[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO NEOCATECUMENAL: 5. MARIOLOGIA, MARIA, FIGURA Y MADRE DE LA IGLESIA

Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas 

      

 

MARIOLOGIA: MARIA, MADRE Y FIGURA DE LA IGLESIA

a) María, paradigma del cristiano

b) Maternidad de María y maternidad del cristiano

c) María, figura de la Iglesia

d) María: Virgen, Esposa y Madre

e) María madre nuestra

Camino neocatecumenal - Sello - Trípodo - Nueva Evangelización


Quienes no conocen el Camino Neocatecumenal dicen que en él apenas se habla de la Virgen María. Por ello, será conveniente dedicar unas páginas a la amplia y rica Mariología que se vive en las Comunidades. A la Mariología corresponden algunos de los aspectos más significativos del Camino Neocatecumenal, que se concibe, en conformidad con la más antigua tradición patrística, según el paradigma de la vida y misión de la Virgen María. Kerigma, catecumenado y misión de la Comunidad siguen el paralelo de la Virgen María: Anuncio del Angel, gestación y alumbramiento de Jesucristo para salvación del mundo.

María paradigma del Camino Neocartecumenal

 

a) MARIA, PARADIGMA DEL CRISTIANO[1]

 misterio de la sexualidad en el corazón de la fe, en el núcleo de la esperanza, en la fidelidad eterna del amor de Dios, cumplido plenamente en María, cumpliéndose en la Iglesia y en cada uno de sus miembros. Sin maternidad, que engendra hijos de Dios, sin fidelidad, que garantiza las promesas, y sin virginidad, que libera a la Iglesia de sumergirse y perderse en la figura de este mundo que pasa, la Iglesia no es la Iglesia de Cristo, que tiene en María

Acoger el Kerigma es ponerse en camino, comenzar el itinerario de la fe. Este es todo el Camino Neocatecumenal, que tiene como paradigma a la Virgen María. Un ángel, enviado de Dios, hace el anuncio a María: Alégrate, María, el Señor está contigo, concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será llamado hijo de Dios (Cf. Lc 1,26ss). María, al acoger este anuncio, comienza el período de gestación, hasta dar a luz al Hijo de Dios. El hombre, que acoge el anuncio de unos enviados de Dios, comienza el catecumenado, como tiempo de gestación del hombre nuevo, hijo de Dios. Entrando en el seno de la Madre Iglesia será dado a luz, renaciendo de lo alto.

María está situada en el punto final de la historia del pueblo elegido, en correspondencia con Abraham (Mt 1,2-16). Abraham es el padre de los creyentes (Cf. Rm 4) y el modelo de los justificados por la fe. A Abraham le fue hecha la promesa de un hijo y de una tierra (Cf. Gn 12,1ss); y efectivamente, aún siendo anciano, Dios le dio un hijo de Sara, su mujer estéril.[2] Cuando Dios le pidió a Isaac, el hijo de la promesa, el patriarca obedeció, "pensando que poderoso era Dios aún para resucitar de entre los muertos" (Hb 11,19), y Dios en el monte proveyó con un cordero. Abraham en su historia vio que Dios es fiel; aprendió existencialmente a creer. Apoyado en Dios recibe la fecundidad de su promesa.

Abraham, el padre de los creyentes, era el germen y el prototipo de la fe en el Dios Salvador. En María encuentra su culminación el camino iniciado por Abraham. El largo camino de la historia de la salvación, por el desierto, la tierra y el destierro se concretiza en el resto de Israel, en María, la hija de Sión, madre del Salvador. María es la culminación de la espera mesiánica, la realización de la promesa. Así toda la historia de la salvación desemboca en Cristo, "nacido de mujer" (Ga 4,4). María es "el pueblo de Dios" que da "el fruto bendito" a los hombres por la potencia de la gracia creadora de Dios. Abraham y María aparecen constantemente ante los ojos y oídos de los Neocatecú­menos en su itinerario de fe. Pues María hace también el itinerario de la fe. Ha recibido una noticia, la ha creído, ha concebido virginalmente en su seno, ha gestado y dado a luz al Hijo de Dios. Precisa­mente por esta fe colmada de fidelidad se convierte María en tipo de la Comunidad de los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Cf LG, n.58). En el cristiano se reproduce el mismo camino fecundo; también a él, por el poder del Espíritu, le nacerá "un hombre nuevo" si cree en la Palabra, la conserva en el corazón. En el seno de la Iglesia será gestado el catecúmeno hasta que nazca en la fuente bautismal. La grandeza de María consiste en su fe, en haber concebido en la fe, antes que en su seno  al Hijo de Dios:[3] "Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1,45).

"Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo. De esta fe, la Virgen María es modelo supremo: ella creyó que 'nada es imposible para Dios' (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: 'el Poderoso ha hecho en mi favor maravillas, santo es su nombre' (Lc 1,49" (CEC 273).

María "recibió, al anuncio del ángel, al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo" (LG 53). Concibió a Jesucristo, por la fe, en su corazón antes de concebirlo en su seno; más aún "por la fe concibió la carne de Cristo", dirá San Agustín en varios lugares.

Como imagen del cristiano, tipo de la Iglesia, María muestra al cristiano -así es presentada al Neocatecúmeno en todas las etapas de su iniciación cristiana- el camino de la fe. Ella dice: "Hagan lo que El les diga". Y como ella tiene un amor maternal, lleno de ternura, hacia el Hijo de Dios, enseña al cristiano ese amor, esa ternura maternal y virginal, de la que todo cristiano participa por obra del Espíritu Santo. Este amor maternal de María la llevará a acompañar al Hijo en su misión, dándolo constantemente por los hombres; por ello, en el amor maternal de María hacia su Hijo, está incluido su amor hacia nosotros, los pecadores. De esta forma, cada cristiano, en cuyo corazón habita Cristo, sabe que como María, madre de Cristo, deberá darlo al mundo y acompañarlo en su misión, porque amar a Cristo es amar a los pecadores, amar la misión de Cristo, de forma que cada cristiano es "madre de Cristo", al darle a luz para la salvación de los hombres, para la redención de los pecadores. Es la nota más significativa del Camino Neocatecumenal: el amor a los pecadores, la preocupación por los alejados de la Iglesia, la itinerancia en busca de la oveja perdida para llevarla a Cristo, único Salvador.

"La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que nada es imposible para Dios" (CEC 148). "Durante toda su vida, y hasta la última prueba, cuando Jesús, su Hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el cumplimiento de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe" (149).

 Ser madre del Mesías, de Jesucristo, implica acompañarle en su misión, participar de su misión, participando de sus sufrimientos, como dirá San Pablo: Sufro en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo". María, como verdadera hija de Abraham, ha aceptado el sacrificio de su Hijo, el Hijo de la Promesa, pues Dios, que sustituyó la muerte de Isaac por un carnero, "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros" (Rm 8,32), como el verdadero Cordero que Dios ha provisto para que "cargue y quite el pecado del mundo" (Jn 1,29; Ap 5,6).

María, pues, como hija de Abraham, acompaña a su Hijo que, cargado con la leña del sacrificio, la cruz, sube al Monte Calvario. El cuchillo del sacrificio de Abraham, en María se ha transformado en "una espada que la atraviesa el alma". Abraham sube al Monte con Isaac y vuelve con todos nosotros, según se le dice: "Por no haberme negado a tu único hijo, mira las estrellas del cielo, cuéntalas si puedes, así de numerosa será tu descendencia". La Virgen María sube al Monte Calvario con un Hijo, que es Jesús, y descenderá con todos nosotros, porque desde la cruz Cristo le dirá: "He ahí a tu hijo" y, en Juan, nos señala a nosotros, los discípulos por quienes El entrega su vida. La Virgen María, acompañando a su Hijo a la Pasión, acompañándo­lo en su misión, nos ha recuperado a nosotros los pecadores como hijos, pues estaba viviendo en su alma la misión de Cristo, que era salvarnos a nosotros.[4]

Este es el final del itinerario de la fe del neocatecúmeno. Si en él se cumple el paradigma de María, el cristiano ama y muere dando la vida a los pecadores, participando de la misión de Cristo: "Como el Padre me envió a mí, yo os envío a vosotros". El discípulo de Cristo, madre de Cristo, entrega su vida a la evangelización para la salvación de los hombres. No se puede separar el amor a Cristo del amor a su misión. Si Cristo ha sido enviado al mundo para salvar a los hombres, no se pue­de separar  a  Cristo  de su misión. Al unir el nombre   -Jesús- y la misión-Cristo- estamos afirman­do la identificación en Jesucristo de la persona y la misión: El es pan que se da, donación total, salvación para los hombres. El cristiano, esto es, el seguidor de Cristo es el que "pierde su vida" por la salvación del mundo.

María Madre nuestra

 

b) MATERNIDAD DE MARIA Y MATERNIDAD DEL CRISTIANO[5]

Jesús dirá: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). La experiencia de ser, por una parte, madre de Cristo y, por otra, hermano de Cristo, es decir, hijo de María, es intrínseca al proceso de gestación de la fe que se produce en cada hombre que es evangelizado por la Iglesia. La maduración cristiana en el neocatecúmeno implica ya esta realidad de "maternidad" que experimenta el hombre llamado por Dios a convertirse en cristiano, hijo de Dios, en el seno de la Iglesia. El cristiano es hijo de Dios, hijo de la Iglesia, hijo de María, es decir, hermano de Cristo, lo que supone ser hijos de la misma madre de Cristo, del mismo Padre, por obra del Espíritu Santo.[6]

El cristiano es gestado por la Iglesia en un útero celeste, en un seno divino, el Bautismo: "A todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios...nacidos no de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Cf. Jn 1,12-13). Todo hombre, que acoge la Buena Nueva del Kerigma, que la Iglesia le anuncia, escucha como la Virgen María: "Alégrate, el Señor está contigo. No temas, porque has hallado gracia a los ojos de Dios. Concebirás en el seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús" (Cf. Lc 1,28ss).

Como María, este hombre se sentirá sorprendido por semejante Anuncio y se preguntará: "¿Como es posible?, no conozco varón". El Angel, como el Apóstol, enviado de Dios, dará siempre la misma respuesta: "No será obra de varón, de la carne ni de la sangre. Será obra del Espíritu Santo, que te cubrirá con su sombra, de modo que el que ha de nacer será Santo, Hijo de Dios". Añadiendo: "Mira, también Isabel, a la que todos llamaban la estéril, ha concebido un hijo en su vejez porque nada es imposible para Dios". En Dios lo imposible para el hombre se hace posible. El hombre, en su pequeñez, puede responder con María: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". El mismo mensajero acompaña su Anuncio con el testimonio de su vida y de los millares de testimonios, de mártires y santos, que eran estériles del verdadero amor y, sin embargo, han dado a luz el amor mismo de Dios en su vida.

De este modo, acogiendo el kerigma, comienza la gestación de un hijo, del Hijo de Dios. De la Iglesia, es decir, de todos aquellos que constituyen la Iglesia, de cada cristiano que se ha creído la Buena Noticia podemos decir: "Bendita tú que has creído la Palabra del Señor". Dichoso porque realmente se cumplirán en él las cosas que le han sido dichas de parte del Señor. La Palabra, fecundada por el poder del Espíritu Santo, comenzará la gestación de la nueva creatura. Realmente comienza a ser "madre de Jesús": en él se formará el hijo de Dios e hijo de la Iglesia. "El misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo 'toma forma' en nosotros (Ga 4,19). Navidad es el Misterio de este 'admirable intercambio'" (CEC 526). "La Iglesia es una con Cristo. Felicitémonos -dice San Agustín- y demos gracias por lo que hemos llegado a ser no solamente cristianos sino el propio Cristo" (795).

"La fe de María es la que la hace llegar a ser madre del Salvador: Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo" (CEC 506). "Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe. '¿Cómo será esto?' (Lc 1,34). La participación en la vida divina no nace 'de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios' (Jn 1,13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios se lleva a cabo perfectamente en la maternidad de María" (505).

Aparece cumplida la bienaventuranza de Jesús: "El que escucha la Palabra y la guarda es mi madre y mi hermano". Es madre de Cristo y hermano de Cristo. Es madre, porque en él se gesta Cristo, su vida será un "ser en Cristo", un "vivir en Cristo" hasta poder decir con San Pablo: "No soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí". Y es hermano, en cuanto que es engendrado por la misma madre: la Virgen-Madre, María, la Iglesia. Así, el que descendió del Padre como Unigénito podrá volver a El como primogénito de muchos hermanos.

En Cristo, el Hijo, Dios se nos ha mostrado como Padre y, al mismo tiempo, nos ha permitido conocer su designio sobre el hombre: llegar a ser hijos suyos acogiendo su Palabra, es decir, a su Hijo. Cierto que Cristo dirá "mi Padre y vuestro Padre". Pues El es por naturaleza lo que nosotros somos por adopción. Pero hermanos, ya que El no se avergüenza de llamarnos ante el Padre "sus hermanos". Es lo que ya San Cirilo de Jerusalén explicaba a los catecúmenos en sus catequesis:

"Cristo es Hijo natural. No como vosotros, los que vais a ser iluminados, sois hechos ahora hijos, pero en adopción por gracia, según lo que está escrito: 'A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Ellos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, sino que nacieron de Dios' (Jn 1,12-13). Y nosotros nacemos ciertamente del agua y del Espíritu (Jn 3,5), pero no es así como Cristo ha nacido del Padre".[7]

Esta es la gran novedad del cristianismo, que se anuncia desde el comienzo en el Camino y que se va haciendo realidad progresivamente en los neocatecúmenos hasta llegar a su explicitación plena en la etapa de la entrega del Padrenuestro. Dios se nos revela como Padre en su Hijo Unigéni­to, que se dirige a Dios con la palabra inaudita antes de El, la más familiar de las expresiones: "Abba, Padre"; pero lo más inaudito, la buena y sorprendente noticia es que Jesús "nos amaestró" para que también nosotros "nos atreviéramos" a dirigirnos a Dios de la misma manera, con la misma familiari­dad e intimidad, llamándole: ¡Abba!.

Esto es lo que hace exclamar a San Juan: "¡Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos!" (1Jn 3,1). En efecto, "cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la filiación adoptiva por medio de El" (Ga 4,1-5). Pues a todos los elegidos, el Padre, antes de todos los siglos, "los conoció de antemano y los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,28-30).

Este hijo de Dios, hermano de Jesucristo, es gestado por la madre Iglesia. En el seno de la Iglesia se va formando y creciendo. Será, primero, una criatura pequeña, balbuciente, que gime con gemidos inenarrables: ¡Abba!; que tiene necesidad de grandes cuidados, que se le puede matar fácilmente, que se consume y muere si no se le alimenta, tanto con la leche materna, que la Iglesia le da con la Palabra y los Sacramentos, cuanto con la interiorización que de estos debe hacer, poniendo en práctica la Palabra, respondiendo con la oración y con un cambio progresivo de vida, hasta llegar "a la plenitud adulta de Cristo". Es lo que enseña San Cipriano comentando el Padrenuestro:

"Padre, dice en primer lugar el hombre nuevo, regenerado y restituido a su Dios por la gracia, porque ya ha empezado a ser hijo...Luego, el que ha creído en su nombre y se ha hecho hijo de Dios, debe empezar por eso a dar gracias y hacer profesión de hijo de Dios, puesto que llama Padre a Dios, que está en los cielos; debe testificar también que desde sus primeras palabras en su nacimiento espiritual ha renunciado al padre terreno y carnal, y que no reconoce ni tiene otro padre que el del cielo (Mt 23,9)...No pueden invocarle como Padre quienes tienen por padre al diablo: 'Vosotros habéis nacido del padre diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. El fue homicida desde el principio y no hay verdad en él' (Jn 8,44).¡Cuan grande es la clemencia del Señor e inmensa su gracia y bondad, pues quiso que orásemos frecuentemente en presencia de Dios y le llamásemos Padre; y así como Cristo es Hijo de Dios, así nos llamemos nosotros hijos de Dios! Ninguno de nosotros osaría pronunciar tal nombre en la oración, si no nos lo hubiera permitido El mismo...Hemos, pues, de pensar que cuando llamamos Padre a Dios es lógico que obremos como hijos de Dios, con el fin de que, así como nosotros nos honramos con tenerlo por Padre, El pueda honrarse de nosotros".[8]

 

María Figura de la Iglesia

c) MARIA, FIGURA DE LA IGLESIA[9]

María, la llena de gracia, es figura de la Iglesia, figura del cristiano. Representa al hombre ante Dios, hombre que tiene necesidad de la gracia y que recibe esa gracia. María, en toda su persona, es un testimonio de lo extraordinario de Dios, del amor gratuito de Dios, que acepta al hombre, abajándose hasta su pequeñez.

"Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia e incluso constituye la figura (typus) de la Iglesia" (CEC 967). "La Iglesia ya llegó en la Santísima Virgen María a la perfección, sin mancha ni arruga...En ella, la Iglesia es ya enteramente santa" (829). "La Iglesia venera a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser" (1172). La Iglesia "dirige su mirada a María para contemplar en ella, -Icono escatológico de la Iglesia-, lo que es la Iglesia en su misterio, en su peregrinación de la fe, y lo que será al final de su marcha... Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro" (972).

Como en María, así ocurre cuando a alguien se le concede escuchar las palabras: "Alégrate, el Señor está contigo". Este hombre, pequeño o pecador, se convierte en un elegido, en un ser recreado por la gracia de Dios, si como María dice "hágase en mí según tu palabra", experimentando "que nada hay imposible para Dios".

María es "la creyente" (Lc 1,45). Es la primera creyente, tipo de todo cristiano, figura de la Iglesia, comunidad de los creyentes (He 2,44;4,32;5,14). María acoge la Palabra, que se encarna en su seno; conserva y medita en su corazón las cosas y acontecimientos con que Dios le habla, figura del creyente que escucha la Palabra, conservándola en un corazón bueno, haciéndola fructificar con abundancia (Cf. Lc 2,19.51;8,15).

El amor a la madre de Dios va unido en los Neocatecúmenos al amor a la Iglesia. Nace a causa de la gestación nueva del ser cristiano que experimentan en el seno de la Iglesia y los cuidados y gracias que reciben de dicha madre. Allí donde se anuncia el kerigma se da siempre el descubrimiento maravilloso y gozoso de María como madre de Dios y como madre nuestra.[10] "La salvación viene sólo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre. Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento... Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe" (CEC 169).[11]

 

María, Virgen Esposa y Madre

d) MARIA: VIRGEN, ESPOSA Y MADRE[12]

Cristo, nuevo Adán, nace "de Dios", en el seno virginal de María. La promesa de Isaías se cumple concretamente en María. Israel impotente, estéril, ha dado fruto. En el seno virginal de María, Dios ha puesto en medio de la humanidad estéril e impotente de salvarse por sí misma un comienzo nuevo, una nueva creación, que no es fruto de la historia, sino don que viene de lo alto. Sara, Raquel, Ana, Isabel, las mujeres estériles de la historia de la salvación, figuras de María, muestran la gratuidad de la vida, don de la potencia creadora de Dios.

San Juan ve en María la nueva Eva, la mujer, como la llama significativamente en las bodas de Caná, anticipo del misterio del nacimiento de la Iglesia como esposa de Cristo en la cruz, donde volverá a llamarla mujer.

La mujer, alegría y ayuda adecuada del hombre, se convirtió en tentación para el hombre, pero siguió siendo "madre de todo viviente": Eva, como es llamada después del pecado. Ella conserva el misterio de la vida, la fuerza antagonista de la muerte, que ha introducido el pecado, como poder de la nada opuesto al Dios Creador de la vida. La mujer, que ofrece al hombre el fruto de la muerte, es también el seno de la vida; de este modo, la mujer, que lleva en sí la llave de la vida, toca directamente el misterio de Dios, de quien en definitiva proviene toda vida, pues El es el Viviente, la misma Vida.[13]

Los profetas, en su teología simbólica, presentarán a Israel como mujer, como virgen, esposa y madre. Dios, en su alianza de amor esponsal, ha amado a la hija de Sión con un amor indestructible, eterno. Israel es la virgen esposa del Señor, madre de todos los pueblos (Sal 86). En la fecunda esterilidad de Israel brilla la gracia creadora de Dios. En la plenitud de los tiempos, la profecía se cumple, las figuras se hacen realidad en la mujer, que aparece como el verdadero resto de Israel, la verdadera hija de Sión (Cf. So 3,14-17), la Virgen Madre: María. En María, la llena de gracia, aparece plenamente la fecundidad creadora de la gracia de Dios.

En medio de una civilización que trivializa el carácter específico de la sexualidad, haciendo intercambiable todo tipo de función entre hombre y mujer, despojando al sexo del vínculo con la fecundidad, que es su orientación radical y originaria; en esta sociedad hedonista, sin capacidad para sufrir y dar la vida, en la que la maternidad, la virginidad y la fidelidad esponsal aparecen como irrelevantes o son ridiculizadas...la Iglesia -así lo viven las Comunida­des Neocatecumenales- mira a María Virgen, Esposa y Madre como su figura e imagen de realización plena. María es tipo escatológico de la Iglesia. En ella la Iglesia contempla el misterio de la maternidad, de la gratuidad, de la contemplación, de la belleza, de la virginidad, de la fidelidad, del anuncio escatológico del Reino de los cielos, en una palabra, de todo lo que a los ojos del mundo aparece como inútil.

La virginidad, la fidelidad esponsal y la maternidad, contempladas en María, arraigan en su tipo y figura.

En María se cumple la profecía de Oseas, cuando anuncia que Israel, la mujer adúltera, volvería a ser un día una esposa inmaculada, aquella esposa fiel a Dios a la que Dios dice en el Cantar de los Cantares: "Toda hermosa eres tú y en ti no hay mancha" (4,7). "María -dirá K. Rahner- es la plenamente redimida por la gracia, la que realiza y representa con mayor plenitud lo que la gracia de Dios opera en la humanidad y en la Iglesia".[14]

El primer fruto mariológico de la predicación patrística es el paralelo entre Eva y María, frecuente a partir del s. II y muy citado en las Comunidades Neocatecumenales. Eva abrió a la serpiente el camino hacia la humanidad y trajo de esa manera la muerte. María dio a luz a Cristo, que aplastó la cabeza a la serpiente, trayendo de ese modo la vida. La actitud interior de Eva era de falta de fe y, consecuentemente, de desobediencia a Dios. La actitud interior de María era una actitud de fe en Dios y, por consiguiente, de obediencia. La acción de Eva comenzó con la escucha de las palabras malignas de un ángel malo. María comenzó oyendo las palabras buenas de un ángel bueno.[15]

Y el más antiguo dogma mariano une en modo admirable los dos títulos fundamentales: María es virgen y madre. La fe de la Iglesia, apoyada en el testimonio de Mateo y Lucas, ha visto en la unión de la virginidad y la maternidad en María la culminación de la historia de la salvación. María, la doncella de Nazaret, hija de Sión, es la madre del Redentor. Así, toda la historia de la salvación desemboca en Cristo, "nacido de mujer".

"María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia. La Iglesia se convierte en Madre por la Palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (CEC 507).

En María se unen inseparablemente la antigua y la nueva alianza: Israel y la Iglesia. Ella es el "pueblo de Dios", que da el "fruto bendito" a los hombres por la acción del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios, que aleteaba en la creación sobre las aguas, el que desciende sobre María y la cubre con su sombra, haciendo de ella la tienda de la presencia de Dios, la tienda del Emmanuel: Dios con nosotros.

San Juan, en el prólogo de su Evangelio, nos presenta a Cristo, la Palabra, existente en Dios, creando todos los seres, "y la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros". Pero Cristo no sólo se hizo hombre, sino que nos dio la posibilidad de renacer "como hijos de Dios, no de la sangre, ni de deseo de la carne, ni de deseo de hombre, sino nacidos de Dios, creyendo en su Nombre".

María Madre nuestra

 

e) MARIA MADRE NUESTRA[16]

Ser cristiano significa entrar en el misterio del nacimiento virginal de Cristo, nacer de la madre-virgen, la Iglesia, que tiene su tipo y figura en María. María es, además, madre de la Iglesia. A la hora de perder a su Hijo vuelve a ser de nuevo madre, madre de los discípulos. La Madre del Mesías da a luz a un nuevo pueblo (Is 66,7ss). Lo mismo que Eva recibió otro hijo (Gn 4,25) en "lugar de Abel", asesinado por Caín, a María se le entrega, en lugar de Cristo muerto por los pecados de los hombres, la familia de los discípulos en la persona de Juan. María asume la maternidad de la Iglesia, en la que seguirán naciendo nuevos hijos del agua y del Espíritu (Cf. Jn 19,34).

Los padres de la Iglesia han relacionado la fuente bautismal de la que salen los regenerados por el agua y el Espíritu Santo con el seno virginal de María fecundada por el Espíritu Santo. María Virgen está junto a toda piscina bautismal. Así dirá san León Magno: "Para todo hombre que renace, el agua bautismal es una imagen del seno virginal, en la cual fecunda a la fuente del bautismo el mismo Espíritu Santo que fecundó también a la Virgen".[17]

Frente a una sociedad que se degrada con el número cada vez más creciente de divorcios, con la plaga del aborto y el desprecio de la virginidad, el Camino Neocatecumenal presenta a sus miembros a María, fiel esposa, virgen casta y madre fecunda, para que "de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en la tierra, hasta que llegue el día del Señor, anteceda con su luz al pueblo peregrinante como signo de esperanza segura" (LG 68).

Así el Camino Neocatecumenal, con su inspiración en la Iglesia primitiva, mira, celebra, canta y vive el paralelismo entre María, la Iglesia -comunidad- y cada cristiano. Vive así lo que dice el clásico texto del beato Isaac de Stella:

"Uno y único es Cristo: cabeza y cuerpo. Es único, Hijo del único Dios en el cielo, Hijo de la única Madre en la tierra. Hay muchos hijos y, sin embargo, un solo Hijo. Como la cabeza y los miembros juntamente son muchos hijos y, sin embargo, un solo Hijo, así María y la Iglesia son una sola madre y, sin embargo, dos; una sola virgen y, sin embargo, dos. Una y otra es madre, una y otra es virgen. Ambas han concebido del mismo Espíritu. Ambas sin falta han engendrado para Dios Padre un niño. Aquella sin pecado ha engendrado al cuerpo la Cabeza; ésta, con el poder de perdonar todos los pecados, ha regalado a la Cabeza el cuerpo. Cada una es Madre de Cristo, pero ninguna sin la otra le engendra totalmente. Por eso, en las Escrituras se entiende con razón como dicho en singular de la Virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la Virgen Madre María. También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel".[18]

        Con estas pinceladas sobre la Mariología del Camino Neocatecumenal quizás se comprenda la unidad estrecha que existe entre el cristiano y María y el porqué en las Comunidades existe un amor tan grande a la Iglesia -expresada de un modo particular en el amor al Papa- y a la Virgen María. Durante el recorrido de la iniciación cristiana, como es el Neocatecumenado, después de haber hecho la experiencia de la Iglesia como madre que te gesta, te ayuda, cuida de ti, te da leche, te enseña a hablar, a caminar, te enseña quién es tu padre y a decir "Abba, papá"..., al Neocatecúmeno se le pre­senta en un rito específico a María, la madre de Jesús, como madre suya, que Cristo le ha entregado desde la cruz, y desde aquel día la acoge en su casa (en su espíritu) como San Juan y establece con ella una verdadera relación de hijo con su madre.

Acoger a María es abrirse a ella, introducirla en la propia vida, considerándose hijo de María. Este amor a María es considerado en las Comunidades como signo de pertenencia a la Iglesia. Quien  ama a María se halla vinculado a la Iglesia. En cambio quien rechaza o desprecia a la Iglesia, como quien no ama a María, se endurece en su corazón: no es hijo de una madre. Este amor a María se expresa en la riqueza de los iconos y cantos marianos. A partir de ellos se podría presentar toda la Mariología del Camino. María es cantada con textos bíblicos y patrísticos. Así es vista como "arca de la alianza", lugar privilegiado de la epifanía de Dios; María embarazada es la "shekinah" de Dios; cubierta por la sombra del Espíritu Santo es la morada del Altísimo, cuya presencia irradia gozo y alegría. Cada día, además de la plegaria del "Angelus" y del Rosario, los neocatecúmenos (después de algunos años de camino), en las Vísperas se unen al canto de María,  bendiciendo a Dios que ha elegido, para realizar su designio de salvación, a los pequeños y sencillos, en vez de los potentes, sabios y orgullosos.

Como en Caná, María, movida a compasión por la indigencia humana, sin vino, dispone el corazón de los catecúmenos a la fe, llevándoles a Cristo -"haced lo que El os diga"-, y con su intercesión mueve a Cristo a darles el vino "nuevo y mejor" de la fiesta nupcial. María, Madre de Jesús, en medio de los discípulos concordes y constantes en la oración es la última imagen que nos ofrece la Escritura de su vida terrena (Cf He 1,14). Es como la imagen perenne de María: su presencia orante en el corazón de la Iglesia naciente y de todos los siglos, invitándonos a orar con ella y a cobijarnos bajo su amparo.

"María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado acogemos a la Madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. La Iglesia se une a María en la esperanza" (2679). "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia... hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna" (CEC 969).

Del costado de Cristo, muerto en la cruz, nace la Iglesia, nueva Eva, como del costado de Adán, dormido en el paraíso, nació la primera Eva, "madre de todos los vivientes". Y desde la cruz, Cristo nos da a su madre, como Madre nuestra, para que nos engendre en la nueva vida.

"Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la Mujer, nueva Eva 'madre de los vivientes',  Madre del Cristo total" (CEC 726). "Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales El vino a salvar: Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rm 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre" (501). "Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y hermanas de su Hijo, 'que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias' (LG 62)" (2674).

Con razón Pablo VI la llamó Madre de Cristo y Madre de la Iglesia: madre de la Cabeza y del Cuerpo de Cristo. Su seno virginal fue como "el tálamo nupcial, donde el Esposo Cristo se hizo Cabeza de la Iglesia, uniéndose a ésta para hacerse así el Cristo total, Cabeza y Cuerpo".[19] Esta mater­nidad eclesial de María se consumará "junto a la cruz de Jesús", cuando El "consigne a su Madre por hijo al discípulo amado y dé a éste por madre a la suya" (Jn 19,25-27).

Como Madre nuestra, María, la primera creyente, nos acompaña en nuestro peregrinar y en nuestra profesión de fe en Jesucristo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nacido de ella, santa María Virgen. En nuestra vida, que sin El no es vida, pues sin El la fiesta no es fiesta, "al faltar­nos el vino", Jesús transforma nuestras carencias diarias, nuestra cruz, en fuerza y sabiduría de Dios, en camino de salvación. María, creyendo al anuncio del ángel, nos dio el Salvador, desató el nudo del pecado y nos abrió la esperanza de la Vida eterna:

"Como Eva por su desobediencia fue para sí y para todo el género humano causa de muerte, así María -nueva Eva- con su obediencia fue para sí y para nosotros causa de salvación. Por la obediencia de María se desató el nudo de la desobediencia de Eva: ¡Lo que por su incredulidad había atado Eva, lo soltó María con su fe![20]. María es la primera criatura en quien se ha realizado, ya ahora, la esperanza escatológica. En ella la Iglesia aparece ya 'resplandeciente, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada' (Cf. Ef 5,27), presente con Cristo glorioso 'cual casta virgen' (2Cor 11,2). Y así, podemos dirigirla nuestra plegaria: 'Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte'. De este modo 'con su luz precede la peregrinación del Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor'" (LG 68).

"El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná la madre de Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera 'madre de los que viven'" (CEC 2618). "Por eso, el cántico de María... es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de la acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los 'pobres' cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres 'en favor de Abraham y su descendencia por siempre'" (2619).

 

María Madre nuestra bajo la cruz



[1] Cf Catequesis iniciales 2ª y última y en las diversas exposiciones del Camino.

[2] "A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María es preparada por la misión de algunas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobedien­cia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno. En virtud de la promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada. Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil para mostrar la fidelidad a la promesa: Ana, Débora, Rut, Judit y Ester... María sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen" (CEC 489).

[3] Cf S. AGUSTIN, Sermo 215: PL 38,1074; De sancta virginitate, 3,3: PL 40, 398.

[4] "Dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención" (CEC 494).

[5] Cf. Catequesis sobre la Virgen en la Convivencia de Catequistas de Septiembre de 1986.

[6] Cf CEC 495.

[7] Catequesis XI,9.

[8] S. CIPRIANO, De oratione dominica 9.10.11.

[9] Cf las citas anteriores.

[10] En la historia del cristianismo una negación o afirmación mariana suponía siempre una negación o afirma­ción de algo acerca de Cristo. La afirmación del "natus ex María Virgine" suponía la negación de todo docetismo en la encarnación de Cristo...Cuando Nestorio se niega a llamar a María "Theotokos", lo que está haciendo es negar la unión en la persona de Cristo de la naturaleza humana y la divina, que es lo que afirmará el concilio de Efeso...

[11] Cf. CEC 2040.

[12] Cf. Catequesis vocacionales y catequesis sobre la familia ya citadas.

[13] Cf CEC 757,2619.

[14] K. RAHNER, La Inmaculada concepción, en Escritos de Teología I, Madrid 1961, p.229-230.

[15] Cf S. IRENEO, Adv. haereses V, 19,1..

[16] Cf. particularmente las Catequesis de la peregri­na­ción al Santuario de Loreto, a la que se une el canto del Credo en la tumba de San Pedro y ante el Papa, con sus respec­tivas catequesis sobre el primado de Pedro.

[17] Sermo 25,5.

[18] BEATO ISAAC DE STELLA, Sermo 51,7-9.

[19] SAN AGUSTIN, De sancta virginitate 6.

[20] SAN IRENEO, Adv. haereses III,22,4: PG 7,959.

 


[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]