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Domingo 23 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical

 

Recursos adicionales para la preparación

 

 

A su disposición
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético: Vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario (B)

Exégesis: Rudolf Schnackenburg - Curación de un sordomudo (Mc 7,31-37)

Exégesis: R. P. José Ma. Solé Roma, O.M.F. - Comentario a las tres lecturas

Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás - Jesús en la Decápolis - curación de un sordomudo y otros muchos Mc. 7, 31-37

Exégesis: R.P. Manuel de Tuya, O.P. - Volviendo a Galilea, cura un sordomudo Mc 7,31-37

Comentario Teológico: Benedicto XVI - Dios como centro de toda la realidad y centro de nuestra vida personal

Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani I - Legación, Limosna y Lección - (Mc 7,31-37)

Santos Padres: Catena Aurea - Marcos 7, 31-37

Aplicación: Benedicto XVI - "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37)

Aplicación: Juan Taulero «Todo lo que hace es admirable: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Aplicación: R. P. Raniero Cantalamessa - Milagros físicos para curarnos espiritualmente

Aplicación: Fray Justo Pérez de Urbel - El sordomudo

Aplicación: R. P. Leonardo Castellani II - La curación de un tartamudo

Aplicación: San Alfonso María de Ligorio - El milagro del sordomudo

Aplicación: R. P. Villarino Ugarte - El sordomudo

Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - Curación de un sordomudo

Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Curación del Sordomudo

Aplicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - La Confesión

Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario - Año B Mc. 7:31-37

Ejemplos Predicables

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo

 

Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético: Vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario (B)


CEC 1503-1505: Cristo, el médico CEC 1151-1152: los signos asumidos por Cristo, signos sacramentales CEC 270-271: la misericordia de Dios

Cristo, médico
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.

1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.

1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4- 6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora.

1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7- 20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos.

1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo.

"Te compadeces de todos porque lo puedes todo" (Sb 11,23)
270 Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades (cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso": 2 Co 6,18); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.
La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: "En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia" (S. Tomás de A., s.th. 1,25,5, ad 1).

 

 

 

 


Exégesis: Rudolf Schnackenburg - Curación de un sordomudo1 (Mc 7,31-37)

31 Salió de los territorios de Tiro, y, a través de Sidón, nuevamente se dirigió hacia el mar de Galilea, en pleno territorio de la Decápolis. 32 Le traen un sordomudo y le ruegan que le imponga la mano. 33 Y llevándoselo aparte, fuera de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua: 34 levantando entonces los ojos al cielo, suspiró, y le dice: «¡Effathá!», que significa: «¡Ábrete!» 35 Se le abrieron los oídos e inmediatamente se le soltó la lengua y comenzó a hablar correctamente. 36 Les mandó con insistencia que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba él, tanto más lo proclamaban ellos. 37 Y, sobremanera atónitos, decían: «Todo lo ha hecho perfectamente: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

(…) Las gentes que llevan el sordomudo a Jesús y le suplican que le imponga las manos (cf. 6,5) eran ciertamente judíos (…). Cuando al término del episodio exclaman «Todo lo ha hecho perfectamente: hace oír a los sordos y hablar a los mudos», están citando una frase tomada de un vaticinio del profeta Isaías para el tiempo de la salvación (Isa_35:5). Para la comunidad cristiana este vaticinio se cumple en el ministerio de Jesús: Dios envía a su pueblo la salvación prometida. Pero Marcos se apodera del episodio y lo expone pensando sobre todo en sus lectores cristianos procedentes del paganismo.

Mediante una indicación de viaje lo relaciona con la narración precedente; quiere dar la impresión de que esta curación sorprendente ha tenido lugar en una región donde al menos cabe pensar que los asistentes al acto no eran judíos. Los pormenores del viaje de Jesús resultan bastante imprecisos. Según la lectura más probable, Jesús se dirige primero desde Tiro más hacia el norte, hacia Sidón; dobla después y regresa al lago de Genesareth «en pleno territorio de la Decápolis»; es decir, a la orilla oriental del lago. Evita, pues, Galilea y se encuentra, según Marcos, en una región donde también tuvo lugar el exorcismo y curación del endemoniado de Gerasa (Isa_5:1-20). (…) lo que pretende es llamar la atención de los lectores sobre la importancia del episodio para ellos mismos: la acción salvífica de Jesús mira al mundo pagano. También para ellos Dios «todo lo ha hecho perfectamente» por obra de Jesús. (…) Subraya ante todo la orden de silencio de Jesús (v. 36), aunque aquella gente no le obedece, y «proclaman» cada vez más lo que habían visto como lo «proclamó» por la Decápolis el poseso de Gerasa ante su curación (Isa_5:20).

(…). La gente presenta a Jesús un sordo que, por la misma dureza de oído, sólo puede hablar con mucha dificultad, y tal vez sólo balbucía o tartamudeaba: toda una imagen de la impotencia humana. En su mentalidad especial suplican a Jesús que quiera imponerle las manos y poder así aliviarle o curarle del todo. Jesús toma la miseria humana muy a pecho: introduce sus dedos en los oídos del sordo y le toca la lengua con su saliva. Se acomoda así al pensamiento del pueblo y no deja duda alguna de que quiere sanarle de su mal. Sin embargo, todo eso no es más que la preparación; la curación propiamente dicha se realiza por su palabra soberana. Jesús la pronuncia por propia iniciativa, pero después de haber elevado los ojos al cielo y en comunión con su Padre celestial. Él mismo está íntimamente conmovido, como lo revela su suspiro.

La palabra aramea que se nos ha conservado, y que el evangelista traduce para los lectores, no se dirige a los órganos enfermos sino al mismo paciente: «¡Ábrete!» En la concepción judía, todo el hombre está enfermo y cuando se cura, la salud opera también sobre los órganos dañados. El resultado llega inmediatamente: los oídos se abren y el impedimento de la lengua -imagen de la dificultad que tenía para hablar- se suelta. (…) Por extraño que pueda resultarnos el relato -por ejemplo, la fuerza curativa de la saliva-, el cuadro constituye una imagen adecuada de lo que ocurrió con la curación que Jesús llevó a cabo: todo el hombre ha quedado sano. Las dolencias que deforman la creación de Dios quedan eliminadas y vuelve a brillar el esplendor original de la creación. Es un signo de la creación nueva que Dios realizará algún día. En la mañana de la creación Dios todo lo hizo bien (Gén 1), en el día de la consumación «todo lo hará nuevo» (Rev_21:5).

Según el relato evangélico, la curación se verificó aparte, fuera de la gente. El evangelista, que tanto interés pone en la reserva y secreto de la actividad taumatúrgica de Jesús, difícilmente ha encontrado ya este rasgo que subraya al máximo. En la paralela curación del ciego (Mc_8:22-27), Jesús saca al enfermo de la aldea (8,23). En su imagen del Jesús terrenal entra el que en las grandes curaciones busque el silencio y el alejamiento de los hombres; esto le distingue de los taumaturgos helenistas sobre los que circulan muchas historias. Éstos buscaban el sensacionalismo y el aplauso de los hombres; Jesús se retiraba del pueblo. Lo que sus manos y su palabra realizaban era para el propio Jesús un acontecimiento milagroso de la proximidad divina y él conservaba el misterio de su actividad divina. Esto no excluye que tales hechos deban testificar también el inminente tiempo de salvación; deben hacer reflexionar a los hombres y conducirlos a la fe. Por ello rehúye Jesús a la multitud curiosa y ávida de novedades, aunque sin retirarse de su actividad pública. El evangelista no hace sino resaltar cada vez más esta actitud de Jesús, a lo cual le mueve el interés por la persona de Jesús. Las obras salvíficas de Dios que Jesús realizaba, eran también obras de éste y testificaban en su favor como Mesías e Hijo de Dios. Personalmente Jesús quería permanecer oculto, pero sus obras no le permitían ocultarse. Marcos quiere suscitar en la comunidad creyente una conciencia más viva de quién era ese Jesús: el verdadero y único emisario por quien llega a los hombres la salvación de Dios y en el que se realizan las grandes promesas. No obstante, ese Jesús sólo puede y debe ser comprendido en la fe, por lo que permanece en una cierta penumbra.

A los hombres les invade el pasmo, salen por completo fuera de sí; pero no llegan realmente a la fe. Esto entra, sin embargo, en los planes salvíficos de Dios, porque Jesús tiene que seguir el camino que lleva a la Cruz (Mc_8:31) para dar su vida en rescate de muchos (Mc_10:45). Es difícil que el evangelista haya querido interpretar el episodio de una manera simbólica. En modo alguno da a entender que el sordomudo deba ser un tipo para los hombres, que primero se muestran sordos al mensaje de salvación y a quienes sólo Jesús abre los oídos para escuchar y comprender. El impedimento de la lengua, de que el enfermo se ve liberado, sólo con grandes dificultades puede acomodarse a semejante interpretación simbólica
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder)
[1] Este relato es exclusivo de San Marcos.

 

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Exégesis: R. P. José Ma. Solé Roma, O.M.F. - Comentario a las tres lecturas

Primera lectura. Isaías 35, 4-7
Nos pinta Isaías un magnífico cuadro de la Salvación Mesiánica:
Los trazos principales son:
a) Un clima universal de gozo, paz, confianza, optimismo: Decid a los corazones apocados: ¡Animo! ¡No temáis! ¡Dios os trae la Salvación!

b) Esta salvación va significada por innúmeros milagros: curación de toda suerte de enfermedades corporales. Significan la espléndida curación de las dolencias espirituales.

c) Esta Salvación la realiza Dios en persona. Esta vez no envía un Moisés o un Josué: "He aquí a vuestro Dios. El mismo os trae la Salvación."

La salvación es radical y total. El "pecado", causa de todas nuestras desdichas, queda vencido (v 8). Todos "Redimidos" de su esclavitud, recobramos el gozo y la libertad verdaderos.

En Jesús se va a cumplir profecía tan espléndida. Jesús es el "Emmanuel = Dios con nosotros". Jesús es Dios Salvador. En los Evangelios Jesús presenta el cumplimiento de esta profecía en su persona y en su ministerio (Mt 11, 2 6). Y con ello garantiza su dignidad de Hijo de Dios y su función de Mesías Salvador.

Segunda Lectura: Santiago 2, 1-5
Santiago nos da unas normas de sociología cristiana. Un pequeño código de revolución pacífica, que la fe y la caridad cristiana deben realizar en la sociedad:

Atiendan al Señor de la Gloria, a Jesucristo Gloria del Padre, y no a la gloria de los ricos y poderosos. Es decir, los cristianos tenemos otra jerarquía de valores diferentes de la que tienen los gentiles. La gloria y la riqueza de verdad es la que nos viene de Cristo. Se valora por grados de gracia y de vida divina y no por grados de poder, prestigio o dinero.

La descripción tan gráfica que nos hace Santiago del favoritismo nos da sonrojo. A los dos mil años de Evangelio serpentea este favoritismo que sólo sirve para perpetuar el orgullo, el egoísmo, la avaricia y las injusticias, aun en los ambientes que se tienen por muy cristianos. El cristiano, en cada uno de sus hermanos, sean pobres, sean ricos, ve y respeta la dignidad de personas humanas y de hijos de Dios. No podemos estar todos nivelados ni en talento, ni en cualidades, ni en bienes materiales, ni en jerarquías sociales; pero todos, en cuanto hijos de un mismo Padre y hermanos en Cristo, son dignos de respeto y amor; y de ayuda si la necesitan.

En todo caso, cabe, sí, hablar de favoritismo: El que tiene Dios. Para Dios son predilectos los pobres: "Atended, mis hermanos carísimos: ¿Por ventura no escogió Dios a los pobres en bienes terrenos para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del reino prometido a los que le aman?". Los "pobres" en sentido evangélico son los humildes, sencillos, desaficionados, generosos: los que se apoyan no en sí mismos o en seguridades humanas, sino sólo en Dios. Es evidente que esta disposición es más fácil para los que carecen de recursos. De ahí que el Evangelio los llame "predilectos" (Mt 5, 3). El Papa nos lo acaba de recordar: "Sois vosotros (pobres) un signo, una imagen, un misterio de la presencia de Cristo. Sois un sacramento; es decir, una imagen sagrada del Señor en el mundo. Toda la tradición de la Iglesia reconoce en los pobres el sacramento de Cristo. Por lo demás, Jesús mismo proclama que cada hombre doliente, hambriento, enfermo, desafortunado, es El, como si El mismo fuese este infeliz. Amadísimos hijos, vosotros sois Cristo para Nos" (24 VIII 1968). Esta poderosa sociología, este humanismo cristiano no es odio de los ricos ni es lucha de clases, sino escuela de la fe, de caridad, de jerarquía de valores. Educada así la conciencia cristiana, el desasimiento es un tesoro. Y el rico sólo puede vivir en paz si reconoce que el dinero y el poderío son bienes caducos y efímeros si se usan egoísticamente. Sólo reciben premio de eternidad si con ellos se practican las obras de justicia y caridad. Y con ello todos, sin menospreciar a los más ricos ni envidiarles, podemos practicar un recto favoritismo con los pobres, enfermos e infortunados: Pane mensae caelestis refecti, te, Domine, deprecamur, ut hoc nutrimentum caritatis corda nostra confirmet, quatenus ad tibi ministrandum in fratribus excitemur (Postcom.).

Evangelio. Marcos 7,31-37
Jesús Mesías sigue curando dolencias corporales como "signo" de su misión Salvífica.

Marcos nos conserva el recuerdo de dos curaciones realizadas por Cristo no instantáneamente, sino lenta y progresivamente. Esta y la de 8, 22 26. Es evidente que ello no indica menos poder en Jesús. Los milagros de Jesús son siempre a la vez que hechos históricos, "signos" o lecciones. Quiere enseñar a sus discípulos que la acción apostólica cuya misión es curar ciegos, sordos, mudos, espirituales, será difícil, lenta, progresiva. No se impacienten.

Tiene igualmente sentido pedagógico la oración que hace Jesús antes de la curación del sordo. El ministerio apostólico debe ir precedido y acompañado de oración para ser eficaz.

El silencio que impone es para evitar entusiasmos mesiánicos de sentido terreno o político. Es otra lección de sencillez, humildad y desinterés en el ejercicio del apostolado. El cristiano y el apóstol que así imitan a Jesús se hacen también merecedores de aquel elogio que las turbas tributan al divino Misionero: ¡Bellamente lo ha hecho todo! ¡Hace hablar a los mudos y oír a los sordos! ... La bondad y munificencia de Cristo las gozamos ahora en el Sacramento: "Otorga, Señor, a tus fieles a los que nutres en la mesa de la Palabra y del Sacramento, que queden repletos de tan magníficas dádivas de tu Hijo" (Postcom.).
(José Ma. Solé Roma, O.M.F.,"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979).

 

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Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás - Jesús en la decápolis - curación de un sordomudo y otros muchos Mc. 7, 31-37

Explicación. - EL LUGAR (31). - No parece haberse prolongado mucho la estancia de Jesús en la Fenicia. De la región de Tiro se remontó a la ciudad de Sidón, atravesando en plena primavera las deliciosas praderías de aquella comarca. De Sidón, bañada por el Mediterráneo, hizo rumbo al este, atravesando el macizo del Líbano meridional y alcanzando los mismos orígenes del Jordán, que atravesó, para descender por su cuenca y, pasando probablemente por Cesarea de Filipo y Betsaida Julias, llegar a la región de la Decápolis, situada en gran parte al este del mar de Genesaret, y parar definitivamente junto al riente lago. Así, suponiendo que partiera Jesús de Cafarnaúm, había regresado casi a su punto de partida dando una larga vuelta de círculo completo, de unos doscientos kilómetros: "Y saliendo otra vez de los confines de Tiro, fue por Sidón al mar de Galilea, por en medio de la Decápolis, y llegó junto al mar de Galilea".

EL SORDOMUDO (32-37). - Era Jesús conocido en este país: allí había realizado poco tiempo antes los milagros de los posesos de Gerasa y de la multiplicación de los panes. Así que, según afirma Mt. en el lugar paralelo que hemos reproducido, le presentaron multitud de enfermos de toda suerte. Marcos refiere con todo de talle solamente la curación de uno de ellos, sordomudo: "Y le trajeron un sordomudo, y le rogaban que pusiese la mano sobre él:" era un gesto frecuente usado por Jesús en sus curaciones (Mt. 8, 14.15; 9,25; Mc. 1,31; 5,41; 6,5, etc.).

No quiso el Señor curar ante la multitud a este enfermo, atento a no crear conflictos con sus enemigos ni mover el fácil entusiasmo de las muchedumbres. Lo tomó de la mano, lo llevó consigo, "y sacándole de entre la entre la gente", practicó con él unas acciones simbólicas: "le metió sus dedos en los oídos", probablemente los índices, como queriendo taladrar los obturados sentidos; "y escupiendo le tocó su lengua", es decir, después de escupir humedeció la muda lengua con su saliva, como para darle elasticidad y movimiento. Eran acciones extraordinarias, con las que excitaba la fe y preparaba al enfermo para su salud.

"Y mirando al cielo" de donde viene todo bien, que ahora, como otras veces, pide Jesús al Padre (Mc, 6, 41; 8, 6; Ioh. 11, 41), "gimió", ya por la vehemencia de su plegaria, ya para significar su simpatía y condolencia con el enfermo y con todos los males de la humanidad. "Y le dijo: "Ephphetha", que quiere decir: "Abrete"" y que significa también: "Desátate". Es Pedro, inspirador de Mc., quien conservó esta solemne palabra del Señor, en la misma lengua en que la pronunció.

La palabra, del Señor es rápidamente eficaz: Y luego fueron abiertos sus oídos, y fue desatada la ligadura de su lengua. Fue total la curación de su mutismo. Y hablaba bien, clara y correcta mente; si era sordomudo de nacimiento, recibió infuso el conocimiento de la lengua aramaica, que nunca había oído. Y como otras veces en esta época peligrosa de su ministerio, para evitar fáciles revueltas, hijas de las falsas ideas mesiánicas, para no exacerbar la envidia de sus enemigos, quizás para darnos ejemplo de humildad y modestia, les mandó que a nadie lo dijesen. Mas la admiración ante los grandes milagros y la gratitud por los grandes favores difícilmente se represan: Pero cuanto más se lo mandaba tanto más lo divulgaban. Y el pueblo, lleno de bondad natural cuando no se le pervierte, se hacía una delicada reflexión en la que se compendia todo el ministerio de Jesús, diciendo: Bien lo ha hecho todo: a los sordos ha hecho oír, y a los mudos hablar. Es clara alusión a Isaías (35, 5.6).

OTROS MILAGROS DE JESÚS (Mt. 29-31). - Marcos nos da una deliciosa miniatura en la descripción del milagro anterior; Mateo nos ofrece como en un panorama la multitud de los milagros obrados por el Señor en las inmediaciones del mar de Tiberíades y en su región oriental: Y subiendo a un monte, a una de las colinas que caracterizan la topografía de aquel país, se sentó allí.La escena que se desarrolla es conmovedora; en un momento se puebla el monte de una multitud de miserables aquejados de toda suerte de dolencias: Y se llegaron a él muchas gentes, que traían consigo mudos, ciegos, cojos, mancos, y otros muchos: y los echaron a sus pies, y los sanó. Es de suponer la premura de aquellas gentes, temerosas de que Jesús se retirara, como otras veces, por el exceso de multitud, antes de curarlos a todos.

La facilidad y la multitud de las curaciones, la bondad inagotable del Señor, la visión de tanto estropeado que de repente entra en el júbilo de una salud perfecta, llena de estupor a aquellas gentes: De manera que se maravillaban las gentes, viendo a los mudos que hablaban; los cojos, que andaban; a los ciegos, que veían ,y loaban en gran manera al Dios de Israel, a su Dios patrio, del que estaban orgullosos los judíos que allí vivían, mezclados con gran número de gentiles.

Lecciones morales. - A) v. 33, -"Y sacándole aparte de entre la gente..." - No quiere Jesús obrar milagros aparatosamente, dice el Crisóstomo, para enseñarnos a huir de la vanidad e hinchazón. Aunque no hay milagro mayor que profesar la humildad y practicar la modestia. Es cosa tan natural, después de la primera caída, él humano orgullo, y, por lo mismo que es natural, es tan universal la costumbre de enorgullecerse y envanecerse, que el Señor quiso se fundara toda nuestra religión en la humildad, de cuyos ejemplos está llena su santísima vida.

B) v.33. - "Le metió sus dedos en los oídos..." - Pudiendo curar con una palabra al sordomudo, dice el mismo Crisóstomo, no quiso hacerlo sino metiendo en sus orejas los divinos dedos, para manifestarnos que su cuerpo y la operación de su cuerpo estaba lleno de virtud divina unido como estaba a la Divinidad. Porque, como por el pecado de Adán vinieron sobre el cuerpo humano muchos padecimientos, y muchas lesiones sobre sus miembros, al venir Cristo quiso demostrar en Sí la total rehabilitación y perfección de la humana naturaleza.

C) v. 34. -"Y mirando al cielo, gimió..." - Miró al cielo, dice Beda, para enseñarnos que de allí debemos impetrar el habla para los mudos, el oído para los sordos, el remedio para todas las enfermedades. Y gimió, no porque tuviese necesidad de pedir con gemidos al Padre, él que Junto con el Padre da el socorro a los que lo piden; sino para enseñarnos cómo debemos gemir cuando pedimos el socorro de la piedad divina para nuestros errores y los de nuestros prójimos.

D) v. 34. - "Ephetha"... - Manifiéstase Jesús en este milagro Dios y Hombre: como Hombre, mira al cielo, ora y gime; como Dios, pronuncia imperativamente una sola palabra, que al instante produce un profundo cambio en el organismo de aquel infeliz. "Habló, y fue hecho..." (Ps. 32, 9). En la Liturgia del Bautismo, el sacerdote imita esta acción simbólica de Jesús, tocando con sus dedos, humedecidos de la propia saliva, los oídos y la lengua del neófito, y pronunciando asimismo el "Ephphetha": para significar que antes del Bautismo el niño es, dice San Beda, como un sordo mudo con respecto a las cosas divinas; que sus oídos deben ser abiertos para oír y entender la palabra de Dios, y desatada su lengua para profesar públicamente la fe cristiana y cantar las alabanzas del Señor.

E) v. 37. - "Bien lo ha hecho todo..." - Todo lo hizo bien el que, como Dios, es el Sumo Bien, y como hombre es el más perfecto tipo de la bondad de Dios que pueda salir de sus manos. Lo hizo todo bien, porque nada podía hacer mal, por cuanto la responsabilidad de los actos es de la persona, y en Jesús la única Persona que hay es divina, el Verbo de Dios consubstancial con Dios. El bien y el mal dicen relación a la libertad, que hace el bien cuando se ajusta a la ley y el mal cuando se desvía de ella. Y la libertad de Jesús no pudo desviarse de la ley: no la libertad que le era propia como Dios, porque Dios es para sí mismo su ley, y es metafísicamente imposible que Dios salga de sí tomando por regla de su obrar una ley fuera de Él mismo; ni la que tenía corno hombre, porque estaba absolutamente ajustada a la voluntad de Dios, hasta el punto de ser por naturaleza impecable. Por esto decía en cierta ocasión Jesús: "Hago "siempre" lo que agrada al Padre" (Ioh. 8, 29); y a Dios no le place más que el bien.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 21-24)

 

 

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Exégesis: R.P. Manuel de Tuya, O.P. - Volviendo a Galilea, cura un sordomudo Mc 7,31-37

Este relato es exclusivo de Mc. En Mt sólo se pinta uno de esos cuadros globales (Mt 15,29-31), en el cual se puede encajar este relato aislado de Mc.

"Dejando de nuevo los términos de Tiro, se fue por Sidón hacia el mar de Galilea, atravesando los términos de la Decápolis. Le llevaron un sordo y tartamudo, rogándole que le impusiera las manos, y, tomándole aparte de la muchedumbre, metióle los dedos en los oídos, escupió en el dedo y le tocó la lengua, y, mirando al cielo, suspiró y dijo: "Ephata", que quiere decir ábrete; y se abrieron sus oídos y se le soltó la lengua, y hablaba expeditamente. Les encargó que no lo dijesen a nadie; pero cuanto más se lo encargaba, mucho más lo publicaban, y sobremanera se admiraban, diciendo: Todo lo ha hecho bien: a los sordos hace oír y a los mudos hace hablar".

Los autores han pretendido reconstruir diversos posibles itinerarios de Cristo en este retorno hacia el lago de Tiberíades. Pero es extraño lo que dice Mc. Deja Tiro para ir al Tiberíades, pero toma la dirección de Sidón, que le aleja. Se ignora el motivo de este itinerario. En todo caso, el milagro que va a narrarse tiene lugar, según toda probabilidad, en Galilea.

Le trajeron un hombre "sordo" y también con un defecto para hablar. El término que se usa para describirlo (mogilálon) lo interpretan los autores en dos sentidos: "mudo" o con un defecto para hablar: "tartamudo". La partícula que entra en la composición de la palabra (mógi) indica fatiga, dificultad, cortedad, más que un impedimento absoluto. Es verdad que los LXX traducen el "mudo" (elem) de Isaías (Is 25,6) por esta palabra, pero no consta que esté influenciado por este pasaje en el uso de esta palabra, en la versión griega de Isaías, pues era de uso tradicional (2 Rey. 5, 11).

Y le rogaban que, para curarle, "le impusiera las manos". Era gesto familiar a Cristo (Mc 6,5; 8,23.25). Igualmente era usado como gesto de transmisión de poderes y autoridad con el que los rabinos comunicaban el "magisterio" oficial a sus alumnos, lo mismo que signo de transmisión de bendiciones (Gén 48). Posiblemente estos que traían al enfermo creían que fuese condición esencial para la curación este gesto, pues era de uso tradicional (2 Re 5, 11).

Cristo se apartó con este sordomudo de la muchedumbre; probablemente le acompañaron, como en otras ocasiones, algunos discípulos (cf. v.36). Quería manifiestamente evitar con ello la conmoción que iba a producirse, con las posibles consecuencias de sobre excitación mesiánica.

Ya aparte, "mete" sus dedos en los oídos de aquel sordo, como para indicar que iba a abrirlos, y "escupiendo", o poniendo saliva en sus dedos, le "tocó la lengua", como para indicar que quería facilitar otra vez el recto hablar a aquella persona. Estos gestos podían hacer pensar a gentes paganas o judías en ciertos ritos mágicos. Los rabinos tenían terminantemente prohibido a todos los que curaban heridas entremezclar con ello el susurro de palabras, menos aún de versículos bíblicos, máxime si esto se hacía utilizando saliva, ya que a ésta se le concedían ciertas virtudes curativas. La saliva era considerada en la antigüedad como remedio medicinal. En Cristo, esto no era otra cosa que una especie de "parábola en acción", con la que indicaba lo que iba a realizar, y con lo que excitaba la fe de aquel "sordo", ya que con palabras no podía hacerlo.

Pero, antes de pronunciar su palabra curativa de imperio, quiso acusar bien que no eran ritos mágicos, sino obra del Padre; "miró al cielo", como indicando la fuente de la curación que iba a venir, y luego "gimió" (esténaxen), sin duda, como forma exquisita de su oración silenciosa al Padre (Rom 8,23.26). Y dio la orden de la curación: "ábrete", que Mc conservó como un recuerdo gráfico y exacto de aquella escena en su forma aramaica (ephphatá), como los evangelios han conservado otras palabras aramaicas, aunque traduciéndola para sus lectores de la gentilidad.

Y, al punto, el milagro se hizo. La frase con la que Mc dice que se curó su mudez es la siguiente: "y se soltó el vínculo (atadura) de su lengua". Se pretendía que era el término técnico para indicar que la mudez de este hombre había sido producida por un sortilegio; alegándose para ello numerosas fórmulas mágicas que tenían por objeto el "atar la lengua". Pero ni Mc alude para nada, como otras veces lo hace, a ninguna posesión diabólica ni a ningún "espíritu" en relación con la sordera, lo que hace mucho más verosímil pensar que se trata de un simple defecto natural.

Cristo insiste en que no lo "dijesen" a nadie; no en vano le había apartado de la turba. Buscaba con ello evitar prematuros y desorbitados movimientos mesiánicos. Pero no hicieron caso. Cristo, sabiendo que no se había de guardar secreto, ¿por qué prohíbe divulgarlo? Para que viesen que El cumplía el plan del Padre y que no buscaba ni precipitaba estos acontecimientos. Tenía que esperar a su "hora". No era como aquellos seudo-mesías, charlatanes, que todo lo prometían para embaucar a las gentes.

Pero la emoción mesiánica de la turba se desbordó. Y corrió por la comarca, evocándose este mesianismo, al citar y aplicar Mc a Cristo unas palabras que evocaban las que Isaías dice del Mesías: cómo soltará la lengua de los mudos y abrirá los oídos de los sordos (Is 35,5.6). Y que fue la respuesta que, para probar en cierta ocasión su mesianismo, Cristo mismo alegó a los mensajeros del Bautista que venían a preguntarle si El era el Mesías (Mt 1,1-6; Lc 7,18-23).
(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 683-685)



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Comentario Teológico: Benedicto XVI - Dios como centro de toda la realidad y centro de nuestra vida personal


Queridos Hermanos y Hermanas,
Primero, deseo ofrecerles a todos una afectuoso saludo. Estoy feliz de estar entre ustedes de nuevo y celebrar la Santa Misa con ustedes. También estoy feliz por volver a visitar lugares familiares que tuvieron una influencia decisiva en mi vida, formando mis ideas y sentimientos: lugares donde aprendí cómo creer y cómo vivir. Éste es un tiempo para decir gracias a todos aquellos -vivos y muertos- que me guiaron y acompañaron a lo largo del camino. Agradezco a Dios por este hermoso país y por todas las personas que verdaderamente hicieron de él mi patria.

Acabamos de escuchar tres lecturas bíblicas que la liturgia de la Iglesia ha escogido para este domingo. Las tres desarrollan un tema doble que es últimamente uno, destacando -como dictan las circunstancias - uno u otro de sus aspectos. Las tres lecturas hablan de Dios como el centro de toda la realidad y el centro de nuestra vida personal. "¡Aquí está tu Dios!", exclama el profeta Isaías (35:4). En su propia forma, la Carta de Santiago y el pasaje del Evangelio sostienen lo mismo. Ambas desean guiarnos a Dios, ubicarnos en el camino correcto. Pero hablar de "Dios" es también hablar de sociedad: de nuestra responsabilidad compartida por el triunfo de la justicia y el amor en el mundo. Esto se expresa poderosamente en la segunda lectura, en la que Santiago, un familiar cercano de Jesús, nos habla. Se dirige a una comunidad que empieza a estar marcada por la soberbia, debido a que incluye a personas influyentes y distinguidas, y consecuentemente el riesgo de la indiferencia hacia los derechos de los pobres. Las palabras de Santiago nos dan un vistazo de Jesús, de ese Dios que se hizo hombre. Aunque fue de la estirpe de David, y por ello real, stock, se hizo un hombre simple en medio de hombres y mujeres simples. No se sentó en un trono, pero murió en la pobreza última de la Cruz. Amar al prójimo, que es primeramente un compromiso con la justicia, es la pierda de toque para la fe y el amor de Dios. Santiago la llama "la ley real" (cf. 2:8), haciendo eco de las palabras que Jesús usó a menudo: el reino de Dios, el reinado de Dios. Esto no se refiere solo a cualquier reino, que llegará a en cualquier momento; significa que Dios debe convertirse en la fuerza que da forma a nuestras vidas y acciones. Esto es lo que pedimos cuando rezamos: "Que venga tu Reino". No estamos pidiendo algo lejano en distancia, algo que no queramos experimentar, rezamos para que Dios quiera aquí y ahora determinar nuestra propia voluntad, y que en esa forma Dios pueda reinar en el mundo. Rogamos que la justicia y el amor puedan convertirse en las fuerzas decisivas que afectan nuestro mundo. Un rezo como éste seguramente se dirige primero a Dios, pero es también inquietante para nosotros. ¿Realmente, es esto lo que deseamos? ¿Es esta la dirección en la cual deseamos dirigir nuestras vidas? Para Santiago, "la ley real", la ley del Reino de Dios, es también "la ley de la libertad": si seguimos a Dios en todo que pensemos y hagamos, entonces nos acercamos, ganamos libertad y así nace la fraternidad verdadera. Cuando Isaías, en la primera lectura, habla sobre Dios, sigue hablando sobre la salvación para el sufrimiento, y cuando Santiago habla del orden social como expresión necesaria de nuestra fe, sigue lógicamente hablando Dios, de quien somos hijos.

Pero ahora debemos dirigir nuestra atención al Evangelio, que habla de la curación de Jesús a un hombre nacido sordo y mudo. Aquí encontramos también los dos aspectos de este único tema. Jesús se preocupa del sufrimiento, de aquellos que han sido empujados a los márgenes de la sociedad. Él los cura y, permitiéndoles vivir y trabajar juntos, los lleva a la igualdad y la fraternidad. Esto obviamente tiene que decirnos algo: Jesús señala la meta de toda nuestra actividad. Hasta la historia entera tiene una dimensión más profunda, destacada constantemente por los Padres de la Iglesia, una que nos habla particularmente hoy. Los padres hablaban a y sobre los hombres y mujeres de su tiempo. Pero su mensaje también tiene un nuevo significado para nosotros hombres y mujeres modernos. No solo hay una sordera física que separa a la gente de la vida social; hay también una "dureza de audición" donde se compromete a Dios, y esto es algo que sufrimos particularmente en nuestro propio tiempo. Para hacerlo más sencillo, no somos más capaces de oír a Dios - hay demasiadas frecuencias diversas que llenan nuestros oídos. Lo que se dice de Dios nos impacta como algo pre-científico, no más adecuado a nuestra era. Junto con esta dureza de audición o sordera absoluta que compromete a Dios, naturalmente perdemos nuestra capacidad de hablar con él y sobre él. Y por eso terminamos perdiendo una capacidad decisiva de percepción. Arriesgamos perder nuestros sentidos internos. Este debilitamiento de nuestra capacidad para la opinión corta drástica y peligrosamente el rango de nuestra relación con realidad.

El horizonte de nuestra vida es recortado de forma preocupante.
El Evangelio nos dice que Jesús puso sus dedos en los oídos del sordomudo, tocó la lengua del hombre enfermo con saliva y dijo "Ephphatha" - "Ábrete". El Evangelista ha preservado para nosotros la palabra aramea original que Jesús pronunció, y nos lleva de nuevo a ese mismo momento. Lo que sucedió entonces fue único, pero no pertenece a un pasado distante: Jesús continúa haciendo lo mismo de nuevo, incluso hoy. En nuestro bautismo nos tocó a cada uno y dijo "Ephphatha" - "Ábrete" -, permitiéndonos así oír la voz de Dios y poder hablar con él. No hay nada mágico en lo que ocurre en el sacramento del Bautismo. El Bautismo nos abre un camino. Nos hace parte de la comunidad de los que pueden oír y hablar; nos lleva a la intimidad con Jesús mismo, que ha visto a Dios a solas y puede hablar de él (cf. Jn 1:18): con la fe, Jesús desea compartir con nosotros su visión de Dios, su escucha del Padre y su diálogo con él. El camino en el que nos ubicamos con el Bautismo implica un proceso de desarrollo progresivo, por el cual crecemos en la vida de comunión con Dios, y adquirimos una diversa manera de mirar al hombre y la creación.

El Evangelio nos invita a tomar conciencia de que tenemos un "déficit" en nuestra capacidad de percepción -inicialmente, no nos damos cuenta de esta deficiencia como tal, desde que todo lo demás parece ser tan urgente y lógico; desde que todo parece proceder con normalidad; aun cuando, no tenemos más ojos ni oídos para Dios y vivimos sin él. Pero, ¿es verdad que todo acontece como si fuese normal cuando Dios no es más parte de nuestras vidas y nuestro mundo? Antes de hacer preguntas más elevadas, me gustaría compartir algo de mi experiencia encontrándome con Obispos de todas partes del mundo. La Iglesia Católica en Alemania es importantísima por sus actividades de ayuda social, por su disposición a ayudar ahí donde la ayuda es necesaria. Durante las visitas ad limina que realizan los obispos, más recientemente de aquellos venidos de África, han mencionado siempre con gratitud la generosidad de los católicos alemanes y me han pedido que haga expresa dicha gratitud. Justamente, hace muy poco, los obispos de los países bálticos me hablaron acerca de cómo los católicos alemanes los asisten enormemente en la reconstrucción de sus iglesias, las que quedaron muy dañadas y necesitadas de una reparación urgente después de los años de gobierno comunista. Sea como fuese, sin embargo, algunos obispos africanos suelen decir: "si vengo a Alemania y presento proyectos sociales, de pronto todas las puertas se abren. Pero si vengo con un plan para la evangelización, encuentro siempre reservas".

Evidentemente, alguna gente tiene la idea de que los proyectos sociales deberían ser rápidamente asumidos, mientras que cualquier cosa que trate de Dios o de la fe católica es limitada y disminuida en su importancia. La experiencia de aquellos obispos es que todavía la evangelización por sí misma debería ser lo más importante, que el Dios de Jesucristo debe ser conocido, creído y amado; y los corazones deben ser convertidos si el progreso ha de llevarse a cabo en temas sociales y ha de empezar la reconciliación, y si -por ejemplo- el SIDA ha de ser combatido con auténtico realismo, enfrentando sus causas más profundas, y los enfermos tratados con todos los cuidados amorosos que necesitan. Los temas sociales y el Evangelio son inseparables. Cuando le damos a la gente solo conocimiento, habilidad, asistencia técnica y herramientas, le damos muy poco. Rápidamente, todos los mecanismos de la violencia toman el control: la capacidad de destruir y matar se convierte en el camino dominante para tomar el poder -un poder que en algún punto podría hacerse legal, pero que nunca será capaz de legitimarse. Así, la reconciliación y un compromiso compartido con la justicia y el amor, se pierden gradualmente en el horizonte. Los criterios con los que la tecnología es puesta al servicio de la ley y el amor no son más criterios claros: es precisamente sobre estos criterios de los que depende todo: criterios que no son solo teorías, sino aquellos que iluminan el corazón y de esa manera ponen a la razón y la acción en el sendero correcto.

La gente en África y Asia admira nuestro valor científico y técnico, pero al mismo tiempo se asusta por una forma de racionalidad que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre, como si ésta fuera la forma más alta de la razón, y una que se impondrá a sus culturas también. No ven la verdadera amenaza a su identidad en la fe cristiana, sino el desprecio a Dios y el cinismo que considera la mofa del sagrado como un ejercicio de la libertad y que erige la utilidad en el criterio moral supremo para el futuro de la investigación científica. Estimados amigos, ¡este cinismo no es la clase de tolerancia y la franqueza cultural que la gente del mundo está buscando y que todos deseamos! La tolerancia que necesitamos urgentemente incluye el temor de Dios - respeto hacia lo que sagrado para otros. Este respeto hacia lo que otros consideran sagrado, nos demanda aprender una vez más el temor de Dios. Este sentido del respeto puede renacer en el mundo occidental solamente si renace la fe en Dios, si Dios se hace una vez más presente para nosotros y en nosotros.

No imponemos esta fe a alguien. Tal proselitismo es contrario al Cristianismo. La fe puede desarrollarse solamente en libertad. Pero apelamos a la libertad de hombres y las mujeres de estar abiertos a Dios, buscarlo, oír su voz. Reunidos aquí, pidamos al Señor con todos nuestros corazones que pronuncie de nuevo su "Ephphatha", que cure nuestra dureza de audición ante la presencia, la actividad y la palabra de Dios, y nos dé vista y oído. Pidamos su ayuda para redescubrir la oración, a la que nos invita en la liturgia y cuya fórmula esencial nos ha dado en el Padrenuestro.
El mundo necesita a Dios. Necesitamos a Dios. ¿Pero qué Dios? En la primera lectura, el profeta dice a la gente que padece opresión: "Él vendrá con venganza" (Is 35:4). Podemos suponer fácilmente cómo la gente imaginaba esa venganza. Pero el profeta mismo revela cuál es realmente: la bondad sanadora de Dios. La explicación definitiva de la palabra del profeta debe encontrarse en quien murió en la cruz: en Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Su "venganza" es la cruz: uno "no" a la violencia y un "amor hasta el extremo". Éste es el Dios que necesitamos. No debemos fallar en demostrar respeto por otras religiones y culturas, respeto profundo por su fe, cuando proclamamos claramente y sin compromisos al Dios que contradice la violencia con su propio sufrimiento; quien ante el poder del mal exalta su misericordia, para que el mal sea limitado y superado. A él ahora levantamos nuestras oraciones, que permanezca con nosotros y nos ayude a ser sus testigos creíbles. ¡Amén!
Benedicto XVI Homilía durante la Santa Misa en la explanada de la Neue Messe, 10 de septiembre de 2006)


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Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani - Legación, Limosna y Lección - (Mc 7,31-37)

La curación de otro Sordomudo, muy diferente en su “técnica” de aquella de un endemoniado-ciego-sordo-mudo que tuvo lugar después que ésta, en el período que llaman de las Ultimas Excursiones, en el tercer año (Lc.11,14-26; cf. Mc.3,20-30); y ésta, de un sordo de nacimiento –que le dio mucho más trabajo– fue en Galilea, al fin del primer año, o principios del segundo.

Al otro, Cristo lo curó con un simple grito que le lanzó al demonio; a éste le hizo una cantidad de curanderismos raros: 1) Lo llevó aparte de la gente; 2) le metió los dos dedos índices en las dos orejas; 3) tomó saliva con el dedo y se la puso en la lengua; 4) levantó los ojos al cielo; 5) dio un gemido; 6) le dijo la palabra “éffetta”, que significa ábrete y que San Marcos pone en arameo y luego traduce al griego; después de lo cual el lisiado “habló y daba gracias a Dios”. La Iglesia ha incorporado todos estos gestos de Cristo a la liturgia del bautismo.

¿Para qué hizo Cristo toda esta pantomima? ¿Para impresionar a la gente? No, porque “apartó al enfermo” de la gente. ¿Porque era necesario sugestionarlo? No, porque cuando resucitó muertos, no los sugestionó primero. ¿Para producir una buena disposición en él? No parece necesario. ¿Para crear un símbolo o una lección espiritual? Por ahí vamos mejor.

¿Qué fueron los milagros de Cristo? Fueron lecciones; porque “etiam gesta Verbi, verba sunt”, dice San Ambrosio: los hechos del Verbo son también verbos, o palabras. Por eso los milagros de Cristo son todos diferentes, y no tienen una “técnica” pareja. El doctor germano H. E. C. Paulas, padre del racionalismo bíblico, dice que Cristo fue simplemente un curandero genial, quizás un hipnotizador; pero todo curandero tiene su “procedimiento”. Cristo curó a este sordomudo con este “procedimiento”; y al otro, un año después, sin procedimiento, con una palabra.

Un momento antes de curar a éste, curó a la hija de la Sirofenisa sin nada, de lejos, sin verla. A algunos les exigía la fe; a otros, no. Con algunos hacía maniobras complicadas, a otros les decía simplemente: “Quiero: sé limpio”; y a otros se negaba a sanarlos. En algunos lugares se negaba acérrimamente a hacer curaciones, otras veces las hacía sin que se lo pidiesen, alguna vez provocó a los Apóstoles a que le rogaran un milagro. A un cadáver resucitó porque se lo rogó su padre; a otro porque vio llorar a sus hermanas; a otro sin que nadie le dijera una palabra. Se ponía furioso cuando los fariseos le pedían “un signo en el cielo”. Al principio de su predicación hacía milagros en serie: “lo rodeó una gran muchedumbre y curó a todos sus enfermos”; al fin de su lucha, unos pocos milagros resonantes cuidadosamente preparados y elaborados, como pequeñas piezas dramáticas, como las piezas del teatro griego, como Antígona: un hecho central despampanante y en torno de él el diálogo, los coros y las largas consideraciones lírico-dramáticas bordadas sobre el suceso. En suma, los milagros forman parte inconsútil de la enseñanza de Cristo; y enseñar para Cristo no era hacer conferencias o aprender de memoria la tabla de multiplicar, sino iluminar y limpiar las almas, las dos cosas juntas y obrando recíprocamente una sobre otra. “Perdonados te son tus pecados”. ¿Quién es éste para osar decir eso? “¿Qué os parece que es más difícil decir, “te perdono tus pecados” o “levántate y anda”? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad de perdonar pecados, levántate –dijo al paralítico– ­alza tu camilla, y vete.”

¿Qué significa pues el milagro de este Sordo? Algunos han dicho que significa la Confesión, y que el soplar Cristo en el rostro de los Apóstoles al instituirla es recuerdo del “éffetta” y del gemido; pero esto no coincide y es forzado. La interpretación más natural del símbolo que dan la mayoría de los Santos Padres, es que significa la conversión a la fe, el nacimiento de la fe en el hombre. “La fe es por el oído.” Este leso no era mudo de boca sino sordo de nacimiento; y es sabido que los sordonatos no pueden hablar bien porque no pueden aprender a hablar; pero por medio de la vista o el tacto –tocando los labios de otros hablantes– pueden llegar a aprender algo y hablar rudamente; y eso es lo que dice el texto griego, que lo llama “moguilálon” (tartamudo, balbuciente, tartaja; literalmente “el que habla penoso”) y no kofoón, como diría si fuera mudo del todo. Así pues Cristo indicó la preparación para la fe al llevarlo aparte de la multitud y al abrirle los oídos; la necesidad de la gracia, con la mirada al cielo; la palabra de Dios significada por su saliva; lo que le iba a costar a Él darnos la fe, con el gemido; después de lo cual el Sordo “habló alabando a Dios”: “credidi, propter quod locutus sunt”, he creído, y por eso hablo. La gente se admiró; y Cristo les pidió que no lo propalasen; porque la fe es amiga de la reserva y la modestia; y ellos hicieron todo lo contrario; porque el entusiasmo es amigo del ruido. Este Mudo no lo era del todo, pues podía hablar un poco; y este hablar un poco significa la razón humana, que es anterior a la fe.

Si quieren más alegorías, pueden leer los Santos Padres antiguos. Orígenes, Teofilacto, Agustino, Crisóstomo: El dedo significa el Espíritu Santo, la saliva significa la Sabiduría porque viene de la cabeza, levantar los ojos significa la Oración, el gemido significa la Pasión de Cristo, el Sordo significa la Gentilidad”, etcétera.

Los antiguos querían encontrar un significado a cada uno de los pormenores de las parábolas o milagros, lo cual es fácil con un poco de imaginación; pero es arbitrario, y al final cae en el ridículo: alegorismo que los modernos no podemos tragar, y con razón. Pero Maldonado, uno de los precursores de la exégesis moderna, cae en otro error peor: reaccionando al excesivo alegorismo antiguo –al comentar la parábola del Convite, que ya hemos visto– afirma que no todo se ha de alegorizar, porque hay en los Evangelios rasgos de adorno, rasgos superfluos, dice; es decir, cosas inútiles en puridad; lo cual equivale a decir la inocente blasfemia de que él las hubiese hecho mejor a las parábolas, si lo dejan, pues es capaz de distinguir lo que es “superfluo”.

Así como Torres Amat publicó una traducción del Evangelio –que según dicen robó al jesuita Petisco– añadiéndole una cantidad de palabras que Cristo no dijo (Evangelio con viruelas) así Maldonado podría haber hecho una traducción con recortes suprimiendo una cantidad de palabras de Cristo “¡superfluas!”. De hecho existe en Norteamérica una Biblia podada, llamada Pocket-Bible, el ideal de Maldonado.

Y el error de ambos, tanto de los superalegoristas como de los podadores o superfluistas, es que no conocían la índole de la literatura oral oriental; y confundían el símbolo, que es propio de ella, con la alegoría, que es propio de las literaturas más desarrolladas; y que en el fondo es un género inferior y un poco pueril. Ver las alegorías de Lope, por ejemplo:

Pobre barquilla mía.
Entre peñascos rota.
Sin velas desvelada.
Y entre las olas sola...

La barquilla es su vida; y todos los pormenores que pone allí el poeta corresponden a sucesos más o menos exagerados de su vida. Pero la parábola no es así: es un género más primitivo, natural y apretado; y en realidad, más profundo.

De modo que, en resumen, los milagros de Cristo son a la vez tres cosas que comienzan con L: Legación, Limosna y Lección. Son el sello de la Legación divina, las credenciales con que el Padre acreditaba a su Enviado y a todo cuanto Él dijera; son una Limosna con que la Compasión de Cristo se inclinaba sobre la miseria humana (“plata ni oro yo no tengo, pero de lo que tengo te doy”, cf. Hech.3,6); y son al mismo tiempo Lecciones, porque el Señor se arreglaba, a la facción de gran dramaturgo, para dar a esos gestos portentosos el significado recóndito de un misterio de la fe; para volver en suma en alguna forma lo Invisible visible: porque “lo Invisible de El, por las cosas por El creadas, entendidas, se manifiesta”, dice un texto apretado de San Pablo; el cual se puede glosar así: Dios es invisible; pero sus atributos y cualidades se pueden columbrar un poco por la Creación; mas para eso hay que entender lo creado; lo cual se llama el don de entendimiento; del cual el Maestro por excelencia fue Cristo; y así la Deidad que no sólo es invisible sino hiperinvisible, trascendente... se manifiesta al hombre como en espejos y en enigmas durante esta vida al que es solicito en verla y en buscarla. Los puros de corazón, ésos verán a Dios.

El sordo de nacimiento vio a la Deidad Invisible encarnada en un hombre a través del milagro con que lo favoreció el Cristo, y “alabó a Dios”; pero antes creía en Dios, porque lo había visto a través de los milagros naturales de esta gran arquitectura de cielos y tierra, en la cual “vivimos, nos movemos, y somos”. Primero usó de su razón (“moguilálon”) y después recibió la fe.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, pp. 301-305)




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Santos Padres: Catena Aurea - Marcos 7, 31-37

Dejando Jesús otra vez los confines de Tiro, se fue por los de Sidón, hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de Decápolis. Y presentáronle un hombre sordo y mudo, suplicándole que pusiese sobre él su mano (para curarle). Y apartándole Jesús (del bullicio) de la gente, le metió los dedos en las orejas, y con la saliva le tocó la lengua, y alzando los ojos al cielo arrojó un suspiro y díjole: "Efetá", que quiere decir: "abríos". Y al momento se le abrieron los oídos y se le soltó el impedimento de la lengua, y hablaba claramente. Y mandóles que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, con tanto mayor empeño lo publicaban, y tanto más crecía su admiración, y decían: "Todo lo ha hecho bien: El ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos". (vv. 31-37)

Teofilacto
No quería el Señor detenerse entre los gentiles, ni dar motivo a los judíos de que lo creyeran transgresor de la ley por mezclarse con aquéllos, por lo cual se vuelve luego, según estas palabras: "Dejando Jesús otra vez", etc.

Beda, in Marcum, 2, 31
Decápolis es el país de las diez ciudades al otro lado del Jordán, al oriente, frente a Galilea. Cuando dice que el Señor llegó al mar de Galilea hacia el centro de Decápolis, no quiere decir que entró en Decápolis ni que atravesó el mar, sino más bien que en el mar llegó hasta un punto desde donde alcanzaba a ver el centro de Decápolis a lo lejos, más allá del mar.

"Y presentáronle un hombre sordo", etc.
Teofilacto
Lo cual se pone con razón después que fue librado el poseído, porque aquella enfermedad procedía del demonio.

"Y apartándole Jesús", etc.
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Separa de la gente al sordo y mudo, para no hacer públicos sus milagros divinos, enseñándonos así a despojarnos de la vanidad y del orgullo; porque no hay nada en el poder de hacer milagros que equivalga a la humildad y a la modestia. Le metió los dedos en las orejas, pudiendo curarle sólo con su voz, para manifestar que su cuerpo unido a la Divinidad estaba enriquecido con el poder divino, así como sus obras. Y como por el pecado de Adán la naturaleza humana cayó en muchas enfermedades y en la debilidad de los miembros y los sentidos, Cristo demostró en sí mismo la perfección de esta naturaleza, abriendo los oídos con su dedo y dando el habla con su saliva: "Y con la saliva le tocó la lengua".

Teofilacto
Esto demuestra que todos los miembros de su sagrado cuerpo son santos y divinos, como la saliva con que dio flexibilidad a la lengua del mudo. Porque es cierto que la saliva es una superfluidad; pero todo fue divino en el Señor.

"Y alzando los ojos al cielo, arrojó un suspiro", etc.
Beda, in Marcum, 2, 31
Alzó los ojos al cielo, para enseñarnos que es de allí de donde el mudo debe esperar el habla, el sordo el oído y todos los enfermos la salud. Y arrojó un gemido, no porque para demandar algo a su Padre tuviera necesidad de ello, El que satisface, con su Padre, a todos los que lo piden, sino para hacernos ver que es con gemidos como debemos invocar su divina piedad por nuestros errores o los de nuestros prójimos.

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
O bien: gimió tomando a su cargo nuestra causa y compadecido de nuestra naturaleza, viendo la miseria en que había caído el género humano.

Beda, in Marcum, 2, 31
La palabra epheta, que significa abríos, corresponde propiamente a los oídos, porque han de abrirse para que oigan, así como para que pueda hablar la lengua hay que librarla del freno que la sujeta. "Y al momento se le abrieron los oídos", etc. Aquí se ven de un modo manifiesto las dos distintas naturalezas de Cristo; porque alzando los ojos al cielo como hombre, ruega a Dios gimiendo y, en seguida, con divino poder y majestad cura con una sola palabra.
"Y mandóles, continúa, que no lo dijeran a nadie".

San Jerónimo
Con esto nos enseñó a no glorificarnos en nuestro poder, sino en la cruz y la humillación.

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Mandó, pues, que callaran el milagro, a fin de no hacer que los judíos perpetrasen por envidia su homicidio antes de tiempo.

Pseudo-Jerónimo
Una ciudad situada en la cima de un monte, y que se ve de todas partes, no puede ocultarse; y la humildad precede siempre a la gloria (Pro_15:33). "Pero cuanto más se lo mandaba, prosigue, con tanto mayor empeño lo publicaban", etc.

Teofilacto
En esto debemos aprender, cuando hagamos un beneficio a cualquiera, a no buscar el menor aplauso o alabanza; a alabar a nuestros bienhechores y publicar sus nombres, aunque ellos no quieran.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 4, 4
¿Para qué, pues, El, que conoce la voluntad de los hombres tanto la presente como la futura, les mandaba que no dijeran nada, sabiendo que habían de decirlo tanto más cuanto más les encargaba el secreto, si no fuera para mostrar a los perezosos con cuánto estudio y fervor deben anunciarle ellos, a quienes manda que lo anuncien, cuando así lo hacen aquellos a quienes ordena el secreto?

Glosa
La fama de las curas que Jesús había obrado aumentaba la admiración de las gentes y el rumor de los beneficios que había hecho. "Y tanto más, sigue, crecía su admiración, y decían: Todo lo ha hecho bien: El ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos".

Pseudo-Jerónimo super Et iterum exiens de finibus
En sentido místico, Tiro, que significa lugar estrecho, simboliza la Judea, a quien dice el Señor: "Porque el lecho es angosto" (Is 28); por lo cual se traslada a otras naciones. Sidón significa caza : la bestia salvaje es nuestra nación y el mar la inconstancia que nunca cesa. Porque es en medio de Decápolis, en cuya palabra se interpretan los mandamientos del Decálogo, a donde fue el Salvador para salvar a las naciones. El género humano, compuesto de tantos miembros y consumido por tan diversas enfermedades como si fuera un solo hombre, se encuentra todo en el primer hombre: no ve teniendo ojos, no oye teniendo oídos, y no habla teniendo lengua. Le rogaban que pusiera su mano sobre él, porque muchos justos y patriarcas querían y deseaban la Encarnación del Señor.

Beda, in Marcum, 2, 31
O bien es sordo y mudo el que no tiene oídos para oír la palabra de Dios, ni lengua para hablarla; y es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar.

Pseudo-Jerónimo
Porque siempre el que merece ser curado es conducido lejos de los pensamientos turbulentos, de las acciones desordenadas y de las palabras corrompidas. Los dedos que se ponen sobre los oídos son las palabras y los dones del Espíritu Santo, de quien se ha dicho: "El dedo de Dios está aquí" (Éxo_8:19). La saliva es la divina sabiduría, que abre los labios del género humano para que diga: Creo en Dios, Padre omnipotente, y lo demás. Gimió mirando al cielo, así nos enseñó a gemir y a hacer subir hasta el cielo los tesoros de nuestro corazón; porque por el gemido de la compunción interior se purifica la alegría frívola de la carne. Se abren los oídos a los himnos, a los cánticos y a los salmos. Desata el Señor la lengua, para que pronuncie la buena palabra, lo que no pueden impedir las amenazas ni los azotes.



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Aplicación: Benedicto XVI - "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37)

Queridos hermanos y hermanas:

Durante la Semana de oración que se concluye esta tarde, se ha intensificado en las diversas Iglesias y comunidades eclesiales del mundo entero la invocación común al Señor por la unidad de los cristianos. Hemos meditado juntos en las palabras del evangelio de san Marcos que se acaban de proclamar: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37), tema bíblico propuesto por las comunidades cristianas de Sudáfrica. Las situaciones de racismo, pobreza, conflicto, explotación, enfermedad y sufrimiento, en las que se encuentran esas comunidades, por la misma imposibilidad de hacer que se comprendan sus necesidades, suscitan en ellos una fuerte exigencia de escuchar la palabra de Dios y de hablar con valentía.

En efecto, ser sordomudo, es decir, no poder escuchar ni hablar, ¿no será signo de falta de comunión y síntoma de división? La división y la incomunicabilidad, consecuencia del pecado, son contrarias al plan de Dios. África nos ha ofrecido este año un tema de reflexión de gran importancia religiosa y política, porque "hablar" y "escuchar" son condiciones esenciales para construir la civilización del amor.

Las palabras "hace oír a los sordos y hablar a los mudos" constituyen una buena nueva, que anuncia la venida del reino de Dios y la curación de la incomunicabilidad y de la división. Este mensaje se encuentra en toda la predicación y la actividad de Jesús, el cual recorría pueblos, ciudades o aldeas, y en todos los lugares a donde llegaba "colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido; y cuantos le tocaban quedaban sanos" (Mc 6, 56).

La curación del sordomudo, en la que hemos meditado durante estos días, acontece mientras Jesús, habiendo salido de la región de Tiro, se dirige hacia el lago de Galilea, atravesando la así llamada "Decápolis", territorio multi-étnico y plurirreligioso (cf. Mc 7, 31). Una situación emblemática también para nuestros días. Como en otros lugares, también en la Decápolis presentan a Jesús un enfermo, un sordo que, además, hablaba con dificultad (moghìlalon), y le ruegan imponga la mano sobre él, porque lo consideran un hombre de Dios.

Jesús aparta al sordomudo de la gente, y realiza algunos gestos que significan un contacto salvífico: le mete sus dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua; luego, levantando los ojos al cielo, ordena: "¡Ábrete!". Pronuncia esta orden en arameo -"Effatá"-, que era probablemente la lengua de las personas presentes y del sordomudo. El evangelista traduce esa expresión al griego: dianoìchteti. Los oídos del sordo se abrieron, y, al instante, se soltó la atadura de su lengua "y hablaba correctamente" (orthes). Jesús recomienda que no cuenten a nadie el milagro. Pero cuanto más se lo prohibía, "tanto más ellos lo publicaban" (Mc 7, 36). Y el comentario de admiración de quienes habían asistido refuerza la predicación de Isaías para la llegada del Mesías: "Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7, 37).

La primera lección que sacamos de este episodio bíblico, recogido también en el rito del bautismo, es que, desde la perspectiva cristiana, lo primero es la escucha. Al respecto Jesús afirma de modo explícito: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11, 28). Más aún, a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10, 42). Y del contexto se deduce que esta única cosa es la escucha obediente de la Palabra. Por eso la escucha de la palabra de Dios es lo primero en nuestro compromiso ecuménico.

En efecto, no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la lectio divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra.

Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22). Debemos preguntarnos: ¿no habrá sucedido que los cristianos nos hemos quedado demasiado mudos? ¿No nos falta la valentía para hablar y dar testimonio como hicieron los que fueron testigos de la curación del sordomudo en la Decápolis? Nuestro mundo necesita este testimonio; espera sobre todo el testimonio común de los cristianos.

Por eso, la escucha de Dios que habla implica también la escucha recíproca, el diálogo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales. El diálogo sincero y leal constituye el instrumento imprescindible de la búsqueda de la unidad.

El decreto del concilio Vaticano II sobre el ecumenismo puso de relieve que, si los cristianos no se conocen mutuamente, no puede haber progreso en el camino de la comunión. En efecto, en el diálogo nos escuchamos y comunicamos unos a otros; nos confrontamos y, con la gracia de Dios, podemos converger en su Palabra, acogiendo sus exigencias, que son válidas para todos.

Los padres conciliares no vieron en la escucha y en el diálogo una utilidad encaminada exclusivamente al progreso ecuménico; añadieron una perspectiva referida a la Iglesia católica misma. "De este diálogo -afirma el texto del Concilio- se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9).

Desde luego, es indispensable "que se exponga claramente toda la doctrina" para un diálogo que afronte, discuta y supere las divergencias que aún existen entre los cristianos, pero, al mismo tiempo, "el modo y el método de expresar la fe católica no deben convertirse de ninguna manera en un obstáculo para el diálogo con los hermanos" (ib., 11). Es necesario hablar correctamente (orthes) y de modo comprensible. El diálogo ecuménico conlleva la corrección fraterna evangélica y conduce a un enriquecimiento espiritual mutuo compartiendo las auténticas experiencias de fe y vida cristiana.

Para que eso suceda, es preciso implorar sin cesar la asistencia de la gracia de Dios y la iluminación del Espíritu Santo. Es lo que los cristianos del mundo entero han hecho durante esta Semana especial o harán durante la Novena que precede a Pentecostés, así como en todas las circunstancias oportunas, elevando su oración confiada para que todos los discípulos de Cristo sean uno, y para que, en la escucha de la Palabra, den un testimonio concorde a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

En este clima de intensa comunión, deseo dirigir mi cordial saludo a todos los presentes: al señor cardenal arcipreste de esta basílica, al señor cardenal presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y a los demás cardenales, a los venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a los monjes benedictinos, a los religiosos y las religiosas, y a los laicos que representan a toda la comunidad diocesana de Roma.

De modo especial quiero saludar a los hermanos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales que participan en la celebración, renovando la significativa tradición de concluir juntos la Semana de oración, en el día en que conmemoramos la fulgurante conversión de san Pablo en el camino de Damasco.
Me alegra poner de relieve que el sepulcro del Apóstol de los gentiles, junto al cual nos encontramos, recientemente ha sido objeto de investigaciones y estudios, como resultado de los cuales se ha querido dejarlo a la vista de los peregrinos, con una oportuna intervención bajo el altar mayor. Expreso mi enhorabuena por esta importante iniciativa.

A la intercesión de san Pablo, incansable constructor de la unidad de la Iglesia, encomiendo los frutos de la escucha y del testimonio común que hemos podido experimentar en los numerosos encuentros fraternos y diálogos que hemos mantenido durante el año 2006, tanto con las Iglesias de Oriente como con las Iglesias y comunidades eclesiales de Occidente.

En estos acontecimientos se ha podido percibir la alegría de la fraternidad, juntamente con la tristeza por las tensiones que aún persisten, conservando siempre la esperanza que nos infunde el Señor. Damos gracias a los que han contribuido a intensificar el diálogo ecuménico con la oración, con el ofrecimiento de sus sufrimientos y con su acción incansable.

Y sobre todo damos fervientemente las gracias a nuestro Señor Jesucristo por todo. Que la Virgen María haga que cuanto antes se logre realizar el ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
Benedicto XVI, CELEBRACIÓN DE LAS SEGUNDAS VÍSPERAS EN LA FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO AL FINAL DE LA SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS HOMILÍA DE SU SANTIDAD Basílica de San Pablo extramuros Jueves 25 de enero de 2007


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Aplicación: Juan Taulero «Todo lo que hace es admirable: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»


Es preciso que examinemos de cerca qué es lo que hace que el hombre sea sordo. Por haber escuchado las insinuaciones del Enemigo y sus palabras, la primera pareja de nuestros antepasados han sido los primeros sordos. Y nosotros también, detrás de ellos, de tal manera que somos incapaces de escuchar y comprender las amables inspiraciones del Verbo eterno. Sin embargo, sabemos bien que el Verbo eterno reside en el fondo de nuestro ser, tan inefablemente cerca de nosotros y en nosotros que nuestro mismo ser, nuestra misma naturaleza, nuestros pensamientos, todo lo que podemos nombrar, decir o comprender, está tan cerca de nosotros y nos es tan íntimamente presente como lo es y está el Verbo eterno. Y el Verbo habla sin cesar al hombre. Pero el hombre no puede escuchar ni entender todo lo que se le dice, a causa de la sordera de la que está afectado... Del mismo modo ha sido de tal manera golpeado en todas sus demás facultades que es también mudo, y no se conoce a sí mismo. Si quisiera hablar de su interior, no lo podría hacer por no saber dónde está y no conociendo su propia manera de ser...

¿En qué consiste, pues, este cuchicheo dañino del Enemigo? Es todo este desorden que él te hace ver y te seduce y te persuade que aceptes, sirviéndose, para ello, del amor, o de la búsqueda de las cosas creadas de este mundo y de todo lo que va ligado a él: bienes, honores, incluso amigos y parientes, es decir, tu propia naturaleza, y todo lo que te trae el gusto de los bienes de este mundo caído. En todo esto consiste su cuchicheo...

Pero viene Nuestro Señor: mete su dedo sagrado en la oreja el hombre, y la saliva en su lengua, y el hombre encuentra de nuevo la palabra.
(Juan Taulero -hacia 1300-1361-, dominico en Estrasburgo, Sermón 49)

 

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Aplicación: R. P. Raniero Cantalamessa - Milagros físicos para curarnos espiritualmente


La Iglesia siempre ha visto en los gestos aparentemente extraños que Jesús realiza en el sordomudo (le pone los dedos en los oídos y le toca la lengua) un símbolo de los sacramentos gracias a los cuales Él continúa «tocándonos» físicamente para curarnos espiritualmente

El pasaje del Evangelio nos refiere una bella curación obrada por Jesús: «Le presentan un sordomudo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándose de la gente, a solas, le puso sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá!”, que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».

Jesús no hacía milagros como quien mueve una varita mágica o chasquea los dedos. Aquel «gemido» que deja escapar en el momento de tocar los oídos del sordo nos dice que se identificaba con los sufrimientos de la gente, participaba intensamente en su desgracia, se hacía cargo de ella. En una ocasión, después de que Jesús había curado a muchos enfermos, el evangelista comenta: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mateo 8, 17).

Los milagros de Cristo jamás son fines en sí mismos; son «signos». Lo que Jesús obró un día por una persona en el plano físico indica lo que Él quiere hacer cada día por cada persona en el plano espiritual. El hombre curado por Cristo era sordomudo; no podía comunicarse con los demás, oír su voz y expresar sus propios sentimientos y necesidades. Si la sordera y la mudez consisten en la incapacidad de comunicarse correctamente con el prójimo, de tener relaciones buenas y bellas, entonces debemos reconocer enseguida que todos somos, quien más quien menos, sordomudos, y es por ello que a todos dirige Jesús aquel grito suyo: effatá, ¡ábrete! La diferencia es que la sordera física no depende del sujeto y es del todo inculpable, mientras que la moral lo es. Hoy se evita el término «sordo» y se prefiere hablar de «discapacidad auditiva», precisamente para distinguir el simple hecho de no oír de la sordera moral.

Somos sordos, por poner algún ejemplo, cuando no oímos el grito de ayuda que se eleva hacia nosotros y preferimos poner entre nosotros y el prójimo el «doble cristal» de la indiferencia. Los padres son sordos cuando no entienden que ciertas actitudes extrañas o desordenadas de los hijos esconden una petición de atención y de amor. Un marido es sordo cuando no sabe ver en el nerviosismo de su mujer la señal del cansancio o la necesidad de una aclaración. Y lo mismo en cuanto a la esposa.

Estamos mudos cuando nos cerramos, por orgullo, en un silencio esquivo y resentido, mientras que tal vez con una sola palabra de excusa y de perdón podríamos devolver la paz y la serenidad en casa. Los religiosos y las religiosas tenemos en el día tiempos de silencio, y a veces nos acusamos en la Confesión diciendo: «He roto el silencio». Pienso que a veces deberíamos acusarnos de lo contrario y decir: «No he roto el silencio».

Lo que sin embargo decide la calidad de una comunicación no es sencillamente hablar o no hablar, sino hablar o no hacerlo por amor. San Agustín decía a la gente en un discurso: Es imposible saber en toda circunstancia qué es lo justo que hay que hacer: si hablar o callar, sin corregir o dejar pasar algo. He aquí entonces que se te da una regla que vale para todos los casos: «Ama y haz lo que quieras». Preocúpate de que en tu corazón haya amor; después, si hablas será por amor, si callas será por amor, y todo estará bien porque del amor no viene más que el bien.

La Biblia permite entender por dónde empieza la ruptura de la comunicación, de dónde viene nuestra dificultad para relacionarnos de una manera sana y bella los unos con los otros. Mientras Adán y Eva estaban en buenas relaciones con Dios, también su relación recíproca era bella y extasiante: «Ésta es carne de mi carne...». En cuanto se interrumpe, por la desobediencia, su relación con Dios, empiezan las acusaciones recíprocas: «Ha sido él, ha sido ella...».

Es de ahí de donde hay que recomenzar cada vez. Jesús vino para «reconciliarnos con Dios» y así reconciliarnos los unos con los otros. Lo hace sobre todo a través de los sacramentos. La Iglesia siempre ha visto en los gestos aparentemente extraños que Jesús realiza en el sordomudo (le pone los dedos en los oídos y le toca la lengua) un símbolo de los sacramentos gracias a los cuales Él continúa «tocándonos» físicamente para curarnos espiritualmente. Por esto en el bautismo el ministro realiza sobre el bautizando los gestos que Jesús realizó sobre el sordomudo: le pone los dedos en los oídos y le toca la punta de la lengua, repitiendo la palabra de Jesús: effatá, ¡ábrete!

En particular el sacramento de la Eucaristía nos ayuda a vencer la incomunicabilidad con el prójimo, haciéndonos experimentar la más maravillosa comunión con Dios.

 

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Aplicación: Fray Justo Pérez de Urbel - El sordomudo


Desde Tiro, Jesús se dirige hacia Sidón, siguiendo aquella costa, esmaltada de recuerdos bíblicos. Entre aquellas dos grandes ciudades marítimas, decaídas ahora de su antiguo esplendor, encuentra a Sarepta, la patria de aquella viuda cuya historia había evocado El en la sinagoga de Nazaret.

Desciende luego por las estribaciones del Líbano. Donde florecieron los más grandes milagros del profeta Elías, y, cruzando el Leontes, se encuentra de nuevo en la tierra galilea. Desde aquí, una ruta llevaba al valle del Jordán. Por ella se interna Jesús en territorio de Israel, pero deja pronto a sus compatriotas para visitar a los paganos del otro lado de la Transjordania, los descendientes de los veteranos de Alejandro, que tres siglos antes habían venido a establecerse en la región oriental del Jordán, y cuyas ciudades-Pella, Dión, Gadar, Hippos, Scitópolis, etc.-, unidas por su comunidad de raza, de religión y de lengua en una confederación que se llamaba la Decápolis, formaban verdaderos enclaves en las tetrarquías de los hijos de Herodes.

Poco sabemos de este largo rodeo, en que debió emplear Jesús gran parte del Último verano de su vida. Su única finalidad parece haber sido alejarse por un tiempo del campo de la lucha, y acaso también acostumbrar a sus discípulos al trato con los infieles. Se le ve preocupado por evitar las muchedumbres, y tal vez por eso son escasos los recuerdos que tenemos de aquellos meses. Pero ni aun así pudo pasar inadvertido: la curiosidad, la sed del milagro, el deseo de la salud ponían rápidamente en movimiento a las poblaciones. En medio de aquel país semipagano, se realizó un gran prodigio que refiere San Marcos con el estilo pintoresco que le caracteriza. Presentaron a Jesús un hombre que era sordo y mudo a la vez para que le impusiese las manos. Hemos visto constantemente a Jesús operando sus milagros con una sola palabra, con un gesto, con una imposición de manos. Ahora va a obrarlo de una manera, por decirlo así, sacramental, combinando gestos y palabras en una acción, que la Iglesia reproducirá al administrar el bautismo. Se retira a un lado con el paciente, mete los dedos en sus oídos, le humedece la lengua con su saliva, dirige al cielo su mirada, exhala un profundo suspiro, y dice: Epheta, que quiere decir: ábrete. Y luego se abrieron sus oídos, se desató su lengua y hablaba perfectamente.

Según su costumbre, sobre todo en esta época, Jesús recomendaba a los presentes el mayor silencio; pero era imposible contener el entusiasmo de la muchedumbre. Arrebatadas por un sentimiento de admiración, aquellas Buenas gentes empezaron a comentar suceso en las plazas, diciendo: "Todo lo ha hecho bien: ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos." Y ésta era siempre la conducta que la misericordia y la compasión arrancaban a Jesús, muchas veces contra los dictados que le inspiraba la prudencia.
(Fray Justo Pérez de Urbel, OSB, Vida de Cristo, Ed. RIALP, Madrid, 1987, pg. 335-337)


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Aplicación: R. P. Leonardo Castellani - La curación de un tartamudo

La curación de un sordomudo en el primer año de la predicación de Cristo. O mejor dicho, de un tartamudo, "moguilálon", que habla poco y mal: un sordo de nacimiento, que por lo mismo, habla chueco; como un operado de cáncer de laringe -Si es que habla. Cristo lo cura a éste con una serie de gestos raros, como si le costara trabajo. Un año más tarde, en las "Ultimas Excursiones", cura a otro sordomudo con una sola palabra, exorcizando al demonio. ¿Qué significa este procedimiento de curandero que usa aquí?

Los Santos Padres, la mayoría de ellos, dijo enseguida que significa "la Fe", el nacimiento de la fe; lo que los modernos llamarían "la psicología de la fe"; y en consecuencia, la Iglesia incorporó estos gestos raros de Cristo a las ceremonias del Bautismo; atendiendo un rasgo de la segunda curación, que es el exorcismo, el más raro de todos. Muchos sienten repulsión a que la Iglesia "arroje al demonio" de los recién nacidos; y los curitas neoleros lo suprimen. Pero la Iglesia por las dudas quiere preservar al hombre ya desde su nacimiento del invisible y misterioso poder del Príncipe de este Mundo; en el cual no creen los neoleros; hasta que llega un día que los agarra.

La fe es querer ver, ver, y después alabar -a Dios. "He creído, por eso hablo", dijo David (Sal 115). La fe cristiana así entendida, domino desde el siglo IV al siglo XVI; no en el gran continente en el cual Cristo nació sino en el pequeño continente en el cual San Pedro se asentó. "Europa es la Fe", dice Belloc. Esta noción de la fe que dije, fue formulada por Santo Tomás en esta forma: la fe es un acto intelectual, o sea un conocimiento; un conocimiento cierto como la ciencia: VER, y aun más cierto; pero diferente de la ciencia en que es libre; y es libre porque requiere un acto o impulso de la voluntad: QUERER VER; y requiere un acto volitivo porque su objeto es oscuro: son misterios sobre la Razón. Es más cierto que la ciencia porque es creer a Dios; pero para creer a Dios es necesario primero ver que Dios ha hablado; y eso lo suministra la razón en lo que llaman "Preámbulos de la Fe". Para poder ser cristiano necesito saber primero que Dios existe, y que Cristo hizo realmente eso que de El cuentan.

Esta noción de la fe -un acto de conocimiento diverso de la ciencia y más noble y necesario que ella, "la creencia"- sufre una quiebra con la revolución de Lutero. La fe deja de ser primordialmente conocimiento para ser un acto de adhesión firmísima y aun frenética a Cristo; la cual produce ipso facto la justificación -o sea el perdón de los pecados y el estado de gracia; y continua haciendo ese efecto toda vez que renovamos esa adhesión voluntaria; como ven Uds., se ha convertido de conocimiento en voluntad y sentimiento. El contenido intelectual de la fe, o sea los dogmas, no fue cambiado por Lutero; pero se convirtió de causa en mera materia de la fe. La fe es voluntad, es sentimiento, es querer. Este cambio parece importante pero es capital: dijeron que lo esencial era adherir a Cristo y poco a poco se hallaron sin Cristo a quien adherir.

Los teólogos llaman a esto campanudamente "el proceso heterodoxo de subjetivización de la fe". Pues muy pronto los protestantes liberales y los modernistas dieron "un pasito más adelante": la fe consiste en una experiencia religiosa y, luego después en simbolismo: los dogmas son puros símbolos que pueden cambiar, no importa mucho. Por ejemplo, uno siente una viva emoción porque se le murió una tía en City Bell, y piensa en Dios: eso es la fe. Esa emoción se transforma, conforme a la natura humana, en imágenes, y uno ve a su tía en el cielo; eso son los dogmas: al fin uno traba todos los dogmas que tiene en el buche, y eso es la teología, que es una especie de mosaico de símbolos; por ejemplo, yo deduzco que mi tía fue Santa Eduvigis, invento una historia de la reencarnación de Santa Eduvigis; y fundo una Iglesia, la "Nueva Iglesia Sudamericana Apostólica" (que esta al lado de mi casa) para rendir culto a mi tía Eduvigis, o sea los Eduvigianos. Parece broma, pero esto es exactamente lo que dicen los modernistas de Cristo. La fe es una experiencia religiosa envuelta posteriormente en un simbolismo, el cual ni es esencial ni es importante: puede cambiar; más aun DEBE ir cambiando. "La Iglesia ha durado 2000 años; ahora debe cambiar, más aun, esta cambiando; estamos en el tiempo de la muda, y yo soy el primero que se ha dado cuenta" -decía Telar Cardon. Pero la "muda" de las culebras consiste en que dejan una piel vieja pegada a un árbol ("la camisa", llaman los paisanos) y salen con una camisa nueva enteramente idéntica a la otra; y aquí no, la Iglesia tiene que salir con una camisa de todos colores si es que tenia una camisa blanca; o viceversa.

De manera que la famosa "sumisión" de Telar a las autoridades religiosas, con la cual sus discípulos lo convierten en un santo y aun en un mártir, es filfa. Telar decía: "Yo soy hijo de la Iglesia y no saldré de ella; yo obedezco al Papa". Pero lo que pensaba conforme a la practica de los "modernistas" de principios de siglo, era esto: "Yo soy hijo de la Iglesia, pero no de esta Iglesia viejita; yo obedezco al Papa, pero no a este Papa sino al que vendrá, que será telardiano-cardiniano". Aquí parezco mentiroso; pero esto es literalmente verdadero, y ha sido puesto en claro en la interminable discusión vigente en Francia acerca de Telar Cardon.

"La fe se esta acabando en el mundo", dicen ahora. ¿Por qué? Porque se esta acabando la religiosidad en el mundo, dicen; y no es exacto como veremos luego. "Es que la fe del siglo XII no puede ser la fe del siglo XX" -dicen los telardianos. Eso es una gansada: viene a ser como decir: "Esto es creíble los Lunes pero no es creíble los Jueves". Eso es verdad de la frase: "Hodie est dies Lunae", que dijo Julio César el día que lo mataron: "Hoy es el día de la Luna", que no es verdad el "dies Jovis", el Jueves. Pero fuera de eso es disparate. Los motivos que tenían para creer en Cristo Hijo de Dios en el siglo XII son exactamente los mismos que tenemos nosotros ahora. ¿Por qué pues en el siglo XII Europa en masa creía en Cristo y ahora no creen sino minorías? ¿Qué ha pasado?

Yo no lo sé: me he roto la cabeza buscando razones de este fenómeno patente y he encontrado como siete pero no sé cual es la verdadera o cuál es la razón que conglutina las otras seis. Es como el fenómeno de la decadencia de España a partir del siglo XVII; los españoles han escrito muchos libros y han encontrado como diez razones y nadie sabe cuál es la verdadera. Yo los he leído, y he inventado otra razón que a lo mejor es la verdadera y a lo mejor es la peor de todas: a saber, la filosofía de Francisco Suárez.

Pero que la razón sea que la religiosidad ha bajado en el mundo porque los hombres ya no somos ignorantes ni supersticiosos y no tenemos miedo de los truenos, los rayos y los terremotos, es falsa. La fe católica ha disminuido, por lo menos en cantidad, pero el sentimiento de religiosidad no ha disminuido, ni creo pueda disminuir por ser natural al hombre. Cicerón dice en su tratado "De Natura Deorum" que hay muchos pueblos que no tienen escritura, que no tienen fortalezas, que no tienen templos; pero no hay uno solo que no tenga dioses: no hay pueblos ateos. Pero se le olvidó decir que, si todos los pueblos tienen dioses, un solo pueblo entonces tenía un solo Dios. O sea, que sacando a los judíos, a quienes desprecia, todos los demás pueblos eran idolatras. Y es lo que pasa ahora: los que claudican de la fe cristiana se vuelven idolatras, aunque no lo sepan; la religiosidad se les ha descarriado, no ha desaparecido.

Conozco una matrona que no cree ni en los ángeles ni en los demonios, pero cree como fierro en los espíritus; es espiritista, o como dice ella: "espiritualista". Y así por el estilo. Fíjense que las ideologías que dominan hoy en el mundo tienen un resabio religioso; son a modo de religiones falsas, o sea "herejías". Por ejemplo, el Comunismo es mesiánico, ha puesto en el Credo un articulo 15 que dice: "Creo en la redención del mundo por el proletariado"; el Liberalismo ha añadido después del "Creo en la Santa Iglesia": "Y en la Santa Democracia".

De modo que hoy estamos obligados a defender nuestra fe amenazada; porque la Iglesia pasa por una crisis tan grave por lo menos como la del siglo XVI, que reventó en el Protestantismo. Si ésta va a reventar en algo parecido o peor, o bien se va a curar con remedios homeopáticos, no lo sabemos -yo no lo sé. Lo que se es que tengo que conservar la fe que tenia a los 7 años -o digamos a los 14 años; y decir a todo el que me venga con cuentos de Evolución, Cristo Cósmico, Punto Omega, Universo neoesférico, y "el Progreso del Dogma", decirle: "Yo estoy bien así; y el que esta bien no se mude -dice el español". "Yace aquí un español - Que estaba bien y quiso estar mejor".
(Leonardo Castellani, Domingueras Prédicas, Ed. Jauja, 1997, pg. 217-221)


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Aplicación: San Alfonso María de Ligorio - El milagro del sordomudo

Refiere San Marcos en el evangelio de este día el milagro que obró nuestro Salvador en la curación del mudo con sólo tocarle la lengua. Tocó su lengua... y se soltó de la atadura. De estas palabras se deduce que el hombre no era completamente mudo; solo tenía dificultada la lengua y no podía pronunciar bien; por eso añade San Marcos al fin de la narración del evangelio que hablaba correctamente.

Vengamos a la aplicación moral. Se necesitó un milagro para desatar la lengua de este mudo y hacer que hablara correctamente. ¡A cuántos haría Dios una gracia extraordinaria ligándoles la lengua para impedirles que hablasen deshonestamente!

PROPOSICIÓN: La fealdad de las conversaciones deshonestas, el efecto.

PUNTO I
Las conversaciones deshonestas causan mucho mal en quienes las escuchan.


I. LA GRAVEDAD DE ESTE MAL SE PRUEBA:
1° Por su carácter diabólico-"Ministros de Satanás" llama San Agustín a los que profieren palabras obscenas, porque donde no pueden llegar con sus pérfidas sugestiones llegan con sus discursos licenciosos.

2° Por las palabras de la Escritura.-Hablando también Santiago de estas malditas, lenguas, dice : Su lengua es fuego...:y es inflamada por el fuego infernal. Sí; fuego encendido por el infierno, con el que quien habla obscenamente se quema a si mismo y a los demás: La lengua tercera, dice el Eclesiástico, ha sacudido a muchos y los ha arrojado de nación en nación. ¿Cuáles son las otras dos lenguas? La lengua espiritual, que habla de Dios; la lengua profana, entretenida con los asuntos mundanos, y la infernal, que habla obscenidades carnales para pervertir a muchas almas y arrojarlas al infierno.

II. EXPLICACIÓN DE SU NATURALEZA:
1° Seduce al hombre, inclinado al mal-El Rey Profeta describe la vida del hombre en la tierra como senda oscura y resbalosa. Pues Bien, cuando el hombre camina entre tinieblas y por camino resbaladizo, cada paso que da le expone a peligro de caer, a no ser que adopte toda clase de precauciones y evite los pasos peligrosos, que en nuestro caso son las ocasiones de pecar. Si, además, en este camino sembrado de peligros hay quien empuje al caminante para hacerlo caer, será imposible, sin un milagro, que no ruede hasta el abismo. He aquí precisamente lo que los medianeros de Satanás hacen con sus conversaciones deshonestas: arrojar al abismo del pecado a tantos desgraciados como aquí viven entre tinieblas, y que por ser de carne están muy inclinados a la caída. Es su garganta sepultura abierta, exclamaba David en su justa indignación. "La boca de quienes no saben hablar más que porquerías, dice San Juan Crisóstomo, es como sepulcro lleno de cadáveres en putrefacción" y su aliento se asemeja a los miasmas que produce la podredumbre de sepulcro, fétidas exhalaciones que no se pueden respirar sin contraer gérmenes mortales.

2° Es violenta y contagiosa.-El latigazo produce verdugones, pero el golpe de la lengua rompe los huesos. Según este texto del Eclesiástico, las heridas del látigo permanecen al exterior, en tanto que las de la lengua obscena penetran de parte a parte a quienes las escuchan. Cuenta San Bernardino de Siena que cierta joven, de conducta irreprochable hasta entonces, oyó a un joven proferir una palabra deshonesta. La pobre cayó primero en pensamientos lascivos y luego en el vicio impuro, de tal modo, añade el Santo, que, si el demonio hubiera tornado carne humana, no podría cometer mayores excesos que los que ella cometió.

3° Ciega al culpable en su pecado, que es real, gravísimo y desastroso-Lo peor de todo es que estas bocas infernales que tan a menudo profieren palabras deshonestas lo toman como cosa de poca monta y nunca se confiesan de ello, y si alguna vez los reprende el confesor, responder "Lo digo solamente por diversión y sin maldad". ¿Por diversión? ¡Pobre de ti!, pues esta tu diversión hace reír al demonio y a ti te hará llorar por toda la eternidad en el infierno.
Pecado real-Además, te equivocas también al afirmar que lo dices sin maldad. Primero, es muy difícil que, hablando de esa suerte, no caigas realmente en ese vicio, como escribe San Jerónimo: "Cuando uno habla, no está lejos de hacer lo que dice". Tampoco puedes hablar así ante personas de distinto sexo sin golpetazos de la pasión. Finalmente, ¿no es pecado el escándalo que das? Será, sí, una sola palabra deshonesta la que profieras, pero matará tantas almas cuantas la oigan" como se expresa San Bernardo.

Pecado gravísimo-Pecado mayor que si de un tiro de fusil mataras a muchas personas, porque les matarías el cuerpo, en tanto que con las palabras obscenas les mataría el alma.

Pecado desastroso-En suma, que tales deslenguados son ruina de todo el mundo. Uno solo de ellos hace más daño que cien demonios, por la ruina que causa en tantas y tantas almas. No soy yo quien lo dice, sino el Espíritu Santo: La boca lisonjera provoca la ruina.

4° Agravado por la ingratitud. Terrible cuenta que de ello se dará-Y ¿cuándo se cometen estas ruinas y tantas ofensas a Dios? Cuando Dios nos colma de mayores bienes. Cuando en verano provee para todo el año de grano, de vino, de aceite, de legumbres y otros frutos, ¿no es entonces cuando se cometen más pecados en el campo? ¿No es durante la siega y la vendimia? ¿No es durante la trilla y el lagar? Entonces las palabras obscenas y los pecados saltan más que los granos de trigo y que los racimos de uva. ¿Cómo podrá Dios soportar tamaña ingratitud?

Terrible cuenta quo de ello se dará-Y bien, ¿quiénes son causa de tanto pecado? Los deslenguados deshonestos, que tendrán que rendir a Dios terrible cuenta y serán castigados de cuantos pecados cometan los que les oyen yo he de reclamar sangre de tu mano. Pasemos ya al segundo punto.

PUNTO II
Quienes hablan deshonestamente se hacen mucho mal a sí mismos

I. EL PRIMER MAL ES CAER ELLOS MISMOS EN EL PECADO IMPURO:

1° A causa del placer que experimentan en tales conversaciones-Transición. Dirá algún joven: "Yo hablo así, pero sin malicia". Va en el primer punto del sermón respondí ser dificilísimo mantener conversaciones licenciosas sin experimentar complacencias ilícitas, sobre todo si se tienen delante de chicas o de mujeres.

2° A causa del peligro inherente a estas palabras y a la debilidad humana-Además, hablando de esta manera se pone al prójimo en grave peligro de pecar de obra, según las palabras de San Jerónimo ya arriba citadas: "Cuando uno habla, no está lejos de hacer lo que dice". Las inclinaciones del corazón humano son malas desde su mocedad. No hay hombre exento de inclinación al mal. Por otra parte, no hay vicio alguno al cual el hombre se sienta más inclinado que al vicio impuro, al que la misma naturaleza impulsa. Por esto San Agustín, al ver cuán pocos son los que adoptan las debidas precauciones, exclamaba: "Diaria es la lucha y rara la victoria". Pues bien, el que habla obscenamente piensa siempre en las impurezas que dice, de que provienen las malas complacencias y los malos deseos, que llevarán pronto a la caída en malas obras. He aquí en lo que vienen a parar los que hablan deshonestamente y luego contentan con decir: "Yo hablo así, pero sin malicia".

II EL SEGUNDO MAL ES CONTRAER EL HABITO QUE MANCHA TODA LA VIDA Y ARRASTRA AL INFIERNO
"No seas tachado de doblez ni con tu lengua calumnies", dice el Espíritu Santo. Ten cuidado de que tu lengua, cual maldita cadena, no te arrastre al infierno, porque, al decir de Santiago apóstol, la lengua... contamina todo el cuerpo e inflama desde el nacer todo el curso de la vida. Cierto que es solamente uno de los miembros del cuerpo, pero cuando habla mal infesta todo el cuerpo e inflama desde el nacer todo el curse de la vida", es decir, que inflama y corrompe toda nuestra vida, desde el nacimiento a la muerte ; y estos charlatanes obscenos, aun cuando envejezcan, se ven como impulsados a las conversaciones o dichos lascivos.

Escribe Surio que, hallándose de viaje San Valero, llegó a una casa para calentarse un poco, escuchó y advirtió que el dueño de la casa se hallaba entretenido en conversaciones obscenas con el juez de la localidad, a pesar de lo ancianos que eran; reprendiólos el santo fuerte, pero inútilmente, por lo que Dios castigó a entrambos cegando a uno y llagando al otro tan dolorosamente, que parecíale experimentar mil muertes.

Cuenta Enrique Grau de cierto charlatán obsceno que murió repentinamente y se le vio en el infierno despedazándose la lengua, que crecía al paso que él la despedazaba y escupía.


III El, TERCER MAL ES ATRAERSE LA IRA DE DIOS, A CAUSA DEL NÚMERO Y DE LA CALIDAD DE LAS VICTIMAS
Ejemplos. Terrible responsabilidad-Y ¿cómo va Dios a tener compasión con quienes no la tuvieron con las almas de sus prójimos? El juicio será sin misericordia para quien no hizo misericordia. ¡Qué desolación, en efecto, es ver a las veces a jóvenes, a doncellas, a matrimonios jóvenes, y en medio de ellos a uno de tales deslenguados! Y hay quienes tanto más deshonestamente hablan cuanto mayor es el concurso. Y, a pesar de hallarse presentes niños y niñas, no se tiene horror de escandalizar a estas almas inocentes.

Ejemplos-Cuenta Tomás de Cantimpré que el hijo de cierto noble de Borgoña, educado en el monasterio de Cluny, era un ángel de pureza; entró en un taller y, a causa de las palabras obscenas que profería la mujer del artesano, cayó en el pecado y perdió la divina gracia.

Cuéntase también de un jovencito de quince años oyó una palabra deshonesta y que a la noche siguiente pensó en ella, consintió en el mal pensamiento y murió. Enterado el confesor, quiso celebrar la misa en sufragio del pobre joven, pero se le apareció éste para decirle que no la celebrase, pues se había condenado por la palabra oída, y si la celebrara le causaría mayor pena.

Terrible responsabilidad- ¡Dios mío, cómo llorarían los Ángeles si pudieran llorar! ¡Ángeles de los pobres niños escandalizados y a quienes la muerte arrebató a causa de semejantes lenguas asquerosas! Pero, a la vez, ¡cuánta venganza pedirían a Dios! Esto significan las palabras que pronunció Jesucristo: Guardaos no menospreciéis a uno de estos pequeñuelos, porque os digo que sus ángeles en los cielos ven sin cesar el rostro de mi Padre".

PERORACIÓN:
1° Evitad. Sed prudentes respecto a toda palabra impura-Tened, pues, mucho cuidado, hermanos míos, y temed, más que a la muerte, hablar deshonestamente. Escuchad cómo os exhorta el Espíritu Santo: Haz para tus palabras una balanza y un peso. Cuida de no resbalar por ella. Os recomienda tener una balanza para vuestras palabras, esto es, que antes que decir hay que pensar las palabras; y un peso, para que cuando acudan a la boca palabras torpes se les cierre la salida; de otra suerte saldrían las palabras y os causaríais, tanto a vosotros como al prójimo, una herida mortal e incurable. Dios nos dio la lengua no para ofenderlo, sino para alabarlo y bendecirlo. Dice San Pablo: La fornicación y toda impureza o codicia ni se nombren entre vosotros, cual cumple a santos.

Aun cuando fuere equívoca o inmodesta. Nótese la expresión anterior: toda impureza, con la cual es preciso entender que se nos prohíben todas las palabras obscenas o equívocas, dichas por pasatiempo; estas últimas, merced a su giro picante, impresionan más y a veces causan mayor mal que las palabras abiertamente licenciosas; y también es necesario evitar toda expresión inmodesta, toda expresión que no esté de acuerdo con la castidad exigida por los cantos, es decir, por los cristianos, como lo entiende San Pablo.

2° Por respeto a vuestra propia dignidad no profiráis palabras lujuriosas, sino edificantes-Pensad, dice San Agustín, que vuestras bocas son bocas de cristianos, en que tantas veces entró Jesucristo por la sagrada comunión; por esto debéis aborrecer todo discurso lascivo cual diabólico veneno. Vuestra palabra sea siempre con buena gracia, decía San Pablo a los Colosenses, y añadía: sazonada con sal, es decir, con la palabra de Dios, que mueva a los demás a amarlo y a no ofenderlo. " ¡Dichosa lengua, exclama San Bernardo, que no sabe hablar más que de las cocas de Dios!"

3° Huid de quienes hablan deshonestamente. Hacedles callar, sin respeto humano que valga-No os guardéis solamente de la inmodestia en el hablar, sino huid, queridísimos míos, como de la peste, de quienes hablan así. No bien veáis que se inicia una conversación de este género, haced lo que dice el Espíritu Santo: Mira, cerca dominio con espinos y haz para tu boca puerta y cerrojo. Dice cerca tu dominio con espinos para denotar que hay que mostrarse reprender calurosamente a quien así hablara, o al menos volviéndole el rostro y haciéndole ver que no gustan tales conversaciones.

Sin respeto humano que valga-No nos avergoncemos de ser discípulos de Jesucristo si queremos que un día Jesucristo no se avergüence de nosotros ni de admitirnos consigo en el paraíso.
(San Alfonso María de Ligorio, Obras ascéticas de San Alfonso M. de Ligorio II, Ed. B.A.C., Madrid, 1954, pg. 553-560)


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Aplicación: R. P. Villarino Ugarte - El sordomudo

Debió suceder este milagro en una casa de Tiro o de sus cercanías. Y como Jesús no quería detenerse a evangelizar las regiones gentiles, pasó muy pronto de allí, y por Sidón se dirigió a Galilea. Para ir allá pasó por entre los confines de Decápolis.

Era la Decápolis una confederación de diez ciudades, como lo dice su nombre paganas en su mayor parte, dependientes de la autoridad romana y enlazadas entre sí para mutua defensa, sobre todo contra los beduinos. Aunque fueron diez al principio, luego fueron más, hasta diecisiete. Casi todas las ciudades estaban situadas al oriente del Jordán, y más que un territorio continuo, formaban una mera confederación de ciudades separadas. Aunque, como hemos dicho, paganas en la mayor parte de su población, el Maestro las visito mucho y en ellas obró no pocos milagros, según nos refiere San Mateo.

En este viaje hizo uno que nos cuenta así San Marcos:

"Salió Jesús de los confines de Tiro y por Sidón vino al mar de Galilea entre los términos de la Decapolis. Y le trajeron un sordo-mudo, y le rogaban que le impusiese sus manos".

"Y tomándole aparte de la turba le metió sus dedos en los oídos, y con su saliva tocó su lengua, y mirando al cielo exhaló un gemido, y le dijo: Effeta, que significa: Ábrete. Al punto se abrieron sus oídos y se soltó el impedimento de su lengua, y hablaba bien.

"Mandóles que no lo dijesen a nadie. Pero cuanto más el les mandaba, tanto más ellos lo publicaban, y tanto más se maravillaban diciendo: Todo lo ha hecho bien: ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos".

Algunos dicen que este sordo no debió serlo de nacimiento, porque desde que Jesús le dio el oído empezó a hablar rectamente, lo cual supone que ya antes había hablado. Pero este es bien pobre fundamento, porque quien le dio la facultad de poder pronunciar, bien pudo darle la facultad completa de hablar.

Si en otras ocasiones, mucho más en este viaje se nota el empeño de Jesús de pasar desconocido por aquellas tierras; por eso a la Cananea no atendió hasta que estuvo dentro de casa, y a este sordomudo no le curó sino después de haberle separado de las turbas, y luego le veremos seguir igual conducta. Pero no podía impedirse que los que habían recibido tales gracias las tuviesen ocultas.

También es notable en esta narración que Jesús, a pesar de tratar con gente que más que otro lenguaje debía usar el griego, el se valía del arameo, porque aramea es la palabra Effeta; y como igualmente en otras ocasiones Jesús se valió de palabras arameas, suelen deducir que fue aramea la lengua que Jesús usó en su vida y predicación.
(R. P. Villarino Ugarte, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, pag.332-333)

 

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Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - Curación de un sordomudo

El evangelista San Mar­cos cuenta en particular uno de los milagros que entonces rea­lizó nuestro Señor. Esta narración está en el capítulo 7 de su evangelio, versículos 31 y siguientes, y es como vais a oír:

Y, habiéndose de nuevo partido de los términos de Tiro, vino por Sidón al mar de Galilea por en medio de los términos de la Decápolis.
Y le traen un sordo y mudo, y le supli­can que ponga sobre él la mano.
Y, habiéndole sacado de entre la turba aparte, metió los dedos suyos en la oreja de él, y, escupiendo, tocó su lengua. Y; alzando la vista al cielo, dio un gemido, y le dice: «Effetha», que es: Abrete. Y al punto se abrieron los oídos de él y se soltó la atadura de su lengua, y habla­ba perfectamente.
Y seguidamente les encargó que a nadie lo dijesen; pero, cuanto más lo encarga­ba, tanto más ellos lo pregonaban.
Y mucho más se pasmaban, diciendo:
Muy bien lo ha hecho todo; a los sordos
hace oír, y a los sin habla, hablar.

Vamos a explicar los milagros de nuestro Señor que nos ha contado en los versículos … que nos cuenta el evangelista San Marcos.

Para comentar este episodio evangélico declararemos con brevedad los puntos siguientes: primero, las circunstancias en que se realizan todos estos milagros; después, la manera par­ticular como hace el Señor el milagro que cuenta San Marcos y, por último, la impresión que estos milagros produjeron en aquellos que los contemplaban.

[…] abandonó (el Señor) los confines de Tiro, se dirigió hacia Sidón y desde allí volvió a Palestina.

En esa región el Señor no pudo permanecer oculto; le conocieron pronto, y, tal vez porque no había llegado hasta allí la persecución de los escribas y fariseos, volvió a congregarse de nuevo en torno suyo una muchedumbre. Veremos, por la narración que sigue a esta que comentamos hoy, que esa mu­chedumbre era muy grande. Era una de esas muchedumbres que el Señor había encontrado en su camino en el segundo año de su vida pública, cuando su predicación, su trabajo apostólico, iba, por decirlo así, de triunfo en triunfo.

Estas son las, circunstancias de tiempo y de lugar en que el Señor realizó los milagros que ahora comentamos. El evan­gelista San Mateo dice que los milagros fueron muchos. Le traían al Señor una verdadera muchedumbre de enfermos, que depositaban a sus pies, y el Señor los curaba a todos. Ya veremos la consecuencia que trajo esta muchedumbre de cu­raciones y qué ocasión dio a nuestro Señor para de nuevo manifestar su misericordia a aquellas gentes que iban errantes como ovejas sin pastor.

De entre esa muchedumbre de enfermos curados por el Señor, el evangelista San Marcos menciona uno que era sordomudo, y refiere con toda puntualidad de qué manera, por qué medios le curó el Señor de su enfermedad.

Los evangelistas nos dicen que ese enfermo fue lle­vado a Jesús por otras personas, las cuales intercedieron por él, suplicando al Señor que le impusiera las manos, o, lo que es igual, que le curara imponiéndole las manos. El Señor se resolvió a curarlo, y lo hizo de este modo: apartó al enfermo de la muchedumbre, se retiró con él. Cuando estuvieron solos, introdujo sus dedos divinos en los oídos del enfermo, tocó su lengua con su propia saliva, pronunció la palabra Ábrete en la lengua que entonces se hablaba en Palestina, en arameo, palabra que lo mismo podía significar el desatarse la lengua para hablar que el abrirse los oídos para oír, y el enfermo en­tonces recobró el habla y recobró el oído.

A esto añade el evangelista San Marcos otro pormenor.

Dice que el Señor gimió y como que se estremeció antes de realizar este milagro y después de haber levantado los ojos al cielo. Todo es claro en esta narración, y únicamente se ne­cesita averiguar, si es posible, las causas de esta manera de proceder algo singular y algo extraña que el Señor emplea en el milagro presente. En otras ocasiones, el Señor cura a los enfermos o imponiéndoles las manos o diciéndoles algunas pala­bras; en esta ocasión el Señor emplea toda una serie de ce­remonias. ¿Por qué estas ceremonias? ¿Por qué estas acciones de nuestro Señor para curar al sordomudo? Esto es lo único que puede quedar oscuro después de haber referido la narra­ción del evangelio, y éste es uno de aquellos puntos en que nadie puede dar una respuesta definitiva y cabal.

Cuando el Señor no se ha dignado manifestar a los hom­bres de una manera clara por qué realizaba determinadas ac­ciones, los hombres no pueden hacer otra cosa que conjetu­rar, apoyándose en la analogía que guarda el hecho con otros hechos del Evangelio, en la condición de Jesucristo o en la condición de las personas que recibían aquel milagro. En general, se puede decir que nuestro Señor quiso mostrar en sus milagros toda su omni­potencia y majestad, toda su misericordia y su amor, y para esto fue cambiando las condiciones de los milagros. Unas ve­ces hacía una manifestación pura y simple de su poder y otras veces se valía de las cosas criadas como instrumento para realizar el milagro; así aparecía más ampliamente su omni­potencia divina. En esta ocasión llegó a realizar el milagro valiéndose de estas acciones, ciertamente muy significativas, que nos cuenta el sagrado evangelio de San Marcos.

Miradas espiritualmente estas acciones, cierto, son de un gran significado; pero, aun ateniéndose al comentario literal en los términos del evangelio, creo que podemos descubrir una finalidad de ese procedimiento de nuestro Señor, y la finalidad es ésta: el Señor solía exigir a aquellos en quienes realizaba el milagro que avivaran su fe, y una manera de avi­var la fe del sordomudo era esta de apartarse de la muche­dumbre, de hacer con él esas acciones. Todo esto daba ocasión a que el ánimo del enfermo se fuera dispo­niendo para recibir dignamente este beneficio del Señor. Los milagros del Señor no se han de mirar de una manera muy material; hay que pensar que los milagros de Jesucristo tam­bién son predicaciones de Cristo, medios de que Él se vale para iluminar las almas y para encender los corazones, vehículos de su gracia sobrenatural; y por esto no se contenta el Señor con dar materialmente la salud, sino que además pro­cura que la salud corporal vaya acompañada de la salud es­piritual. Que al lado de ese beneficio material y temporal, el hombre sepa aprovecharse de los beneficios espirituales que con el beneficio material le otorga la misericordia divina.

Que las acciones son significativas, lo habéis podido ver vosotros sin necesidad de más comentario. Cierto; cuando se quiere llevar un alma a Dios, lo primero es apartarla del tumulto de las gentes, del tumulto de la conversación humana, del tumulto de los pensamientos y preocupaciones humanas. Esto es lo primero que se hace. Cuando se quiere convertir un alma a Dios, se la invita a la soledad y al recogimiento, para que en el recogimiento y en la soledad encuentre a su Dios. Y este apartar el Señor al sordomudo de la muchedum­bre puede muy bien simbolizar esto de apartar las almas del tumulto de las cosas criadas para que vean y oigan las inspi­raciones santas del Señor.

Las almas, cuando están lejos de Dios, se suelen compa­rar con cuerpos enfermos, mudos, sordos, ciegos. Ciertamente, un alma que está apartada de Dios no tiene oídos para oír las santas inspiraciones del Señor, no tiene ojos para ver las luces del Espíritu Santo, no sabe hablar de las cosas es­pirituales; su lenguaje es terreno, sus pensamientos son terre­nos, y tiene como cerradas las puertas del alma a todo lo que sea sobrenatural y divino.

Abrir el alma a estas luces de lo alto, a esas inspiraciones del Espíritu Santo, a esos beneficios celestiales, es algo que se puede significar muy bien con abrir los oídos a un sordo o con desatar la lengua de un mudo. Parece que el Señor podía indicar muy bien, y quizá indicaba con estas acciones, qué es lo que hemos de hacer nosotros cuando queramos acercarnos a Dios: apartarnos del tumulto de las cosas criadas y luego prestar oído atento a las inspiraciones del Espíritu Santo y disponernos a glorificar al Señor con toda nuestra vida.

Ora el Señor para que aprendan los hombres, siempre que reciben un beneficio celestial, a levantar los ojos al Pa­dre de todas las misericordias, a ver a Dios en esos favores que se les hace; y ora con gemidos; de un lado, para dar a entender el fervor divino de su oración, cómo es su corazón el que trabaja allí, el que se esfuerza allí, y, de otro lado, para mostrar la misericordia que tiene hacia los que sufren, hacia todos los hombres que son víctimas del pecado primero y que van cargados con esa herencia de lágrimas y de dolor. La mi­sericordia y el fervor le hacen como gemir y como clamar. Ciertamente, con eso nos descubre cuál es su misericordia y cómo recibe Él a las almas enfermas cuando las almas saben apartarse del tumulto de las cosas criadas, cuando saben abrir sus oídos a las voces de Dios, a las palabras de Dios, que ha­bla en el recogimiento a nuestro propio corazón, y entonces es cuando experimenta las misericordias del Señor, que por nosotros intercede, por nosotros se apena y sobre nosotros de­rrama la muchedumbre de sus beneficios celestiales.

Esto es todo lo que nosotros podemos como conjeturar acerca de las causas que obligaron al Señor a realizar el mi­lagro presente en circunstancias tan singulares; esto es todo lo que nosotros podemos ahora decir.

Pero hay, después de este milagro y después de la narra­ción evangélica acerca del mismo, unas palabras que se re­fieren a la impresión que este milagro produjo en las muche­dumbres que lo presenciaron; porque, aunque el Señor se apartó de las muchedumbres con el sordomudo para curar­le, todavía el sordomudo, curado ya por el Señor, volvió glorificando a Dios, y las muchedumbres pudieron ver cómo había realizado el milagro, y el evangelista nos dice la impresión que esto produjo en las muchedumbres. La primera impresión fue un como desbordarse de entusiasmo: el Señor les había mandado que guardaran silencio, que no divulga­ran aquel prodigio, y las muchedumbres, sin poder contenerse, cuando más recomendaba el Señor silencio, más clamaban glorificando a Dios. Es el caso que ya hemos encontrado otras veces; un caso que no hay que interpretar como una desobediencia obstinada o como un desprecio de las palabras y de las órdenes de Jesús, sino más bien como algo que no se puede evitar. El Señor daba muestras de su modestia, de su humildad, de su prudencia divina, encargando que se guar­dara el secreto acerca de aquel milagro, y las muchedumbres daban testimonio de su agradecimiento, de su amor y de su entusiasmo no enterándose de la palabra de Jesucristo y cla­mando para glorificarle y glorificar al Padre celestial.

No hay siempre que interpretar los hechos del evangelio como si hubiera una oposición moral entre lo que ordena el Señor y lo que hacen aquellos que contemplan sus milagros, sino como algo que brota espontáneamente, y que, teniendo las apariencias de una desobediencia, propiamente no lo es. ¿No concebís vosotros que, si el Señor se dignara realizar en nuestros propios ojos, en nuestra presencia, uno de estos milagros, nos quedaríamos como sordos para oír toda palabra en que nos recomendara silencio y circunspección, y no sa­bríamos otra cosa sino desbordar nuestro entusiasmo, nues­tra gratitud y nuestro amor? Pues esto que nos acontecería a nosotros aun deseando complacer al Señor, aun deseando obedecer sus palabras, es lo que acontecía a aquellas muche­dumbres.

Lo primero de todo fue, pues, un desbordarse de entu­siasmo. ¡Ojalá que cuantas veces recibimos un beneficio del Señor se desbordara así la gratitud nuestro corazón! ¡Ojalá que no nos olvidáramos con tanta facilidad de los benefi­cios recibidos, contentándonos con alegrarnos de nuestro bien y olvidándonos de dar a Dios las gracias que se le deben por sus misericordias!

En medio de ese entusiasmo, de ese como desbordarse de las muchedumbres, se oyó una palabra de alabanza. En parte, esa palabra de alabanza eta como el recuerdo de una antigua profecía: el profeta Isaías había dicho que en los tiempos mesiánicos andarían los cojos, verían los ciegos, oirían los sordos y hablarían los mudos, y al decir eso: hace hablar a los mudos y hace oír a los sordos, parece como que es­taban aludiendo a esa profecía de Isaías, parece como que estaban confesando por Mesías a Jesús; a su modo entien­den esta palabra

A aquella alusión se añadía una alabanza clara: Todo lo ha hecho bien. Esa alabanza es una de aquellas palabras hermosísimas del santo evangelio que jamás se deberían olvidar, jamás se deberían borrar de nuestra memoria y de nuestro corazón, y que ellas solas bastan para santificar toda una vida. Muchas veces os habrá atormentado a vosotros (nos ha atormentado a todos, porque, al fin y al cabo, el Señor nos ha dado esta buena voluntad) el deseo de imitar a Jesucristo, y de imitarle muy de cerca, y de imitarle con mucho amor. Quizá en esas ocasiones se os han presentado ante el pensamiento mil maneras de imitar a Jesucristo, y quizá, recordando, por ejemplo, sus virtudes, habéis ido mirando cuáles podíais vosotros realizar de nuevo y cuáles no podíais, cuáles podíais imitar de una manera exacta y cuáles no podíais imi­tar, y quizá también algunas veces ha entrado como el desco­razonamiento, la desilusión, el desencanto en vuestra alma al ver las cumbres por las que caminaba nuestro Redentor divino y al mirar, por otra parte, la propia debilidad, que es in­capaz de subir a esas cumbres. ¡Quién sabe! Quizá muchas veces estos pensamientos han cruzado por vuestra mente, y entonces os habréis preguntado: ¿Qué haré yo para imitar a Jesucristo? ¿Tendré yo que cambiar completamente mi vida? ¿Tendré que salirme de las circunstancias en que me veo obligado a vivir? ¿Tendré que tomar otra senda, como si tuviera otra vocación? ¿Qué tendré que hacer? ¿Estará la santificación de mi vida en algo resonante y decisivo que en un momento me transforme y me cambie, de modo que yo deje de ser el que soy y comience a ser el que Dios quiera? Parece que a todos estos titubeos, a esta desorientación del alma y a estos anhelos del corazón responde maravillosamen­te esta frase del evangelio: Todo lo ha hecho bien.

Apoyándonos en aquella palabra de San Pablo, en la cual se decía: cada uno permanezca en la propia vocación, es de­cir, en las circunstancias en que Dios nuestro Señor le ha puesto, en vez de pasarse la vida discutiendo si aquellas cir­cunstancias son más favorables o más desfavorables a la vir­tud, si por ahí se puede uno santificar con más facilidad o con menos facilidad, se debe poner la intención, el pensamiento, el corazón, en santificar cada una de las cosas que se traen entre manos, sean cosas pequeñas o cosas grandes, cosas sin trascendencia o cosas muy trascendentales, cosas públicas o cosas muy ocultas, cosas individuales o cosas colectivas; como las hagamos bien, ciertamente imitamos a Jesucristo y ciertamente agradamos a Dios nuestro Señor.

Y el camino corto y sencillo para santificarnos, para imitar a Jesús, para acercarnos a Dios, es este camino de hacerlo todo bien, desde lo pequeño hasta lo grande, desde lo más individual a lo más colectivo, muy familiar o muy social. Hacer las cosas bien; es decir, hacer las cosas guiados por el Espíritu del Señor, con la recta intención de seguir las santas inspiraciones del Espíritu; hacer las coas bien, no buscándonos a nosotros en las cosas que hacemos, ni dando pábulo a nuestras pasiones, sino procurando satisfacer deseos dormidos de nuestro corazón, sino olvidándonos de ellas para sacar a Dios nuestro Señor; hacer las cosas bien, o, lo que es igual, hacerlas en unión con Dios, porque lo mismo que se une la mente con Dios cuando está recogida en la oración, puede unirse cuando está en medio de su trabajo cotidiano, y aun en medio de esos afanes y esos apremios que las circunstancias de la vida tienen muchas veces, hacer la cosa uni­dos a Dios, hacerlas bien; es decir, no hacerlas guiados por criterios humanos o por la prudencia de la carne y de la san­gre, sino por la palabra del Señor, con fe en esa palabra, sin discutirla, sin pensar en las consecuencias que esa palabra puede tener: he cumplido la palabra del Señor, y esto me basta; hacer las cosas bien, es decir, no hacer las cosas con solicitud inmoderada del éxito o del fracaso, con la solicitud inmoderada del provecho o del perjuicio, de la honra o de la deshonra, del gusto o del sacrificio, sino dejando aparte todas estas cosas, como quien se abandona en Dios, cumple la pa­labra divina y sigue las inspiraciones del Espíritu Santo; en una palabra, mira únicamente a Dios.

Una vida que se lleva así podrá desenvolverse en cosas triviales, como, por ejemplo, se desenvolvió la vida de San Benito de Labre, pidiendo limosna de puerta en puerta, des­preciándolo todo, pasando desconocido, o podrá desenvolver­se en una acción tan intensa, tan universal como la acción de San Ignacio de Loyola o como la acción de un San Pablo; pero no por eso al que Dios haya elegido para esas cosas más menudas o pequeñas se santificará menos que aquel otro a quien Él haya elegido para cosas más grandes, universa­les. Únicamente está el secreto de la santificación en que se haga bien aquello que está conforme con nuestras circunstancias y con nuestra vida, y el secreto de nuestra santificación está en que Dios nos haya elegido para una vida humilde o para una vida gloriosa, para una vida muy escondida o para una vida muy notoria o pública. Ahí está el secreto de la santifica­ción, y todo eso es lo que está encerrado en esas palabras: hacerlo todo bien, y mirando al Señor lo mismo cuando toma el alimento que cuando está en el monte tratando con el Pa­dre celestial, lo mismo cuando soporta pacientemente las in­jurias de sus enemigos que cuando impera a los vientos y a los mares, lo mismo cuando se oculta con timidez divina que cuando da rostro a sus enemigos y con una palabra los de­rriba. Mirando al Señor, se ve que siempre todo lo hace bien, y la gran defensa de su vida, y el aroma divino que esa vida esparce, y la gran predilección suya, predicación tácita y efi­caz que debía llegar hasta el fondo de los corazones, está en esa vida inmaculada, en esa vida santísima.

Si pensáramos que por ese camino podemos llegar nos­otros a ser verdaderos apóstoles de Jesucristo y que no pase un instante de nuestra vida en que no estemos practicando su Evangelio y convirtiendo los corazones, si pensáramos es­to, ¡Cómo amaríamos esa frase hermosísima del Evangelio y cómo la llevaríamos escrita en el corazón! ¡Todo lo hizo bien! Yo no sé si Dios me elige para cosas grandes; pero, haciendo bien lo que hago, las acciones cotidianas que lle­nan mi vida, yo podré ser un gran apóstol. Porque esas ac­ciones son santificar almas, convertirme a mí mismo en sal de la tierra y luz del mundo; esas acciones son una predica­ción incesante, la mejor de las predicaciones, que es la pre­dicación de una vida humilde, abnegada; de una vida pura, de una vida santa, de una vida conforme con la voluntad del Señor.

Esta es la gran enseñanza, la principal de este episodio evangélico, y éste es el recuerdo que debe quedar en nues­tro corazón de la lección sacra de hoy: todo lo hizo bien.

Miremos esta palabra muchas veces, confrontemos con ella nuestra propia vida, propongámonos con amor fervoroso convertirla en norma de todas nuestras acciones, y entonces mereceremos que el Señor nos diga aquella palabra del ser­món del Monte: Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo. Y si hemos sido sal de la tierra y luz del mundo, hemos conquistado para nosotros la corona eterna de mu­chísimas almas a quienes pudimos salvar y pudimos santificar con esa vida inmaculada. ¡Quiera el Señor que de tal manera se quede grabada esa palabra en nosotros, que sea el comienzo de una vida santa y que un día merezcamos esta corona que está reservada a los que imitan al Señor y todo lo hacen bien!
(ALFONSO TORRES, SJ, Lecciones Sacras, Lección V, BAC, Madrid, 1968, pp. 340-351)



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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Curación del Sordomudo

El evangelio nos acaba de relatar, amados hermanos, uno de los milagros del Señor. Se trataba de un sordomudo, o mejor, como dice el texto griego, de un sordo-tartamudo a quien Jesús abrió los oídos taponados y liberó su lengua trabada. Resalta ante todo en este hecho la eficacia omnipotente de la palabra de Cristo. Bastole con decir Éfeta —vocablo arameo que significa Ábrete— para que esa lengua se destrabara y ese oído quedara expedito. Tan grande es el poder de la palabra de Dios. Es la misma Palabra que al comienzo de la historia sacó las cosas de la nada: Dios dijo, y la luz fue hecha, leemos en el Génesis. La palabra divina es eficaz, realiza lo que expresa, como lo afirmó el mismo Señor por boca del profeta: "La palabra que sale de mi boca no vuelve a mí sin resultado, sin haber logrado lo que yo quería".

Nos dice el evangelio que a la vista del milagro de Jesús, la multitud lo aclamó entusiasmada: "Todo lo ha hecho bien". Palabras que extrañamente nos traen el recuerdo de aquellas otras que se leen en el Génesis, culminando el relato de la creación del mundo: Dios vio lo que había hecho, y era bueno. Pero no nos extrañemos demasiado: el Hijo de Dios, en su obra redentora, procede con la misma sabiduría, con la misma bon­dad, que en la obra creadora. La redención es, en cierto modo, un retomar el designio primitivo de la Creación, trunco por el dedo del hombre, por ese pecado cuya trágica consecuencia sufre precisamente el enfermo de nuestro evangelio.

Hay otro detalle de este milagro que sin duda nos habrá llamado la atención: Cristo no se vale tan sólo de su Palabra para curar, sino que además recurre a gestos e incluso a elementos de este mundo. Así como al crear al hombre, el Señor tomó tierra y le insufló su Espíritu, de manera semejante Cristo usa ahora su saliva, mojando con ella la lengua enferma, y toca con sus dedos el oído obtuso. No es raro, ya que frecuentemente se lee en el evangelio que Jesús obraba sus curaciones tocando a los enfermos o dejándose tocar por ellos. Lo que el Señor nos quiere dar a entender mediante esos gestos ("porque también los hechos del Verbo, son verbos" dice San Ambrosio) es que su salvación nos llega a través de lo sensible, a través del contacto con su cuerpo, con su naturaleza humana. Tocó al enfermo, le humedeció su lengua. Estas circunstancias destacan el papel de la humanidad de Cristo, instrumento de su poder divino. Resulta impresionante saber que Dios no se acerca a nosotros solamente con su Palabra espiritual sino que además nos toca, saber que Dios llega a nosotros a través de las manos de Cristo, de su saliva. Y así cura nuestra alma y nuestro cuerpo, como lo hizo con el lisiado del evangelio; los dedos del Señor, que se hundieron en las orejas del enfermo, no sólo abrieron sus oídos al sonido humano, sino también a la palabra de Dios; y la saliva divina, puesta sobre la lengua de ese tartamudo, no sólo la liberó de su traba natural, sino que le comunicó la agilidad necesaria para orar y para cantar la gloria de Dios.

Así fue la curación del sordo-tartamudo. Parece evidente que San Marcos, al incluir este episodio en su evangelio, pretendió significar algo más que la simple curación taumatúrgica de un enfermo individual. En su sufrimiento, el sordo-tartamudo se revela como el representante típico de una humanidad cerrada a la voz de Dios e incapaz de alabar al Señor. Así pareció entenderlo la Iglesia por el hecho de hacer escogido los mismos gestos de Jesús para elaborar su ritual del Bautismo, haciendo repetir en la administración de este sacramento las acciones y palabras que usó el Señor para curar al enfermo de nuestro evangelio: el sacerdote toca con el dedo pulgar los oídos del que se bautiza mientras dice: Éfeta, abríos. Y no pensemos que la Iglesia obró de manera arbitraria al determinar un ritual similar. Porque realmente en el evangelio de hoy se describe lo que éramos antes de Cristo, antes de nuestro bautismo. Sin Cristo y sin el bautismo éramos espiritualmente sordos, sólo capaces de escuchar la voz de "la carne y de la sangre", pero no la voz de Dios; sin el bautismo éramos espiritualmente tartamudos, indig­nos y privados del derecho de llamar a Dios "Padre nuestro", incapaces de decir siquiera "Señor Jesús" ya que, como enseña San Pablo, nadie puede decir tal cosa "sin la ayuda del Espíritu Santo".

Por el bautismo henos aquí capacitados para comprender el lenguaje de Dios, el lenguaje de la fe; gracias a nuestro bautismo podemos percibir la voz de Dios, que nos habla exteriormente, mediante la enseñanza de la Iglesia, pero también interiormente, ya que El habita en nuestros corazones por "la palabra sembrada en nosotros". Asimismo, en razón del bautismo, nuestra lengua trabada por el pecado quedó libre de impedimentos, dispuesta para la confesión de la fe; como sucedió con San Pablo quien, ni bien bautizado, se puso a predicar a Jesús en las sinagogas, proclamando que era el Hijo de Dios; antes había hablado contra Cristo y sus discípulos, él, que era un perseguidor de todo lo que llevara el nombre de cristiano; ahora, gracias al bautismo, poniendo al servicio del Señor todas sus capacidades humanas, su inteligencia, su dinamismo, sus ímpetus incluso, anuncia con intrepidez a Cristo crucificado y resucitado.

Algo similar ha sucedido con nosotros: el bautismo ha desatado nuestras lenguas para permitimos renunciar a Satanás, para permitirnos proclamar nuestra fe en la Trinidad, no sólo en el momento del bautismo, sino a lo largo de toda la vida, y si es necesario incluso delante de los tribunales; el bautismo, incorporándonos al cuerpo de Cristo, ha desatado nuestra lengua tartamuda, permitiéndonos orar a Dios, nuestro Padre, desde el seno de la Iglesia; como cristianos, podemos pronunciar pala­bras de oración en Cristo, que es la Palabra, el Verbo de Dios, podemos rezar, por Él, con Él y en Él, según se dice en la misa.

Tal es la interpretación más común que hicieron los Santos Padres del evangelio que nos ocupa. La curación del enfermo afectado de sordera simboliza así la conversión de la fe, o mejor, el nacimiento de la fe en el hombre, ya que, como dice la Escritura, "la fe es por el oído". Y una vez curado de la sordera de su infidelidad, el tartamudo comenzó a hablar "alabando a Dios", según aquello de San Pablo: "he creído, y por eso hablo".

Amados hermanos, el Bautismo no es para nosotros un episodio que se pierde en las brumas de un pasado quizá ya remoto. Es un hecho actual, siempre presente. El Bautismo ha grabado en nosotros un "carácter" permanente, una gracia que rebrota siempre de nuevo. Si el Bautismo ha abierto nuestros oídos a las cosas de Dios, no tenemos derecho a traicionarlo dejándonos seducir por el lenguaje del mundo que se opone al evangelio —no nos referimos al mundo en sentido bueno, al mundo hecho por Dios, que Dios vio que era bueno, sino al mundo que rinde culto al espíritu de orgullo, al dinero y al placer o, si se quiere, al espíritu del mundo. Abramos, en cambio, nuestros oídos a los criterios del evangelio, de la Iglesia, a su jerarquía de valores, a su enseñanza acerca del sentido cristiano de la vida, del trabajo, de la justicia, de la caridad. Oigamos hoy de nuevo la voz de Cristo que, tocando nuestros oídos, nos dice: Éfeta, abríos.

Dios requiere de nosotros un espíritu de apertura. Apertura para recibir las inspiraciones de Dios, apertura para hablar a Dios y para hablar de Dios, apertura para dar y para darnos en caridad, apertura para transmitir lo que tenemos a los demás, para amar a los pobres, a los pobres en dinero, que son quizá desagraciados, pero también y sobre todo a los pobres en la fe, aquellos a quienes les falta lo único necesario, el conocimiento de Jesús, el Salvador, apertura para edificar la Iglesia, para comprometerse al servicio de la Iglesia, para ser constructores de catedral. Éfeta, dijo Jesús, y nos lo sigue diciendo cada día a nosotros. Siempre de nuevo será preciso abrirnos a Dios y cantar su gloria. Salir de la soledad de nuestra sordera y del aislamiento de nuestra tartamudez, y entrar en comunión con Dios y con nuestros hermanos.

Nuestros oídos se abren, nuestras lenguas se liberan. Quizá en ningún lugar con tanta verdad comoo en el Santo Sacrificio de la Misa, en cuya primera parte, llamada liturgia de la Palabra, nuestros oídos están atentos a la palabra de Dios, proclamada en la lectura, meditada y comentada en la predicación; y en cuya segunda parte, llamada liturgia de la Eucaristía, nuestros labios se abren para alabar, como es justo y necesario, para dar gracias, como es nuestro deber y salvación, se abren para cantar el Sanctus en unión con toda la Iglesia, se abren para consentir al Sacrificio de Cristo renovado sobre el altar, se abren para atreverse a decir Padre nuestro. Pronto nos acercaremos a comulgar, a recibir el cuerpo de Jesús. Pidámosle que nos trate como al enfermo del evangelio, que toque nuestro oído para hacerlo cada vez más atento a sus palabras, que son palabras de vida; que moje nuestra lengua para que no se avergüence de proclamar las maravillas de Dios.
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida, Homilías dominicales y festivas. Ed. Gladius, 1993, pp. 244-248)




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Aplicación: R.P. Ervens Mengelle, I.V.E. - La Confesión

El evangelio del domingo pasado nos permitió reflexionar sobre la necesidad de purificar el corazón y, en consecuencia, de los actos del penitente en el sacramento de la Confesión, en particular del primero llamado contrición. El episodio de hoy nos permite continuar reflexionando sobre ello.


1. La situación del hombre
Es interesante notar varios particulares de la narración evangélica.

En primer lugar, el encuadre geográfico. Todos los lugares mencionados, Tiro, Sidón, la Decápolis, son todas localidades paganas. La misma Galilea era llamada Galilea de los gentiles, por el hecho de estar limitando con territorios paganos y ser cruce de caminos entre aquellos territorios. Este marco geográfico subraya la validez universal del ministerio de Jesús, mostrando que Jesús era esperado como salvador también por los paganos.

En este sentido, la frase final, pronunciada por la gente en su admiración: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos, es una doble referencia al AT. Primero, veían en sus obras una reedición de las maravillas de la creación (Gn 1,31: vio cuanto había hecho, que todo era muy bueno); pero sobre todo, veían realizarse las promesas escatológicas de los tiempos mesiánicos tal como escuchamos en la lectura del libro del profeta Isaías: se destaparán los oídos de los sordos... la lengua de los mudos gritará de júbilo.

En este sentido, es significativa la condición del enfermo, ya que es alguien incapaz de alabar a Dios por la obra de la Creación y mucho menos por la de la Redención: “El sordomudo es aquél que no abre los oídos para escuchar la palabra de Dios, ni abre la boca para pronunciarla” (San Beda In Marc.). Tenemos por tanto a alguien que no es capaz de recibir la revelación, según lo que enseña san Pablo: la fe viene por el oído (Ro 10,17) y, en consecuencia, no es capaz de alabar a Dios ni de confesar la fe. Por ello, el beneficiario final del milagro de Jesús no son las orejas y la lengua, sino la persona misma del sordomudo, la cual, gracias al milagro, podrá entrar en relación directa con Jesús y los demás hombres. El hombre es restituido a la comunión con los demás hombres, puede comunicar con ellos.

Y así, en tierra pagana, donde todavía no había llegado la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, el que fue sordo y mudo se convierte en vehículo de ella.


2. La acción de Jesús
No deja de ser menos llamativa la “aparatosidad” con que Jesús realiza el milagro. En vez de obrar de manera sencilla, como tantas otras veces, hace toda una “puesta en escena”: le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa “Ábrete”.

El gesto de la imposición de las manos en el NT es atribuido a Jesús como signo de bendición (Mc 10,16; Mt 19,13-15) o como intervención liberadora de alguna enfermedad (Mc 5,23; 6,5; 8,22-26; Lc 4,40; 13,13). Posteriormente, en el tiempo de la Iglesia, el gesto se mantiene para impetrar la curación (Mc 16,18; He 9,12 y 28,8) o como signo de consagración o de entrega de un ministerio (He 6,6; 8,17; 13,3; 19,6; 1Tim 5,22; 2Tim 1,6-7).

En el conjunto no podemos menos de observar como hay toda una acción sacramental, es decir, todo un conjunto de ritos visibles que producen su efecto, en este caso también visible. Vemos que hay gestos, actos y, finalmente, palabras que dan el significado de todo lo realizado. Tenemos aquí toda una prefiguración de lo que es la acción de la Iglesia a través de los sacramentos.

Si resumimos lo realizado vemos que lo que sucede es así: alguien se coloca por sí o por otros ante Dios exponiendo su miseria y solicitando la misericordia de Dios. Dios, movido a misericordia, obra por sí o por su enviado y concede la gracia solicitada. Por ello lo comenta san Beda de la siguiente manera: “el primer paso hacia la salvación es que el enfermo, guiado por el Señor, sea llevado aparte, lejos de la multitud. Y esto sucede cuando, iluminando el alma postrada por los pecados con la presencia de su amor, lo separa del acostumbrado modo de vivir y lo encamina a seguir el camino de sus mandamientos. Coloca sus dedos en las orejas cuando, por medio de los dones del Espíritu Santo, abre los oídos del corazón a entender y acoger las palabras de la salvación. En efecto, el mismo Señor testimonió que el Espíritu Santo es el dedo de Dios, cuando dice a los judíos: si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, vuestros hijos de qué manera los expulsan (Lc 11)... Pues bien, los dedos de Dios colocados en las orejas del enfermo que debía ser curado, son los dones del Espíritu Santo, que abre los corazones que se habían alejado del camino de la verdad al aprendizaje de la ciencia de la salvación...”


3. La confesión de los pecados y sus efectos
Al realizar la confesión de los pecados es precisamente eso lo que hacemos, presentamos a Dios nuestra miseria y disponemos nuestro corazón para que el dedo de Dios actúe en él. Por ello señala el catecismo que “la confesión de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro” (1455).

Y señala más adelante: “Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que han cometido. Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque, como dice san Jerónimo ‘si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora’” (1456).

Incluso, si bien es verdad que “en la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia” (1456), también “la confesión de los pecados veniales se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso” (1458).

Como consecuencia de esta acción, el penitente, al igual que el sordomudo, puede ofrecer una alabanza a Dios y comunicar con los demás hombres. Es lo que señala el catecismo como efecto de la confesión de los pecados: “Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con profunda amistad... Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros. Restablecido o afirmado en la comunión de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes espirituales entre los miembros vivos del Cuerpo de Cristo...” (1469-70).


4. Conclusión
Y, de esta manera, nos unimos al obrar de Dios: “El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados; si tú también te acusas te unes a Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes hablar del hombre, es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú has hecho para que Dios salve lo que Él ha hecho... Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz” (san Agustín en 1458; cf. 1471).

Y este comienzo permite una acción más plena, como el sordomudo que empezó a hablar rectamente: “En efecto, dice san Beda, habla correctamente, sea confesando a Dios, sea predicándolo a los otros, sólo aquel cuyo oído ha sido liberado por la gracia divina de modo que pueda escuchar y cumplir los mandamientos celestiales, y cuya lengua ha sido puesta en grado de hablar por el toque del Señor, que es la Sabiduría misma. El enfermo así curado puede decir justamente con el salmista: Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza (Sal 51,17)
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)


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Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario - Año B Mc. 7:31-37

1.- Jesús curó el sordo y mudo. Pidámosle que nos cure de nuestra sordera y mudez. Nosotros también podemos ser algo sordos y mudos.

2.- Nosotros somos sordos para oír a los demás. Es frecuente que nos guste contar nuestras cosas, pero también es frecuente que no nos guste escuchar las de los demás.

3.- Hoy hay mucha falta de comunicación. A veces, incluso dentro del matrimonio. Para escuchar a otro no basta poner la oreja. Hay que sintonizar con su corazón. Esto exige esfuerzo, tiempo y sacrificio, pero saber escuchar es una gran obra de caridad. Muchas personas necesitan desahogarse y no tienen con quién hacerlo. Alguien dijo: «Tendré que ir a hablar con el espejo, que es el único que me escucha».

4.- También somos mudos porque muchas veces callamos en lugar de defender nuestra fe. El respeto humano es muy frecuente entre los católicos. Nos da vergüenza que nos puedan llamar antiguos, tradicionales, carcas, etc.

5.- Habrá momentos en que lo prudente sea callar. Pero otras el callarse es por cobardía en defender la verdad, el Evangelio, la Iglesia, la moral, la virtud, etc.

6.- Pero peor que la sordera del oído es la del corazón: no queremos oír la voz de Dios. No hay peor sordo que el que no quiere oír, y cerrarse a la fe es una desgracia.

7.-El Evangelio que acabo de leer dice que Cristo todo lo hizo bien. Y San Pedro hablando de Jesús dijo que pasó por el mundo haciendo el bien. ¿Y yo?

8.- Cristo liberó al sordo de un mal físico. Y a toda la humanidad del pecado. Muchos de los que hablan de la libertad del hombre lo que hacen es esclavizarnos a nuestras pasiones.

 

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EJEMPLOS PREDICABLES

Un filósofo desengañado

Danos pruebas

Que nos hablen de lo que es importante

Estamos en buenas manos



Un filósofo desengañado.
Un miembro del Directorio francés, llamado Lepaux, había conseguido, tras muchos quebraderos de cabeza, descubrir una nueva religión, llamada por él Religión de la Filantropía (palabra griega que significa amor a los hombres), pero no conseguía conquistar ningún adepto. Llegóse en esto al ministro Talleyrand para quejarse de su mala fortuna, el cual le contestó con gran agudeza: "Ninguna maravilla me produce su fracaso. Si desea usted un éxito lisonjero, vaya y haga milagros: cure a los enfermos, resucite a los muertos, y luego hágase crucificar y sepultar y resucite al tercer día. Yo le garantizo que todo el mundo le seguirá." El filósofo retiróse de la entrevista corrido y avergonzado. Los enviados de Dios deben confirmar sus palabras con milagros.
Dadnos las pruebas

Dadnos pruebas
En la India Oriental, donde San Francisco Javier trabajó con tan admirable éxito con sus misiones, se hallan aún diseminadas algunas pequeñas cristiandades, cuya conversión se remonta al tiempo de las predicaciones de aquel gran Apóstol de las Indias. A uno de estos villorrios católicos, situado en la montaña, llegó un misionero protestante, el cual reunió la comunidad y le predicó su evangelio. Aquellas gentes, empero, le preguntaron si había sido enviado a ellas por el Papa de Roma, como Francisco, a lo que el protestante contestó con una sarta de groseros insultos contra el Papa y la religión católica, a la cual calificaba de idolatría. Adelantóse entonces el jefe del villorrio y dijo al pastor: "Dadnos pruebas de ello, como las daba San Francisco, y creeremos en lo que nos enseñáis." Quiso saber el protestante de qué pruebas se trataba, y ellos le refirieron tres estupendos milagros que en su comunidad había obrado San Francisco. El protestante no pudo dar otra respuesta que callarse y largarse en seguida. También nosotros, al presentársenos los protestantes, los mahometanos y otros predicadores de religiones falsas, hemos de decir como aquel anciano: "¿Donde están las pruebas?" Sabido es, en efecto, que ni Mahoma, ni Lutero, obraron milagro alguno.
(Francisco Spirago, Catecismo en ejemplos, Ed. Políglota, Barcelona, 1941, pg. 45-46)



Que nos hablen de lo importante
Mucha gente está deseosa de que les hablen de Dios; de ese Dios desconocido del que predicó San Pablo (Hech 17, 23), y no encuentran quién les diga algo.
En una ciudad del norte de Francia, hace años, se debatía sobre la contestación en la Iglesia. En medio de una reunión se levanta una chica para gritar: "Todo eso no me interesa en absoluto. Yo soy atea, ¿Por qué no hablan ustedes de Dios?".
(Julio Eugui, Anécdotas y Virtudes, Ed. Rialp, 2ª Ed., Madrid, 1989, nº 326)



Estamos en buenas manos
¿Les extraña ver a los hombres sujetos al dolor, que parece que Dios juega con ellos, y se entretiene en someterlos a las torturas de la tribulación? ¡Ah, sí! Mis hermanos; pero ¡bendito juego en manos de un jugador tan hábil como Dios!

Tal vez alguna vez hemos visto a un prestidigitador que toma unos vasos de vidrio en la mano, y los tira para arriba, y los agarra, y los recoge, y los vuelve a tirar con una rapidez que nos admira. A cada paso creemos que se le van a caer, y se van a estrellar contra el suelo. Pero cuando lo hemos visto varias veces, ya no tenemos miedo de que se le vayan a caer, y nos admiramos de la destreza y seguridad del jugador.

Así Dios obra con los hombres; los eleva y los humilla, los mortifica y vivifica, a pesar de ser vasos de vidrio. Pero no tenemos que tener miedo, ya que estamos en buenas manos que no nos dejará caer para que perezcamos. Confiemos, mis hermanos, en la habilidad y sobre todo en el amor de Dios en medio de esas penas que nos parecen de muerte y pueden ser de vida eterna.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 497)




(cortesia: iveargentina.org et alii)


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