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Domingo 29 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Escucha de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical

 

 

A su disposición

Comentario Teológico: San Alberto Hurtado - Autoridad e influencia . El poder de la bondad

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Lección de humildad

Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - La mortificación

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El que quiera ser el primero que se haga el último

Aplicación: Mons. Francis Stafford - Servir a la familia: misión profética de los fieles laicos

Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Vigésimo Noveno del Tiempo Ordinario - Año B Mc. 10:35-45

Directorio Homilético - Vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario

 

 

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

 

Comentario Teológico: San Alberto Hurtado - Autoridad e influencia . El poder de la bondad


Para cambiar al mundo dos fuerzas: la autoridad y la influencia. Para cooperar con Nuestro Señor todos necesitamos influencia. La autoridad no todos la tenemos.

1. Conceptos de autoridad:

a. pagano, barato: el derecho de mandar. Tiende a eliminar a los que también tienen autoridad: no acepta rivales, se torna suspicaz. Acaba en dictadura.

b. cristiano: el deber de proteger, de amparar: Mis derechos en la medida de mi deber de proteger. Tiende a producir la unidad. El cirujano tiene autoridad no porque puede cortar, sino porque debe proteger la vida… y por eso consulta. El bombero tiene autoridad en la medida en que es útil para apagar el fuego. El Superior tiene una responsabilidad, por eso pide apoyo. Porque la responsabilidad busca auxiliares: nada de suspicacia. Saben que tienen "rationem reddituri" [dar cuenta], no despóticamente sino conforme a derecho. [Los superiores] se vuelven los siervos. El Papa: "Servus servorum" [Siervo de los siervos]. Los súbditos que comprenden este concepto cooperan con el superior. Obedecen de corazón. Lo ayudan a llevar su responsabilidad.

2. Obstáculos de la autoridad

La autoridad no se puede ejercer, sino en la medida que se la acepta. Donde falta ese reconocimiento, la autoridad se vuelve tan estéril como sermón predicado en templo vacío. Con toda la autoridad de mi sacerdocio ¿qué puedo hacer? ¿predicar a quienes tienen la cortesía de venir a escucharme? ¿Puedo algo en los incrédulos, judíos…? La autoridad ha de querer ser aceptada, como el remedio ha de querer ser tomado… si no lo quiere tomar el enfermo, se muere, pero el remedio inactivo.

La autoridad despierta recelos porque se acerca con las armas en la mano. El hombre prefiere el consejo, porque él puede elegir el consejo que prefiera; la autoridad da la última palabra y al hombre le gusta agregar una palabra… Por eso la autoridad, para ser eficaz, ha de involucrarse en la bondad amistosa, no en tono de mando sino como el dentista con los niños asustados.

La autoridad aleja, retrae a los súbditos del Superior. En las cumbres se está solo. De ahí que las conversiones nunca por vía vertical (de autoridad), sino horizontal, de influencia del amigo, del compañero. Lo mismo pasa en las vocaciones: el más modesto compañero tiene más influencia que el Superior y que el predicador: "Cor ad cor" [de corazón a corazón], como se ve todos los días en la historia de las vocaciones; y por eso puede más el maestrillo que el Padre; y el amigo que el Jesuita.

En las misiones: vienen negros a pedir el bautismo, ¿por qué? Porque en el astillero donde trabajan había un negro católico que les habla de Nuestro Señor, que había que bautizarse para ser hijos de Dios y no del diablo… Y vienen. Ahora puede comenzar la instrucción. El camino despejado por la influencia de los compañeros.

En la familia: llega un joven a confesarse. ¿Por qué? Tengo una madre tan santa… unas hermanas tan admirables. ¡Eso me trae! Nuestra influencia silenciosa ha despertado la semilla de la fe en un corazón desamparado.

Ejemplo de ese frío: la visita del Cardenal Van Roey al Seminario de Malinas, a tener recreo con los seminaristas. Viene… Cesa el ruido, se callan, escuchan, asienten… [Les habla de la] enfermedad de Pío XI, del canónigo…, [les dice] que sean buenos… Su bendición… ¡Se va! ¡Ahora comienza el recreo!

Por eso los superiores han de ser muy amistosos, y si no su acción será estéril y aun destructora. Tienen que hacer olvidar que son superiores. Mientras más al alcance de sus súbditos, mejor. Por eso la Bula de Fundación de la Compañía de Jesús, al fijar las cualidades del Padre General, no exige ni gran talento, santidad, astucia: "Imprimis memor sit Praepositus Generalis: infinitae mansuetudinis Domini Nostri Jesuchristi" [En primer lugar el Padre General debe recordar la infinita mansedumbre de Nuestro Señor Jesucristo]. Esa es su primera cualidad. El día del juicio, lo que se le preguntará antes que nada será: ¿Serviste? ¿Qué hiciste en provecho de los otros? Padre Janssens: Puis-je vous demander? [¿Podría yo pedirle?].

El despliegue de autoridad multiplica los rebeldes: aplasta, pero no convierte. Apagar la autoridad cuando se tiene, y agradecer a Dios cuando no se la tiene, porque la bondad no tiene esa cortapisa.

La autoridad mantiene la unidad, es la obra del pastor; pero la multiplicación del rebaño, es obra de las ovejas: de los fieles.

Que la autoridad se encare, pues, no como embriaguez de fuerza, sino en espíritu de cooperación: como perpetua entrega de servicio.

3. La influencia es sobre todo el poder de la bondad que se irradia. Por eso Jesús dijo: "Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra" (Mt 5,4). Nosotros tentados a decir: ¡Error de Cristo! Los violentos poseerán la tierra. Los mansos poseerán el cielo… Otros dicen: la tierra de sus corazones; otros, sería bueno que poseyeran [la tierra] (optativo latino).

Poseerán la tierra. Los violentos no la poseen; pueden ocuparla, pero no poseerla. El cazador mata al pájaro. ¿Lo posee? [No,] lo ocupa: El pájaro no canta, no vuela, no anida… Lo posee el manso que se le acerca, lo alimenta, le quita el recelo. Llega a pararse en su hombro.

¿Al elefante? Lo mato: poseo cuatro toneladas de carne. En cambio, [como los] amansadores de Ceylán: con otros dos elefantes, poniéndolo en medio lo amanso; llego a servirme de él, con su trompa subirá mis bultos y hasta me subirá a mí.

4. Fundamentos cósmicos de la ley de la posesión por la mansedumbre. Estos no son ejemplos aislados. La naturaleza reacciona siempre así. La naturaleza se suicida siempre ante la violencia: El vidrio se destruye si golpeo con él; el auto, si lo corro a mucha velocidad; el caballo, si lo galopo en exceso.

Violencia en el reino de la Ciencia = error; de la Lógica = tontería; de la Moral = pecado; de la Educación = fracaso orden externo, revolución interior; de la Oratoria = diatribas que revuelven y no convierten; de la Política = ocupar no es poseer. ¡Destruyo esos seres!

Error en materia de educación a partir del Renacimiento: creyó que el alma del niño estaba vacía y se propuso amueblarla. El alma del niño [sin embargo] está llena de sueños que hay que orientar, dirigir, pero no pretender arrancar, pues sería la muerte de la espontaneidad del niño.

Las cosas no son lo mismo para el niño que para el sabio. La luna está llena de ilusiones que desconoce el sabio; el perro del [científico] naturalista es el canis–canis: para el niño es Dick, Cholo, que tienen una historia ligada a la de él; las flores, los animales… todo. Hay que adueñarse del niño partiendo de lo que tiene y enriqueciéndolo. Al suponerlo vacío se lo mata y sacrifica.

No poseemos ni siquiera un perro, mientras no adivinamos lo que pasa en el alma del perro. "Naturae non imperatur nisi parenda" [No se domina la naturaleza si no se la gana] (Baum).

Los verdugos sacrifican a sus víctimas, pero no las poseen: los mártires hasta el fin han sido dueños de la ciudadela de su alma. Ni los más sabios, ni los más virtuosos son los que se adueñan del hombre. Se adueña de él quien lo conoce, quien entra por su puerta mansa y suavemente. Por eso Jesús nos exhorta tanto a imitar su mansedumbre, y Él se llama el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, y ellas lo siguen a Él: No por violencia sino por amor. Dio su vida por sus ovejas, y éstas, al ver su amor, su mansedumbre, lo reconocen por su Pastor.

Jesús para ganar a San Pablo no lo insulta. Le dice: "Iste, vas electionis mihi est" [Éste es vaso de mi elección] (Hech 9,15). Y Pablo para ganar a sus paganos: ¿Quién sufre que yo no sufra? Me he hecho todo a todos para ganarlos a todos para Cristo (cf. 1Co 9,22).

San Francisco Javier: jugando ajedrez. San Ignacio, para ganar a Javier, entra por su puerta. Con razón dicen los chinos: "el agua va más lejos que el acero".

El agua representa la influencia: se infiltra; el acero, la autoridad.

La influencia viene en líneas horizontales: nace y se mantiene al nivel común de todos: va de codo a codo, del obrero respecto del obrero, del marinero respecto del marinero en la tripulación… La influencia no necesita súbditos, los hace. No debe ser previamente reconocida, basta que sea recibida. Mientras la autoridad asegura la cohesión del rebaño, la influencia asegura su extensión. Ella es la que hace la opinión, la que determina el rumbo de los ánimos populares, la que crea el clima psicológico favorable a las resoluciones, la que prepara todas las conversiones y las apostasías. Si trabaja contra la autoridad, [vendrá] la derrota; si con ella, victorias insignes.

La influencia aparece desarmada. Nadie puede identificar las fuentes de donde brota; es como el agua misma, que se infiltra por todas las grietas.

El libro no puede mandar, ni siquiera hablar. [Pero tiene una] ¡influencia enorme! libre de no comprarlo y de no leerlo… La prensa, folletos, caricaturas, ¡Topaze! Leer un libro perverso, ruina de la fe; uno bueno hizo a San Ignacio, San Agustín…

El Cine… Nadie [está] obligado a entrar, a mirar… ¡y hasta pagar! Influencia sembradora de ideas y sentimientos que nadie puede apagar.

La influencia es tal, precisamente porque no tiene autoridad. Se pide consejo no al jefe sino al compañero.

5. El único uso legítimo de la violencia es repeler la violencia injusta: para destruir la violencia. Tolstoi pensó que el Evangelio condena toda violencia. Eso es falso: la admite contra la violencia injusta.

Que nuestro carácter de militantes no nos lleve a agredir: no haríamos nada, no ganaríamos a nadie. Nada de "antis", ni excomulgar a los que llamamos adversarios. ¡Nuestra fuerza es el amor!

Un pobre preso en la cárcel de Lovaina, Sauvage: el capellán [cuenta que] va a verlo. "No quiero nada con usted". Se vuelve a la ventana. "Pobre hijo mío, Sauvage… su corazón está lleno de tristeza… Recemos el Padre Nuestro". [El preso,] callado, furioso… Al otro día, al otro… Así 30 días. Al fin ya no podía más, ya estallaba mi corazón. El 30º día, no pude más. "Usted ha sido demasiado bueno…", y entre sollozos de ambos terminamos el Padre Nuestro. El capellán tenía grado de oficial. ¿Habría sacado algo con la violencia? Sólo con el amor… con el amor total.

Antes, cuando había amparo del brazo secular, uno no comulgaba y se enviaba al Rey (al menos en Francia) la lista de los que no habían comulgado… Venían seis Dragones y hacían pillaje: terminaban comulgando. ¿Se había ganado o perdido…?

El de más influencia ¿quién es? ¿El Papa que tiene la plenitud del poder en la Iglesia? No… Es alguien que nunca tuvo autoridad. ¡Es Nuestra Señora! Nadie la olvida: jóvenes y viejos, hasta aquellos que se han alejado de la fe conservan la nostalgia de la Madre.

Para reconciliar un pecador [podemos decirle]… ¿Sufre, sufre mucho? ¿En su vida ha sufrido mucho? ¿No ha querido hacer sufrir a los demás? ¿Recuerda el Dios te salve, María? Ahora vamos a encomendarnos a la bondad de María… Un acto de contrición de todo: no podrá acordarse de las miserias. ¡Es la influencia de la bondad de María que dispone y salva esa alma!

Emilio Van der Velde, jefe de la II Internacional, murió de repente. Comentando su muerte uno dice: –Van der Velde en el infierno. –¿Cómo lo sabe? ¡Yo pienso que en el cielo! Y dijo el porqué… En 1902 hubo una conferencia de 5.000 delegados socialistas y cantaban en el teatro a voz en cuello: "¡Cristo a la calle, la Virgen a la caballeriza y el Papa al diablo!". Oye Van der Velde y da un golpe terrible. "No quiero que eso se vuelva a cantar. El Papa no me importa; Cristo es un hombre y puede defenderse; pero que la Virgen, la Virgen de los Dolores, que no ha hecho mal a nadie, que a todos nos ha consolado, vaya a la caballeriza… ¡Eso no lo aguanto!". ¿Cómo le habrá pagado este gesto la Madre de bondad?

El apóstol es un instrumento y como todo instrumento debe verificar en sí mismo una doble adaptación: pasiva en las manos del artífice para recibir el impulso; y, la adaptación más difícil, una activa, a la materia que ha de trabajar. Todo instrumento tiene punta y mango: el mango para el artífice; la punta para la materia que ha de ser modificada… La aguja vale por la punta, el cuchillo por la lámina, la lapicera por la pluma. Adaptarse a Dios es menos difícil (Dios es una persona razonable); adaptarse a los hombres, ahí la dificultad, porque son raros, medio locos… El verdadero pescador es el que conoce los peces, profundidad a que se esconden, ¡el verdadero momento de tirar…!

La unión con Dios se consigue por la mansedumbre. Es como una obra de santa seducción: inducirlos a que abracen la fe, despertar en ellos un deseo y una esperanza; porque en el fondo de la incredulidad hay un inmenso desaliento y una invencible tristeza.
(San Alberto Hurtado, Una verdadera educación, pp. 107-112).


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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Lección de humildad

2. Pero sepamos antes qué es lo que le vienen a pedir estos dos discípulos, con qué intención se lo piden y cómo pudieron tener ese pensamiento. —¿Cómo, pues, vinieron en ello? —Es que se veían más honrados que los demás, y de ahí nació su confianza de que habían de salir con aquella pretensión. —Pero ¿qué es en definitiva lo que piden? —Escuchad con qué claridad nos lo descubre otro evangelista. Como estaban—dice—cerca de Jerusalén y la aparición del reino de Dios parecía inminente , de ahí la súplica de los dos discípulos. Se imaginaban éstos, en efecto, que el reino de Dios estaba ya llamando a las puertas y que era, naturalmente, un reino te-rreno, y que, de alcanzar lo que pedían, no habían de sufrir molestias en su vida. Porque tampoco buscaban el reino por el reino, sino con intención de huir de las dificultades de la vida. De ahí también que el primer cuidado de Cristo es apartarlos de tales pensamientos, mandándoles estar dispuestos a sufrir la muerte violenta, los peligros y los más duros suplicios. Porque: ¿Podéis—les dice—beber el cáliz que yo voy a beber? Más nadie se escandalice de ver tan imperfectos a los apóstoles. Todavía no se había consumado el misterio de la cruz, todavía no se les había dado la gracia del Espíritu Santo. No. Si queréis conocer su virtud, mirad lo que fueron después, y los veréis por encima de toda pasión. Y si el evangelista descubre sus defectos, es justamente porque conozcáis qué tales fueron después de recibida la gracia. Porque que nada espiritual buscaban antes y que no tenían ni idea del reino del cielo, bien patente queda en esta ocasión. Más veamos cómo se acercan al Señor y qué le piden: Queremos--dicen—que nos concedas lo que te vamos a pedir. Y Cristo a ellos: ¿Qué queréis?—les pregunta—. No porque ignorara lo que querían, sino para obligarles a contestar y descubrir su propia llaga, y aplicarles así la medicina. Más ellos, confusos y avergonzados por haber dado aquel paso llevados de pasión humana, tomaron al Señor aparte de los otros discípulos y así le presentaron su demanda. Porque se adelantaron—dice el evangelista—, sin duda para no ser vistos de los otros, y así le manifestaron lo que querían. Y querían, según yo creo, la preeminencia, por haber oído decir al Señor: Os sentaréis sobre doce tronos: querían, digo, la preferencia entre aquellos doce asientos. Que la tenían ya sobre los otros, no les cabía duda; pero temían a Pedro. Y así dicen: Di que uno de nosotros se siente a tu derecha y otro a tu izquierda. Y le apremian con ese imperativo: Di. ¿Qué responde el Señor? Queriéndoles declarar que nada espiritual pedían, y que, de haber sabido lo que pedían, no se hubieran atrevido a pedir tamaña gracia, les dice: No sabéis lo que pedís. No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán por encima mismo de las potestades celestes está lo que pedís. Y luego añade: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber y bañaros en el baño en que yo he de bañarme? Mirad cómo inmediatamente los aparta de sus imaginaciones, hablándoles justamente de lo contrario que ellos buscaban. Porque vosotros—parece decirles—me venís a hablar de honores y coronas, pero yo os hablo a vosotros de combates y sudores. No es éste aún el momento de los premios ni mi gloria celeste ha de manifestarse por ahora. Ahora es tiempo de derramar la sangre, de luchar y de pasar peligros. Y mirad por otra parte cómo, por el modo mismo de preguntarles, los incita y atrae. Porque no dijo: "¿Estáis dispuestos a dejaros pasar a cuchillo? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre"?, sino ¿cómo? ¿Podéis beber el cáliz? Y luego, para animarlos: ¿Que yo voy a beber? Pues el tener parte con Él había de hacerlos más animosos. Y llama nuevamente baño a su pasión para dar a entender la grande purificación que por ella había de venir al mundo entero. Seguidamente le contestan: Podemos. Su fervor les impulsa a prometérselo inmediatamente, sin saber tampoco ahora lo que decían, pero con la esperanza de que recibirían lo que pedían. ¿Qué les dice, pues, Cristo? Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo, os bañaréis también vosotros. Grandes bienes les profetiza. Como si les dijera: Seréis dignos de sufrir el martirio, sufriréis lo mismo que yo he de sufrir, terminaréis vuestra vida de muerte violenta, y en eso tendréis parte conmigo. Más el sentaras a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí dároslo, sino a quienes está preparado por mi Padre.

SI PUEDE ALGUIEN SENTARSE A LA DERECHA. DEL SEÑOR

3. Habiendo, pues, levantado el Señor las almas de sus dos discípulos, y ya que los hubo hecho inatacables a la tristeza, pasa luego a corregir su petición. Pero ¿qué es en definitiva lo que aquí les dice? A la verdad, dos son los problemas que aquí se plantean muchos: uno, si está reservado para algunos sentarse a la derecha de Dios; y otro, si quien es Señor de todo no tiene poder de darlo a quienes les está reservado. ¿Cuál es, pues, el sentido de sus palabras? Si resolvemos el primer problema, el segundo quedará de suyo claro. ¿Qué hay, pues, que decir a la primera cuestión? Hay que decir que nadie ha de sentarse ni a la derecha ni a la izquierda de Dios. Aquel trono es inaccesible a todos. Y no digo a los hombres, a los santos y apóstoles, sino a los mismos ángeles y arcángeles ya todas las potestades de arriba. Por lo menos como privilegio del Unigénito lo pone Pablo cuando dice: ¿A quién de los ángeles dijo nunca: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? Y a los ángeles dice: El que hace mensajeros suyos a los vientos. Más al Hijo: Tu trono,!oh Dios!, por el siglo del siglo ¿Cómo dice, pues, Jesús: El sentarse a la derecha o a la izquierda no me toca a mí darlo? ¿Es que pensaba que algunos habían de sentarse? —No pensaba que hubiera de sentarse nadie; nada de eso. Lo que hacía era responder conforme a la idea que tenían sus preguntantes y condescender con su flaqueza. ¿Qué sabían sus discípulos de aquel altísimo trono ni de sentarse a la diestra del Padre, cuando desconocían cosas muy inferiores a ésta y que estaban oyendo diariamente? Lo que ellos buscaban era conseguir los primeros puestos, estar delante de los otros, no tener delante de sí a nadie al lado del Señor. Ya lo he indicado antes: Como habían oído hablar de aquellos doce tronos, sin saber lo que tales tronos significaban, buscaron ellos la preferencia de asientos.

Lo que Cristo, pues, les quiere decir es esto: "Morir, ciertamente moriréis por mí, derramaréis vuestra sangre por el Evangelio y tendréis parte en mi pasión. Pero esto no basta para que alcancéis la preeminencia en los asientos y ocupéis los primeros puestos. Porque, si viniere otro que, juntamente con el martirio, posea todas las otras virtudes en grado superior a vosotros, no porque ahora os amo a vosotros y os prefiero a los demás, voy, a rechazar al que pregonan sus obras y daros a vosotros la primacía". Claro que el Señor no les habló en estos términos para no contristarlos; pero veladamente les vino a dar a entender eso mismo al decirles: Mi cáliz, sí, lo beberéis, y con el baño que he de bañarme yo, también os bañaréis vosotros; más sentarse a mi derecha o mi izquierda, no me toca a mí darlo, sino que pertenece a quienes está preparado por mi Padre. —¿Y para quiénes está preparado? —Para quienes por sus obras han sido capaces de hacerse gloriosos. Por eso no dijo: "No me toca a mí darlo, sino a mi Padre", pues pudieran echarle en cara debilidad e impotencia para recompensar a sus servidores. —¿Pues cómo dijo? —No es cosa mía, sino de aquellos para quienes está preparado. A fin de que resulte más claro mi pensamiento, pongamos un ejemplo y supongamos un agonoteta y luego un buen número de valientes atletas que bajan a la palestra. Dos de ellos, íntimos amigos del agonoteta, se le acercan y le dicen, confiando precisamente en su amistad y benevolencia: "Haz que a todo trance se nos corone y proclame campeones". El agonoteta les contestaría: ''No me toca a mí dar eso, sino que pertenece a quienes se lo ganen por sus es-fuerzos y sudores". ¿Tendríamos en este caso por débil el agonoteta? ¡De ninguna manera! Más bien le alabaríamos por su espíritu de justicia y su imparcialidad. Ahora bien, como a éste no le tendríamos por impotente para dar la corona, sino por hombre que no quiere infringir la ley de los combates ni turbar el orden de la justicia; por semejante manera diría yo que Cristo dio esa respuesta a sus dos discípulos para impulsarlos por todos lados a que, después de la gracia de Dios, pusieran la confianza de su salvación y de su gloria en sus propias buenas obras. De ahí que diga: Para quienes está preparado. Porque ¿y si aparecen otros mejores que vosotros? ¿Y si han llevado a cabo obras mayores que las vuestras? ¿Por ventura porque seáis mis discípulos, es ello bastante razón para que consigáis los primeros puestos, si vosotros no os mostráis dignos de la elección? Porque que Él sea señor de todo, es evidente por el hecho de que É1 posee todo el juicio. Y es así que a Pedro le dijo: Yo te daré las llaves del reino de los cielos . Y lo mismo declara Pablo cuando dice: Ya sólo me falta la corona de justicia, que me dará el Señor, justo juez, en aquel día. Y no sólo a mí, sino a todos los que aman su aparición . Y aparición de Cristo se llama su presente advenimiento. Ahora bien, que nadie ha de estar de-lante de Pablo, cosa evidente es para todo el mundo. Por lo demás, si Cristo dijo todo esto con alguna oscuridad, no hay por qué maravillarse. Quería Él despachar prudentemente a sus dos discípulos para que no le molestaran más sin razón ni motivo sobre primacías, ya que todo el asunto procedía de pasión humana, y no quería, por otra parte, contristarlos demasiado. Una y otra cosa consigue por aquella relativa oscuridad.

LOS APÓSTOLES SE ENFADAN

Entonces se irritaron los diez contra los dos. Entonces. ¿Cuándo? Cuando el Señor los hubo reprendido. Porque mientras la preferencia había sido decretada por Cristo, no se irritaron, y, por muy honrados que los vieran, lo aceptaban y callaban por respeto y consideración a su maestro. Quizá allá en sus adentros lo sentían, pero nada se atrevían a sacar a pública plaza. Y cuando también de Pedro sintieron algún celillo humano, con ocasión de pagar el didracma no se enfadaron, sino que se contentaron con preguntarle al Señor: Luego, ¿quién es el mayor en el reino de los cielos? Más como ahora la petición había partido de los dos discípulos, de ahí la irritación de los demás. Y ni aun ahora se irritan inmediatamente, es decir, en el momento de presentar aquéllos su petición, sino cuando Cristo los reprendió y les dijo que no habían de alcanzar los primeros puestos si no se hacían merecedores de ellos.

LA IMPERFECCIÓN DE LOS APÓSTOLES

4. Ya veis cuán imperfectos eran todos, lo mismo estos dos, me intentaban levantarse sobre los diez, que los diez, que envidiaban a los dos. Mas, como anteriormente dije mostrádmelos después, y veréis cuán libres están de todas estas pasiones. Escuchad, por ejemplo, cómo este mismo Juan que ahora se presentó al Señor con esas pretensiones, luego cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto para dirigir la palabra al pueblo como para obrar milagros. Testigo el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y no oculta sus merecimientos, sino que nos relata la confesión que hizo cuando los otros se callaron y cómo más adelante entró en el sepulcro, y en todo momento lo antepone a sí mismo. Porque, como uno y otro asistieron a la pasión del Señor, Juan abrevia su propio elogio, diciendo simplemente: Aquel discípulo era conocido del pontífice . En cuanto a Santiago, no sobrevivió mucho tiempo, sino que, desde los comienzos, fue tal su fervor y, dejando atrás todo lo humano, se levantó en su carrera a tan inefable altura, que fue inmediatamente degollado. Por semejante manera, todos los otros se elevaron después a la cúspide de la virtud. Más entonces se enfadaron. ¿Qué hace, pues, Cristo? Llamándolos a sí, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas. Como los diez se habían alborotado y turbado, el Señor trata de calmarlos por el hecho mismo de llamarlos antes de hablar y por su benignidad al tenerlos a su lado. Porque, en cuanto a los otros dos, que se habían arrancado del corro de los diez, allí estaban hablando a solas con el Señor. De ahí que llame a los otros cerca de sí, y por este gesto de su bondad, por el hecho de desacreditar la pretensión de los dos y exponerla ante los demás, trata de calmar la pasión de unos y de otros.

LECCIÓN DE HIIM/LDAD

Más en el caso presente no reprime el Señor el orgullo de los discípulos del modo que lo hiciera antes. Antes les había puesto en medio un niño chiquito y les mandó imitar su sencillez y humildad. Ahora su reprensión es más enérgica, y, poniéndoles delante lo contrario, de lo que deben ellos hacer, les dice: Los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas y los grandes les hacen sentir su autoridad. Más entre vosotros no ha de ser así, sino quien quiera entre vosotros ser grande, ése ha de ser el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, sea el último de todos. Lo cual era darles bien claro a entender que pretender primacías era cosa de gentiles, Realmente, la pasión es muy tiránica y molesta aun a los grandes varones. De ahí la necesidad de asestarle más duro golpe. De ahí también que el Señor los hiera más en lo vivo, confundiendo la hinchazón de su alma por la comparación con los gentiles, y así corta la envidia de los unos y la ambición de los otros poco menos que diciéndoles: No os molestéis como injuriados. A sí mismos más que a nadie se dañan y deshonran los que andan ambicionando primeros puestos, ya que por ello se ponen entre los últimos. Porque no pasa entre nosotros como entre los gentiles. Los gobernantes de los gentiles, sí, dominan sobre ellos; pero conmigo, el que se haga el último, ése es el primero. Y que esto no lo digo sin razón, en lo que hago y sufro tenéis la prueba. Porque yo he hecho algo más. Siendo rey de las potestades de arriba, quise hacerme hombre y acepté ser despreciado e injuriado; y no me contenté con esto, sino que llegué hasta la muerte. Que es lo que ahora dice: Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos. Porque no me detuve—parece decir—en eso, sino que di también mi vida en rescate... —¿De quiénes? —¡De mis enemigos! Si tú te humillas, por ti mismo te humillas; pero si me humillo yo, me humillo por ti. No temas, pues, como si te quitaran tu honra. Por mucho que te humilles, jamás podrás llegar tan bajo como llegó tu Señor. Sin embargo, este abajamien-to fue la exaltación de todos, a par que hizo brillar la propia gloria del Señor. En efecto, antes de hacerse hombre sólo era conocido de los ángeles; más después que se hizo hombre, no sólo no disminuyó aquella gloria, sino que añadió otra, la que le vino del conocimiento de toda la tierra. No temas, pues, como si al humillarte se te quitara la honra, pues con ello no haces sino levantar más tu gloria, con ello no haces sino acrecentarla. La humildad es la puerta del reino de los cielos. No echemos, pues, por el camino contrario, no nos hagamos la guerra a nosotros mismos. Porque, si queremos aparecer como grandes, no seremos grandes, sino los más despreciados de todos. ¿Veis cómo siempre los exhorta por lo contrario, dándoles lo que desean? En muchos casos hemos mostrado anteriormente este modo de proceder del Señor: así lo hizo con los amantes del dinero y los vanidosos. Porque ¿qué razón te mueve a dar limosna delante de los hombres? ¿Para conseguir gloria? Pues no lo hagas así y la conseguirás absolutamente. ¿Y por qué razón atesoras? ¿Para enriquecerte? Pues no atesores y te enriquecerás absolu-tamente. Así procede también aquí. ¿Por qué ambicionas los primeros puestos? ¿Para estar por encima de los demás? Pues escoge el último lugar, y entonces obtendrás el primero. En conclusión, si quieres ser grande, no busques ser grande, y entonces serás grande. Porque lo otro es ser pequeño.

EL ORGULLO ABAJA, LA HUMILDAD EXALTA

5. Mirad cómo los apartó de su vicio, queriéndoles mostrar que por la soberbia iban al fracaso, y por la humildad al triunfo, a fin de que huyeran de la una y siguieran la otra. Y si les hizo mención de los gentiles, fue para mostrarles de ese modo cuán reprobable y abominable era la ambición de preeminencias y de mando. Porque forzoso es que el orgulloso esté bajo, y, por lo contrario, el humilde, alto. Y esta altura del humilde es la verdadera y legítima, ya que no se cifra en un puro nombre y palabras. La elevación mundana procede de necesidad y miedo; la nuestra, empero, se asemeja a la elevación misma de Dios. El humilde, aun cuando de nadie sea admirado, permanece elevado; el soberbio, empero, por más que todos le halaguen, sigue más bajo que nadie. Además, el honor tributado al orgulloso procede de fuerza; de ahí la facilidad con que se desvanece; más el del humilde es libre y, por ende, también firme. Así admiramos a los santos; pues, siendo superiores a todos, se humillaron más que todos. De ahí que hasta hoy permanecen elevados y ni la muerte los pudo hacer bajar de su altura. Más, si os place, examinemos esto mismo por razonamiento. Alto se dice uno cuando lo es o por su talla o cuando se halla colocado sobre un lugar prominente; y bajo, en los casos contrarios. Veamos, pues, quién es lo uno o lo otro, el arrogante o el modesto, a fin de que caigas en la cuenta de cómo nada hay tan alto como la humildad, ni más a ras de tierra que la arrogancia. Ahora bien, el arrogante quiere ser más que todos los otros, no tiene a nadie por digno de sí mismo; cuantos más honores alcanza, más ambiciona y pretende, y piensa no haber alcanzado ninguno, desprecia a los hombres y se perece por sus honras. ¿Puede haber nada más insensato? La cosa parece realmente un enigma. A los mismos que tiene por nada, de ésos pretende ser glorificado. ¿Veis cómo el que quiere exaltarse cae y se arrastra por tierra? Porque, que el arrogante tiene a todos los hombres por nada comparados consigo mismo, él mismo lo afirma y en eso cabalmente consiste la arrogancia. ¿A qué corres entonces tras el que no es nada? ¿A qué buscas honor de él? ¿A qué andas rodeado de tanta muchedumbre de gentes? ¿Veis cómo el soberbio es bajo y está en lo bajo? Pues, ea, examinemos al humilde, al de verdad alto. Este sabe lo que es el hombre, cuán grande cosa es el hombre. Y como a sí mismo se tiene por el último de todos, de ahí que cualquier honor que se le tribute lo tiene por cosa grande. De suerte que sólo el humilde es consecuente consigo mismo, y está elevado, y no cambia de parecer. Puesto que tiene a los hombres por grandes, cree que sus honras, por pequeñas que sean, son también grandes, desde el momento que considera a aquéllos por grandes. El arrogante, en cambio, tiene por nada a quienes le honran, pero sentencia que sus honras son grandes. Además, el humilde no es presa de pasión alguna: ni la ira, ni la vanagloria, ni la envidia, ni los celos podrán molestarle. ¿Y qué puede haber más elevado que un alma exenta de estas pasiones? El soberbio, empero, por todas estas pasiones se ve dominado, como un vil gusano que se revuelve entre el barro. Y, en efecto, los celos, la envidia, la ira, están constantemente atormentando a su alma. ¿Quién está, pues, más alto: el que está por encima de sus pasiones o el que es esclavo de ellas? ¿El que teme y tiembla ante ellas o el que es a ellas inatacable y jamás puede ser por ellas dominado? ¿Qué ave diríamos que vuela más alta: la que va muy por encima de las manos y trampas del cazador o la que cae en manos de éste sin necesidad de trampa alguna, por no poder volar ni remontarse por los aires? Tal es el orgulloso. Cualquier lazo le coge fácilmente, pues va siempre arrastrándose por el suelo.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía 65, 2-5, BAC Madrid 1956, 339-51



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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - La mortificación

No deja de ser curioso el episodio que se nos relata en el evangelio de hoy: Santiago y Juan se acercan a Jesús para pedirle el extraño beneficio de sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda cuando el Señor estuviese en la gloria. Y Jesús les responde de manera desconcertante: "¿Podéis beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?". El cáliz que Cristo bebería sería su Pasión, cuyos sufrimientos apuraría hasta las heces; el bautismo que Jesús recibiría no sería otro que su muerte y su ulterior sepultura en la tumba, donde quedaría sumergido durante tres días. Terrible misterio éste de la muerte del Mesías, ya profetizado por Isaías, según lo escuchamos en la primera lectura de hoy: "El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento... Mi servidor justo justificará a muchos y cargará sobre él las faltas de ellos". De modo que Jesús pregunta a sus dos discípulos si serían capaces de acompañarlo en su pasión y muerte, más aún, si serían capaces ellos mismos de padecer y de morir. Los discípulos le pedían honores, y Jesús los invita al martirio.

1. EL BAUTISMO: MUERTE SACRAMENTAL

Hemos advertido cómo Jesús llama "bautismo" a su muerte. La palabra bautismo significa sumersión. También nuestro bautismo fue una muerte. "¿No sabéis —dice San Pablo— que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte". Así es, amados hermanos. Cuando fuimos llevados, hace ya años, a la pila bautismal, por un momento el agua nos cubrió, quedamos sumergidos en olas de muerte, olas teñidas en la sangre bermeja del Señor. También nosotros, como antaño Cristo, sentimos en los labios el gusto de la muerte. Claro que no morimos físicamente, sino en el ámbito sobrena¬tural de la gracia y del pecado. Morimos a nuestro hombre viejo, descendiente del Adán pecador, morimos al pecado original. Cuando nos sumergieron en el agua, recibimos la similitud de la muerte y de la sepultura del Señor. Entonces aquellos clavos que antaño atravesaron las manos y los pies de Jesús, taladraron también nuestro pecado. Y lo aniquilaron, lo anegaron en las aguas. Lo que fue para Cristo la cruz y la tumba, eso fue para nosotros el bautismo.

Para expresar esta realidad misteriosa, San León Magno recurrió a una expresión audaz: en el bautismo —dice— el cuerpo del nuevo cristiano se hace "carne del Crucificado". Pero en seguida agrega algo muy importante: es preciso acabar por las obras lo que se ha celebrado en el sacramento.

2. LA MORTIFICACION: CONSECUENCIA DEL BAUTISMO

Porque el bautismo, amados hermanos, no es el fin sino el comienzo. O mejor, es el fin de la vida pecadora, y el comienzo de la vida en Cristo. La muerte, el deceso bautismal, debe prolongarse a lo largo de toda nuestra existencia mediante la mortificación. Mortificar significa "dar muerte". ¿Dar muerte a qué? A lo que en nosotros queda del pecado original, a sus huellas y consecuencias: nuestra inclinación al pecado, nuestro deseo de falsa autonomía, nuestros desórdenes pasionales, etc. A todo eso debemos ir dando muerte.

La existencia cristiana no debería ser otra cosa que el bautismo prolongado en sus efectos. Es una especie de paradoja lo que en el bautismo se hizo de una vez por todas, hemos de rehacerlo todos los días. "Hay un momento apropiado para cada cosa -decía San Basilio-: está el momento del sueño y el de la vigilia, el momento de la guerra y el de la paz; pero toda la vida humana es el momento del bautismo". Así, pues, es menester que la muerte, realizada sustancialmente en el bautis¬mo, se actualice siempre de nuevo en el decurso de la vida. Constantemente y por doquier el cristiano debe llevar en sí los sufrimientos de la muerte de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste también en él. No es posible que la cabeza del cuerpo —Cristo-- haya estado crucificada, y que los miembros de ese cuerpo vivan en un lecho de rosas. Hemos de cargar cada día la cruz y seguir a Jesús. Debemos completar en nuestros miembros lo que falta a la pasión del Señor. Sin esto, no hay cristianismo.

El bautismo implica, por consiguiente, una exigencia de cambio. Ya no podemos seguir siendo súbditos del pecado. Lo dice expresamente San Pablo: "Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él [con Cristo], para que fuese destruido este cuerpo de pecado, y así dejásemos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado". Es claro que esta muerte no es muerte tan sólo. Es también vida. Si buscásemos la muerte por la muerte seríamos masoquistas. Nos abrazamos con la muerte porque sabemos que es el único camino que conduce a la vida, así como Cristo debió pasar por la humillación de la tumba para llegar a su resurrección gloriosa. Es menester, por lo tanto, según lo enseña el mismo San Pablo, consideramos a la vez "muertos al pecado y vivos para Dios, en Cristo Jesús". Nada debemos al pecado, porque en adelante nuestra vida se guía por otra vida, la de Cristo.

Pero como, de hecho, permanecen en nuestro interior no pocas huellas del pecado, la mortificación sigue siendo una necesidad perentoria. Aun cuando merced al bautismo se perdonan todos los pecados, sin embargo en los bautizados prosigue esa especie de guerra civil que es la lucha contra las malas inclinaciones interiores. El bautismo recibido no nos exime del combate que hay-que llevar con toda diligencia contra ese ejército de deseos tortuosos que se agitan tumultuosamente en el seno de nuestra alma. Morir, pues, morir a nosotros mismos, morir en Cristo, ya que siempre, a partir del día de nuestro bautismo, llevamos en nosotros la muerte de Cristo. O, como dice vigorosamente San Pablo, cotidie morior, todos los días, cotidianamente muero.

Pronto nos acercaremos a recibir la Sagrada Comunión. En ella Cristo, realmente presente, luego de haber renovado sobre el altar su Sacrificio de la Cruz, se nos ofrece en alimento. La Eucaristía nos pone, de manera análoga al Bautismo, en contacto inmediato con la muerte del Señor, ya que en ella celebramos su muerte hasta que el Señor vuelva al fin de los tiempos. Con el mismo espíritu con que María estuvo al pie de la Cruz, apoyaremos hoy los labios de nuestra fe en el costado de Jesús para beber su sangre salvadora. El mismo Señor que fue triturado en la Cruz por el sufrimiento, hoy se hace hostia sobre el altar. Pidámosle la gracia de no eludir la cruz, de no rehuir la mortificación. Cobremos ánimo porque, según se nos dijo en la segunda lectura de hoy, "no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado".
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 275-278)


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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El que quiera ser el primero que se haga el último

Jesús camina con sus discípulos y les revela el misterio de su pasión pero ellos tienen la cabeza en otra parte. Están pensando en grandezas. Su cabeza está llena de fantasías por los signos que Jesús ha realizado y por las multitudes que los siguen. El Reino ha comenzado a despuntar, al parecer, con grandeza y ellos, los más cercanos, van a ocupar lugares relevantes.

Se quedan atrás y discuten sobre quién es el mayor (Lc). Los Zebedeos se adelantan y le piden a Jesús los puestos a su diestra y siniestra ante la indignación de sus diez compañeros que también ambicionaban esos puestos. Jesús con toda paciencia les enseña lo que significa la autoridad cristiana.

¿Es malo querer ser mayor en el Reino de los cielos? Depende. Si nos referimos al Reino de los cielos en su estado triunfante no es malo querer ser mayor sino que es caridad. A mayor caridad mayor grado de gloria. Si al Reino en su estado militante, querer tener poder sobre los otros, regirlos a la manera que lo entendían los discípulos, es ambición. Por eso Jesús invita a sus discípulos a ser humildes para poder regir en la tierra y para poder alcanzar un alto grado de gloria en el cielo.

¿Y qué humildad se necesita para estar en el Reino? Al menos la de primer grado que dice San Ignacio que es el cumplimiento de los mandamientos que nos obligan bajo pecado mortal sea divino o humano. Pero Jesús al poner a un niño (Mt-Lc) delante de ellos y decir que lo imiten en la humildad (no en otras cosas) no pone límite a la humildad. ¿Por qué? Porque más adelante El se identifica con el niño: “Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” y Jesús es el modelo acabado de humildad. Se humilló haciéndose hombre, se humilló hasta la muerte y se humilló a la muerte más humillante . Hacerse como un niño es hacerse como Jesús.

El ser mayor en el Reino militante es un don de Dios, que entre los apóstoles fue dado a Pedro, pero para corresponder al don hay que hacerse como un niño, primero en no despreciar el don, sino aceptarlo, lo que implica humildad y después ejercerlo con humildad, es decir, puesta la confianza en el Padre celestial.

Los discípulos ambicionaban ser los primeros y Jesús les dice que deben hacerse los últimos. Dios escogerá al que quiera para ser el primero entre ellos, sin embargo, para ser el primero, según el querer divino, es necesario siempre ser el último y el que se olvida de esto puede seguir siendo el primero sin ser el último, pero ya no es agradable a Dios y aunque los dones de Dios son irrevocables el que ejerce autoridad sin humildad provoca escándalo porque no lo hace según la enseñanza de Jesús sino según el criterio del mundo donde la autoridad ejerce su poder oprimiendo a los últimos.

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Aplicación: Mons. Francis Stafford - Servir a la familia: misión profética de los fieles laicos

El que la familia esté viviendo en nuestros tiempos una crisis sumamente profunda es un hecho que está ante nuestros ojos. El matrimonio, sobre todo en el ámbito de la cultura occidental, se está convirtiendo cada vez más en una “elección residual”; muchos optan por no casarse y hay un aumento vertiginoso de las convivencias y los divorcios. Cada vez es más profunda la divergencia entre el Magisterio de la Iglesia y la vida real de los fieles. Nos encontramos, sin duda, ante una peligrosa deriva cultural de la postmodernidad, que amenaza la suerte futura de la humanidad. No en vano, Juan Pablo II escribía en la Familiaris Consortio: «El futuro de la humanidad se fragua en la familia»1. Ante este desafío histórico, la Iglesia – a través de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos – quiere dar una adecuada respuesta pastoral a la pregunta de cómo anunciar el Evangelio de la familia en nuestro mundo que promueve e impone modelos de vida, que contradicen en modo radical sus principios fundamentales.

Quisiera detenerme brevemente en el papel decisivo e insustituible de los laicos católicos, hombres y mujeres, en el anuncio del Evangelio de la familia. Hoy más que nunca, se necesitan testigos que, viviendo el Evangelio de la familia plenamente y con alegría, muestren al mundo que se trata de un programa de vida hermoso y fascinante, fuente de felicidad para los cónyuges y los hijos. Precisamente se abre aquí un enorme campo de acción para la misión profética de nuestro laicado. De hecho, en la vida de los esposos cristianos se necesita hoy el valor de los profetas, la valentía de ir contracorriente con respecto a la cultura dominante. Alguien dijo acertadamente: «Se quiera o no, la Iglesia en Occidente está en vías de convertirse en una contracultura, y su futuro ahora depende principalmente de si es capaz, como la sal de la tierra, de mantener su sabor y no ser pisoteada por los hombres»2.

En nuestros tiempos, a menudo sucede que la voz de la Iglesia sobre la naturaleza misma de la familia y el matrimonio (la unión entre un hombre y una mujer) y su indisolubilidad, el amor conyugal fiel y fecundo y la apertura a la vida se parece a una voz que “grita en el desierto”, que a menudo es atacada, rechazada, y no pocas veces ridiculizada por los medios. No obstante, no puede y debe faltar, porque, como dice el Concilio Vaticano II: «El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar»3. En realidad, se trata de defender la naturaleza más profunda del ser humano creado por Dios hombre y mujer. El papa Benedicto XVI dijo: «Vivimos en un tiempo en que los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos […]. Frente a esto, como cristianos, debemos defender la dignidad inviolable del ser humano […]. La fe en Dios debe concretarse en nuestro común trabajo por el hombre…»4. Anunciar y dar testimonio del Evangelio de la familia es un servicio de vital importancia que la Iglesia está llamada a hacer al hombre y a la humanidad, es una fundamental obra de misericordia. Además es una tarea particular de los fieles laicos en la sociedad en que viven. Ellos tienen que ser esa levadura evangélica que transforma el mundo desde dentro, esa sal de la tierra, la luz del mundo5. Recordemos las palabras de la antigua Carta a Diogneto: «Los cristianos […] viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo […]. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo […]. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar»6.

En el contexto del Sínodo de los Obispos sobre la familia, surgen algunas preguntas fundamentales que, sobre todo, los matrimonios católicos tienen que hacerse: ¿Vivo de verdad la vida de mi matrimonio y mi familia según el proyecto de Dios? ¿Tengo el valor de apostar totalmente por el Evangelio de la familia anunciado por el Magisterio de la Iglesia? ¿Intento dar testimonio – a pesar de mis limitaciones y debilidades – de la belleza del matrimonio y la familia cristiana en el ambiente en que vivo? La presión de la postmodernidad en este ámbito es extremamente fuerte y no pocos ceden a sus dictados destructivos. Lamentablemente, también entre la fila de los bautizados se propagan hoy cada vez más actitudes de rechazo (explícito o implícito) y decisiones en evidente contrasto con el Magisterio de la Iglesia. ¡Cuánto sufrimiento para los esposos y en modo particular para los hijos debido a matrimonios fracasados! En esta situación dramática, la Iglesia mira con confianza a las jóvenes generaciones. En Río de Janeiro, el papa Francisco, al dialogar con los jóvenes, les exhortó con fuerza: «Hay quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de moda”. ¿Está pasado de moda? [No…]. En la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo que pasará mañana. Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes»7.

La familia cristiana necesita que la Iglesia le ayude y la apoye. La familia necesita un fuerte mensaje de esperanza, cuyos primeros portadores son precisamente los jóvenes, con su capacidad de desafiar la realidad que les rodea y de ir contracorriente, tal como decía el papa Francisco. Es verdad, tal como informa el Intrumentum laboris, que a nivel de nuestras Iglesias locales trabajan numerosas estructuras pastorales especializadas y asociaciones laicales a favor de las familias, pero esto no basta. Hay una gran urgencia por renovar y repensar en profundidad todo el itinerario pedagógico de preparación de los jóvenes al matrimonio como también toda la pastoral familiar, para que de verdad sea una pastoral capaz de expresar el rostro materno de la Iglesia, el rostro acogedor que no excluye a nadie. La Iglesia hoy está llamada a acompañar pastoralmente con generosidad, caridad y empatía a las parejas cristianas, sobre todo a las que están en crisis o viven situaciones irregulares (las divorciadas y aquéllas que se han vuelto a casar). Con renovado valor y competencia, la Iglesia tiene que enfrentar estas problemáticas nuevas y a menudo inéditas del matrimonio y la familia (pienso por ejemplo en las cuestiones ligadas a la bioética…). La Iglesia, pastores y laicos, tiene que emprender por ello un camino de una verdadera «conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están»8.

El Evangelio de la familia pone ante los esposos cristianos metas altas y exigentes, que van claramente contracorriente con respecto a la cultura dominante. A menudo éste es presentado en nuestra pastoral en modo diluido y edulcorado, o es incluso censurado en aquellos aspectos particularmente exigentes (por ejemplo la doctrina de la Humanae Vitae de Pablo VI), con la finalidad de hacerlo más atractivo para la mentalidad común. Pero, de este modo uno se olvida de que su belleza y fuerza atractiva están precisamente en esta “novedad” que nos sorprende y desafía con propuestas radicales. El camino que Cristo nos propone como cristianos es “angosto” y la “puerta estrecha”9, pero la Gracia del Señor viene en nuestra ayuda. Ante los esposos cristianos, Cristo abre un horizonte fascinante de santidad y hace que descubramos el matrimonio y la familia como un camino privilegiado de santificación. Quizás nosotros, pastores y laicos, en nuestra pastoral del matrimonio y la familia nos fiamos demasiado poco del primado de la Gracia en la vida cristiana. A menudo, pensando el la “viabilidad” de los principios evangélicos, nos referimos exclusivamente a los criterios mundanos, descartando ciertas exigencias difíciles y delicadas. A este respecto, podemos recordar el hermoso diálogo entre el cardenal Federigo y Don Abbondio en la obra “Los novios” de Alessandro Manzoni: «¡Desgraciadamente! – dijo Federigo, tal es nuestra mísera y terrible condición. Debemos exigir rigurosamente de los demás lo que sólo Dios sabe si estaríamos dispuestos a dar: debemos juzgar, corregir, reprender; ¡y sabe Dios lo que haríamos en el mismo caso, lo que hemos hecho en casos parecidos! Pero, ¡ay si yo tomase mi debilidad como medida del deber ajeno, como norma de mi enseñanza!». E inmediatamente después, el cardenal Federigo añade una cosa importante: «Y sin embargo no hay duda de que, junto con las doctrinas, yo debo dar ejemplo a los demás, no asemejarme al doctor de la ley, que carga a los otros con pesos que no pueden soportar, y que él no tocaría con un dedo»10. Es una hermosa lección sobre la que vale la pena reflexionar.

En el debate sobre el estado del matrimonio y la familia actualmente prevalecen tonos oscuros y más bien dramáticos. Asistimos a una peligrosa proliferación de “falsos profetas”, que quieren convencernos de que la deriva de la postmodernidad sea la última palabra de la historia y, en consecuencia, irreversible, y que también nosotros los cristianos tenemos que obedecer a sus potentes dictados en el anuncio del Evangelio de la familia. Pero en esta difícil situación no podemos olvidar que el Señor de la historia es Cristo mismo, que es Él quien nos precede fielmente. Seguros de esta certeza, el papa Francisco quiere impulsar en la Iglesia una nueva época evangelizadora, marcada por una alegría que brota no de cálculos humanos, sino de la esperanza teológica. Entre los signos de tal esperanza hay que mencionar los numerosos y multiformes carismas que el Espíritu Santo está regalando a la Iglesia de nuestros días y de los que nacen tantos movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Son lugares que generan itinerarios de formación de extrema eficacia en la fe de los laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos. Se trata de itinerarios de iniciación cristiana que despiertan en los laicos un ímpetu y valor misioneros impresionantes. Cuántos hombres y mujeres de nuestro tiempo, gracias a esta nueva época asociativa de fieles laicos, han descubierto la fascinante belleza del matrimonio y la familia, viviéndola como una verdadera vocación y un camino concreto de santidad; cuántos se han abierto generosamente a la vida (¡familias numerosas!); cuántos han redescubierto el valor de la castidad en la vida matrimonial; cuántos matrimonios se han salvado cuando estaban atravesando un período de crisis y estaban al borde de la separación; cuánto empuje misionero han generado familias enteras, listas para partir y anunciar la Buena Nueva en países de misión (¡ad gentes!). Mientras que ante el Evangelio de la familia tantos dicen, como aquellos discípulos en la sinagoga de Cafarnaún, «este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» (Jn 6,60), y se van decepcionados, los laicos formados en el ámbito de estas nuevas realidades eclesiales tienen el valor de decir junto a Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Es más, estos laicos dicen al mundo en un modo convincente que el Evangelio de la familia no es una utopía, sino un proyecto de vida por el que vale la pena apostar. La nueva época asociativa de los fieles es por eso un importante signo de esperanza para la Iglesia, que en esta hora de nuestra historia está enfrentando el desafío de la grave crisis del matrimonio y la familia. Es verdad que los laicos comprometidos en las diferentes realidades asociativas son una minoría, pero – como decía el papa emérito Benedicto XVI – son una “minoría creativa”, es decir determinante para el futuro del mundo. Por ello, tales realidades merecen recibir mucho ánimo y apoyo.

Concluyo con las palabras de san Juan Pablo II, que el papa Francisco definió el “Papa de la familia”: «El Evangelio no es la promesa de éxitos fáciles. No promete a nadie una vida cómoda […]. En el Evangelio está contenida una fundamental paradoja: para encontrar la vida, hay que perder la vida; para nacer, hay que morir; para salvarse, hay que cargar con la Cruz. Ésta es la verdad esencial del Evangelio, que siempre y en todas partes chocará contra la protesta del hombre. Siempre y en todas partes el Evangelio será un desafío para la debilidad humana. En ese desafío está toda la fuerza. Y el hombre, quizá, espera en su subconsciente un desafío semejante; hay en él la necesidad de superarse a sí mismo. Sólo superándose a sí mismo el hombre es plenamente hombre»11. El Evangelio de la familia se puede comprender sólo desde esta verdad fundamental…

(Francis Stafford, Mensaje del Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos 2'14)



1 Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris Consortio, núm. 86.
2 Robert Spaemann, Divorce and remarriage, en: First Things, agosto – septiembre 2014.
3 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, Gaudium et Spes, núm. 47.
4 Benedicto XVI, Celebración ecuménica en la Iglesia del antiguo convento de los agustinos de Erfurt, 23 de septiembre de 2011.
5 Cfr. Mt 5,13-16.
6 De la Carta a Diogneto (Cap. 5-6; Funk 1, 317-321).
7 Francisco, Discurso durante el encuentro con los voluntarios de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 28 de julio de 2013.
8 Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, núm. 25.
9 Cfr. Mt 7,13-14; Lc 13,24.
10 Alessandro Manzoni, Los novios.
11 Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, pág. 117.


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Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Domingo Vigésimo Noveno del Tiempo Ordinario - Año B Mc. 10:35-45

1.- El Evangelio de hoy nos narra un pasaje muy poco edificante: las ambiciones de algunos Apóstoles.

2.- Los Zebedeos quieren ser los primeros, y los otros se enfadan con ellos.

3.- Esto me da pie para hablar de los defectos de la Iglesia.

4.- En la Iglesia hay santos y pecadores. Personas con deseos de perfección, y personas con defectos humanos.

5.- La Iglesia Católica es santa, no porque todos los católicos sean santos, sino porque son llamados a serlo.

6.- Pero es imposible que una organización con mil millones de personas, todas sean santas; aunque cada uno de nosotros debería desear serlo.

7.- Pero el exponente de lo que es la Iglesia Católica no es la fruta podrida caída del árbol de la Iglesia, sino la fruta pujante que cuelga de sus ramas: ésos son los santos.

8.- Muchos acusan a la Iglesia por la actuación de los malos católicos. Es lamentable el mal ejemplo de algunos católicos, pero eso es inevitable en un colectivo de hombres libres.

9.- Pero, ¿por qué no se fijan en los ejemplos heroicos de muchos católicos?

10.- La Iglesia Católica, a través de sus fieles, ha hecho maravillosas obras en favor de la Humanidad.


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Directorio Homilético - Vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario


CEC 599-609: la muerte redentora de Cristo en el diseño de la salvación
CEC 520: la humillación de Cristo es para nosotros un modelo a imitar
CEC 467, 540, 1137: Cristo, el Sumo Sacerdote


"Jesús entregado según el preciso designio de Dios"

599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.

600 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18).

"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"

601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).

"Dios le hizo pecado por nosotros"

602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).

603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).

Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal

604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).

605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).


III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS

Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre

606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).

607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).


"El cordero que quita el pecado del mundo"

608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).

Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre

609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).

520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): él es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).

467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto concilio ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:

Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad. Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona (DS 301-302).

540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.

1137 El Apocalipsis de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último, revela "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).

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