[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y acciones simbólicas:  2. EL LIBRO DEVORADO

 

Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas 

 

 

El profeta Ezequiel: el libro devorado

 

                                                   2. EL LIBRO DEVORADO

 

La visión de la gloria de Dios, que muestra su presencia entre los desterrados, toca en lo más íntimo a Ezequiel, que cae rostro en tierra. Se trata, pues, de una visión imponente, aunque silenciosa. Después una voz rompe el silencio, ordenando al profeta:

-Hijo de hombre, ponte en pie que voy a hablarte.

Con la palabra, que llama, penetra en Ezequiel el Espíritu de Dios, que le pone en pie y le abre el oído para escuchar al Señor. Dios, cuando ordena algo, concede la gracia de realizarlo. Sin el don del Espíritu, Ezequiel no hubiera podido ponerse en pie. El Espíritu acompaña siempre a la Palabra. La Palabra y el Espíritu, repite san Ireneo, son las manos de Dios Padre; con ellas crea el mundo y con ellas lleva a cabo la obra de salvación de los hombres.

San Gregorio Magno invita a sus oyentes a fijarse en el orden de la narración. “Primero aparece la imagen de la gloria de Dios, que echa por tierra al profeta. Luego le habla para levantarlo, y le da el Espíritu que es quien le pone en pie... La contemplación de Dios en lo íntimo de nuestro espíritu nos hace caer de bruces en tierra con el arrepentimiento. Pero, cuando nos hallamos postrados por tierra, la voz del Señor nos consuela para que levantemos la mirada hasta Él, cosa que no seríamos capaces de hacer con solas nuestras fuerzas. Y por ello nos llena de su Espíritu, que nos levanta y pone en pie”.

Ante la aparición de la gloria de Dios, Ezequiel se ve a sí mismo, contempla su condición de hombre frágil e impotente, y cae por tierra. Pero Dios, con la fuerza de su palabra, le infunde un espíritu que le pone en pie. En pie acoge la misión que Dios le encomienda; sostenido por el espíritu de Dios, Ezequiel está en pie, pronto para el servicio, para ir donde se le envíe, a “la casa rebelde de Israel”.

El “hijo de Buzi” es interpelado por la voz de Dios como “hijo de hombre”, hijo de Adán, hombre sin más. Abandonado el apellido de su familia sacerdotal, el espíritu de profecía, que penetra en él, le da un nuevo nombre y una nueva vida, levantándole de su postración. Ezequiel se alza con una nueva personalidad. No es la carne ni la sangre lo que cuenta para la misión, sino la vocación de Dios. Y Dios siempre llama para enviar a una misión. A Ezequiel le llama para enviarle al pueblo de Israel, al pueblo del destierro, que sigue siendo pueblo de Dios, casa de Israel, aunque sea una “casa rebelde”. Para este pueblo, que tiene una larga historia de rebeliones contra Dios, es elegido Ezequiel. Dios aún tiene una palabra de salvación para su pueblo:

-Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a la nación de los rebeldes, que se han rebelado contra mí. Ellos y sus padres me han sido contumaces hasta este mismo día. Los hijos tienen la cabeza dura y el corazón empedernido (2,3-4).

La palabra que llama y el espíritu que actúa sitúan a Ezequiel en una situación nueva. En adelante Ezequiel pierde su ser para constituirse profeta de Dios. Desde que Dios se le manifiesta no ha abierto la boca. Su mudez, hasta que tenga una palabra de Dios en sus labios, será la constante de su vida. Si Dios le da una palabra, él tendrá algo que decir; si Dios calla, él permanecerá mudo. La dulzura y la amargura de la palabra endulzará su paladar y amargará sus entrañas. Desde el comienzo necesita sentir la palabra del Señor para sostenerse en pie. Muchas veces necesitará oír en sus oídos y en el interior de su espíritu la palabra personal de Dios, para él solo:

-¡No temas! (2,6).

No temas se dice a quien tiene miedo. Y es que Dios no engaña a su profeta. Le llama a llevar una palabra a su pueblo, “te escuchen o no te escuchen” (2,5). La palabra de Dios lleva en sí la fuerza de su cumplimiento. No vuelve a Él vacía, sin haber cumplido su cometido. Los desterrados, acojan o rechacen la palabra, no podrán decir que Dios les ha abandonado, tendrán que reconocer que les ha enviado un profeta. Por eso la palabra es una espada de doble filo: salva a quienes la aceptan y condena a quienes la rechazan. Éstos se quedan sin excusas. Lo dice también Jesús en el Evangelio: “Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado” (Jn 15,22).

Frente a la palabra de salvación, que lleva el profeta, sus oyentes, el pueblo rebelde, opondrá otra palabra. Muchas veces el profeta, al sentir las palabras con que le contradicen aquellos a quienes es enviado, tendrá la sensación de estar sentado “en un nido de alacranes o escorpiones, en medio de una tierra de cardos y espinas” (2,6), que le punzan con calumnias e ironías despectivas. Dios le invita a no dejarse impresionar por la cara de bronce de sus oyentes:

-Y tú, hijo de hombre, no les tengas miedo, no tengas miedo de sus palabras si te contradicen y te desprecian y si te ves sentado sobre escorpiones. No tengas miedo de sus palabras, no te asustes de ellos, porque son una casa de rebeldes (2,6).

Cuanto más le repite el Señor su estribillo -“tú, no temas”-, parece que Ezequiel, aunque no lo diga como Moisés (Ex 3,11) o Jeremías (Jr 1,6), tiembla de pies a cabeza. Y Dios ya no se conforma con sostenerle con su palabra. Realiza con él un rito sacramental. La palabra, que Ezequiel ha de llevar a los desterrados, toma forma de libro, de rollo escrito por ambos lados, por el anverso y por el reverso, por dentro y por fuera. Ezequiel contempla la mano de Dios extendida hacia él, mientras le ofrece el rollo y le dice:

-Y tú, hijo de hombre, oye lo que te digo: ¡No seas rebelde, como la casa rebelde! Abre la boca y come lo que te doy (2,8).

En la vocación de Isaías (Is 6,6-7) un serafín purifica sus labios con un carbón encendido; sólo después su boca puede transmitir la palabra de Dios. A Jeremías Dios mismo le toca la boca antes de poner sus palabras en ella (Jr 1,9). En Ezequiel la escena se amplía con una dramatización mayor. La mano de Dios extendida hacia él le ofrece el rollo para que lo coma, llenándose con él las entrañas. También Juan será invitado a comer el libro del Apocalipsis (Ap 10,8-11).

El profeta Ezequiel: el libro devorado

El rollo tenía escritas “elegías, lamentos y ayes” (2,10). Ezequiel no ve en el rollo ninguna palabra de salvación o consuelo. Y eso es lo que Dios le invita a comer. Él, como profeta de Dios, tiene que gustar y asimilar el mensaje antes de darlo a los demás. Ezequiel tiene que digerir la palabra en su vientre. Dios le repite:

-Hijo de hombre, cómete este rollo, alimenta tus entrañas con este rollo que te doy y vete a hablar a la casa de Israel (3,1.3).

Sigue un gesto conmovedor. Dios, como una madre da de comer a su hijo, extiende la mano con el libro y se lo da a Ezequiel, que lo acoge con la boca abierta. La palabra de Dios será el pan de cada día para su profeta:

-Yo abrí mi boca y él me dio a comer el rollo (3,2).

Ezequiel nos confiesa:

-Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel (3,3).

También para el salmista “las palabras de Dios son más dulces que la miel, más que el jugo de panales” (Sal 19,11; 119,103). Lo mismo dice Jeremías: “Se presentaban tus palabras y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón” (Jr 15,16). Para Juan, en el Apocalipsis, son dulces en la boca y amargas en las entrañas: “Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré; y fue en mi boca dulce como la miel; pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas” (Ap 10). Toda misión, que Dios encomienda al hombre, resulta suave y ligera porque Él sostiene a sus enviados. La conciencia de estar sostenidos por Dios les hace sentir alegría y dulzura donde hay amargura y tristeza. Dios hace gloriosa la cruz de la misión.

Lo que Jeremías dice como imagen, Ezequiel lo transforma en acción simbólica, aunque suceda en una visión. El libro devorado llena sus entrañas. Comer el rollo es expresión de una experiencia espiritual interior de la relación íntima de Dios con el profeta, símbolo de la alianza de Dios con su pueblo. Nutrido de esa palabra, Ezequiel escucha de nuevo la voz de Dios que le envía:

-Hijo de hombre, ve a la casa de Israel y háblales con mis palabras. Pues no te envío a un pueblo de habla oscura y de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a pueblos numerosos, de habla oscura y de lengua difícil cuyas palabras no entenderías. Si te enviara a ellos, ¿no es verdad que te escucharían? Pero la casa de Israel no quiere escucharte a ti porque no quiere escucharme a mí, ya que toda la casa de Israel tiene la cabeza dura y el corazón empedernido (Ez 3,4-7).

Dios habla al hombre en lenguaje humano, inteligible, pero el hombre que cierra sus oídos a la palabra de Dios hace su lenguaje ininteligible. Sólo la fe hace inteligible la palabra de Dios, aunque suene en un idioma extranjero, como en la predicación de Jonás a los ninivitas, o como sucede en Pentecostés. Y la suerte del profeta es la suerte de Dios. También Jesús dice a sus discípulos: “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza  a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lc 10,16). “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15,18-20).

El gesto de comer el rollo simboliza la asimilación del mensaje divino, de forma que todo el ser de Ezequiel queda penetrado por él, de tal modo que, grávido de la palabra, deba darla a luz para los demás (Am 3,8; Jr 20,9). Y con frecuencia este dar a luz la palabra supone dolores de parto. La dureza de Israel para acoger la palabra de Dios hace que le cueste más escuchar al profeta que a los mismos paganos, que nunca le han conocido. Ante el embotamiento de la sensibilidad del pueblo de Dios para escuchar, el profeta tiene que endurecer su rostro tanto como el de ellos. Es más, Dios mismo le endurece el rostro y la frente:

-Mira, yo he hecho tu rostro duro como su rostro, y tu frente tan dura como su frente;  yo he hecho tu frente dura como el diamante, que es más duro que la roca (3,8-9).

Ezequiel lleva en su corazón y en sus labios una palabra de condenación para el pueblo rebelde. Su misma persona es palabra de Dios. Por ello su presencia es incómoda, denuncia el pecado hasta suscitar el rechazo y la rebelión contra el profeta lo mismo que contra Dios, a quien hace presente ante el pueblo. Dios le hace, por ello, duro como el diamante, para que no se doble como una caña ante el viento contrario. Esta firmeza les parece a algunos insensibilidad. Es cierto que Ezequiel no tiene la sensibilidad de Jeremías. No se queja como él. No descubre el combate interior de su vida o no tiene un secretario, como Baruc, que nos lo transmita. Pero más que de insensibilidad, se trata de fidelidad plena. Ezequiel no se calla ninguna palabra de Dios por miedo ni la endulza para ser aceptado. Es profeta de Dios y “el hijo de Buzi” no cuenta.

El nombre Ezequiel significa “Dios me haga fuerte” o “Dios me hace fuerte”. Como súplica o como afirmación, Ezequiel necesita esa fortaleza de Dios para transmitírsela a los desterrados, que han perdido la esperanza, al perder la tierra, la ciudad santa y el templo. ¿Dios no les ha abandonado? Ezequiel, con toda la fortaleza que Dios le infunde, les repetirá que, si en medio de ellos hay un profeta, es que Dios está con ellos (2,5).

Para preparar  la boca del profeta a esta fidelidad, el Señor aún añade algo. Antes de poder hablar en nombre de Dios, debe acoger la palabra en su corazón, escucharla para sí y luego, hecha carne en él, ya puede transmitirla:

- Hijo de hombre, todas las palabras que yo te dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente, y luego, anda, ve donde los deportados, donde los hijos de tu pueblo; les hablarás y les dirás: “Así dice el Señor Yahveh” (3,10-11).

Ezequiel ejerce su ministerio poco después de la reforma de Josías, caracterizada por el descubrimiento de la Torá, es decir, el Deuteronomio. Por ello en los oídos de Ezequiel resuenan las palabras del Deuteronomio, invitando a guardar en el corazón lo que se escucha con los oídos: “Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh... Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy” (Dt 6,4.6).

Dios infunde su espíritu en Ezequiel al hablarle, lo impregna de sí al comunicarle su palabra; se da una identificación entre Dios y su profeta. La acogida del profeta es aceptación de Dios; el rechazo de Dios comporta el rechazo del profeta (Cf Lc 10,16). El fracaso del profeta no es sino la participación en el fracaso de Dios que trata en vano de salvar a su pueblo (3,7).

San Gregorio Magno nos presenta a Ezequiel como señal del actuar de Dios con nosotros. Dios, al presentarse ante nosotros, nos muestra su gloria y, por contraste, nos hace ver nuestra miseria. Desde nuestro orgullo nos hace caer por tierra. Luego, humillados, nos consuela con su palabra y nos levanta del polvo con su Espíritu. Sólo después de haber recorrido estos dos pasos nos envía a predicar, a llevar su palabra a los demás. Mientras estaba en pie, el profeta tuvo la visión de la gloria de Dios y cayó por tierra; mientras estaba postrado por tierra, recibió la palabra que le mandaba levantarse y, una vez que el Espíritu le puso en pie, recibió la misión de ir a predicar. Es el camino de cuantos Dios elige para enviarles a evangelizar. La humildad nos lleva a la simplicidad; y la simplicidad, a la alabanza. Lo canta maravillosamente el salmista: “Me sacó de la fosa de la muerte, del fango de la ciénaga; asentó mis pies sobre la roca, consolidó mis pasos. Puso en mi boca un canto nuevo, una alabanza a nuestro Dios” (Sal 40,3-4).

Dios comienza salvando de la muerte del pecado, asegura los pies sobre la roca de la fe y luego espera el canto nuevo de la predicación, que mueve a los hombres a la alabanza, al reconocimiento de Dios. En el libro de Ezequiel se repite unas cincuenta veces la frase “para que sepan que Yo soy Yahveh”. El ministerio de Ezequiel consiste esencialmente en ser un signo viviente de la presencia de Dios en medio del pueblo. Hay una constante en el libro: a la ausencia de Dios, simbolizada por el exilio, se contrapone su presencia mediante el profeta, que comunica su palabra.

 El profeta Ezequiel: el libro devorado

 


[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]