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Domingo 25 del Tiempo Ordinario C - 'No pueden servir a Dios y al dinero' - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

Recursos adicionales para la preparación

 

A su disposición

Santos Padres: San Agustín - Verdaderas y falsas riquezas (Lc 16,9).

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. “Buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” Lc 16, 1-13

Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Vigésimo Quinto Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Lc. 16:1-13

Directorio Homilético - Vigésimo quinto domingo del Tiempo Ordinario C

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo II



Santos Padres: San Agustín - Verdaderas y falsas riquezas (Lc 16,9).

1. La amonestación que se nos hace a nosotros debemos hacerla llegar a los demás. La reciente lectura evangélica nos invitó a hacernos amigos con la mammona de iniquidad, para que éstos reciban en los tabernáculos eternos a quienes los hacen. ¿Quiénes son los que han de poseer los tabernáculos eternos, sino los santos de Dios? ¿Y quiénes son los que han de ser recibidos por ellos en tales tabernáculos, sino quienes socorren su indigencia y suministran con alegría lo que les es necesario? Recordemos, pues, que en el último juicio Dios ha de decir a quienes estén a su derecha: Tuve hambre y me disteis de comer y las demás cosas que sabéis. Al preguntarle éstos cuándo le ofrecieron tales servicios, responderá: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis. Estos pequeños son quienes reciben en los tabernáculos eternos. Eso lo dijo a los de la derecha, que lo habían hecho, y eso mismo dijo a los de la izquierda, que no lo habían realizado.

Pero ¿qué recibieron o, mejor, qué recibirán los de la derecha que lo hicieron? Venid, dijo, recibid el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Tuve hambre y me disteis de comer. Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis. ¿Quiénes son, pues, los pequeños de Cristo? Aquellos que abandonaron todas sus cosas y le siguieron, distribuyendo a los pobres cuanto poseían, para servir a Dios libres de todo impedimento secular y, exonerados de las cargas del mundo, como aves, levantar hacia arriba sus hombros. Estos son los pequeños. ¿Por qué pequeños? Porque son humildes, no inflados ni soberbios. Levanta a estos pequeños y encontrarás cuán grande es su peso.

2. Pero ¿qué significa que ellos se hacen amigos con la mammona de la iniquidad? ¿Qué es la mammona de iniquidad? Antes aún, ¿qué es la mammona? No es una palabra latina. Pertenece a la lengua hebrea, pariente de la púnica. Estas lenguas son allegadas entre sí por cierta semejanza de significación. Lo que los púnicos llaman mammón, los latinos lo denominan lucro. Lo que los hebreos llaman mammona, en latín recibe el nombre de riquezas. Para expresarlo en nuestra lengua, esto es lo que dice nuestro Señor Jesucristo: Haceos amigos con las riquezas de iniquidad. Algunos, entendiendo mal esta sentencia, roban lo ajeno y de lo robado reparten a los pobres, pensando que así cumplen lo mandado. Dicen, pues: la mammona de iniquidad consiste en robar las cosas ajenas; dar algo de ello especialmente a los santos necesitados, equivale a hacerse amigos con la mammona de iniquidad. Esta manera de entender el texto ha de corregirse; más aún, ha de borrarse totalmente de las tablas de vuestro corazón.

No quiero que lo comprendáis de ese modo. Haced limosnas con lo ganado en vuestros dignos trabajos; dad de aquello que poseéis justamente. No podréis corromper al juez Cristo de modo que sólo os oiga a vosotros y no también a los pobres a quienes se lo arrebatáis. Si tú, más fuerte y poderoso, robases a un inválido y aquí en la tierra fueseis los dos a cualquier juez humano con cierta potestad para juzgar y aquél quisiera encausarte; si de lo robado al pobre dieses algo al juez para que sentenciase a favor tuyo, ¿sería tal juez de tu agrado? Ciertamente sentenció a favor tuyo y, sin embargo, es tan grande la fuerza de la justicia, que también a ti te desagrada el hecho. No te imagines así a Dios; no coloques tal ídolo en el templo de tu corazón. Tu Dios no es tal cual no debes ser ni tú. Aunque tú no juzgares de ese modo, sino que actuases rectamente, aun así tu Dios es mejor que tú; no te es inferior; es más justo, es la fuente de la justicia. Cuanto de bueno has hecho, de él lo has recibido, y cuanto de bueno eructaste, de él lo bebiste.

¿Alabas el vaso porque contiene algo de agua, y vituperas a la fuente? No hagáis limosnas con dinero procedente de la usura. Lo digo a los creyentes, a aquellos a quienes se distribuye el cuerpo de Cristo. Temed, corregíos para que no tenga que deciros después: «Tú y tú lo estáis haciendo». Y creo que, si lo hiciere, no deberíais airaros conmigo, sino con vosotros para corregiros. A esto se aplica lo que dice el salmo: Airaos y no pequéis. Quiero que os airéis, pero no que pequéis. Para no pecar, ¿con quiénes debéis airaros sino con vosotros mismos? ¿Qué hombre es penitente sino quien se aíra consigo mismo? El mismo se impone el castigo para recibir el perdón, y con razón dice a Dios: Aparta tus ojos de mis pecados, porque reconozco que he obrado mal. Si tú lo reconoces, él te perdona. No hagáis lo que hacíais; no está permitido.

3. Pero si ya lo hicisteis y conserváis tales riquezas y con ellas llenasteis vuestras carteras y amontonasteis tesoros, lo que poseéis procede del mal. No añadáis otro mal; haceos amigos con la mammona de iniquidad. ¿Acaso Zaqueo poseía justamente sus riquezas? Leed y ved. Era el jefe de los publicanos, es decir, aquel a quien se entregaban los tributos públicos. De allí sacó sus riquezas. Había oprimido a muchos; a muchos se las había quitado, mucho había almacenado. Entró Cristo en su casa y le llegó la salvación, pues así dice el Señor: Hoy llegó la salvación a esta casa. Contemplad ahora en qué consiste la salvación. Primeramente deseaba ver al Señor porque era de estatura pequeña. Como la muchedumbre se lo impedía, se subió a un sicómoro y le vio cuando pasaba. Jesús le miró y le dijo: Zaqueo, baja; conviene que yo me detenga en tu casa.

Estás pendiente, pero no te mantengo en vilo, es decir, no doy tiempo al tiempo. Querías verme al pasar; hoy me encontrarás habitando en tu casa. Entró en ella el Señor. Lleno de gozo dijo Zaqueo: Daré a los pobres la mitad de mis bienes. Ved cómo corre quien se apresura a hacerse amigos con la mammona de iniquidad. Y para no hallarse reo por cualquier otro capítulo, dice: Si a alguno quité algo, le devolveré el cuádruplo. Se infligió a sí mismo una condena para no incurrir en la condenación. Por tanto, con lo que tenéis que procede del mal, haced el bien. Quienes nada hayáis adquirido injustamente, no queráis adquirirlo y, cuando comenzares a hacer el bien con aquello, no permanezcas tú siendo malo. ¿Se convierten en bien tus monedas y tú vas a seguir siendo malo?

4. Se puede entender también de otra manera. No la callaré. La mammona de iniquidad son las riquezas del mundo, procedan de donde procedan. De cualquier forma que se acumulen, son riquezas de iniquidad. ¿Qué significa «son riquezas de iniquidad»? Es al dinero a lo que la iniquidad llama con el nombre de riquezas. Si buscas las verdaderas riquezas, son otras. En ellas abundaba Job aunque estaba desnudo, cuando tenía el corazón lleno de Dios y, perdido todo, profería alabanzas a Dios, cual piedras preciosas.

¿De qué tesoro si nada poseía? Esas son las verdaderas riquezas. A las otras sólo la iniquidad las denomina así. Si las tienes, no te lo reprocho: llegó una herencia, tu padre fue rico y te las legó. Las adquiriste honestamente. Tienes tu casa llena como fruto de tus sudores; no te lo reprocho. Con todo, no las llames riquezas, porque, si lo haces así, las amarás y, si las amares, perecerás con ellas. Piérdelas, para no perecer tú; dónalas, para adquirirlas; siémbralas, para cosecharlas. No las llames riquezas, porque no son las verdaderas. Están llenas de pobreza y siempre sometidas a infortunios. ¿Cómo llamar riquezas a lo que te hace temer al ladrón, te lleva a sentir temor de tu siervo, temor de que te dé muerte, las coja y huya? Si fueran verdaderas riquezas, te darían seguridad.

5. Por tanto, son auténticas riquezas aquellas que, una vez poseídas, no podemos perder. Y para no temer al ladrón por causa de ellas, estén allí donde nadie las arrebata. Escucha al Señor: Acumulad vuestros tesoros en el cielo, a donde el ladrón no tiene acceso. Entonces serán auténticas riquezas: cuando las cambies de lugar. Mientras están en la tierra, no son riquezas. Pero el mundo, la iniquidad, las denomina riquezas. Por eso Dios las llama mammona de iniquidad, porque es la iniquidad quien las denomina riquezas. Escucha al salmo: Señor, líbrame de la mano de los hijos de los extraños, cuya boca habló vanidad y cuya diestra es diestra de iniquidad. Sus hijos son como viñas plantadas en su juventud; sus hijas ataviadas, adornadas a semejanza del templo. Sus graneros están llenos rebosando de uno para otro. Sus bueyes están cebados, sus ovejas son fecundas, multiplicándose en sus viajes. No existe ruina en su tapia, ni acceso, ni clamor en sus plazas. Has visto la felicidad que describe el salmo; pero escucha lo que es y a quienes propuso como hijos de la iniquidad. Su boca habló vanidad y su diestra es diestra de iniquidad. De éstos habló, y su felicidad, tal como la presenta, es solamente terrena.

¿Pero qué añadió? Declararon dichoso al hombre que tiene estas cosas. ¿Quiénes dijeron esto? Los hijos extraños, los alienígenas y quienes no pertenecían a la semilla de Abrahán; éstos declararon dichoso al pueblo que tiene estas cosas. ¿Quiénes lo dijeron? Aquellos cuya boca habló vanidad. Por tanto, es una vanidad decir que son dichosos quienes poseen estas cosas. Y, no obstante ser una vanidad, lo dicen aquellos cuya boca habló vanidad. Ellos llaman riquezas a estas cosas que reciben el nombre de mammona de iniquidad.

6. Aquellos hijos extraños, aquellos cuya voz habló vanidad, proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas; ¿qué dices tú? Esas riquezas son falsas, dame las verdaderas. Desapruebas éstas, muéstrame eso que tú alabas. Deseas que desprecie esto, indícame qué he de preferir. Dígalo el mismo salmo. El que dijo proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas, él mismo nos da la respuesta, como si le hubiéramos dicho nosotros a él, es decir, al salmo: «Esto nos has quitado; ¿qué es lo que nos has dado? Mira que despreciamos esto y aquello, ¿con qué vivimos?, ¿con qué lograremos la felicidad? Quienes hablaron la recibirán de sus mismas cosas. Dijeron que los hombres que poseían riquezas eran felices.

Tú, ¿qué dices?» Como si se le hubiera interrogado de esa forma, responde y dice: «Aquellos proclaman dichosos a los ricos; pero yo digo: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor». Acabas de escuchar cuáles son las auténticas riquezas; haz amigos con la mammona de iniquidad y serás el pueblo dichoso cuyo Dios es el Señor. A veces pasamos por un camino, vemos fincas frondosísimas y fértiles y preguntamos de quién es tal finca. De su propietario se dice y decimos nosotros también: «Dichoso ese hombre». Estamos hablando vanidad. Dichoso el dueño de aquella casa, de aquella finca, de aquel ganado; dichoso el amo de aquel siervo, dichoso quien tiene aquella familia. Elimina la vanidad si quieres escuchar la verdad. Es dichoso aquel cuyo Dios es el Señor. No lo es aquel que posee esta finca, sino quien posee a Dios. Más para proclamar manifiestamente la felicidad que producen las cosas, dices que aquella finca te hizo feliz. ¿Por qué? Porque vives de lo que te da ella. Cuando quieres alabar sobremanera tu finca, dices: «De ella me alimento, de ella traigo mi sustento». Mira de dónde traes tu sustento. Lo traes de aquel a quien dices: En ti está la fuente de la vida.

Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. ¡Oh Señor, Dios mío! ; ¡Oh Señor, Dios nuestro!; para que lleguemos a ti, haznos felices con tu felicidad. No queremos la que procede del oro, ni de la plata, ni de las fincas; no queremos la que procede de estas cosas terrenas, vanísimas y pasajeras, propias de esta vida caduca. Que nuestra boca no hable vanidad. Haznos dichosos de no perderte a ti. Si te poseemos a ti, ni te perdemos, ni perecemos. Haznos dichosos con la dicha que procede de ti, porque dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Tampoco él se aíra si llegamos a decir que él es nuestra finca, nuestra posesión. Leemos que Dios es la parte de mi heredad. Cosa sublime, hermanos; somos su heredad y es nuestra heredad, porque nosotros le adoramos a él y él nos cultiva a nosotros. No significa para él ninguna afrenta el cultivarnos, porque si nosotros le adoramos a él como nuestro Dios, él nos cultiva a nosotros como campo suyo. Y para que sepáis que él nos cultiva, escuchad a aquel que nos envió: Yo soy, dijo, la vid y vosotros los sarmientos; mi padre es el agricultor. Luego nos cultiva. Si damos fruto, prepara el hórreo; si, por el contrario, quisiéramos permanecer estériles con tan experto agricultor, y en lugar de trigo produjéramos espinas... No quiero decir lo que sigue; terminemos con gozo. Vueltos al Señor...
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 113, 1-6, BAC Madrid 1983, 818-26)

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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. “Buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” Lc 16, 1-13

La lectura del profeta Amós dice que Dios no se olvida de las malas acciones contra el pobre. De la explotación por parte del poderoso. La injusticia contra el pobre es un pecado que clama al cielo. ¡Cuántas personas hoy día tienen que trabajar sin oponer alguna condición por el riesgo de perder el trabajo! ¡Cuánto perjuicio que acarrea esta manera de obrar! Problemas en la vida familiar, en la salud, imposibilidades de rendir culto a Dios, turbaciones sicológicas, etc. Claro que a veces se trabaja como un burro para poder gozar de todos los placeres que nos ofrece el mundo moderno y esto no es justificable. El que trabaja con perjuicio propio para poder darse todos los gustos no pretenda la ayuda de Dios. Sin embargo, cuidado los que abusan del trabajador para lucrar sin medida y se olvidan del sufrimiento que ocasionan al pobre. Dios será su juez porque la voz del pobre alcanza la morada celeste.

El Evangelio de éste domingo nos habla del peligro latente que existe en la solicitud terrena. En nuestras asambleas, dice el Apóstol, no hay poderosos. Los ricos de la tierra no vienen a Misa y si vienen puede ser porque quieran mantener un cierto estatus ante la sociedad que no deja de ser hipocresía o porque no son ricos en el espíritu. De estos también hay aunque sean personas extraordinarias. Gente con mucho dinero pero desapegados de sus riquezas y súper dadivosos para con los necesitados.

¿Tenemos que ocuparnos de las cosas de la tierra? Claro que sí sino perecemos. ¿Tenemos que tener y usar del dinero? Claro que sí para poder proveernos de las cosas necesarias para vivir. Y también es necesario si uno quiere emprender alguna empresa grande por el bien del prójimo tener mucho dinero. Se critica a la Iglesia por tener que usar dinero. ¿Piensan que las misiones en todo el mundo y sobre todo en los países pobres, las grandes obras de caridad, los hospitales, casas para ancianos, orfanatos, etc. se mantienen sin dinero? Es necesario el dinero y a veces es necesario mucho dinero.
La parábola habla de la astucia de un administrador que se granjeó la amistad de los deudores de su amo rebajando la deuda. No era su dinero. Lo administraba. Y lo administró en su provecho para ganarse la seguridad futura. Previene un futuro seguro y hace lo posible para alcanzarlo mientras tiene tiempo. Antes que lo despidan totalmente.

Nada dice el Evangelio si había administrado bien o mal. Lo que dice es que lo habían delatado delante del amo que administraba mal. Lo que hizo fue tomarse la atribución de rebajar el interés que él cobraba por lo prestado.

Probablemente lo que cobraba como ganancia propia. Sin embargo, dejando de lado el dilema de si fue injusto o no, fue astuto en asegurarse el porvenir y el amo se sorprendió de su inteligencia y lo alabó. Termina diciendo el Señor: “los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz”. El Señor alabo su astucia no su injusticia si es que la hubo.

La gente del mundo que no piensa en Dios ni le interesa buscar la vida del cielo se afana con gran solicitud, con solicitud admirable, a veces, por las cosas temporales. Por el contrario, nosotros cristianos somos remisos por las cosas del cielo, para buscar nuestra salvación, por preocuparnos de entregar todo nuestro ser a Dios.

Creo que la única explicación posible a esta situación es la falta de fe. Las cosas temporales son tangibles, palpables, en cambio, las cosas eternas las alcanzamos sólo por la fe.

¿Qué hay que hacer para asegurarse el porvenir? La gran cuestión en la peregrinación de la vida. La respuesta a este interrogante la da la parábola: lo importante es que sepamos usar bien de las cosas temporales para alcanzar el cielo. Una buena administración implica usar de lo necesario para una vida buena. Comida y vestido necesario. Educación de los hijos. La casa y alguna movilidad en lo posible. Todas cosas necesarias, pero lo demás, si es que sobra algo, hay que usarlo en obras de caridad. Los pobres serán nuestros abogados en el día del juicio.

Muchas veces decimos que no podemos ayudar a los pobres. Creo que no queremos. He conocido mucha gente pobre que ayuda a otros pobres. San Isidro, que era campesino, de su sueldo daba la tercera parte a los pobres. La viuda del Evangelio dio limosna de lo poco que tenía, dio lo que tenía para vivir. Si pensáramos menos en nosotros mismos y más en los demás podríamos ayudar al prójimo.

A esto se refiere el Señor al decir de hacernos amigos con los bienes en administración. Las cosas que poseemos nos las ha dado Dios para que administrándolas bien nos ganemos el cielo.
¿Quién es el administrador fiel y prudente? El que encuentra el amo a su regreso cumpliendo bien con su administración. Hay que administrar los bienes terrenos pero no apropiárnoslo para hacer de ellos lo que queramos sino lo que Dios quiere. Todo lo ha dado Dios al hombre para que lo administre bien y por esa buena administración alcance la vida eterna. El fin de nuestra vida es la vida eterna pero en esta vida se nos presentan un montón de cosas para administrar. Hay que usarlas bien para que bien usadas nos lleven al cielo.

Las cosas que se nos han dado son pequeñas en comparación con las cosas del cielo, con la vida eterna, de la cual, dice San Pablo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre… porque es algo grandioso, inefable.

Si somos fieles en lo poco iremos creciendo en fidelidad y alcanzaremos con la gracia de Dios la vida eterna.

En este uso de las cosas terrenas no sólo hablamos de dinero sino también de los talentos, las gracias particulares que Dios nos ha dado para que transformemos este mundo en un Edén. Debemos aprovechar todas las oportunidades para administrar bien nuestros talentos y contribuir a la edificación del Reino de Jesús.

El Señor finaliza el Evangelio diciendo que es imposible servir a Dios y al dinero. Hoy día la solicitud terrena nos absorbe y todo el conjunto de placeres y de confort que nos presenta el mundo actual como una necesidad nos hace olvidar a Dios y cambiarlo por el papel manoseado. Se ven atrocidades que hace la gente por el dinero. La mayoría de la gente no duerme porque está debiendo dinero que ha utilizado en comprar un montón de cosas inútiles que cree son necesarias. Muchos buscan afanosamente dinero para pagar las deudas y una vez canceladas se endeudan nuevamente. ¡Qué manera de pasar la vida quemándola en inquietudes y falta de paz!

Hay otras cosas peores. Gente que por el dinero mata a su prójimo. No sólo me refiero a los que venden armas para las guerras sino también a los que venden o comercializan con la droga. Cuántas personas venden su dignidad por el dinero. Cuántos escándalos a nivel de nuestros dirigentes por el maldito dinero. ¡Cuántos robos al pobre para llenarse los bolsillos!
Y el afán de dinero cuando logra su fin, que la mayoría de las veces queda en el deseo, engendra vanidad y luego soberbia. La persona soberbia ha dado el paso a la muerte porque la soberbia es la madre de todos los vicios.

Nuestra seguridad no está en el dinero aunque lo aparente. La gente dice: el que tiene dinero hace lo que quiere. Hay cosas que el dinero no puede comprar: el amor verdadero, la salud y la vida. Porque cuando llega la enfermedad que es el mensajero de la muerte el dinero muchas veces no puede solucionar el problema y cuando llega la muerte el dinero es inútil.

El que tiene a Dios por Señor y lo sirve siendo fiel tiene la seguridad de estar unido a Él y por tanto de arrostrar la enfermedad y la muerte con una esperanza que las deja en la sombra, la esperanza de la vida eterna.

La gente del mundo es astuta para procurarse dinero y sus negocios le salen bien casi siempre. A nosotros los católicos que pensamos en las cosas del cielo, ¿necesariamente nos tienen que salir mal los negocios del mundo? No. Aunque tenemos muchas veces ese pensamiento e incluso nos excusamos cuando nos salen mal los negocios terrenales diciendo: “es que somos católicos y pensamos en las cosas del cielo”. No es así. También nosotros tenemos que ser astutos en los negocios de esta tierra. No debemos ser bobos y no nos deben considerar bobos por servir a Dios. Muchas cosas se nos van a presentar en la vida para que las negociemos bien y tenemos el deber de negociarlas bien. Dios muchas veces nos pondrá en las manos, porque es su voluntad, negocios temporales que tendremos que hacer bien porque son para que alcancemos el fin último.

La Iglesia y los católicos casi siempre vamos en el furgón de cola en el uso de los bienes temporales. Hay diez páginas web católicas por diez mil de los enemigos de Dios. Hay una editorial católica buena por quinientas malas, hay un gobernante católico bueno por diez mil gobernantes que no les importa nada de Dios ni de los hombres. Y así en todo lo demás. No crean ustedes que por ser católicos debemos ser tontos en el trabajo por las cosas temporales. El que tenga talentos para estas cosas que las ponga al servicio de Dios y del prójimo.

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Aplicación:P. Jorge Loring, S.J. - Vigésimo Quinto Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Lc. 16:1-13


1.- La parábola de hoy se presta a mala interpretación.

2.- Cristo alaba al administrador infiel, pero como es lógico Cristo no alaba el fraude, lo que alaba es la sagacidad en asegurarse el futuro. Hay que ser previsor del futuro.

3.- Cristo nos recomienda que nos preparemos para la vida eterna. Muchos viven en este mundo como si aquí se acabara todo, y va a llegar el día en que nos van a pedir cuentas de lo que hicimos aquí. Y de nuestra conducta en la vida de la tierra va a depender nuestra vida eterna.

4.- Cristo advierte de los que adoran el dinero: «No podéis servir a dos señores». Los que adoran el dinero no AMAN A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS, como está mandado.

5.- Lo de adorar el dinero es algo sutil. El dinero es necesario para vivir. Preocuparnos por él es lógico y necesario. Lo desordenado es la preocupación excesiva, ponerlo por encima de todo, subordinarle a él valores superiores.

6.- Otra idea del Evangelio de hoy es que «los hijos de las tinieblas son más diligentes que los hijos de la luz». Esto me recuerda la diligencia de los enemigos de la Iglesia en atacarla continuamente en los Medios de Comunicación Social, en la política, en las manifestaciones públicas, etc.

7.- Me da pena ver lo que luchan por una causa perdida, pues la Iglesia durará hasta el fin del mundo porque así se lo ha prometido Cristo-Dios, y contra Dios no puede nadie.

8.- Pero me da más pena la inactividad de muchos católicos, que lamentan estos ataques en privado, pero actúan poco públicamente para defender la VERDAD. ¿Hacemos lo que podemos para defender a Cristo y a su Iglesia?


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Directorio Homilético - Vigésimo quinto domingo del Tiempo Ordinario C


CEC 2407-2414: el respeto de los bienes ajenos
CEC 2443-2449: el amor a los pobres
CEC 2635: orar en favor del otro, no por los propios intereses
CEC 65-67, 480, 667: Cristo, nuestro Mediador
CEC 2113, 2424, 2848: nadie puede servir a dos señores
CEC 1900, 2636: la intercesión por las autoridades



II EL RESPETO DE LAS PERSONAS Y DE SUS BIENES

2407 En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la liberalidad del Señor, que "siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Co 8,9).


El respeto de los bienes ajenos

2408 El séptimo mandamiento prohíbe el robo, es decir, la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el consentimiento puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón y al destino universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente y evidente en que el único medio de remediar las necesidades inmediatas y esenciales (alimento, vivienda, vestido...) es disponer y usar de los bienes ajenos (cf GS 69,1).

2409 Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio (cf Dt 25, 13-16), pagar salarios injustos (cf Dt 24,14-15; St 5,4), elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas (cf Am 8,4-6).

Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno; la corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el fraude fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas es contrario a la ley moral y exige reparación.

2410 Las promesas deben ser cumplidas, y los contratos rigurosamente observados en la medida en que el compromiso adquirido es moralmente justo. Una parte notable de la vida económica y social depende del valor de los contratos entre personas físicas o morales. Así, los contratos comerciales de venta o compra, los contratos de alquiler o de trabajo. Todo contrato debe ser hecho y ejecutado de buena fe.

2411 Los contratos están sometidos a la justicia conmutativa, que regula los intercambios entre las personas y entre las instituciones, en el respeto exacto de sus derechos. La justicia conmutativa obliga estrictamente; exige la salvaguarda de los derechos de propiedad, el pago de las deudas y la prestación de obligaciones libremente contraídas. Sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia.

La justicia conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a lo que el ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la justicia distributiva que regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus necesidades.

2412 En virtud de la justicia conmutativa, la reparación de la injusticia cometida exige la restitución del bien robado a su propietario:

Jesús bendijo a Zaqueo por su resolución: "si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc 19,8). Los que, de manera directa o indirecta, se han apoderado de un bien ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el equivalente en naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como los frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido legítimamente. Están igualmente obligados a restituir, en proporción a su responsabilidad y al beneficio obtenido, todos los que han participado de alguna manera en el robo, o se han aprovechado de él a sabiendas; por ejemplo, quienes lo hayan ordenado o ayudado o encubierto.

2413 Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo significativo.

2414 El séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conduce a esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a un objeto de consumo o a una fuente de beneficio. S. Pablo ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano "no como esclavo, sino...como un hermano...en el Señor" (Flm 16).

VI EL AMOR DE LOS POBRES

2443 Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: "a quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda" (Mt 5,42). "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10,8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf Mt 25,31-36). La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo.

2444 "El amor de la Iglesia por los pobres...pertenece a su constante tradición " (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6,20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8,20), y en su atención a los pobres (cf Mc 12,41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de "hacer partícipe al que se halle en necesidad" (Ef 4,28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).

2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta:

Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5,1-6).

2446 S. Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: "No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que tenemos no son nuestros bienes, sino los suyos" (Laz. 1,6). "Satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia" (AA 8):

Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia (S. Gregorio Magno, past. 3,21).

2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58,6-7; Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17,22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6,2-4):

El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo (Lc 3,11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11,41). Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: "id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (St 2,15-16; cf. 1 Jn 3,17).

2448 "Bajo sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o síquicas y, por último, la muerte- la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los `más pequeños de sus hermanos' . También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables" (CDF, instr. "Libertatis conscientia" 68).

2449 En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda, obligación del diezmo, pago del jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia y la siega) responden a la exhortación del Deuteronomio: "Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra" (Dt 15,11). Jesús hace suyas estas palabras: "Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis" (Jn 12,8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: "comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias..." (Am 8,6), sino nos invita a reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos (cf Mt 25,40):

El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, Santa Rosa de Lima le contestó: "cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús".

2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).

2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. "No podéis servir a Dios y al dinero", dice Jesús (Mt 6,24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a "la Bestia" (cf Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5,20; Ef 5,5).

2424 Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden social (cf GS 63,3; LE 7; CA 35).

Un sistema que "sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción" es contrario a la dignidad del hombre (cf GS 65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios de lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. "No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt 6,24; Lc 16,13).

2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al "comunismo" o "socialismo". Por otra parte, ha reprobado en la práctica del "capitalismo" el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La regulación de la economía únicamente por la planificación centralizada pervierte en la base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque "existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado" (CA 34). Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y atendiendo al bien común.

2448 "Bajo sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o síquicas y, por último, la muerte- la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los `más pequeños de sus hermanos' . También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables" (CDF, instr. "Libertatis conscientia" 68).

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