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Domingo 29 del Tiempo Ordinario B - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Escucha de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical


 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

 

Introducción a las lecturas del domingo

Primera Lectura: Is 53, 10-11

Dios frente al pecado del hombre podría reaccionar como lo hizo en tiempos de Noé. Mandó el diluvio y limpió la tierra de todo pecado y de todo pecador. No quedó ser viviente alguno. Para nosotros este es un signo de cómo Dios podría responder a los pecados del hombre de hoy. Sin embargo recordemos lo que Dios dijo a Noé: Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.» (Gen 9, 9/11). Con todo, Dios no podía estar indiferente ante el pecado del hombre y sus consecuencias. El pasaje de hoy nos manifiesta como responderá Dios para siempre ante el pecado humano y sus consecuencias. Y sabemos que mandará a Alguien. La lectura describe cómo es y cómo actúa ese enviado de Dios.

 

Segunda Lectura: Hebr 4, 14-16

Este pasaje continúa la descripción del enviado de Dios de cara al pecado del hombre, de cara a nuestro pecado. Se nos enseña no solamente que Dios es misericordioso sino que se sumerge en nuestra realidad humana de manera integral, menos en la dimensión del pecado. Esto solamente tiene una explicación posible: Dios es amor y nos ama hasta el extremo. Con corazón agradecido escuchemos este pasaje bíblico.

 

Evangelio: Mc 10, 35-45

Para poder aquilatar toda su dimensión  del pasaje evangélico es bueno tener presente que en los versículos inmediatamente anteriores a los del Evangelio San Marcos relata el tercer anuncio de la pasión de parte de Cristo. Sin embargo, los apóstoles parecen no haber entendido nada. Continúan con la ilusión de que Jesús va a implantar un reino político, intra-mundano, en cuyo poder ellos desean tener parte. Nosotros sabemos de qué está hablando Jesús cuando menciona el cáliz que se ha de beber. Nos lo recuerda su oración en el huerto de los olivos. Y la expresión “ bautismo” se refiere a la misma realidad. Y el sentarse a la derecha y a la izquierda significaría en nuestro lenguaje de hoy ser primer ministro y el segundo en la escala del poder, por ejemplo, ministro de Relaciones Exteriores. Necesitamos preguntarnos: ¿Qué tiene esto que ver con nosotros? Bueno, basta con preguntarnos si somos capaces de beber el cáliz que Jesús ha bebido. Escuchemos este pasaje con el corazón dispuesto.

 

Reflexionamos los padres

Como ya hemos vislumbrado en la introducción a la primera lectura, Dios no deja preocuparse del pecado del hombre y de las consecuencias de su pecado. Ha enviado a su hijo Jesucristo. Como Jesús mismo dice: “No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo” (Jn 14, 47), es decir, que el Señor ha venido para ponerse al servicio del hombre; para eso ha nacido, para eso ha muerto, para eso ha resucitado, para eso ha enviado el Espíritu Santo, para eso ha fundado la Iglesia, para eso ha instituido los sacramentos, para eso estará con nosotros hasta el fin del mundo. Quizás nosotros somos, en algunos aspectos de nuestra vida,  semejantes a los apóstoles. El enfrentarse con el dolor que predice Jesús no les hace superar el deseo de conseguir privilegios, no les hace luchar contra la envidia y los celos. Consideremos un momento nuestra reacción cuando se presenta una crisis, un dolor, un sufrimiento. La Didajé, un antiquísimo documento de la Iglesia - que algunos hasta lo acercan al concilio de los apóstoles (cf. Hech 15) - como guía didáctica para introducir a los paganos a la fe y al bautismo, enseña: "Dales la bienvenida como a cosas buenas a los acontecimientos que te sucedan, sabiendo que fuera de Dios nada sucede" (Didajé 3. 10). Es decir, no solamente hay que aguantar sino hasta dar la bienvenida a los problemas y sufrimientos como quien carga con la cruz de cada día para seguirle a Jesús (cf. Mt 10.38). ¿Cómo hacer para que nuestra respuesta a los sufrimientos sea cristiana a la manera de la Didajé?
Para dar una respuesta adecuada se requiere crecer en la virtud de la humildad. Les ayudarán los  comentarios correspondientes de San Juan Crisóstomo y del P. Gustavo Pascual I.V.E

 

Reflexionemos con los hijos

Muchas veces sentimos envidia porque quisiéramos tener lo que tienen los temas. Muchas veces tenemos celos porque quisiéramos que nos den mayor importancia  que a los demás. Muchas veces quisiéramos ser los primeros, ser mandamás. Jesús nos dice que no ha venido para que le sirvan sino para servir. Y nos sigue sirviendo: cuando escuchamos la palabra de Dios nos habla Jesús; cuando participamos en la celebración de la eucaristía es Jesús que se sacrifica por nosotros, está a nuestro servicio; y durante las 24 horas está siempre a nuestra disposición cuando le hablamos, le pedimos algo.

Si queremos ser grandes, si queremos ser como Jesús entonces tenemos que convertirnos en servidor de todos. Solamente así seremos los primeros delante de Jesús. Vamos a ponernos a reflexionar un poco como convertirnos en servidores de los demás.

 

Relación con la Santa Misa

Nuestra inclinación va siempre en la dirección de que nos sirvan y que seamos los primeros para recibir privilegios y regalos. Cuando participamos en la eucaristía es Jesús que se pone a nuestro servicio y se entrega totalmente. Especialmente durante el ofertorio, cuando se presentan en el altar el pan y el vino y se ofrecen a Dios para que se conviertan más tarde en el cuerpo y la sangre de Jesús, ofrezcamos nuestra vida y nuestras personas para ponernos a disposición total de Dios.

 

Vivencia familiar

Todo lo anterior nos inspira a reflexionar en familia de cómo seguir las sugerencias de Jesús, de cómo convertirnos en servidores de los demás. Recordemos que la mejor manera de servir a los demás es aquella que no nos pueden agradecer porque no se enteran. Leerá con provecho Servir a la familia: misión profética de los fieles laicos

 

Nos habla la Iglesia

Vivir la fe cristiana significa servir al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres, a partir de las periferias de la Historia

La fe católica que recibimos el día del bautismo está centrada en la persona de Jesucristo, Unigénito del Padre, Señor de toda creación y Redentor de la humanidad. A primera vista, nadie se atrevería a contestar esta sencilla afirmación tan evidente para quien recita el Credo con devoción. Inundado sinceramente por esta fe, el cristiano vive según los mandamientos y no se asusta con los sufrimientos y dificultades de la vida. Al encontrarse con alguien que necesita ayuda no ahorra esfuerzos para aliviarlo; recordando mientras tanto que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 3).

Vivir la fe en nuestros días exige una actitud permanente de coraje y heroísmo, pues son muchos los que no comprenden, no apoyan y hasta llegan a perseguir a los que se apartan radicalmente del pecado, se confiesan con frecuencia, asisten la misa dominical y buscan conformar su mente y corazón a los de Jesús. A estos héroes de lo cotidiano les sorprenderá que alguien diga que no es necesario entrar en choque con las costumbres del mundo, pues para vivir la fe basta ayudar a los demás, sin distinciones. O sea, más que vivir para Cristo, basta dedicarse al hombre ¿Es así de sencillo? ¿Cómo nos enseña el Magisterio a vivir la fe teniendo en vista la salvación de nuestras almas?

La Iglesia, de hecho, está llamada a esparcir la levadura y la sal del Evangelio, es decir, el amor y la misericordia de Dios, que son para todos los hombres, indicando la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le corresponde la ardua tarea de organizar y encarnar en la justicia y en la solidaridad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Vivir la fe cristiana no significa huir del mundo o buscar una cierta hegemonía, sino servir al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres, a partir de las periferias de la historia, teniendo despierto el sentido de la esperanza, que impulsa a hacer el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá. (Papa Francisco, Carta a Eugenio Scalfari, 4 de septiembre de 2013)

 

 

. Leamos la Biblia con la Iglesia

Semana 28 - Sábado

Rom 4:13, 16-18

Sl 105:6-7, 8-9, 42-43

Ef 1:15-23

Sl 8:2-3, 4-5, 6-7

Lc 12:8-12

Semana 29 - Lunes

Rom 4:20-25

Lc 1:69-70, 71-72, 73, 75

Ef 2:1-10

Sl 100:2, 3, 4, 5

Lc 12:13-21

Semana 29 - Martes

Rom 5:12, 15, 17-19, 20-21

Sl 40:7-8, 89, 10, 17

Ef 2:12-22

Sl 85:9-10, 11-12, 13-14

Lc 12:35-38

Semana 29 -Miércoles

Rom 6:12-18

Sl 124:1-3, 4-6, 7-8

Ef 3:2-12

Is 12:2-3, 4, 5-6

Lc 12:39-48

Semana 29 - Jueves

Rom 6:19-23

Sl 1:1-2, 3, 4, 6

Ef 3:14-21

Sl 33:1-2, 4-5, 11-12, 18-19

Lc 12:49-53

Semana 29 - Viernes

Rom 7:18-25

Sl 119:66, 68, 76, 77, 93, 94

Ef 4:1-6

Sl 24:1-2, 3-4, 5-6

Lc 12:54-59

Semana 29 - Sábado

Rom 8:1-11

Sl 24:1-2, 3-4, 5-6

Ef 4:7-16

Sl 122:1-2, 3-4, 4-5

Lc 13:1-9

 

 

Oraciones

Oración para servir

Autor: Padre Ignacio Larrañaga

Oh Cristo, para poder servirte mejor,

dame un noble corazón

Un corazón fuerte

para aspirar por los altos ideales

y no por opciones mediocres.

 

Un corazón generoso en el trabajo,

viendo en el no una imposición

sino una misión que me confías.

 

Un corazón grande para el sufrimiento,

siendo valiente soldado ante mi propia cruz

y sensible cireneo para la cruz de los demás.

 

Un corazón grande para con el mundo,

siendo comprensivo con sus fragilidades

pero inmune a sus máximas y seducciones.

 

Un corazón grande para los hombres,

leal y atento para con todos

pero especialmente servicial y delicado

con los pequeños y humildes.

 

Un corazón nunca centrado sobre mí,

siempre apoyado en tí,

feliz de servirte y servir a mis hermanos,

¡oh, mi Señor!

todos los días de mi vida.

Amén.

 



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