidades, a excepción del pecado, por razón de la semejanza con nosotros» (Hb 4,15).

¿Razón y fin de esa semejanza? Él mismo prosigue: «Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, a fin de, alcanzar misericordia».

Si Jesús, el gran Apóstol y Maestro y Padre de todos los apóstoles, para ganarnos el amor se ha hecho semejante a nosotros en la pobreza, en la enfermedad, en la tentación, en la muerte y en todo, ¿cómo no habrá de escoger para apóstoles, no a ángeles ni a santos del cielo, sino a hombres de la tierra, y como tales, de barro, con las flaquezas y fragilidades del barro...?

Y con todos esos apóstoles de barro quebradizo se ha levantado y formado y sostenido la Iglesia de los hombres de barro también y seguirá sosteniéndose hasta la consumación de los siglos.

¡Qué bien, qué maravillosamente bien entendió y practicó el apóstol Pablo la ley apostólica de semejanza por él tan bellamente predicada!

Leed, entre otros ejemplos, ese trozo de su primera Epístola a los Corintios (1Cor 9,19-22).
«En verdad que estando libre o independiente de todos, de todos me he hecho siervo, para ganar más almas.

Y así con los judíos he vivido como judío, para ganar a los judíos; con los sujetos a la ley o prosélitos, he vivido como si yo estuviese sujeto a la ley (con no estar yo sujeto a ella), sólo por ganar a los que a la ley vivían sujetos; así como con los que no estaban sujetos a la ley de Moisés, he vivido como si yo tampoco lo estuviese (aunque tenía yo una ley con respecto a Dios, teniendo la de Jesucristo) a trueque de ganar a los que vivían sin ley.

Híceme flaco con los flacos para ganar a los flacos.
Híceme todo para todos para salvarlos a todos.»
Ése es el apóstol de Cristo, el que es de todos y es nada.

Con los sabios, sabio sin arrogancia; con los ignorantes, sobrio y modesto en el hablar, como si lo fuera. Con los viejos, viejo; con los niños, niño; con este solo fin: ¡para salvarlos a todos!

¿Se entiende ahora la ley del apostolado, o sea, el «apostolado entre semejantes»?
De que se atienda o no esa ley de semejanza ¡cuánta cosecha de agradables sorpresas o de molestísimos e irritantes chascos!

Y como no escribo para teorizar, sino para sugerir ganas y modos de trabajar por las almas, más que meterme en reflexiones sobre la aplicación de esa ley, al que pudiera llamar apostolado grande y oficial, prefiero estudiarla en lo que venimos llamando Apostolados menudos, o sea, los inspirados por el celo, que a las personas sólidamente piadosas impide ver con indiferencia y con brazos cruzados en torno o al alcance de ellas, ausencias y faltas de conocimientos, de amor e imitación de nuestro Señor Jesucristo.

A esas buenas almas, a las que el celo de la gloria de Jesús y de las almas hizo catequistas, maestros, visitadores de enfermos o de presos, Marías o Juanes de Sagrarios abandonados o poco frecuentados y a todos los corazones noblemente empeñados en apostolados menudos, digo:

¿Queréis dejar bien pegadas en las almas de vuestros catequizandos las enseñanzas que con vuestra palabra, vuestro ejemplo, vuestra abnegación y vuestra oración tratáis de inculcarles?
Pegadlas con cariño mutuo, de vosotros a ellos y de ellos a vosotros.

¿Que el vuestro está pronto, pero el de ellas os cuesta trabajo ganarlo?
Construid y echad el puente de la semejanza y veréis cómo los dos cariños se encuentran en el camino.

¿Qué procuráis echar el puente, pero que no acabáis de cerrarlo?
Quizá os faltarán algunos sillares; buscadlos en donde podáis; el amor es ingenioso y buscador.
(BEATO MANUEL GONZALEZ, Apostolados Menudos, Obras Completas, nº 4914-4931)



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Aplicación: R.P. Carlos Miguel Buela, I.V.E. - El apostolado en el propio ambiente

'Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra' (Mt 5,13-14)
Plenaria pronunciada en el Seminario Mayor, María Madre del Verbo Encarnado, el domingo 28-07-2002
Una vez más en esta Jornada de los jóvenes. Como saben, el lema que eligió el Papa para esta Jornada de los jóvenes son esas palabras que Jesús dice en el Sermón de la montaña: somos luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5,13-14). Con ellas nuestro Señor quiere indicar la dignidad singular que tienen aquellos hombres y mujeres que son apóstoles de Él, es decir, que son enviados por Él a todo el mundo a predicar su Evangelio1.

La función que tiene el apóstol es iluminar, por eso: luz del mundo. Y, además, al predicar y al dar buen ejemplo de vida cristiana nos convertimos en sal de la tierra, es decir, somos los que evitamos que haya más corrupción, somos los que le damos sabor cristiano a la vida del hombre sobre la tierra.

Por eso nos pareció que podía ser de utilidad para los jóvenes que nos visitan el hablarles acerca del apostolado, de manera particular el apostolado al cual estamos todos obligados, que es el apostolado en el propio ambiente. Y esto lo vamos a tratar en seis puntos2, que son: 1º el concepto del apostolado: qué es el apostolado; 2º su necesidad, 3º su obligatoriedad; 4º los objetivos que hay que tener presente; 5º los medios, y 6º la táctica o el procedimiento a emplear.

1. Concepto de apostolado

Apóstol viene de una palabra griega, apóstolos", que a su vez deriva de un verbo que significa enviar. Esto ya nos indica la condición del apóstol: es un enviado, un embajador, un mensajero. Y en sentido religioso, que es el sentido que nos interesa aquí, el apóstol es un enviado de Dios para predicar el Evangelio. San Pablo explícitamente lo dice así: enviado de Dios para predicar el Evangelio (Ro 1,1). Por eso apostolado no es otra cosa que la obra y la actividad del apóstol. Y debemos saber que en el apostolado hay grados.

El primer apóstol, el apóstol más grande es nuestro Señor Jesucristo, que es el primer enviado, y enviado para una misión substancial, y por eso Él es y debe ser el ejemplo para todo apóstol.

Después están aquellos que Él eligió, y que a su vez envió: así como el Padre me envió así yo os envío a vosotros (Jn 20,21). Estos son los doce apóstoles, a los que eligió y los destinó a ser columnas de su Iglesia, y columnas de su Iglesia para todos los tiempos que dure su Iglesia. De ahí que nuestra Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica, porque está fundada sobre los apóstoles y porque sigue predicando la doctrina que nuestro Señor Jesucristo enseñó a los apóstoles. Y será apostólica hasta el fin de los siglos. Por eso hay que tenerle siempre mucha devoción a los apóstoles: Pedro, Pablo, Santiago, Juan... a los doce.

Luego, podemos señalar al Papa, sucesor de San Pedro; a los obispos, sucesores de los demás apóstoles; a los sacerdotes; a los laicos... Todo bautizado tiene que ser apóstol. Ya es apóstol por el bautismo, pero además, tiene que serlo de verdad, en la práctica, en su propio ambiente.

Y, ¿qué quiere decir apostolado en el propio ambiente? Se refiere al apostolado que debemos y tenemos que hacer cada uno de nosotros en forma inmediata sobre las personas con las cuales tratamos habitualmente, que son las personas que nos rodean: la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, de estudio, de deporte, del barrio, la comunidad religiosa en donde vivo... Todos debemos estar persuadidos de que debemos ser apóstoles de Jesucristo porque todos somos enviados por Jesucristo para predicar su Evangelio a los hombres.

Pongamos un ejemplo: en la casa. Allí un joven o una joven tiene que ser la alegría de la casa, no el que crea problemas sino el que busca soluciones; el que sabe hablar con su padre, con su madre, el que sabe ponerlos contentos, el que pone optimismo. Escucha: - ¡Está todo mal!; responde - Bueno, nunca algo está del todo mal, siempre hay algo que está bien. Además, deber ser el que sabe hacer cosas buenas, el que ayuda, el que es servicial, el que trata de consolar al que está triste, el que trata de dar buen consejo al que lo necesita, el que enseña al que no sabe, en fin, el que vive las obras de misericordia espirituales y también las obras de misericordia corporales. De este modo, el joven o la joven que en su casa se comporta de esa manera, es apóstol en su casa, es apóstol en su propio ambiente. ¿Por qué? Porque está viviendo según Cristo quiere que viva uno, y por vivir así ya está dando testimonio de Cristo.


2. Necesidad del apostolado

El apostolado no solamente es obligatorio sólo -como veremos- por razón de nuestro Bautismo, sino que incluso actualmente cada vez es más necesario que sea hecho. ¿Por qué?

En primer lugar porque, lamentablemente, nuestras sociedades se van paganizando cada vez más. Cada vez Cristo es más extraño en las familias, en los ambientes de recreación, en los medios de comunicación social, en aquellos lugares donde se determinan las leyes, como es el Parlamento... Así, prácticamente, cada vez es más rechazado y hay más gente que lo desconoce. Esto hace que sea más urgente y más necesario que aquellos que son bautizados y que son conscientes de lo que significa su santo Bautismo den testimonio de ese Señor que lo único que busca es el bien de los hombres, y de que llegue a todos los hombres la salvación que Él obró de una vez para siempre muriendo en la cruz, derramando su Sangre por amor de todos nosotros.

¿A ustedes les parece que la Argentina se encontraría en la situación en que está si nuestros políticos fuesen cristianos de verdad? Evidentemente que no. Son cristianos de letrerito, pero no lo son de verdad. Y entonces ocurre lo que ocurre: esa furia prácticamente desatada de destrucción de las instituciones, de las leyes, de la economía, del trabajo... Hay 5.000.000 de personas que no tienen trabajo. El nivel de pobreza está arriba del 50%3, y por lo que uno puede ver, pareciera que no aciertan en encontrar una solución de fondo, como tendría que ser.

En segundo lugar, la necesidad de este apostolado se ve por la escasez de sacerdotes. Imagínense lo que significan, por ejemplo, en nuestra patria aquellos 5.000 sacerdotes (aproximadamente) que hay para 35.360.000 de habitantes. ¿Cuál puede ser la acción del sacerdote en llevar el Evangelio a todos lados si en la práctica no puede atender a tanta gente? Aunque, es verdad, hay casos también que son excepcionales, que no son la norma común. Por ejemplo, en Chile, el Padre Marcone tiene a cargo una parroquia de 50.000 almas, y está él solo por ahora, si bien irá otro sacerdote cuando se pueda. Pero ¿qué puede hacer un sacerdote, o dos, o tres o cuatro teniendo que atender 50.000 almas? Podemos ver lo que aquí mismo pasa con la Jornada de jóvenes: tenemos alrededor de 130 seminaristas, por gracia de Dios, además, cuántas religiosas que ayudan. Y, sin embargo, si no estuviesen los jóvenes laicos que también colaboran, que son los que forman la Comisión, que atienden esto o aquello otro, no se podría hacer una Jornada de jóvenes así, tan numerosa, tan grande. De este modo, la misma escasez de vocaciones consagradas, de sacerdotes, de religiosas... nos está hablando de un problema serio que debe interpelar realmente nuestra conciencia para hacernos ver la necesidad que tenemos de dar el testimonio que nosotros tenemos que dar, de lo contrario va a seguir avanzando la descristianización de nuestra patria y nos van a seguir colonizando culturalmente, de tal modo que se va a ir perdiendo cada vez más la fe católica, la fe nuestros mayores.


3. La obligatoriedad del apostolado de los seglares

¿Y qué obligatoriedad hay del apostolado de los seglares? Hay una estricta obligatoriedad.
El apostolado no obliga solamente al sacerdote o a la religiosa, sino que obliga, en conciencia, a todo bautizado en la medida de las propias posibilidades, que deben ser, por lo menos, la de realizar apostolado en el propio ambiente. Este constituye una grave obligación, y obligación de conciencia, cuya infracción voluntaria y culpable podría agravar la conciencia con un verdadero pecado.

Y ¿cuáles son las principales razones de la obligatoriedad del apostolado de los seglares?

En primer lugar es una exigencia de la caridad para con Dios; para con el prójimo, y para con nosotros mimos

a. La exigencia de la caridad para con Dios. Es imposible amar a Dios sin querer, al mismo tiempo, que ese Dios vivo y verdadero sea conocido por los demás. Así lo decimos cuando rezamos el Padrenuestro: santificado sea tu nombre. Con eso estamos expresando que queremos que todos los hombres conozcan el nombre de Dios, lo alaben y lo glorifiquen.

El amor egoísta y sensual es exclusivista, y no es verdadero amor. Este es el de aquellos que no quieren que nadie participe de las cosas buenas que tienen. En cambio, el verdadero amor de suyo es difusivo y quiere que los demás también participen de los bienes que uno tiene.

b. La exigencia de la caridad para con el prójimo. Ciertamente que si vemos a alguien con hambre le tenemos que dar de comer, incluso hasta llegar a quitarnos la comida de la boca para que esa otra pobre persona pueda comer, ya que eso es lo que enseña el Evangelio. Pero los males del cuerpo no son los males más grandes que tiene el ser humano, sino que los males más grandes del ser humano son los males del alma. Mucho más grave que una enfermedad física es una enfermedad moral. ¿Por qué? Porque el cuerpo finalmente un día va a ir a la tierra, pero el alma es inmortal. ¿Y qué cosa puede dar el hombre a cambio de su alma? De aquí que el mal más grande que tiene el ser humano es el pecado. Y el apóstol, justamente por llevar a los demás el Evangelio de Jesucristo, está llevando a los demás la gracia de Jesucristo, que es lo que Cristo vino a traer a la tierra: he venido a traer vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Esa vida y vida en abundancia es la gracia santificante, es la que nos hace vivir unidos a Dios por la fe, por la esperanza, por la caridad. Y si perseveramos en esas disposiciones alcanzaremos la gloria del Cielo. Y ¿acaso puede haber algo más grande para el hombre que la gloria del Cielo?

Por eso es una exigencia de la caridad para con los demás el saberles decir, de manera prudente, inteligente pero firme y fuerte, que estamos llamados a otros horizontes. La vida del hombre no termina acá en la tierra, sino que comienza acá, pero llega a su plenitud en la vida eterna, en ese gozar de esa felicidad que no pasa, que no muere. Pero para eso tenemos que vivir como Dios quiere porque estamos acá en una especie de examen de ingreso, para ver si realmente merecemos el premio o no.

c. Es un exigencia de la caridad para con nosotros mismos. Si nosotros nos amásemos de verdad, así como buscamos hacer limosna a los demás, nos daríamos limosna a nosotros mismos, como dice Jesús en el Evangelio: Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben (Mt 6,20). El cielo es uno de los tesoros que no pasan. Por eso, cada uno de nosotros, en este tiempo que Dios nos da de vida, tenemos que ganar méritos para la vida eterna y tenemos que desarrollar los talentos que Dios nos ha dado: talentos de inteligencia, de sinceridad, de simpatía, de saber hablar, de servir, de alegrar, etc., porque como nos dice nuestro Señor en la parábola de los talentos4: uno recibió diez talentos e hizo rendir a los diez; otro cinco, y los hizo rendir a los cinco, pero otro recibió uno y ¿qué hizo?: tuvo miedo y lo enterró. ¡Hay servidor malo y perezoso! Así también pasa con cada uno de ustedes. Hay algunos que tienen diez, otros cinco, otros uno. ¿Qué es lo que hay que hacer? Tanto el que tiene diez, como el que tiene cinco, como el que tiene uno debe hacer rendir los talentos dados por Dios, porque sino, incluso, se comete pecado de omisión.

En segundo lugar, la obligatoriedad del apostolado de los seglares es también una exigencia del Cuerpo Místico de Cristo.

Es inconcebible que miembros de un mismo organismo sobrenatural permanezcan indiferentes ante la salud y el bienestar de los demás miembros. Y eso es exigencia que tenemos por el santo Bautismo y por la Confirmación, que nos hace soldados de Cristo, que vigoriza y refuerza las exigencias apostólicas del Bautismo, dándonos fortaleza para librar las batallas del Señor. El soldado tiene por obligación defender el bien común. Por eso el confirmado tiene que ser un apóstol por una exigencia intrínseca de su propia condición. Recordaba el Papa Pío XI: 'Todos los hombres están obligados a cooperar al reino de Jesucristo, lo mismo que todos los miembros de la misma familia deben hacer algo por ella, y no hacerlo es un pecado de omisión, que puede ser grave'5.

4. Objetivos
¿Cuáles son los objetivos del apostolado en el propio ambiente? Los objetivos son todas las personas con las cuales nosotros entramos en contacto, evidentemente, según el grado en que esa persona se encuentre.

Así, por ejemplo, un sacerdote al que lo nombran párroco y dice de sus feligreses: - Yo tengo asco de tratar con estos pecadores. ¿Acaso es buen sacerdote? O a un sacerdote que dice: - Ésta gente es ignorante, no sabe nada. No habría que responderle: - Si no saben hay que enseñarles. Tal vez le sucede eso porque él no comprende a esas personas, y si no las comprende no podrá encontrar el modo de hacer apostolado con ellas. Por eso debe buscar la manera de llegar al corazón, a las almas de esas personas, es decir, buscar el modo de hacer que Jesucristo llegue a las almas. Pero para esto hay que tratarlas como lo que realmente son y no como uno se imagina que tendrían que ser. Por esto, podemos agrupar a las personas que son objetivo de nuestro apostolado en distintas categorías:

a. Los incrédulos. Son los que no tienen fe y por eso hay que atenderlos a ellos. Dirá alguno: - ¡No! Pero padre, si no tienen fe. Justamente es por eso que hay que atenderlos, para predicarles la fe. Como dice San Pablo: ¿Cómo creerán sin que se les predique? (Ro 10,14). Pero para esto hay que buscar la forma para que vaya llegando a sus almas, aunque sean de a gotitas, la gracia de Dios.

Pongamos un ejemplo. Estamos acá, en San Rafael. Podemos invitarlos a salir:
- ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta?
- Bueno, cómo no, vamos.
- ¡Ah, mira! (es el domingo a la tarde), ¿por qué no vamos al Chañaral ya que allá se reúnen jóvenes?
- ¿Y eso qué?
- Vayamos a ver lo mismo.

¡Cuántas veces pasa así! Ese joven, ese incrédulo no resulta tan incrédulo sino que estaba en búsqueda de una verdad que había olvidado o que estaba adormecida en su alma, y con una cosa así de simple vuelve a Dios.

b. Los que tienen ignorancia religiosa. Sucede con la inmensa mayoría de nuestros jóvenes, y no sólo aquí, sino en muchos lados. Por ejemplo, en Italia. Sí, ¡en Italia los jóvenes no conocen a Jesucristo! A pesar de que están rodeados de obras de arte cristianas, monumentos, catedrales hermosísimas, Cristos y Vírgenes, estatuas formidables, etc.; a pesar de que hay devoción popular, ¡no hay un conocimiento profundo de lo que es la doctrina de nuestro Señor! Lo percibimos nosotros en Segni. Cuando se habla con un joven cuántas veces nos encontramos que no tiene idea de cuántos sacramentos hay. Y lo mismo pasa aquí, en Argentina. Si le preguntas a un joven en Buenos Aires: - ¿Sabes qué es un Sacramento?, te responde: - Sí, una factura que se come.

Aunque no nos demos cuenta, la ignorancia religiosa es una peste, una plaga total. Así sucede que se ignoran las verdades más elementales de la santa fe y no se conoce el catecismo. Cuando yo era niño, hace algunos años, aprendíamos el catecismo de las 93 preguntas. De este modo sabíamos el catecismo, aunque en 93 preguntas. Hoy en día no pasa así. Los catecismos, en general, dejan mucho que desear porque no se les ilustra la mente a los niños, a pesar de que se alargan y alargan los años de catecismo. E incluso, a veces, salen peor que cuando entran.

c. Los que tienen prejuicios. Son aquellos que por alguna cosa que les pasó se cerraron a la fe. Sea porque no comprendieron, sea porque les pasó algo que no les gustó, etc. Así, por ejemplo, van a anotarse para hacer un bautismo. El que los atiende les pregunta: - ¿están bautizados los padres? Entonces se enojan y dicen: - ¿Por qué me tiene que preguntar eso? Ignoran que preguntarles eso es una obligación.

Sucede, muchas veces, que esos prejuicios son propios de la ignorancia religiosa. Pongamos otro ejemplo: una persona que vive en concubinato y quiere comulgar. Para poder comulgar tiene que dejar de vivir en concubinato, sino no puede comulgar. Eso es elemental. Y ¿por qué no puede? Porque la gracia de Dios no llega si no se tienen las disposiciones adecuadas para recibirla.

O también ese prejuicio que aparece tan frecuentemente: ¿por qué existe el mal en el mundo? El mal existe en el mundo y va a existir mientras el mundo sea mundo, por razón de nuestra libertad. Somos nosotros los que hacemos el mal. No es Dios el que hace el mal. Dios no quiere el mal, ni lo crea, ni lo causa. Pero lo permite porque respeta nuestra libertad; así somos nosotros los que muchas veces elegimos el mal. Por ejemplo, el caso de ese que chocó en la ruta y dijo - ¿por qué Dios permitió este accidente? Se le podría preguntar: - ¿Quién apretaba el acelerador? Y son muchos los que caen en este error. Por ejemplo, Borges que escribió preguntándose cómo Dios puede existir siendo un ser infinitamente bueno, si hay mal en el mundo. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Dios es infinitamente bueno pero nosotros no somos infinitamente buenos. Y somos nosotros los que hacemos el mal: el mal entró en el mundo por razón del pecado del hombre que eligió obrar en contra de Dios.

O, por ejemplo, al ver cómo está la Patria, nos podemos preguntar: ¿Dios tiene la culpa? No. Eso es una cosa que no puede ser. Tenemos una pampa húmeda como pocas en el mundo, donde uno tira una semilla de cualquier cosa y crece. Entonces, ¿cómo puede ser que estemos como estamos? Es por la estupidez de todos nosotros juntos que no sabemos hacer las cosas como corresponde. Tenemos todos los climas... incluso tenemos gente buenísima. Un pueblo noble. Pero malos dirigentes. ¿Quién tiene la culpa? ¿Dios? Si Dios nos dio todo. Somos nosotros los que le hemos dado la espalda a Dios. ¿Cuándo? Con la ley del divorcio.... Como dice la Escritura: Siembran vientos, recogen tempestades (Os 8,7).

O, por ejemplo, los que están sumergidos en el materialismo no se dan cuenta de las cosas espirituales, y de que lo espiritual es mucho más importante que lo material. Es por el pecado de la idolatría. Lo mismo que le pasó al pueblo hebreo en el Sinaí. Cuando Moisés sube al monte Sinaí Dios le entrega las tablas de la ley. Cuando baja, se encuentra con que el pueblo estaba cantando y haciendo una fiesta. Y aun más, se entera que durante los cuarenta días que él había estado en el Sinaí, los judíos se habían hecho un becerro de oro y lo habían estado adorando. Habían cometido un pecado muy grave. ¿Qué hizo él? Hizo polvo el becerro de oro y se los dio a comer.

Pero, ante todos estos casos, a veces basta con que una mano piadosa quite el obstáculo que esa persona tiene y esa persona accede a la fe.

d. Los indiferentes, a los que nada les importa. Me pasó que tenía un compañero que era así. Le querías decir hablar: - Hola, ¿cómo te va? No respondía. O les decías: - Hay que hacer el bien. Te respondía: - Me da lo mismo. - Entonces hay que hacer el mal. - Me da lo mismo.

Estos, a veces, son más difíciles a veces que los incrédulos. Porque el incrédulo todavía tiene algo, alguna llamita ahí adentro, apasionado a lo mejor y quizás por ahí se puede llegar a él. Pero al indiferente no le importa nada. Y hoy día hay jóvenes así. No les importa vivir; no les importa morir; no les importa alegrarse; no les importa ser felices, les importa ser infelices. Así se convierten en plantas. Pero a esos también hay que atenderlos y ese es nuestro trabajo. Hay que buscar pacientemente llevarlos a que hagan de su vida algo hermoso. Y eso es posible.

e. Los pecadores. Son aquellos cristianos que conservan la fe, a diferencia de los incrédulos, y que se preocupan de las cosas del alma, a diferencia de los indiferentes, pero no aciertan en superar las pasiones y se entregan al pecado, aunque con pena y dolor de su propia fragilidad e inconsecuencia. Quisieran vivir cristianamente, se lamentan de su falta de energía en rechazar las tentaciones, pero de hecho sucumben fácilmente a ellas, sobre todo cuando cometen la imprudencia de ponerse voluntariamente en ocasiones peligrosas, sean malas películas, malos espectáculos, malas compañías, lecturas frívolas o directamente indecentes y así caen en pecado. Y el que va cayendo en pecado cree que va a salir, pero como no pone los medios para salir, cada vez va cayendo más hasta que llega un momento en donde tiene el alma encallecida, tiene la conciencia cauterizada y ya, prácticamente, no hay nada ni nadie que lo pueda sacar de tan desastroso estado. Pero por ellos murió Cristo en la Cruz y por ellos también nosotros debemos hacer apostolado. Hay que buscar la forma de ayudarles para que luchen contra la concupiscencia desordenada, para que no se dejen abatir por las tentaciones sino que, por el contrario, aprendan a superar las tentaciones.

Por todo esto ¡qué importante son los Ejercicios Espirituales! Son muy importantes para el incrédulo, para el indiferente, para el pecador, porque allí uno aprende cómo hay que vivir. Cuánto bien hizo el Beato Hurtado en Chile con ejercicios de San Ignacio, ¡cuánto bien! Esa es una forma de apostolado muy importante.

f. Pero también deben ser nuestro objetivo los buenos cristianos. ¿Por qué? Porque siempre se puede ayudar al buen cristiano -que es aquél que cree, aquél que se ocupa de las cosas del alma, aquél que incluso lucha contra las tentaciones-. Se lo puede, y se lo debe ayudar, para que vaya siendo mas perfecto, para que vaya siendo mejor, para que siga trabajando en el camino de la santidad, para que pueda llegar a decir ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí (Ga 2,19).

g. Y también los propios familiares. Ya hemos dicho cómo tiene que ser el hijo, la hija en la casa, con los padres, con los hermanos, con los demás parientes.

h. Y, finalmente, también con los amigos, compañeros de profesión, de juegos, de trabajo, de apostolado...



5. Medios
¿Cuáles son los medios principales de apostolado? Los medios principales de apostolado son varios.
El primer medio de apostolado importantísimo, insustituible y que todo el mundo puede hacer y debe hacer es la oración. Jesús lo dijo con toda claridad: sin Mi nada podéis hacer (Jn 15,5). En la oración nosotros vamos a Jesús, golpeamos en el corazón de Jesús, y pedimos por las cosas que necesitamos. Y en especial debemos de pedir para poder hacer correctamente nuestro apostolado. Cuántas veces resulta que es difícil tratar con un alma que está empedernida en sus pecados, pero igualmente rezamos y le pedimos al Espíritu Santo que le ilumine para que pueda entrar en esa alma a decir algo. Y no sabemos como, pero Dios la ilumina. Es porque Dios nos ilumina en la oración. Por eso es que Jesús nos dijo: orad sin cesar, por medio del apóstol San Pablo (1Tes 5,16). Y también: es necesario orar en todo tiempo (Lc 18,1). De aquí la obligación que tienen el sacerdote y el diácono del rezo del oficio divino, la Liturgia de las horas, donde se reza por todos los miembros de la Iglesia, por todo hombre y mujer que camina por este mundo. Y es poca la gente que sabe eso. El sacerdote es aquella persona consagrada a Dios que hace bien a los hombres, y ofrece oraciones, sacrificios por los pecados propios y por los pecados de los demás. Por eso es que es el padre común de todos: ese es su oficio. ¡Qué importante es la oración!

Recuerdo que un escritor narraba, en una novela, lo que ocurría en una Parroquia. Había allí poca gente: 4 ancianas. Pero esas 4 ancianas eran las que sostenían el mundo. En toda Parroquia hay mujeres que realmente son las obreras del Evangelio, que rezan, que piden a Dios que envíe sacerdotes, que se ocupan de las cosas de sacristía, que se ocupan de la atención de los enfermos, y ¡qué bien enorme que hacen! Algunas ya no pueden atender a los enfermos pero siguen rezando. Y los enfermos que no pueden moverse rezan y piden, como, por ejemplo, tantos enfermos nuestros de aquí de San Rafael que están rezando ahora, en este miso momento, por los frutos espirituales de la Jornada de los jóvenes. Santa Teresita del Niño Jesús fue declarada Patrona de las Misiones y eso que entró a un Convento y nunca más salió de ahí. Murió en el Convento y, sin embargo, es Patrona de las misiones porque estando en el Convento ella rezaba por todos los misioneros.

Por lo tanto la oración es insustituible. La mejor arma apostólica que podemos tener es hacer el apostolado de la oración.

En segundo lugar, el ejemplo. Según aquella frase tan antigua: las palabras convencen pero los ejemplos arrastran. ¡Qué hermoso es un buen ejemplo! Creo que ya alguna vez les conté cuando ví a la Madre Teresa, tuve oportunidad de hablar con ella. ¡Qué ejemplo! ¡Qué cosa! Tenía ochenta años cuando la conocí. Caminaba golpeando el piso con una especie de alpargata que usaba. Y me dijo -ochenta años- que estaba preocupada porque en Bangladesh habían habido inundaciones y pasaban los cadáveres flotando. Siempre me acuerdo de eso. Al día siguiente se encontraba con Sadam Hussein en Bagdad. ¡Qué ejemplo! Ochenta años y se pasaba la hora de adoración arrodillada, en el suelo, como acostumbran ellas, sobre algunas esteras, descalzas, como es el estilo oriental. O también el ejemplo extraordinario de Juan Pablo II. Tuve la dicha de estar en al canonización del Padre Pío. Me pusieron en un lugar desde donde veía perfectamente bien al Papa. Tenía gran dificultad para caminar, sin embargo él empeñado en hacer lo que tiene que hacer. Y cuando el Cardenal prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, un portugués, Saraiva Martin le dice: Santo Padre -todo en latín- le pido que haga las cartas apostólicas donde se declare que ha sido canonizado, que Usted ha canonizado al Padre Pío de Pietrelcina, se oyó una voz poderosa: -Dicernimus (¡lo disponemos!) ¡Qué energía! O ahora, en la Jornada de los jóvenes, a pesar de toda la campaña en contra que le hacen los medios de comunicación social, él sigue haciendo lo que tiene que hacer. Una vez un periodista le preguntó en uno de los viajes: -Santo Padre, ¿cómo anda de salud? Él le respondió: - No sé. Cuando quiero saber cómo ando de salud leo los diarios.

Recientemente tuvimos que hacer un apostolado en Roma por una futura fundación. Entonces nos contó un monseñorino de la curia que ese día el Secretario de Estado había recibido los mismos presidentes que recibió el Papa. ¿Cuántos presidentes había recibido el Papa ese día? ¡Nueve presidentes! ¡Qué responsabilidad! Y los temas que debe tratar con estos altos mandatarios, temas importantes. O antes de ayer, que almorzó con 14 jóvenes, y habló con ellos porque quería saber qué hacían. Uno era de Sudán, otro de Hong Kong... eran de distintos lugares. Al mediodía, cuando se sienta a almorzar, lo primero que dice es: - ¿en qué lengua hablamos? ¡Increíble! También tuve la oportunidad de escucharlo en Ucrania. Los saludos los hizo en 14 lenguas. ¡Qué ejemplo! Pero cómo uno no se va a entusiasmar viendo ese ejemplo. El podría estar tranquilo, sin embargo, con ochenta y dos años está trabajando 16 horas por día. Es un ejemplo extraordinario.

¡El ejemplo extraordinario de toda esta gente! Todos los medios de comunicación social, como declaró el Cardenal de México, en una campaña de prensa orquestada a nivel internacional contra la Iglesia Católica. Sin embargo, cuando arrasaba esa campaña internacional, el Papa canoniza al primer sacerdote estigmatizado en 2000 años de historia, el Padre Pío. La plaza San Pedro estaba llena de gente, a pesar del calor que hacía. Además muchos otros la vieron por televisión. La canonización más grande de toda la historia de la Iglesia. ¿Y de quién? De un humilde fraile, un hombre de oración intensa, un hombre tan querido por toda la gente.

El tercer lugar, el sacrificio. Cuando se hace algún sacrificio y se ofrece ese sacrificio a Dios sobre todo en la Santa Misa, ese sacrificio de alguna manera se une al sacrificio de nuestro Señor y adquiere un valor enormemente grande para el bien de los demás, para la predicación del Evangelio. No hay que olvidarse nunca de eso. Nuestro Señor dice en el Evangelio: esta clase de demonios sólo se expulsa con la oración y el ayuno (Mc 9,29). La oración, el ayuno, el sacrificio. Si Cristo pasó por la Cruz, si Cristo sufrió, nosotros también tenemos que pasar por la cruz. Nosotros también tenemos que ofrecer nuestro sufrimiento como hacen las madres. Yo creo que no hay madre que cuando sufre no ofrezca los sufrimientos por el hijo, y eso tiene un valor enorme porque es estar haciendo lo mismo que hizo Jesús en la Cruz.

El cuarto lugar, la caridad. Les habrá pasado a los que conocieron por primera vez los hogarcitos: ver a esas religiosas, a esos padres, a esos seminaristas, atendiendo a los discapacitados ¿Qué objeción puede haber ahí? La caridad concreta con los más pobres, los necesitados. ¿Qué argumento en contra puede esgrimir uno? Aquellos que nadie quiere, aquellos que incluso la misma familia a veces se los saca de encima, atenderlos a ellos por amor a Jesús. Una vez, no fue acá, me parece que fue en el Cotolengo de Uruguay, si mal no recuerdo, entró un hombre materialista al Cotolengo y vio a una hermana que estaba limpiando a una niña que estaba toda sucia, la miró y le dijo: - Yo a esto no lo haría ni por 1.000.000 de dolores. La monjita se dio vuelta y le respondió: yo tampoco. Estas son cosas que no se hacen por dinero sino se hacen por amor a Dios, porque uno vive la caridad que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio. Tantos casos, que los que están acá conocen con nombre y apellido, de niñas y niños que se cuidan desde bebés. ¡Qué tristeza hay cuando fallece uno!, pero al mismo tiempo gran alegría porque son ángeles que se van al Cielo porque no han cometido pecado. Y saber que se los atendió porque Jesús dijo: tuve hambre y me distes de comer, tuve sed y me distes de beber(Mt 25,35). Eso es la caridad cristiana y es la caridad de Cristo la que mueve los corazones y la que lleva a que muchos se conviertan porque ven el ejemplo concreto, el ejemplo práctico. Esto es Cristo, esto es el Evangelio. La Madre Teresa, de la que ya dijimos algo, ¡qué mujer extraordinaria! Murió con todos los honores, más de 100 delegaciones de gobiernos del mundo fueron a su funeral. La velaron en la India, en la caja mortuoria donde velaron a Nerú, considerado padre de la Patria, a Mahatma Gandhi, y también a ella, a la Madre Teresa. El cortejo fúnebre duró mas de 6 horas por la cantidad de gente que había. Mucho más que el funeral de Lady Di. (La Madre Teresa hacía apostolado con Lady Di. Esta fue una de las grandes colaboradoras que tuvo). Cuando me encontré con la Madre Teresa le dije: -La felicito, ¡qué hermosas palabras dijo cuando recibió el Premio Nobel de la Paz! '¿Si una madre mata a su propio hijo en su propio cuerpo, qué razón hay para que no nos matemos entre nosotros?'. La Madre Teresa me respondió: esa frase me costó la ayuda de los países escandinavos, es decir, dejaron de ayudarla por el testimonio que ella dio, en contra del aborto. Y sin embargo, ella firme. O cuando estaba delante de Clinton y también defendió la vida de los no nacidos. Era Clinton, pero lo mismo se lo dijo.

Finalmente, el otro medio de apostolado es la palabra hablada y la palabra escrita. Roguemos para que nuestros jóvenes lleguen a tener el don de la pluma y para que escriban. Es necesario. Hoy en día prácticamente no se hace apostolado escrito. Estamos quedándonos prácticamente sin literatura cristiana actual. Y eso porque cuesta sacrificio escribir, cuesta trabajo, pero lo que uno escribe permanece. Eso es un apostolado. Uno está durmiendo y está haciendo apostolado porque los libros siguen predicando.


6. Tácticas o estrategias del apóstol
¿Cuáles son las tácticas o estrategias del apóstol?
En primer lugar, convencer no imponer. No hay que imponer nada a nadie. Todo ser humano al cual nos dirigimos es un ser libre y hay que tratarlo como un ser libre. Hay que proponerle la verdad, pero no imponérsela. Si uno quiere imponer obtiene el efecto contrario y, además, está haciendo algo que Dios no quiere que uno haga. Hay que tener confianza en la otra persona y saber que si uno dice la verdad, ésta por si misma se impone. La verdad lo único que pide es ser escuchada

En segundo lugar, elegir el momento oportuno. Si no se elige el momento oportuno, se hace odiosa a la verdad. Si uno está, por ejemplo, descansando y viene otro y le dice: - Despierta, que te quiero hablar de Jesucristo. Me parece que no es la ocasión más oportuna. Hay que crear la ocasión. Y esto muchas veces. Por ejemplo, había un joven que rechazaba todo. Tenía un amigo que era muy bueno y rezaba para que el Espíritu Santo le iluminase. Así, un día se le ocurrió dejar arriba del escritorio de su compañero, como quien no quiere la cosa, una vida de Pier Giorgio Frassati. Después se fue. ¡Claro! Despertó la curiosidad del otro, que al leer Pier Giorgio Frassati, se pregunta: ¿Éste quién será? Cuando volvió, su compañero le preguntó: - ¿éste quien es? Así le empezó a hablar, después le regaló el libro. Después de leer el libro, el que era indiferente, se convierte, se confiesa y recibe a Jesús en la comunión. Creó la ocasión e hizo un buen apostolado.

Otro ejemplo. Había una misión popular en una ciudad y resulta que justamente estaba la pared de la iglesia pegada a la herrería. Y el herrero era totalmente anticristiano y anticlerical. Entonces, justo a la hora en que empezaba el misionero a predicar, este agarraba la masa grande en el yunque: plin, plin, plin... imposible predicar por el ruido que hacia el herrero. Entonces el misionero, reza al Espíritu Santo para que lo ilumine. Y así sucede que ve que al Cristo en la Cruz, que tenía en la sacristía y que era de hierro, le faltaba un clavo en la mano. Por eso, al día siguiente le pide al herrero que haga el favor de ponerle el clavo que faltaba. Empieza la predicación y esperaba los martillazos. Nada. En medio de la predicación ve que entra por la puerta de atrás el herrero. ¿Qué le había pasado? Cuando fue a clavarle el clavo a Cristo se dio cuenta lo que él estaba haciendo: él estaba clavando espiritualmente el clavo para crucificarlo a la Cruz con su conducta anticristiana y anticatólica. Se había dado cuenta que había obrado mal y que tenía que cambiar. Por eso se convirtió. El misionero había buscado la ocasión.

Otro ejemplo, que me pasó a mí. Tenía un vecino, Don Pepe Merlo, que era solterón y viejo. Había sido chofer de colectivo de la línea 32. Era muy buen vecino, pero era socialista, de esos 'come-curas', anticlericales. Me veía y siempre me hablaba mal de los curas.

Yo me decía: - ¡qué pena este hombre! A ver cómo hago. Varias veces le dije: - no Don Pepe, no es así como Usted dice... y le daba los argumentos. Pero cuando lo volvía a ver, me decía: - porque los curas... Yo pensaba: Uh, otra vez con los curas. Entonces se me ocurrió pedirle un favor. A veces no hay mejor modo que pedir un favor, porque cuando uno pide un favor se pone en una posición débil. Me dijo: - Carlitos lo que vos quieras. Le dije: -Me tiene que acompañar, vamos a ir a Claypole. Así fue que tomamos el 60 para ir a Claypole. En el colectivo íbamos charlando de esto, lo otro, me contaba de todo: las historias habidas y por haber. Finalmente llegamos al Cotolengo de Claypole. Lo encontramos al padre Tomás, que lo había conocido a Don Orione. Él nos llevó a recorrer primero los pabellones de niños, después de mujeres, luego de varones, etc. Don Pepe estaba pálido. Cuando salimos, después de estar unas horas ahí me dijo: -¡quien iba a decir que tenía que vivir 72 años para conocer esto! Yo no dije nada, no iba a arruinar lo que estaba haciendo Dios. Finalmente regresamos y llegamos a casa. Me dijo: -muchas gracias Carlitos por lo que me has hecho conocer. Después regresé al seminario. A la semana siguiente vuelvo a mi casa y me encuentro con él, y lo primero que me dijo fue: -¡Qué obra grande que hacen los curas! Parecía imposible. Pero hay que buscar la ocasión y dar en el punto débil, porque todos tenemos un punto débil. A veces es un gusto, a veces es un amor, a veces es una pasión...

Otro ejemplo. A mi papá le encantaba jugar al truco. Nunca iba a Misa. Era ferroviario, maquinista de la fraternidad. También era 'comecuras', era un hombre bueno, pero nunca iba a misa. En la Parroquia hubo campeonato de truco y él ya se había jubilado. Le dije: - ¡Mirá papá!, hay un campeonato de truco. ¿Por qué no te anotás? Ahora tenés tanto tiempo. Me dijo: - Tenés razón. A él le gustaba mucho el truco. Fue y se anotó. Sortearon las parejas y le toco jugar con el cura párroco y salieron campeones. Porque mi papá, hombre vivo, le dijo: - Padre, cuando yo le diga algo Ud. diga que sí. Entonces le preguntaba: - ¿Tiene tanto para el envido? Sí, decía el párroco. Entonces los otros pensaban que no mentía. Y así fue que ganaron.

Debemos saber comprender, pero para saber comprender hay que ponerse en el pellejo del otro, saber porqué está en tal situación o en tal otra. Para saber comprender hay que saber oír. Hay personas que no escuchan y entonces no se dan cuenta de la situación en que está la otra persona. A veces uno escucha a personas que están rabiando por determinada cosa y resulta que es algo que es de labios para afuera solamente, pero para adentro no. Incluso están criticando algo que es criticable. Y está muy bien que lo critiquen. Debemos recordar que nosotros no seguimos a seres humanos, sino que seguimos a Jesucristo. Los seres humanos estamos llenos de pecados, de defectos, de miserias, de limitaciones. Por eso debemos perseverar una y otra vez, y otra vez, y otra vez... Así sucedió con ese gran santo que fue San Pedro Claver, jesuita, que vivió en Colombia, en Cartagena de Indias. Durante 22 años siempre que pasaba delante del negocio saludaba a su dueño, un musulmán: - ¿Qué tal don Fulano? ¿Cómo le va? ¡Buen día! -Eso lo hizo durante 22 años!- Y le repetía: -¡mire que tiene que hacerse cristiano! El otro no quería. Pero él insistía: -¿Cuando lo bautizo? El otro seguía obstinado. Murió San Pedro Claver y al poco tiempo este musulmán dijo: - en este mundo la única persona que me ha querido y que me ha amado ha sido el padre Pedro Claver. El quería que me bautizase. Si el me amaba quería lo mejor para mi, me voy a hacer bautizar. ¡22 años había insistido este santo! Hay que tener paciencia, hay que perseverar y hay que confiar, finalmente, en el poder de Dios y en el poder de la gracia, de manera particular, el apóstol debe vivir las virtudes de mansedumbre, de dulzura y de humildad porque la verdad que nosotros llevamos no es una verdad nuestra sino que es de Dios. Y si nosotros conocemos la verdad es por gracia de Dios. ¿Qué tienes que no hayas recibido? nos dice San Pablo (1Cor 4,7)

Entonces no debemos ir con esa prepotencia de la persona que habla como si fuese desde la cátedra. ¡No debe ser así! Deben ir con toda humildad, porque es un regalo que Dios nos ha hecho: el conocer la verdad que salva. Y por eso hay que ser manso sabiendo, como dice San Francisco de Sales, 'que más moscas se atrapan con una gota de miel que con un barril de hiel'.

Es cuestión de probar, prueben en sus casas, con sus hermanos, con sus hermanas. Aprendan a poner miel en vez de hiel y van a ver cómo los van a escuchar. Dirán -¿Qué le pasa a este? ¡Mirá vos!, menos mal que cambió. Más vale tarde que nunca.

Hay que aprender a vivir las virtudes que nos enseñó nuestro Señor: aprended de mi que soy manso y humilde corazón (Mt 11,29)

1 Cfr. Mc 16,15.
2 Seguimos a Royo Marín, Jesucristo y la vida cristiana (Madrid 1956) 530ss.
3 Cfr. Diario Ámbito Financiero, 26 de julio de 2002.
4 Cfr. Mt 25,14ss.
5 Pío XI, 'Discurso del 24 de septiembre de 1927.



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Aplicación: R.P. Alonso Rodriguez, SJ - EL APOSTOLADO SEGLAR

1. La más alta empresa.¡Salvar almas! Tan alta y tan subida es esta empresa de atender a la salvación de las almas, que para ella bajó el Hijo de Dios del cielo y se hizo hombre, y para ella escogió los Apóstoles, haciéndoles de pescadores de peces, pescadores de hombres. El oficio más alto y más divino que hay, dice San Dionisio Areopagita, es ayudar y cooperar juntamente con Dios a la salvación de las almas. Y San Juan Crisóstomo dice: No hay cosa más agradable a Dios ni de que Él tenga más cuidado, que de la salvación de las almas. Todos querría el Señor que se salvasen; y así, el que ayuda a esto, hace la cosa más alta y más agradable a Dios de cuantas los hombres pueden hacer en esta vida. Aunque deis a los pobres toda vuestra hacienda, sigue diciendo el Santo, y ella sea más que las riquezas del rey Salomón y los tesoros de Creso, más es convertir una sola alma que todo eso.
San Gregorio dice que es mayor milagro convertir un pecador que resucitar un muerto. Y más es y más lo estima Dios que criar los cielos y la tierra. Si no, vedlo por el coste: porque criar los cielos y la tierra no le costó a Dios sino decirlo; pero eso otro costóle más que palabras: hízolo a costa de su sangre y vida.
Se entenderá también la excelencia y alteza de esta obra, y lo mucho que agrada a Dios, por el premio grande que le corresponde. Lo cual se puede ver primeramente en el mismo Cristo; porque por esta obra de dar su vida por los hombres dice el Apóstol San Pablo que le levantó, glorificó y ensalzó el Eterno Padre sobre todas las cosas, y le dio un nombre sobre todo nombre, al cual se arrodillan los cielos, la tierra y los abismos.
San Gregorio, sobre aquellas palabras del Apóstol Santiago: El que hiciere que se convierta el pecador de su extravío, salvará de la muerte el alma del pecador, y cubrirá la muchedumbre de sus propios pecados, dice: 'Si librar a un hombre de la muerte corporal, que aunque ahora no muere ha de morir mañana, merece grande premio y galardón, ¿qué premio y galardón merecerá el que libra un alma de la muerte eterna, y es causa para que viva en la gloria para siempre, sin jamás poderla perder?'
Por eso la Escritura divina no se contentó con decir que los que enseñan a otros el camino de su salvación alcanzarán la vida eterna, sino añade que resplandecerán como estrellas en aquella perpetua eternidad. Y por el Profeta Jeremías dice Dios: Si apartareis lo precioso de lo vil, si apartareis las almas que yo tanto aprecio de la vileza y bajeza del pecado, seréis como mi boca; es frase que suelen comúnmente decir: Quiérole como a mis ojos y como a mi vida. Pues de esa manera quiere Dios al que trata de convertir almas y sacarlas del pecado. Es cosa muy preciosa ante Dios un alma, y por eso estima tanto el ayudar a las almas.
¿Quién no se animará con todo esto a trabajar conforme a sus fuerzas, estado y condición, en obra tan del agrado de Dios y tan provechosa para nuestros prójimos y para nosotros mismos? La mies es mucha, y los obreros pocos. ¿Cómo nos sufrirá el corazón que nuestros prójimos perezcan y se vayan al profundo del infierno, pudiéndolos socorrer nosotros? Dice San Juan Crisóstomo: 'Si veis que un ciego va a dar consigo en alguna hoya, le dais luego la mano. Pues viendo cada día a nuestros hermanos puestos a pique de despeñarse en el abismo del infierno, ¿cómo nos podremos contener y dejar de darles la mano?'
El mismo Santo, en una homilía que hace del cuidado que habemos de tener de la salvación de nuestros prójimos, trae otra comparación muy buena para esto. Los marineros que navegan por ese mar grande y espacioso, aunque ellos vayan con viento próspero, y con gran bonanza y seguridad, si ven a otros padecer naufragio, aunque sea de muy lejos, no mirando a su propia utilidad y provecho, se compadecen de ellos, acércanse, paran, echan áncoras a su nave, amainan las velas y comienzan a echar cabos y tablas, para que aquellos que se van a anegar puedan asir de alguna cosa de ésas y salvarse. De esa manera habemos de hacer nosotros: porque todos navegamos por el mar grande y espacioso de esta vida presente, en la cual hay muchas olas y tempestades, muchas rocas y bajíos, y así muchos padecen naufragio. Pues cuando viereis, dice el Santo, que algún otro navegante peligra entre las olas y tempestades de este mar, y que se va a hundir y anegar, dejad luego vuestros negocios y socorred y remediad a vuestro prójimo, porque no sufre dilación la necesidad del que se empieza a anegar.

2. La buena y santa vida.
¿Y qué hacer para ayudar a tan alta empresa?
El primer medio para aprovechar a los prójimos y ayudar a su salvación es el buen ejemplo de vida. La buena y santa vida, el estar uno primero medrado y aprovechado en virtud, es el principal medio y más eficaz para hacer mucho fruto en los prójimos. Así como los árboles que más han crecido para sí son más fructuosos para sus dueños, así el predicador y el propagandista mas aprovechado en sí será más provechoso para los otros.
La importancia y necesidad de este medio se ve, lo primero, porque cierta cosa es que el ejemplo de la buena vida es más eficaz para persuadir a los hombres que cuantas palabras y discursos hay. Y así, Cristo nuestro Redentor primero comenzó a enseñar el camino del cielo con obras, y después con palabras: Comenzó a hacer y a enseñar, dice San Lucas.
San Bernardo da una buena razón de esto: '¿Sabéis por qué el ejemplo es tan eficaz para mover a otros? Porque con eso se persuaden que es hacedero lo que se dice, viéndolo practicar y poner por obra al que la dice, y así se animan mucho a obrarlo'. Y San Agustín dice que es tan grande la enfermedad y flaqueza del hombre, que con dificultad obra lo bueno si no ve en otros primero el ejemplo de ello: y por eso, dice, importa mucho que el que trabaja con prójimos, o predica el Evangelio, sea bueno, para que los que oyen tengan a quién imitar. Los que dicen y no hacen son como los mojones del campo, que están mostrando al caminante por dónde va el camino, y ellos estánse quedos; así fueron aquellos escribas y fariseos que guiaron a los Magos a Belén, y ellos quedáronse sin ir allá. Esos no mueven, ni hacen fruto con sus palabras.
Por esto el Apóstol San Pablo pide a los obreros de Dios que sean irreprensibles y que sean ejemplo a los fieles en castidad y en caridad, y en las demás virtudes, para que así su doctrina tenga fuerza y eficacia, para convencer a los otros y traerlos tras sí.
Pues éste es el principal medio para ayudar a los prójimos, la buena y santa vida: lo primero, por el ejemplo, como habemos dicho; y lo segundo, porque para que Dios nos tome por instrumento para hacer mucho fruto en los prójimos, es muy importante que nosotros estemos muy aprovechados en virtud y mortificación.
Si este negocio tuviera fin humano, medios humanos bastaran para dar buen recaudo de él; pero el fin que pretendemos es sobrenatural y divino; porque es mover los corazones, convertir las almas y sacarlas de pecado: y no es obra nuestra engendrar en las almas santidad, sino de Aquel que dijo en el principio del mundo: Hágase la luz, y fue hecha la luz. Nuestras letras, nuestra prudencia, nuestra diligencia e industria, y todos cuantos medios naturales y humanos podemos poner, ninguna proporción tienen con ese fin. Dios es el que luce en los corazones, y da palabra de vida; y toda la eficacia del instrumento para hacer fruto en las almas nace de Dios. Y así, aquellos medios que nos juntaren y unieren más con Dios, nos harán instrumentos más aptos y eficaces para convertir las almas; porque mientras más juntos y unidos estuviéremos con Dios, mejor podremos recibir en nosotros las influencias de sus gracias y dones celestiales, y así comunicarlas a otros.
'Aquellos por quienes Dios quiere repartir su hacienda y su sangre, dice San Dionisio Areopagita, han de ser ellos primero santos en si, para hacer santos a otros; han de tener tanta luz y conocimiento de Dios, que puedan alumbrar y dar a otros; han de estar tan encendidos y abrasados en el fuego del amor de Dios, que peguen fuego a los otros y los enciendan y abrasen en el mismo amor'; porque, como dice San Gregorio: El que no arde en sí, no enciende a otros.
Solía aquel santo fray Tomás de Villanueva, Arzobispo de Valencia, repetir muchas veces estas palabras: De pecho frío, ¿cómo pueden salir palabras calientes? Entonces vuestras palabras abrasarán al prójimo en amor de Dios cuando salieren de un corazón encendido y abrasado en amor de Dios; entonces pegaréis por ese mundo aquel fuego que vino a traer el Hijo de Dios a la tierra. Entonces valdrá más una palabra que ciento.
La piedra imán tiene la virtud de imprimir al hierro que toca la virtud atractiva que ella tiene, y los hombres tocados de Dios tienen la virtud de atraer a otros a Dios. Pero si vuestras palabras no son como de hombres tocados de Dios, ¿cómo han de atraer a otros a Dios? ¿Cómo moverá y aficionará a otros a la mortificación el que no está aficionado a ella? ¿Cómo apartará a otro de su mala vida el que no vive bien? Que no quema sino el fuego; ni humedece sino el agua; ni hay cosa que pueda dar a otro el calor que ella no tiene. Lo que vos no tenéis, ¿cómo lo vais a pegar a otros? Seréis como los tiros y bombardas que no tienen pelota (proyectil), que llenan los aires de truenos y de ruido; pero no derriban los muros, ni matan los enemigos. Así son los que sólo tienen palabras y no obras: todo se va en truenos y ruido; azotan los aires con sus voces, pero no derriban a nadie, ni hieren los corazones, porque no hay pelota, no hay sustancia allá dentro, no hay virtud ni espíritu, que es lo que da fuerza y eficacia a lo demás.
R.P. Alonso Rodriguez, SJ - EL APOSTOLADO SEGLAR (I)


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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - La Misión Apostólica

El domingo pasado hemos considerado el sentido de la kénosis, o sea de la humillación de Cristo. El Hijo de Dios, despojándose de su gloria divina, vino a nosotros, se vistió de pañales, y fue visto como un carpintero cualquiera. Su humildad fue el correctivo salvífico de nuestra autosuficiencia. En este domingo se nos habla de la misión de los apóstoles. Así como antaño Dios enviara a Amós cual profeta suyo para que, desarmado, anunciase su Palabra ante los hombres, según lo escuchamos en la primera lectura, de manera análoga advertimos en el evangelio cómo Jesús envió a sus apóstoles de dos en dos, sin pan, ni alforjas, ni dinero, casi como linyeras. Es que la kénosis del Hijo de Dios se prolonga en la kénosis de los apóstoles y, en último término, en la kénosis de la Iglesia, provista tan sólo de la Palabra de Dios y de los sacramentos de la fe.

1. LA MISION

El evangelio de hoy nos confronta, así, con el tema de la misión apostólica. Si quisiéramos remontamos a las fuentes, deberíamos decir que el primer Enviado fue Jesucristo, ya que fue El quien recibió la primera Misión, el primer mandato apostólico de parte de su Padre divino. El debía venir a este mundo, introducirse en nuestra historia, para proclamar la llegada del Reino de Dios, para anunciar con hechos y palabras el cumplimiento de nuestra salvación. Y he aquí que el Enviado por excelencia, envía ahora, a su vez, a los doce apóstoles. Fue la primera vez que los mandó, casi a modo de ensayo, para que imitasen su labor apostólica: para que, como El, expulsasen los demonios, predicasen, exhortasen a la conversión y curasen a los enfermos. Decimos que los mandó a modo de ensayo, porque el mandato definitivo se los daría momentos antes de ascender a los cielos cuando les dijese: "Id por todo el mundo, anunciad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautizare, se salvará. El que no crea, se condenará... Y yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo". Sería el cumplimiento de aquello que había dicho el mismo Señor: "Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros".

Tal es el fin de la Iglesia, amados hermanos. La Iglesia toda es misionera, es decir, enviada. Y no por propia decisión, sino por voluntad expresa de Aquel que estaría con ella hasta el fin de la historia. Incesantemente Cristo sigue enviando a la Iglesia. Y la envía para que proclame en voz alta aquellas cosas admirables que hemos oído de boca de San Pablo en la segunda lectura de hoy: que Dios, nuestro Padre, nos ha bendecido en Cristo, y que nos ha elegido en El, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos en su presencia; que nos predestinó para ser sus hijos adoptivos en Jesucristo; que nos redimió con la sangre de su Hijo, en el cual derramó sobre nosotros toda la riqueza de su gracia; que nos hizo herederos del cielo, destinados de antemano para alabarlo en la gloria por una eternidad. Tantas cosas espléndidas que la Iglesia, siglo tras siglo, no se cansa de anunciar a todas las generaciones, como las anunció a nuestros abuelos y las seguirá anunciando hasta el fin de los tiempos.

Y conste que no se trata de un mensaje inventado por la Iglesia. Es el mensaje mismo de Cristo que se prolonga en la predicación de la Iglesia, sobre todo a través de la Jerarquía, el Papa y los Obispos, que son los sucesores de Pedro -y los demás apóstoles. Ellos tienen la ineludible misión de anunciar el Reino de Dios. Oyéndolos a ellos, oímos al Señor, que de ellos dijo: "El que a vosotros oye, a mí me oye".

2. EL DEBER DEL APOSTOLADO

Pero no sólo a la Jerarquía toca el deber del apostolado. También compele a todos los miembros del pueblo de Dios, que es un pueblo sacerdotal, es decir, a cada uno de ustedes, sea cual fuere su condición. Para cumplir misión tan elevada, ante todo debemos entender qué es el apostolado. Ser apóstol significa, básicamente, contribuir al engrandecimiento del cuerpo de Cristo, al enriquecimiento espiritual de la Iglesia. Porque la Iglesia no es algo estático, sino al modo de un edilicio en constante construcción, en crecimiento, en aspiración a la plenitud de su estado perfecto; un templo hecho de piedras vivas, que se eleva siempre más y más. Si realmente vivimos la vida de Cristo, no podemos dejar de participar en ese anhelo de crecimiento que consume al Señor.

Nuestro deseo de apostolado no es, pues, una cosita individual, que nace de nuestro interior. Debe ser el eco en nosotros del ardiente deseo que Cristo experimenta de ser católico, es decir, de abarcar la totalidad; un eco de esa intensa aspiración de la Iglesia para llegar a ser plenamente universal, contagiando a todos la vida divina, que es la savia de su propia existencia. Por eso el deseo de apostolado es algo inherente a la vida cristiana. Es un deber que se origina en el Bautismo, sacramento por el cual entramos precisamente en la Iglesia, sacramento que fue la cuna de nuestra vida cristiana y, por ende, principio de nuestro ardor apostólico. Corresponde, pues, a cada uno de nosotros, examinarnos hoy si realmente nos sentimos "enviados", si participamos en algo de ese anhelo de catolicidad, de ese deseo vehemente que experimentaba Jesús al decir: "He venido a arrojar fuego sobre la tierra y ¿qué quiero sino que arda?". Es el fuego de la vida divina. Y el fuego es de por sí difusivo, no puede conservarse sino propagándose.

Ser apóstol es, así, trabajar en pro del auge y perfeccionamiento de la Iglesia: auge, por la adopción de nuevos hijos; perfeccionamiento, por el progreso de los miembros ya incorporados a ella, hasta que hayan alcanzado la edad madura en Cristo, la estatura normal del cristiano perfecto. En otras palabras, llevar al cuerpo de Cristo miembros nuevos, o conducir a sus miembros actuales a la plenitud espiritual que los configura con Cristo: tal es la esencia del apostolado; hacer de los hombres cristianos, y de los cristianos santos. Esa y no otra es la misión esencial de la Iglesia, no un fin político, ni social, ni económico, sino ante todo sobrenatural. Lo demás es la añadidura. Fuera de ello podrá haber esfuerzo, agitación, ruido, comunicados de prensa, reportajes, éxitos externos, incluso sacrificios penosos, pero no auténtico apostolado.

3. GRANDEZA Y MISERIA DEL APOSTOL

¡Cuán noble se nos muestra la misión del apóstol! Dice al respecto San Pablo que el Señor "hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo". Tal es lo que debe proponerse el apóstol: dejar que se transparente en él la luz de Dios, iluminando así a los demás. El apostolado se basa precisamente en el hecho de que Dios, quien podría iluminar de manera inmediata y personal a cada uno de los hombres, quiso servirse para ello de instrumentos humanos. Pero con el deseo de que no nos infatuásemos por un don tan grande, advierte San Pablo: "Sin embargo, nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este extraordinario poder no procede de nosotros, sino de Dios". El recipiente somos nosotros, limitados, groseros, frágiles, el tesoro es cosa divina.

Por eso el apóstol debe estar siempre muriendo a sí mismo, como lo experimentaba en su apostolado el propio San Pablo: "La muerte obra en nosotros y la vida en vosotros". Porque el apóstol debe estar de tal modo identificado con Jesús, identificado con la muerte de Jesús, que participe de una manera personal en el sacrificio de Cristo. Su oficio se parece al de una madre que se ofrece para una transfusión de sangre en favor de su hijo enfermo: ella advierte que palidece, que se debilita, pero al mismo tiempo comprueba gozosamente cómo el vigor retorna a su hijo; la muerte obra en ella y la vida en su hijo. Tal es, en no pocas ocasiones, la experiencia del apóstol.

Amados hermanos, todos y cada uno de nosotros hemos sido llamados a colaborar en este designio maravilloso de Dios. Es cierto que, como lo hemos señalado anteriormente, a la Jerarquía compete el apostolado de una manera peculiar, y tiene para ello una misión específica, dirigente. Pero no es menos cierto que ninguno de nosotros puede desentenderse del mismo. Si por acaso alguno de los aquí presentes no siente el menor interés por el bien espiritual de los demás, en especial de los más cercanos, quiere decir que su vida espiritual está profundamente debilitada, anémica. La gracia bautismal nos impele a ser apóstoles, y apóstoles en el sentido pleno de la acepción, apóstoles no sólo con la palabra, sino especialmente con la vida, con el ejemplo. Decía Bergson que "los santos no tienen sino que existir; su existencia misma es una exhortación". El ejemplo contagia, como se contagia la alegría.

Pronto nos acercaremos al altar para recibir el Cuerpo de Cristo. Pidámosle entonces la gracia de experimentar un poco ese anhelo intenso que El sintiera durante su vida en la tierra por convertir a todos los hombres, por encender el fuego de su mensaje en todos los siglos y en todos los ambientes. Y cuando recemos el Padrenuestro, antes de la comunión, hagamos nuestra de manera especial aquella petición, que no es sino el anhelo supremo del apóstol: Venga a nosotros tu reino.

(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 205-209)


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Aplicación: S. Juan Pablo II - La pregunta "¿quién soy?" condiciona todas las demás preguntas

Con profunda veneración hemos escuchado las palabras que la liturgia de la Iglesia dedica a este domingo. Ahora, conviene detenerse un poco para acoger estas palabras, es decir, adaptarlas a los corazones de los oyentes. Adaptarlas a nuestra vida. He aquí algunos pensamientos en este sentido.

Ante todo: ¿Qué somos nosotros, miembros de esta asamblea, oyentes de la Palabra de Dios y, dentro de poco, partícipes del Cuerpo y de la Sangre del Señor?

La pregunta "¿quién soy?" condiciona todas las demás preguntas y todas las respuestas relativas al tema "¿qué es lo que debo hacer?".

A esa primera y fundamental pregunta responde hoy San Pablo en la Carta a los efesios. Dice: Somos los elegidos por Dios en Jesucristo. "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado" (Ef 1 3-6).

Esta es la respuesta que nos da hoy San Pablo a la pregunta "¿quién soy?". Y la desarrolla en las restantes palabras del mismo texto de la Carta a los efesios.

He aquí la ulterior etapa de esta respuesta:

Somos redimidos; estamos colmados por la remisión de los pecados y llenos de gracia; estamos llamados a la unión con Cristo y, luego, a unificar a todos en Cristo.

Y no es ése todavía el final de esta respuesta paulina:

Estamos llamados a existir para gloria de la Majestad divina; participamos en la palabra de la verdad, en el Evangelio de la salvación; estamos marcados con el sello del Espíritu Santo; somos partícipes de la herencia, en espera de la completa redención, que nos hará propiedad de Dios.

Tal es la respuesta paulina a nuestra pregunta. Hay mucho que meditar en ella. Perdonad si yo me limito solamente a insinuar algo.

El eco de las palabras de la Carta a los efesios no puede quedarse en los límites de una lectura, no basta escuchar una sola vez. Deben permanecer en nosotros. Deben seguir con nosotros. Son palabras para toda una vida. A medida de eternidad.

Bueno sería que pudiesen seguir sonando en cada uno de vosotros durante estas semanas y meses de descanso de vacaciones. A cualquier cosa que os dediquéis, ya sea a una tarea temporal... ya sea a un trabajo apostólico... o quizá, como ya habéis hecho alguna vez, a peregrinar desde Varsovia hasta Jasna Góra...

Que os acompañen esas palabras. La respuesta a la pregunta "¿quién soy?", "¿quiénes somos?".

Que plasmen y formen vuestra personalidad, ya que estamos injertos, desde la misma raíz, en la dimensión del misterio que Cristo ha inscrito en la vida de cada uno de nosotros.

El sacrificio en que participamos, la Santa Misa, nos da también cada vez la respuesta a esa pregunta fundamental: "¿quiénes somos?".

¿Qué debemos hacer?

Quizá la respuesta a esta segunda pregunta no surge, de la liturgia de la Palabra divina de hoy, con la misma fuerza de la referente a la pregunta "¿quiénes somos?". Pero también es una respuesta fuerte y decisiva. Dios dice a Amós: "Ve a profetizar a mi pueblo, Israel" (Am 7, 15).

Cristo llama a los Doce y comienza a enviarles de dos en dos (cf. Mc 6, 7). Y les ordena que entren en todas las casas y de ese modo den testimonio. El Concilio Vaticano II ha recordado que todos los cristianos, no sólo los eclesiásticos, sino también los laicos, forman parte de la misión profética de Cristo. No hay duda alguna, por tanto, respecto a "qué es lo que debemos hacer".

Sigue siendo siempre actual, la pregunta ¿cómo debemos hacerlo? Me alegro de que a esta pregunta busquéis una respuesta, tanto cada uno de vosotros individualmente, como juntos con toda vuestra comunidad. Quien busca esa respuesta, la encuentra en el momento oportuno.

El salmo responsorial de hoy nos asegura que "la misericordia y la verdad se encontrarán..."

"La verdad florecerá sobre la tierra". Sí; la verdad debe florecer en cada uno de nosotros; en cada corazón. Sed fieles a la verdad.

Fieles a vuestra vocación.

Fieles a vuestro compromiso.

Fieles a vuestra opción.

Sed fieles a Cristo, que libera y une (Comunión y Liberación).

Para terminar, formulo fervientes votos para cada uno de vosotros y para todos.

Como un rayo de luz de la liturgia de hoy: a fin de que el Señor Nuestro, Jesucristo, penetre en nuestros corazones con su propia luz y nos haga comprender cuál es la esperanza de nuestra vocación (cf. Ef 1, 17-18).

Que se realice este deseo por intercesión de la Virgen, ante la cual hemos meditado la Palabra divina de la liturgia de hoy, para poder continuar celebrando el sacrificio eucarístico.
(Santa Misa para un grupo del Movimiento "Comunión y Liberación",Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos, Domingo 15 de julio de 1979)

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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Ser apóstol en nuestros ambientes

Jesús envía a sus apóstoles a predicar la conversión.
Apóstol quiere decir enviado. Es decir, el apóstol es el enviado. Hoy es Jesús que envía a los doce. Jesús también es enviado por el Padre.
Los obispos, los sacerdotes, los misioneros son enviados a predicar.
Todos los cristianos son enviados a predicar desde el momento en que han completado su plenitud de vida sacramental recibiendo la confirmación. La confirmación nos hace apóstoles de Cristo.
¿Qué enseña un apóstol?
Lo que dice el Evangelio:
"Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran"
"Los envió a proclamar el Reino de Dios" (Lc)
"Partieron, pues y recorrieron los pueblos, anunciando la Buena Nueva" (Lc)
"Yendo proclamad que el Reino de los cielos está cerca" (Mt)
Hay que proclamar el Reino de los cielos que es la Iglesia, reino cercano. Y la Buena Nueva que Cristo murió y resucitó para que nosotros pudiésemos entrar en el Reino. Finalmente la disposición necesaria para acoger la Buena Nueva, el Reino, la conversión, el cambio de manera de pensar.

¿Y donde ejercitamos el apostolado?
"Apostolado quiere decir hacer bien en torno de vosotros, especialmente con vuestra conducta. Quiere decir inspirar con vuestra vida la estima y el deseo de la virtud. Tender en todo a ser los primeros: en la vida de alumnos, en la vida de familia, en la práctica de la caridad y la pureza" (Pío XII).
Debemos ejercitar el apostolado en los lugares en que nos movemos, no sólo el grupo parroquial, en el cual, es más fácil mostrarse apóstol. Generalmente en los grupos parroquiales hay un ambiente cristiano y allí se puede ser apóstol con facilidad.
Hay otros lugares en los que estamos con más frecuencia y en los cuales tenemos que ejercitar el apostolado. En especial la familia. ¿Cuánta necesidad de apostolado tiene mi familia? Hay algunos que no creen, otros quizá no van a Misa, otros que viven únicamente para las cosas materiales, otros que no se preocupan por las necesidades familiares.
Por ejemplo poner buen espíritu en mi familia. Alegría y no reproches. Obediencia y no discordia.

Comprensión y no discusiones. Paciencia y no quejas.
El que no hace apostolado en su familia, el que no le importa vivir en familia, el que se desinteresa por su familia o se va de su familia para vivir tranquilo no ha comprendido la verdadera esencia del Reino que es familia. El Reino es una familia en la que todos somos hermanos y Dios es nuestro Padre. Difícilmente podrá acoger el Reino de los cielos el que no trata de vivir en familia.
El plan del diablo es destruir la familia. Nosotros como apóstoles tenemos la tarea de salvarla y principalmente siendo apóstoles en ella.

El apostolado en nuestro ambiente de trabajo y de estudio. Tenemos que sobresalir por ser cristianos. Se supone que el cristiano es virtuoso y por tanto será buen trabajador y buen estudiante.
En el caso del estudiante. No todos tienen la capacidad para tener las mas altas notas… pero tampoco puede ser que un cristiano no estudie, sea mal alumno, no haga sus tareas, copie en los exámenes, y se lleve las materias a diciembre y a marzo.

En el caso del trabajador. Cuántas posibilidades de dar ejemplo, de dar buenos consejos, de dejar claro lo que debe ser un hombre cabal ante conversaciones malas, fanfarronerías por malas costumbres, injusticias de horarios y de otros tipos en los centros de trabajo.

No podemos ser cristianos sólo en la iglesia. A nosotros nos dicen muchas veces: "esta persona va todos los domingos a Misa pero fuera de la Iglesia es una mala persona". Muchas veces nos entusiasmamos con apostolados grandes. Ayudar a los pobres, misionar los barrios marginales y en nuestros ambientes somos malos cristianos y a veces malas personas: chismosos, envidiosos, criticones.

¿Qué herramientas o armas tiene el apóstol?
La oración. Hay veces que las palabras son inútiles. Los ejemplos no los tienen en cuenta. Nos queda la oración.
La oración no sólo sirve para convertir a personas duras sino que también sirve para convertir a personas a distancia y a personas que ni conocemos.
La oración es el alimento del alma y la fortaleza del alma. Un apóstol sin oración es muy débil porque son sólo sus fuerzas las que realizan la obra. Cuando uno reza pide fuerza a Dios que es en definitiva el que hace la obra. Nosotros somos "siervos inútiles".
La oración nos ilumina para ver como debemos hacer tal o cual apostolado. Esclarece el camino para ver por donde hay que empezar y por qué cosas.

El ejemplo. El ejemplo arrastra. Muchas veces nos encontramos con personas que poco hablan pero obran como cristianos y nos mueven a imitarlas. San Juan de la cruz tenía una frase que ponía en práctica: "callar y obrar".

Hoy se critica a la Iglesia y a nosotros cristianos por decir y no obrar de acuerdo a lo que hablamos. Hay que hacer el apostolado del ejemplo. Donde estemos seamos buen ejemplo y eso va a cambiar los ambientes. No nos cansemos de dar buenos ejemplos a pesar de que todo el ambiente este en contra nuestra. Seamos coherentes con lo que profesamos por la boca.

A veces tenemos miedo de dar buen ejemplo incluso en los ambientes de Iglesia.
Los que están alejados de la Iglesia lo que primero que van a ver es cómo obramos nosotros. La gente está cansada de oír que se les hablen cosas… prefieren los buenos ejemplos.
Principalmente tenemos que ser buen ejemplo en nuestra familia.

La palabra. La palabra es importante. Nadie da lo que no tiene. Si nosotros no conocemos nuestra religión, cómo es el Reino de los cielos, cómo se llega a Él y todo lo que enseña nuestra religión no podremos ser apóstoles.

Muchas personas dejaron de aprender la religión cuando terminaron el catecismo. Hay que seguir estudiando la religión para que nuestra fe se fortalezca y seamos unos hombres convencidos de lo que hablamos y obramos. Hay que saber dar razón de nuestra fe, dice la Escritura.
Nadie ama lo que no conoce. Si no conocemos a Cristo y su Reino no lo podemos amar. Si no conocemos a la Iglesia como la vamos a defender cuando la calumnien. Muchas veces damos la razón a los enemigos porque somos ignorantes.

Si queremos enseñar al que no sabe, y esto es una obra de misericordia espiritual, tenemos que aprender la religión. El apóstol tiene que hablar a los hombres y para eso necesita conocer.
El apostolado no es sólo de los sacerdotes sino de todos los cristianos. Ustedes y nosotros somos hermanos y miembros de una misma familia. Hay ambientes a los cuales no puede llegar el sacerdote. En concreto los ambientes de trabajo o de diversión que ustedes frecuentan. Allí deben ser ustedes apóstoles.

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Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Décimo Quinto del Tiempo Ordinario - Año B Mc 6:7-13

1.- El Evangelio de hoy nos narra que el Señor mandó a predicar a los Apóstoles, advirtiéndoles que algunos los rechazarían.

2.- Esto me sugiere hablar de los que rechazan la predicación.

3.- La fe es lo suficientemente clara para que sea aceptada con responsabilidad, y los suficientemente oscura para dejar en libertad su aceptación. Este pensamiento es de Pascal.

4.- Si la fe fuera axiomática, no tendría mérito el aceptarla.

5.- Los axiomas se imponen a nuestra razón: "el todo es mayor que su parte".

6.- Pero Dios ha querido que la aceptación de la fe sea meritoria, por eso no es axiomática. Pero sí es razonable.

7.- Si la fe no fuera razonable, los creyentes seríamos unos necios al imponernos unas obligaciones sin causa razonable.

8.- Nadie puede pensar que Santo Tomás o San Agustín, esas dos grandes lumbreras de la humanidad eran unos necios.

9.-Por eso es tan importante esta afirmación: El ateo no puede demostrar que no hay Dios, pero el creyente tiene muchas razones para creer. Pero el hombre es libre para rechazarlas. Dijo Santa Bernardita a los que no la creían: "La Señora no me ha dicho que os convenza, sólo que os lo diga".

10.- Es de mucha responsabilidad el rechazar el mensaje de Jesucristo. Las palabras de hoy son duras: "marchaos y sacudid el polvo de las sandalias".

11.- Otra cosa es el problema de los que nunca oyeron hablar del Evangelio. Su ignorancia es inculpable. Dios tiene que tener el modo de salvarlos. Pero en nuestra tierra nadie desconoce inculpablemente el Evangelio. El que no se ha enterado es porque no ha querido. Medios a su alcance los ha tenido.

 

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Ejemplos Predicables
Llegar a la perfección

Pier Giorgio Frassati

Llegar a la perfección
“¿Queréis un medio de llegar a la perfección?”
¿Queréis un medio de llegar a la perfección? Escuchad con atención, una vieja historia.
En la vida de los Padres del desierto leemos que dos solitarios, que habían pedido a Dios que les hiciera conocer la manera más perfecta de servirle, oyeron una voz que les dijo:
- "Id a la ciudad de Alejandría, y allí encontraréis un hombre llamado Eucaristo, el cual se lo enseñará".
Aquellos solitarios fueron a Alejandría, y al caer la tarde, encontraron un hombre que volvía del campo, con un haz de leña al hombro, y conduciendo un pequeño rebaño de ovejas: era Eucaristo. Se acercaron a él y le preguntaron cuál era su género de vida.
- "Soy un pobre pastor" -respondió Eucaristo.
- "No es eso lo que le preguntamos -replicaron los solitarios-; nosotros queremos saber qué hace usted para servir a Dios".
- "Padres, eso más bien les corresponde a ustedes enseñármelo, porque yo soy un pobre ignorante que no sabe ni amar ni a servir a tan gran Señor. Pero, puesto que lo desean, voy a decirles lo que hago. Tuve una madre muy cristiana que desde la más tierna infancia, me recomendó vivamente que dedicase todo a Dios, y que hiciera y soportara todo por amor a Él. He seguido este consejo toda mi vida. Así, por la mañana hago mi oración y ofrezco a Dios mi día; voy a la labor porque Él lo quiere y trabajo por agradarle. Sufro hambre, frío, calor, pobreza, enfermedades y los malos años por amor de Él. Observo los mandamientos de Dios y de la Iglesia porque son la manifestación de su Santa Voluntad. He aquí todo lo que hago".
- "¿Tiene usted algunos bienes de fortuna?" -le preguntaron los solitarios.
- "Tengo una pobre choza y estas ovejas que heredé de mis padres; pero Dios bendice lo poco que poseo. Hago dos partes de mi módica renta: doy una a los pobres y vivo con la otra. Mi comida es muy común; no me quejo de ella; la acepto tal cual por amor de Dios. He aquí cuál es toda mi manera de vivir".
- "¿Tiene usted enemigos?"
- "¿Quién no los tiene? -respondió Eucaristo-; pero en vez de odiarlos los quiero y procuro hacerles algún secreto servicio. Si hablan mal de mí o me hacen algún daño, lo soporto por amor de Dios".
Oído esto, los solitarios volvieron a su residencia, dichosos de haber aprendido un medio tan fácil de llegar a la perfección.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 206)

 

Pier Giorgio Frassati

Lunes 6 de julio de 1925, en Turín (Italia). Ante el pórtico de la iglesia de la Crocetta, una gran multitud llena de recogimiento espera. Allí se encuentran mezclados burgueses y obreros, damas de la aristocracia y mujeres del pueblo, estudiantes de la Universidad y ancianos del Hospicio. De súbito, una agitación. Luego, un enorme silencio. Ante la explanada aparece un grupo de ocho vigorosos jóvenes llevando a hombros un compacto féretro. La emoción está presente en sus rostros. ¿Acaso no se trata de los restos de un amigo maravilloso? Una llama de orgullo brilla, sin embargo, en sus miradas, como si sus robustos hombros pasearan triunfalmente el relicario de un santo.
¿De quién se trata? El 13 de abril de 1980, el Papa Juan Pablo II dirá de él: 'Basta con echar una mirada, incluso breve, a la vida de Pier Giorgio Frassati, consumida en apenas veinticuatro años, para comprender de qué modo supo responder a Jesucristo. Fue la respuesta de un joven "moderno", sensibilizado con los problemas de la cultura, de los deportes (¡un destacado alpinista!), con los temas sociales, con los verdaderos valores de la vida y, al mismo tiempo, de un hombre profundamente creyente, alimentado por el mensaje evangélico, de carácter firme y coherente, apasionado por servir a los hermanos y con una ardiente caridad que lo llevaba, según un orden de prioridad absoluta, a estar junto a los pobres y a los enfermos... El cristianismo es alegría, y Pier Giorgio poseía una alegría fascinadora, una alegría que le hacía superar muchas dificultades en su vida, pues la etapa de la juventud siempre es una etapa conflictiva'.

El mayor mandamiento social
Pero su celo apostólico lo lleva igualmente a realizar obras para 'llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad' (Vaticano II, Apostolicam Actuositatem, 13). En medio de una situación social y política muy tensa, Pier Giorgio siente la necesidad de ir al encuentro del pueblo, y participa en las actividades de varias asociaciones sociales o políticas, donde no tiene reparos en presentarse como católico convencido. En su opinión, hay que colaborar en las reformas que sean necesarias en favor de los obreros, para hacer desaparecer la miseria y ofrecer a todos un nivel de vida aceptable. Ha comprendido que 'la conversión del corazón no elimina, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él' (Catecismo de la Iglesia Católica, 1888).
La tarea no es fácil, y Pier Giorgio se da perfecta cuenta de ello. Escribe lo que sigue: '¡Hay tanta gente malvada en el mundo que carece del espíritu cristiano y que de cristiana no tiene más que el nombre! Por eso creo que tendrá que pasar mucho tiempo para que conozcamos una paz verdadera. No obstante, nuestra fe nos enseña que no debemos perder la esperanza de ver algún día esa paz. La sociedad moderna está sumida en los dolores de las pasiones humanas y se aleja de todo ideal de amor y de paz'. Para él, fuera del Evangelio no hay solución a la cuestión social, porque es necesario el socorro de la gracia para 'acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava. Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará (Lc 17, 33)' (Catecismo, 1889).

No es una novela
En una ocasión sorprende a un compañero que está leyendo un libro de muy dudosa doctrina. 'Ese libro no te conviene, le dice, hazme el favor de no seguir leyéndolo, que hoy mismo te voy a traer otro mejor'. De hecho, esa misma tarde le regala una "Vida de Jesucristo": 'No es precisamente una novela, le dice, pero los pensamientos que aporta son magníficos: seguro que te hará mucho bien'. De ese modo está poniendo en práctica la recomendación del Papa San Pío X: 'La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está [...] en la indiferencia teórica y práctica hacia el error o el vicio en que vemos sumergidos a nuestros hermanos, sino en el celo por su perfeccionamiento intelectual y moral, al mismo tiempo que por su bienestar material' (Nuestra carga apostólica, 25 de agosto de 1910).
Por muy lleno de vida que esté, Pier Giorgio no pierde de vista la eternidad: 'Vivir cristianamente, nos escribe, es una constante renuncia, un sacrificio continuo que sin embargo no resulta pesado, si pensamos que estos pocos años que pasamos en medio del dolor significan bien poco frente a la eternidad, donde el gozo no tendrá límite ni final y donde gozaremos de una paz imposible de imaginar. Hay que aferrarse con fuerza a la fe, pues ¿qué sería sin ella nuestra vida? Nada, porque habríamos vivido inútilmente'. Le gusta pensar con frecuencia en la muerte, a la que espera como el encuentro con Jesucristo. Si se dispone a salir a la montaña, se prepara por lo que pueda pasar: 'Antes de partir hay que tener siempre la conciencia tranquila, dice a menudo, pues nunca se sabe...'. La muerte de un amigo le sugiere las líneas que siguen: '¿Cómo prepararse para la gran travesía? ¿Y cuándo? Como nadie sabe ni el día ni la hora en que la muerte vendrá a buscarnos, lo más prudente es prepararse a morir cada mañana'. Después de la desaparición de otro amigo, escribe: 'En resumidas cuentas, ha alcanzado el verdadero objetivo de la vida, así que no hay que compadecerse de él, sino envidiarlo'. A menudo sorprendía a sus allegados con esta reflexión: 'Creo que el día de mi muerte será el más hermoso de mi vida'.

En cuatro días
El martes 30 de junio de 1925 se va con unos amigos a dar un paseo en barca por el Po. La excursión es deliciosa pero, al cabo de cierto tiempo, Pier Giorgio se queja de un tremendo dolor en los músculos de la espalda. Una vez en casa, experimenta un fuerte dolor de cabeza. Al día siguiente aparece la fiebre; nadie le da importancia, pues ese mismo día su abuela materna entrega su alma a Dios. Al otro día, un médico examina al enfermo. Su rostro se ensombrece de repente. Le pide a Pier Giorgio, que se encuentra acostado boca arriba, que se levante. "¡No puedo!", responde éste. Los reflejos ya no responden y no siente las agujas que le clavan en las piernas...
Llamados por la familia, tres eminentes médicos acuden a la cabecera del enfermo y confirman el fatal diagnóstico: poliomielitis aguda de naturaleza infecciosa. Completamente extenuado, Pier Giorgio pide que le inyecten morfina para poder dormir, pero el médico lo considera imprudente. "No puede ser, le dice su madre, te perjudicaría. Ofrece a Dios el sufrimiento que sientes por tus pecados, si los tienes, o si no por los de tu padre y de tu madre". Y él asiente con la cabeza.
El 4 de julio, hacia las tres de la madrugada, sufre una crisis muy grave. Un sacerdote acude a administrarle los últimos sacramentos. La parálisis alcanza poco a poco las vías respiratorias. A las cuatro de la tarde empieza la agonía. Alrededor de la cama no paran de rezar. El sacerdote recita las plegarias de los moribundos. La señora Frassati sostiene a su hijo en brazos, ayudándole a morir en el nombre de Jesús, José y María... Con las palabras "Haced que muera en paz, en vuestra santa compañía" exhala el último suspiro. Son aproximadamente las siete de la tarde. En esa habitación donde acaba de pasar la muerte reina una atmósfera que no es de este mundo. Todos, de rodillas y abatidos por el dolor, fijan su mirada en el difunto, como si quisieran seguir aquella alma tan pura hasta su encuentro con Dios. ¡Para él ha empezado la verdadera vida!
(Extracto del boletín del 26 de noviembre de 1998 de la Abadía San José de Clairval, Flavigny-sur-Ozerain, Francia).




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(cortesia: iveargentina.org et alii)


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