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 ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)

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24. LA MISIÓN DE ELIEZER

La muerte de Sara fue para Abraham un golpe tan duro que no se recuperó de él. Mientras Sara vivía, Abraham se sentía joven, con fuerzas; pero cuando ella murió, a Abraham, de repente, le sobrevino la vejez: "Abraham era ya un viejo entrado en años" (Gn 24,1).

Antes de Abraham, un viejo externamente no se distinguía de un joven y como Isaac era la imagen de su padre, frecuentemente eran confundidos. Por ello el mismo Abraham pidió al Señor que concediera a la vejez unas señales que la distinguieran de la juventud. Dios escuchó su petición y, desde entonces, la semblanza de los hombres cambió con la vejez. Esta es otra de las siete maravillas que han ocurrido en el curso de la historia.

Abraham, pues, fue el primero en gozar del distintivo de la vejez, como si ya en vida llevara en su rostro el anuncio del mundo futuro. El Señor, escuchando el deseo de Abraham, le cubrió la cabeza de canas. Así, como la corona es el honor de la cabeza del rey, las canas son el esplendor y la gloria de los ancianos, según está escrito: "Orgullo de los jóvenes es su fuerza, esplendor de los ancianos son sus canas" (Pr 20,29). Y también: "Cabellos canos son corona de honor y la hallarás en el camino de la misericordia" (Pr 16,31).

Por eso, con la vejez, no abandonó a Abraham la bendición de Dios. Dios siguió presente en su vida, permitiéndole cosechar frutos abundantes después de la muerte de Sara, para que no se dijera que los favores del Señor eran debidos a Sara. Abraham se alegró viendo cómo Ismael se convirtió de sus malos caminos, volvió a vivir en plena comunión con Isaac, reconociéndolo como heredero de Abraham. Y mientras Abraham disfrutaba de la felicidad familiar, en el mundo que le circundaba reinaba la concordia y la paz.

La gente seguía visitando a Abraham para pedirle consejo y ayuda. Los reyes del este y del oeste llamaban a su puerta deseosos de escuchar su palabra cargada de la sabiduría de sus canas. Purificado por el Señor en el crisol de la prueba, Abraham disfrutó del don que ningún otro hombre ha tenido: la mala inclinación ya no tenía poder sobre él; de este modo, ya en esta vida Abraham pregustaba el mundo futuro. El Salmista lo contempla y admirado canta:

¿Quien subirá al monte del Señor?
¿Quién podrá estar en su recinto santo?
El de manos limpias y puro corazón,
el que no conduce su vida a la vanidad
ni jura con engaño.
El logrará la bendición de Yahveh,
la justicia del Dios de su salvación.
Tal es la raza de los que le buscan,
los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob (Sal 24).

Abraham, siervo fiel, vive ya con los ojos fijos en su Señor. Piensa Abraham que ha llegado el momento de pasar la misión a la siguiente generación. Ha llegado, pues, el momento de buscar esposa para Isaac. Abraham llamó a Eliezer, el siervo más viejo de su casa y mayordomo de todos sus bienes. Eliezer se parecía en todo a Abraham, no sólo externamente, sino también en cuanto a su espíritu; ha seguido a Abraham en todos sus caminos y ha visto los prodigios que el Señor ha obrado con su amo. Abraham puede poner su confianza en él y encomendarle la última tarea importante que le queda por realizar: buscar la esposa de su hijo.

Isaac había pasado, después de la muerte de su madre, tres años estudiando la Torá con Sem y su hijo Eber. Había regresado con su padre Abraham, hecho un hombre sabio en las vías del Señor, dotado de una gran sensibilidad para las miserias de la gente. Sabía estar cercano a los pobres, socorrer a quienes necesitaban pan, agua o un vestido para cubrir su desnudez. Sabía poner paz entre los que tenían pleitos y confortar a quien sufría. Era, pues, amado por todos lo mismo que su padre. Cuando un padre quería bendecir a su hijo, le decía: "Que el Señor te conceda ser como Isaac, el hijo de Abraham". Esto llenaba de gozo a Abraham, quien al oírlo, alzaba las manos al cielo y exclamaba:
-¡Oh, Dios, Señor mío, Dios lleno de misericordia, que has colmado mi vida de tus dones! Yo no soy más que un siervo tuyo, polvo y ceniza como cualquier otro hombre, pero tú me has colmado de dones. Y, ahora, en mi vejez, me has dado la alegría mayor de mi vida: has dado a mi hijo un corazón lleno de comprensión y misericordia, de modo que él es una fuente de bendición para todo el país. ¡Bendito seas, oh Señor, por esta gracia que tanto me consuela y me permite ver terminar mis días en paz! Mi hijo continuará anunciando a los hombres tu santo Nombre.

Abraham, en realidad, había tomado la resolución de buscar esposa para Isaac ya al bajar con él del monte Moria. Se decía entonces Abraham: si el sacrificio se hubiera consumado, Isaac hubiera muerto sin dejar descendencia, es preciso buscarle una esposa para que se cumplan las promesas del Señor.
En un primer momento Abraham pensó en escoger esposa para su hijo entre las hijas de sus tres amigos, Aner, Eskol y Manré. Sabía que eran piadosos, no obstante el aire aristocrático de su vida. Pero el Señor le dijo:
-No busques entre tus amigos la esposa para Isaac. Yo ya he provisto una esposa para él.

Entonces Dios hizo que a Abraham le llegara la noticia de que a Milká, la esposa de su hermano Najor, sin hijos por mucho tiempo, finalmente Dios se había acordado de ella y le había hecho fecunda. Milká había engendrado y dado a luz a Betuel y Betuel, poco después del nacimiento de Isaac, había engendrado una hija, la destinada para esposa de Isaac (Gn 22,20ss).

Esta noticia le hizo a Abraham rechazar la idea de buscar esposa para Isaac entre las hijas de los cananeos; le vino también a la mente lo que había ocurrido a dos de las hijas de Lot, que se habían casado con los sodomitas y habían perecido con los habitantes de su ciudad. No, no casaría a su hijo de ninguna manera con una cananea. Se regirá por el proverbio que dice: "incluso si el grano de tu propio campo tiene cizaña, úsalo como semilla". Tomaría esposa para Isaac de su propia familia. Dijo, pues, a Eliezer:
-Pon tu mano bajo mi muslo y júrame por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que cuando busques esposa para mi hijo, no la escogerás entre los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra, a mi patria y allí buscarás esposa para mi hijo Isaac.
Eliezer contestó:
-Y, si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿podría entonces casar mi propia hija con Isaac?
-No, -replicó Abraham-. Tú, aunque personalmente gozas de la bendición del Señor, eres de una raza maldita y mi hijo es de una raza bendita y bendición y maldición no pueden unirse.
-Entonces, si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?
-De ninguna manera lleves a mi hijo allá. No se puede desandar la historia; la historia exige fidelidad a la tierra de la promesa. El Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa paterna y de mi patria, y que me juró: "A tu descendencia daré esta tierra", enviará un ángel delante de ti y tomarás de allí esposa para mi hijo. Esta, que es la tierra que el Señor me ha prometido, será la tierra de mi hijo y de mi descendencia de generación en generación.
-¿Y si no quiere venir?
-Si no quiere venir contigo, entonces quedas libre del juramento. Sólo que a mi hijo no lo lleves allá.

Eliezer colocó su mano bajo el muslo de Abraham y juró cumplir cuanto le ordenaba. Abraham tomó este juramento como signo de alianza.

De allá, del otro lado del Río, sacó Dios a Abraham, donde habitaba con Téraj, su padre, y con Najor, su hermano, que servían a otros dioses (Jos 24,2). Pero, si allá sirven a otros dioses, ¿cómo es que Abraham manda a buscar entre paganos la esposa de su hijo? Abraham también ha sufrido por esta duda. Sólo la promesa del Santo de que un ángel acompañaría a su siervo le ha liberado de sus incertidumbres. Abraham, al fin se ha dicho:
-Ya que en esta tierra extraña he hecho tantos prosélitos del Señor, introduciéndolos bajo las alas de la Sekinah, los haré también en el seno de mi familia. La esposa de mi hijo es mejor que sea de mi misma raíz, mi propia familia es la primera que tiene derecho a participar de la herencia del Señor. Yo haré que la esposa de mi hijo se haga prosélita. Por lo demás, mi familia ya la dejé, al salir de entre ellos, cercana a la teshuvà (conversión).

Abraham, pues, llamó a su siervo Eliezer y le dijo:
-Mira, yo estoy ya muy viejo y no sé cuándo moriré, pero presiento que el final de mis días está ya cerca. Ve, pues, a mi familia y busca una esposa para mi hijo, como me has jurado que harías. El Señor hará que te preceda su ángel, quien te custodiará en el viaje y hará que lleves felizmente a término esta importante misión que te encomiendo.

Abraham escribió un documento, firmado con su sello, en el que decía: "Todo cuanto poseo, se lo doy a mi hijo Isaac". Se le entregó a Eliezer para que se lo mostrase a la mujer que el Señor hubiese destinado como esposa de Isaac. Eliezer lo guardó y se dispuso a partir. Tomó diez de los camellos de su amo y, llevando toda clase de regalos, se encaminó a Aram Naharaim, ciudad de Najor. Llevó (Gn 24,32) también consigo diez de los principales siervos de Abraham, para que hubiera quorum para las bendiciones nupciales.

El Señor convocó al instante, no uno, sino dos ángeles. Uno para que acompañara a Eliezer durante el viaje y el otro para que hiciera a Rebeca encontrarse con Eliezer, apenas éste llegara a la fuente de Aram (Tb 5,4).

Al poco tiempo de haber emprendido el viaje, el cielo se llenó de luces y resplandores que iluminaban el camino y guiaban a Eliezer en su marcha. La sorpresa de Eliezer era inmensa. Maravillado se detenía a contemplar aquel espectáculo sorprendente y esplendoroso. Y así, asombrado, de repente se dio cuenta que ya estaba ante la fuente que se halla a las puertas de la ciudad. El sabía que el viaje desde Quiryat Arba hasta Jarán duraba, más o menos, unos dieciséis días, pero él había llegado en el mismo día de su partida. Lleno de admiración, se dijo:
-Hoy salí y hoy llegué.

Así es como está escrito: "Hoy he llegado a la fuente" (Gn 24,42). Salió al amanecer, y al atardecer, cuando las mujeres salen a buscar agua a la fuente, ya había llegado. El Señor quería mostrar su misericordia con Isaac e hizo que su ángel contrajera el camino. Comprendió Eliezer que esto sólo podía haber sido obra del Señor. Alzó las manos hacia El y exclamó:
-Señor, Dios de mi amo Abraham, que me has transportado hasta aquí sobre las alas de tus ángeles, ayúdame aún y dame una señal propicia y trata con amor a mi amo Abraham. Yo me quedaré junto a la fuente, mientras las muchachas de la ciudad vienen por agua. Diré a cada una de las muchachas: "Por favor, inclina tu cántaro para que beba". La que me diga: "Bebe, y también abrevaré tus camellos", ésa es la que has destinado para esposa de tu siervo Isaac. Así sabré que tratas con amor a mi amo.

En aquel mismo instante, el segundo ángel había hecho salir de casa a Rebeca, con el cántaro en su cadera, para buscar agua en la fuente. Rebeca era muy hermosa y aún doncella; no había tenido que ver con ningún hombre, es más, aunque muchos la habían pretendido, había rechazado a todos, pues no podía soportar sus costumbres e idolatrías. Muchas veces se había dicho en su corazón: "¡Ojalá pudiera marcharme lejos de esta ciudad para no volver a ver tantas falsedades". Pero, a pesar de ello, todos la admiraban y decían de ella: "He aquí una rosa entre las espinas".

Cuando Rebeca llegó a la fuente, Eliezer, asombrado, notó cómo las aguas de la fuente se alzaban desde el fondo hasta el borde, acercándose a la muchacha, de modo que no tenía que fatigarse sacándola. También en ello vio Eliezer un signo de que el ángel del Señor estaba guiando sus pasos. Eliezer se quedó al lado de la fuente, en silencio, contemplándola.

Mientras, extasiado, la contemplaba, llegó un niño con un pie que le sangraba porque se había golpeado contra una piedra. Rebeca, solícita, fue a su encuentro, le lavó la herida, se la vendó con el pañuelo que llevaba en la cabeza y lo mandó a casa. Igualmente, atendió a un anciano, que llegó a la fuente fatigado. Rebeca con exquisita solicitud le dio de beber de su cántaro. El anciano le dio las gracias y la bendijo.

Eliezer, que observaba con atención, sin intervenir aún, para conocer si el Señor le muestra su benevolencia para con su amo, dando éxito a su viaje, ante las pruebas de bondad que contempla en Rebeca, no duda ya que ella es la escogida. Se acerca a ella y le dice, según lo convenido con el Señor:
-Déjame beber un poco de agua de tu cántaro.
Ella le contestó:
-Bebe, señor mío.
Y en seguida bajó su cántaro de la cabeza, se lo puso en la cadera y lo inclinó, sujetándolo con el brazo. Cuando Eliezer hubo saciado su sed, ella le dijo:
-Voy a sacar agua también para tus camellos, para que beban todo lo que quieran.
Y, al instante, vació el cántaro en el abrevadero, corrió al pozo a sacar más, y sacó agua para todos los camellos. Cuando los camellos terminaron de beber, Eliezer tomó un anillo de oro de medio siclo -es la moneda que sus descendientes llevarán al santuario cada año- y se lo puso a Rebeca en la nariz, y dos pulseras de oro de diez siclos -en señal de las dos tablas de piedra y de las diez palabras de vida escritas en ella- para los brazos. Luego, le preguntó:
-Dime de quién eres hija y si en casa de tu padre hay sitio para pasar la noche.
Ella contestó:
-Soy hija de Betuel, el hijo de Milká y de Najor.
Y añadió:
-También tenemos abundancia de paja y forraje y sitio para pasar la noche.
Eliezer se inclinó en oración al Señor y exclamó:
-Bendito sea el Señor, Dios de mi amo Abraham, que no ha olvidado su misericordia y fidelidad con su siervo. El Señor me ha guiado a la casa del hermano de mi amo.
Rebeca corrió a anunciar a casa de su madre cuanto le había ocurrido, dejando a Eliezer sumido en la plegaria.

Tenía Rebeca un hermano llamado Labán. Estaba en casa cuando llegó Rebeca y apenas vio el anillo y las pulseras que llevaba su hermana y oyó cuanto ella contaba, Labán salió corriendo hacia la fuente en busca del forastero, pensando que debía ser sin duda muy rico cuando hacía tales regalos a cambio de unos cántaros de agua. Labán iba decidido a asesinarlo para apropiarse de todos sus bienes.

Eliezer, que estaba a la espera de la respuesta de Rebeca, vio al hombre que corría hacia él y leyó en su rostro las señales inconfundibles del asesino. Alarmado, pronunció el santo NOMBRE y los camellos, que estaban arrodillados junto a la fuente, se alzaron en vuelo y quedaron suspendidos en el aire. Labán seguía acercándose y, entonces, Eliezer pronunció de nuevo el NOMBRE y él mismo y los hombres que le acompañaban se alzaron en vuelo por encima de los camellos. Sorprendido por lo que veía y presa de terror, Labán se postró por tierra y dijo:
-Ven, bendito de Yahveh, ¿qué esperas aquí afuera? Yo limpiaré la casa de todos sus ídolos, porque comprendo que un hombre como tú no puede entrar en una casa con ídolos. Prepararé, igualmente un sitio sin ídolos para tus camellos.

Mientras Labán hablaba con Eliezer, se empezó a sentir un gran tumulto de gente. La noticia de los regalos se había difundido y otros habitantes del lugar corrieron también hacia la fuente con las mismas intenciones de Labán. Pero cuando vieron que Eliezer y los camellos estaban suspendidos en el aire, se detuvieron aterrorizados, se dieron media vuelta y huyeron a todo correr. Acogiendo la invitación de Labán, Eliezer y los camellos descendieron al suelo y se dirigieron a la casa. Liberaron a los camellos del bozal y les dieron de comer el forraje que Labán les proporcionó.

Todavía en la casa intentaron matar con astucia a Eliezer. Pusieron veneno en el caldo, que le ofrecieron para comenzar la cena. Pero Eliezer dijo:
-No comeré hasta haber dicho todo lo que tengo que decir.
Respondió, seco, Labán:
-Habla.
-Yo soy siervo de Abraham. El Señor ha bendecido con largueza a mi amo y lo ha hecho rico. Le ha dado ovejas y vacas, oro y plata, siervos y siervas, camellos y asnos. Sara la esposa de mi amo, siendo ya vieja, le ha dado un hijo, que lo hereda todo. He aquí el documento que lo acredita. Leedlo y sabréis que lo que digo es verdad. Mi amo me ha hecho jurar que no tomaría esposa para su hijo que no fuese de la casa de su padre y de su misma familia. Ahora, llegado aquí, a la fuente, he suplicado al Señor que me hiciera encontrar la mujer justa para el hijo de mi amo, una mujer que ame el bien y obre con bondad y misericordia. El Señor ha escuchado mi plegaria y me ha hecho encontrar a vuestra hija y hermana y, por algunos hechos, que he contemplado junto a la fuente, me he dado cuenta de que ella es la esposa destinada por Dios para el hijo de mi amo. Ahora, pues, si estáis dispuestos a conceder este favor a mi amo decidlo, y si no, decidlo también para que yo sepa por donde ir, por la derecha o por la izquierda.

Apenas terminó de hablar, Labán, antes de que su padre abriera la boca, dijo:
-He ahí a Rebeca, frente a ti, tómala y vete.
Eliezer, pensó en su corazón que Labán se comportaba como un desvergonzado e insensato, al quitar la palabra al padre, y no dijo nada, esperando la respuesta de Betuel, quien dijo:
-Esto viene del Señor. Nosotros no podemos responderte ni bien ni mal. Ahí tienes a Rebeca, tómala y que sea la mujer del hijo de tu amo, como el Señor ha determinado.

Cuando Eliezer oyó la respuesta de Betuel, se postró en tierra, agradecido, ante el Señor. E inmediatamente sacó ajuar de plata y oro y vestidos y se los ofreció a Rebeca. También ofreció regalos a la madre y al hermano. Comieron y bebieron él y sus compañeros -el caldo envenenado había sido retirado con la excusa de que se había enfriado . A la mañana siguiente, apenas se levantaron, Eliezer oyó al ángel que le decía en su interior:
-No te entretengas, dáte prisa en volver con Rebeca a la casa de tu amo; cuanto antes te vayas de este lugar, mejor.
Eliezer manifestó la intención de ponerse en camino cuanto antes. Les dijo:
-Dejadme volver donde mi amo.
El hermano y la madre replicaron:
-Deja que la muchacha se quede con nosotros unos diez días , después se marchará.
Pero Eliezer replicó:
-No me detengáis, después de que el Señor ha dado éxito a mi viaje, dejadme volver a mi amo.
Ellos dijeron:
-Llamemos a la joven y preguntémosle su opinión.
Llamaron a Rebeca y le preguntaron:
-¿Qué? ¿Te vas con este hombre?
Y Rebeca, que tantas veces había deseado irse lejos de aquel lugar, respondió al instante:
-Sí.
-¿Hoy mismo estás dispuesta a partir con este hombre a la casa de Abraham, tío de tu padre, para ser esposa de su hijo Isaac?
-Sí, estoy dispuesta a partir hoy mismo; con todo mi corazón y con toda mi alma deseo ir a la casa de Abraham, bendecido por el Señor y amado de todos.
Rebeca acepta ser desposada con Isaac sin saber quién era aquel hombre. ¿Por qué? Pues, porque desde el vientre de su madre le estaba destinada de parte del Señor, en cuyas manos están los destinos de los hombres. Sin embargo la madre insistía:
-¿Pero cómo puedes partir así, sin que tu ajuar de esposa esté preparado como conviene?
-No me detendré por semejantes cosas.
Entonces, convencidos de que esa era su firme decisión, despidieron a Rebeca y a su nodriza, al siervo de Abraham y a sus compañeros. Y, como el celebrante que puesto en pie bendice a la novia bajo el baldaquino, puestos en pie, bendijeron a Rebeca:

¡Oh hermana nuestra
que llegues a convertirte
en millares de miríadas
y conquiste tu descendencia
la puerta de sus enemigos.

Pero estas bendiciones no provenían del fondo de sus corazones. En verdad es cierto que la bendición del impío se transforma en maldición, por ello Rebeca fue estéril durante muchos años.

Rebeca y sus compañeras se levantaron, montaron en los camellos y siguieron a Eliezer.


La vuelta de Eliezer a Canaán fue tan maravillosa como lo había sido la ida a Aram. Para que el siervo no se quedara durante la noche a solas con Rebeca, la tierra se encogió delante de él y en unas horas se encontró, de vuelta, en Hebrón, a la hora de la oración vespertina.

Al caer la tarde, Isaac había salido de su tienda, dirigiéndose al campo para meditar sobre su vida y oraba, pues todo el que medita sobre la propia vida, siempre reza. Y, mientras paseaba, alzando la vista, distinguió a lo lejos, en el horizonte, la caravana de Eliezer. También Rebeca alzó la vista y vio a lo lejos a un hombre, de espléndidos vestidos, que estaba parado en medio del campo con los brazos en alto hacia el cielo.

Rebeca, que vio por primera vez a Isaac, precisamente en oración, comprendió que no era un hombre ordinario. Fijándose en él se dio cuenta de la belleza fuera de lo normal de Isaac y también pudo ver cómo un ángel le acompañaba. Por ello, y no por curiosidad, Rebeca bajó del camello y preguntó a Eliezer:
-¿Quién es aquel hombre que viene en dirección nuestra por el campo?
Le respondió Eliezer:
-Es mi señor.
Rebeca tomó el velo y se cubrió. Eliezer contó a Isaac lo que le había ocurrido en el viaje. E Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de Sara, su madre, la tomó por esposa y, con su amor, se consoló de la muerte de su madre.

Tres años hizo Isaac duelo por su madre Sara. Al cabo de los tres años tomó a Rebeca por esposa y olvidó el luto de Sara. Hasta que el hombre no toma mujer, su amor se dirige a sus padres. Pero cuando toma esposa, su amor se dirige a la esposa, como está escrito: "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá con su esposa, haciéndose con ella una sola carne" (Gn 2,24). "Los maridos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo; pues amar a la esposa es amarse a sí mismo" (Ef 5,25-33).

Rebeca se mostró digna sucesora de Sara. Apenas Rebeca entró en la tienda, apareció de nuevo sobre ella la nube, que había estado cubriéndola durante la vida de Sara y que había desaparecido con su muerte. En la tienda, ahora de Rebeca, volvió a brillar la luz (la ner tamìd) que Sara había encendido cada semana a la entrada del Sabbat, permaneciendo encendida de sábado a sábado hasta el día de su muerte. Sobre Rebeca descendió la bendición que se cernía sobre la harina que amasaba Sara. Y las puertas de la tienda se abrieron otra vez a todos los necesitados y forasteros de paso, amplias y espaciosas como lo habían sido en vida de Sara. Rebeca era la imagen viva de Sara en su cuerpo y en su espíritu. Isaac bendijo al Señor por la gran misericordia que había tenido con él, destinándole como esposa una mujer llena de bondad y de bendiciones.

Isaac tenía cuarenta años, cuando tomando a Rebeca de la mano, la introdujo en la tienda como su esposa.




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