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MÁS HOMILÍAS PARA LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

 

Recursos adicionales para la preparación

 

 

A su disposición

1. SANTIDAD/SEGUIMIENTO:

2. Una Muchedumbre inmensa

3. SANTOS/HIJOS-DE DIOS

4. IMAGEN Y SEMEJANZA

5. Montaña de las bienaventuranzas

6. ¿Quiénes son esos "todos"?

7. SANTIDAD-FALSA:

8. Basta con ser fieles al don que hemos recibido de Dios.

9. Una muchedumbre inmensa

10.Los santos de nuestro entorno (Apc 7,2-4.9-14; Mt 5,1-12a)

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 



1. SANTIDAD/SEGUIMIENTO:
TODOS LOS SANTOS QUE HOY CELEBRAMOS NOS DEMUESTRAN QUE SEGUIR A XTO ES POSIBLE Y ESO ES LA SANTIDAD.
Son varios los aspectos que en la homilía de hoy convendría resaltar. Aspectos que cada predicador ordenará de distinto modo, según su ambiente, pero que en conjunto quieren abarcar la riqueza de esta festividad.

a) En un mundo como el nuestro, en que hay tanto déficit de alegría y de optimismo, en que a veces incluso uno llega a pensar que la vida no tiene mucho sentido, la fiesta de hoy NOS INVITA A TODOS A TENER ÁNIMOS. La visión poética y optimista del Ap nos asegura que este camino que seguimos, creyendo en Cristo, tiene razón de ser.

b) El misterio de los Santos está en que ELLOS HAN LLEGADO A LA PLENITUD que Dios nos prepara a todos. Lo que aquí ya empieza (vida, amor, felicidad, comunidad, etc.), ellos ya lo experimentan en su verdad última: como dice san Juan, entonces lo veremos tal como es. Pero la razón última está en la iniciativa de Dios: nos ha hecho sus hijos, nos ha incorporado -ya ahora- a su misma vida. Aunque la comunión con él será total sólo al final del camino. Al final está el triunfo y la comunión perfecta.

c) Una dimensión que siempre hay que subrayar es la UNIVERSALIDAD de este misterio de los Santos. La escena que pinta el Ap, llena de símbolos e imágenes, quiere decir eso: hombres de toda raza y condición social están gozando de Dios. Hoy celebramos a todos esos santos anónimos, no sólo a los "canonizados" oficialmente: cristianos de veinte siglos, de todos los pueblos de la tierra, niños y ancianos, profesores y monjas, padres y madres de familia, papas y trabajadores. Además esta universalidad se concreta en los diversos modos de seguir a Cristo: el modelo es único, pero las situaciones sociales y los temperamentos han sido muy varios. Desde cualquier coordenada histórica se puede seguir a Cristo. Es una visión consoladora para cualquier comunidad, porque al hablar de "santos" instintivamente pensamos en obispos o papas o fundadores.

d) Lo común de todos ellos parece indicarlo el evangelio: EL CAMINO DE LAS BIENAVENTURANZAS, que cada uno en sus circunstancias ha seguido. Hoy tal vez no es el día para detenerse demasiado en la erudición exegética en torno a estas ocho palabras sorprendentes de Jesús, ni en la diferencia de su versión en Mt y en Lc. El modelo de las bienaventuranzas -para los santos que hoy celebramos y para todos nosotros- es la actitud básica del cristiano: la apertura a Dios, la humildad del que sabe que de Él viene la salvación, la disponibilidad, la pureza de corazón, la misericordia, los sentimientos de paz, el hambre de justicia, la entereza ante la persecución... El ejemplo de la Virgen María (hoy -¿cómo no?- al frente de todos los Santos) es transparente: "he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Esta lista de las bienaventuranzas nunca acabamos de creérnosla: en el mundo de hoy es precisamente al revés...

e) La fiesta de hoy es nuestra FIESTA DE FAMILIA: son hermanos nuestros (el prefacio hablará de "los santos, nuestros hermanos"). De nuestra raza. De nuestra familia. No ángeles o héroes de otro planeta. Han seguido el mismo camino que nosotros (el Ap dice que "vienen de la gran tribulación") y ahora triunfan por haber sido fieles a su fe.

Recomendaría a los predicadores que leyeran los números 48-51 de la "Lumen Gentium", que presentan estupendamente la múltiple comunión que existe entre la Iglesia peregrina de aquí y los santos. A la vez que interceden por nosotros, ellos son la prueba viviente de que es posible ser fiel a Cristo en cualquier situación: el prefacio vale la pena adelantarlo en la homilía: "nos encaminamos alegres hacia la Jerusalén celeste", "guiados por la fe y animados por la gloria de los Santos: en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad".

f) Pero también es LA FIESTA DE CRISTO. Es su mayor éxito: el que a lo largo de los siglos tantos millones de personas hayan creído en Él y hayan aceptado su plan de vida. Parece que fracasó, pero hoy celebramos precisamente su triunfo, en el triunfo de sus miembros. El Evangelio lo han vivido, lo han hecho historia. Y son innumerables. Hoy es la fiesta del "Cristo total", de la Iglesia con su Esposo y Cabeza, Cristo.

g) SANTO/QUIÉN-ES: Y finalmente la fiesta de hoy es una LLAMADA A LA SANTIDAD para todos nosotros. Ser santos no es hacer necesariamente milagros, ni dejar obras sorprendentes para la historia. Es difícil definir lo que es la santidad -y no habría que meterse en honduras en la homilía-, pero todos esos santos que hoy celebramos nos demuestran que seguir a Cristo es posible, y que eso es la santidad. Tuvieron defectos. No eran perfectos. Cometieron pecados. Fueron "normales". Pero creyeron en el Evangelio y lo cumplieron. Algunos han dejado huella profunda. Otros han pasado desapercibidos. A todos les honramos hoy. Y aceptamos su invitación a seguir su camino. Aquí también recomendaría leer la "Lumen Gentium", en sus números 39-41, que hace un llamamiento a la santidad a los cristianos de todos los estados.
J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1981, 20

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2. Una Muchedumbre inmensa
"Una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas", decía la primera lectura que hemos escuchado, del libro del Ap. Gentes de ahora, gente que conocemos, que nos encontramos cada día por la calle o en casa o en el trabajo, y gente de hace mucho tiempo, de años y siglos atrás. Gente de aquí, de este país y esta ciudad, y gente de muy lejos, de tierras que nos suenan exóticas. Gente de toda nación, de todas las razas, pueblos y lenguas.

Este es el recuerdo de la fiesta de Todos los Santos. Que TANTOS HOMBRES Y MUJERES, DE TANTOS TIEMPOS Y LUGARES, HAN QUERIDO CAMINAR COMO SIERVOS DE DIOS. Tantos hombres y mujeres que han creído que, SIEMPRE, EL AMOR ERA MAS VALIOSO QUE CUALQUIER OTRA COSA. Tantos hombres y mujeres que han sabido mantener la llama del destello de bondad que Dios, el Padre, ha encendido en el corazón de todo aquel que nace en este mundo. Tantos hombres y mujeres que han descubierto que poner la vida al servicio de todos era la clave de toda alegría y toda ilusión. Tantos hombres y mujeres que, en definitiva, han querido caminar como caminó JC.

Este es el recuerdo de la fiesta de Todos los Santos. Tanta gente, una muchedumbre tan inmensa, que NOS LLENA EL CORAZÓN DE ESPERANZA. Porque, conocidos o desconocidos, teniendo ante los ojos la luz de JC o entreviéndola tan sólo a tientas, todos aquellos que hoy celebramos han vivido lo que nosotros queremos vivir, Y NOS LLAMAN Y NOS ACOMPAÑAN.

San Juan, en la segunda lectura que hemos escuchado, nos decía dónde se halla la FUENTE QUE HA ALIMENTADO a toda esa muchedumbre a lo largo de su camino: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". El Padre nos ha amado, y nos ha reconocido como hijos suyos. Y este reconocimiento, este ser hijos de Dios, es el motor que nos hace andar. Porque ser hijos de Dios significa LLEVAR DENTRO EL MISMO ESPÍRITU DE JC, esta llama que llena el mundo y lo conduce hacia el Reino.

Porque este Espíritu, la llama que Dios ha encendido en el corazón de cada hombre, NUNCA DEJA DE ARDER, y no permite que nos quedemos parados, y nos infunde al ansia de aprender cada vez más a amar y a vivir. Y, como ha encendido el alma de esta muchedumbre inmensa que hoy recordamos y la ha conducido hacia la fiesta eterna del Reino, también a nosotros nos conduce, para que vivamos cada vez más como verdaderos hijos de Dios, para que vivamos cada vez más como aquellos a quienes Jesús ha prometido su Reino.

Lo hemos escuchado en el evangelio. Son aquellas claras palabras, la proclamación de la gozosa noticia que Jesús trae al mundo, la llamada a la esperanza de todos aquellos que quizás creían que les quedaba poco que esperar: DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS. Porque, hermanos, esta muchedumbre inmensa, está FORMADA POR TODOS AQUELLOS QUE HAN PODIDO MANTENER EL CORAZÓN ABIERTO A LA ESPERANZA, porque su vida no estaba cubierta por la indiferencia, o el egoísmo, o el ansia de figurar, o el creerse las personas más importantes del mundo. Esta muchedumbre inmensa la forman los pobres, los limpios de corazón, los que anhelaban la justicia, los que han trabajado por la paz, los perseguidos, los que han tenido que sufrir tantas y tantas cosas. Porque han sido ellos los destinatarios de la palabra de Jesús. Y, como ellos, si somos como ellos, también a nosotros se dirigirá esta palabra.

Hermanos: En la fiesta de Todos los Santos, SINTAMOS LA ALEGRÍA DE QUERER CAMINAR POR EL LARGO CAMINO POR EL QUE TANTOS OTROS HAN PASADO. Sintamos la alegría de pertenecer a esta muchedumbre inmensa de hombres y mujeres que han querido ser pobres, que han querido amar, que han querido mantener encendida la llama del Espíritu de Dios, SINTAMOS LA ALEGRÍA DE SER LLAMADOS POR EL PADRE, NOSOTROS TAMBIÉN, PARA SER SUS HIJOS.

Y ahora, en el recuerdo de la fiesta de Todos los Santos, celebremos la Eucaristía. La presencia entre nosotros de JC, EL QUE ENCABEZA LA LARGA MARCHA, el que ha llegado al término y desde allí nos ha llamado a todos. Hagamos, hermanos, nuestra acción de gracias al Padre.
J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1977, 20

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3. SANTOS/HIJOS-DE DIOS
-El que da sentido a la vida de los santos: Dios. Da gusto celebrar la fiesta de hoy. Es el día de Todos los Santos, la fiesta de todos los santos. Tantos hombres y mujeres, de tantas épocas y de tantos países diferentes, muy parecidos y próximos a nosotros o muy lejanos y desconocidos..., tantos hombres y mujeres que nos han precedido.

Decía S. Juan en la segunda lectura que hemos escuchado: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". Y añade: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es". Estas palabras nos llevan al punto en el que querría que hoy concentráramos nuestra atención.

¿QUÉ ES LO QUE HACE QUE LOS SANTOS VIVIERAN CON TANTA ENTREGA TODA SU VIDA? ¿Dónde encontraban ellos el sentido de todo su camino, un camino vivido, como decíamos anteriormente, de modos tan diferentes? ¿Cuál ha sido el anhelo, la llama ardiente que ha inflamado sus vidas? La respuesta es, sin duda, muy clara: ellos

HAN EXPERIMENTADO, DE PIES A CABEZA, EL SENTIRSE HIJOS DE DIOS; ellos han querido vivir con toda la profundidad posible la unión con Dios; ellos han creído y experimentado que no podía haber nada más grande y capaz de dar felicidad que el mismo Dios; ellos se han lanzado a vivir en toda su vida, en todas sus acciones, en toda su relación con los demás, por todas partes, el amor con que Dios les había llenado. Y por eso son santos. Por eso les veneramos y lo celebramos en su honor.

Este ha sido el sentido, el anhelo, la llama que ha encendido sus vidas. Las vidas de todos los santos. Las de los que tuvieron que llegar hasta derramar su sangre en las primeras persecuciones y las de los que han muerto ahora, también por su fidelidad a la justicia que brota de la fe. Las de los que a lo largo de la historia han renunciado a todo para llevar el Evangelio a tierras lejanas o para atender a los más abandonados de la sociedad. Y las de los que, en la sencillez y la normalidad de la vida diaria, en todo lugar y en todo tiempo, han sembrado semillas de amor, de entrega, de fidelidad, de fe, de esperanza. TODOS ELLOS, TODOS LOS SANTOS, LO SON PORQUE HAN TENIDO A DIOS COMO FUNDAMENTO Y ANHELO DECISIVO DE SUS VIDAS. Y por eso sus vidas han sido transformadas.

-Nosotros también debemos tener a Dios como anhelo fundamental. Nosotros también. Nosotros, al celebrar esta fiesta, deberíamos sentir una llamada muy honda a ser como ellos, a hacer como ellos. DEBERÍAMOS SENTIR UNA LLAMADA MUY HONDA A TENER DE VERDAD, MUY DE VERDAD, A DIOS COMO EL ANHELO FUNDAMENTAL, DECISIVO, DETERMINANTE, DE NUESTRAS VIDAS. Porque si lo hacemos así, si en verdad lo tenemos, lo tendremos ya todo, porque en Dios está todo. DIOS ES LA GRACIA QUE SALVA, la promesa que nunca falla, la paz cuando todo se tambalea, el futuro gratuito, bondadoso y sorprendente, que está más allá de lo que nosotros trabajamos y construimos, la roca firme en la que podemos edificar sin miedo nuestras vidas, el perdón ofrecido constantemente y que permite en cada instante empezar de nuevo.

Y DIOS ES, IGUALMENTE, EL IMPULSO BONDADOSO Y EXIGENTE A LA VEZ: aquel delante del cual por fuerza tenemos que ser sinceros, y que no nos deja disimular con excusas nuestra pereza en la hora de convertir su gracia en entrega a los demás, en actitud de servicio, en lucha contra nuestro egoísmo, en fidelidad a los compromisos, en seguimiento del Evangelio. DIOS ES, AL FIN Y AL CABO, COMO DECÍA S.JUAN, AMOR: es el amor, es todo el amor; amor que se nos da, que nos llena totalmente, y amor que nosotros tenemos que irradiar también, que tenemos que hacer presente en nuestra manera de vivir.
Celebremos, pues, con gozo y acción de gracias, la fiesta de todos los santos. Y que el Dios que a ellos les llenó tan plenamente, nos llene también a nosotros y llegue a ser -de verdad- el sentido y el anhelo más hondo de nuestras vidas.
J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 20

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4. IMAGEN Y SEMEJANZA /Gn/01/26.
-Semejantes a Dios.
La historia del hombre empieza con aquella frase -que es lástima que recordemos poco- del libro del Gn: "Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Y la historia del hombre se dirige -hemos escuchado hoy en la segunda lectura, de la carta de S.Juan- hacia la plenitud de esta semejanza: "sabemos que seremos semejantes a él (a Dios, nuestro Padre), porque le veremos tal cual es". Entre la semejanza inicial y la semejanza final, transcurre nuestra historia. Una historia que podríamos definir como una propuesta de crecer cada vez más en esta semejanza con el Dios que está en el cielo.

D/PATER/CIELO: El problema es que a este Dios Padre, al que nos asemejamos porque somos su mejor obra y al que debemos asemejarnos más, ya que por amor nos ha hecho sus hijos, a este Dios le conocemos poco. No en vano le decimos en el Padrenuestro que "estás en el cielo", es decir, que Dios está siempre por encima de nosotros, más allá de nuestras imágenes y pensamientos, no es alguien que podemos definir o imaginar. Por algo en el A.T. se prohibía hacer imágenes de Dios, porque si nosotros estamos hechos a su semejanza sin embargo no podemos hacernos un Dios a nuestra semejanza: siempre es más, mucho más de lo que nosotros podemos pensar o dibujar. San Juan, en su carta, nos decía: "cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es". Pero, mientras tanto, podemos preguntarnos: ¿cómo hacernos cada uno más semejantes a Dios, nuestro Padre, si no le hemos visto, si le conocemos poco, si fácilmente nos podemos equivocar con nuestras ideas o imágenes sobre él?

-Los santos, reveladores de Dios.
He querido decir todo esto porque me parece que nos puede ayudar a entender y valorar la fiesta de hoy, esta fiesta en que recordamos a todos los santos -canonizados o no- que han existido, que han vivido como hombres y mujeres semejantes a nosotros.

La pregunta que planteaba -¿cómo hacernos semejantes a Dios Padre si no lo hemos visto, si le conocemos tan poco?- tiene sin duda su gran respuesta en Jesús, el gran Santo, el hombre que fue Hijo de Dios. Él, porque conocía a su Padre y nuestro Padre, nos pudo hablar de Él, dárnoslo a conocer. El Dios en quien creemos los cristianos es el Padre que nos reveló, que nos dio a conocer, Jesús de Nazaret. Y podemos asemejarnos a Dios siguiendo el Evangelio de Jesús, que no es otra cosa sino el anuncio de que todos podemos vivir como hijos de Dios si vivimos en comunión con el amor de Dios (eso es lo que nos hace posible asemejarnos a Dios: vivir según su amor), Jesús es el gran Santo, el gran Revelador de Dios Padre. Pero podemos también añadir que todos los santos -en medida más limitadamente humana- son también reveladores de Dios, imágenes de Dios. Aprendiendo de su vida podemos aprender cómo es Dios Padre. Porque Dios se ha hecho presente en ellos, sin eliminar sus limitaciones humanas, incluso sus defectos, su dependencia de cada época y lugar..., pero revelándose a través de su esfuerzo por vivir aquel gran mandamiento: el del amor a Dios y al prójimo, un único y semejante mandamiento.

-Más importancia a los santos.
Por eso me parece que deberíamos dar más importancia a los santos. No tanto para pedirles cosas -la oración de la Iglesia nos enseña a dirigirnos a Dios en nuestras peticiones- como para conocerles mejor y así acercarnos al conocimiento de Dios, del Dios que nos manifestó J.C. Ellos, sólo hombres y mujeres como cualquiera de nosotros, de edades, condiciones sociales, culturas, temperamentos..., muy diversos, son de alguna manera como imágenes de Dios, ya que fueron más semejantes a Él que nosotros.
Y aún quisiera añadir, para terminar, que posiblemente todos hemos conocido a hombres y mujeres no santos canonizados, pero hombres y mujeres que han sido o son para nosotros como imágenes de Dios. A través de ellos -de su amor, de su bondad, de su espíritu de justicia y de verdad, de su generosidad sencilla- hemos descubierto algo de este Dios Padre que está en el cielo y al que todos hemos de querer asemejarnos cada vez más para vivir más como lo que somos: hijos suyos.
Pidámoslo en este misa, en la Eucaristía que siempre celebramos en unión con todos los santos del cielo y en comunión con todos los hombres y mujeres de la tierra, en camino hacia aquella plenitud de dicha, de bienaventuranza, que Dios quiere para todos.
JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1988, 21

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5. Montaña de las bienaventuranzas
Lo que Sinaí para el pueblo judío, es esta montaña de las bienaventuranzas para los discípulos de Jesús. Y el mensaje del Sinaí, carta constitucional del pueblo de Dios, encuentra su complemento cristiano en las bienaventuranzas, verdadera constitución del nuevo pueblo de Dios, convocado por Jesucristo.

Para su proclamación, Jesús parte de la vida de los hombres a quienes dirige el mensaje: situaciones de opresión como pueblo, de pérdida de identidad, de humillación, de pobreza.


Es a esta situación de su pueblo, es a estos hombres concretos a quienes el Señor Jesús quiere dar un sentido nuevo, de felicidad en la esperanza. Jesucristo llama bienaventurados no a quienes viven pobres a su pesar, ni a quienes sufren persecución por sus maldades, ni a quienes son pacíficos, mansos, buenos, porque no son capaces de ser malos o rebeldes. Jesús llama bienaventurados a quienes, por dedicarse a la construcción de un nuevo modelo de sociedad, a la que Jesús llama su "Reino", esa sociedad que tiene el amor como alma y la justicia y la libertad como componentes fundamentales, afrontan los riesgos de la pobreza, de la humillación, de la persecución, del hambre, del desconocimiento y de la muerte. A todos ellos, por constructores de su Reino, Jesús los llama bienaventurados.

El propio Jesucristo es quien encabeza la lista de los que por el Reino se hacen pobres y mansos, pacíficos y sufrientes, y a todos los que de una manera activa, consciente y responsable, afrontan los mismos riesgos, los incorpora a su propia bienaventuranza. Bienaventurados los llama, no por lo que sufren, sino por lo que construyen; no por lo que tienen que vivir, sino por el Reino cuya construcción los lleva a semejante vida. Cristo, en su Evangelio, se identifica de tal manera con el Reino que quiere promover entre los hombres, que cuanto se hace por este reino lo considera hecho por él mismo.

Desde que Jesucristo se hizo pobre para iniciar el Reino, lloró y fue perseguido por pretender establecer su Reino, todos cuantos se hacen pobres o viven su pobreza por el Reino de los Cielos, todos cuantos sufren persecución, humillaciones o desconocimiento por el reino, son bienaventurados, tienen dentro de ellos mismos la semilla de la felicidad, son dichosos en la esperanza, que es lo mismo que dar sentido de felicidad a todo lo que, desde otra óptica, el mundo llama desgracias y fracasos.

Después del sermón del monte, después de las bienaventuranzas, para quien se esfuerza por construir el Reino de Dios los sufrimientos, sin dejar de ser sufrimientos, tienen un sentido nuevo y se viven de una forma distinta. Sufrir por el Reino es vivir ya por adelantado la felicidad del mismo en esperanza.

BITS/PROGRAMA: Vivir las bienaventuranzas no consiste en aceptar, más o menos pasivamente, el sufrimiento, la pobreza, el hambre y la persecución que la vida de cada uno comporta, ni tampoco en ese "estar dispuesto" a ser pobre, o pasar hambre..., subterfugios con que a veces ocultamos nuestros egoísmos y cobardías. El programa de las bienaventuranzas es un programa fundamentalmente activo. Para Cristo es bienaventurado el que trabaja por el Reino, el que se identifica con él, el que vive de tal manera su amor que ese amor le lleva a hacerse pobre, a sufrir con quien sufre, a padecer persecución, a vivir y hasta morir al estilo del propio Jesucristo.

Con demasiada frecuencia cargamos el acento, al reflexionar sobre las bienaventuranzas, en las circunstancias personales de aquéllos a quienes el Señor llama bienaventurados (en la pobreza, en la mansedumbre, en el sufrimiento...), como si estas circunstancias fueran la causa fundamental de su felicidad, olvidándonos de la verdadera razón por la que los pobres y los mansos y quienes sufren persecución son llamados felices por el Señor. Y lo importante es esto último: la identificación con Cristo y con su Reino, que, progresivamente, a medida que la vayamos viviendo, nos llevará de modo ineludible a vivir la vida terrena y sufriente de los bienaventurados.

En efecto; a medida que nos vayamos identificando con Jesucristo y trabajemos por construir su Reino, ¿no nos iremos desprendiendo progresivamente de nuestros bienes para aliviar las necesidades de los hermanos y, por tanto, no nos iremos haciendo cada vez más pobres realmente?; ¿no nos iremos haciendo cada vez más sensibles ante los dolores de los hermanos y sufriremos con ellos?; ¿no nos dolerán las injusticias y las desigualdades y nos comprometeremos en la lucha por un mundo distinto, aunque ello nos acarree persecuciones y calumnias? A medida que vayamos viviendo los valores del Reino, ¿no nos iremos identificando progresivamente con Jesucristo, con su Cruz y con su Muerte? Y todo ello no nos hará desgraciados ni infelices. Muy al contrario, seremos bienaventurados porque habremos entregado nuestra vida al Reino y el Reino nos pertenecerá.
DABAR 1980, 55

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6. ¿Quiénes son esos "todos"?
Al celebrar hoy la fiesta de Todos los Santos, una expresión tan "amplia" nos lleva a una primera reflexión sobre ese "todos" ¿Quiénes son esos "todos"? La respuesta más lógica -y única posible- es que todos son todos. Y lo que puede parecer una simpleza, en la práctica no lo es tanto, pues de hecho, para la gran mayoría de cristianos lo de "todos" equivale -solamente- a unos cuantos.
-Hay santos canonizados, oficialmente proclamados como tales; a lo largo del año litúrgico vamos celebrando sus fiestas.

-Hay santos no canonizados, pero no por eso menos santos; todos aquellos que gozan de la compañía de Dios, aunque no se les haya reconocido oficialmente esa condición.
-Y hay "santos en curso", que somos nosotros, los que hemos aceptado la fe y nos esforzamos por vivir en coherencia con ella; este tipo de santidad es reconocida ya por San Pablo, quien solía llamar "santos" a los fieles a los que dirigía sus cartas. Con esta amplitud de miras hay que entender, pues, a Todos los Santos, aunque hablando con precisión hoy estamos festejando a los de los dos primeros grupos (especialmente el segundo, entre los cuales, a bien seguro, tenemos muchos familiares y amigos).

-NOSOTROS, SANTOS
De todos modos, aunque celebremos a esos santos, su santidad nos debe recordar la nuestra. "Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad o con la que es perfecto el mismo Padre" (_VAT-II). Con estas palabras tan claras recordaba el Concilio Vaticano una realidad que había quedado un tanto relegada al olvido: todos estamos llamados a ser santos. Pero lo cierto es que los buenos propósitos del Concilio aún no han dado muchos frutos, porque aún no hemos asumido, sinceramente y de forma generalizada, el hecho de que todos estamos llamados a la santidad. (...).

-UNA PALABRA DE CORAJE
Frecuentemente hemos tomado las bienaventuranzas como unas enseñanzas de Jesús; incluso las hemos aprendido de memoria, como si eso fuese importante; pero no es así; Jesús empieza el "Sermón de la Montaña" con palabras de ánimo, dando coraje a sus seguidores, a aquellos que, por su fidelidad en el seguirle a él, se van a ver en situaciones como las que enumera, o muchas otras que se pueden dar en la vida de cada creyente concreto; por eso, en cierto sentido, la lista concreta de bienaventuranzas es secundaria; son, sencillamente, situaciones que la injusticia generalizada provoca en aquellos que quieren vivir como discípulos, como "santos". Para esos van estas palabras de ánimo, de esperanza, palabras de coraje para los santos, para los valientes. Y quien no necesite estas palabras de ánimo porque nunca ha tenido dificultades... que vaya preguntándose sinceramente sobre su cristianismo; y que repita las bienaventuranzas, no para demostrar que las sabe, sino para encontrar su vocación de servicio.
L. GRACIETA
DABAR 1990, 53

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7. SANTIDAD-FALSA:
Como en el evangelio se distingue entre gentío y discípulos, también nosotros solemos distinguir entre personas buenas y malas, entre santos y no-santos. Más aún, a veces distinguimos entre personas normales y corrientes, de las heroicas, sufridas, abnegadas y sacrificadas.
Las personas normales y corrientes somos la gran mayoría que vivimos nuestra condición sin pena ni gloria, llenos de problemas y de necesidades. Al lado, pero distantes, colocamos a aquellas otras que por su humildad casi despersonalizadora, su obediencia ciega, su capacidad de control, privación y sufrimiento, parecen más bien casos de estudio sicoanalítico que de encumbramiento como modelos de humanidad.

Esta ha sido, en parte, nuestra concepción de la santidad: una actitud pasiva, aceptadora de todo, sumisa y obediente frente a todos, ascética y disciplinada férreamente, promovedora de seriedad, frialdad, distancia. Más cercana al modelo de hombre que nos proponía Séneca que al modo de vivir abierto, alegre y comprometido de Jesús. Los santos no han sido así, pero sí que nos han sido presentados de esta manera, aunque sepamos de ellos lo tremendamente humanos y constructores de humanidad que fueron.

¡Qué lejos de esto están las lecturas de hoy! No se habla para nada de unas normas que marquen metas de esfuerzo y superación individual, de logros personales en tensión continua por dejarlos atrás en busca de otros nuevos. No es una preparación atlética por superar unas pruebas y los propios records para los que se necesitan unas cualidades especiales.

Las lecturas nos hablan de una muchedumbre inmensa, de unos discípulos cuya decisión radical es luchar contra las fuerzas destructoras del mundo, no sólo lucha en sentido negativo, es sobre todo lucha por crear unas condiciones nuevas de vida, una alternativa a lo que los hombres estamos haciendo hoy. ¿Cómo podrían ser los santos de hoy? Como cada uno quiera. No se trata de crear nuevos prototipos. Se trata de realizar, cada uno en su propio ambiente y según su personalidad, el sentido de las bienaventuranzas.

No se trata de ofrecer nuevos modelos que solucionen a los regímenes sociales su vacío de héroes y prototipos.

No se trata de imitación, de eso ya se ha encargado la sicología, de criticarlo cuando nos habla de que cada uno debe ser fiel a sí mismo para, desde su propia aceptación, desarrollar las propias formas personales.

No es doblegarse a lo que el líder de turno quiera exigirnos con consejos morales, frases piadosas, ejemplos edificantes, poesías místicas. El gran sentido de la fiesta de hoy es invitarnos a todos a ser santos.

SANTOS/QUE-SON: Porque ser santo es seguir siendo una persona normal y corriente que siente la insatisfacción que produce una visión del mundo donde los hombres aceptan como necesidad el tener mucho dinero.

Ser santo es sentir la preocupación del desempleo, del paro, y solidarizarse con quienes lo sufren para paliar su necesidad y trabajar para que los responsables tengan una mentalidad menos lucrativa y más social.

Ser santo es ofrecer nuestra amistad a quien se encuentra solo, ser capaz de temblar cuando descubrimos la incomunicación que nuestro mundo masificado nos transmite y contagia a través de sus aparatos.

Ser santo es no aceptar la violencia a la que nos lleva la competición, el odio que despierta en nosotros la separación de los hombres con barreras económicas, sociales, religiosas, raciales, nacionales. Ser santo es buscar la superación de todas las situaciones negativas que producen sufrimiento en los hombres.

Ser santo es saberse hijo de Dios, llamar con la vida, no con la lengua, a Dios como Padre, lo que significa querer estrechar con los hombres unos lazos mayores de hermandad para, todos juntos, poder invocarlo como Padre.

Ser santo es vivir con la limpieza de corazón suficiente como para caminar por la vida sin segundas intenciones, ofreciendo sinceridad y confianza.

Ser santo es tener confianza, esperanza, alegría, porque Jesús está con nosotros haciendo posible una convivencia nueva que invierta, como las bienaventuranzas del evangelio, todo nuestro sistema de valoración. Santo en la perspectiva de Jesús, es quien ha decidido construir ese nuevo mundo donde los hombres se aman, se quieren, son solidarios y se ayudan, donde no se rechazan unos a otros por su color, dinero, poder... Es quien sabe lo difícil, lenta y penosa que es esa construcción, y a pesar de todo mantiene su espíritu combativo. Entonces es cuando podemos hablar de santidad, cuando a pesar de todo alguien mantiene la esperanza de que su lucha realizada por y con Jesús, tendrá un buen final y la fraternidad entre los hombres irá haciéndose realidad hasta que todos seamos auténticamente hermanos. Ese es el hombre santo y feliz y dichoso y bienaventurado.
DABAR 1978, 58

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8. Basta con ser fieles al don que hemos recibido de Dios.
Los santos, cuya fiesta hoy celebramos gozosamente, fueron lo que hoy somos nosotros. Y nosotros estamos ya señalados para ser lo que hoy son ellos. Basta con ser fieles al don que hemos recibido de Dios. Basta con seguir las huellas de los santos del Cielo.

Para ello, la fiesta de todos los santos nos ofrece un sinfín de posibilidades, de matices, de modos. Ellos se santificaron, fueron fieles al Señor, en su vida de familia, en el trabajo, en el taller y en la oficina, solteros y casados y viudos, niños y jóvenes y ancianos, ricos y pobres, españoles y griegos, blancos y negros.

Por eso, hermanos míos, el recuerdo de todos los santos es una invitación a la alegría, un aliento a nuestra esperanza, una ayuda a nuestra debilidad. Nosotros también esperamos entrar en el Cielo. Y estamos seguros de ello porque el Señor cumple su palabra y su promesa. La ha cumplido ya en esa muchedumbre innumerable de bienaventurados que no cesan de cantar la bondad de Dios en el Cielo.
Ahora nosotros vamos a unir también nuestras voces a ese himno celestial de alabanza al Padre, para darle gracias porque ha llevado consigo a los santos, porque nos llevará también a nosotros. Y así vamos a proclamarlo una vez más en el Credo, ratificando nuestra fe en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro.
EUCARISTÍA 1968, 59

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9. Una muchedumbre inmensa
Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos. No sólo de los que ostentan el pequeño cartel con su nombre y la corona, los que la Iglesia ha declarado que podemos considerar "santos" con garantía. En la celebración de hoy se incluye a todos los que viven con Dios, todos los que forman parte de esta inmensa multitud de la que nos habla la 1.lectura. Una muchedumbre inmensa que nadie podría contar y entre la cual se hallan con toda seguridad personas que nosotros hemos conocido o quizás amado.


Entre esta inmensa muchedumbre hay gente de toda clase, "santos" de todo tipo y para todos los gustos. Dios es lo bastante grande como para amar y salvar a una inmensa muchedumbre; Dios es lo bastante ancho de corazón como para querer que vivan con El gentes de muchos modos de ser, sin exclusiones de razas, ni de clases ni de costumbres, ni de ideologías, ni... Para Dios solo hay una exclusión, y esta exclusión existe porque no puede evitarse: sólo existe la exclusión de aquel que no ha amado. Dios lo siente mucho, pero no hay solución: si un hombre no ha amado de verdad, no puede formar parte de la gran fiesta, de la inmensa muchedumbre, porque la vida eterna no es más que participar de la vida del Dios que es el amor. Quien no sabe lo que es amar, no puede participar del amor. Y Dios no puede solucionarlo. Dios no condena, somos nosotros los que (si nos cerramos ante el amor) nos condenamos a no vivir, a no participar en la gran fiesta de los santos.

Pero pensemos un momento en lo que decía antes: cuál o cuales, entre las personas que hemos conocido, nos parece con más claridad, con más seguridad de no equivocarnos, que están (estarán un día) en esta muchedumbre de santos.

J/IMITACION. Existe una forma bastante fácil de acertar. Tenemos un modelo; se trata de comparar a estas personas con el modelo. El modelo, evidentemente, es JC. Ya sé que entre JC y cualquier hombre o mujer que hayamos conocido existe mucha distancia. Pero, ¿qué es lo que es fundamental en JC? El se entregó, el amó, el fue un servidor. ¿Verdad que hemos conocido personas que (quizá muy sencillamente, sin que se notara casi, en la pequeña vida de cada día) se han entregado, han amado, han servido? No importa que tuvieran también sus defectos, si tenían también lo que es mucho más importante: no situarse en el primer lugar, preocuparse ante todo de sí mismos, y saber, por el contrario, sacrificarse por los demás, entregarse a ellos. JC fue un luchador por la verdad, por la justicia, por los hombres poco o mal considerados. ¿No habéis conocido a personas que han sido también sacrificadamente fieles a la verdad, que han sabido luchar esforzadamente por la justicia, que han salido una y otra vez en defensa de los más pobres, de los oprimidos, de los despreciados? Si han seguido a JC en esto, ahora están con El (en primera fila) entre la gran multitud.

Podríamos leer de nuevo el evangelio de hoy: encontramos en él la mejor guía para acertar quiénes son santos. Quizá nosotros creeríamos, por ejemplo, que la guía son los diez mandamientos de Moisés. Pero la Iglesia (fiel a JC), nos propone, en cambio, en esta fiesta, las Bienaventuranzas. Los pobres, los sencillos, los que sufren, los que tienen hambre y sed de justicia, los que saben tener misericordia, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos, todos estos son (nos lo dice JC) los que tienen derecho al Reino de Dios. Todos estos tienen motivos para alegrarse y estar contentos, porque su recompensa es grande en el cielo.

Para terminar, podríamos pensar hoy también en otra cosa. Y es el hecho de que nosotros también celebramos nuestra fiesta. San Pablo, cuando escribía a los cristianos, les llamaba "santos" porque él sabía que existe algo más fuerte que nuestro pecado: el amor de Dios, que nos conduce hacia la gran fiesta de la vida eterna. Nuestra reunión de hoy está llena de esta esperanza. Por ello nos reunimos en torno a Cristo que da fuerza a la esperanza. Nos reunimos aquí haciendo camino, y podemos decir que participando ya de algún modo de la gran fiesta de todos los santos en la vida de Dios.
J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1973, 3

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10 Los santos de nuestro entorno (Apc 7,2-4.9-14; Mt 5,1-12a)

Introducción
La fiesta de hoy, que data del año 800, no viene tan sólo a recordarnos a los santos que nos han precedido y nos enseñan el camino que los ha conducido a la felicidad plena. Nos quiere hac er descubrir también a los santos que nos acompañan ahora y aquí en nuestro camino terrenal.

En este mundo de hoy desmitificador y desacralizador parece un hallazgo de anticuado tropezar con un santo. De hecho, sin embargo, estamos muy cerca de hombres y mujeres que son santos de verdad: hombres y mujeres que andan con nosotros el mismo camino y que se esfuerzan por conseguir una vida auténticamente cristiana, fieles al Evangelio de Jesús. Hombres y mujeres que luchan por ser justos y pacificadores, pobres y compasivos, sinceros de corazón y de corazón compasivo, según el espíritu de las bienaventuranzas.
Hoy hay santos que viven entre nosotros. Quizá nos cuesta descubrirlos. Pero ahí están. Lo que ocurre es que son silenciosos, y por eso pasan desapercibidos entre nosotros, aunque nos crucemos con ellos en la calle o en la tienda, en el trabajo o en el bar. Son los santos de hoy y de aquí que aún debemos descubrir. ¿En que consiste esa santidad?

1. La santidad:
AL considerar la santidad como un comportamiento bondadoso se traslada su logro a la voluntad de la persona, aunque siempre se añade "ayudado por la gracia de Dios". Pero no se pone a Dios como el que santifica, sino que se da a entender que nosotros nos vamos haciendo santos. Se entiende más como una tarea de ascética que de mística o de gracia. Es interesante anotar que, por las razones que sean, la palabra "santidad" se usa cada vez menos en los ambientes cristianos. Son muchos los que prefieren hablar simplemente de "seguimiento".

En esta situación, se subraya poco que, quienes mantienen vivo su deseo de seguir a Jesús de Nazaret, pueden llamarse "santos" a pesar de sus evidentes deficiencias. No-se-fomenta la gratificante conciencia de que somos portadores de un verdadero tesoro aunque lo llevemos en vasos de barro. Pasamos incomprensiblmente por alto que somos Templos del Espíritu Santo por la fe y por los sacramentos. Es evidente que no se nos podría llamar nación santa"(S. Pedro) si el adjetivo dependiese de lo óptimo de nuestro comportamiento. Cuando se entiende la santidad como una difícil meta ascético-moral a conseguir con el esfuerzo humano y se olvida de que Dios es quien santifica, parece que limitamos el evangelio a los ideales voluntaristas del hombre.

2. La SANTIDAD ES RADICALMENTE DON GRATUITO DE DIOS.
Santo es lo que Dios toma a su servicio. Para Pablo el adjetivo "santo" no se refiere a valores o cualidades morales sino únicamente a la pertenencia a Cristo que, desde luego, impone ciertos límites al marco en que se mueve la conducta del hombre.

El NT. llama santos a aquellos que están poseídos por Dios, por su Espíritu. Bueno será recordar que, aunque solemos decir que tenemos fe, es en realidad la fe la que nos tiene a nosotros. Estamos destinados a dar culto a Dios (consagrados, santos) y por ello, tenemos que estar limpios y en condiciones aptas. El culto consiste en hacer la voluntad del Padre Dios. Por otra parte, a cada uno se le otorga una manifestación distinta del espíritu para común utilidad (1Cor 12,7).Cada uno vive la santidad de distinta forma.

3. La Iglesia en fiesta:
De esto trata la fiesta de la Iglesia: los santos son el resultado final, el fruto maduro de la salvación de Jesucristo. La obra del Espíritu a lo largo de los siglos y generaciones de la comunidad-Iglesia. Es el amor del Padre hecho realidad en aquellos/as hermanos/as nuestros que han sido fieles a la fe y que han mantenido viva la esperanza. La santidad no es un asunto personal sino comunitario. Es la comunidad cristiana la que se santifica y de la que nacen los santos. La santidad es de Dios, "el único santo", y él es el único capaz de santificar.


4. Fe y gozo
No deja de ser curioso que la fiesta de Todos los Santos se haya convenido en la fiesta de todos los difuntos. A parte de de la facilidad que a todos proporciona el día de fiesta para visitar el cementerio y recordar a sus difuntos, tiene además un cierto sentido el que este sea así: porque la fiesta de Todos los Santos no es sólo la celebración global de toldos los santos canonizados sino fiesta de todos "los muertos que han muerto en el Señor" (Apc) porque ellos también ya son santas y bienaventurados en el cielo.


Conclusión
Claro que el recuerdo de los difuntos, que siempre son seres queridos y muy cercanos a nosotros, pone un tinte de tristeza a una fiesta que es de gozo, al reconocer la santidad de aquellos a quienes nos ha recibido en su Reino. Pero la tristeza presente es todavía consecuencia de nuestra situación de peregrinos que aún estamos soportando las consecuencias del pecado. Por lo demás, que la fiesta de Todos los Santos, sea un día de gozo, gozo que nos proporciona la fe de que nuestros difuntos ya están participando de la gloria y felicidad del cielo.

El Santo que Santifica

 

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