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Domingo 28 del Tiempo Ordinario B - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

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Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Introducción a las lecturas del domingo

 Primera Lectura: Sab 7, 7-11

La sabiduría es el arte de hacer el dueño de la propia vida. En el fondo significa que aprendamos a pensar cómo Dios. La palabra de Dios precisamente desea enseñarnos la manera divina de pensar. No se trata de un conocimiento abstracto o teórico. La sabiduría verdadera nos enseña también como actuar sabiamente. Convirtamos esta lectura en una especie de te suplica. Pedimos a Dios que nos dé la sabiduría y nos haga pensar y sentir como lo hace el autor del libro sagrado.

Segunda Lectura: Hebr 4, 12-13

El comienzo del Evangelio de San Juan nos hace entender que la palabra de la que está hablando este pasaje es una persona, el Hijo de Dios. Cuando leemos o proclamamos algún pasaje de la Biblia en la Hijo de Dios quiere utilizar estas palabras para realizar en nuestro corazón todo lo que menciona este pasaje. La palabra de Dios nunca nos fuerza, nunca nos obliga, nunca se impone a la fuerza. Podemos rechazarla. Esto no significa que nos opongamos expresamente a la palabra de Dios. Podemos rechazarla también por medio de la distracción, de la escucha rutinaria que nos da mucha importancia a lo escuchado, o el simple hecho de no ponerla en práctica. Pidamos al Señor para que la palabra siempre encuentre en nosotros un corazón bien dispuesto.

 

Evangelio: Mc 10, 17-30

El personaje del Evangelio, el joven rico, no ha prestado atención a lo que Jesús le está diciendo. Cuando Jesús delicadamente le dice: “sólo Dios es bueno”, le estaba indicando que se encontraba en la presencia de Dios. Es que le recita los mandamientos de la segunda tabla de los mandamientos de Dios que son las mandamientos que ordenan nuestra vida en relación con nosotros mismos y los demás. Mientras que la primera tabla de la ley de Dios se refiere a los tres primeros mandamientos, es decir, a nuestra relación con Dios. Y cuando Jesús invita a seguirlo de manera radical, nos invita también a nosotros a poner a Dios primero. Quiere decir que nosotros deberíamos dejar de lado todo aquello que nos impide seguirlo a Jesús. ¿O estamos idolatrando a alguna persona o algunas cosas y esto nos impide hacer la voluntad de Dios de todo corazón?

 

Reflexionemos los padres

Cuentan una historia peregrina de una señora a la que regalaron un diamante de dimensiones exorbitantes. Su valor se calculaba en varios miles de millones. Lo colocó en una caja fuerte. Y cada día abría la caja fuerte, sacaba el diamante, lo frotaba con un terciopelo para mantener su brillo, y se quedaba mucho tiempo imaginándose qué cosa podría ella comprar si vendiese el diamante. Nadie podía distraerla. Con mucha energía defendía este tiempo de contemplación e imaginación. Ni su esposo ni sus hijos y, más tarde, ni los hijos políticos ni los nietos tenían el permiso de interrumpir esta ceremonia de cada día. Éste bloqueo se prolongaba cada vez más. Un día se fue de viaje con su esposo y durante su ausencia un ladrón entró en la casa, abrió la caja fuerte y se llevó el diamante. Cuando la señora regresó de su viaje los familiares no querían darle la noticia porque pensaban que le daría infarto o algo similar. Después de muchos rodeos por fin le comunicaron lo que había pasado. Y todo el mundo estaba en suspenso temiendo algo terrible que podría pasar, de cómo reaccionaría. La señora estaba con los ojos cerrados y durante un largo tiempo guardaba silencio. Al final abrió los ojos y les dijo: “Me siento aliviada, me siento como liberada. Me doy cuenta que tengo algo mucho más precioso y no le he prestado la suficiente atención. Los tengo a ustedes”. A partir de ese momento la señora era accesible en todo momento para sus familiares.

Es una historia curiosa. Pero sirve para reflexionar si hay cosas, situaciones o hábitos que impiden que los demás se acerquen a uno, que impiden relacionarse con Dios. La liberación de la señora consistía en estar disponible, en estar libre para relacionarse con Dios y con los demás. Posiblemente el joven rico dejando sus riquezas y siguiendo a Jesús se habría convertido en un apóstol más, conocido y venerado a través de los siglos.

 

Reflexionemos con los hijos

Vamos a ayudarnos mutuamente para entender el evangelio. Lo vamos a hacer de la siguiente manera. Por turno cada uno hace la pregunta del joven el Evangelio: “"Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" Y el vecino le contestará con las palabras de Jesús: " ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno, Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". Ojalá que podamos responder como el joven: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Luego todos los demás vamos a tratar de imaginarnos qué es lo que diría Jesús luego respecto a la cosa que le falta en este momento para poder seguir a Jesús en la vida diaria. Y entre todos vemos cuál es las cosas que mejor se adapta al que ha preguntado. . Por eso vamos hacer primero un silencio y pedir al Espíritu Santo para que nos ayude a ayudar. También nosotros los padres vamos hacer la misma pregunta y ustedes nos van a ayudar también a nosotros. (¿Qué sorpresas vamos a encontrar?)

 

Relación con la Santa Misa

Aquí también necesitamos preguntarnos qué es lo que nos dificulta en participar profundamente en la celebración eucarística. Porque cuanto más profundamente participamos en la celebración tanto más le seguimos a Jesús.

 

Vivencia familiar

La reflexión con los hijos entrena a la familia a aplicar el Evangelio ayudándose mutuamente. Este es un primer paso. Si quieren profundizar tengan la bondad de asimilar lo que se dice acerca de la Palabra de Dios y aplicarlo a la vida de niños, adultos y jóvenes. Es un segundo paso para aplicar el evangelio a la vida familiar de manera muy contreta. Y más concretamente aún: ¿Cómo asimilar en familia lo que se dice acerca del dinero? Si desea más información encontrará mayor enseñanza en los Comentarios de Sabios y Santos I y II.

 

Nos habla la Iglesia

Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa, bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes (Vaticano II: sobre la Iglesia en el mundo actual, 69)

Los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrar los limpios de toda mancha, iluminados y trans figurados cuando Cristo entrega al padre el reino eterno y universal (ibidem 39 c).

Los Padres y Doctores de la Iglesia enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y, por cierto, no sólo con los bienes superfluos.

El hombre, al utilizar los bienes, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechan a él solamente, sino también a los demás (ibidem 69 a).

 

 

Leamos la Biblia con la Iglesia

Semana 28 - Lunes

Rom 1:1-7

Sl 98:1, 2-3, 3-4

Gal 4:22-24, 26-27, 31–5:1

Sl 113:1-2, 3-4, 5, 6-7

Lc 11:29-32

Semana 28 - Martes

Rom 1:16-25

Sl 19:2-3, 4-5

Gal 5:1-6

Sl 119:41, 43, 44, 45, 47, 48

Lc 11:37-41

Semana 28 -Miércoles

Rom 2:1-11

Sl 62:2-3, 6-7, 9

Gal 5:18-25

Sl 1:1, 1-2, 3, 4, 6

Lc 11:42-46

Semana 28 - Jueves

Rom 3:21-29

Sl 130:1-2, 3-4, 5-6

Ef 1:3-10

Sl 98:1, 2-3, 3-4, 5-6

Lc 11:47-54

Semana 28 - Viernes

Rom 4:1-8

Sl 32:1-2, 5, 11

Ef 1:11-14

Sl 33:1-2, 4-5, 12-13

Lc 12:1-7

Semana 28 - Sábado

Rom 4:13, 16-18

Sl 105:6-7, 8-9, 42-43

Ef 1:15-23

Sl 8:2-3, 4-5, 6-7

Lc 12:8-12

 

Oraciones

Oración contra apegos y obsesiones.

Dios mío, tu eres el importante. Tu, el infinito, que todo lo sostienes con tu gran poder. Si tu te apartaras de mi, yo me esfumaría como el vapor.

Creo en ti, espero en ti, te amo. Solo tu mereces la adoración del corazón humano y solo ante ti debo postrarme. Solo tu eres el Señor, glorioso, con una hermosura que ni siquiera se puede imaginar.

Por eso Señor, no permitas que yo adore cualquier cosa como si fuera un dios, porque ningún ser y nada de este mundo vale tanto.

Enséñame a descubrir mi dignidad, porque soy infinitamente amado por ti, para que no me arrastre detrás de cosas de este mundo ni me convierta en esclavo de posesiones ni de afectos. No permitas que las obsesiones me quiten la alegría.

Sana mis sentimientos de insatisfacción para que alcance una verdadera libertad interior. Enséñame a gozar de las cosas buenas sin necesidad de poseerlas o de aferrarme a ellas.

Te reconozco a ti como mi único dueño, el único Señor de mi vida. No permitas que pierda la Serenidad cuando algo se acabe; no dejes que me llene de angustias por temor a perder algo.

Solo abandonándome a ti podre sanar mis angustias, sabiendo que nada es absoluto. Solo Tú.

Señor mío, dame un corazón humilde y libre, que no este atado a las vanidades, reconocimientos, aplausos. Dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor.

Derrama en mi tu gracia para que pueda vivir desprendido de los frutos de mis esfuerzos, para que en mi trabajo busque sobre todo tu gloria, sin obsesionarme esperando determinados resultados.

Dame ese desprendimiento Señor, libérame del orgullo, para que pueda trabajar intensamente, pero con la santa paz y la inmensa felicidad de un corazón desprendido.

Te entrego todos mis deseos, todos mis sueños, todas mis necesidades. Colma mi interior insatisfecho como tú quieras. Ya no quiero empecinarme en lograr la felicidad a mi modo y prefiero confiar en tu amor, que me dará lo que necesito de la manera más conveniente.

Te entrego Señor, todo lo que tengo y todo lo que estoy viviendo. Te doy gracias por lo que me estas regalando y lo disfruto con gozo. Te lo entrego todo para que acabe cuando tenga que acabar.

Y te proclamo a ti, Jesús, como único Señor y dueño de todas mis cosas, de todo lo que vivo, de todo lo que soy y de todo mi futuro. Me darás la felicidad que necesito porque confió en tu Amor. ¡Amén!

(Víctor Manuel Fernández de su Libro Para liberarte de los Apegos y Obsesiones)

 

 

Meditación

Desprendimiento: condición para seguir a Jesús

Francisco Fernández Carvajal

El utilizar los bienes materiales como un medio para el desarrollo personal y el bien social, aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas las cosas nobles de este mundo.

I. La Iglesia nos hace muchas llamadas para que nos soltemos de las cosas de esta tierra, y llenar así de Dios nuestro corazón. En una lectura de la Misa nos dice el profeta Jeremías: Bendito quien confía en el Señor, y pone en Él su confianza: Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde, en el año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto [1]. El Señor cuida del alma que tiene puesto en Él su corazón.

Quien pone su confianza en las cosas de la tierra, apartando su corazón del Señor, está condenado a la esterilidad y a la ineficacia para aquello que realmente importa: será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará en la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspito [2].

El Señor desea que nos ocupemos de las cosas de la tierra, y las amemos correctamente: Poseed y dominad la tierra [3]. Pero una persona que ame «desordenadamente» las cosas de la tierra no deja lugar en su alma para el amor a Dios. Son incompatibles el «apegamiento» a los bienes y querer al Señor: no podéis servir a Dios y a las riquezas [4]. Las cosas pueden convertirse en una atadura que impida alcanzar a Cristo. Y si no llegamos hasta Él, ¿para qué sirve nuestra vida? «Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra» [5].

El nos dio ejemplo: pasó por los bienes de esta tierra con perfecto señorío y con la más plena libertad. Siendo rico, por nosotros se hizo pobre [6]. Para seguirle, nos dejó a todos una condición indispensable: cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo [7]. Esta condición es también imprescindible para quienes le quieran seguir en medio del mundo. Este no renunciar a los bienes llenó de tristeza al joven rico, que tenía muchas posesiones [8] y estaba muy apegado a ellas. ¡Cuánto perdió aquel día este hombre joven que tenía «cuatro cosas», que pronto se le escaparían de las manos!

Los bienes materiales son buenos, porque son de Dios. Son medios que Dios ha puesto a disposición del hombre desde su creación, para su desarrollo en la sociedad con los demás. Somos administradores de esos bienes durante un tiempo, por un plazo corto. Todo nos debe servir para amar a Dios -Creador y Padre- y a los demás. Si nos apegamos a las cosas que tenemos y no hacemos actos de desprendimiento efectivo, si los bienes no sirven para hacer el bien, si nos separan del Señor, entonces no son bienes, se convierten en males. Se excluye del reino de los cielos quien pone las riquezas como centro de su vida; idolatría llama San Pablo a la avaricia [9]. Un ídolo ocupa entonces el lugar que sólo Dios debe ocupar.

Se excluye de una verdadera vida interior, de un trato de amor con el Señor, aquel que no rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo desordenado a las cosas, a las personas, a uno mismo. «Porque poco se me da -dice San Juan de la Cruz- que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará» [10].

El desprendimiento aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas las cosas nobles de este mundo.

II. El Evangelio nos presenta a uno que hacía mal uso de sus bienes. Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. En cambio, un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico [11].

Este hombre rico tiene un marcado sentido de la vida, una manera de vivir: «Se banqueteaba».

Vive para sí, como si Dios no existiera, como si no lo necesitara. Vive a sus anchas, en la abundancia. No dice la parábola que esté contra Dios ni contra el pobre: únicamente está ciego para ver a Dios y a uno que le necesita. Vive constantemente para sí mismo. Quiere encontrar la felicidad en el egoísmo, no en la generosidad. Y el egoísmo ciega, y degrada a la persona.

¿Su pecado? No tuvo en cuenta a Lázaro, no lo vio. No utilizó los bienes según el querer de Dios. «Porque la pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino la humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el gran descanso, sino su egoísmo e infidelidad» [12], dice con gran profundidad San Gregorio Magno.

El egoísmo y el aburguesamiento impiden ver las necesidades ajenas. Entonces, se trata a las personas como cosas (es grave ver a las personas como cosas, que se toman o se dejan según interese), como cosas sin valor. Todos tenemos mucho que dar: afecto, comprensión, cordialidad y aliento, trabajo bien hecho y acabado, limosna a gente necesitada o a obras buenas, la sonrisa cotidiana, un buen consejo, ayudar a nuestros amigos para que se acerquen a los sacramentos…

Con el ejercicio que hagamos de la riqueza -mucha o poca- que Dios ha depositado en nosotros nos ganamos la vida eterna. Este es tiempo de merecer. Siendo generosos, tratando a los demás como a hijos de Dios, somos felices aquí en la tierra y más tarde en la otra vida. La caridad, en sus muchas formas, es siempre realización del reino de Dios, y el único bagaje que sobrenadará en este mundo que pasa.

Este desasimiento ha de ser efectivo, con resultados bien determinados que no se consiguen sin sacrificio, y también natural y discreto, como corresponde a los cristianos que viven en medio del mundo y que han de usar los bienes como instrumentos de trabajo o en tareas apostólicas. Se trata de un desprendimiento positivo, porque resultan ridículamente pequeñas, e insuficientes, todas las cosas de la tierra en comparación del bien inmenso e infinito que pretendemos alcanzar; es también interno, que afecta a los deseos; actual, porque requiere examinar con frecuencia en qué tenemos puesto el corazón y tomar determinaciones concretas que aseguren la libertad interior; alegre, porque tenemos los ojos puestos en Cristo, bien incomparable, y porque no es una mera privación, sino riqueza espiritual, dominio de las cosas y plenitud.

III. El desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez, hace posible que crezca y viva este amor. Dios no habita en un alma llena de baratijas. Por eso es necesaria una firme labor de vigilancia y de limpieza interior. Este tiempo es muy oportuno para examinar nuestra actitud ante las cosas y ante nosotros mismos: ¿tengo cosas innecesarias o superfluas?, ¿llevo una cuenta o control de los gastos que hago para saber en qué invierto el dinero?, ¿evito todo lo que para mí significa lujo o mero capricho, aunque no lo sea para otro?, ¿practico habitualmente la limosna a personas necesitadas o a obras apostólicas, con generosidad, sin cicaterías?, ¿contribuyo al sostenimiento de estas obras y al culto de la Iglesia con una aportación proporcionada a mis ingresos y gastos?, ¿estoy apegado a las cosas o instrumentos que he de utilizar en mi trabajo?, ¿me quejo cuando no dispongo de lo necesario?, ¿llevo una vida sobria, propia de una persona que quiere ser santa?, ¿hago gastos inútiles por precipitación o por no prevenir?

El desprendimiento necesario para seguir de cerca al Señor incluye, además de los bienes materiales, el desprendimiento de nosotros mismos: de la salud, de lo que piensan los demás de nosotros, de las ambiciones nobles, de los triunfos y éxitos profesionales.

«Me refiero también a esas ilusiones limpias, con las que buscamos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y precisa: Señor, quiero esto o aquello sólo si a Ti te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa» [13]. ¿Estamos desprendidos así de los frutos de nuestra labor?

Los cristianos deben poseer las cosas como si nada poseyesen [14]. Dice San Gregorio Magno que «posee, pero como si nada poseyera, el que reúne todo lo necesario para su uso, pero prevé cautamente que presto lo ha de dejar. Usa de este mundo como si no usara, el que dispone de lo necesario para vivir, pero no dejando que domine a su corazón, para que todo ello sirva, y nunca desvíe, la buena marcha del alma, que tiende a cosas más altas» [15].

Desprendimiento de la salud corporal. «Consideraba lo mucho que importa no mirar nuestra flaca disposición cuando entendemos se sirve al Señor (… ). ¿Para qué es la vida y la salud, sino para perderla por tan gran Rey y Señor? Creedme, hermanas, que jamás os irá mal en ir por aquí» [16].

Nuestros corazones para Dios, porque para Él han sido hechos, y sólo en Él colmarán sus ansias de felicidad y de infinito. «Jesús no se satisface "compartiendo": lo quiere todo» [17]. Todos los demás amores limpios y nobles, que constituyen nuestra vida aquí en la tierra, cada uno según la específica vocación recibida, se ordenan y se alimentan en este gran Amor: Jesucristo Señor Nuestro.

«Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu» [18].

Nuestra Madre Santa María nos ayudará a limpiar y ordenar los afectos de nuestro corazón para que sólo su Hijo reine en él. Ahora y por toda la eternidad. Corazón dulcísimo de María, guarda nuestro corazón y prepárale un camino seguro.


[1] Jer 17, 7-8.

[2] Jer 17, 6.

[3] Cfr. Gén 1, 28.

[4] Mt 6, 24.

[5] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Vía Crucis, X.

[6] Cfr. 2 Cor 8, 9.

[7] Lc 14, 33.

[8] Mc 10, 22.

[9] Col 3, 5.

[10] SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama de amor viva, 11, 4.

[11] Lc 16, 19-21.

[12] SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 40, 2.

[13] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 114.

[14] 1 Cor 7, 30.

[15] SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, 36.

[16] SANTA TERESA, Fundaciones, 28, 18.

[17] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 155

[18] Oración colecta de la Misa del día.

Meditación extraída de la serie "Hablar con Dios", Tomo II, Jueves de la 2ª. Semana de Cuaresma por Francisco Fernández Carvajal.

 



Permíteme, oh mi Dios, acercarme a Ti y habitar dentro de los recintos de Tu corte, porque el alejamiento de Ti casi me ha consumido. Haz que repose bajo la sombra de las alas de Tu gracia, porque la llama de mi separación de Ti ha fundido mi corazón dentro de mí. Acércame al río que es en verdad la vida, porque mi alma se consume de sed en su incesante búsqueda de Ti. Mis suspiros, oh mi Dios, proclaman la amargura de mi angustia y las lágrimas que derramo atestiguan mi amor a Ti.
Te imploro, por la alabanza con que Te alabas a Ti mismo y la gloria con que glorificas Tu propia Esencia, que nos permitas ser contados entre aquellos que Te han reconocido y han confesado Tu soberanía en Tus días. Ayúdanos entonces, oh mi Dios, a beber de los dedos de la misericordia las aguas vivas de Tu amorosa bondad, para que podamos olvidarnos completamente de todo excepto de Ti y estar ocupados sólo contigo. Poderoso eres Tú para hacer lo que deseas. No hay Dios sino Tú, el Poderoso, Quien ayuda en el peligro, Quien subsiste por Sí mismo.
¡Glorificado sea Tu Nombre, oh Tú que eres el Rey de todos los Reyes!
Bahá'u'lláh (desprendimiento)

Ana Calvo, Imágenes rio Iregua, Sierra Cebollera, Logroño Julio 2012

 



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