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Domingo 18 Tiempo Ordinario C - el hombre rico - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

introducción a Las Lecturas del Domingo

Primera lectura: Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23

El libro del Eclesiastés es marcado por un pesimismo profundo. El autor se atormenta a sí mismo y a sus lectores con preguntas muy incómodas a las que los teólogos y filósofos de su tiempo nos sabían dar respuestas. ¿Qué es el hombre? ¿Para qué vive? ¿A dónde va? ¿Hacía riquezas y sabidurías adquiridas por un esfuerzo arduo y prolongado? ¿Para que sirven si se pierden en la muerte? El Evangelio de hoy retoma la pregunta y da una respuesta. Toda riqueza se deshace, sin embargo, existe una riqueza verdadera, la riqueza ante Dios que nunca será destruida (Salmo 62; Santiago 4, 13-16).

 

Segunda lectura: Colosenses 3, 1-5. 9-11

En los capítulos finales de la carta a los Colosenses (Colosenses 3-4) San Pablo indica las consecuencias que emanan de la nueva realidad que es el bautismo. La nueva realidad: Muerte con Cristo y nacido con él a una vida nueva. Esta nueva vida no la esperamos para el fin del mundo sino que quiere iniciarse con él crecer ya ahora en nosotros. Por eso el hombre viejo debe morir porque solamente quiere de manera egoísta pasarla bien y poseer todo lo que desea. Tenemos que vivir una vida nueva en la que se manifieste la verdad y el amor de Cristo (Efesios 2, 4-10; 4, 22 y un 25; Gálatas 3, 27; Colosenses dos, 11-13; Filipenses 3, 17-21; Juan Reyes, dos).

 

Evangelio: Lucas 12, 13-21

Todo el poder y toda la riqueza de la tierra son incapaces de proporcionar la más mínima seguridad para la vida verdadera. El plan de Dios está por encima de la intención humana y ni con todo el poder de la tierra el hombre puede aquí adquirir lo que es un don de Dios. Dios es el gran ausente en los grandes planteamientos humanos de este mundo; sin embargo, es el único que puede plantearnos y solucionarnos la interrogante final. Enriquecerse en Dios es vivir la vida siguiendo el plan divino. Esto nos lleva al darnos cuenta que no somos señores sino administradores de los bienes de este mundo. Poseerlos sin tener en cuenta a Dios es vanidad.

 

 

REFLEXIONEMOS

Hay dos tipos de pobreza. La pobreza en este mundo es consecuencia de la imperfección humana y del pecado. Es una falta de fraternidad y de prudencia. Infringe la libertad del hombre y empobrece el corazón de la persona humana. Imposibilita la vida decente y es un mal social. Debe ser erradicada desde su raíz. Algo muy distinto es la pobreza evangélica. Surge de una decisión libre. Es un signo de libertad. Utiliza las cosas sin poseerlas en realidad.

Frecuentemente nuestro estilo de vida es marcado por el comportamiento de los que nos rodean. Una gran parte de los comerciales estimula el anhelo de seguridad de la persona pero lo que hace es prometer la seguridad mediante la posesión y la propiedad de las cosas. Así estamos mal parados y los hijos recibirán una formación que busca la seguridad y el prestigio en el tener. La persona vale lo que tiene. Poco a poco comenzamos a medir también a las otras personas con este mismo criterio.

Lo que necesitamos son familias que no se conforman con este siglo. Se preguntan al hacer alguna compra: "¿Verdaderamente necesitamos esto?" Necesitamos familias que son soberanas en sus vivencias, que no siguen los constantes estímulos de los medios de comunicación masiva que procuran constantemente crear nuevas necesidades. Esta libertad les permite compartir con los pobres lo suyo, porque en verdad su corazón no está dominado por el afán de los bienes.

 

 

REFLEXIONEMOS CON LOS HIJOS

Una mortaja no tiene bolsillos, dice el refrán y tiene mucha razón. Cristo se ha hecho pobre y así nos ha enseñado lo que cuenta ante Dios. Sólo somos administradores de los bienes de este mundo y tenemos que hacer uso de ellos sólo cuando es para quien.

A veces vemos que otro tiene alguna cosa. Enseguida queremos tenerla nosotros también. Muchas veces se ve algo en la televisión y los comerciales quieren hacernos creer que solamente seremos felices cuando tengamos lo que ellos propalan. No queremos ser tontos porque los avisos solamente sirven para ganar dinero ellos. No trabajan para ayudarnos a nosotros. No seamos tontos. A veces, además de ser tontos, queremos ser como los demás. En realidad deberíamos querer ser como Jesús que por ser pobre era libre. Es difícil lograr ser como Jesús. Sin embargo, el esfuerzo de ser como Jesús nos llenará de alegría y paz y nos hace caminar en la recta dirección.

 

CONEXIÓN EUCARÍSTICA

Cristo fue rico y se hizo pobre (2 Corintios 8, 9). ¿Por qué se hizo pobre? Porque quiso darnos la riqueza más grande. Quiso darse a sí mismo. En la eucaristía lo recibimos y así nos convertimos en las personas más ricas del universo.

 

NOS HABLA LA IGLESIA

Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y los pueblos. En consecuencia, los bienes creados, deben llegar a todos en forma equitativa, bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad sean las que sean las formas de propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias, diversas, variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por lo tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el derecho de poseer una parte suficiente para sí mismo, para sus familiares es un derecho que a todos corresponde. Es éste el sentir de los santos Padres y Doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con bienes superfluos. Quien se halla en situación de necesidad extrema, tiene el derecho de tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí habiendo como hay, tantos oprimidos, por el hambre en el mundo, el Sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas lo matas. Según las propias posibilidades comuniquen y ofrezcan realmente sus bienes, ayudar en primer lugar a los pobres, tanto a individuos como a pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos (Vaticano II, Iglesia en el mundo, 69).

 

 

VIVENCIA FAMILIAR

Cierta familia tiene una alcancía donde los miembros depositan libremente y secretamente lo que cada uno quiere dar para los pobres. Al final del mes se abre y el resultado se reparte entre los pobres. De sus propinas los niños también deberían contribuir al sustento de su parroquia.

 

 

ORACIONES

Madre de los Pobres

Sra. María, madre de los pobres, haz que yo descubra las miserias manifiestas y ocultas de los pobres; haz que yo descubra sus viviendas en la escasez y la miseria; haz que yo descubra su hambre, las mil privaciones en que está tejida su existencia; haz que yo descubra las afrentas que soportan, los desprecios de que son objeto, el cúmulo de penuria y de vergüenza que se amontonan sobre su alma.

Hay que descubrir su cansancio sin descanso, el peso agobiador de sus preocupaciones materiales, los dolores que tienen que soportar sin gozar del consuelo de un amigo.

Hazme descubrir sobre todo la pobreza que padeciste tú, en esta pobreza que tengo ahora adelante y en sus rostros, el rostro de aquel que se hizo pobre por nosotros.

 

 

LEAMOS LA BIBLIA  CON LA IGLESIA DURANTE LA SEMANA
(Años impares primera lectura, años pares la segunda)

Lunes: Números 11, 4-15; Jeremías 28, 1 - 17; Mateo 14, 13-21

Martes: Números 12, 1-13; Jeremías 30, 1-2. 12-15. 18-22; Mateo 15, 1-2. 10-14

Miércoles: Números 2-3. 26-14, uno. 26-30. 34-35; Mateo 15, 21-28

Jueves: Números 20, 1-13; Jeremías 31, 31-34; Mateo 16, 13-23

Viernes: Deuteronomio 4, 32-40; Nahum 1, 15; 2, 2; 3, 1-3. 6-7; Mateo 16, 24-28

Sábado: Deuteronomio seis, 4-13; Habacuc 1, 12-2, 4; Mateo 17, 14-19

 



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