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Domingo 27 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos I - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical

 

Recursos adicionales para la preparacón

 

A su  disposición
Exégesis: Rudolf Schnackenburg - La indisolubilidad del matrimonio (Mc 10, 1-12)

Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F. - Comentario a las tres Lecturas del Domingo

Comentario Teológico: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - La alianza matrimonial en el designio divino

Comentario Teológico: Juan Pablo II - El Matrimonio y la Familia

Comentario teológico: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás - Matrimonio y Divorcio

Comentario Teológico: Manuel de Tuya OP  - La cuestión del divorcio

Comentario Teológico: P. Miguel A Fuentes - ¿Por qué el divorcio está mal?

Santos Padres: San Agustín - La finalidad del matrimonio

Santos Padres: San Agustín II - Sociedad original de varón y mujer

Comentarios Teológicos: Giuseppe Ricciotti - Cuestiones matrimoniales / Jesús y los niños

Comentario teológico: Benedicto XVI ¿Qué nos dice hoy esta palabra - 'Por eso abandonará...'

Aplicación: P. Raniero Cantalamessa - Serán los dos una sola carne

Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Matrimonio

Aplicación: Mons. Fulton Sheen - “No cometerás adulterio”

Aplicación: Madre Teresa de Calcuta - Hogar y familia

Aplicación: Benedicto XVI - La crisis matrimonial

Aplicación: Papa Pio IX - El matrimonio cristiano

Aplicación: Jacobo Benigno Bossuet - Castidad y Matrimonio

Aplicación: El Santo Cura de Ars - Vocatus est Jesus ad nuptias. Jesús fue invitado a unas bodas. (S. Juan, II, 2).

Aplicación: P. Fuentes - Consecuencias del divorcio

Ejemplos Predicables

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo



Exégesis: Rudolf Schnackenburg - La indisolubilidad del matrimonio (Mc 10, 1-12)

(…) Los fariseos (…) son los antagonistas que dan mayor peso a la decisión de Jesús. El problema mismo resulta sorprendente, puesto que la ley mosaica le da una solución clara: cualquier judío casado podía repudiar a su mujer mediante la entrega de una carta de repudio; en el judaísmo sólo se discutía sobre los motivos que hacían posible semejante repudio.1 La aclaración que hace el evangelista de que le preguntaban «para tentarlo», quiere subrayar su mala intención (cf. 8,11; 12,15).

Toda la introducción está proyectada desde el punto de vista de la comunidad que tenía el máximo interés en este problema y que, en base a la decisión de Jesús, se había separado de la práctica judía y pagana, cf. d. v. 10-12. En la contestación de Jesús sorprende que hable de que Moisés «os mandó», en tanto sus interlocutores dicen «permitió». En Mt 19 las cosas discurren de modo distinto. Marcos está más cerca de la intención original de la norma veterotestamentaria que representaba una cierta protección para la mujer repudiada, pues mediante el documento conservaba su honra y su libertad. De este modo la frase «mirando la dureza de vuestro corazón» no se interpreta como una concesión a la debilidad de los judíos, sino como un testimonio de reproche contra ellos, porque eran incapaces de cumplir la voluntad originaria de Dios. Sólo los fariseos lo interpretan como una prueba de la benevolencia divina. Jesús se remonta al relato del Génesis que para él expresa claramente la voluntad decidida de Dios, antes de la promulgación de la ley mosaica. De los dos pasajes bíblicos de Gen_1:27 y 2,24, se sigue que con la creación del varón y de la mujer iba vinculada la voluntad de Dios de que la pareja humana se convirtiese en una unidad indisoluble.

Uno y otra han abandonado la comunidad familiar anterior, que en las circunstancias del hombre antiguo le rodeaba y le brindaba una mayor protección que hoy, se han unido entre sí y forman ya algo inseparable. El proceso ideológico se apoya en el tenor literal del texto bíblico: con la creación de los dos sexos Dios ha querido esta unión, tan estrecha que de ahora en adelante varón y mujer forman una sola carne. El acento descansa en el «una sola», no en la «carne». Jesús lo subraya con su conclusión: en el matrimonio al marido y a la mujer hay que seguir considerándolos como una unidad. Dios mismo aparece como fundador del matrimonio -cosa que también pensaban muchos judíos incluso de cara a los matrimonios concretos-, por ello el hombre no puede ya romper esta unidad.

La argumentación de Jesús, fundada en la Escritura, no resulta nada singular a la luz del Documento de Damasco, que forma parte de la literatura qumraniana, pues también ese reducido grupo del judaísmo consideraba el relato de la creación como una prohibición del repetido matrimonio (4,21; cf. 5,1 ss). Hoy debemos buscar el sentido de la decisión de Jesús dentro del horizonte judío de su tiempo. Hay una condena tajante del connubio plural propiciado por el apetito sexual o de una poligamia sucesiva, condena que se funda en el orden de la creación, de la disposición natural de ambos sexos. Se reconoce la personalidad del hombre que permite ver en la comunidad conyugal no sólo la liberación del instinto sexual, sino la vinculación de una persona a otra, la realización personal del hombre en el encuentro y comunión con el cónyuge.

Es notable que en un tiempo y ambiente en que la mujer era considerada por lo general -incluso en el judaísmo- como un ser inferior y sometido al varón, la Biblia nos dé a conocer la dignidad humana según las miras de Dios; el hombre, sea varón o mujer, ha sido creado «a imagen y semejanza de Dios» (Gen_1:27). De este modo el matrimonio se eleva a una comunión personal, que cuanto más se realiza con mayor facilidad supera las dificultades y tensiones originadas por el instinto sexual.

La expresión «carne» no debe inducirnos a pensar que la unión sexual sea el elemento primero y principal; pues, en hebreo esa palabra significa ante todo al hombre en su completa realidad, aunque en el matrimonio ciertamente que la unión carnal -también como expresión de esa totalidad y entrega absoluta- cuenta también. La hostilidad al cuerpo y al instinto es ajena al judaísmo. La disolución de la sociedad conyugal la califica Jesús simple y llanamente de «adulterio», ruptura de la comunión entre dos, que Dios quiso desde el comienzo. No sin razón hablamos también nosotros de la «alianza matrimonial»; las relaciones de Dios con Israel como el pueblo de su alianza las presentan los profetas bajo la imagen de un matrimonio (especialmente Oseas 1-3). Ahora bien alianza es una vinculación personal, firme y obligatoria que debe ser permanente. La obligatoriedad perpetua, mientras dure la vida, no es así una imposición agobiante, sino una decisión libre y liberadora, que es posible al hombre desde su constitución personal y que refleja su dignidad. Cómo la Iglesia haya aceptado y expuesto esta decisión de Jesús, nos lo muestra el diálogo entre Jesús y sus discípulos que Marcos ha añadido para sus lectores.

Los discípulos vuelven a preguntar al Maestro sobre el tema «en la casa» (cf. el comentario a 9,33) y obtienen una información, que transmite a los destinatarios cristianos de Marcos, procedentes del paganismo, una palabra de Jesús a sus coetáneos judíos. El derecho matrimonial judío facilitaba -hasta en los menores detalles- sólo al varón la iniciativa de disolución de su matrimonio, precisamente mediante la entrega de la carta de repudio. (…) Marcos, en cambio, elige en 10,11s -al menos según la lectura que merece la preferencia- una forma de expresión que prevé para la mujer la misma posibilidad que para el marido en orden a intentar la separación, lo cual se debe al derecho matrimonial romano. De lo cual se deduce, sin embargo, que Marcos quiere inculcar a sus lectores étnico-cristianos cómo la resolución de Jesús les obliga al mantenimiento real y estricto de la prohibición del divorcio.

Esta concreta exposición «legal» la confirma también Pablo en sus instrucciones a la comunidad de Corinto. A los cristianos casados les ordena, no él sino «el Señor», que la mujer no se separe de su marido y que el marido no despida a su mujer. Añade además que si una mujer se ha separado, no vuelva a casarse o que se reconcilie con su marido (1Co_7:10s). El cristianismo primitivo conoció, pues, ya una «separación de mesa y lecho» sin disolución del matrimonio; práctica que no está atestiguada por lo que respecta al mundo judío y pagano. Se ha combatido esta interpretación que la Iglesia primitiva dio a la solución radical de Jesús. Originariamente Jesús habría declarado adulterio la separación matrimonial, a fin de poner de relieve la seriedad y grandeza del matrimonio. Habría rechazado la práctica separatoria frecuente entre los judíos, pero sin pretender dar un ordenamiento legal. Pero las comunidades, que vivían en las circunstancias concretas de este mundo, necesitaban unas instrucciones precisas, y así se habría llegado a la interpretación que la Iglesia católica ha mantenido hasta hoy. Una prohibición absoluta de separación en caso de un matrimonio válidamente contraído la rechazan tanto las Iglesias ortodoxas como las reformadas. Para ello se remiten a la «cláusula de fornicación», contenida en Mat_5:32 y 19,9, cuya interpretación se discute todavía hoy, incluso entre los exegetas católicos, o se apela a la superación radical del legalismo por parte de Jesús.

También en el orden de la nueva alianza puede fracasar un matrimonio por la debilidad y culpa de los hombres, caso en que la prolongación externa de un matrimonio fracasado puede llevar a nuevas culpas. El problema se ha complicado extraordinariamente por lo que respecta al carácter de las enseñanzas morales de Jesús como al cambio de las circunstancias sociales de nuestro tiempo, y no podemos estudiarlo aquí con más detenimiento. Pero hay algo sobre lo que no cabe duda alguna: con la mirada puesta en la voluntad originaria de Dios creador, Jesús quiso inculcar a los casados la máxima responsabilidad moral y que no disolviesen su matrimonio; la Iglesia primitiva, por su parte, tomó muy en serio esta llamada obligatoria. (…)
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder)

[1] Se trataba de una explicación de Deu_24:1 «un motivo vergonzoso (o desagradable)» La tendencia más rígida -la del viejo maestro Shammay- refería el texto únicamente a hechos inmorales (adulterio); la más condescendiente -que era la de la escuela de Hilel- lo aplicaba a todas las razones posibles, hasta al hecho de haber dejado quemarse la comida (Mishna).



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Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F. - Comentario a las tres Lecturas del Domingo


Primera lectura: GÉNESIS 2, 18 24:

Estos capítulos del Génesis contienen interesantes enseñanzas teológicas. En la lectura de este domingo notemos las siguientes:

- El hombre, Adán, creado a imagen y semejanza de Dios: En virtud de esta gran dignidad de la cual dice el Salmista: "La luz de tu rostro está sellada (o impresa) en nosotros" (Sal 4, 7). El hombre es superior en naturaleza a todos los animales: "Le coronaste de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos; todo fue puesto por Ti bajo sus pies: ovejas, y bueyes todos juntos, y aun las bestias salvajes, y las aves del cielo y los peces del mar" (Sal 8, 7). Israel jamás cometerá la aberración de las naciones idólatras vecinas que tienen cultos para los astros, para las bestias y para los poderes misteriosos de la Naturaleza. El hombre es en la creación rey. Pone "nombre" (=domina) a todos los seres. Sólo adora al Creador.

- La soledad que oprime a este rey, con estar rodeado de tan variados y excelentes seres (20), expresa gráficamente que ningún animal es de la naturaleza del hombre; y que la sexualidad limita tanto al hombre como a la mujer, y hace que uno dependa y necesite del otro. Por ley de creación "varón-hembra" se buscan se aman, se fusionan, se complementan.

- Es bellísima e insuperable la lección catequética de los vv 21-23: a) El "sueño" de Adán expresa que la aparición de la mujer es misteriosa. Sólo el acto creador de Dios la explica. b) Eva (=la mujer), tomada de la costilla de Adán, expresa la igualdad de naturaleza de los dos sexos y la ley de su mutua atracción. En Israel la mujer no será esclava. c) Con este clima de amor y respeto mutuo el autor sagrado puede darnos la lección altísima de la institución del matrimonio (24). Matrimonio monógamo e indisoluble. ¿En cuál de los antiguos pueblos alcanzó el matrimonio tanta dignidad? Ambos esposos dignificados por igual y ambos en mutua dependencia y exigencia. San Pablo nos lo resumirá en aquella su frase lapídaria: "Si la mujer procede del varón, así el hombre nace de la mujer. Y de Dios uno y otro" (1 Cor 11, 12).


Segunda Lectura: HEBREOS 2, 9 11:

Hoy en la "Collecta" de la Misa se nos recuerda esta gozosa y consoladora verdad: " Omnipotens sempiterne Deus, qui abundantia pietatis tuae et merita suplicum excedis et vota ".

- El autor de la Carta a los Hebreos nos expone lo que constituye la mayor dignificación y el mayor encumbramiento del hombre. El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios ha sido, sí, misterio de anonadamiento (Jesús hecho inferior a los ángeles: v 9), pero con este misterio la naturaleza humana alcanza la más excelsa dignidad. Cristo ya glorificado está ya con la naturaleza humana que asumió sentado a la diestra del Padre. Y nos ha hecho a todos los hombres "hijos" de Dios.

- Esta nivelación del Hijo de Dios con nosotros no ha sido teórica; no ha rehuido ningún abajamiento por humillante y lacerante que fuera. Hasta en el dolor y en la muerte se ha nivelado con nosotros (9b). Nada falta para que seamos "Hermanos" con el Hijo de Dios. Este nos da su filiación y tenemos el mismo Padre (11a). Y toma todas nuestras miserias: "No se avergüenza de llamarnos hermanos" (11b). Hermanos porque se solidariza en todo con nosotros. Hermanos porque nos asocia en todo a su vida.

- Entablemos, pues, con Cristo relaciones amistosas, fraternales. Nos dice Teresa de Jesús: "Muy buen amigo es Cristo. Le miramos como hombre. Vémosle con flaquezas y trabajos." Y nos aconseja "traerle humano": contemplarle como hombre: como "Hermano". La Encarnación le ha hecho "Primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8, 29). Sin tal "Hermano", cuánta soledad nos afligiría: "Sin la Encarnación permanecería ignorada una dimensión de la divinidad; la que la hace más amable. La divinidad que se humilla, que desciende, que se entrega. Sin la Encarnación Dios no sería para nosotros más que una especie de infinito matemático, descolorido, impersonal, lejos del hombre, deshumanizado, fuera de nuestro alcance" (Carlos Cardó: Emmanuel, pág. 43). Y debemos a María Virgen este "Hermano". Y también por ser Cristo nuestro "Hermano", María Virgen es nuestra Madre. Hermanos y coherederos, pero: ut simus ejus in gloria coheredes, ei, mortem ipsius annuntiando, compatimur (Postcom.).


Evangelio: MARCOS 10, 2 16:

En el hecho que parece anecdótico de una pregunta capciosa que los fariseos proponen a Jesús vamos a oír de labios del Maestro enseñanzas preciosas sobre el matrimonio:

- Jesús restituye al matrimonio la dignidad y la pureza que Dios quiso darle desde el principio y que fue perdiendo por culpa de las pasiones humanas. El Matrimonio debe ser en el plan de Dios y así deben vivirlo los hombres: uno-monógamo-indisoluble. Y Jesús osa enfrentarse con Moisés (4). Y da a la ley matrimonial la máxima perfección. Es, pues, superior a Moisés.

- Puede exigirlo así Cristo a los hijos de la Nueva Alianza, porque a diferencia de la antigua que sólo era "Ley", ésta es "Gracia". La Gracia de Cristo santificará la unión matrimonial y dará vigor para llenar todos los deberes y superar todas las tentaciones.

- Y la "Gracia" que en la Nueva Alianza da Cristo al matrimonio es nada menos que la participación del amor que El (Esposo) tiene a la Iglesia (Esposa): "Dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su esposa; y serán los dos una sola carne. Este Sacramento es grande, os lo aseguro, porque mira a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 31-32). El matrimonio cristiano significa y expresa el Desposorio Cristo-Iglesia. De ahí que sea fuente de gracia para que los esposos reflejen la fidelidad, la santidad, la fecundidad, el heroísmo del amor de Cristo a la Iglesia y de la Iglesia a Cristo.
(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.



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Comentario Teológico: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - La alianza matrimonial en el designio divino

Introducción
Es notable el papel central que Dios ha dado al matrimonio en su plan de salvación. Podemos decir que toda la Sagrada Escritura, fuente de la verdad revelada, está como encerrada, incluida en la realidad del matrimonio. Efectivamente, la Sagrada Escritura se abre, en la primera página del Génesis (1,26-27), con la creación del hombre y la mujer llamados después a ser ‘una sola carne’; y se cierra con la visión de las ‘bodas del Cordero’ en el Apocalipsis (19,7.9), las bodas que toda la Iglesia celebrará con Cristo: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado” (19,7).1

Aún más, la realidad del matrimonio y su ‘misterio’ atraviesa de un extremo a otro la Sagrada Escritura. A pesar del desorden y la enemistad que el pecado introduce entre el varón y la mujer unidos en matrimonio, el AT presenta el amor conyugal exclusivo y fiel como imagen de la Alianza de Dios con Israel (cf Os.1-3; Is.54.62; Jr.2-3; 31; Ez.16,62;23). Por eso en el libro del profeta Oseas los actos de idolatría del pueblo de Israel son comparados con la infidelidad matrimonial (Os.2,4ss). Y el Cantar de los Cantares expresa el punto culminante de la unión del alma con Dios usando la simbología del amor conyugal más fiel, más tierno y más fuerte, amor “fuerte como la muerte” que “las aguas torrenciales no pueden ahogar” (Ct 8,6-7).

Todo esto irá preparando la restauración y renovación que Cristo hará del matrimonio herido por el pecado. Él lo elevará a la categoría de algo sagrado, algo santo y no sólo santo, sino también santificante, que produce la gracia, que hace sagrados a los hombres, es decir, lo eleva a la categoría de sacramento. Por eso en el NT el matrimonio entre el varón y la mujer pasará a significar esa unión intimísima que se realizará entre el alma santificada por el Bautismo y Cristo. Son las ‘bodas del Cordero’ con su Esposa la Iglesia, de las que habla el Apocalipsis. Esta analogía entre el matrimonio cristiano y la unión de Cristo con su Iglesia está desarrollada en el cap. 5 de la Carta de San Pablo a los Efesios. En esta analogía se manifiesta la grandeza del matrimonio: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef.5,25-27). Y por eso San Pablo terminará diciendo: “Gran sacramento es éste” (Ef.5,32).

1. Fundamento bíblico del matrimonio y la familia
Desde el inicio de la creación se deja ver la grandeza con la que Dios ha dotado al matrimonio entre el varón y la mujer. Esto se nota en el modo en que Dios crea al ser humano. Si miramos cómo Dios crea todas las cosas nos daremos cuenta que al crear al resto de los seres (cosmos, plantas, animales) Dios dice: “¡Hágase!” “¡Fiat!”. “Hágase la luz...”, “Hágase el cielo...”, “Háganse las estrellas...” (1,3.6.14). Pero cuando va a crear al hombre usa una fórmula muy distinta; dice así: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Llama la atención ese “hagamos” en plural; y “a nuestra (otra vez plural) imagen y semejanza”. ¿Qué significa este “hagamos”? En primer lugar, ese “hagamos” es ya una cierta revelación de que Dios no es un Dios solitario, sino que siendo un único Dios, es también una comunidad de personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero además, dice Juan Pablo II, “antes de crear al hombre parece como si el Creador entrara dentro de sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su Ser”2.

¿Y cuál es el ‘misterio’ del Ser de Dios, cuál es la realidad de su Ser? Nos responde San Juan en su primera carta: “Dios es Amor” (4,8.16)3. En la relación de las tres personas de Dios todo se explica por el amor: el Padre engendra al Hijo por Amor; el Padre y el Hijo se aman de tal manera, que engendran una tercera persona, que es el Espíritu Santo, que es la ‘persona-Amor’. Por lo tanto lo que indica la expresión “imagen y semejanza de Dios” es que el hombre fue creado por amor y para el amor. La vocación primigenia y más profunda del ser humano es ser ‘para el amor’.

El texto bíblico insiste mucho sobre la imagen y semejanza divina que con que Dios creó al hombre y hace notar que dentro de esa imagen y semejanza divina entra el hecho de que sean de sexos diferenciados, varón y mujer: “Y creó Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; lo creó varón y mujer”.4

Por lo tanto el hecho de ser varón y mujer expresa el amor de Dios, el amor que es Dios, expresa a Dios-Amor. Aquí se expresa la primera realidad del matrimonio: se trata de comunión de personas, un varón y una mujer, llamados a amarse y entregarse mutuamente a semejanza de cómo se aman y se entregan entre sí las personas divinas dentro de la Trinidad.

Pero inmediatamente Dios les dice: “Sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla” (1,28). La comunión se convierte en comunidad. Si Dios hizo el matrimonio para que sea una profunda comunión de amor entre un varón y una mujer, esa comunión no estaba pensada por Dios para que se cerrara en sí misma, sino para que se abriera a la creación de una comunidad, que a su vez engendrara nuevas comuniones. Esa comunidad que nace de la comunión del matrimonio es la familia, formada por los padres y los hijos: “Creó Dios al hombre a imagen suya, lo creó varón y mujer; multiplicaos”. “La ‘comunión’ de los cónyuges da origen a la ‘comunidad’ familiar”5. Y da origen a nuevas comuniones porque genera las comuniones entre la madre y el hijo, el hijo y el padre, el hermano con el otro hermano.

Esta unión indisoluble del varón y la mujer quedan confirmadas por Dios cuando dice el capítulo 2 del Génesis: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne” (2,24) ). “En el evangelio, Cristo, polemizando con los fariseos, cita esas mismas palabras y añade: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt.19,6). Él revela de nuevo el contenido normativo de una realidad que existe desde «el principio» (Mt.19,8) y que conserva siempre en sí misma dicho contenido. Si el Maestro lo confirma «ahora», en el umbral de la nueva alianza, lo hace para que sea claro e inequívoco el carácter indisoluble del matrimonio, como fundamento del bien común de la familia.”6

De este pequeño análisis de lo que la Palabra de Dios nos dice acerca del matrimonio y la familia se deduce claramente que estas realidades, el matrimonio y la familia, han sido fundadas por el Creador y Él las ha provisto de leyes propias, que no dependen del arbitrio humano. Dios mismo es el autor del matrimonio y la familia. A pesar de las variaciones que la institución del matrimonio pudo haber sufrido en culturas o tiempos diferentes, queda claro que no es una institución puramente humana. Y a pesar de las diversidades que puedan encontrarse en los diferentes lugares, culturas o épocas, el matrimonio y la familia tienen rasgos comunes y permanentes que han sido dados por Dios y que no cambian, aunque cambien los lugares, las culturas y las épocas.7 Y como colofón de la gran dignidad que Dios dio al matrimonio al crear al varón y a la mujer, lo elevó a una dignidad todavía mayor, a la categoría de sacramento, es decir, algo que es sagrado, santo y que santifica a los que se unen ‘en el Señor’, como dice San Pablo.8


2. Definición de matrimonio
¿Cuáles son concretamente estas leyes inalterables con las que Dios ha dotado al matrimonio, que es el fundamento de la familia? ¿Cómo podemos definir al matrimonio católico tal como lo creó Dios y lo restauró Jesucristo? De las palabras del Génesis completadas por las palabras de Jesucristo en el NT comprendemos perfectamente cuál es la naturaleza o esencia del matrimonio y cuál es su finalidad. Podemos definirlo así: “es la sociedad formada por el mutuo consentimiento ante Dios, de uno con una para siempre, con la finalidad de procrearse, de tener hijos”.

La esencia o naturaleza del matrimonio es que sea “uno con una, para siempre, ante Dios”.
¿Porqué la primera ley es que es uno con una, y no uno con uno o una con una? Porque ‘los hizo varón y mujer’.

¿Porqué para siempre? Porque cuando Jesús dice que ‘no separe el hombre lo que Dios ha unido’ se está refiriendo al orden de la creación, es decir, anterior incluso al orden del matrimonio como sacramento. Esto lo reafirma San Pablo: “En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer” (1Cor.7,10-11).

¿Porqué ante Dios? Porque es Dios el que debe unir al matrimonio y San Pablo dice que deben casarse ‘en el Señor’ (1Cor.7,39). Jesucristo lo elevó a sacramento para los que están bautizados. Y Jesucristo es Dios y es el Sumo Legislador.

El fin primario del matrimonio es la procreación, tener hijos.

¿Porqué el fin primario es tener hijos, procrearse? Porque es la orden primera y principal que les da Dios cuando los hace varón y mujer: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra”.

Ciertamente que este ‘tener hijos’, esta procreación está íntimamente ligada a la unión de amor entre el varón y la mujer unidos en matrimonio. Y por eso el fin secundario y subordinado del matrimonio es el aumento del amor entre los esposos, la ayuda mutua y la sedación de la concupiscencia.



3. Errores respecto a la esencia del matrimonio
Si el matrimonio es uno con una para siempre ante Dios, podemos verificar seis desviaciones:

1. uno con muchas: poligamia
2. muchos con una: poliandria y prostitución
3. uno con uno o una con una: homosexualidad
4. muchos con muchas: matrimonio grupal
5. uno con una por un tiempo: matrimonio a prueba
6. uno con una ante sí: convivencia o concubinato

Hacemos mención sólo de alguna de ellas.

Uno con uno o una con una: homosexualidad
Una de las formas de subversión del contrato matrimonial es la que intentan realizar uno con uno o una con una, como es el caso de las prácticas homosexuales que "claman al cielo" (cf. Gen. 18, 20-21: “El clamor de Sodoma y Gomorra es grande; y su pecado gravísimo”, v.20).
La doctrina revelada respecto a esto es clara: “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales (...) heredarán el Reino de los Cielos” (1Cor.6,9; también Rm.1,24-27). Y el libro del Levítico: “No te acostarás con varón, como con mujer: es abominación” (18,22) .

Y la Iglesia se hace eco. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Es una depravación grave” (2357).

También: “Los actos de homosexualidad son intrínsecamente desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso” (Congregación para la Doctrina de la Fe)

Debemos ser conscientes de que existe toda una campaña perfectamente orquestada en favor de la homosexualidad y promovida por el cine, libros pseudocientíficos y numerosas revistas.

Hay dos convenciones internacionales en las que participaron la totalidad de las naciones del mundo que tienen entre sus presupuestos la eliminación del concepto de sexo masculino o femenino (perspectiva de género) y por lo tanto la licitud de la homosexualidad, y la libertad de la mujer para decidir respecto a su cuerpo, entendiendo por cuerpo también al feto formado en ella.

Una es la Convención de Eliminación de Toda Forma de Discriminación de la Mujer (CEDAW, por sus iniciales en inglés), Protocolo, ONU, 2000), y otra es la Convención Interamericana para Erradicar la Violencia contra la Mujer -Belem do Pará (Brasil, OEA, 1994). Ambas tienen un comité de seguimiento para supervisar que los países que firmaron lleven a la práctica estos principios.

Uno con una, por un tiempo
Otra desviación es la de quienes pretenden que el matrimonio es de uno con una, pero por un tiempo, y no hasta que la muerte los separe. Defienden esta posición los divorcistas; los que piden "la prueba de amor"; los que hablan de "un tiempo de prueba", etc.

La Iglesia Católica se opuso, se opone y se opondrá siempre a tales prácticas. No nos olvidemos que no trepidó en perder Inglaterra, antes que conceder un solo divorcio que pedía nada menos que el rey Enrique VIII. Perdió un reino terrenal, pero se mantuvo firme en su fidelidad a Dios y en la defensa del orden natural, fundamento de la civilización cristiana.


Uno con una, ante sí
Es el concubinato o convivencia. Esto va contra la voluntad de Jesucristo que requiere que el consentimiento mutuo entre un varón y una mujer que se unen para siempre en matrimonio, sea dado ante Dios, es decir, ante el ministro de la Iglesia que está en nombre de Dios.

Aquellos que consideran que el matrimonio por la Iglesia es un trámite burocrático más y que lo que importa es el amor entre los esposos, están alterando la voluntad del mismo Jesucristo y se están privando de todas las gracias propias del sacramento del matrimonio y de todas las gracias que Dios envía a los que son fieles a su palabra.

Por otro lado viven en estado de pecado y no pueden acceder al sacramento de la comunión, e incluso no pueden recibir el sacramento de la confesión, no pueden confesarse.

Éste es también el caso de los que se han casado por la Iglesia, se han divorciado y se han vuelto a casar. Así lo dice claramente el Catecismo de la Iglesia Católica: “Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.”


4. Errores respecto a los fines del matrimonio
Como dijimos, los fines esenciales y complementarios del matrimonio son:
- la procreación y educación de los hijos
- la manifestación del amor mutuo.

Que ambos sean esenciales, no quiere decir que no deba darse una subordinación entre ellos, ya que una sola cosa es imposible que tenga varios fines últimos. El fin esencial primario es la procreación y educación de la prole, y los fines esenciales secundarios “son la ayuda mutua, el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia” (Pio XI, Casti Connubi).”

Pío XII enseña con claridad que los fines secundarios “...aún siendo intentados por la naturaleza, no se hallan al mismo nivel que el primario, y menos aún le son superiores; antes bien, le están esencialmente subordinados”.

Al alterar y subvertir de este modo los fines del matrimonio -haciendo del segundo primero y viceversa-, en la institución familiar se produce un descalabro simplemente catastrófico.

4.a Cuando se niega el fin primario de la procreación
Si el fin primario es el amor (y éste reducido a pura sensibilidad), no se ve cómo no se ha de cohonestar, por ejemplo:

- el adulterio, siempre que un hombre sea infiel a su propia esposa por amor a otra;

- el concubinato, siempre que sea por amor;

- las relaciones prematrimoniales, siempre que sean por amor, como con descaro y sin vergüenza se afirma hoy en tantos medios de comunicación.

Si el fin primario es el amor, pierde el matrimonio aquello que lo constituye y distingue singularmente de todo otro tipo de sociedad. Si el fin primario es el amor, ¿en qué se diferencia el matrimonio de la simple sociedad amical, o de las sociedades filantrópicas?

Pero las consecuencias más nefastas de poner el fin secundario por sobre el fin primario las pagan...los hijos, los hijos que no van a nacer. Porque si el fin primario es el amor ¿por qué no “lavarse las manos” cuándo se trata de algo tan engorroso como es engendrar, dar a luz y educar un hijo?

Por eso las consecuencias más nefastas y los pecados más graves en nombre del amor son el recurso al aborto y la utilización de métodos anticonceptivos antinaturales.

Al primero la Iglesia lo llama “crimen abominable”.

Y los segundos distorsionan totalmente el plan de Dios sobre el matrimonio y, muchas veces, producen la muerte de seres humanos vivos, como en el caso de aquellos métodos que matan al óvulo femenino ya fecundado o impiden que se implante en el útero. Es el caso de todos los dispositivos intrauterinos, la píldora del día después, y otros parecidos.

El aborto es uno de los signos de los tiempos más negativos y un pecado que clama al cielo.

Dice la M. Teresa de Calcuta: “A menudo he afirmado, y estoy segura de ello, que el mayor destructor de la paz en el mundo de hoy es el aborto. Si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué podrá impedirnos a ti y a mí matarnos recíprocamente? (...) Me aterra el pensamiento de todos los que matan su propia conciencia, para poder cometer el aborto.”

Hay un gran complot mundial para imponer el aborto en los países que todavía no tienen aprobado el aborto.


4.b Cuando se deja de lado el significado unitivo del matrimonio
“Curiosamente la misma mentalidad que pide sexo sin hijos es la que ha terminado pidiendo hijos sin sexo. En nuestro tiempo han aumentado de modo alarmante las parejas que no pueden tener hijos de modo natural. Son estériles. En muchos casos la esterilidad se debe al uso y abuso de los anticonceptivos, espirales y abortos; otros han recurrido a la esterilización voluntaria sin preveer que algún día se arrepentirían de su esterilidad. Muchos otros, en cambio, sufren su esterilidad sin ninguna culpa moral, a causa de problemas físicos, hereditarios o debido a accidentes fortuitos, etc.

“Está bien tratar de corregir los defectos de la naturaleza y ayudar a los esposos que quieren tener hijos. Pero sólo es moralmente lícito el ‘ayudar’ a la naturaleza, mientras que es inmoral el ‘suplantar’ lo que sólo los esposos deben hacer. ¿Qué decir concretamente de las distintas intervenciones que se dan hoy en día dentro de un matrimonio estéril? Tres son las principales acciones: fecundación ‘in vitro’, ‘inseminación artificial estrictamente dicha’ e ‘inseminación artificial impropiamente dicha’”9.

Conclusión
Concluimos con un texto del Card. Castrillón Hoyos: “Digamos que el frente de lucha de la Iglesia en defensa del amor humano es muy variado, alrededor de una decena, como los cuernos de la Bestia del Apocalipsis, y se articula así:

“La anticoncepción es hacer el ‘amor’ sin hacer un hijo;
“la fecundación en probeta y la clonación es hacer un hijo sin hacer el amor;
“el aborto es deshacer al hijo;
“la eutanasia es deshacerse de los padres;
“la pornografía es deshacer el amor;
“la homosexualidad (y análogamente la transexualidad y el travestismo) es, en nombre del “‘amor’, no querer tener hijos de su carne y de su sangre (sino, en algunos casos, adoptar a otros “para ayuda en la vejez);
“el divorcio es deshacer definitivamente el amor y, muchas veces, no amar a los hijos” (Card. Castrillón Hoyos)


Notas
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1602
2 Carta a las Familias, 6.
3 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1604.
4 “A la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida. El «Nosotros» divino constituye el modelo eterno del «nosotros» humano; ante todo, de aquel «nosotros» que está formado por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza divina.” (Juan Pablo II, Carta a las Familias, 6)
5 “Me he referido a dos conceptos afines entre sí, pero no idénticos: «comunión» y «comunidad». La «comunión» se refiere a la relación personal entre el «yo» y el «tú». La «comunidad», en cambio, supera este esquema apuntando hacia una «sociedad», un «nosotros». La familia, comunidad de personas, es, por consiguiente, la primera «sociedad» humana. Surge cuando se realiza la alianza del matrimonio, que abre a los esposos a una perenne comunión de amor y de vida, y se completa plenamente y de manera específica al engendrar los hijos: la «comunión» de los cónyuges da origen a la «comunidad» familiar.” (Juan Pablo II, Carta a las Familias, 7)
6 Juan Pablo II, Carta a las Familias, 7.
7 Este párrafo es una glosa del nº 1603 del Catecismo de la Iglesia Católica, que copiamos aquí para que se vea su relación: “ ‘La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio... un vínculo sagrado... no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio’ (GS 48,1). La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. ‘La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar’ (GS 47,1)”. Esta última frase que hemos subrayado ayuda a ver que la familia es también una gracia de Dios ordenada a la salvación eterna de las personas; esta salvación depende, en cierta manera, de la familia en que se crece…o no se crece.
8 Tener en cuenta que en el capítulo 7 de la Primera Carta a los Corintios, San Pablo nos deja muchas indicaciones sobre el matrimonio.
9 Fuentes, M. A., Los hizo varón y mujer, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael (Mendoza, Argentina), 2007, p. 65.


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Comentario Teológico: Juan Pablo II - El Matrimonio y la Familia


1. "Nos bendiga el Señor, fuente de la vida". Amadísimos hermanos y hermanas, esta invocación, que hemos repetido en el Salmo responsorial, sintetiza muy bien la oración diaria de toda familia cristiana, y hoy, en esta celebración eucarística jubilar, expresa eficazmente el sentido de nuestro encuentro.

Habéis venido aquí no sólo como individuos, sino también como familias. Habéis llegado a Roma desde todas las partes del mundo, con la profunda convicción de que la familia es un gran don de Dios, un don originario, marcado por su bendición.

En efecto, así es. Desde los albores de la creación, sobre la familia se posó la mirada y la bendición de Dios. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen, y les dio una tarea específica para el desarrollo de la familia humana: "Los bendijo y les dijo: Creced, multiplicaos y llenad la tierra" (Gn 1, 28).

Vuestro jubileo, amadísimas familias, es un canto de alabanza por esta bendición originaria. Descendió sobre vosotros, esposos cristianos, cuando, al celebrar vuestro matrimonio, os prometisteis amor eterno delante de Dios. La recibirán hoy las ocho parejas de diferentes partes del mundo, que han venido a celebrar su matrimonio en el solemne marco de este rito jubilar.

Sí, que os bendiga el Señor, fuente de la vida. Abríos al flujo siempre nuevo de esta bendición, que encierra una fuerza creadora, regeneradora, capaz de eliminar todo cansancio y asegurar lozanía perenne a vuestro don.

2. Esta bendición originaria va unida a un designio preciso de Dios, que su palabra nos acaba de recordar: "No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18). Así es como el autor sagrado presenta en el libro del Génesis la exigencia fundamental en la que se basa tanto la unión conyugal de un hombre y una mujer como la vida de la familia que nace de ella. Se trata de una exigencia de comunión. El ser humano no fue creado para la soledad; en su misma naturaleza espiritual lleva arraigada una vocación relacional. En virtud de esta vocación, crece en la medida en que entra en relación con los demás, encontrándose plenamente "en la entrega sincera de sí mismo" (Gaudium et spes, 24).

Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. Entre estas, es fundamental la que se realiza en la familia: no sólo en las relaciones entre los esposos, sino también entre ellos y sus hijos. Toda la gran red de las relaciones humanas nace y se regenera continuamente a partir de la relación con la cual un hombre y una mujer se reconocen hechos el uno para el otro, y deciden unir sus existencias en un único proyecto de vida: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24).

3. ¡Una sola carne! ¡Cómo no captar la fuerza de esta expresión! El término bíblico "carne" no evoca sólo el aspecto físico del hombre, sino también su identidad global de espíritu y cuerpo. Lo que los esposos realizan no es únicamente un encuentro corporal; es, además, una verdadera unidad de sus personas. Se trata de una unidad tan profunda que, de alguna manera, los convierte en un reflejo del "Nosotros" de las tres Personas divinas en la historia (cf. Carta a las familias, 8).

Así se comprende el gran reto que plantea el debate de Jesús con los fariseos en el evangelio de san Marcos, que acabamos de proclamar. Para los interlocutores de Jesús, se trataba de un problema de interpretación de la ley mosaica, que permitía el repudio, provocando debates sobre las razones que podían legitimarlo. Jesús supera totalmente esa visión legalista, yendo al núcleo del designio de Dios. En la norma mosaica ve una concesión a la sklhrokard|a, a la "dureza del corazón". Pero Jesús no se resigna a esa dureza. ¿Y cómo podría hacerlo él, que vino precisamente para eliminarla y ofrecer al hombre, con la redención, la fuerza necesaria para vencer las resistencias debidas al pecado? Jesús no tiene miedo de volver a recordar el designio originario: "Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer" (Mc 10, 6).

4. ¡Al principio! Sólo él, Jesús, conoce al Padre "desde el principio", y conoce también al hombre "desde el principio". Él es, a la vez, el revelador del Padre y el revelador del hombre al hombre (cf. Gaudium et spes, 22). Por eso, siguiendo sus huellas, la Iglesia tiene la tarea de testimoniar en la historia este designio originario, manifestando que es verdad y que es practicable.

Al hacerlo, la Iglesia no desconoce las dificultades y los dramas que la experiencia histórica concreta registra en la vida de las familias. Pero también sabe que la voluntad de Dios, acogida y realizada con todo el corazón, no es una cadena que esclaviza, sino la condición de una libertad verdadera que tiene su plenitud en el amor. Asimismo, la Iglesia sabe -y la experiencia diaria se lo confirma- que cuando este designio originario se oscurece en las conciencias, la sociedad sufre un daño incalculable.

Ciertamente, existen dificultades. Pero Jesús ha proporcionado a los esposos los medios de gracia adecuados para superarlas. Por voluntad suya, el matrimonio ha adquirido, en los bautizados, el valor y la fuerza de un signo sacramental, que consolida sus características y sus prerrogativas. En efecto, en el matrimonio sacramental los esposos, como harán dentro de poco las parejas jóvenes cuya boda bendeciré, se comprometen a manifestarse mutuamente y a testimoniar al mundo el amor fuerte e indisoluble con el que Cristo ama a la Iglesia. Se trata del "gran misterio", como lo llama el apóstol san Pablo (cf. Ef. 5, 32).

5. "Os bendiga Dios, fuente de la vida". La bendición de Dios no sólo es el origen de la comunión conyugal, sino también de la apertura responsable y generosa a la vida. Los hijos son en verdad la "primavera de la familia y de la sociedad", como reza el lema de vuestro jubileo. El matrimonio florece en los hijos: ellos coronan la comunión total de vida ("totius vitae consortium": Código de derecho canónico, c. 1055, 1), que convierte a los esposos en "una sola carne"; y esto vale tanto para los hijos nacidos de la relación natural entre los cónyuges, como para los queridos mediante la adopción. Los hijos no son un "accesorio" en el proyecto de una vida conyugal. No son "algo opcional", sino "el don más excelente" (Gaudium et spes, 50), inscrito en la estructura misma de la unión conyugal.

La Iglesia, como se sabe, enseña la ética del respeto a esta institución fundamental en su significado al mismo tiempo unitivo y procreador. De este modo, expresa el acatamiento que debe dar al designio de Dios, delineando un cuadro de relaciones entre los esposos basadas en la aceptación recíproca sin reservas. De este modo se respeta, sobre todo, el derecho de los hijos a nacer y crecer en un ambiente de amor plenamente humano. Conformándose a la palabra de Dios, la familia se transforma así en laboratorio de humanización y de verdadera solidaridad.

6. A esta tarea están llamados los padres y los hijos, pero, como ya escribí en 1994, con ocasión del Año de la familia, "el "nosotros" de los padres, marido y mujer, se desarrolla, por medio de la generación y de la educación, en el "nosotros" de la familia, que deriva de las generaciones precedentes y se abre a una gradual expansión" (Carta a las familias, 16). Cuando se respetan las funciones, logrando que la relación entre los esposos y la relación entre los padres y los hijos se desarrollen de manera armoniosa y serena, es natural que para la familia adquieran significado e importancia también los demás parientes, como los abuelos, los tíos y los primos. A menudo, en estas relaciones fundadas en el afecto sincero y en la ayuda mutua, la familia desempeña un papel realmente insustituible, para que las personas que se encuentran en dificultad, los solteros, las viudas y los viudos, y los huérfanos encuentren un ambiente agradable y acogedor. La familia no puede encerrarse en sí misma. La relación afectuosa con los parientes es el primer ámbito de esta apertura necesaria, que proyecta a la familia hacia la sociedad entera.

7. Así pues, queridas familias cristianas, acoged con confianza la gracia jubilar, que Dios derrama abundantemente en esta Eucaristía. Acogedla tomando como modelo a la familia de Nazaret que, aunque fue llamada a una misión incomparable, recorrió vuestro mismo camino, entre alegrías y dolores, entre oración y trabajo, entre esperanzas y pruebas angustiosas, siempre arraigada en la adhesión a la voluntad de Dios. Ojalá que vuestras familias sean cada vez más verdaderas "iglesias domésticas", desde las cuales se eleve a diario la alabanza a Dios y se irradie a la sociedad un flujo de amor benéfico y regenerador.

"¡Nos bendiga el Señor, fuente de vida!". Que este jubileo de las familias constituya para todos los que lo estáis viviendo un gran momento de gracia. Que sea también para la sociedad una invitación a reflexionar en el significado y en el valor de este gran don que es la familia, formada según el corazón de Dios.
Que la Virgen María, "Reina de la familia", os acompañe siempre con su mano materna.
(Homilía de S.S. Juan Pablo II en la celebración del Jubileo de las Familias 15 de octubre del 2000)



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Comentario teológico: Dr. D. Isidro Gomá y Tomás - Matrimonio y Divorcio

MATRIMONIO y DIVORCIO. - ...Van, para probarle, a proponerle una cuestión delicadísima, de orden teológico y social: "Y se llegaron a él los fariseos, tentándole, como solían, en forma que cualquiera que fuese su respuesta quedase comprometido, y diciendo: ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?". La pregunta es de gran trascendencia dogmática y moral. Es de su naturaleza indisoluble el matrimonio: así lo quiso Dios. Pero hay en la condición humana muchas causas que conspiran contra esta ley fundamental, el interés, la comodidad, la pasión, el capricho; ni en el pueblo judío se pudo salvar la doctrina y la práctica de la indisolubilidad. Cuando Moisés hubo de dar su constitución al pueblo hebreo, debió legislar, de una manera concreta, sobre el divorcio, que ya había entrado en las leyes y costumbres de todos los pueblos. Y dio, por orden del Señor, este precepto, seguido de otros varios sobre el particular: "Si el hombre toma mujer, y la tuviese con sigo, y no hallare ésta ante sus ojos gracia por alguna fealdad, escribirá el libelo de repudio, y lo pondrá en mano de ella y la despedirá de su casa" (Deut. 24, 1). ¿Qué fealdad o deformidad se requería en la mujer para que pudiese el marido repudiarla? Según el rabino Hillel y su escuela, liberalísima en este punto, bastaba cualquier deformidad de la mujer, de orden doméstica, llegándose a autorizar el divorcio por la razón de hallar el marido una mujer más bella que la suya. La escuela de Schammai era más rigorista: sólo autorizaba el repudio por el adulterio de la mujer. En estas condiciones, y en medio de la relajación del pueblo judío en este punto, la respuesta era difícil.

"El respondió, y les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: Moisés permitió escribir libelo de repudio, y repudiarla. Replicándoles Jesús, dijo, remontándose a la misma raíz del matrimonio: ¿No habéis leído que el que hizo al hombre desde el principio de la creación, varón y hembra los hizo?" Los hizo varón y hembra desde el principio, significando la unión de uno con una: es el tipo perfecto de esta institución, independiente y superior a toda humana disputa. Las palabras que pone Dios en boca de Adán son tan expresivas de la unidad matrimonial como la misma unidad personal de sexos, ordenada a la unidad superior del matrimonio: Y dijo: "Por esto dejará el hombre a su padre y madre", pondrá en segundo lugar toda otra relación de carne y sangre, y se juntará a su mujer, se aglutinará a ella, con la cohesión de un vínculo superior a todo otro lazo puramente humano, y serán dos en una sola carne, dos serán una carne, un cuerpo, porque constituyen un solo Principio íntegro para el fin primordial del matrimonio.

Las consecuencias de este hecho y de esta doctrina son palmarias: es la primera la, indisolubilidad, en el mismo orden natural, del matrimonio: "Así que ya no son dos, sino una sola carne"; como no puede un cuerpo vivo partirse sin matarle, así no pueden separarse marido y mujer sin atentar contra la naturaleza de la unión. Es la segunda, la indisolubilidad por ley fundamental de Dios, contra la que no pueden prevalecer, las leyes humanas: "Por tanto, lo que Dios juntó, el hombre no lo separe". Altísima doctrina, que sitúa la cuestión por encima de las mezquinas disputas de los fariseos,

Estos no se dan por vencidos; le oponen un reparo natural: "Dícenle: Pues, ¿por qué mandó Moisés, dar libelo de repudio, y repudiarla?" Si Dios unió, ¿por qué Moisés separa? La respuesta de Jesús es perentoria: Les dijo: "Porque Moisés, por la dureza de vuestros corazones, os permitió repudiar a vuestras mujeres". Moisés no mandó el divorcio, sino que sólo lo consintió, por la pervicacia de aquel pueblo, su dureza de entrañas y de costumbres que, sin duda, a no ser el remedio del repudio, les hubiese llevado a mayores males, como matar a sus mujeres o darlas una vida insoportable. El mandato de Moisés sólo se refiere a la forma legal del repudio, para que constara oficialmente la libertad de la mujer repudiada. Mas esto no deroga la ley primitiva de la indisolubilidad del matrimonio: "al principio no fue así".

Y entonces Jesús, hablando como Legislador supremo, en tono enfático, "y dígoos"; sin temor a los laxos, sin miedo a Herodes, en cuya jurisdicción se hallaba y que vivía escandalosamente amancebado con la mujer de su hermano, se adhiere a la interpretación de Schammai, más conforme con el espíritu de la legislación mosaica, pero corrigiéndola, sentando la doctrina católica de la indisolubilidad del matrimonio, aun en el supuesto del divorcio legítimo por causa de adulterio: "que todo aquel que repudiare a su mujer, si no es por fornicación, y se casare con otra, comete adulterio: y el que se casare con una repudiada, comete adulterio".

El pensamiento de Jesús es claro: sólo hay un motivo de repudio perpetuo y definitivo de la mujer: es el adulterio; pero, aun en este caso, ni marido ni mujer pueden pasar a segundas nupcias: si se juntan a otro u otra, son adúlteros. Luego el lazo matrimonial primero subsiste; si no fuese así, serían ambos libres de contraer nuevamente.

El derecho de repudio se extiende en el Cristianismo a la mujer; el deber de la fidelidad es igual por ambas partes. Por disciplina eclesiástica se han equiparado al adulterio, en orden al divorcio perpetuo, la sodomía y la bestialidad, así como la apostasía de la fe, considerada como adulterio espiritual. La Iglesia ha reconocido además varias causas para un divorcio temporal de los esposos, en lo que no ha hecho más que interpretar y aplicar el derecho divino.

Lecciones morales. - A) v. 3. - ¿a un hombre repudiar a su mujer...? - Cuando vemos a un hombre que visita un médico tras otro, colegimos que está enfermo, dice el Crisóstomo, así cuando oigas hablar a un hombre o a una mujer que intentan separarse de su consorte, puede colegir que son lascivos. Deléitase la castidad en el matrimonio: sufre en él la lascivia, como atada por el lazo conyugal... De aquí provenía la pregunta de los fariseos a Jesús: no se cansaban de mudar, porque no se apagaba su lascivia, que no puede contenerse en las estrecheces de un matrimonio, sino que cuanto más se practica, más se enciergie. La Iglesia, celosa de los fueros del matrimonio y de la santidad del pueblo cristiano, no ha consentido jamás, ni doctrinalmente ni en la práctica, que se relajara el vínculo matrimonial una vez contraído y consumado el matrimonio.

B) v. 5. - Por esto dejará el hombre a su padre y madre... - Parece, sigue el Crisóstomo, que debiera ser más fuerte el amor de hermanos que el de esposos, porque aquéllos proceden de un mismo tronco, y éstos de distinto. Pero debe atenderse que es más fuerte la constitución u ordenación de Dios sobre las cosas que la fuerza de la naturaleza, ya que no son los mandamientos de Dios los que se sujetan a la naturaleza, sino al contrario. Además, los hermanos nacen de un tronco para seguir caminos diversos en la vida; pero marido y mujer nacen de distintos para converger en uno; y el orden de la naturaleza es ejecución de la ordenación de Dios. Por ello los padres aman más a los hijos que éstos a los padres, porque la transmisión del amor, como la savia de las plantas, no es de regreso a los padres, que son como la tierra de donde nacemos, sino que va a la procreación de los frutos que son los hijos. De aquí las palabras de Jesús: "Por esto dejará el hombre... "

C) v. 8. - Moisés, por la dureza de vuestros corazones, os permitió repudiar a vuestras mujeres... - El matrimonio es inmensamente superior a todo malestar que de él pueda originarse; una santa institución como lo es ésta, verdadero asiento de la sociedad cristiana, no debe depender, ni vacilar, porque en casos particulares sufran quebranto los que contrajeron, sea en sus intereses, o en la paz, o en la seguridad personal; ni menos debe estar sujeto al capricho de la pasión de los cónyuges. Pero a veces es tan infortunado el enlace, que puede peligrar el cuerpo, o el alma de los esposos; o se ha cometido atentado contra la fidelidad conyugal. La Iglesia ha autorizado el divorcio, que no puede obtenerse sino ante sus tribunales y con los trámites que tiene prescritos, para que temporalmente, o a perpetuidad, según los casos, sea lícita la separación de los esposos, tutelando así la Santa Madre el cuerpo y el alma de sus hijos y la misma santidad del sacramento. Pero el vínculo, a pesar de una declaración de divorcio, no se resuelve; y deberán permanecer en estado de continencia los esposos separados, so pena de faltar gravísimamente a sus deberes.

JESÚS BENDICE A LOS NIÑOS: Lc. 18, 15-17 (Mt. 19, 13-15; Mc. 10, 13-16)

Explicación. - Desde el cap. 9, y. 51, el tercer Evangelista refiere él solo, con independencia de los demás, una serie de interesantísimos episodios, como es de ver en los números anteriores. Juntase ahora a los otros sinópticos para no separarse ya de ellos sino en contados casos. Así se completaron providencialmente los Evangelistas, llenando mutuamente sus vacíos, en el orden histórico y doctrinal. El presente dulcísimo episodio tiene lugar en la Perea, en una casa (Mc. 10, 10).

Y le traían también entonces unos niños, para que los tocara, para que les impusiera las manos, y orase. Lucas parece referirse a niños de pecho, infantes según el griego; Marcos, a niños más creciditos, párvulos: seguramente la solicitud maternal llevaba a unos y otros a Jesús. Se los llevan para que los toque, es decir, les imponga sus sacratísimas manos y ore por ellos: es uno de los poquísimos beneficios espirituales que se pidieron a Jesús en su vida; quizás aun intentaban con ello aquellas gentes librar a los pequeñuelos de futuros males. Pero el hecho de que Jesús les bendijera era prueba evidente de que son los infantes capaces de recibir beneficios de orden espiritual.

Los discípulos lo llevan a mal, sea porque reputen que es ello molesto al Señor, sea que juzguen indigno de él ocuparse de los niños: Viendo lo cual, los discípulos regañábanles a los que los presentaban.

Pero Jesús toma a mal la actitud de sus discípulos: "Mas Jesús, al ver esto, lo llevó a mal"; y no sólo llama a los que se habían retirado por la áspera reprensión de los discípulos: Llamólos (a los niños); sino que manda, en forma positiva y negativa, que vayan a él los niños: Y dijo: "Dejad que vengan a mí los niños, y no se lo impidáis". En lo que manifiesta la decidida voluntad de estar en contacto con ellos, y la gravedad del precepto que da a los suyos.

Y da Jesús la razón altísima: "Porque de los tales es el Reino de Dios": son amados de Dios y de él; borrado el pecado original por la circuncisión, sin que faltara seguramente oportuno remedio para librar de él a las niñas, eran aquellos infantes herederos del cielo. De aquí se colige la legitimidad y la necesidad de bautizar a los infantes cristianos.

Esta tesis, en que se afirma la salvación de los pequeños, da a Jesús ocasión de aleccionar en la humildad a los mayores: Y en verdad os digo, que quien no recibiere, como un niño, el Reino de Dios, no entrará en él: simplicidad, humildad, docilidad, notas características de los infantes, son las que abren a los adultos las puertas del cielo (Cf. Mt. 18, 3; núm. 98). Después de la enseñanza, el hecho, el ejemplo, que revela toda la ternura del Corazón de Jesús: Y abrazándoles, y poniendo sobre ellos las manos, les bendecía: es lección de menosprecio del fausto humano, de la grandeza del niño, del amor con que debemos tratarlos. Y habiéndoles impuesto las manos, partió de allí. Probablemente ocurría este episodio en el interior, o a la entrada de alguna casa, porque Marcos (10, 17) nos presenta a Jesús "saliendo para ponerse en camino".

Lecciones morales - A) v. 15. - Y le traían también entonces unos niños... - Juzgaban imposible aquellas gentes, dice Orígenes, que después que aquellas manos que tantos prodigios habían obrado hubiesen tocado a los niños, no fuesen éstos libres de toda incursión del demonio y de todo mal. Ministros y representantes de Jesús como son los sacerdotes, depositarios de sus gracias, deben bendecir a los niños que se acercan a ellos. Es santa costumbre que besen la mano consagrada del sacerdote; al acto de reverencia, debe éste con el afecto y con la palabra de bendición: "Que Dios te bendiga"; "Que Dios te haga bueno". Los padres y maestros deben enseñar a los niños esta práctica tan profundamente cristiana.

B) v. 15. - Los discípulos regañábanles... - No que no quisiesen que el Salvador les bendijese con la mano y con la palabra, dice el Crisóstomo, sino que pensaban que Jesús, a semejanza de los demás hombres, podía cansarse de la importunidad. No teman los cristianos importunar al sacerdote con los niños; escaso espíritu de Jesús tendría el sacerdote a quien los niños molestaran. El buen sacerdote sabe que éste es uno de los más fecundos campos de su apostolado, como es una de sus máximas responsabilidades cultivarlo con asiduidad y amor. ¿Qué sería del mundo si el sacerdote abandonara el cuidado de los niños?

C) v. 16. - Dejad que vengan a mí los niños... - ¡Distancia enorme entre este dulcísimo Pedagogo y los viejos maestros del paganismo! Estos se desdeñaban de tratar con el niño. Este ejemplo, repercutía en los demás, que eran desconsiderados y crueles con la tierna infancia. Pero Jesús rehabilita al infante, haciéndole entrar otra vez en la plenitud de sus derechos. Y en verdad, ¿quién podrá acercarse a Jesús, si de él son apartados los infantes?, dice San Crisóstomo. Porque si cuando mayores han de ser santos, ¿con qué derecho se prohibiría a los hijos venir al Padre? Y si han de ser pecadores, ¿por que ha de pronunciarse sentencia antes de que cometan pecado?

D) v. 16. - De los tales es el Reino de Dios. - De los tales, de los niños que han sido regenerados ya y de los adultos que a ellos se parecen, es el Reino de los cielos. Gran reverencia debemos a los niños ya bautizados: su alma es templo del Espíritu Santo, porque no han cometido aún pecado; tiene su ángel custodio, celoso de su guarda, porque el niño va en compañía de Dios; son candidatos del cielo. Que Dios ponga tiento en manos de quienes hayan de contribuir al desarrollo de la pequeña vida, para que de hecho llegue el niño a ser un ciudadano del cielo.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 295-303)



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Comentarios Teológicos: Giuseppe Ricciotti - Cuestiones matrimoniales / Jesús y los niños


En este punto Lucas cede el paso en la serie de hechos a Marcos y Mateo respecto a la cuestión del divorcio, de la que Lucas (16, 18) sólo da la sentencia conclusiva de Jesús, sin aludir a las circunstancias y sin ligazón con el contexto inmediato. Por el contrario, Marcos Mateo comunican las circunstancias de la cuestión. De otra parte, Lucas concuerda con los otros dos Sinópticos al referir la acogida hecha por Jesús a los niños, escena situada por los dos inmediatamente después de la del divorcio. La conclusión que de modo espontáneo se desprende es que tal: cuestión - omitida por Lucas acaso porque la juzgó inútil para sus 1ectores paganos - ocurriese inmediatamente antes de la acogida hecha a os niños.

Acercáronse, pues, los fariseos, y propusieron a Jesús lo siguiente: ¿Es lícito repudiar a la propia mujer por cualquier Causa? (Mateo, 19, 3). E1 evangelista advierte que los fariseos hacían pregunta para tentar a Jesús. La cuestión, en efecto, era vieja, ya tratada en las escuelas rabínicas con mucha anterioridad a Jesús y prolongada con posterioridad a él. En la Ley de Moisés se concedía el divorcio sólo a iniciativa marital, con estas palabras: Cuando un hombre tome mujer y se convierta en marido, y ocurra que ella no encuentre gracia a los ojos de él, o bien si encuentra en ella algo de repugnante él escribirá para ella el libelo de repudio y se lo entregará en sus manos la despedirá de su casa (Deuteronomio, 24, i). El libelo de repudio permitía a la divorciada contraer nuevo matrimonio, pero después de éste, o por muerte del nuevo cónyuge o por nuevo divorcio, el primer marido 'no podía volver a tomar consigo la mujer divorciada (Ibíd., 24, 2-4). Los rabinos estaban orgullosos de esta facultad del divorcio y la consideraban un privilegio concedido por Dios a Israel y no a los paganos. La divergencia entre ellos empezaba cuando había de definirse la razón suficiente para admitir el divorcio, razón aludida en las palabras algo de repugnante encontrado por el marido en la esposa. Ateniéndose a lo que refiere la Mishna (Ghittin, IX, 10), las escuelas de los dos grandes maestros precristianos, Shammai e Hillel, adoptaban aquí, como en otros casos, una posición judaico contraria. Los shammaístas interpretaban la razón aducida por la Ley en sentido moral y según ellos algo de repugnante aludía al adulterio, que -era el caso- que autorizaba el divorcio. Los hillelianos interpretaban el concepto en sentido mucho más amplio, cual si se refiriera a cuanto fuera inconveniente en la vida familiar o civil, y aducían -el ejemplo de una mujer -que dejara quemarse una comida, razón por la que se merecía el divorcio. Más tarde Rabbi Aqiba había de ir más lejos aún, afirmando que era razón suficiente para el divorcio que el marido hallase una mujer más bella que la suya.

Difícil es saber si los fariseos que propusieron la cuestión a Jesús eran shammaítas o hillelianos. Sus palabras: ¿Es lícito repudiar por cualquier causa? aluden ciertamente a la doctrina amplia de los hillelianos, pero ¿pretende esta alusión ser un requerimiento en pro de la doctrina, o una invitación a rechazarla? En otras palabras, ¿son los tolerantes hillelianos quienes quieren atraer a su causa a Jesús, o los rigoristas shammaítas los que esperan oír de Jesús una condenación de la doctrina laxista?

Jesús, como en otros casos, pasa sobre hillelianos y shammaítas y se remonta al origen de la cuestión. Él, respondiendo, dijo: " ¿no leísteis que quien creó desde el principio "varón y hembra los hizo" y dijo: "A causa de esto abandonará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer; y serán los dos en una sola carne"?" (Génesis, I, 27; 2, 24). Así, no son ya dos, sino una sola carne. Por consiguiente, "lo que Dios unió, (el) hombre no lo separe" (Mateo, 19, 4-7). Con esta contestación, sobre todo con un período conclusivo, la institución del matrimonio es estudiada en sus mismos orígenes, anteriores a cualquier discusión humana, y aun a la legislación de Moisés. Con la doble cita del Génesis, Dios mismo es llamado en causa, en cuanto creador del género humano e institutor del matrimonio, y la conclusión es que lo que Dios unió, (el) hombre no lo separe.

Era de prever la réplica de los fariseos, quienes contestaron: ¿Por qué, entonces, mandó Moisés "dar libelo de repudio y despedirla"? (Deuter., 24, 1). ¿No era el divorcio un privilegio de los israelitas? ¿No se mencionaba y regulaba en la misma Ley de Moisés? Si prevalecía la norma de Jesús "hombre no separe", había que renunciar al privilegio del divorcio, lo cual era un absurdo para aquellos fariseos.

A la dificultad legal que le oponían, Jesús contestó rectificando. No. se trataba de un privilegio, sino de una tolerancia, debida a las condiciones personales de los que la recibían y otorgada por temor a cosas peores.

Díjoles: "Moisés, por vuestra dureza de corazón, os concedió el repudiar a vuestras mujeres, mas en el principio no fue así". Con esta última apelación, la cuestión quedaba referida de nuevo a sus orígenes. A la renovada apelación sigue en Mateo un período substancialmente paralelo al por él citado ya en el Sermón de la Montaña (325):

(Mateo, 19, 9)
Empero yo os digo que quien repudie a su mujer,
No por fornicación,
Y despose a otra,
Comete adulterio (Sermón de la Montaña)
Empero yo os digo que quien
repudie a su mujer,
excepto caso de fornicación,
hace que ella se vuelva adúltera,
y quien despose a una repudiada,
comete adulterio.

A estos dos sinópticos debe añadirse San Pablo, como testimonio toda vía anterior

(102) de la primitiva catequesis cristiana, el cual escribía: A los casados mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido - y si se separa permanezca sin casarse o que se reconcilie con el marido-y que el marido no repudie la mujer (1 Cor 7, 10-11). En este pasaje San Pablo distingue claramente la "separación" de los cónyuges del "repudio" de la mujer, o divorcio. Admite la posibilidad del primer caso, siempre que la mujer contraiga segundas nupcias, y rechaza sencillamente la licitud del divorcio.

La catequesis primitiva está, pues, representada para nosotros por dos grupos de testimonios. Uno es el de Mateo, que se repite dos veces (32; 19, 9); el otro está constituido por los testimonios de Marcos, Lucas y Pablo. El primer grupo ofrece la característica restrictiva; el segundo, no ¿En qué relación están entre sí estos dos grupos? ¿Existe contradicción entre ellos?

Varios críticos radicales han hallado una contradicción. Reconoce que la primitiva catequesis no admitía el divorcio ni aun en caso de adulterio, según los testimonios acordes de Marcos, Pablo y Lucas, pero como en Mateo se halla la restricción que parece admitir el divorcio en tal caso, han resuelto la dificultad mediante su acostumbrado método de considerar aquella restricción como interpolada, suponiendo que en el texto de Mateo se habría añadido esa frase a las palabras de Jesús par satisfacer a las exigencias de los judíos convertidos al cristianismo, quienes no habrían estado dispuestos a renunciar al divorcio en caso de infidelidad de la mujer. Método ciertamente muy expedito, y que, por añadidura en este caso resultaría comodísimo para los católicos; pero también arbitrario si no va sufragado - como no va en el presente caso - por ningún documento y va, además, contra la norma según la cual el texto más difícil es generalmente preferible al más fácil. Precisamente aquí el texto de Mateo, con toda su dificultad, parece haber conservado mejor el conjunto de las palabras de Jesús. ¿Cuál es, pues, el sentido de esa restricción?

Nótese que los fariseos preguntan a Jesús si es lícito repudiar o despedir a la propia mujer por cualquier causa, refiriéndose sin duda alguna al divorcio hebreo. Jesús, en respuesta, declara lícito tal repudio, sólo en caso de fornicación (adulterio) de la mujer. Con declaración semejante, Jesús se separa doblemente de la legislación hebrea: en primer término, porque en aquella legislación la mujer adúltera era condenada a muerte (426) y no sometida a divorcio; en segundo término; porque no permite al marido que repudia a su mujer por adulterio casarse con otra, lo que está en perfecta armonía con el principio enunciado anteriormente por él de que lo que Dios unió, (el) hombre no separe. De modo que si los interrogadores querían referirse al verdadero divorcio hebreo, Jesús no concede tal divorcio ni siquiera en caso de adulterio, porque el marido en cuestión no puede casarse con otra mujer, o sea que no queda divorciado. Así, pues, Jesús no concede el divorcio, sino la separación. Pero, ¿sabían los judíos distinguir bien entre "separación" y "divorcio"?

Cualesquiera que fuesen al propósito los conceptos hebreos pura mente jurídicos (de los que no estamos informados con certeza), lo cierto es que en la práctica se conocía y ejecutaba la "separación" de los cónyuges; permaneciendo sin embargo como tales. El citado pasaje de San Pablo (480) es decisivo al respecto. La misma Sagrada Escritura narraba un ejemplo, si bien antiguo, en que la esposa de un levita, mujer de mal carácter, se había separado de él por cuatro meses, refugiándose con su padre, después de lo cual el marido fue a pacificarla, induciéndola a volver a su lado. Más poderosas aún que estas razones son, en primer lugar, la circunstancia de que Marcos y Lucas no mencionan la restricción precisamente porque la primitiva catequesis opinaba que no tenía valor alguno contra la indisolubilidad del matrimonio y en favor del divorcio hebreo, y, en segundo término, la otra circunstancia de que los discípulos de Jesús, en su mentalidad judía, valoraron plenamente la intransigencia de la norma expuesta por el Maestro.

Terminada, en efecto, la lección a los fariseos, los discípulos insistieron sobre la dolorosa cuestión de la mujer (algunos de ellos, como Pedro, eran casados), interrogando a Jesús privadamente de vuelta a casa (Marcos, 10,10). Una exclamación harto espontánea surgió entonces del fondo de sus corazones: Si de tal guisa es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse. La intransigencia había sido muy bien comprendida por los discípulos. Según Jesús, un marido no sólo no podía divorciarse de la mujer cuando ésta le quemase la comida, como Hillel autorizaba, sino que debía permanecer indisolublemente ligado al vínculo aún en caso de adulterio de la esposa. Las mentalidades hebreas de los discípulos se sintieron turbadas. Jesús tenía sin duda razón contra Hillel, pero en tal caso era preferible no ligarse a mujer alguna y en consecuencia no casarse.

Jesús, de su parte, lejos de atemperar su anterior intransigencia, juzgó demasiado genérica la exclamación de los desconcertados discípulos, estimándola apropiada para unos e inapropiada para otros. En opinión de Jesús, los distintos individuos del género humano no están igualmente dispuestos para tal cuestión, sino que se agrupan en varias categorías a las que no cabe imponer una sola ley común. Algunos podrán repetir con libre y plena adhesión de conciencia la exclamación de los discípulos, y esos son los privilegiados; otros la repiten por una necesidad buena o mala impuesta por la naturaleza o por la sociedad humana, y éstos son los forzados; otros no la repiten en absoluto, y éstos toman mujer. Jesús aquí no se ocupa de estos últimos, ya que se propone mostrar a los discípulos las ventajas del celibato escogido voluntariamente y con fines religiosos: Empero él les dijo: "No todos comprenden esta palabra, sino aquellos a los que les es dado (comprenderla). Porque hay eunucos que en el seno de su madre fueron engendrados así, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. Quien pueda comprender, comprenda". No se trata, pues, de una ley dada d todos, y sí de una propuesta ventajosa para alcanzar el reino de los cielos ofrecida a quien pueda comprenderla y que no pueden comprender sino aquellos a quienes les es dado (comprenderla). Los otros obran libremente y toman mujer, a condición, sin embargo, de que lo que Dios unió, (el) hombre no separe.

En resumen, hallamos que Jesús no condena el matrimonio, sino que lo reduce su razón y norma primitivas, aunque posponiéndolo al celibato elegido libremente a fin de alcanzar el reino de Dios. Prueba de ello se puede ver en el hecho de que, a poco de la discusión sobre el matrimonio, Mateo y Marcos narran la acogida hecha por Jesús a los niños (Lucas relata la acogida y no la discusión). Los niños son los frutos del árbol matrimonial, y Jesús, que antes ha podado de ramas secas y vegetaciones parasitarias aquel árbol, festeja luego sus frutos reservando a aquellos inocentes una predilección muy semejante, aunque en otro sentido, a la reservada a las meretrices y a los publicanos.

Y llevábanle niñitos para que los tocase; pero los discípulos regañaban a aquellos (que los llevaban). Empero, viendo (esto), Jesús se indignó y díjoles: "Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no acoja el reino de Dios como un niñito, no entrará en él" (408). Y abrazándoles los bendecía, poniendo las manos sobre ellos (Marcos, lo, 13-16).

Entre aquellos niñitos (había sin duda varones y hembras, y a todos abrazaba Jesús con idéntico afecto. Treinta años antes de aquella escena, precisamente el año 1 a. de J. C., un campesino egipcio que se había alejado de su casa por motivos de trabajo escribía a su mujer, embarazada, una carta, que se conserva entre los papiros recientemente recuperados, y que concluía con esta orden a la futura madre: Cuando hayas dado a luz al niño, si es varón, críalo; si es hembra, mátala. (Oxyrhyncus Papyrí, IV, II. 744).

Aquel campesino no obraba diversamente de como lo hacían muchos otros padres de aquellos tiempos, tanto de Egipto como de fuera de Egipto.
(Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo, Ed. Miracle, 3ª Ed., Barcelona, 1948, Pág. 522-528)



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Comentario Teológico: Manuel de Tuya OP

La cuestión del divorcio. 10,1-12 (Mt 19,1-12) Cf. Comentario a Mt 19,1-12.

Después de una breve indicación geográfica, Mc recoge la escena en que los fariseos le preguntan, "tentándole", sobre la licitud del divorcio. Pero omite lo que Mt resalta: si se puede hacer por cualquier causa. Era tema discutido en las escuelas rabínicas. Pero, como aquellos casos concretos rabínicos no interesaban a los lectores étnico-cristianos de Mc, lo omite. Sólo le interesa enseñar la absoluta indisolubilidad del matrimonio.

Mc trae como propio las preguntas que sobre el tema le hacen los discípulos en casa. Igualmente plantea el divorcio desde el punto de vista de la mujer-derecho greco-romano--, que también estaba algún tanto en uso, mientras que Mt se atiene a la iniciativa del hombre, conforme a la ley judía.

Jesús bendice a los niños. 10,13-16

(Mt 19,13-15; Le 18,15-17) Cf. Comentario a Mt 19,13-15.

Era costumbre bendecir los niños por los jefes de la sinagoga. Lo mismo que los hijos y discípulos se hacían bendecir por sus padres y maestros.

La imposición de manos, si les evocaba la bendición de Jacob sobre sus hijos (Gén. 48,14), también podrían pensar en su necesidad para un efecto taumatúrgico, como la hemorroisa. El reino ha de recibirse como los niños lo reciben. Conforme a las ideas del medio ambiente, no se refiere tanto a la mocedad como al pequeño valor que para un judío significaba un niño. Frente al orgullo y exigencia farisaica, el reino es simple don del cielo.

Si los apóstoles querían impedir su acceso a él, aparte de lo que podría haber de alboroto por acercarlos a Jesús, podría pensar el que eran niños: cosa sin gran valor para un judío.

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 698-699)



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Comentario Teológico: P. Miguel A Fuentes - ¿Por qué el divorcio está mal?

El divorcio se opone a la indisolubilidad del matrimonio, que es una propiedad de la institución matrimonial ya en el mismo plano natural elevada sobrenaturalmente por el vínculo sacramental. De aquí que debamos decir que el matrimonio es indisoluble por derecho natural. Se trata ésta de una tesis fundamental de la ética cristiana y de una enseñanza expresa del Magisterio. De hecho Pío IX condenó fuertemente la enseñanza liberal que sostenía que el vínculo matrimonial no es indisoluble por derecho natural y que, por tanto, podría ser disuelto de modo perfecto por una autoridad civil. Igualmente Pío XI en la Casti conubii hablando de las palabras de Cristo (cf. Mt 19,6 y Lc 16,18) dice claramente que "se aplican a cualquier matrimonio, aun al solamente natural y legítimo; porque es propiedad de todo verdadero matrimonio la indisolubilidad, en virtud de la cual la disolución del vínculo está en absoluto sustraída al capricho de las partes y a toda potestad secular".

¿Cuáles son las razones para sostener tal afirmación que a los mismos apóstoles resultó dura? Podemos indicar cuatro motivos principales.

1. La indisolubilidad es necesaria por parte del fin matrimonial de la procreación y educación de la prole.

Se diga lo que se diga no es posible procrear y educar a los hijos de modo conveniente sin la perpetuidad del matrimonio, razón por la cual la unión del hombre y la mujer no sólo se ordena por ley natural a la simple generación, como en los demás animales, sino también a la educación de la prole, y no solamente por un tiempo determinado, sino durante toda la vida. De hecho la educación afectiva de los hijos no se logra en unos pocos años. Los hijos necesitan el punto de referencia de sus padres durante toda la vida (y punto de referencia a la "relación indisoluble" que tienen los padres entre sí; ésta es fuente de serenidad en medio de sus incertidumbres, aliento para perseverar en sus propias pruebas, etc.)

Además es claro que ordinariamente la mujer no se basta por sí sola para mantener y educar la prole; se impone la necesidad de la colaboración paterna, su inteligencia para instruir y su energía para corregir (no se puede poner como objeción el caso de las mujeres u hombres abandonados por su cónyuge o los cónyuges viudos, porque no se debe hacer norma con lo que es excepcional y, además, porque en estos casos, si los hijos han sido educados convenientemente -lo cual no ocurre siempre a pesar de los esfuerzos de la madre o del padre solitario- ha sido a costa de sacrificios muy elevados por parte del padre o madre educador). La vida humana requiere muchas cosas que no están al alcance de una sola persona ni se adquieren en poco tiempo.

Por otra parte la vida natural de los padres se proyecta naturalmente en el hijo; por eso éste debe ser heredero de sus padres, sucediéndole en la posesión de las cosas tanto a su padre como a su madre; y este orden se perturbaría si el matrimonio legítimo pudiera disolverse, porque los bienes de alguno de los dos no llegarían a sus naturales destinatarios.

Finalmente, existe en el hombre una solicitud natural de tener certeza de su prole, o sea, el saber si tal hijo es o no es efectivamente hijo suyo; por eso todo lo que impide tal certeza va contra el instinto natural de la especie humana. Si, pues, el hombre pudiera abandonar a la mujer, o ésta al varón, para unirse con otros u otras, la prole podría ser incierta si, habiendo tenido relaciones sexuales con uno, la tuviera luego con otros. Por eso la separación matrimonial va contra el instinto natural de la especie humana.

Esto se esclarece aún más observando las consecuencias del divorcio en los hijos. Del divorcio se sigue para muchos hijos: (a) El escándalo moral de la desunión de sus padres; el criarse en un clima de violencia, dialécticas, envidias, celos y competencias (de hecho compiten por su afecto, porque les den la razón de que el culpable de la ruptura familiar ha sido el otro cónyuge, etc.). (b) El sufrimiento de verse obligados a tomar parte por uno o por otro de sus padres; originando, en muchos casos, problemas psicológicos graves. (c) También para muchos hijos significa el caer en la pobreza o en la miseria y en el drama de la niñez abandonada. (d) Aumenta la delincuencia precoz. (e) Causa problemas de conducta. Algunos estudios señalan que los hijos de padres divorciados presentan regularmente cuatro conductas negativas típicas: mienten excesivamente, tienen un bajo nivel de aprendizaje, falta de asunción de responsabilidad del propio comportamiento y dificultad de concentración.

2. La indisolubilidad la exige el fin del matrimonio que es el amor conyugal

El amor conyugal exige "definitividad" para ser verdadero. Decía Lacordaire: "¿Qué ser hay bastante infame, cuando ama, para calcular el momento en que no amará?". Otro autor ha escrito acertadamente: "Una alianza contra cuya ruptura la parte más débil jamás podrá tener seguridad completa, en manera alguna producirá alegría y solidez, y esto sin añadir que es una tentación constante de infidelidad. Para la parte más fuerte, es una falta imperdonable de carácter si ofrece únicamente su promesa para los días felices, e introduce en ella, como condición, la facultad de retirarla tan pronto como se presenten los sacrificios".

3. La indisolubilidad es exigida por los fines secundarios del matrimonio (la mutua ayuda de los esposos)

El matrimonio también se ordena a la mutua ayuda entre el hombre y la mujer. Y por eso es indudable que el divorcio muchas veces impone enormes injusticias a uno u otro de los cónyuges. Como decía ya Santo Tomás: "si alguno que ha tomado a una mujer en el tiempo de su juventud, cuando era bella y fecunda, pudiera repudiarla en edad avanzada, le infligiría un daño contra la misma justicia natural. El mismo inconveniente existe si la mujer pudiera hacer lo mismo... Se unen no sólo en el acto carnal, sino también para el mutuo auxilio de toda la vida. Por eso es gran inconveniente que el matrimonio sea disoluble".

No hay que esconder el rostro de esta gran miseria. Si bien es cierto que algunos matrimonios recurren al divorcio de común acuerdo y con voluntad positiva de ambos cónyuges, también es cierto que en muchos casos el divorcio es pedido por una de las partes abandonando al otro cónyuge por enfermedad, falta de atractivo, etc., dejándolo en la miseria, en la soledad, a veces con la carga de la educación y mantenimiento de los hijos, etc.

4. La indisolubilidad la exige el bien común de la sociedad

Finalmente (sólo lo menciono sin desarrollarlo) cuando se argumenta contra la indisolubilidad del matrimonio se usan argumentos de conveniencia individual, olvidando que el bien individual está subordinado al bien común, tanto de la familia como de la sociedad. Para la estabilidad de la sociedad es necesaria la estabilidad de la familia, pues es su célula básica. Por eso ha dicho muy bien -y repetidas veces- Juan Pablo II que el futuro de la humanidad pasa por el futuro de la familia.

Bibliografía: Héctor Hernández, Familia-Sociedad-Divorcio, Ed. Gladius 1986; Scala, Jorge (director), Doce años de divorcio en Argentina, Educa, Buenos Aires 1999; Miguel Fuentes, Los hizo varón y mujer, EVE, San Rafael 1998.
(Dr. Miguel Ángel Fuentes, El Teólogo Responde III, EVE, San Rafael 2005, pag. 58-63)


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Santos Padres: San Agustín - La finalidad del matrimonio

—Por aquí, hermanos míos, echaréis de ver cómo pensaba la Escritura de aquellos nuestros antepasados, cuya única finalidad era, en casarse, tener descendencia de sus mujeres

Tan casto, en efecto, era el trato con ellas, de, quienes, por las circunstancias del tiempo y del estilo nacional, tenían muchas, que no accedían al uso del matrimonio sino mirando a la prole. ¡Con qué honor las poseían! Por lo demás quien use de la mujer con fines extraños al fin de procrear hijos, obra contra las mismas tablas o contrato matrimonial en cuya virtud la hizo mujer suya. Se leen tablas denominadas tablas matrimoniales; se leen a presencia de los testigos, y se dice: Para la procreación de los hijos. Si a las mujeres no se las da para esto y para esto se las toma, ¿quién de sano juicio diera una hija para regodeo carnal de otro? Para que los padres no se avergüencen, léense las tablas: para que sean suegros y no alcahuetes. Pues, en efecto, ¿qué se estipula en las tablas? La procreación de los hijos. La frente del padre se desarruga en oyendo estas palabras del contrato. Miremos la frente del hombre que recibe mujer. Ruborícese el marido de recibirla para otra cosa, pues se ruboriza el padre de darla para otro fin.

Mas, si no puede abstenerse como ya hemos dicho alguna vez, pidan el débito, y no vayan sino a quienes se le deben. Hombre y mujer sobrellévense mutuamente la común flaqueza, sin ir el a otra ni a otro ella; que adulterio de ahí trae su nombre, ad alterum, a otro; y si transgreden la meta del pacto, no transgredan los límites del tálamo conyugal. ¿Por ventura no es pecado exigir de la esposa más de lo que pide la necesidad de procrear hijos? Lo es indudablemente, bien que leve. El Apóstol dice: Os digo esto, haciéndome cargo de las cosas. Y, hablando a este propósito, dice: “No os defraudéis el uno al otro, no siendo de acuerdo y por algún tiempo, para daros a la oración; mas luego volved a lo mismo, para que no os tiente Satanás de incontinencia”. ¿Qué significa esto? No echéis sobre vosotros más peso del soportable y, absteniéndoos el uno del otro, caigáis en adulterio. No os tiente Satanás a causa incontinencia. Y para que no pareciese mandar que permite (uno es mandar a la virtud y otro es permitir a la debilidad), añadió en seguida: Os digo esto porque me hago cargo de la situación, mas no lo impongo. Yo bien querría que fueran todos como yo. En otras palabras: No mando que lo hagáis; os excuso si lo hacéis.


Dos bases del género humano.

—Prestadme ahora, hermanos míos, atención. Los grandes hombres que tenían mujeres para procrear hijos, fueron, según leemos, los patriarcas, de los que hay pruebas abundantes; porque lo dicen a voces las páginas sagradas, que no dan lugar a dudarlo. Si, pues, hay hombres que tienen mujeres sin otro fin que la procreación de los hijos, ya estos estos hombres pudiese hacérseles la merced de tenerlos sin concúbito, ¿no recibirían este beneficio con gozo inefable? Y a los hijos, ¿no los recibirían con grande alegría? Son dos, en efecto, las operaciones materiales necesarias al humano linaje: dos actividades a las que los varones discretos y santos se acomodan por obligación, y los indiscretos se precipitan por sensualidad. Porque uno es descender a cualquier cosa por necesidad y otro es tirarse a ella por sensualidad.

¿Cuáles son estas dos cosas necesarias a la perduración del género humano? Indudablemente, lo primero es la alimentación (que cierto, no se puede hacer sin algún deleite); sin comer y beber te morirías. Esta base, pues, la comida y la bebida, es uno de los sustentáculos del linaje humano en razón de su naturaleza. Mas el sustentáculo este mantiene a los hombres en particular; a la sucesión no se provee así: comiendo y bebiendo, sino tomando mujer. A la subsistencia, por ende, o mantenimiento del linaje humano, se provee así: comiendo y bebiendo; pero como, hagan lo que hagan en favor del cuerpo, evidentemente no pueden vivir siempre, síguese que han de nacer quienes sucedan a los que mueren. Porque, según está escrito, el género humano es como las hojas del árbol; como el árbol de hoja perenne: olivo, laurel, etc., que nunca están sin su fronda, si bien las hojas no son siempre las mismas; pues, según dice la Escritura, produce unas y tira otras, y las nacidas suceden a las caídas; echando, en fin, siempre hojas al suelo y siempre, vestido de hojas. Al modo de los árboles estos, la humanidad no siente las pérdidas de los que mueren, por suplirlas los que nacen; y por este modo singular la especie humana permanece en su totalidad; cual siempre hay hojas en los árboles, la tierra se ve llena siempre de hombres. Si murieran y no nacieran, la tierra se despojaría en absoluto de hombres, como pierden algunos árboles telas sus hojas.

Uso racional e irracional del matrimonio.
A estas dos cosas, pues, que para la sustentación del género humano son indispensables, y de las que ya hemos dicho lo suficiente, lléganse por deber el sabio, el prudente, el fiel, y nunca por mero deleite. Respecto al comer y beber, ¡cuántos se lanzan a ello con voracidad, poniendo allí toda alma, como si fuera ésa la razón de vivir! Porque, siendo necesario comer para vivir, ellos piensan en vivir para comer. A estos comedores, bebedores y glotones, cuyo dios es el vientre, no hay sabio que no los reprenda, y singularmente la divina Escritura. No los conduce a la mesa necesidad de refacción, sino la concupiscencia de la carne. Para éstos el comer y beber es lo mismo que caer; mas los que descienden por exigencia de la vida, no viven para comer, antes comen para vivir.

Si, por el consiguiente estos hombres discretos y moderados se les ofreciera poder vivir sin alimento ni bebida, ¡qué gozosos recibirían este beneficio, para que adonde ya por hábito no caen, aun bajarse no se vieran forzados; antes anduvieran embebidos en el Señor siempre, sin que la necesidad de reparar la decadencia del cuerpo los obligase a quitar del Señor los pensamientos. ¿Cómo juzgáis recibió el santo Elías el vaso de agua y la torta de pan que se le dio para sustentarse cuarenta días? Con grande gozo, es seguro; pues él no comía ni bebía por servidumbre a la concupiscencia de la carne, sino por la necesidad de vivir. Prueba tú a otorgarle, si puedes, este favor al hombre que sitúa su plena beatitud y felicidad en los manjares, como animal al pesebre. Odiará éste tu beneficio, le rechazará como un castigo. Tal en punto al oficio conyugal los hombres libidinosos no se llegan a la mujer en virtud de otras razones; por eso, a malas penas se contentan con la suya. Y pluguiese a Dios que, si no pueden o no quieren despojarse de la libídine, no la permitiesen ir más allá de lo tolerado a la debilidad. Pero ello es cierto que si a un hombre así le dijeras: "¿Por qué tomas mujer?", te respondería quizá ruborizado: "Por los hijos". Pongamos ahora qué alguien, digno de toda su fe, le dice: "Poderoso es Dios para dártelos, y sin duda te los dará sin llegarte a la mujer". Cogido por ahí, confesaría no tomaba mujer por tener hijos.
Confiese su enfermedad, y tome a la mujer para lo que pretextaba tomarla: "para tener hijos".
(SAN AGUSTÍN, Sermón 51, Ed. BAC, Madrid, 1952, pp. 33-39)



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Santos Padres: San Agustín - Sociedad original de varón y mujer


1. Como quiera que cada hombre en concreto es una porción del género humanal y la misma naturaleza humana es de condición sociable, síguese de ello una grande excelencia natural, como es el vínculo solidario de la amistad entre todos los hombres. Y ésta es la razón por la cual plúgole a Dios el que de un hombre dimanaran todos los demás hombres, a fin de que se mantuviesen en la sociedad por ellos constituida no sólo conglutinados por la semejanza de la naturaleza, sino también y principalmente por los lazos del parentesco. La primera alianza natural de la sociedad humana nos la data, pues, el hombre y la mujer enmaridados. A los cuales no los crió Dios por separado, uniéndolos luego como si fueran alienígenas, sino que a la hembra la creó del varón, reponiendo así la significación y la virtud unitiva en el costado, de donde la mujer fue extraída y formada.

Y por el costado es, efectivamente, por donde se unen y aprietan los que caminan con pie unánime y unánimemente ven por dónde caminan.

Los hijos vienen inmediatamente a consolidar la eficacia de esta sociedad vincular como el único fruto honesto, resultante no sólo de la mera unión del hombre y de la mujer, sino del comercio y trato conyugal de los mismos, ya que podría darse otro tipo de unión, amistosa o fraterna, entere ellos sin ese comercio matrimonial, en la que el hombre llevara la razón del mando, y la mujer la razón de la obediencia.

(…)

LA ALIANZA NUPCIAL NO SE INVALIDA CON LA SEPARACIÓN DE LOS CÓNYUGES. ¿PUEDE VOLVER A CONTRAER EL VARÓN QUE ABANDONÓ A SU ESPOSA ADÚLTERA? EL MATRIMONIO CRISTIANO NO QUEDA
ABOLIDO POR EL DIVORCIO CIVIL

Como quiera que el estado de continencia es el más meritorio, aunque el cumplimiento del débito conyugal carezca en absoluto de pecaminosidad, y como el exigir ese débito con un propósito ajeno a la procreación no exime de culpa leve, y, en cambio el adulterio y la fornicación son crímenes puniendos, debe ante todo cautelar la caridad reciproca de los esposos. Para que no acontezca que, mientras procuran conseguir el mayor mérito y honorificación posibles, se expongan uno y otro a dar en su propia condenación. Porque es innegable que cualquiera que despidiese a su mujer, si no es por causa de fornicación, la expone a ser adúltera, y el que se casase con la repudiada es asimismo adúltero.

Tan cierto es que el vínculo conyugal, la fe jurada, es cosa tan santa y tan sacramental que no puede quebrantarse ni con la separación ni el rompimiento siquiera, supuesto que la mujer repudiada por su marido no puede, sin incurrir en el crimen de adulterio, vincularse en matrimonio con otro mientras viva el marido, aun cuando éste sea la causa de ese crimen por su abandono.

7. Ahora Bien: si le es lícito al marido repudiar a su mujer adúltera, ¿le será lícito asimismo desposarse con otra? La Sagrada Escritura nos ofrece a este propósito una dificultad de no fácil resolución, pues, según el testimonio del Apóstol, hay un precepto expreso del Señor que prohíbe a la mujer separarse de su marido, y, en caso de separación, la íntima a que permanezca innúbil o, en todo caso, a que se reconcilie con su marido, ya que solo el adulterio puede ser causa de separación. Pero en este mismo caso debe guardarse contraer nuevas nupcias, no sea que separándose de su marido, si él no ha caído en el adulterio, sea causa de que venga a caer en él. En todo caso, siempre será mucho más recomendable que se avenga a una reconciliación con él, o tolerándole o después que se haya corregido, si es ella la que no puede guardar continencia.

Por lo que a mí se refiere, no comprendo cómo puede permitido al marido que ha abandonado a su mujer por de adulterio desposarse de nuevo con otra, mientras que se le prohíbe taxativamente a la mujer que por idéntica causa ha abandonado a su marido el contraer un nuevo matrimonio. Sí ello es así, será forzoso convenir en que el vínculo social que estrecha a los cónyuges es tan irrompible y fuerte, que, aun contraído el matrimonio solo con el anhelo de tener descendencia, no puede disolverse en modo alguno aunque no se logre la procreación. Porque en ese caso seríale permitido al hombre desechar a su mujer si resulta estéril y desposarse con otra que ciertamente le ha de dar descendencia. Y eso es imposible y ni jamás se permite. En nuestros mismos días, según las leyes romanas, no le está, permitido al marido tomar una segunda mujer mientras la primera mujer legítima viviere. El caso es, pues, el mismo, bien sea el hombre el que abandona a la mujer, bien sea que ésta abandone a aquél por causa de adulterio, ya que uno y otro, si pudieran contraer un nuevo matrimonio, lograrían tener multiplicada descendencia. Ahora bien: si esto no es permisible, como parece deducirse de la divina prescripción, ¿quién no ye aquí toda la íntima solidez e inquebrantable fuerza del vínculo matrimonial?

Yo no puedo creer en ningún modo que haya podido el matrimonio tener tanta eficacia y cohesión si, dado el estado de fragilidad y de mortalidad a que estamos sometidos, no se diera en él el signo misterioso de una realidad más grande aun, es decir, de un sacramento cuya huella imborrable no puede ser desfigurada, sin castigo, por los hombres que desertan del deber o que tratan de desvincularse del sagrado Lazo. Porque ni con el divorcio legalizado puede quebrarse aquella alianza nupcial, puesto que, aun separados el uno del otro, ambos siguen siendo cónyuges, y cometen adulterio con aquellos con quienes se unieren aun después del repudio, ya sea ella con el varón, ya sea él con la mujer.

Pero solo en la Iglesia de Dios, que es, según el profeta la ciudad de Dios y su montaña sagrada, es donde el matrimonio se da en tales condiciones.
(San Agustín, Obras de San Agustín (Tomo XII), B.A.C., Madrid, 1954, pg. 41; 57; 59)



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Comentario teológico: Benedicto XVI ¿Qué nos dice hoy esta palabra - 'Por eso abandonará...'

"El tema del matrimonio, que nos propone el Evangelio y la primera lectura, merece en este sentido una atención especial. El mensaje de la Palabra de Dios se puede resumir en la expresión que se encuentra en el libro del Génesis y que el mismo Jesús retoma: «Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Gn 1,24, Mc 10,7-8). ¿Qué nos dice hoy esta palabra? Pienso que nos invita a ser más conscientes de una realidad ya conocida pero tal vez no del todo valorizada: que el matrimonio constituye en sí mismo un evangelio, una Buena Noticia para el mundo actual, en particular para el mundo secularizado. La unión del hombre y la mujer, su ser «una sola carne» en la caridad, en el amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con fuerza, con una elocuencia que en nuestros días llega a ser mayor, porque, lamentablemente y por varias causas, el matrimonio, precisamente en las regiones de antigua evangelización, atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El matrimonio está unido a la fe, no en un sentido genérico. El matrimonio, como unión de amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia que viene de Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta la cruz. Hoy podemos percibir toda la verdad de esta afirmación, contrastándola con la dolorosa realidad de tantos matrimonios que desgraciadamente terminan mal. Hay una evidente correspondencia entre la crisis de la fe y la crisis del matrimonio.

Y, como la Iglesia afirma y testimonia desde hace tiempo, el matrimonio está llamado a ser no sólo objeto, sino sujeto de la nueva evangelización. Esto se realiza ya en muchas experiencias, vinculadas a comunidades y movimientos, pero se está realizando cada vez más también en el tejido de las diócesis y de las parroquias, como ha demostrado el reciente Encuentro Mundial de las Familias" (Benedicto XVI, homilía durante la eucaristía al inaugurar el sínodo 'La nueva evangelización...').

 


Aplicación: Raniero Cantalamessa - Serán los dos una sola carne

Los esposos cristianos no tienen sólo el deber de mantenerse fieles hasta la muerte; tienen también las ayudas necesarias para hacerlo.


El tema de este XXVII Domingo es el matrimonio. La primera lectura comienza con las bien conocidas palabras: «Dijo el Señor Dios: No es bueno que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». En nuestros días el mal del matrimonio es la separación y el divorcio, mientras que en tiempos de Jesús lo era el repudio. En cierto sentido, éste era un mal peor, porque implicaba también una injusticia respecto a la mujer que aún persiste, lamentablemente, en ciertas culturas. El hombre, de hecho, tenía el derecho de repudiar a la propia esposa, pero la mujer no tenía el derecho de repudiar a su propio marido.

Dos opiniones se contraponían, respecto al repudio, en el judaísmo. Según una de ellas, era lícito repudiar a la propia mujer por cualquier motivo, al arbitrio, por lo tanto, del marido; según la otra, en cambio se necesitaba un motivo grave, contemplado por la Ley. Un día sometieron esta cuestión a Jesús, esperando que adoptara una postura a favor de una u otra tesis. Pero recibieron una respuesta que no se esperaban: ««Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón [Moisés] escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre».

La ley de Moisés acerca del repudio es vista por Cristo como una disposición no querida, sino tolerada por Dios (como la poligamia u otros desórdenes) a causa de la dureza de corazón y de la inmadurez humana. Jesús no critica a Moisés por la concesión hecha; reconoce que en esta materia el legislador humano no puede dejar de tener en cuenta la realidad de hecho. Pero re-propone a todos el ideal originario de la unión indisoluble entre el hombre y la mujer («una sola carne») que, al menos para sus discípulos, deberá ser ya la única forma posible de matrimonio.

Sin embargo Jesús no se limita a reafirmar la ley; le añade la gracia. Esto quiere decir que los esposos cristianos no tienen sólo el deber de mantenerse fieles hasta la muerte; tienen también las ayudas necesarias para hacerlo. De la muerte redentora de Cristo viene una fuerza –el Espíritu Santo- que permea todo aspecto de la vida del creyente, incluido el matrimonio. Éste incluso es elevado a la dignidad de sacramento y de imagen viva de su unión esponsalicia con la Iglesia en la cruz (Ef 5, 31-32).

Decir que el matrimonio es un sacramento no significa sólo (como a menudo se cree) que en él está permitida y es lícita y buena la unión de los sexos, que fuera de aquél sería desorden y pecado; significa –más todavía- decir que el matrimonio se convierte en un modo de unirse a Cristo a través del amor al otro, un verdadero camino de santificación.

Esta visión positiva es la que mostró tan felizmente el Papa Benedicto XVI en su Encíclica «Deus caritas est», sobre amor y caridad. El Papa no contrapone en ella la unión indisoluble en el matrimonio a otra forma de amor erótico; pero la presenta como la forma más madura y perfecta desde el punto de vista no sólo cristiano, sino también humano.

«El desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza -dice- conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad -sólo esta persona-, y en el sentido del “para siempre”. El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad [n. 6].

Este ideal de fidelidad conyugal nunca ha sido fácil (¡adulterio es una palabra que resuena siniestramente hasta en la Biblia!); pero hoy la cultura permisiva y hedonista en la que vivimos lo ha hecho inmensamente más difícil. La alarmante crisis que atraviesa la institución del matrimonio en nuestra sociedad está a la vista de todos. Legislaciones civiles, como la del gobierno español, que permiten (¡e indirectamente, de tal forma, alientan!) iniciar los trámites de divorcio apenas pocos meses después de vida en común. Palabras como: «estoy harto de esta vida», «me marcho», «si es así, ¡cada uno por su lado!», ya se pronuncian entre cónyuges a la primera dificultad. (Dicho sea de paso: creo que un cónyuge cristiano debería acusarse en confesión del simple hecho de haber pronunciado una de estas palabras, porque el solo hecho de decirla es una ofensa a la unidad y constituye un peligroso precedente psicológico).

El matrimonio sufre en ello la mentalidad común del «usar y tirar». Si un aparato o una herramienta sufre algún daño o una pequeña abolladura no se piensa en repararlo (han desaparecido ya quienes tenían estos oficios), se piensa sólo en sustituirlo. Aplicada al matrimonio, esta mentalidad resulta mortífera.

¿Qué se puede hacer para contener esta tendencia, causa de tanto mal para la sociedad y de tanta tristeza para los hijos? Tengo una sugerencia: ¡redescubrir el arte del remiendo! Sustituir la mentalidad del «usar y tirar» por la del «usar y remendar». Casi nadie hace ya remiendos. Pero si no se hacen ya en la ropa, hay que practicar este arte del remiendo en el matrimonio. Remendar los desgarrones. Y remendarlos enseguida.

San Pablo daba óptimos consejos al respecto: «Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo», «soportaos unos a otros y perdonaos mutuamente si alguno tiene queja contra otro», «ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas» (Ef 4, 26-27; Col 3, 13; Ga 6, 2).

Lo importante que hay que entender es que en este proceso de desgarrones y recosidos, de crisis y superaciones, el matrimonio no se gasta, sino que se afina y mejora. Percibo una analogía entre el proceso que lleva hacia un matrimonio exitoso y el que lleva a la santidad. En su camino hacia la perfección, los santos atraviesan a menudo la llamada «noche oscura de los sentidos» en la que ya no experimenta ningún sentimiento, ningún impulso; tienen aridez, están vacíos, hacen todo a fuerza de voluntad y con fatiga. Después de ésta, llega la «noche oscura del espíritu» en la que no entra en crisis sólo el sentimiento, sino también la inteligencia y la voluntad. Se llega a dudar de que se esté en el camino adecuado, si es que acaso no ha sido todo un error; oscuridad completa, tentaciones sin fin. Se sigue adelante sólo por fe.

¿Entonces todo se acaba? ¡Al contrario! Todo esto no era sino purificación. Después de que han pasado por estas crisis, los santos se dan cuenta de cuánto más profundo y más desinteresado es ahora su amor por Dios, respecto al de los comienzos.

A muchas parejas no les costará reconocer en ello su propia experiencia. También han atravesado frecuentemente, en su matrimonio, la noche de los sentidos en la que falta todo arrebato y éxtasis de aquellos, y si alguna vez lo hubo, es sólo un recuerdo del pasado. Algunos conocen también la noche oscura del espíritu, el estado en que entra en crisis hasta la opción de fondo y parece que no se tiene ya nada en común.

Si con buena voluntad y la ayuda de alguien se logran superar estas crisis, se percibe hasta qué punto el impulso y el entusiasmo de los primeros días era poca cosa, respecto al amor estable y la comunión madurados en los años. Si primero el esposo y la esposa se amaban por la satisfacción que ello les procuraba, hoy tal vez se aman un poco más con un amor de ternura, libre de egoísmo y capaz de compasión; se aman por las cosas que han pasado y sufrido juntos.


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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El Matrimonio

Los textos de este domingo nos transportan a los albores de la historia, cuando Dios decidió emprender su labor creadora. En el primero de ellos, extraído del Génesis, hemos contempla­do a Dios en el momento en que sacaba de la nada los diversos animales que integrarían la fauna de la tierra. Y hemos escuchado cómo Adán recibió del Señor el encargo sublime de poner "nombre" a cada uno de ellos; desde su elevado sitial el primer hombre presidió el formidable desfile de animales salvajes y, al nombrarlos, les demarcó sus límites. Fue su manera de participar en la obra de Dios.

El relato del Génesis culmina con la creación de la primera mujer, que el Señor sacó del costado de Adán, mientras éste estaba profundamente dormido. Luego de haberla modelado, Dios se la presentó al hombre, que quedó presa del asombro: ¡”Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!", exclamó. Tal es, en síntesis, el contenido de esta primitiva acción, que llega hasta nosotros con la frescura propia de las cosas que son originales.

Pero dicho episodio inaugural de nuestra historia encerraba, el designio de Dios, una significación que trascendía la materialidad de lo acontecido. La creación de nuestros primeros padres, aparte de su realidad histórica, era también figura de aquello que sucedería mucho después, al llegar la plenitud de los tiempos. Porque si por un solo hombre, Adán, se introdujo la muerte en la historia, por otro, Cristo, germinaría la vida. Cristo es, así, el nuevo y definitivo Adán, modelado, como el primero, de la tierra virgen, porque nació de una Virgen; si bien no en todo como el primero, que había sido rebelde, ya que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Si por la desobediencia del primero entró la muerte en el mundo, por la obediencia del segundo irrumpió la resurrección en la historia de los hombres.

Pues bien, un día, ese segundo Adán se dormiría como el primero. Recostado sobre el madero de la Cruz, dormiría el sueño de la muerte. Y fue precisamente en esos momentos cuando un soldado le atravesó el costado con su lanza. Conocemos la escena según nos la relata el evangelista San Juan, quien nos dice que en ese mismo instante el Señor derramó agua y sangre. ¿Qué significado encierra este misterio? El agua es la materia del Bautismo, la sangre es el contenido de la Eucaristía. Del seno del Señor brotaron, así, el Bautismo y la Eucaristía, los dos sacramentos gracias a los cuales la Iglesia se edifica y se alimenta siempre de nuevo. Junto con todos los Padres podemos, pues, decir que así como la primera Eva nació del costado de Adán que dormía, de manera similar la Iglesia, segunda Eva, brotó del seno de su esposo dormido en la Cruz.

No nos debe entonces extrañar la tajante afirmación de San Hilario: "En el sueño de Adán, Cristo engendró a la Iglesia". Ni la de Tertuliano: "Si Adán era una figura de Cristo, el sueño de Adán simbolizaba la muerte de Cristo dormido en la Cruz; Eva, que sale de la herida del costado de Adán, es figura de la Iglesia, madre verdadera de los vivientes".

Cristo y la Iglesia, como antaño Adán y Eva, mantienen entre sí relaciones esponsalicias. Son Esposo y Esposa. Incesan­temente el Esposo divino está amando y fecundando a su Esposa terrena. Pues bien, esta sublime unión nupcial es imitada en el matrimonio cristiano. El hombre y la mujer que se desposan tienen delante de sí aquel modelo supremo: la unión conyugal de Cristo y de la Iglesia. Oigamos lo que San Pablo nos dice a este respecto: "Las mujeres deben obedecer a sus maridos como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia... Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben obedecer en todo a vuestros maridos". El Apóstol compara la obediencia que la mujer debe a su marido, con la obediencia que la Iglesia obsequia a Cristo, su Esposo.

Pero hay más, según advertimos si seguimos leyendo el texto de San Pablo: "Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente... Del mismo modo los esposos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo". Espléndida la expresión del Apóstol: como Cristo se ofreció a la muerte por la Iglesia, de manera análoga debe el marido generoso en su entrega matrimonial, en todos los detalles de vida. "Por eso —concluye San Pablo—, el hombre dejará a padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: yo lo he referido a Cristo y a la Iglesia". Advertimos aquí cómo el Apóstol cita el libro del Génesis que escucháramos en la primera lectura, aplicándolo tanto a la unión entre Cristo y la Iglesia como a la unión entre marido y mujer.

¡Cuán sublime se nos muestra el sacramento del matrimonio­. ¡Qué exigente ideal de perfección! El marido debe en todo imitar a Cristo y ser, como Él, conductor sacrificado, generoso, enamorado. La mujer debe en todo imitar a la Iglesia y ser, como ella, santa, pudorosa, fecunda. Hemos advertido en el Evangelio de hoy con cuánta severidad condena Cristo el divorcio. Lo hace con autoridad, como Dios que es. Retrocediendo en el tiempo más allá del permiso de divorcio que Moisés concediera a los miembros de su pueblo en razón de la dureza de sus corazones, Jesús se remonta al relato primordial Génesis: lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.

¡Cuánta actualidad tienen, amados hermanos, las palabras del Señor! En esta época de tantos divorcios, de tan frecuentes y fáciles disoluciones del vínculo. ¡Cristo nunca se divorciará de su Iglesia!

Pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo de Jesús. Hagámoslo con sencillez, según nos lo recomienda el Señor en el evangelio de hoy: aceptemos el Reino como un niño. Sin rodeos, sin complicaciones. El Señor entrará en nuestro interior para hacerse uno con nosotros. Ya que también la Eucaristía tiene carácter conyugal: Cristo y el cristiano que lo recibe se hacen una sola cosa. Enseña Santo Tomás que el sacramento del Matrimonio significa la conjunción de Cristo y de la Iglesia, cuya unidad es figurada por el sacramento de la Eucaristía. Porque en la Eucaristía, Cristo se entrega de nuevo por su Iglesia, por cada uno de nosotros, que somos una micro - iglesia. Gracias a este sacramento de unidad, Cristo, Esposo de la Iglesia, renueva diariamente sus esponsales con ella en el interior de nosotros. "Permaneced en mí, y yo en vosotros", nos exhorta el Señor. Se cumplirá entonces aquello que señaló Jesús en el evangelio, haciéndose eco del texto del Génesis: "Serán los dos una sola carne". En ese momento Cristo podrá afirmar de cada uno de nosotros lo que dijo Adán cuando vio a Eva por primera vez: "Este sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne".
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida, Homilías dominicales y festivas. Ed. Gladius, 1993, pp. 265-268)



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Aplicación: Mons. Fulton Sheen - “No cometerás adulterio”

Dos montes sirven de referencia como primero y segundo acto de un drama en dos actos: el monte de las Bienaventuranzas y el monte Calvario. El que subió al primero para predicar las bienaven­turanzas debe necesariamente subir al segundo para poner en prác­tica lo que había predicado. Las personas poco reflexivas suelen de­cir que el sermón del monte constituye la esencia del cristianismo. Pero que alguien intente practicar estas bienaventuranzas en su propia vida, y verá cómo se acarrea la ira del mundo. El sermón del monte no puede ser separado de la crucifixión, de la misma mane­ra que el día no puede ser separado de la noche. El día en que nuestro Señor enseñó las bienaventuranzas firmó su propia senten­cia de muerte. El sonido de los clavos y los martillos penetrando a través de carne humana era el eco que bajaban de la ladera de la montaña donde había estado enseñando a los hombres el camino de la felicidad o bienaventuranza. Todo el mundo quiere ser feliz, pero el camino que Él enseñaba era el totalmente opuesto a los caminos del mundo.

Un camino para crearse enemigos y hacer que la gente se con­vierta en adversaria de uno es desafiar el espíritu del mundo. Cual­quiera que desafíe las máximas mundanas, tales como: «sólo se vive una vez», «hay que aprovechar lo máximo la vida», « ¿quién lo sabrá?», « ¿para qué sirve el sexo, sino para el placer ?», está destinado a hacerse impopular.

En las bienaventuranzas, nuestro divino Señor toma aquellas ocho palabras del mundo que son otros tantos reclamos — «seguri­dad», «venganza», «risa», «popularidad», «compensación», «sexo», «poder armado» y «comodidad» — y las trastorna por completo. Á los que dicen: «No puedes ser feliz a menos que seas rico», Él les dice: «Bienaventurados los pobres en el espíritu». A los que dicen: «No dejéis que se salga con la suya», Él les dice: «Bienaventurados los mansos». A los que dicen: «Ríe, y el mundo reirá contigo», Él les dice: «Bienaventurados los que lloran». A los que dicen: «Si la naturaleza te ha dado instintos sexuales, debes darles libre expre­sión, de lo contrario serías un frustrado, Él les dice: « Bienaventurado, los limpios de corazón». A los que dicen; «Procura ser popular y conocido », Él les dice; «Bienaventurados vosotros, si os injurian y os persiguen y hablan toda clase de mal contra por causa de mí». A los que dicen: «En tiempo de paz prepárate para la guerra», Él les dice «Bienaventurados los pacíficos ».

Él se mofa de los clisés, baratos sobre los cuales se escriben guiones de cine y se componen las novelas. El propone que eche al fuego los que ellos adoran: que se venzan los instintos sexuales en vez de permitir que se esclavicen a las personas; domar las conquistas económicas en vez de hacer que la felicidad consista en la abundancia de cosas externas al alma. De las falsas bienaventuranza que hacen depender la felicidad de la expresión de sí mismo, de la licencia de pasarla bien, o de «comer, beber y divertirse para morir mañana», de todas ellas, Él se burla porque tales cosas traen desórdenes mentales, desgracia, falsas esperanzas, temores y ansiedades.

Aquellos que quisieran escapar al impacto de las bienaventuranzas dicen que nuestro divino Salvador fue una criatura de su tiempo, pero no del nuestro, y que, por lo tanto, sus palabras care­cen de aplicación en nuestros días. No fue una criatura de su tiempo ni de ningún tiempo; ¡nosotros sí que lo somos! Mahoma pereció a su tiempo; de ahí que dijera que un hombre, podía tener concubinas además de cuatro esposas legales al mismo tiempo. Ma­homa pertenece también a nuestro tiempo porque hay personas mo­dernas que dicen que un hombre puede tener muchas esposas, si las toma una tras otra. Pero nuestro Señor no pertenecía a su tiempo, ni tampoco al nuestro. Casarse con una época es quedar viudo en la siguiente. Porque no se adapta a ninguna época, Él constituye el modelo inmutable para los hombres de todas las épocas. Nunca usó una expresión que dependiera del orden social en que vivía; su evangelio no resultaba entonces más fácil de lo que es ahora. Lo recuerdan sus propias palabras.

"En verdad os digo que basta que pasen el cielo y la tierra in una i ni una tilde de la i pasarán de la ley hasta que todo sea cumplido". Mt 5, 18

La clave para entender el sermón del monte es la manera como usaba dos expresiones. Una de ellas era: «habéis oído»; la otra era la palabra, breve y enfática, «pero». Cuando decía: «habéis oído», se remontaba a lo que los oídos humanos habían estado oyendo desde hacía siglos y aún están oyendo de labios de reformadores éticos todas aquellas reglas, códigos y preceptos que son medidas a medias entre el instinto y la razón, entre costumbres locales y los más elevados ideales. Cuando decía: «habéis oído», incluía la ley mosaica, a Buda con su óctuple vía, a Confucio con sus reglas para todo un caballero, a Aristóteles con su felicidad natural, la amplitud de miras de los hindúes y todos los grupos humanitarios de nuestros días, que quisieran traducir algunos de los antiguos códigos a su propia lengua y, decir que se trata de un nuevo medio de vida. De todos estos compromisos estaba hablando cuando decía: «habéis oído».

«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio». Moisés lo había dicho; las tribus paganas lo sugerían; los primitivos lo respetaban. Ahora venía el terrible y espantable pero: «pero yo os digo…». «Pero yo os digo que todo aquel que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella en su corazón». Nuestro Señor penetraba en el fondo de los corazones y marcaba como con pecado incluso el deseo de pecar. Si era malo hacer determinada cosa, era también malo pensar en esta misma cosa. Era como si dijera: «fuera con vuestra higiene, que trata de tener las manos limpias después de haber robado, y los cuerpos libre de enfermedad después de haber violado a una mujer». Penetraba en el fondo de los corazones y marcaba como un fuego la intención de pecar. No esperaba a que el mal árbol produ­jera malos frutos. Quería evitar incluso que llegara a sembrarse la mala semilla. No esperéis a que vuestros pecados ocultos parez­can como psicosis, neurosis y compulsiones. Desembarazaos de ellos en sus mismas raíces. ¡Arrepentíos! ¡Purificaos! El mal que puede ponerse en estadísticas o ser encerrado en cárceles ya es demasiado tarde para poder remediarlo.

Cristo afirmó que cuando un hombre se casaba con una mujer se casaba tanto con el cuerpo como con el alma de ella; se casaba con toda la persona. Si se cansaba del cuerpo, no podía apartarlo para tomar otro, ya que todavía seguía siendo responsable de aque­lla alma. Así, clamaba: «habéis oído». En esta expresión condensa­ba la jerga de todas las civilizaciones decadentes. «Habéis oído: divórciate; Dios no espera que vivas sin felicidad.» Pero a conti­nuación venía el consabido pero:

"Pero yo os digo que todo aquel que repudia a su mujer hace que ella cometa adulterio, y el que se casare con la repudiada, comete adulterio". Mt 5, 32

¿Qué importa que el cuerpo se haya perdido? El alma está allí todavía, y el alma vale más que todas las sensaciones que el cuerpo pueda procurar, vale más aún que todo el universo. Él quería man­tener puros a los hombres y a las mujeres, no puros de contagio, sino del deseo recíproco entre ellos; imaginar una traición ya es en sí mismo una traición. Así fue que declaró:

"Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre". Mt 10, 9

A ningún hombre, a ningún juez, ninguna nación es lícito separarlo. A continuación Cristo tomó de su cuenta todas aquellas teorías que vienen a decir que el pecado es debido al ambiente: a la leche B, a le insuficiencia de salas de baile, a no tener suficiente para malgastar. De todas estas cosas decía: «habéis oído». Entonces venía el pero: «pero yo os digo...». Afirmaba que los pecados, el egoísmo, la codicia, el adulterio, el homicidio, el robo, el soborno, la corrupción política, todo esto procedía del hombre mismo. Las ofensas proceden de nuestra mala voluntad, y no de nues­tras glándulas; no podemos buscar excusas a nuestra lujuria diciendo que nuestro abuelo tenía un complejo de Edipo o que tengamos un complejo de Electra de nuestra abuela. El pecado, decía Él, es llevado al alma por el cuerpo, y el cuerpo es impulsado por la voluntad. En guerra contra todas las falsas expresiones del yo, predicaba sus recomendaciones de auto-operación : «córtalo», «sácalo», «échalo».

Si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; porque es provechoso que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno.

Y si tu mano derecha fuera para ti ocasión de caer, córtala y échala de ti; porque te es provechoso que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo vaya al infierno. Mt 5, 2 ss

El sermón del monte está tan en discrepancia con todo lo que el mundo tiene en aprecio, que el mundo crucificará a todo aquel que intente vivir a la altura de los valores de dicho sermón. Por haberlos predicado, Cristo tuvo que morir. El Calvario fue el precio que tuvo que pagar por el sermón de la montaña. Sólo las media­nías sobreviven. Aquellos que llaman a lo negro negro, y a lo blanco blanco, son sentenciados por intolerantes. Sólo los grises pueden vivir.

Dejémosle que venga a un mundo en el que se trata de interpretar al ser humano en términos sexuales; que considera la pureza como frigidez, la castidad como sexo frustrado, la continencia como anormalidad, y la unión de hombre y mujer hasta la muerte como algo Insoportable; un mundo que dice que un matrimonio sólo dura lo que duran las glándulas, que uno puede desunir lo que Dios ha unido y quitar el sello de donde Dios lo ha puesto. Dejemos que Él le diga: « bienaventurados los puros»; y se verá colgado sea cruz, convertido en espectáculo para los hombres y los un una última y estúpida afirmación de que la pureza es anormal, de que las vírgenes son neuróticas y de que la carnalidad es lo correcto.

(MONS. FULTON SHEEN, Vida de Cristo, Herder, Madrid, 1996, pp. 119-124)



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Aplicación: Madre Teresa de Calcuta - Hogar y familia

La paz y la guerra comienzan en el hogar. Si de verdad queremos que haya paz en el mundo, Empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias. Si queremos sembrar alegría en derredor nuestro, precisamos que toda familia viva feliz

Algunos padres están llenos de amor y de ternura hacia sus hijos. Recuerdo el ejemplo de una madre que tenía doce hijos. La más pequeña de todos, que era niña, estaba afecta de una profunda minusvalía. Me resulta difícil describir su aspecto, tanto desde el punto de vista físico como emocional. Cuando se me ocurrió brindarme a acoger a la niña en uno de nuestros hogares, donde teníamos otros en condiciones parecidas, la madre prorrum­pió en sollozos: -¡Por Dios, Madre Teresa, no me diga eso! Esta criatura es el mayor regalo que Dios ha hecho a mi familia. Todo nuestro amor se centra en ella. Si se la lleva, nuestras vidas carecerán de sentido.

No deberíamos vivir en las nubes, en un nivel de superficialidad. Deberíamos empeñarnos en comprender mejor a nuestros hermanos y hermanas. Para comprender mejor a aquellos con quienes convivimos, es necesario que antes nos comprendamos a nosotros mismos. Jesús, nuestro modelo en todo, lo es también en la obediencia. Yo estoy convencida de que siempre pedía permiso para todo a María y a José.

En Jesús, María y José, los integrantes de la Sagrada Familia de Nazaret, se nos brinda un magnífico ejemplo para la imitación. ¿Qué fue lo que hicieron? José era un humilde carpintero ocupado en mantener a Jesús y María, proveyéndoles de alimento y vestido: de todo lo que necesitaban para subsistir. María, la madre, tenía también una humilde tarea: la de ama de casa con un hijo y un marido de los que ocuparse. A medida que el hijo fue creciendo, María se sentía preocupada porque tuviera una vida normal, porque se sintiera a gusto en casa, con ella y con José. Era aquél un hogar donde reinaban la ternura, la comprensión y el respeto mutuo. Como he dicho: un magnífico ejemplo para nuestra imitación.

Hoy todo el mundo da la impresión de andar acelerado. Nadie parece tener tiempo para los demás: los hijos para sus padres, los padres para sus hijos, los esposos el uno para el otro. La paz mundial empieza a quebrarse en el inte­rior de los propios hogares.

De vez en cuando deberíamos plantearnos algunos interrogantes para saber orientar mejor nuestras acciones. Deberíamos plantearnos interrogantes como éste: ¿Conozco a los pobres? ¿Conozco, en primer lugar, a los pobres de mi familia, de mi hogar, a los que viven más cerca de mí: personas que son pobres, pero acaso no por falta de pan? Existen otras formas de pobreza, precisamente más dolorosa en cuanto más íntima. Acaso mi esposa o mi marido carezcan, o carezcan mis hijos, mis padres, no de ropa ni de alimento. Es posible que carezcan de cariño, por­que yo se lo niego.

¿Dónde empieza el amor? En nuestros propios hogares. ¿Cuándo empieza? Cuando oramos juntos. La familia que reza unida permanece unida.

Muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto para que la felicidad llene el corazón del que amamos.

A veces, cuando tropiezo con padres egoístas, me digo: "Es posible que estos padres estén preocupados por los que pasan hambre en África, en la India o en otros países del Tercer Mundo. Es posible que sueñen con que el hambre desaparezca. Sin em­bargo, viven descuidados de sus propios hijos, de que hay pobreza y hambre de naturaleza diferente en sus propias familias. Es más: son ellos quienes causan tal hambre y tal pobreza".

Empieza diciendo una palabra amable a tu hijo, a tu marido, a tu mujer. Empieza ayudando a alguien que lo necesite en tu comunidad, en tu puesto de trabajo o en tu escuela... El mundo está saturado de sufrimientos por falta de paz. Y en el mundo falta paz porque falta en los hogares. Hay muchos - ¡demasiados!- hogares divi­didos.

El amor empieza al dedicarnos a aquellos a quienes tenemos a nuestro lado: los miembros de nuestra propia familia. Preguntémonos si somos conscientes de que acaso nuestro marido, nuestra esposa, nuestros hijos, o nuestros padres viven aislados de los demás, de que no se sienten queridos, incluso viviendo con nosotros. ¿Nos damos cuenta de esto? ¿Dónde están hoy los ancianos? Están en asilos (¡si es que los hay!). ¿Por qué? Porque no se los quiere, porque molestan, porque...

La mujer ha sido creada para amar y ser amada. La mujer es el centro de la familia. Si hoy existen problemas graves, es porque la mujer ha abandonado su lugar en el seno de la familia. Cuando el hijo regresa a casa, su madre no está allí para acogerlo.

¿Cómo podremos amar a Jesús en el prójimo si no empezamos por amarlo en las personas que tenemos a nuestro lado, en nuestro propio hogar?

No es necesario desplazarse hasta los suburbios para tropezar con la carencia de amor y encontrar pobreza. En toda familia y, vecindario existe alguien que sufre. Hacedme caso: si no prestáis un sacrificio gra­tuito a quienes están a vuestro lado, tampoco se lo podréis ofrecer a los pobres.

La palabra "amor" es tan mal entendida como mal empleada. Una persona puede decir a otra que la quiere, pero intentando sacar de ella todo lo que pueda, incluso cosas que no debería. En tales casos no se trata en absoluto de verda­dero amor. El amor verdadero puede llegar a hacer sufrir. Por ejemplo, es doloroso tener que dejar a alguien a quien se quiere. A veces puede incluso tenerse que dar la vida por alguien a quien se ama. Quien contrae matrimonio tiene que renunciar a todo lo que se opone al amor a la otra parte. La madre que da a luz a un hijo sufre mucho. Lo mismo sucede con nosotras en la vida religiosa: para pertenecer por completo a Dios tenemos que renunciar a todo: solo así podemos amarlo verdaderamente.

Si queremos verdaderamente la paz, debemos adoptar una resolución firme: no consentir que un solo niño viva privado de amor.

Me temo que no existe conciencia de lo impor­tante que es la familia. Si se instalase el amor en el interior de la familia, el mundo cambiaría para bien.

Los jóvenes de hoy, como los de cualquier tiempo, son generosos y buenos. Pero no debemos engañarlos estimulándoles a consumir diversiones. La única manera de que sean felices es ofrecer­les la ocasión de hacer el bien.

El amor comienza por el hogar. Si la familia vive en el amor, sus miembros esparcen amor en su entorno.

Señor, enséñame a no hablar como un bronce que retumba o una campanilla aguda, sino con amor. Hazme capaz de comprender y dame la fe que mueve montañas, pero con el amor. Enséñame aquel amor que es siempre paciente y siempre gentil: nunca celoso, presumido, egoísta y quisquilloso. El amor que encuentra alegría en la verdad, siempre dispuesto a perdonar, a creer, a esperar, a soportar. En fin, cuando todas las cosas finitas se disuelvan y todo sea claro, haz que yo haya sido el débil pero constante reflejo de tu amor perfecto.
(Madre Teresa de Calcuta, Orar, Editorial Planeta, 91-101)

 

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Aplicación: Benedicto XVI - La crisis matrimonial

Os acojo con alegría hoy, con ocasión del encuentro mundial del movimiento Retrouvaille. Os saludo a todos vosotros, esposos y presbíteros, con los responsables internacionales de esta asociación, que desde hace más de treinta años trabaja con gran dedicación al servicio de las parejas en dificultad. En particular, saludo al cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo pontificio para la familia, y le doy las gracias por sus amables palabras, así como por haberme ilustrado las finalidades de vuestro Movimiento.

Me ha emocionado, queridos amigos, vuestra experiencia, que os pone en contacto con familias marcadas por la crisis del matrimonio. Reflexionando sobre vuestra actividad, he reconocido una vez más el "dedo" de Dios, es decir, la acción del Espíritu Santo, que suscita en la Iglesia respuestas adecuadas a las necesidades y emergencias de cada época. Ciertamente, una emergencia muy viva en nuestros días es la de las separaciones y los divorcios. Por tanto, fue providencial la intuición de los esposos canadienses Guy y Jeannine Beland, en 1977, de ayudar a las parejas en grave crisis a afrontarla a través de un programa específico, que mira a la reconstrucción de sus relaciones, no como alternativa a las terapias psicológicas, sino con un itinerario distinto y complementario. En efecto, vosotros no sois profesionales; sois esposos que a menudo han vivido personalmente las mismas dificultades, las han superado con la gracia de Dios y el apoyo de Retrouvaille, y han sentido el deseo y la alegría de poner, a su vez, su experiencia al servicio de los demás. Entre vosotros hay diversos sacerdotes que acompañan a los esposos en su camino, partiendo para ellos la Palabra y el Pan de vida. "Gratis lo recibisteis; dadlo gratis" (Mt 10, 8): a estas palabras de Jesús, dirigidas a sus discípulos, hacéis constantemente referencia.

Como demuestra vuestra experiencia, la crisis conyugal -aquí hablamos de crisis serias y graves- constituye una realidad con dos facetas. Por una parte, especialmente en su fase aguda y más dolorosa, se presenta como un fracaso, como la prueba de que el sueño ha terminado o se ha transformado en una pesadilla y, por desgracia, "ya no hay nada que hacer". Esta es la faceta negativa. Pero hay otra faceta, a menudo desconocida para nosotros, pero que Dios ve. En efecto, toda crisis -nos lo enseña la naturaleza- es un paso hacia una nueva fase de vida. Pero si en las criaturas inferiores esto sucede automáticamente, en el hombre implica la libertad, la voluntad y, por tanto, una "esperanza mayor" que la desesperación.

En los momentos más oscuros, los esposos pierden la esperanza; entonces, es necesario que otros la custodien, un "nosotros", una compañía de verdaderos amigos que, con el máximo respeto pero también con sincera voluntad de bien, estén dispuestos a compartir algo de su propia esperanza con quien la ha perdido. No de modo sentimental o veleidoso, sino organizado y realista. Así, en el momento de la ruptura, os convertís en la posibilidad concreta para la pareja de tener una referencia positiva en la que confiar en medio de la desesperación. En efecto, cuando la relación degenera, los esposos caen en la soledad, tanto individual como de pareja. Pierden el horizonte de la comunión con Dios, con los demás y con la Iglesia. Entonces, vuestros encuentros ofrecen el "apoyo" para no extraviarse del todo y para superar gradualmente las dificultades. Me complace pensar en vosotros como custodios de una esperanza mayor para los esposos que la han perdido.

La crisis, pues, como paso hacia el crecimiento. En esta perspectiva se puede leer el relato de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11). La Virgen María se da cuenta de que los esposos "ya no tienen vino" y se lo dice a Jesús. Esta falta de vino hace pensar en el momento en que, en la vida de la pareja, se termina el amor, se agota la alegría y disminuye bruscamente el entusiasmo del matrimonio. Después de que Jesús transformó el agua en vino, felicitaron al esposo porque -decían- había conservado hasta ese momento "el vino bueno". Esto significa que el vino de Jesús era mejor que el precedente. Sabemos que este "vino bueno" es símbolo de la salvación, de la nueva alianza nupcial que Jesús vino a realizar con la humanidad. Pero precisamente todo matrimonio cristiano, incluso el más desdichado y vacilante, es sacramento de esta alianza y por eso puede encontrar en la humildad la valentía de pedir ayuda al Señor. Cuando una pareja pasa por dificultades o -como demuestra vuestra experiencia- incluso ya está separada, si se encomienda a María y se dirige a Aquel que hizo de dos "una sola carne", puede estar segura de que esa crisis será, con la ayuda del Señor, un paso hacia el crecimiento, y su amor se purificará, madurará y se reforzará. Esto sólo puede hacerlo Dios, que quiere servirse de sus discípulos como de valiosos colaboradores para acercarse a las parejas, escucharlas y ayudarles a redescubrir el tesoro escondido del matrimonio, el fuego que ha quedado enterrado bajo las cenizas. Es él quien reaviva y vuelve a hacer arder la llama; ciertamente, no del mismo modo del enamoramiento, sino de manera diversa, más intensa y profunda: pero siempre la misma llama.

Queridos amigos que habéis elegido poneros al servicio de los demás en un campo tan delicado, os aseguro mi oración para que vuestro compromiso no se convierta en mera actividad, sino que, en el fondo, siga siendo siempre testimonio del amor de Dios. Vuestro servicio es un servicio "contra corriente". En efecto, hoy, cuando una pareja entra en crisis, encuentra a muchas personas dispuestas a aconsejar la separación. También a los esposos casados en el nombre del Señor se les propone con facilidad el divorcio, olvidando que el hombre no puede separar lo que Dios ha unido (cf. Mt 19, 6; Mc10, 9). Para cumplir vuestra misión, también vosotros necesitáis alimentar continuamente vuestra vida espiritual, poner amor en lo que hacéis para que, en contacto con realidades difíciles, vuestra esperanza no se agote o no se reduzca a una fórmula. Que os ayude en esta delicada obra apostólica la Sagrada Familia de Nazaret, a la que encomiendo vuestro servicio y, especialmente, los casos más difíciles. María, Reina de la familia, esté junto a vosotros, a la vez que de corazón os imparto la bendición apostólica a vosotros y a todos los miembros del movimiento
DISCURSO A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO INTERNACIONAL DEL MOVIMIENTO "RETROUVAILLE" Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo Viernes 26 de septiembre de 2008



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Aplicación: Papa Pio IX - El matrimonio


30. Acerca del carácter religioso de todo matrimonio, y mucho más del matrimonio cristiano, pocas palabras hemos aquí de añadir, puesto que Nos remitimos a la Encíclica de León XIII que ya hemos citado repetidas veces y expresamente hecho Nuestra, en la cual se trata prolijamente y se defiende con graves razones cuanto hay que advertir sobre esta materia. Pero creemos oportuno el repetir sólo algunos puntos.

A la sola luz de la razón natural, y mucho mejor si se investigan los vetustos monumentos de la historia, si se pregunta a la conciencia constante de los pueblos, si se consultan las costumbres e instituciones de todas las gentes, consta suficientemente que hay, aun en el matrimonio natural, un algo sagrado y religioso, "no advenedizo, sino ingénito; no procedente de los hombres, sino innato, puesto que el matrimonio tiene a Dios por autor, y fue desde el principio como una especial figura de la Encarnación del Verbo de Dios". Esta naturaleza sagrada del matrimonio, tan estrechamente ligada con la religión y las cosas sagradas, se deriva del origen divino arriba conmemorado; de su fin, que no es sino el de engendrar y educar hijos para Dios y unir con Dios a los cónyuges mediante un mutuo y cristiano amor; y, finalmente, del mismo natural oficio del matrimonio, establecido, con providentísimo designio del Creador, a fin de que fuera algo así como el vehículo de la vida, por el que los hombres cooperan en cierto modo con la divina omnipotencia. A lo cual, por razón del sacramento, debe añadirse un nuevo título de dignidad que ennoblece extraordinariamente al matrimonio cristiano, elevándolo a tan alta excelencia que para el Apóstol aparece como un misterio grande y en todo honroso.

Este carácter religioso del matrimonio, con su excelsa significación de la gracia y la unión entre Cristo y la Iglesia, exige de los futuros esposos una santa reverencia hacia el matrimonio cristiano y un cuidado y celo también santos a fin de que el matrimonio que intentan contraer se acerque, lo más posible, al prototipo de Cristo y de la Iglesia.

31. Mucho faltan en esta parte, y a veces con peligro de su eterna salvación, quienes temerariamente y con ligereza contraen matrimonios mixtos, de los que la Iglesia, basada en gravísimas razones, aparta con solicitud y amor maternales a los suyos, como aparece por muchos documentos recapitulados en el canon del Código canónico, que establece lo siguiente: "La Iglesia prohíbe severísimamente, en todas partes, que se celebre matrimonio entre dos personas bautizadas, de las cuales una sea católica y la otra adscrita a una secta herética o cismática; y si hay peligro de perversión del cónyuge católico y de la prole, el matrimonio está además vedado por la misma ley divina".

Y aunque la Iglesia, a veces, según las diversas condiciones de los tiempos y personas, llega a conceder la dispensa de estas severas leyes (salvo siempre el derecho divino, y alejado, en cuanto sea posible, con las convenientes cautelas, el peligro de perversión), difícilmente sucederá que el cónyuge católico no reciba algún detrimento de tales nupcias. De donde se origina con frecuencia que los descendientes se alejen deplorablemente de la religión, o al menos, que vayan inclinándose paulatinamente hacia la llamada indiferencia religiosa, rayana en la incredulidad y en la impiedad. Además de que en los matrimonios mixtos se hace más difícil aquella viva unión de almas, que ha de imitar aquel misterio antes recordado, esto es, la arcana unión de la Iglesia con Cristo.

Porque fácilmente se echará de menos la estrecha unión de las almas, la cual, como nota y distintivo de la Iglesia de Cristo, debe ser también el sello, decoro y ornato del matrimonio cristiano; pues se puede romper, o al menos relajar, el nudo que enlaza a las almas cuando hay disconformidad de pareceres y diversidad de voluntades en lo más alto y grande que el hombre venera, es decir, en las verdades y sentimientos religiosos. De aquí el peligro de que languidezca el amor entre los cónyuges y, consiguientemente, se destruya la paz y felicidad de la sociedad doméstica, efecto principalmente de la unión de los corazones. Porque, como ya tantos siglos antes había definido el antiguo Derecho romano: "Matrimonio es la unión del marido y la mujer en la comunidad de toda la vida, y en la comunidad del derecho divino y humano".

32. Pero lo que impide, sobre todo, como ya hemos advertido, Venerables Hermanos, esta reintegración y perfección del matrimonio que estableció Cristo nuestro Redentor, es la facilidad que existe, cada vez más creciente, para el divorcio. Más aún: los defensores del neopaganismo, no aleccionados por la triste condición de las cosas, se desatan, con acrimonia cada vez mayor, contra la santa indisolubilidad del matrimonio y las leyes que la protegen, pretendiendo que se decrete la licitud del divorcio, a fin de que una ley nueva y más humana sustituya a las leyes anticuadas y sobrepasadas.

Y suelen éstos aducir muchas y varias causas del divorcio: unas, que llaman subjetivas, y que tienen su raíz en el vicio o en la culpa de los cónyuges; otras, objetivas, en la condición de las cosas; todo, en fin, lo que hace más dura e ingrata la vida común. Y pretenden demostrar dichas causas, por muchas razones. En primer lugar, por el bien de ambos cónyuges, ya porque uno de los dos es inocente y por ello tiene derecho a separarse del culpable, ya porque es reo de crímenes y, por lo mismo también, se les ha de separar de una forzada y desagradable unión; después, por el bien de los hijos, a quienes se priva de la conveniente educación, y a quienes se escandaliza con las discordias muy frecuentes y otros malos ejemplos de sus padres, apartándolos del camino de la virtud; finalmente, por el bien común de la sociedad, que exige en primer lugar la desaparición absoluta de los matrimonios que en modo alguno son aptos para el objeto natural de ellos, y también que las leyes permitan la separación de los cónyuges, tanto para evitar los crímenes que fácilmente se pueden temer de la convivencia de tales cónyuges, como para impedir que aumente el descrédito de los Tribunales de justicia y de la autoridad de las leyes, puesto que los cónyuges, para obtener la deseada sentencia de divorcio, perpetrarán de intento crímenes por los cuales pueda el juez disolver el vínculo, conforme a las disposiciones de la ley, o mentirán y perjurarán con insolencia ante dicho juez, que ve, sin embargo, la verdad, por el estado de las cosas.

Por esto dicen que las leyes se deben acomodar en absoluto a todas estas necesidades, una vez que han cambiado las condiciones de los tiempos, las opiniones de los hombres y las costumbres e instituciones de los pueblos: todas las cuales razones, ya consideradas en particular, ya, sobre todo, en conjunto, demuestran con evidencia que por determinadas causas se ha de conceder absolutamente la facultad del divorcio.

Con mayor procacidad todavía pasan otros más adelante, llegando a decir que el matrimonio, como quiera que sea un contrato meramente privado, depende por completo del consentimiento y arbitrio privado de ambos contrayentes, como sucede en todos los demás contratos privados; y por ello, sostienen, ha de poder disolverse por cualquier motivo.

33. Pero también contra todos estos desatinos, Venerables Hermanos, permanece en pie aquella ley de Dios única e irrefrenable, confirmada amplísimamente por Jesucristo: "No separe el hombre lo que Dios ha unido"; ley que no pueden anular ni los decretos de los hombres, ni las convenciones de los pueblos, ni la voluntad de ningún legislador. Que si el hombre llegara injustamente a separar lo que Dios ha unido, su acción sería completamente nula, pudiéndose aplicar en consecuencia lo que el mismo Jesucristo aseguró con estas palabras tan claras: "Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera". Y estas palabras de Cristo se refieren a cualquier matrimonio, aun al solamente natural y legítimo, pues es propiedad de todo verdadero matrimonio la indisolubilidad, en virtud de la cual la solución del vínculo queda sustraída al beneplácito de las partes y a toda potestad secular.

No hemos de echar tampoco en olvido el juicio solemne con que el Concilio Tridentino anatematizó estas doctrinas: "Si alguno dijere que el vínculo matrimonial puede desatarse por razón de herejía, o de molesta cohabitación, o de ausencia afectada, sea anatema", y "si alguno dijere que yerra la Iglesia cuando, en conformidad con la doctrina evangélica y apostólica, enseñó y enseña que no se puede desatar el vínculo matrimonial por razón de adulterio de uno de los cónyuges, y que ninguno de los dos, ni siquiera el inocente, que no dio causa para el adulterio, puede contraer nuevo matrimonio mientras viva el otro cónyuge, y que adultera tanto el que después de repudiar a la adúltera se casa con otra, como la que, abandonando al marido, se casa con otro, sea anatema".

Luego si la Iglesia no erró ni yerra cuando enseñó y enseña estas cosas, evidentemente es cierto que no puede desatarse el vínculo ni aun en el caso de adulterio, y cosa clara es que mucho menos valen y en absoluto se han de despreciar las otras tan fútiles razones que pueden y suelen alegarse como causa de los divorcios.

34. Por lo demás, las objeciones que, fundándose en aquellas tres razones, mueven contra la indisolubilidad del matrimonio, se resuelven fácilmente. Pues todos esos inconvenientes y todos esos peligros se evitan concediendo alguna vez, en esas circunstancias extremas, la separación imperfecta de los esposos, quedando intacto el vínculo, lo cual concede con palabras claras la misma ley eclesiástica en los cánones que tratan de la separación del tálamo, de la mesa y de la habitación. Y toca a las leyes sagradas y, a lo menos también en parte, a las civiles, en cuanto a los efectos y razones civiles se refiere, determinar las causas y condiciones de esta separación, y juntamente el modo y las cautelas con las cuales se provea a la educación de los hijos y a la incolumidad de la familia, y se eviten, en lo posible, todos los peligros que amenazan tanto al cónyuge como a los hijos y a la misma sociedad civil.

Asimismo, todo lo que se suele aducir, y más arriba tocamos, para probar la firmeza indisoluble del matrimonio, todo y con la misma fuerza lógica excluye, no ya sólo la necesidad sino también la facultad de divorciarse, así como la falta de poder en cualquier magistrado para concederla, de donde tantos cuantos son los beneficios que reporta la indisolubilidad, otros tantos son los perjuicios que ocasiona el divorcio, perniciosísimos todos, así para los individuos como para la sociedad.

Y, valiéndonos una vez más de la doctrina de Nuestro Predecesor, apenas hay necesidad de decir que tanta es la cosecha de males del divorcio cuanto inmenso el cúmulo de beneficios que en sí contiene la firmeza indisoluble del matrimonio. De una parte, contemplamos los matrimonios protegidos y salvaguardados por el vínculo inviolable; de otra parte, vemos que los mismos pactos matrimoniales resultan inestables o están expuestos a inquietantes sospechas, ante la perspectiva de la posible separación de los cónyuges o ante los peligros que se ofrecen de divorcio. De una parte, el mutuo afecto y la comunión de bienes admirablemente consolidada; de la otra, lamentablemente debilitada a causa de la misma facultad que se les concede para separarse. De la una, la fidelidad casta de los esposos encuentra conveniente defensa; de la otra, se suministra a la infidelidad perniciosos incentivos. De la una, quedan atendidos con eficacia el reconocimiento, protección y educación de los hijos; de la otra, reciben gravísimos quebrantos. De la una, se evitan múltiples disensiones entre los parientes y familias; de la otra, se presentan frecuentes ocasiones de división. De la una, más fácilmente se sofocan las semillas de la discordia; de la otra, más copiosa y extensamente se siembran. De la una, vemos felizmente reintegrada y restablecida, en especial, la dignidad y oficio de la mujer, tanto en la sociedad doméstica como en la civil; de la otra, indignamente rebajada, pues que se expone a la esposa al peligro "de ser abandonada, una vez que ha servido al deleite del marido".

Y porque, para concluir con las palabras gravísimas de León XIII, "nada contribuye tanto a destruir las familias y a arruinar las naciones como la corrupción de las costumbres, fácilmente se echa de ver cuánto se oponen a la prosperidad de la familia y de la sociedad los divorcios, que nacen de la depravación moral de los pueblos, y que, como atestigua la experiencia, franquean la puerta y conducen a las más relajadas costumbres en la vida pública y privada. Sube de punto la gravedad de estos males si se considera que, una vez concedida la facultad de divorciarse, no habrá freno alguno que pueda contenerla dentro de los límites definidos o de los antes señalados. Muy grande es la fuerza de los ejemplos, pero mayor es la de las pasiones; con estos incentivos tiene que suceder que el capricho de divorciarse, cundiendo cada día más, inficione a muchas almas como una enfermedad contagiosa o como torrente que se desborda, rotos todos los obstáculos".

Por consiguiente, como en la misma Encíclica se lee: "Mientras esos modos de pensar no varíen, han de temer sin cesar, lo mismo las familias que la sociedad humana, el peligro de ser arrastrados por una ruina y peligro universal".
La cada día creciente corrupción de costumbres y la inaudita depravación de la familia que reina en las regiones en las que domina plenamente el comunismo, confirman claramente la gran verdad del anterior vaticinio pronunciado hace ya cincuenta años.
(Papa Pío IX, CARTA ENCÍCLICA CASTI CONNUBII SOBRE EL MATRIMONIO CRISTIANO)



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Aplicación: Jacobo Benigno Bossuet - Castidad y Matrimonio

En materia de castidad, debemos temer hasta una mirada, porque por la vista entra el veneno de la impureza.
Guardaos bien, decía Moisés de no dejar escapar vuestros ojos y vuestros pensamientos manchándoos con los objetos que os rodean.

(Núm. XV, 39). Job decía que había hecho pacto con sus ojos. (Job. XXXI, I).

Quiere decir que los tendría siempre modestos, jamás vagos y disipados.

El velo de las vírgenes es el instrumento y la señal de esta retención. Su vida es un retiro donde no deben penetrar los ojos profanos. Ellas ni deben ver ni ser vistas.

Este es el primer documento que nos da Jesucristo sobre esta importantísima materia. El segundo es renunciar a las amistades no solamente más agradables, sino las más necesarias también, si ellas pueden sernos peligrosas para la salvación.

El secreto es huir y evitar las ocasiones próximas, esto es, aquellas en que antes hemos caído; temer aun las ocasiones remotas, precaverse por todas partes; cortarse, si fuere menester la mano derecha y el pie, arrancarse los ojos.
En esta materia todo debe ser violento. Porque, en cuanto fuere posible, debemos evitar hasta el combatir, pues es muy difícil el permanecer en este combate con ánimo por mucho tiempo, ni firme contra sí mismo.

Si vuestro ojo, si vuestra mano derecha os escandaliza, esto es, si las personas a quienes más amáis os hacen caer, separaos, de ellas. Añadid: si ellas os hacen escandalizar a vuestro hermano, porque todo lo que le hace caer es también para vos una caída semejante a la de un hombre que se arrojara al mar con una piedra de molino atada al cuello.
El tercer documento es relativo al matrimonio y a su indisolubilidad.

Pero aun podemos acendrar más y más sus pensamientos, porque como este vínculo indisoluble del matrimonio significa la inseparable unión de Jesucristo con su Iglesia, las almas que se han empeñado en este feliz contrato, deben guardar la fe a Jesucristo y nunca hacer divorcio con El. Para esto, deben evitar hasta las cosas más mínimas que desagradan al celestial esposo. No solamente las divisiones, que son tan de temer en los matrimonios sino aun los menores desvíos.
Todo va dirigido y llega al divorcio si no se tiene grandísimo cuidado. Es necesario reparar con prontitud las menores negligencias. El esposo es infinitamente delicado y su amor se resfriará muy presto. Vela, pues, alma cristiana, vela sobre las menores imperfecciones.

Nada agrada tato al amante como la atracción continua en complacerle en todo, y, al contrario, no hay cosa más terrible que esta sentencia del Salvador: ¡Ojalá que fuerais fríos o calientes!

Entonces seríais capaces de alguna acción y con facilidad se os podría atraer a lo bueno.
Pero, por cuanto sois tibios y sin ninguna eficacia, sois inútiles para todo. Nada puede hacerse con vosotros y yo os vomitaré.
(Jacobo Benigno Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio, Ed. Difusión, Buenos Aires, 1943, pg. 34 y 35)


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Aplicación: El Santo Cura de Ars - Vocatus est Jesus ad nuptias. Jesús fue invitado a unas bodas. (S. Juan, II, 2).

Cuán felices serían los cristianos, si tuviesen el acierto de imitar a esos devotos esposos que invitaron a Jesucristo a que asistiese a sus bodas, les bendijese y les comunicase las gracias necesarias para su santificación; mas, hijos míos, son muy pocos los que hacen lo debido para empeñar a Jesucristo a asistir a sus bodas a fin de que las bendiga: al contrario, parece que se toman todas las precauciones para alejarlo. ¡Ay! ¡cuántas personas se habrán condenado por no haber invitado a Jesucristo a sus bodas, cuánta gente comienza ya el infierno en este mundo! ¡Ay! ¡cuántos cristianos entran en ese estado con las mismas disposiciones o aun peores y más criminales que los paganos! Reconozcamos, hijos míos, y lamentemos, que, entre todos los Sacramentos, ninguno hay que sea tan profanado. Si Parece que solo se recibe este gran sacramento para cometer un sacrilegio. ¡Ay! al ver tantos casamientos desgraciados, tanta gente infortunada, tantos que, por las maldiciones que vomitan el uno contra el otro, comienzan verdaderamente el infierno en este mundo, no busquemos otra causa que la profanación de este sacramento.

¡Ay! Si de treinta matrimonios hubiese solamente tres celebrados con las disposiciones adecuadas para recibir todas las gracias propias de este sacramento, esto ya sería una gran cosa. Mas ¿qué resulta, también, de todas esas profanaciones, si no es una generación de réprobos? ¿Cómo considerar sin espanto, Dios mío, el espectáculo de tantos infelices que no entran en ese estado más que para precipitarse en el infierno? ¿Cuál es mi propósito, hijos míos? Vedlo aquí. Primeramente mostrar a los que entraron en ese estado las faltas que en el han cometido, y, después, prevenir a los que piensan tornado acerca de las disposiciones con que han de llegarse a el.

I. - Nadie pone en duda, hijos míos, que podamos salvarnos en todos los estados constituidos por Dios, cada uno en aquel a que por Dios ha silo destinado, mientras llevemos las disposiciones que El requiere de nosotros; de manera que, si en nuestro estado nos perdemos, es que no hemos entrado en el con buenas disposiciones. Pero es muy cierto que hay estados que encierran mayores dificultades que otros. Ya sabernos cuál es el que más contiene: el matrimonio; y, no obstante, vemos que es el estado que se recibe en peores disposiciones.


Cuando se va a recibir el sacramento de la confirmación, se procura primero recoger el espíritu, y al mismo tiempo recibir la instrucción suficiente para hacerse digno de las gracias que le están anejas; mas para el sacramento del matrimonio, del cual depende ordinariamente la felicidad o la desgracia eterna de aquel que lo recibe, lejos de prepararse a el por medio del recogimiento o por cualquier otra buena obra, parece ponerse empeño especial en acumular crimen sobre crimen, para recibirlo; parece cómo si se temiese no haber cometido bastantes iniquidades para merecer la maldición de Dios, a fin de ser desgraciado durante toda la vida, y prepararse un infierno por toda la eternidad. Cuando uno quiere entrar en el estado eclesiástico, o en un monasterio, o hasta quedarse en el celibato, lo consulta, ora, practica buenas obras, al objeto de pedir a Dios, lo mejor posible, la gracia de conocer su vocación; aunque en la Orden religiosa todo nos lleva a Dios, todo nos aparta del mal, a pesar de ello, se toman todas las precauciones; mas, para el matrimonio, en el que es tan difícil salvarse, o por mejor decir, donde hay tantos que se condenan, ¿cuáles son los preparativos que se hacen para pedir a Dios la gracia de merecer el auxilio del cielo tan necesario para podernos santificar en tal estado? Son contados los que se preparan, o, en todo caso, lo hacen de una manera tan fría que en ello no toma ningún interés el corazón.

Desde el momento en que un joven o una joven comienzan a pensar en fines contrarios al matrimonio, empiezan también a apartarse de Dios abandonando las prácticas de religión, la oración y los Sacramentos. Los adornos y los placeres ocupan el lugar de la religión, y los crímenes más vergonzosos reemplazan a los Sacramentos. Y siguen por ese camino hasta el momento de entrar en el matrimonio, en el que, la mayor parte, por no decir todos, consuman su condenación eterna cometiendo tres sacrilegios en el espacio de dos o tres días, a saber, profanan el sacramento de la penitencia, el de la Eucaristía y el del matrimonio, si por desgracia el sacerdote les ha administrado antes los dos primeros. La mayor parte de los cristianos entran en el matrimonio con un corazón mil veces más corrompido por el vicio de la impureza, que muchos paganos, los cuales nunca se atreverán a lo que tantos y tantos cristianos se atreven. Una joven que desee alcanzar un joven no da muestras de mayor pudor que una bestia la más inmunda. ¡Ay! es ella quien abandona a Dios, y Dios la abandona después a ella; y entonces se lanza perdidamente a lo más infame. ¡Ay! ¿qué ha de ser de esos pobres que reciben el sacramento del matrimonio en semejante estado, sobre todo cuando muchísimos de esos desgraciados no descubrirán su miseria en la confesión ? ¡Oh Dios mío! ¡con qué horror puede y debe mirar el cielo tales matrimonios!

Mas ¿en qué se convierten esos desgraciados? ¡Ay! en el escándalo de una parroquia y en un manantial de desventura para los hijos que de ellos van a nacer. ¿Qué es lo que se oye, en efecto, en aquella casa? Nada más que juramentos, blasfemias, imprecaciones y maldiciones. Esa joven creía que si podía alcanzar a aquel joven, o ese joven a aquella muchacha, nada les iba a faltar; mas ¡ay! ¡qué cambio, cuántas lágrimas, qué de remordimientos, que de gemidos, después de haberse instalado en el hogar! Pero todo ello no sirve para nada. Comenzó ya la vida desgraciada, y es preciso continuar en ella hasta la muerte, hay que vivir con una persona a quien, por lo común, no podemos ver ni oír; en una palabra, hijos míos, comenzamos el infierno en este mundo para continuarlo después en la eternidad.

¡Ay! ¡y cuán grande es el número de matrimonios en tal manera desgraciados! y todo proviene de la profanación de este sacramento. ¡Ah! al entrar en el matrimonio, se reflexionase sobre lo que va a hacerse, las cargas que hay que sobrellevar y las dificultades que habrán de salir al Paso para llegar a salvarse, oh, Dios mío, ¡con cuánta mayor prudencia portaríase uno! Pero la desgracia de la mayor parte está en que, al entrar en dicho estado, han perdido ya la fe. Añádase a esto, que el demonio, por su parte, hace todos los posibles para hacerlos indignos de las gracias que Dios les concedería si estuviesen bien preparados. Y el demonio, no solamente espera su alma, sino que además avizora, como víctimas suyas, a los hijos que van a nacer. ¡Oh! cuán dichosos son los que Dios no llama a ese estado! ¡Oh! ¡Cómo deben dar repetidamente gracias a Dios por haberlos librado de tales y tantos peligros de perdición! Esto aun prescindiendo de que en el cielo estarán más cerca de Dios, de que todas sus acciones le serán más agradables, de que su vida será más plácida y su eternidad más dichosa. ¡Dios mí! ¿Quién será capaz de entender esto? ¡Ay! casi nadie, pues todos siguen, no su vocación, sino el impulso de sus pasiones.

Sin embargo, hijos míos, aunque sea tan difícil salvarse en el estado del matrimonio, en el que indudablemente se condenarán la mayor parte, aquellos que Dios llama a tal estado pueden ciertamente salvarse en él, si tienen la fortuna de adornarse con las disposiciones que Dios les pide; entonces El les concederá, por sus Sacramentos, las gracias que les fueron prometidas. Cada uno debe dirigirse a donde Dios le llame, hasta el punto de que podemos muy bien afirmar que la mayor parte de cristianos que se condenan, lo hacen por no haber seguido su vocación, ya sea porque no pidieron a Dios que se la diese a conocer, ya sea porque, por su mala vida, se hicieron indignos de conocerla.

Para mostraros cómo puede uno salvarse en el matrimonio, si a el es llamado por Dios, escuchad lo que dijo San Francisco de Sales, un día que, estando en el colegio, conversaba con uno de sus compañeros acerca del estado que tomarían. Díjole San Francisco : Creo que Dios me llama al sacerdocio, hallo en ese estado tantos medios de santificarme y de ganar almas para Dios, que, sólo al pensarlo, siento llenarse de alegría mi corazón; ¡cuán feliz sería si pudiese convertir pecadores a Dios ! Durante toda la eternidad, los oiría cantar alabanzas al Señor en el cielo.

El otro le dijo: Creo que Dios me llama al estado de matrimonio, que tendré hijos y los haré buenos cristianos y que yo mismo me santificaré. Ambos siguieron una vocación del todo distinta, ya que uno fue sacerdote y obispo, y el otro entró en el matrimonio; sin embargo, los dos son santos. El que se casó tuvo hijos e hijas; uno de sus hijos fue arzobispo, que llegó a gran santidad; otro fue religioso; el tercero fue presidente de cámara, y transformó su casa en una especie de monasterio. Se levantaba todos los días a las cuatro de la madrugada, y a las cinco hacía sus oraciones junto con su servidumbre, a la que instruía diariamente. Muchas de sus hijas fueron religiosas; de manera que, nos dice San Francisco de Sales, todos en aquella familia fueron modelos de virtud en el país donde vivieron. Ya veis, pues, cómo, aunque sea tan difícil, dificilísimo, el salvarse en el estado del matrimonio, aquellos que son llamados por Dios, si se ponen en buenas disposiciones, pueden esperar su santificación. Pero vamos a tratar de una manera más directa de lo que respecta a este sacramento.

¿Qué es lo que un cristiano debería hacer para recibir dignamente este sacramento? Lo mejor sería prepararse interiormente haciendo una buena confesión y emplear santamente el día de sus esponsales; lo que se habría podido gastar, repartirlo entre los pobres, a fin de atraer sobre sí la bendición divina. El día del casamiento, vayan los esposos a la iglesia ya a primera hora, para implorar los auxilios y las luces del Espíritu Santo al recibir la bendición nupcial. Que la sangre de Jesucristo se derrame sobre sus almas.

El día de la boda procuren pasarlo en la presencia de Dios pensando cuán malo estaría profanar aquella santa jornada. Después del casamiento, deben acudir a un confesor a fin de que los instruya, para quo no se pierdan por ignorancia, o mejor, para que puedan conducirse siempre como verdaderos hijos de Dios. ¡Ay! ¿Dónde están los cristianos que así se portan? Mas ¡ay! ¿dónde hallar también los casados que se salvarán? ¡Cuántos habrá que se pierdan! Si apenas existe uno que comparezca adornado de buenas disposiciones. ¿Qué hemos de sacar de esto? Vedlo aquí: que la mayor parte de los cristianos entran en el matrimonio sin pedir a Dios las gracias necesarias, con un alma y un corazón cubiertos de mil y mil pecados, profanando este sacramento; lo cual es para ellos una fuente de desdichas en este mundo y en el otro. ¡Felices los cristianos que ingresan con buenas disposiciones y perseveran en ellas hasta el fin! Esto es lo que os deseo...
(San Juan Ma. Vianney, Sermones escogidos, Ed. Apostolado Mariano, Sevilla, pg. 123-128 y 142-143)



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Aplicación: P. Fuentes - Consecuencias del divorcio

 
La implantación del divorcio es obra del egoísmo humano que se desentiende del bien común para atender los caprichos e inconsecuencias de los cónyuges. Pero como toda obra de egoísmo, sus frutos son devastadores. Veamos algunos de ellos:

1) El divorcio genera divorcios

Es una realidad que se puede constatar y explicar. La posibilidad de disolución del vínculo matrimonial hace mucho más frívola la previa meditación sobre las consecuencias de una mala decisión. Cuando vamos a una tienda a comprar algo caro y leemos "los dueños no aceptan devolución ni cambio", pensamos dos veces antes de comprar y miramos muy bien si lo que nos llevamos está en buen estado o fallado. Pero si dice "ante cualquier problema cambiamos su artículo", generalmente decimos: "lo llevo y me lo pruebo en casa; cualquier problema, vengo a cambiarlo". La misma mentalidad se crea ante la posibilidad del divorcio. En general pocos se casan con la intención de divorciarse; pero es una verdad que la preparación matrimonial y la madurez empiezan a disminuir: "La consecuencia obvia del divorcio frívolo será el matrimonio frívolo" (G.K. Chesterton). Y la consecuencia de los matrimonios frívolos es el aumento de divorcios frívolos. Cuando el divorcio empieza a verse como "remedio" de una situación patrimonial, entonces el matrimonio empieza a verse como una realidad débil y enfermiza.

2) El divorcio es factor de baja natalidad

Digan lo que digan los falsos slogans sobre el exceso de población, realidad es que hay muchas naciones que están desapareciendo por baja natalidad. Ahora bien, se cae de maduro que los esposos unidos por un lazo indisoluble tienen más perspectivas de ser prolíficos, mientras que quienes tienen en mente la posibilidad de un futuro fracaso matrimonial, un divorcio y otro posible casamiento, empiezan a ver a los hijos como un obstáculo. Esto no es nuevo. Cuenta Tertuliano que cuando el divorcio cundió desmesuradamente en el Imperio Romano, "la natalidad disminuyó extraordinariamente hasta constituir una preocupación intensa de los gobernantes y determinar leyes contra la despoblación".

La razón es comprensible: en caso de divorcio ¿quién cargará con los hijos? ¿Y quien querrá juntarse con una divorciada o un divorciado que viene con dos o tres hijos de otro matrimonio? Todo esto pesa mucho ante una visión materialista de la vida.

3) El divorcio multiplica los problemas de los hijos y la niñez abandonada

Generalmente cuando se habla del divorcio hay ciertas personas que están ausentes del debate: los hijos. Se piensa solo en el esposo y la esposa; de ellos se dice que "tienen derecho a reconstruir su vida", que "tienen derecho a ser felices", etc. No se piensa en los hijos; no se piensa si ellos tienen o no tienen derecho a un hogar bien constituido, o a que sus Padres no les quiebren el desarrollo afectivo, psicológico y moral.

Esto es una realidad alarmante y que no tiene vueltas: los hijos de Padres divorciados que han vuelto a contraer nupcias, quedan funcionando sin hogar o a medio hogar. Normalmente tienen dos "hogares": viven un poco con el padre y otro poco con la madre; es decir, no viven bien con ninguno de los dos. Un autor ha dicho: "el choque psíquico sufrido por los hijos de quienes se vuelven a casar es más fuerte que el choque físico sufrido por una. Otro ha escrito: "la dislocación del matrimonio es perjudicial para su educación y suficiente para quebrantar su moralidad por el escándalo que se deriva ante sus ojos de la desunión de sus padres. O bien el hijo toma partido por uno de ellos y detesta al otro, o bien está atraído por sentimientos contradictorios que le hacen sufrir cruelmente y pueden estar en el origen de crisis peligrosas generadoras de desórdenes psíquicos; el divorcio es responsable de numerosas perturbaciones del carácter y de la inadaptación de machos jóvenes en la vida" (G. Marty y P. Raynaud).

Y no siempre los hijos de padres divorciados encuentran refugio en ellos, o en sus abuelos o tíos. Muchas veces, quienes han visto una carga insoportable en su esposa o en su esposo, también la terminan viendo en sus hijos. Por eso el tremendo problema de la niñez abandonada en nuestras sociedades contemporáneas tiene que ver fundamentalmente con el pulular del divorcio vincular.

4) El divorcio aumenta la delincuencia precoz

Otra realidad es que la inestabilidad y la destrucción de la institución familiar deja secuelas en la personalidad de los niños y jóvenes. Los hijos, al estar desprovistos del clima insustituible que crea la familia en los momentos decisivos de su vida, empiezan a sufrir graves consecuencias psíquicas: inmadurez afectiva, inseguridad, rigidez de carácter, ansiedad y angustia, fondo depresivo, sensación de irrealidad, bloqueo de la sociabilidad, represión afectiva, inestabilidad, sentimiento de culpabilidad. Algunos autores nos dan datos para reflexionar:

-el 97% de los neuróticos no tuvieron un ambiente familiar normal:
-el 90% de los delincuentes juveniles provienen de hogares con graves perturbaciones familiares;
-en la década del 20, una encuesta evidenciaba que el 80% de los criminales adolescentes en el estado de California eran hijos de divorciados.
-en Estados Unidos, sobre 200.000 delincuentes menores, 175.000 eran hijos de divorciados.

5) El divorcio aumenta la tendencia al suicidio

Ya sostenía el sociólogo francés Durkheim que la acción deletérea del divorcio produce sobre los cónyuges un factor incentivante del suicidio. Así se ha constatado que a medida que aumenta la tasa de divorcios, aumenta también la tasa de suicidios. Una encuesta de hace unos años atrás indicaba que en la ciudad de Chicago las mujeres suicidas se dividían del siguiente modo: 140 solteras, 160 casadas, 180 viudas y 540 divorciadas; y los varones: 220 solteros, 260 casados, 450 viudos y 1740 divorciados.

En relación con esto los sociólogos señalan también la incidencia del divorcio sobre las enfermedades mentales. De hecho el suicidio es, en general, una manifestación de desequilibrio mental o al menos emocional. Esto es comprensible, puesto que todo divorcio va unido a un fracaso en algo tan fundamental como es el matrimonio y la familia, que es, por excelencia el núcleo estabilizador del hombre. Por eso especialistas norteamericanos sobre el divorcio afirman que la muerte del otro cónyuge se sobrelleva con más facilidad que los problemas de la disolución del matrimonio.

6) El divorcio aumenta la proliferación de los concubinatos

Este hecho constatable muestra la falsedad de uno de los principales argumentos en favor del divorcio. Muchos han dicho, en las campañas divorcistas, que el divorcio solucionaría la situación de muchos concubinos que quieren casarse, pero que tienen el problema de un matrimonio anterior. En realidad, con la legislación divorcista ha ocurrido lo contrario: cada vez se casan menos y conviven más parejas sin casarse. ¿Por qué? Porque el divorcio como posibilidad hace que el rito del casamiento pace a ser un rito vacío y caro. Una cosa superflua que algunos mantienen por antiguo romanticismo. Casarse tiene el mismo peso que entrar a la nueva esposa en brazos a la casa o tirar arroz a la salida de la Iglesia.

El matrimonio pone solo yugos, los cuales luego, cuando quieran divorciarse, harán gastar tiempo, discusiones, abogados y dinero. Si el matrimonio puede disolverse, lo mejor es no casarse: es más práctico y rápido el juntarse, convivir libremente e irse cada uno por su lado cuando la cosa no marche más. Esta es la idea que ha impuesto la realidad del divorcio. El divorcio ha terminado quebrando la misma idea del matrimonio.

7) Finalmente, el divorcio ocasiona una poligamia sucesiva

Hay dos tipos de poligamia: una, simultánea, como se practica en algunos pueblos primitivos y como la permiten ciertas culturas, es decir, el matrimonio de uno con varias mujeres o de una mujer con varios varones; otra, sucesiva: uno con una, luego ese uno con otra, luego ese uno con una tercera, etc. La única diferencia es que en el primer caso tiene todas al mismo tiempo; en el segundo, una a la vez. Pero la realidad es la misma.

La experiencia argentina es más que elocuente. En diez años de divorcio vincular (1985-1995) el saldo ha sido: más divorcios (el número de divorciados y separados aumentó el 109,24% respecto de 1980), menos matrimonios y más hijos extramatrimoniales (en 1995 el INDEC estimo que ese año el 45% de los argentinos nacieron fuera del matrimonio).

CONCLUSIÓN
No he querido aquí hablar propiamente de la indisolubilidad matrimonial ni de sus argumentos principales, sino sólo mostrar cómo el divorcio es una realidad profundamente anti-matrimonial, anti-familiar y antisocial.

Nadie duda que hay dificultades en algunos matrimonios: malentendidos, peleas, problemas de cierta incompatibilidad de carácter. Pero el divorcio no es nunca una solución; menos aún el divorcio vincular, es decir, el que pretende que el vínculo deja de existir por una decisión humana y que, por lo tanto, los esposos quedan libres de contraer nuevas nupcias. Los problemas matrimoniales son agujeros que aparecen en el bote sobre el que navega una familia; pero cuando el bote empieza a hacer agua, no se saca el agua haciendo un agujero más grande. Hay que tomar un jarro y con paciencia sacar el agua, llegar a la orilla, reparar el agujero y luego echarse nuevamente a la mar para seguir navegando.
Los hombres a veces no encuentran solución a sus problemas. Pero los hombres no deben buscar la solución solo entre los hombres. Hay que buscarla también en Dios. Y Dios que dijo: lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe, también ayudará a que el hombre no lo destruya.
(Miguel Ángel Fuentes, Los Hizo Varón y Mujer, Argentina 1998, pp 145-145)



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Ejemplos Predicables

El verdadero valor del matrimonio   La mamá del papa   El verdadero amor   Como el reloj   Ojala todos tuviéramos esa capacidad de ver



El verdadero valor del matrimonio
Unos jóvenes querían contraer matrimonio. Por prudencia, el joven, después de haber rezado mucho y pedido consejo a sus padres, fue a consultar a su párroco.
No tiene dote - empezó diciendo. El señor párroco anotó en su cuadernito de apuntes y escribió un cero.
Pero es bellísima - segundo cero.
Además sabe piano y pintura - otro cero.
Es notable mujer de gobierno - cuarto cero.
Su familia es de la más antiguas del país - quinto cero.
También tiene diploma - sexto cero.
Ah, se me olvidaba decirle que es excelente cristiana.
Al oírle decir estas palabras, el sacerdote anotó un uno delante de los ceros. Y mostrándole el cuaderno al joven le dijo: "date prisa, cásate con ella, vale un millón".
Sin la gracia santificante, todas nuestras obras son ceros respecto de la eternidad.


La mamá del papa
Cuando José Sarto, futuro san Pio X, recién consagrado obispo de Mantua, fue a ver su madre, y mostrándole el anillo episcopal, le dijo:
Mira qué hermoso anillo he recibido.
Ella sonrió y le mostró su anillo de alianza. Y le dijo:
Hijo, sin éste, no habrías recibido el tuyo.
(Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Ed. Herder, Barcelona, 1962)



El verdadero amor
Un sabio maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que se declaraban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga en lugar de entrar a la hueca monotonía del matrimonio.

El maestro les escuchó con atención y después les relató un testimonio personal:
- Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno cuando sufrió un infarto y cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, condujo hasta el hospital mientras su corazón se despedazaba en profunda agonía. Cuando llegó, por desgracia, ella ya había fallecido.

Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. Él pidió a mi hermano teólogo que dijera alguna reflexión sobre la muerte y la eternidad. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte. Mi padre escuchaba con gran atención. De pronto pidió "llévenme al cementerio".

"Papá" respondimos "¡Son las 11 de la noche! No podemos ir al cementerio ahora!" Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: "No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años". Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador y, con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, oró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos: "Fueron 55 buenos años...¿saben?, Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así". Hizo una pausa y se limpió la cara. "Ella y yo estuvimos juntos en todo. Alegrías y penas. Cuando nacieron ustedes, cuando me echaron de mi trabajo, cuando ustedes enfermaban", continuó "Siempre estuvimos juntos. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, rezamos juntos en la sala de espera de muchos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos y perdonamos nuestras faltas... hijos, ahora se ha ido y estoy contento, ¿saben por que?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso, y le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera..."
Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló:
- "Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día". Esa noche entendí lo que es el verdadero amor. Dista mucho del romanticismo y no tiene que ver con el erotismo. Más bien es una comunión de corazones que es posible porque somos imagen de Dios. Es una alianza que va mucho mas allá de los sentidos y es capaz de sufrir y negarse cualquier cosa por el otro."
Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle. Ese tipo de amor les superaba en grande. Pero, aunque no tuviesen la valentía de aceptarlo de inmediato, podían presentir que estaban ante el amor verdadero. El maestro les había dado la lección mas importante de sus vidas.
www.corazones.org



Como el reloj
Las piezas de un gran reloj de campanario andaban acordes muchos años hacia las pesas, las ruedas dentadas, las saetas, el mazo que daba las horas; todo andaba acompasado; unas piezas movían a otras, y el reloj desempeñaba muy bien su cometido.
Un día por la escalera oscura del caracol de la torre, se coló un diablejo de gorro colorado, sonrió sarcástico, y dijo a una de las ruedas:
- "Eres tonta. ¡Qué sujeción la tuya! Siempre vueltas y vueltas oprimida y obligada por las otras ruedas. ¡Si te asomaras un poco a este agujero del campanario verías cosas buenas!"
La rueda vaciló un poco y luego dijo:
- "No puedo; es mi obligación".
- "¿Tu obligación? ¡Rancias ideas! Yo soy de afuera y no creo en esas obligaciones. La obligación de vivir y de gozar, ésa es la primera".
La rueda se dejó convencer, se separó de su compañera, y se divirtió mucho viendo los tejados de las casas, los caminos lejanos como cintas grises, y las manchas verdes de las huertas.
- "¡Viva la libertad!" – gritó entusiasmada.
Pero sucedió que el reloj se fue parando poco a poco. Iba a dar la hora y no la dio. Silencio de muerte reinó en la torre. Se oyeron los pasos precipitados del relojero.
- "¡Hay que volver esta rueda a su sitio!" – dijo.
La colocó en él y el reloj volvió a andar.
La familia, mis hermanos, es como un reloj. Anda bien mientras cada rueda está en su sitio. Algunas veces el diablillo de la tentación dice a la mujer:
- "Asómate al mundo. Acuérdate de cuanto gozabas de soltera en él. ¿Por qué te van a estar prohibidos estos placeres? ¡Las obligaciones del matrimonio! ¡Bah! Son ranciedades de otros tiempos. Tú sigues teniendo derecho a la vida".
La mujer se deja convencer y se asoma otra vez al mundo. ¡Cómo goza! ¡Cómo se divierte! Pero el reloj se ha parado. El hogar, la familia, el esposo, todo está desquiciado. Y no tiene otro arreglo. Hay que volver la rueda a su sitio.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 599)

Ojala todos tuviéramos esta capacidad de ver.

Había una vez una persona que podía decir a las parejas que no conocía, si estaban casados por Iglesia o no con solo mirarlas. Apenas las veía les decía: "Ustedes son convivientes o solamente casados por civil" y a otros "Ustedes están casados por Iglesia". Y nunca se equivocaba. Y cuando le preguntaban acerca de cómo sabía eso siempre contestaba que este era su secreto. Un día se lo reveló a una persona amiga. Le explicaba que cuando veía una pareja casada por Iglesia que siempre veía tres personas. Mientras cuando veía una pareja de convivientes o de casados por civil sólo veía esas dos personas. La persona amiga le preguntaba: "¿Pero quién es esa tercera persona?" "Pues esta tercera persona es Jesucristo". Y seguía explicando algunos detalles interesantes. Veo que Jesús siempre va en medio y esto no aleja el uno del otro. A veces veo a los dos caminando encorvados y alejados el uno del otro. Es que se han disgustado y han discutido. Jesús sigue en medio de los dos y sus brazos son tan largos que su mano derecha descansa sobre el hombro derecho del que camina a la derecha y su mano izquierda sobre el hombro izquierdo del cónyuge que camina a la izquierda aunque los dos caminan muy separados el uno del otro. Es como si quisiera juntarlos de nuevo. Las parejas que se perdonaban caminan nuevamente muy pegados el uno al otro y Jesús en medio siempre con sus manos sobre el hombro de cada uno de ellos. Y conforme se acerca el uno al otro cada uno se yergue y camina nuevamente erguido.

(cortesia: iveargentina.org et alii)

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