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EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y acciones simbólicas:   4. EL LADRILLO, LA SARTÉN Y LA COMIDA RACIONADA

 

Emiliano Jiménez Hernández

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El profeta Ezequiel: el ladrillo, la sartén

 

 

4. EL LADRILLO, LA SARTÉN Y LA COMIDA RACIONADA


Los deportados, con quienes vive Ezequiel, creen que Jerusalén nunca será tomada por las tropas de Nabucodonosor, pues Yahveh la defenderá por ser el lugar de su morada. Más bien abrigan la esperanza de un pronto retorno a Israel. El intercambio epistolar de Jeremías (Jr 29) nos muestra que entre los exiliados existía esa esperanza y era tema frecuente de conversación entre ellos. A esas expectativas se opone Ezequiel anunciando la ruina total de Jerusalén y la nueva deportación. Según san Jerónimo, la inmovilidad y mudez del profeta son el símbolo del asedio de Jerusalén por parte de Nabucodonosor. El incendio de la ciudad en el año 587 confirmó sus predicciones.

Ezequiel, por orden de Dios, intenta hacer ver a los exilados, mediante una serie de acciones simbólicas, la inminente destrucción de Jerusalén. Los capítulos 4 y 5 contienen algunas de estas acciones simbólicas, que sustituyen o preparan la palabra. Estas acciones prefiguran acontecimientos. Dios los anticipa en la acción del profeta, con la que firma la ejecución de esos hechos. A veces estas acciones son pura representación, pero otras veces son hechos de la vida del profeta, que se convierte en símbolo de lo que aguarda al pueblo. Toda la vida de Ezequiel es una parábola en acción.

Nosotros conocemos ciertas acciones que tienen un valor simbólico en el mundo actual, como el rito de la primera piedra de un edificio, el cortar una cinta, quebrar una botella. Tenemos en la Iglesia las acciones sacramentales, los siete sacramentos y tantos otros gestos llamados sacramentales. En todos ellos es importante el signo y el gesto que le acompaña: el aceite y la unción, por ejemplo. En las acciones simbólicas de los profetas es fundamental la palabra de Dios que las acompaña. Las acciones simbólicas se realizan por orden de Dios, por lo que ellas mismas son palabra de Dios. A veces las sigue una palabra, que aclara su significado.

Podemos escuchar la palabra de Dios, que ordena a Ezequiel la ejecución de la acción simbólica o podemos colocarnos entre el público que contempla la extraña acción que el profeta realiza en silencio con toda seriedad. Ezequiel toma un ladrillo y diseña en él una ciudad. No sabemos cuál es. Puede ser Jerusalén o Babilonia. Cada uno imagina lo que desea.

Ezequiel coloca el ladrillo en el medio y monta una imagen de asedio en torno a él. Con otros ladrillos, piedras o barro levanta el material para el asalto: torres, trincheras, campamentos, arietes... Es una representación rudimentaria, pero fácil de captar gracias a una mímica expresiva. Para completar la evocación del asedio, el profeta se protege detrás de una sartén de hierro, una plancha de hierro, mientras por debajo mueve las piezas para apretar el cerco. El público comienza a afluir y contempla toda la acción, primero con curiosidad, luego con asombro. Ezequiel fija su rostro en el ladrillo, al que apunta con su brazo desnudo (4,7), mientras anuncia que se trata del asedio de una ciudad. ¿Cuál? "Se trata de una señal para la casa de Israel" (4,3), para quienes asisten a la representación. La ciudad sitiada es, pues, Jerusalén.

Ezequiel intenta llamar la atención de sus compatriotas para arrancar de ellos las falsas esperanzas, que les impiden convertirse a Dios. En su mudez Ezequiel sigue siendo profeta. Habla con gestos extraños. Su condición sacerdotal le da un ascendiente sobre los exiliados, que hace más llamativas sus extrañezas. Los exiliados, que sueñan con volver a la patria, expían todos los detalles de su vida, esperando oír de sus labios una palabra que confirme sus esperanzas. En ese ambiente de expectación, las acciones de Ezequiel no son un juego para entretener a los ociosos, sino un anuncio del designio de Dios.

Con esta acción simbólica se anilla una segunda. El asedio significa siempre algo doloroso. Ezequiel lo sufre en su carne y así se lo anuncia a sus oyentes o espectadores. El asedio de Jerusalén supone la paralización y el racionamiento de la comida. Esta segunda acción mira al pasado y al futuro. Recuerda la caída de Israel, el reino del norte, llevado al exilio a Asiria, y anuncia la caída de Judá, el reino del sur, bajo la amenaza de Babilonia, que ya ha desterrado a un grupo (en el año 597) y llevará diez años más tarde a los demás. Ambos reinos son víctima de sus culpas. Ezequiel sufre en su carne tantos días como años sufrirá la casa de Israel. El número es también simbólico. Jeremías, al fijar en setenta los años del exilio (Jr 25,11; 29,10), da un número más exacto. Pero en ambos profetas el señalar un numero determinado de años, significa que Dios no ha condenado a muerte a su pueblo ni a un destierro perpetuo. Escuchemos esta vez el mandato de Dios a Ezequiel:
-Acuéstate del lado izquierdo y pon sobre ti la culpa de la casa de Israel. Todo el tiempo que estés acostado así, llevarás su culpa. Yo te he impuesto los años de su culpa en una duración de trescientos noventa días, durante los cuales cargarás con la culpa de la casa de Israel. Cuando hayas terminado estos últimos, te acostarás otra vez del lado derecho, y llevarás la culpa de la casa de Judá durante cuarenta días. Yo te he impuesto un día por año (4,4-6).

Es conveniente recordar que, entre los orientales, el modo de buscar los puntos cardinales es mirar hacia oriente, donde sale el sol. Así el brazo izquierdo queda al norte y el derecho al sur. Acostándose sobre el lado izquierdo, Ezequiel ya alude al reino del norte; y, al volverse sobre el derecho, hace alusión a Judá, el reino del sur.

Ezequiel queda, pues, inmóvil y silencioso, con "el brazo extendido y dirigiendo su mirada hacia el sitio" (4,7), es decir, hacia la ciudad en miniatura que ha diseñado sobre el ladrillo y ha colocado en un rincón de la casa. Dios mismo "le sujeta con cuerdas para que no se mueva de un lado para otro hasta que haya cumplido los días de su reclusión" (4,8).

 

El profeta Ezequiel: el ladrillo, la sartén y la comida racionada



El silencio de Ezequiel (3,26) nos recuerda al Siervo de Yahveh, que no abre boca (Is 53,7). Como el Siervo de Yahveh (Is 52,13-53,12), Ezequiel es invitado a expiar las culpas de Israel y de Judá, cargando con ellas sobre sus hombros. "Las lamentaciones, gemidos y ayes" (2,10) del pueblo, Ezequiel las ha hecho suyas, al comer el libro. Es algo parecido al rito de expiación de los sacerdotes y levitas (Lv 6,16ss; 10,17-19), que comían la carne de la víctima inmolada para borrar las culpas de la comunidad.

A Ezequiel Dios le llama más de cien veces "hijo de hombre", representante de todos los hombres ante Dios. Pero también es hijo de Israel. Dios le manda "a los hijos de tu pueblo" (3,11). Esto hace de Ezequiel el siervo llamado a "cargar sobre sí el peso del pecado del pueblo" (4,4.6). Así anticipa el canto del Siervo de Yahveh del segundo Isaías (Is 53).

Las consecuencias del asedio son graves. El profeta las representa y las vive: hambre y sed. La comida y la bebida le son estrictamente racionadas. Peor aún, Ezequiel tiene que preparar su comida con los restos de comida medio estropeados, mezclándolos con otros buenos. Se ve obligado a rebañar los residuos de todas las vasijas. Antes de que la enfermedad le postre en el lecho, el profeta tiene que recoger los alimentos que tomará durante los días de inmovilidad:
-Toma, pues, trigo, cebada, habas, lentejas, mijo, espelta: ponlo en una misma vasija y haz con ello tu pan. Durante todo el tiempo que estés acostado de un lado comerás de ello. El alimento que comas será de un peso de veinte siclos por día, que comerás de tal a tal hora. También beberás el agua con medida, beberás la sexta parte de un sextario, de tal a tal hora. Comerás este alimento en forma de galleta de cebada cocida (4,9-11).

A la escasez se añade un elemento muy duro para Ezequiel. Hasta ahora Ezequiel ha aceptado todo lo que Dios le ha mandado sin quejarse. Ahora se queja ante Dios. Y Dios le suaviza el mandato. Ezequiel, como sacerdote, siente horror hacia todo lo que signifique impureza legal. Espontáneamente le brota la queja:
-¡Ah, Señor Yahveh!, mi alma no está impura. Desde mi infancia hasta el presente jamás he comido bestia muerta o despedazada, ni carne corrompida entró en mi boca (4,14).

Es la misma objeción de Pedro, cuando Dios hace descender ante él un mantel con toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves, y le ordena que mate y coma (Hch 10,9-16). La abolición de las prescripciones rituales sobre los alimentos será de otro orden muy distinto. Ahora lo que provoca la reacción de Ezequiel es la orden de cocer su alimento con excrementos humanos (Dt 23,13s), pues "así comerán los israelitas su alimento impuro en medio de las naciones donde yo los arrojaré" (4,13). Dios, ante el escándalo de su profeta, le permite cambiar los excrementos humanos por boñigas de buey (4,15).

En el exilio los israelitas no podrán mantener la distinción entre lo puro y lo impuro, lo sacro y lo profano. La reacción de Ezequiel muestra el drama de los israelitas en el exilio, dispersos por el mundo, entre los paganos. El asedio y destrucción de Jerusalén lleva como consecuencia la dispersión y contaminación con las naciones paganas. Ya la mezcla en una misma vasija de diversos cereales y legumbres estaba prohibido por la ley, lo mismo que sembrar dos clases de grano en un mismo campo (Lv 19,19; Dt 22,9-11). El asedio y, luego el exilio, hará imposible el cumplimiento de las prescripciones legales sobre la pureza de los alimentos.

Tras esta sucesión de acciones simbólicas llega la palabra, que aclara su significado, refiriéndolas al asedio de Jerusalén. El Señor le dice a Ezequiel:
-Hijo de hombre, he aquí que yo voy a destruir la provisión de pan en Jerusalén: comerán el pan con peso y con angustia; y beberán el agua con medida y con ansiedad, porque faltarán el pan y el agua: quedarán pasmados todos juntos y se consumirán por sus culpas (4,16-17).

Cuando Dios llama a Jeremías le encomienda una doble misión: destruir y edificar (Jr 1,10). Su predicación oscila entre estos dos polos. Cuando el pueblo espera la victoria, Jeremías anuncia la ruina de Jerusalén. Y, una vez que es tomada Jerusalén y el pueblo cae en la desesperación, el profeta comienza a proclamar de parte de Dios un anuncio de esperanza y reconstrucción. Esto que hace Jeremías en Jerusalén, lo repite como un eco Ezequiel en Babilonia.

La primera etapa de la misión de Ezequiel abarca desde su vocación en el año 593 hasta el 586 en que cae Jerusalén. Sus oyentes, los desterrados lejos de Jerusalén, se hacen las mismas ilusiones de los que han quedado en la ciudad santa. Unos y otros, los oyentes de Jeremías y los de Ezequiel, están convencidos de que Nabucodonosor no será capaz de ocupar Jerusalén, porque el Señor de Israel es más fuerte que los ejércitos de Babilonia. El templo del Señor es para ellos una defensa casi mágica. Creen que con decir "Templo del Señor, Templo del Señor" huirán todos los enemigos del pueblo del Señor. Esperan que a Nabucodonosor le suceda lo mismo que a Senaquerib en tiempos de Isaías (2R 19,32-37)... Jeremías, contra la esperanza del pueblo, anuncia la toma de Jerusalén por parte de Nabucodonosor. Y, a miles de kilómetros, Ezequiel, profeta del mismo Dios de Jeremías, proclama la misma palabra.

Esta predicación crea en torno al profeta, Jeremías en Jerusalén y Ezequiel en Babilonia, un muro de oposición por parte del pueblo, que prefiere escuchar a los falsos profetas que halagan sus oídos con las profecías que ellos desean oír. Ezequiel, "a quien Dios hace fuerte", es constituido como Jeremías "en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues yo estoy contigo" (Jr 1,18-19).
La segunda etapa de la predicación de Ezequiel va del 585 hasta el 571, en la que anuncia la esperanza de la recreación de la tierra, de la ciudad y del templo. Como arquitecto de Dios Ezequiel traza magistralmente el proyecto de la nueva construcción. Es un anuncio que él, lo mismo que Jeremías, contempla sólo en la esperanza, pues morirá antes de que el Señor lo lleve a término. Ahora está en la etapa del anuncio de destrucción, de "destruir y derrocar" ilusiones y falsas esperanzas.

 El profeta Ezequiel: el ladrillo, la sartén y la comida racionada

 


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