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El Pastor de la maravilla de Don Gennaro Matino

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Don Gennaro Matino

Navidad, en casa del tío Pepe, comenzaba en noviembre al abrir las cajas del belén para ir limpiando las figuras y terminaba en enero, al volver a cerrar las cajas, hasta el año siguiente. El tío Pepe quería ser el único director de escena; conocía, uno por uno a los pastores, cada uno de los cuales tenía su nombre. María era María, José era José y el Niño era el Niño, y no se podían llamar de otra manera, pero el buey se llamaba Peppiniello y la mula Donina. 

El tío Pepe le explicaba a la señora Luisa, su mujer: 
«Dicen que hay que respetar todas las religiones y todas las culturas, pero ¿me quieres decir qué Navidad sería sin el nacimiento del Niño? Hay quien, en vez del nacimiento del Hijo de Dios, quiere celebrar el solsticio de invierno. Les gustaría acabar con la Navidad. Desde que nació el Niño, lo han intentado varias veces, pero no lo han conseguido ni lo conseguirán». 

Sacaba de la caja el portal y, ante los ojos asombrados de Genarino, su cuasi nieto, hijo de unos vecinos, le comentaba: 
«¿Ves? Representa el regazo de una madre que nos trajo la salvación. Lo que importa es que el Niño se refugió en una cueva para nacer, y aquella cueva se ha transformado en refugio para cualquier ser humano capaz de entender que Dios se hace hombre». 

Sacaba de la caja la figurita de un pastor con la boca abierta y explicaba: 
«Es que todos aquellos pastores se quedaron como paralizados, con la boca abierta. Éste es el pastor que no hablaba; sólo estaba ante el Niño con la boca abierta todo el rato; por eso le puse el nombre del Pastor de la maravilla». 
Eran ya las ocho de la tarde y el tío Pepe se puso a soñar en voz alta con su mujer y con el muchacho, la señora Luisa, sobre aquel año que, por Navidad, ¡nevó en Nápoles!: 

«Acuérdate, Genarino, de que el belén es conservar la nieve en el corazón, aunque la nieve no caiga. No cae, pero tú la ves». 

Fue sacando de las cajas figura tras figura y poniendo cada una en su sitio, porque -¿saben ustedes?- cada figura del belén tiene su sitio, no da igual ponerlas de cualquier manera; no, no, cada una tiene su sitio ante el portal, como lo tiene el Ángel y la lavandera y los Reyes y sus pajes. 

«Y este pastor que está durmiendo, ¿dónde lo ponemos, Pepino?», preguntó la señora Luisa. 

-«Para empezar, no está durmiendo, está soñando. La diferencia, como en todo lo del belén, está en la palabra misterio. El sueño, para la Sagrada Escritura, es el lugar donde el hombre se abre al Misterio. Y en el belén hay siempre ríos y pozos, porque si excavamos dentro de nosotros, encontramos a Dios. Y nadie puede pararse delante del Belén sin formar parte de él. Hablando en plata: como los pastores, tenemos que anunciar a los demás el nacimiento de Jesús; si no, ¿para qué nos ponemos a hacer el belén?» 

Y resulta que, al sacar la figura del Niño, estaba descascarillada y el tío Pepe no paró hasta que unas horas antes de la Nochebuena, en el viejo taller artesano en el que su abuelo había comprado la figura del Niño, se lo volvieron a dejar como su Madre lo había dado a luz, precioso, reluciente y sonriente. 

Y ¿saben qué? Que cuando el tío Pepe salió del taller artesano, con su Niño restaurado, ¡no se lo van a creer ustedes!, pero sobre Nápoles empezaron a caer unos copos de nieve. 

Porque en Nápoles, como en todas partes cada año, por Navidad verdaderamente el Niño Jesús nace de nuevo en los corazones. Y el Pastor de la maravilla sigue cada año con la boca abierta y en silencio ante tan grande Misterio. 

Fue sacando de las cajas figura tras figura y poniendo cada una en su sitio, porque –¿saben ustedes?– cada figura del belén tiene su sitio, no da igual ponerlas de cualquier manera; no, no, cada una tiene su sitio ante el portal, como lo tiene el Ángel y la lavandera y los Reyes y sus pajes. «Y este pastor que está durmiendo, ¿dónde lo ponemos, Pepino?», preguntó la señora Luisa.–«Para empezar, no está durmiendo, está soñando. La diferencia, como en todo lo del belén, está en la palabra misterio. El sueño, para la Sagrada Escritura, es el lugar donde el hombre se abre al Misterio. Y en el belén hay siempre ríos y pozos, porque si excavamos dentro de nosotros, encontramos a Dios. Y nadie puede pararse delante del Belén sin formar parte de él. Hablando en plata: como los pastores, tenemos que anunciar a los demás el nacimiento de Jesús; si no, ¿para qué nos ponemos a hacer el belén?» Y resulta que, al sacar la figura del Niño, estaba descascarillada y el tío Pepe no paró hasta que unas horas antes de la Nochebuena, en el viejo taller artesano en el que su abuelo había comprado la figura del Niño, se lo volvieron a dejar como su Madre lo había dado a luz, precioso, reluciente y sonriente. Y ¿saben qué? Que cuando el tío Pepe salió del taller artesano, con su Niño restaurado, ¡no se lo van a creer ustedes!, pero sobre Nápoles empezaron a caer unos copos de nieve. Porque en Nápoles, como en todas partes cada año, por Navidad verdaderamente el Niño Jesús nace de nuevo en los corazones. Y el Pastor de la maravilla sigue cada año con la boca abierta y en silencio ante tan grande Misterio. 

Don Gennaro Matino es un párroco napolitano que, además, enseña Teología pastoral. En vísperas de Navidad ha publicado lo que él llama La novela del Pesebre, y sólo alguien que a la vez es párroco y profesor, y, por si fuera poco, napolitano, puede acertar a escribir algo tan sencillo y profundo a la vez. (A&O 572)





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