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Domingo 29 Tiempo Ordinario C - Orar siempre sin desanimarse -  Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Las Lecturas del Domingo

Primera Lectura: Éx 17, 8-13

Muchas veces la oración es un combate. Y la familia tiene muchos enemigos tanto los adultos como los jóvenes y los niños. Por eso la familia tiene que combatir en común y también cada uno personalmente. Tenemos que ayudarnos mutuamente cuando nos cansamos de rezar. Nos sostenemos mutuamente y así venceremos a los enemigos: las tentaciones, los malos amigos y también lo que quiere entrar al hogar cristiano, la televisión y el Internet.

Segunda lectura: 2 Tim 3, 14-4, 2

San Pablo nos exhorta a que la familia se alimente de la palabra de Dios. Desde niño los hijos necesitan adquirir un amor a la Biblia. San Pablo subraya que esto nos da sabiduría y nos da la capacidad de anunciar a Jesucristo. De esta manera la iglesia del hogar es al mismo tiempo una Iglesia misionera. ¡Hagámosle caso a San Pablo!

Evangelio: Lc 18, 1-8

Jesús nos dice que cuando nosotros, los elegidos, oramos sin desmayar entonces Dios nos hará justicia. ¿Cuál será esta justicia? Cuando Jesús se acerca a Juan el Bautista para que lo bautice éste se resiste y dice que Jesús tiene que bautizarlo a él. ¿Recuerdan la respuesta de Jesús? Jesús insiste para “se cumpla toda justicia” (Mt 3, 14-15). ¿Y cuál es esta justicia? Jesús, el Hijo de Dios, se ha hecho hombre para cargar con nuestros pecados y para redimirnos. Deberíamos pedir incesantemente que Dios haga esta justicia con cada uno de nosotros.

 

Reflexionemos los padres

¿No le parece que estos pasajes realmente nos animan a revisar un poco cómo hacemos la oración en familia y personalmente? Dios está siempre presente y nos envuelve en su amor. Lo importante es que esté también presente en nuestro corazón y en nuestra mente. Ciertamente nos ayudan los signos exteriores. Se supone que en cada cuarto de la casa hay imágenes religiosas y una cruz. Recuperar nuevamente la costumbre, por ejemplo, de las jaculatorias cuando vemos una imagen o una cruz, también en momentos ocupadísimos, nos ayudará a hacer presente conscientemente a Dios dentro de nosotros. Y también debe haber momentos fijos cuando toda la familia está en oración: al bendecir la mesa, quizás un misterio del Rosario antes de que los niños vayan a la cama, etcétera. De todos modos, no debe pasar un día sin que la familia rece como iglesia del hogar que es. Evidentemente necesitamos muchas veces ayudarnos mutuamente para que haya el recogimiento indispensable para una oración. ¿Los esposos oran juntos antes de dormir? Hay abundante materia para reflexionar, ¿verdad?

 

Reflexionemos con los hijos

Es un momento oportuno para revisar con los hijos como y cuando rezan sus oraciones. La mejor enseñanza es el ejemplo de los padres. Y cuando ellos comparten sus combates y sus dificultades respecto a la oración entonces los hijos fácilmente también abren su corazón y dan testimonio de cómo es realmente su vida de oración. Se supone que todos rezan los unos por los otros también durante su oración personal. Ayudará también el preguntar a los hijos como mejorar la vida de oración en familia. Y ciertamente compartiremos en familia cuando hemos encontrado una oración especialmente inspiradora.

 

Conexión y eucarística

Cuando participamos en la celebración eucarística Jesús ora por nosotros, ora con nosotros, recibe las oraciones que le dirigimos a él, y nosotros, que somos miembros de su cuerpo místico que es la Iglesia, estamos unidos a él en esta torrentera de adoración, de acción de gracias, de súplicas y de pedir perdón por nuestros pecados. La oración de todos los días nos ayudará a estar cada vez más profundamente unida a la oración de Jesús eucarístico.

 

Nos habla la iglesia
(El texto que ofrecemos es un tanto largo; pero vale la pena asimilar todo lo que dice el Santo Padre)

La plegaria familiar

La Iglesia ora por la familia cristiana y la educa para que viva en generosa coherencia con el don y el cometido sacerdotal recibidos de Cristo Sumo Sacerdote. En realidad, el sacerdocio bautismal de los fieles, vivido en el matrimonio-sacramento, constituye para los cónyuges y para la familia el fundamento de una vocación y de una misión sacerdotal, mediante la cual su misma existencia cotidiana se transforma en «sacrificio espiritual aceptable a Dios por Jesucristo». Esto sucede no sólo con la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos o con la ofrenda de sí mismos para gloria de Dios, sino también con la vida de oración, con el diálogo suplicante dirigido al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo.

La plegaria familiar tiene características propias. Es una oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. La comunión en la plegaria es a la vez fruto y exigencia de esa comunión que deriva de los sacramentos del bautismo y del matrimonio. A los miembros de la familia cristiana pueden aplicarse de modo particular las palabras con las cuales el Señor Jesús promete su presencia: «Os digo en verdad que si dos de vosotros conviniéreis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Esta plegaria tiene como contenido original la misma vida de familia que en las diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y es actuada como respuesta filial a su llamada: alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. Además, la dignidad y responsabilidades de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración.

Maestros de oración

En virtud de su dignidad y misión, los padres cristianos tienen el deber específico de educar a sus hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él: «Sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deberes del sacramento del matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y a adorar a Dios y a amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo».

Elemento fundamental e insustituible de la educación a la oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio sacerdocio real, calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar. Escuchemos de nuevo la llamada que Pablo VI ha dirigido a las madres y a los padres: «Madres, ¿enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el rosario en familia? Y vosotros, padres, ¿sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo, en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común vale una lección de vida, vale un acto de culto de un mérito singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos: "Pax huic domui". Recordad: así edificáis la Iglesia».

Plegaria litúrgica y privada

Hay una relación profunda y vital entre la oración de la Iglesia y la de cada uno de los fieles, como ha confirmado claramente el Concilio Vaticano II. Una finalidad importante de la plegaria de la Iglesia doméstica es la de constituir para los hijos la introducción natural a la oración litúrgica propia de toda la Iglesia, en el sentido de preparar a ella y de extenderla al ámbito de la vida personal, familiar y social. De aquí deriva la necesidad de una progresiva participación de todos los miembros de la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, y en los otros sacramentos, de modo particular en los de la iniciación cristiana de los hijos. Las directrices conciliares han abierto una nueva posibilidad a la familia cristiana, que ha sido colocada entre los grupos a los que se recomienda la celebración comunitaria del Oficio divino. Pondrán asimismo cuidado las familias cristianas en celebrar, incluso en casa y de manera adecuada a sus miembros, los tiempos y festividades del año litúrgico.

Para preparar y prolongar en casa el culto celebrado en la iglesia, la familia cristiana recurre a la oración privada, que presenta gran variedad de formas. Esta variedad, mientras testimonia la riqueza extraordinaria con la que el Espíritu anima la plegaria cristiana, se adapta a las diversas exigencias y situaciones de vida de quien recurre al Señor. Además de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar explícitamente —siguiendo también las indicaciones de los Padres Sinodales— la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular.

Dentro del respeto debido a la libertad de los hijos de Dios, la Iglesia ha propuesto y continúa proponiendo a los fieles algunas prácticas de piedad en las que pone una particular solicitud e insistencia. Entre éstas es de recordar el rezo del rosario: «Y ahora, en continuidad de intención con nuestros Predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del santo Rosario en familia .... no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida».Así la auténtica devoción mariana, que se expresa en la unión sincera y en el generoso seguimiento de las actitudes espirituales de la Virgen Santísima, constituye un medio privilegiado para alimentar la comunión de amor de la familia y para desarrollar la espiritualidad conyugal y familiar. Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, es en efecto y de manera especial la Madre de las familias cristianas, de las Iglesias domésticas.

Plegaria y vida

No hay que olvidar nunca que la oración es parte constitutiva y esencial de la vida cristiana considerada en su integridad y profundidad. Más aún, pertenece a nuestra misma «humanidad» y es «la primera expresión de la verdad interior del hombre, la primera condición de la auténtica libertad del espíritu».

Por ello la plegaria no es una evasión que desvía del compromiso cotidiano, sino que constituye el empuje más fuerte para que la familia cristiana asuma y ponga en práctica plenamente sus responsabilidades como célula primera y fundamental de la sociedad humana. En ese sentido, la efectiva participación en la vida y misión de la Iglesia en el mundo es proporcional a la fidelidad e intensidad de la oración con la que la familia cristiana se una a la Vid fecunda, que es Cristo.

De la unión vital con Cristo, alimentada por la liturgia, de la ofrenda de sí mismo y de la oración deriva también la fecundidad de la familia cristiana en su servicio específico de promoción humana, que no puede menos de llevar a la transformación del mundo (Juan Pablo II, Sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual, 59-62).

 

Vivencia familiar

Todos de alguna manera tratamos de renovar la oración personal y en familia. Rezaremos especialmente en esta intención: que Dios pide la oración de nuestro hogar.

 

Leamos la Biblia con la Iglesia
(1era lectura: año impar; 2a lectura año par)

Lunes: Rom 4, 20-25; Ef 2, 1-10; Lc 12, 13-21

Martes: Rom 5, 12.15b. 17-19.20b-21; Ef 2, 12-22; Lc 12, 35-38

Miércoles: Rom 6, 12-18; Ef 3, 2-12; Lc 12, 39-48

Jueves: Rom 6, 19-23; Ef 3, 14-21; Lc 12, 49-53

Viernes: Rom 7, 18-25a; Ef 4, 1-6; Lc 12, 54-59

Sábado: Rom 8, 1-11; Ef 4, 7-16; Lc 13, 1-9

 

Oraciones

Oración por la familia

Autor: Juan Pablo II

Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, Padre, que eres Amor y Vida, haz que en cada familia humana sobre la tierra se convierta, por medio de tu Hijo, Jesucristo, "nacido de Mujer", y del Espíritu Santo, fuente de caridad divina, en verdadero santuario de la vida y del amor para las generaciones porque siempre se renuevan.

Haz que tu gracia guíe a los pensamientos y las obras de los esposos hacia el bien de sus familias y de todas las familias del mundo.

Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el amor.

Haz que el amor, corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis, por las que a veces pasan nuestras familias.

Haz finalmente, te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, que la Iglesia en todas las naciones de la tierra pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia y por medio de la familia. Tú, que eres la Vida, la Verdad y El Amor, en la unidad del Hijo y del Espíritu santo.

59. La Iglesia ora por la familia cristiana y la educa para que viva en generosa coherencia con el don y el cometido sacerdotal recibidos de Cristo Sumo Sacerdote. En realidad, el sacerdocio bautismal de los fieles, vivido en el matrimonio-sacramento, constituye para los cónyuges y para la familia el fundamento de una vocación y de una misión sacerdotal, mediante la cual su misma existencia cotidiana se transforma en «sacrificio espiritual aceptable a Dios por Jesucristo».(149) Esto sucede no sólo con la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos o con la ofrenda de sí mismos para gloria de Dios, sino también con la vida de oración, con el diálogo suplicante dirigido al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo.

 



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