[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS: 2,1-3,22   en 'EL  APOCALIPSIS, REVELACIÓN DE LA GLORIA DEL CORDERO'

de Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas 

 

CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS: 2,1-3,22
A la Iglesia de Éfeso

A la Iglesia de Esmirna

A la Iglesia de Pérgamo

A la Iglesia de Tiatira

A la Iglesia de Sardes

A la Iglesia de Filadelfia

A la Iglesia de Laodicea

 

Siete cartas a las siete Iglesias - Apocalipsis


Juan escribe un septenario de cartas a las siete Iglesias del Asia Menor. El número siete es un número simbólico, expresión de plenitud. El Apocalipsis es un libro escrito sobre este simbolismo: siete Iglesias, siete cartas, siete sellos, siete trompetas... Todo se desenvuelve de siete en siete, lo mismo que el cuarto Evangelio, construido sobre el esquema de siete semanas. La primera termina con las bodas de Caná. La penúltima comienza con la unción en Betania y termina con la muerte de Jesús. La última se inicia con la resurrección y termina con la segunda aparición a los apóstoles. Y con esta aparición terminan las semanas, pues Cristo resucitado nos introduce en el reposo de Dios, en el día eterno, que no tiene sucesión de día y noche. La nueva creación es recreación de la primera, cuando Dios creo todas las cosas en siete días.
Las cartas son verdaderas cartas, que reflejan los rasgos particulares de la situación histórica que vive cada una de las siete Iglesias. Juan nos traza el retrato de cada Iglesia, con sus esplendores y sus miserias. Pero, al mismo tiempo, su mensaje, expresado mediante símbolos, trasciende el tiempo y el lugar, siendo válido para toda la Iglesia y para todos los tiempos. Las "siete Iglesias" son la Iglesia universal que se hace Iglesia local en la asamblea que celebra la liturgia, donde se proclama la palabra de Dios y se eleva a Dios la acción de gracias.

Apocalipsis - cartas a las Iglesias




A LA IGLESIA DE ÉFESO

La primera carta está dirigida a la Iglesia de Éfeso. Pablo es el fundador de esta comunidad (Hch 19). Después, por encargo del Apóstol, cuidó de ella Timoteo (1T 1,3). La tradición habla también de una estancia allí del apóstol Juan. Situada en la costa occidental de Asia Menor, Éfeso era, de las siete ciudades a las que escribe Juan, la más grande y la más cercana a la isla de Patmos. Sede del gobierno romano de la provincia, era religiosamente importante por el antiguo santuario a "Artemisa de Éfeso", meta de peregrinaciones (Hch 19,23-40). Éfeso era también célebre por sus admirables edificios y teatros, con una calle adoquinada que conducía al puerto de la ciudad. Esta larga calle con sus bellas columnas, que se iluminaban al anochecer, era la atracción de cuantos llegaban a la ciudad.
El Señor se dirige a la Iglesia de Éfeso recordándola en primer lugar que El la lleva en su mano, es decir, que la tiene bajo su protección: "Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y camina en medio de los siete candeleros" (2,1). Él, el Viviente (1,18), está presente en la Iglesia, que tiene como misión ser "luz del mundo" (Jn 8,12; 9,5; 12,46), resplandecer "en medio de las tinieblas" de esta tierra (Jn 1,5; 3,19). Las comunidades cristianas, que llevan la luz de Cristo sobre el candelero de sus obras, iluminan este mundo.

El Señor glorificado, presente en la comunidad, conoce las obras de los cristianos. De un modo particular se lo dice al jefe de la comunidad: "conozco tus obras" (2,2). El Señor se alegra viendo al obispo fiel en medio de la oposición interna y de las persecuciones externas: "Conozco tu conducta: tus fatigas y paciencia; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Tienes paciencia; y has sufrido por mi nombre sin desfallecer" (2,2-3).

Cristo conoce la fidelidad de la Iglesia de Éfeso. Ella ha resistido la prueba, ha sido vigilante, defendiéndose de los misioneros giróvagos que difundían doctrinas heréticas. Con su don de discernimiento de espíritus (1Jn 4,1-6) ha sabido descubrir a los "apóstoles" mentirosos (2Co 11,13-15; 1T 5,12-21), con lo que se ha librado de toda contaminación, manteniendo la plena rectitud de fe y vida cristiana.

En la Iglesia de Éfeso se han presentado algunos que se llaman a sí mismos apóstoles, enviados, sin serlo. Son portadores de ideas gnósticas, que niegan que el Verbo de Dios se haya encarnado realmente. Con estas ideas crean divisiones, ofendiendo la caridad, el amor fraterno de la comunidad. Ignacio de Antioquía también testimonia que la Iglesia de Éfeso estaba amenazada por la predicación errónea de ciertos apóstoles itinerantes. Pero, lo mismo que el Apocalipsis, afirma que no acogieron esta predicación: "Vosotros no les habéis dejado sembrar en medio de vosotros, tapándoos los oídos para no acoger lo que ellos esparcían" (Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios 9,1. También Ireneo recuerda que Juan se opuso en Éfeso al herético Cerinto, de tendencia gnóstica: Hadv. Haer. III,3,4).

El mismo Pablo había invitado a los presbíteros de Éfeso a estar vigilantes: "Tened cuidado de vosotros mismos y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos detrás de ellos" (Hch 20,28-31; 1Tm 1,7).

Los efesios han cumplido esta palabra de su apóstol Pablo. Sin embargo hay algo que Cristo reprocha a la comunidad de Éfeso: "Ha abandonado el amor de sus comienzos" (2,4), no se ha mantenido en el fervor del principio. La vida de sus fieles no es, como en otro tiempo, expresión de su unión con Dios. En vez de buscar la gloria de Dios, ahora se buscan a sí mismos; la vanidad y la vanagloria se han mezclado en su actividad. Cristo, esposo de su Iglesia, se lamenta de esta traición al primer amor (Jr 2,2). En medio de su fidelidad, el estado actual relacionado con el anterior supone una caída, un enfriamiento. A Cristo no le agrada la tibieza.

Ante esta situación, Cristo llama a sus discípulos a conversión, a entrar dentro de su corazón, reconocer el pecado y reavivar el amor medio apagado: "Tengo contra ti que has perdido tu amor de antes. Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera. Si no, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes" ( 2,4-5). La Iglesia, mientras peregrina sobre la tierra, es siempre santa y, sin embargo, comunidad de pecadores, necesitada todos los días de conversión al Señor.

Éfeso es la Iglesia madre de las siete Iglesias a las que se dirige Juan. A esta Iglesia se dirige en primer lugar para recordarle el corazón del Evangelio: el ágape, el amor cristiano. Juan lo inculca con toda su fuerza en el Evangelio y en sus cartas. La aparición de falsos profetas y el enfriamiento del amor son dos manifestaciones de los últimos tiempos (Mt 24,11-12). Por eso, ante este enfriamiento del amor, el juicio del Señor es durísimo. El Señor amenaza con apagar una de las siete lámparas, símbolo de la Iglesia, pues una Iglesia donde no se da el amor no es Iglesia. El amor es la única realidad que constituye la Iglesia. Pero, apenas ha hecho este reproche, Cristo se vuelve a su Iglesia con una palabra de consolación y reconocimiento: "Tienes en cambio a tu favor que detestas el proceder de los nicolaítas, que yo también detesto" (2,6). Repite la alabanza a la Iglesia por su rechazo firme de los maestros del error, los nicolaítas. El Señor odia su comportamiento, su desenfreno moral, consecuencia de sus ideas erróneas.

Y lo que Cristo dice a la Iglesia de Éfeso vale para todo cristiano, para todo el que tenga oídos para oír. Sólo escuchando la Palabra de Dios, acogiéndola en el interior del corazón, dejando al Espíritu que la siembre y la haga germinar en la vida se puede vencer el combate con el mundo y recibir la corona de la vida eterna, gustar el fruto del árbol de la vida: "El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios (2,7).

En las siete cartas se promete al vencedor la misma corona: la vida eterna. Pero la vida eterna en cada carta, como en las bienaventuranzas (Mt 5,3-12), es descrita con imágenes diversas. En esta primera carta a la Iglesia de Éfeso se describe como una vuelta al paraíso, donde el hombre recobra la libertad de acceso al árbol de la vida, cuyos frutos dan la vida eterna (Gn 2,9; Ap 22,2). La Iglesia puede volver de nuevo al paraíso abierto por Cristo para sus fieles.

El árbol de la vida (Gn 3,22-24) ya no está prohibido, sino que Dios mismo ofrece sus frutos a los creyentes, invitándoles a participar de su misma vida, a entrar en comunión con Él. La tradición iconográfica de la Iglesia ha identificado el árbol de la vida con la cruz de Cristo, fuente de vida, de alegría y salvación. Con el árbol de la cruz el desierto de la historia florece como un nuevo jardín del Edén.

Apocalipsis cartas a las Iglesias




A LA IGLESIA DE ESMIRNA

Esmirna, la antigua capital de Lidia, con su gran puerto, era un importante centro comercial. En la antigüedad era llamada "corona de Asia" por la belleza de sus edificios y monumentos. En Esmirna había una numerosa colonia judía. En la historia del cristianismo primitivo, la Iglesia de Esmirna es conocida sobre todo por la figura venerable del discípulo del apóstol Juan, San Policarpo, que muere mártir en 156 por rechazar el culto al emperador, introducido en Esmirna con la erección de un templo dedicado al emperador Tiberio.

En la carta a la Iglesia de Esmirna, Cristo se presenta con los títulos que le proclaman eterno y victorioso de la muerte: "el Primero y el Último, que estaba muerto y ha vuelto a la vida" (2,8). Con estos títulos Cristo, rey de la eternidad, superior a todas las potencias de la tierra, incluida la muerte, busca infundir confianza y dar ánimos a los cristianos ante la persecución, que les amenaza por su rechazo del culto al emperador.

El Señor conoce la tribulación, la pobreza y la calumnia de la comunidad de Esmirna, que vive despreciada y rechazada. La pobreza económica, en una ciudad comercial y rica, hace que la sociedad que circunda a los cristianos se mofe de ellos. Sobre todo son los judíos quienes más ultrajan y calumnian a los cristianos. Los judíos, con su rechazo y lucha contra "el Mesías de Dios" (Lc 9,20), han pasado de ser la asamblea de los hijos de Israel, "la comunidad de Yahveh" (Nm 16,3; 20,4), a ser una "sinagoga de Satanás" (2,9; Jn 8,44). La "sinagoga de Satanás" puede referirse también a cristianos judaizantes, que con sus doctrinas hacen vana (Ga 1,7; 2,21) la muerte y resurrección de Cristo, "que estaba muerto y ha vuelto a la vida" (2,8).

Sin embargo, si a los ojos de los hombres los cristianos viven sumidos en la pobreza, a los ojos de Dios son los únicos ricos, pues poseen un tesoro que nadie les puede arrebatar (Mt 6,19-21). Les podrán privar de todo, incluso pueden amenazarles con la muerte, pero nada ni nadie podrá privarles de la vida eterna. La cruz, en el designio de Dios, es el crisol donde se purifica la fe con el fuego de la fidelidad. En estos cristianos de Esmirna se cumple la palabra de Pablo: "como quienes nada tienen, aunque lo poseen todo" (2Co 6,10).

Ciertamente "el diablo arrojará a algunos de ellos en la cárcel" (2,10). El Señor no les engaña con halagos falsos. Pero la persecución y la prisión no tienen por qué angustiarles. En la misma prueba podrán dar testimonio de su fe. Y la tribulación será siempre pasajera, "de diez días" (2,10). Es el breve tiempo de que disponen los perseguidores, de quienes se sirve el diablo en su lucha contra Cristo y sus discípulos. Sufrimientos, pruebas y persecuciones no pueden debilitar la fidelidad al Señor. "Los diez días" indican un periodo limitado y medido. Después volverá a brillar el sol y recibirán la corona gloriosa del triunfo pascual, pues como afirma Pablo "es a través de muchas tribulaciones como se entra en el reino de Dios" (Hch 14,22).

Aquí aparece la primera mención del diablo (2,10; 20,2) como perseguidor de los cristianos. Su presencia es continua en el Apocalipsis con los nombres de dragón (12,3), símbolo de Satanás, acusador, adversario de Cristo, serpiente antigua (12,9)... La presentación de Satanás como enemigo de los cristianos está en sintonía con cuanto dice el libro de la Sabiduría, que atribuye a "su envidia" la entrada de la muerte en el mundo (Sb 2,24). Satanás como acusador lo encontramos repetidamente en el libro de Job (Jb 1,7.9.11) y en el libro de Zacarías, acusando al sacerdote Josué (Za 3,12). Acusador le declara abiertamente el Apocalipsis (12,10).

En el combate con el diablo, como en una competición, el fiel tiene asegurada la corona, el premio de la victoria (Lc 24,26; Rm 8,17). Le basta no retirarse de la lucha, mantenerse constante en unión con Cristo, el vencedor de la muerte. Cristo, presente en el estadio, contempla a sus fieles y les anima: "Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (2,10). Santiago se sirve de la misma metáfora: "¡Feliz el hombre que soporta la prueba! Porque, superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman" (St 1,12). Se trata de "la corona incorruptible de la gloria" (1P 5,4) o "la corona de justicia" (2Tm 4,8). Quienes resisten al maligno hasta el final se verán libres de "la muerte segunda" (2,10; 20,6.14; 21,8), es decir, de la condenación eterna, lejos de la vida divina (Mt 10,28).

Lo que hay que temer no es la muerte o la persecución, sino la "segunda muerte", de la que no se resucita y priva de la comunión con Dios. El cristiano ha vivido ya la primera muerte en el bautismo. Desde aquel momento vive una vida nueva, que crece en él en la medida que se une a Cristo. La muerte física es pura "escena", apariencia. Sólo los paganos se angustian ante la muerte, pues les falta la esperanza (1T 4,13ss). Cuando un cristiano muere, se hace fiesta porque, habiendo ya muerto en el bautismo, la muerte física no es más que la manifestación de lo acontecido en aquel momento. ¿Por qué temer la muerte y el martirio (2Co 5,6ss; Flp 1,21ss)? Si hemos muerto con Cristo en el bautismo, también resucitaremos con Él (Rm 6,4ss; 8,11).

Algunos años después de recibir esta carta, en 155, la Iglesia de Esmirna vive el martirio de su obispo Policarpo, discípulo del apóstol Juan, y lo celebra como "el día natalicio", como el día de su nacimiento a la vida de Dios (Martirio de Policarpo 18,3). Quien es fiel hasta la muerte recibe la corona de la vida, símbolo de la salvación eterna.

Apocalipsis - Cartas a las siete Iglesias




A LA IGLESIA DE PÉRGAMO

Pérgamo, cuando Juan le escribe esta carta, conserva aún algunos recuerdos de la magnificencia de su pasado. Entre otras cosas tiene una Biblioteca estatal con doscientos mil rollos (según Plinio). Los pergaminos (piel de oveja que sustituye a los papiros egipcios) deben su nombre a esta ciudad. La ciudad está dominada por una espléndida acrópolis con templos y palacios. Ya en el año 29 antes de Cristo tenía un templo dedicado a Augusto, emperador de Roma. Es el primer edificio dedicado al culto imperial en Asia Menor. Pero más importante es aún el gran santuario dedicado a Asclepios, dios de la salud, meta famosa de peregrinaciones. Probablemente Juan se refiere a uno de estos espléndidos edificios con la expresión "trono de Satanás", aunque también puede hacer alusión a la atmósfera religiosa de la ciudad. El paganismo religioso era una tentación constante para los cristianos.

El Señor se presenta como "quien tiene la espada de doble filo". El no admite el sincretismo entre fe cristiana y religiosidad pagana. En el ambiente en que les toca vivir, los cristianos están llamados a vivir con claridad y firmeza su fe en Cristo, único Señor y Salvador. El "sabe dónde viven", conoce la ciudad con "el trono de Satanás" (2,13). Por ello les alienta a la fidelidad en la confesión de la fe y en el testimonio de la vida. Entre Cristo y Satanás no hay nada en común (2Co 6,14), no caben alianzas ni compromisos con los ídolos y las falsas vías de salvación. A pesar de este ambiente con todos sus peligros, el Señor encuentra en la comunidad de Pérgamo cristianos fieles, que han sabido mantener incontaminada la fe, dispuestos a todo, como Antipas, que ha dado su vida por Cristo. La fidelidad de su fe es la gloria de la Iglesia de Pérgamo, que el Señor alaba.

El Apocalipsis desea mantener viva la memoria de nuestros mártires. Son nuestros hermanos que han derramado su sangre por nuestra fe (2,13; 6,9-11; 7,9-17; 13,15; 16,5-6; 17,6; 18,24; 20,4). Han sido martirizados como el Cordero degollado y han vencido gracias a su sangre (12,11). Si olvidamos a nuestros mártires nos quedamos sin las raíces de nuestra fe y nos condenamos a vivir sin la tradición vivificante del cristianismo. El primer mártir fue Cristo y, siguiendo sus huellas, le acompaña la multitud de discípulos que han confirmado con su sangre el testimonio de Jesús (12,17). El Apocalipsis es el único libro del Nuevo Testamento que llama a Cristo "El Mártir, el Testigo" (1,5; 3,14)

Sin embargo en la comunidad de Pérgamo no todos se han mantenido fieles como Antipas. Algunos se han dejado contagiar por la vida y costumbres de los paganos, siguiendo "la doctrina de Balaán" (2,14). Su proceder es comparado con la tentación vivida por Israel, seducido por la idolatría y la impureza: "Pero tengo alguna cosa contra ti: mantienes ahí algunos que sostienen la doctrina de Balaán, que enseñaba a Balaq a poner tropiezos a los hijos de Israel para que comieran carnes inmoladas a los ídolos y fornicaran" (2,14). El camino de Balaán seduce siempre a las almas débiles y les aparta del camino recto (2P 2,14-15). Al pasar Israel por Peor en su camino hacia la tierra prometida, Balaán aconsejó a las mujeres de Madián y de Moab que sedujeran a los israelitas, llevándoles a prevaricar contra Yahveh (Nm 31,15-16; 22-24; 25,1-3; Jd 11). Era la estratagema segura para vencer a Israel. Seducidos por las mujeres, los israelitas son arrastrados a la idolatría, perdiendo de este modo la protección de Yahveh.

Esta minoría de cristianos profesa también las mismas ideas de los nicolaítas de Éfeso (2,6), creyendo que se puede hacer alguna concesión al espíritu del tiempo y del lugar, aunque esté en contradicción con la fe cristiana (1Co 6,16-20; 10,14-22). La palabra de Dios es una espada de doble filo que separa la fe cristiana de toda idolatría. A estos cristianos de Pérgamo, desviados del recto camino, Cristo les llama a conversión: "Arrepiéntete, pues; si no, iré pronto donde ti y lucharé contra ésos con la espada de mi boca" (2,16).

Al vencedor se le ofrece la vida eterna, aquí presentada con dos metáforas: el maná y la piedra blanca con el nombre nuevo: "El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe" (2,17).

El maná nutre a Israel en su camino por el desierto (Ex 16), conduciéndolo hasta la salvación en la tierra prometida. La Iglesia de Pérgamo, que sufre la misma tentación de Israel, recibe la promesa del maná si vence la tentación de la idolatría. Al llamarlo "maná escondido", el Apocalipsis quizás recoge la tradición rabínica que comenta 2M 2,1-11 diciendo que Jeremías, antes de la destrucción del templo, escondió el arca de la alianza, en la que se conservaban las tablas de la Ley, la vara de Aarón y el maná. En esta tradición se afirmaba que el maná escondido sería el alimento reservado para los elegidos en el reino de los cielos. Rabbi Eleazar ben Chisma dice: "No en este mundo encontraréis el maná, sino en el mundo futuro" (Mekhilta su Ex 16,25).

El alimento del cielo permanecerá escondido hasta los últimos tiempos. Será el alimento ofrecido a los vencedores en la cena nupcial de Cristo con la Iglesia, en el vida eterna (Lc 14,15-24; Mt 22,1-14). El maná, como alimento de los cristianos, puede referirse también a la Eucaristía, según la imagen usada por el mismo Cristo en su discurso sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6,31.49). Frente a la carne inmolada a los ídolos, que ofrecen los nicolaítas, Cristo ofrece el maná escondido que es su propia carne.

La piedra blanca puede referirse a la práctica judicial antigua, cuando el juez anunciaba la sentencia absolutoria entregando una piedra blanca. Con esta metáfora se anuncia la salvación a los cristianos, fieles en el combate de la fe. Y con la piedra blanca cada cristiano recibe su nombre nuevo, el nombre para toda la eternidad, el nombre que responde a su ser. Es el nombre singular dado por Dios a cada uno de sus hijos. Sólo Dios nos conoce realmente (1Co 13,12). Como el sumo Sacerdote en el Antiguo Testamento llevaba sobre su turbante una lámina de oro en la que estaba grabado: "Consagrado a Yahveh" (Ex 28,36-38), así el cristiano, consagrado a Cristo, lleva gravado sobre la frente el nombre de Cristo, como señal de pertenencia plena a Cristo, de cuya vida participa eternamente.

En el cara a cara con Dios conoceremos nuestro nombre verdadero, el nombre con el que Dios nos conoce, el nombre que responde a nuestro ser. Una piedra blanca nos mostrará nuestra auténtica identidad, la que Dios, en su designio eterno, ha pensado para cada uno de nosotros. Con el nombre nuevo se nos revelará el ser nuevo, creado y recreado por Dios mismo. Es el anuncio esperanzador del profeta Isaías: "A mis siervos les será dado un nombre nuevo" (Is 65,15). Dirigido a Jerusalén suena así: "Te llamarán con un nombre nuevo que la boca de Yahveh declarará. Serás corona espléndida en la palma de tu Dios" (Is 62,2-3).

Cartas a las siete Iglesias




A LA IGLESIA DE TIATIRA

Tiatira era una pequeña ciudad asentada en el valle que baña el río Licos. Vivía del comercio y de la industria textil. La tintorería era una rama fundamental de su industria. Por los Hechos de los Apóstoles conocemos a Lidia, originaria de Tiatira, la primera cristiana de Europa, que se dedicaba al comercio de púrpura (Hch 16,14-15).

Jesús se presenta a la comunidad con su título de "Hijo de Dios". En el evangelio de Juan este título es frecuente; en el Apocalipsis sólo aparece en este lugar. Al título de Hijo de Dios se añaden otros dos tomados de la visión del comienzo (1,14s). Con ellos se expresa la fúlgida majestad, la omnisciencia y la plenitud de poder del Señor: "el de ojos como llama de fuego y el de pies de bronce incandescente" (2,18). El Señor escruta el corazón, ve en lo íntimo del alma.

El comienzo contiene un breve, pero magnífico elogio de la comunidad: "conozco tus obras, tu amor y tu fe, tu servicio y paciencia, y que tus últimas obras son mayores que las primeras" (2,19). La fe y la caridad no se han enfriado con el pasar del tiempo ni con las persecuciones, sino que han crecido. La fe creciente se manifiesta en el amor y servicio recíproco.

Sin embargo a esta alabanza sigue una grave acusación al jefe de la Iglesia: su indulgencia con quienes introducen, -como en la comunidad de Éfeso (2,6) y en la de Pérgamo (2,14s)-, ciertas ideas erróneas y ciertas prácticas de perversión. Juan previene a esta Iglesia de un peligro grave: el de la mundanización. En el evangelio ya había escrito que los cristianos están en el mundo "pero no son del mundo" (Jn 17,14.16). Los gnósticos libertinos son siempre una tentación para los cristianos.

Al frente de estas personas, que tratan de pervertir la fe y la vida de la Iglesia de Tiatira, está una mujer, que pretende poseer el carisma de la profecía (Hch 13,1; 21,9; 1Co 12,28; Ef 2,20; 4,11). Esta mujer es designada con el nombre de Jezabel, porque su influjo perverso en la comunidad de Tiatira es semejante al de Jezabel, la princesa fenicia, que el rey Ajab tomó como mujer y que introdujo en Israel los cultos idolátricos de su patria (1R 16,29-34). Contra Jezabel se alzó el profeta Elías en su lucha por salvaguardar la fe de Israel de la idolatría (2R 9,22.30-37). Elías, como único profeta de Yahveh, se enfrentó a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, que asistían a Jezabel (1R 18,16-40).

Con su doctrina, aparentemente inspirada por el Espíritu Santo, esta mujer está pervirtiendo a los fieles de Tiatira. El Señor le ha dado tiempo de conversión, pero ella interpreta la indulgencia del Señor como aprobación de sus obras. El Señor, que ama a su Iglesia, decide intervenir postrando en la cama con una enfermedad mortal a la mujer y a sus hijos, es decir, a sus seguidores. En cambio, corregirá aún con benignidad a los que no siguen sus doctrinas, aunque sean indulgentes con la mujer y sus seguidores: "Le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. Mira, a ella le arrojaré al lecho del dolor, y a los que adulteran con ella, a una gran tribulación, si no se arrepienten de sus obras" (2,21-22). La suerte de la comunidad de Tiatira será una palabra de Dios para todas las Iglesias: "Y a sus hijos, los voy a herir de muerte: así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y yo os daré a cada uno según vuestras obras" ( 2,23).

El Señor se vuelve de nuevo a cuantos se han mantenido fieles, sin contaminarse con las perversiones de Jezabel: "Pero a vosotros, a los demás de Tiatira, que no compartís esa doctrina, que no conocéis las profundidades de Satanás, como ellos dicen, os digo: No os impongo ninguna otra carga; sólo que mantengáis firmemente hasta mi vuelta lo que ya tenéis" (2,24-25). El Señor les exhorta a mantenerse fieles como hasta ahora, en la espera de su venida, que no les defraudará. El Señor, que condena el laxismo de quienes siguen a Jezabel, condena también el rigorismo de quienes quieren echarles pesos superiores a sus fuerzas. Tampoco estos son enviados del Señor. Lo esencial es lo que el apóstol les ha transmitido (2Tm 3,14ss)

Al vencedor, que se mantiene fiel hasta el fin, el Señor le ofrece participar de su poder en el dominio sobre los pueblos paganos y, al final, como corona "la estrella de la mañana" (2,28). Cristo es el lucero del alba (22,16). El vencedor no sólo participará del poder de Cristo, sino también de su luz radiante, de la magnificencia de su gloria. Cristo es la estrella de la mañana, el fiel recibe su luz. Lo que Cristo es, nosotros lo recibimos como gracia, como don.

Pedro exhorta a los cristianos a permanecer fieles a la palabra de los profetas hasta que despunte el lucero de la mañana, es decir, hasta el retorno de Cristo (2P 1,19). "Yo daré la estrella de la mañana" significa que Cristo se da a sí mismo a sus discípulos. Es lo mismo que ofrece al decir: "El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51).

Cartas a las siete Iglesias - Apocalipsis




A LA IGLESIA DE SARDES

En Sardes estaba la antigua residencia real de los Lidos. El último rey que habitó en Sardes fue Creso, famoso por sus riquezas. Pero de su antigua riqueza no quedaba nada más que el recuerdo de su pasado glorioso. Sus habitantes, como los de Tiatira, vivían principalmente de la industria de la lana.
La decadencia histórica de la ciudad es casi un símbolo de la situación a la que se ha reducido la comunidad cristiana de Sardes. La comunidad ha perdido su espíritu. En su mayoría está muerta o a punto de morir. Por ello, Cristo se presenta como el Señor y guardián de los siete ángeles o jefes de las comunidades (1,16) y como "Espíritu vivificante" (1Co 15,45), que posee la plenitud del Espíritu de Dios, del que vive la Iglesia (Jn 1,16; Col 2,9): "Al ángel de la Iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto" (3,1).

El Señor abre su requisitoria contra la Iglesia de Sardes con una acusación sumamente grave, sin que la preceda, como en las otras cartas, una palabra de alabanza. El Señor desea despertar a la comunidad de la somnolencia de muerte en que vive (Ver sobre el sueño y la muerte 1Ts 5,6; Rm 13,11; Ef 5,14; Mt 8,22; Lc 15,24; Jn 5,25; Rm 6,13). No se da cuenta de su situación, se cree viva, cuando en realidad está muerta. Su cristianismo es sólo un nombre al que no responde ninguna realidad, pues sólo unos pocos viven la fe en Cristo. Los signos de vida en la comunidad son insignificantes, a punto de extinguirse, si no son reavivados inmediatamente: "Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir. Pues no he encontrado tus obras llenas a los ojos de mi Dios" (3,2).

La palabra de Cristo resuena con toda su fuerza, invitando a la comunidad a despertar del sueño de muerte, a salir de esa simple apariencia de fe cristiana priva de vida, de ese comportamiento cristiano puramente exterior, sin que responda a una vivencia interior: "Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti" (3,3).

La llamada a conversión es una invitación a avivar la memoria, a recordar el momento en que resonó en Sardes el Evangelio de Jesucristo y comenzaron a dar sus primeros pasos por el camino de la fe. Hacer presentes los memoriales de la actuación de Dios en su vida es acoger de nuevo su fuerza para levantarse y caminar en el seguimiento de Cristo. Si esta llamada a conversión no rompe la sordera y no penetra hasta el fondo del corazón, el Señor se presentará como un ladrón en medio de la noche a juzgarles. Juan recoge la exhortación constante de Cristo a sus discípulos, invitándoles a la vigilancia en espera de su retorno (Mc 13,33-37; Mt 24,42-44; 25,13; Lc 12,35-40).

Juan en su primera carta dice que hay algunos, que se dicen cristianos, participan en las celebraciones, pero nunca han sido "de los nuestros": "Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Pues si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Así se ha puesto de manifiesto que no todos son de los nuestros" (1Jn 2,19). La vida de una comunidad puede no ser más que pura apariencia, como una estrella apagada, como sal desvirtuada, "que teniendo la apariencia de piedad, reniegan de su fuerza interior" (2Tm 3,5). Vale para ellos la afirmación de Santiago: "La fe si no tiene obras está muerta" (St 2,17).

Sin embargo en Sardes hay algunos, aunque sean pocos, que se han mantenido fieles. Entre tantos muertos, quedan algunos vivos, que no han manchado la vestidura blanca de su bautismo: "Tienes no obstante en Sardes unos pocos que no han manchado sus vestidos. Ellos andarán conmigo vestidos de blanco; porque lo merecen" (3,4). A estos les dirige una palabra de esperanza, expresada a través del símbolo de las vestiduras blancas, signo de gloria divina, de luz eterna, de vida inmortal y de elección para participar en el reino de Dios: "El vencedor será así revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus Angeles (3,5).

La primera imagen de las vestiduras cándidas hace alusión a la industria de la lana, famosa en Sardes. El blanco refulgente, que se repite en el Apocalipsis, es el símbolo de la gloria de Cristo en el cielo y de quienes se sientan con Él a la derecha del Padre.

La segunda imagen del "Libro de la vida", presente ya en el Antiguo Testamento (Sal 69,29) y en otros textos del Nuevo (Lc 10,20; Flp 4,3; Hb 12,23), aparece repetida en el Apocalipsis (13,8; 17,8; 20,12; 21,27). Dios no olvida a sus hijos, les tiene anotados en el libro de la vida (Sal 69,29; Ex 32,32-33; Is 4,3).

Y la tercera imagen repite la promesa de Jesús en el evangelio: "Él les reconocerá ante el Padre y ante sus ángeles" (Mt 10,32; Lc 12,8). En el día del juicio Cristo les presentará al Padre como sus testigos fieles (3,6).

Las tinieblas, que envuelven a la Iglesia de Sardes, se disipan gracias al esplendor de las vestiduras blancas de quienes han permanecido fieles. Estos escoltan a Cristo, con quien caminan hacia la gloria, seguros de que "en aquel tiempo se salvarán quienes de tu pueblo estén inscritos en el libro de la vida" (Dn 12,1). Además estos pocos fieles al Señor pueden ser levadura que hace fermentar toda la masa y despertar a sus hermanos de la muerte.

Las vestiduras blancas, de las que tantas veces habla el Apocalipsis, hacen referencia al Paraíso. Cristo promete a los fieles el retorno al Paraíso, a la inocencia original, de donde el hombre fue arrojado por el pecado. El pecado despojó al hombre de la gloria de Dios que le envolvía. El hombre se vio desnudo, obligado a cubrirse con las hojas de la higuera. El hombre, después del pecado, está desnudo; vive en el miedo y la vergüenza. Necesita que Dios le vista el traje de la gracia, el vestido blanco que Cristo promete al vencedor. El blanco es la luz, la gloria de Dios que envuelve al cristiano. El hombre camina en el desierto de este mundo hacia el Paraíso, en el que sólo se entra con la vestidura blanca, que Cristo ofrece a quienes creen en Él y le siguen. Si alguien entra sin el vestido de bodas será arrojado fuera (Mt 22,11-13).

Cartas a las siete Iglesias - Apocalipsis




A LA IGLESIA DE FILADELFIA

Filadelfia, destruida por un terremoto unos ochenta años antes de recibir esta carta, quedó desde entonces reducida a una pequeña e insignificante ciudad de Lidia. La comunidad cristiana no era numerosa, pero era grande por su espíritu. El Señor hace de la Iglesia de Filadelfia, como de la comunidad de Esmirna, una alabanza ilimitada. Igual que en Esmirna, también aquí la persecución les viene a los cristianos de la comunidad judía. La carta busca darles confianza y reforzar la fidelidad al Señor y a su palabra.

Cristo se presenta con los títulos de "santo y veraz", títulos con los que aclaman a Dios los mártires en la quinta visión de los sellos (6,10). Con estos dos títulos Jesús se presenta como Dios. Un tercer título, -"el que tiene la llave de David, que abre y ninguno puede cerrar, cierra y ninguno puede abrir" (3,7)-, le muestra como Mesías. La expresión está tomada de Isaías (Is 22,22), que anunciaba a Eliaquín su elección como mayordomo de palacio; esta elección se interpretaba en sentido mesiánico, pues la casa de David es símbolo del reino del Mesías. Jesús es el único que decide quien será acogido en el reino de Dios y quien será excluido de él. Cristo, que posee la llave del reino de los cielos, es el mediador entre Dios y los hombres. Y Cristo encomienda a Pedro esta función en la Iglesia (Mt 16,19).

La imagen de la puerta recibe un nuevo significado aplicado a la Iglesia. La pequeña comunidad de Filadelfia, que se ha mantenido firme en el testimonio de la fe, no se ha cerrado en sí misma, sino que se ha abierto a la misión. El Señor, que conoce sus obras, le promete que su acción misionera dará fruto. La comunidad crecerá, incorporándose a ella precisamente algunos de los judíos que la han perseguido (1Co 16,9; 2Co 2,12; Col 4,3). Cristo les convencerá de que los cristianos son ahora "el verdadero Israel de Dios": "Conozco tu conducta: mira que he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar, porque, aunque tienes poco poder, has guardado mi Palabra y no has renegado de mi nombre. Mira que te voy a entregar algunos de la Sinagoga de Satanás, de los que se proclaman judíos y no lo son, sino que mienten; yo haré que vayan a postrarse ante tus pies, para que sepan que yo te he amado" (3,8-9).

La comunidad de Filadelfia se ha mantenido firme en la fe, porque, sintiéndose sin poder, impotente, ha puesto su confianza en el Señor. Ha hecho la misma experiencia de Pablo: "Cuando soy débil es cuando soy fuerte" (2Co 12,10). En su debilidad se esconde una gran fuerza, que se muestra en la perseverancia en guardar la palabra y en el testimonio de fe ante los demás, que de perseguidores se vuelven seguidores. Poco tiempo después, al escribir a esta Iglesia, Ignacio de Antioquía les dice al respecto: "Los que arrepentidos vuelven a la unidad de la Iglesia también son de Dios, porque viven según Jesucristo".

Y como ha abierto la puerta de la comunidad para que entren en ella los judíos, el Señor la cerrará para que la persecución, ya inminente, no suponga para ellos ninguna defección. El Señor les protegerá y abreviará el tiempo de la prueba: "Ya que has guardado mi recomendación de ser paciente, también yo te guardaré de la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra. Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona" (3,10-11).

La Iglesia, que vive en el mundo, participa de la prueba que toca al mundo entero, pero la vive bajo la protección del Señor. Es lo que Cristo pide al Padre en la gran plegaria que Juan recoge en su evangelio: "No te pido, Padre, que les saques del mundo, sino que les libres del maligno" (Jn 17,15). Al vencedor de la prueba el Señor le premiará con la corona de la gloria (2Tm 4,8). La gloria de la vida eterna, en esta carta es presentada bajo una nueva imagen: "el vencedor será puesto como columna del templo de Dios". En la Iglesia de Jerusalén Santiago, Cefas y Juan eran considerados como columnas (Ga 2,9). Tres nombres se esculpirán en la columna: "Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios, y el nombre de la Ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo" (3,12).
En el lenguaje bíblico imponer el nombre a una persona es indicar la señoría, la pertenencia. Los fieles, que reciben el nombre de Dios, le pertenecen, están bajo su sello, bajo su protección, son para Dios un bien precioso. Decía ya el Antiguo Testamento: "Yo les daré dentro de mi casa y dentro de mis murallas un puesto y un nombre más grande del reservado a mis hijos e hijas, les daré un nombre eterno que jamás será borrado" (Is 56,5).




A LA IGLESIA DE LAODICEA

Laodicea es una ciudad levantada sobre el margen del río Licos, en la ruta del comercio con el Oriente. Desde su fundación, unos cuatrocientos años antes de recibir esta carta, se desarrolló en ella la industria de la lana y del lino con un comercio floreciente. Según Cicerón su actividad bancaria era famosa, conocida hasta en Roma. Tenía además una escuela superior médico farmacéutica. El terremoto del año 60 después de Cristo destruyó la ciudad, pero se reconstruyó con sus propios medios, sin necesidad de ayudas estatales. Con razón se cree rica, como leemos en esta carta. La Iglesia la fundó Epafras durante el ministerio de Pablo en Éfeso (Col 1,7; 4,12-13).

El Señor se presenta con la partícula hebraica afirmativa personificada: Amén (Is 65,16), que inmediatamente nos traduce como "el testigo fiel y veraz" (3,14), porque su palabra es firme. Cristo es el amén de Dios, muestra en su persona la fidelidad de Dios a sus promesas: "Cristo Jesús no fue sí y no; en Él no hubo más que sí. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en Él; y por eso decimos por Él Amén a la gloria de Dios" (2Co 1,18-20). En la liturgia Cristo es el sí de Dios a la Iglesia y el sí de la Iglesia a Dios.

Cristo es lo contrario de la vida de la Iglesia de Laodicea, que no es ni sí ni no, pues pretende agradar a Dios y al mundo. La comunidad cristiana, contaminada del ambiente de prosperidad de la ciudad, vive en la tibieza. La civilización del bienestar no combate a Dios, lo ignora. Bien y mal se confunden. El indiferentismo es la nota dominante de la vida. Se pierde hasta el sentido del pecado. La conciencia se adormece y acepta el mal, sin darse cuenta de que es mal. Es el estado de la Iglesia de Laodicea.

La comunidad de Laodicea no recibe ni una palabra de alabanza. Ya había creado preocupaciones al apóstol Pablo (Col 2,1), que le había escrito una carta (Col 4,16). Y ahora, unas décadas después, el juicio de Cristo es completamente negativo. La tibieza, en que viven los cristianos de Laodicea, cojeando con los dos pies (1S 18,21), ni contra Dios ni contra el mundo (Mt 6,24; 12,30), es algo que a Cristo le repugna más que el paganismo total. La verdad y fidelidad son las dos notas con que se presenta Cristo y son las características de sus seguidores. Algo que falta por completo a la Iglesia de Laodicea: "Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!" (3,15).

Los cristianos de Laodicea son ricos de bienes terrenos. Son aceptados en la vida social y comercial de la ciudad. Se sienten integrados en el mundo. En realidad son del mundo. Sus obras no testimonian su fe en Cristo ni meten en crisis la vida de quienes les rodean. No son luz ni sal del mundo, o peor, son sal desvirtuada, que no sala a nadie (Mt 5,13ss). La Palabra de Cristo dirigida a esta comunidad es la palabra más dura de todas las siete cartas. Con una imagen vehemente aparece la náusea que aflora en la boca de Cristo que no tolera la ambigüedad, la banalidad y el vacío interior. La Iglesia de Laodicea recibe la amenaza de ser vomitada, arrojada lejos a las tinieblas: "Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: Soy rico; me he enriquecido; nada me falta. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo" (3,16-17).

La situación de la Iglesia de Laodicea es exactamente lo opuesto a la de Esmirna, a la que el Señor dice: "Conozco tu pobreza, pero eres rica" (2,9). Laodicea se cree rica, pero es pobre y miserable, pobre de Dios, enferma de ceguera. Esta Iglesia, como la ciudad donde vive, se siente autosuficiente y, por tanto, se apoya en sus propias fuerzas. Es lo contrario de la Iglesia de Filadelfia, que "al tener poco poder" (3,8), era fuerte en el Señor.

Cristo dice a la Iglesia de Laodicea, nos dice a nosotros: ¡Ojala fueras frío o caliente! Quien es frío, el pecador, puede tomar conciencia de su pecado y convertirse. Quien no es ni frío ni caliente, quien duerme espiritualmente, permanece en su pecado, no puede convertirse. Cristo, fuego ardiente, abrasado de amor, al tibio lo vomita de su boca.

Pero tampoco es ésta la última palabra. A esta Iglesia "pobre, ciega y desnuda" (3,17), Cristo mismo se ofrece como su ayuda. A Él le pueden comprar lo que necesitan para salir de su estado miserable. Ellos, tan buenos comerciantes, necesitan ahora adquirir el oro verdadero, purificado en el fuego, que es el único que conserva su valor incluso en el cielo (Mt 6,20). Para ello necesitan antes salir de la ceguera en que viven, comprar el colirio para ungirse los ojos del espíritu, ver su desnudez y revestirse de Jesucristo, de la vestidura de la gracia bautismal, la túnica blanca con la que podrán seguir al Cordero: "Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista" (3,18).

Las tres imágenes, con las que Cristo se ofrece como ayuda de esta Iglesia, están relacionadas con los elementos del lugar que les han tentado: la banca, la industria textil y la escuela médico farmacéutica, sobre todo oftalmológica. La palabra de Cristo es como un rayo incandescente que perfora las defensas externas y descubre la miseria interior escondida, la ceguera y la desnudez. Resuenan las palabras de Jesús a los fariseos, que recoge el cuarto evangelio: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: vemos, vuestro pecado permanece" (Jn 9,41). El "engaño de la riqueza" (Mt 13,22) ha llevado a la Iglesia de Laodicea al orgullo y a la autosuficiencia, creyendo que "no necesitan nada". Las riquezas les han cegado y han perdido el discernimiento, pues según Cristo necesitan comprarle todo.

Si la llamada a conversión es fuerte, al final la Iglesia de Laodicea recibe unas palabras llenas de ternura y amor. El Señor se sitúa detrás de la puerta cerrada de sus corazones y llama, les ruega que le abran porque desea entrar y cenar con ellos. Es siempre el Señor, que no busca a los justos, sino que come con los publicanos y pecadores: "Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (3,19-20). Dios se presenta como un Padre que corrige a su hijo, a quien ama. Es la revelación de Dios que nos ha hecho su Hijo amado y que ya se había manifestado en los escritos sapienciales: "El Señor corrige a quien ama, como un padre a su hijo querido" (Pr 3,12).

Esta llamada de Cristo evoca el Cantar de los cantares, cuando la amada escucha la voz del Amado que está a la puerta y llama (Ct 5,2-6). Y evoca tantos textos del Evangelio, en los que contemplamos a Cristo invitándose a comer en casa de Mateo (Mt 9,9-13) o de Zaqueo (Lc 19,1-10). Cristo pasa por los caminos del mundo, donde nosotros estamos cerrados en el interior de nuestras casas, en el estrecho círculo de nuestros intereses. Si Él no llamase a la puerta de nuestra vida, ésta transcurriría en la soledad y el vacío. Si nosotros nos volvemos sordos a su llamada y no le abrimos Él pasa, sin forzar la puerta. Gracia y libertad, Dios y el hombre se encuentran y de ese encuentro puede brotar la comunión, el abrazo, la intimidad de vida, de la que es símbolo la cena de Él con nosotros, y de nosotros con Él. Cristo pasa invitándonos al banquete escatológico (Mt 7,7s; 8,11s; 22,12; 25,10.21-23; Lv 13,24-29; 14,23).

Con este reclamo de amor, Jesús desea sacar a los fieles de Laodicea, y a la Iglesia de todos los tiempos, de su tibieza e invitarles al combate de la fe. El se ha sentado en el trono de su Padre porque ha luchado y vencido (Lc 24,26). Sus discípulos participarán de su gloria, se sentarán en su trono con Él si vencen en el combate de este mundo, en la lucha contra el mundo y sus seducciones (Jn 16,33). No se trata de ceder y acomodarse a los deseos del mundo, sino de vencer al mundo con la fuerza de la fe (1Jn 5,4). Sólo recibe la corona de la gloria quien participa en la prueba: "Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono" (3,21).

Nosotros somos como esta Iglesia tantas veces. Nos faltan los sentidos para percibir, gustar, ver o tocar a Dios o para sentirnos tocados por Él. Dios pasa a nuestro lado y no le vemos, nos habla y no le oímos. Somos ciegos, sordos, mudos, desgraciados y miserables. Necesitamos el colirio de la fe que nos abra los ojos para reconocer en Jesús el Salvador, sin escandalizarnos de la debilidad y de la cruz (Mt 11,5-6). El cristiano tiene los sentidos de la fe despiertos para transmitir la experiencia de Cristo a todos los hombres: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida... lo anunciamos" (1Jn 1,1ss). Para ser testigo hay que ver a Jesús o tocarlo como la hemorroísa (Mt 9,20).

 

Cartas a las 7 Iglesias - Apocalipsis


[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]