San Bernardo de Claraval te aconseja: El Padre y el Hijo vienen a tu alma y viven en ella
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San Bernado
SERMON 69
I. A QUE ALMA LE CORRESPONDE EXCLAMAR: MI AMADO PARA MI, ETC. Y POR QUE
RAZON. -II. QUE ES LA LLEGADA DEL HIJO Y DEL PADRE AL ALMA, Y COMO RECHAZA
EL PADRE TODA HINCHAZON DE LA IRA O DEL FUROR. -III. EL CELO DEL AMOR POR EL
QUE VIENEN AL ALMA EL PADRE Y EL HIJO; COMO VIVEN EN ELLA, Y POR QUE MEDIOS
LO SIENTE EL ALMA.
1. 1. Mi amado para mí y yo para él. En el sermón anterior apliqué este
grito a la Iglesia universal, por causa de las promesas de vida que Dios le
hizo, para el presente y el futuro a la vez. Nos planteábamos si un alma
individual podría arrogarse lo que hacen todas juntas, y aplicárselas de
algún modo. Si eso no es válido, tendremos que referirnos a la Iglesia y de
ninguna manera a una persona; y no sólo estas palabras, sino todas las demás
semejantes que contengan realidades atrevidas, por ejemplo: Aguardé con
ansia al Señor y me atendió, y otras evocadas en el sermón anterior. Pero si
alguien piensa que es lícito hacerlo, yo tampoco lo rechazo; en general,
sabiendo de quién se trata.
La Iglesia, sin duda, cuenta con sus espirituales fieles a Dios, que además
confían en él; hablan con Dios como con un amigo, y su conciencia les da
seguridad en su gloria. Quiénes son lo sabe sólo Dios: tú limítate a
escuchar cómo debes ser, si deseas ser contado entre ellos. Yo por mi parte
no hablaré como un experto, sino ansiando experimentarlo. Dame un alma que
sólo ame a Dios y lo que debemos amar por Dios, cuyo vivir sea Cristo ya
desde hace tiempo, cuyos trabajos y ocios los llene siempre el Señor, cuyo
propósito no sólo mayor sino exclusivo sea caminar atentamente con el Señor
su Dios, y que sea capaz de realizarlo; dame un alma como ésa y yo no negaré
que es digna de los cuidados del Esposo, de la mirada de su majestad, del
favor de su poder, de las atenciones de su gobierno; y si quisiera presumir
no sería una insensatez, con tal de que si se gloría lo haga en el Señor.
Así que también uno puede aspirar a lo que tantos juntos se atreven, aunque
por razones distintas.
2. Las razones enumeradas dan una gran confianza a mu-chísimos santos y dos
motivos son suficientes para el alma santa. En primer lugar por la divinidad
del Esposo, simplicísima en su naturaleza, que puede mirar a muchos como si
de uno solo se tratara, y a uno como si fuera una multitud. El no se
multiplica al mirar a una multitud, ni se individualiza para unos pocos; no
se divide para la diversidad, ni se circunscribe para la unidad; no se
angustia con los afanes, ni se perturba o se agita con las inquietudes. Se
vuelca sobre uno sin detenerse y sobre muchos sin disolverse.
En segundo lugar porque es tal la condescendencia del Verbo y tanta la
benevolencia del Padre del Verbo para con el alma así afectada y así
preparada -lo cual es don del Padre y obra del Verbo-, que con la misma
bendición con que la han prevenido y preparado, se dignan también hacerse
presentes. De esa manera no sólo llegan a ella, sino que establecen su
morada en ella. No se limitan a revelarse, sino que se entregan
pródigamente. Se trata de una experiencia tan dulcísima como infrecuente.
II. ¿En qué consiste la venida del Verbo al alma? En adquirir un corazón
sensato. ¿Y la venida del Padre? En afectarse por el amor a la sabiduría
hasta poder decir: Me enamoré de su hermosura. El amor pertenece al Padre:
por eso la infusión del amor confirma la llegada del Padre. ¿Qué haría la
sabiduría sin el amor? Hincharse. ¿Y el amor sin la sabiduría? Equivocarse.
Por eso erraban aquellos de quienes se decía: Que tienen fervor religioso lo
declaro en su honor, pero mal entendido. Es indigno que la esposa del Verbo
sea una necia; pero es intolerable para el Padre que sea altanera. Porque el
Padre ama al Hijo, y siempre está dispuesto a abatir y destruir toda
hin-chazón que se rebele contra el saber del Hijo, bien manifestando su celo
o bien encaminándolo, esto por obra de su misericordia y lo otro a impulsos
de su juicio.
Ojalá reprima en mí toda soberbia, la derribe y la aniquile por completo;
pero que no sea con el fuego de su ira, sino con la infusión del amor.
¡Ojalá aprenda a no engreírme, teniendo por maestra la unción y no el
castigo! Señor, no me reprendas con ira, como al Ángel que se rebeló en el
cielo; no me castigues con cólera, como al hombre en el paraíso. Los dos
planearon el crimen por ansias de subir: el primero al poder y el segundo al
saber. Además la mujer se fió neciamente de una promesa seductora: Seréis
como dioses, versados en el bien y en el mal. Ya antes se había seducido a
sí mismo, convenciéndose de que sería igual que el Altísimo. Si alguien se
figura ser algo cuando no es nada, él mismo se da el timo.
3. Los dos se encumbraron, pero fueron derrumbados: el hombre con menos
rigor, porque así lo juzgó aquel que despliega su poder con moderación y
medida. Al ángel lo castigó con furor, incluso lo condenó; el hombre sintió
su ira, no su furor. En su ira se acordó de la compasión. Por eso a su
descendencia la llama hijos de la ira y no del furor, hasta el día de hoy.
Si yo no naciese como hijo de la ira, no necesitaría renacer; si hubiese
nacido como hijo del furor, no habría renacido o de nada me habría servido.
¿Quieres ver a los hijos del furor? Ya viste caer a Satanás de lo alto como
un rayo, es decir, precipitándose con el ímpetu del furor: ahí tienes un
fruto del furor de Dios. Ahí no se acordó de su misericordia; porque en la
ira se acordaría de la misericordia, y no así cuando montó en cólera.
¡Ay de los hijos de la incredulidad, incluidos también los de Adán que
nacieron como hijos de la ira, y que han pasado por sí mismos de la ira al
furor por la obstinación diabólica, de la vara a la verga, e incluso al
martirio! Almacenan para sí la ira el día del castigo. ¿Y qué es la ira
acumulada sino furor? Cometieron el mismo pecado del diablo y serán abatidos
con la sentencia del diablo. ¡Ay también de algunos hijos de la ira, aunque
más mitigada, que nacieron en la ira y no esperaron a renacer con la gracia!
Murieron tal como nacieron y seguirán siendo hijos de la ira. He dicho de la
ira, no del furor, porque lo creemos con mucha piedad y lo lamentamos
compasivamente; son castigos mucho más suaves porque con ellos se condenan a
unas penas contraídas de otra manera.
4. Por tanto, el diablo fue juzgado con furor porque su maldad provocó el
odio; pero la maldad del hombre sólo encendió la ira, y por eso se le
corrige con ira. Así el celo del Padre en defensa del Hijo trituró toda
grandeza, la que hincha y la que hunde. Porque las dos son una injuria al
Hijo como usurpación del poder contra la potencia de Dios que es él mismo, y
como engreimiento de la ciencia en cuanto emancipación del saber de Dios,
que es también él mismo. Señor, ¿quién como tú? ¿Quién sino tu imagen?
¿Quién sino el esplendor y figura de tu sustancia? Es uno contigo en la
esencia, el único que no comete usurpación al ser igual a ti, pues es el
Hijo del Altísimo. ¿Cómo no vais a ser iguales si él y tú sois uno mismo? Tú
estás sentado a su derecha; no bajo sus pies. ¿Por qué razón puede atreverse
nadie a subir hasta el lugar del Unigénito? Caería precipitado
inmediatamente. ¿Pondrá alguien su asiento en las alturas? Será derribada
esa cátedra pestilente.
¿Quién le enseñará al hombre el saber? ¿No serás tú, llave de David, que
abres y cierras al que tú quieres? ¿Cómo se pretendería llegar sin llave a
los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, e incluso se intentaría
irrumpir en ellos? El que no entra por la puerta es un ladrón y un bandido.
Pedro sí entrará, porque recibió las llaves, pero nunca solo: también me
introducirá a mí, si le place, y excluirá quizá a otro, según la ciencia y
el poder que ha recibido de lo alto.
5. ¿Cuáles son estas llaves? La potestad de abrir y de cerrar, como también
el criterio de admisión y exclusión. El tesoro no lo posee la serpiente,
sino Cristo. Por eso no pudo la serpiente dar la ciencia, porque no la
tenía; pero la comunicó el que la poseía. Tampoco pudo tener un poder que no
había recibido; pero lo tuvo el que lo recibió. Cristo lo dio, Pedro lo
recibió; no cayó en el engreimiento por su ciencia, ni su potestad lo
precipitó en la ruina. ¿Por qué? Porque ninguna de las dos lo
ensoberbecieron contra el saber de Dios; pues sólo se guió por el saber de
Dios, y no hizo como el que se portó con engaño para con Dios, creyendo que
no sería descubierto ni aborrecido. ¿Cómo podría vivir al margen de Dios, si
se llama a sí mismo Apóstol de Jesucristo conforme al proyecto de Dios
Padre? Basta con lo dicho a propósito del que sufre el celo de Dios,
provocado por la prevaricación del ángel y del hombre -porque en ambos halló
maldad-, es decir, cómo con su ira y su furor destronó toda soberbia que se
enfrenta contra Dios.
III. 6. Debemos volver al celo de la misericordia, esto es, no al celo que
se inflama, sino al que se infunde. Porque como ya hemos dicho el celo que
se inflama procede de la justicia, y ya nos aterró no poco con los ejemplos
de los castigos tan graves que hemos recordado. Por eso, para no caer en el
furor del Señor, me dirijo a un lugar seguro: a ese celo compasivo que arde
suavemente para expiación eficaz. ¿Acaso no expía el amor? Poderosamente. He
leído que sepulta un sinfín de pecados. Pero me pregunto: ¿será acaso idóneo
o suficiente para derrocar y humillar los ojos y el corazón soberbios? Sí,
sobremanera; porque no se engríe, no se hincha. Si el Señor Jesús se digna
venir a mí o entrar en mí, no con el celo del furor, ni siquiera con el de
la ira, sino en amor y espíritu de mansedumbre, emulándome con la emulación
de Dios -pues ¿hay algo tan divino como el amor si Dios es amor?-, entonces
sabré que no viene solo, sino también con su Padre.
¿Habrá algo tan paternal? Precisamente no se llama únicamente Padre del
Verbo, sino también Padre de las misericordias, porque compadecerse y
perdonar siempre es algo connatural en él. Si siento que me abre el sentido
de las Escrituras, o que bulle en mi interior la palabra de Sabiduría, o se
me manifiestan de lo alto los misterios por la infusión de la luz, o se me
despliega como un amplísimo seno del cielo y penetran en el alma fecundas
lluvias de contemplación, no dudaré de la presencia del Esposo. Porque éstas
son las riquezas del Verbo y todos recibimos de su plenitud.
Si al mismo tiempo se me infunde cierta devoción sencilla, pero de
sobreabundante e íntima aspersión; y ésta genera en mí el amor de la verdad
reconocida, cierto odio y desprecio inevitable de la vanidad, de modo que no
me hinche la ciencia ni me engalle por la frecuencia de sus visitas,
entonces experimento que obra conmigo muy paternalmente y no dudaré que se
ha hecho presente el Padre. Y si correspondiese siempre con esta
condescendencia suya por mi afecto y mis buenas obras, en lo posible, y este
favor suyo no fuese baldío, tanto el Padre que me cuida como el Verbo que me
forma vivirán conmigo.
7. ¡Qué familiaridad nace de esta inhabitación entre el Verbo y el alma,
cuánta confianza surge de esta intimidad! En mi opinión, esa alma se atreve
a decir: Mi amado para mí, porque experimenta su amor, la intensidad de su
amor, y no duda que es amada con esa vehemencia. Y por su tensión y afán,
por ese amor, diligencia e interés con que sin cesar vela ardorosamente para
tratar de complacer a Dios, descubre con claridad que todo esto procede de
él, acordándose de su promesa: La medida que uséis la usarán con vosotros.
La esposa en su sensatez y con suma prudencia reconoce la gracia recibida,
consciente de que su amado se la ha concedido previamente. Por eso lo
confiesa diciendo: Mi amado para mí y yo para mi amado.
Por esta actuación propia de Dios colige con certeza que es amada y ama. Y
así es: el amor de Dios engendra amor en el alma, y la fuerza de su
anticipación estimula su alma, y la torna solícita con su diligencia. No sé
por qué afinidad natural, cuando el alma por fin pueda contemplar la gloria
de Dios cara a cara, necesitará al punto conformarse a él y transformarse en
su misma imagen. Porque como tú te presentes a Dios, así Dios se te dejará
ver por ti: con el santo se mostrará santo, e inocente con el inocente. ¿Y
por qué no seguir: amoroso con el que le ama, disponible con el desocupado,
atento con el diligente, solícito con el atento?
8. También dice: Yo amo a los que me aman, y los que madrugan por mí me
encuentran. Ya ves que no sólo te asegura que te ama, si tú le amas; si te
muestras solícito para con él, también se ocupará de ti. ¿Velas tú? También
él vela. Levántate y grita de noche al relevo de tu guardia, mantén
desvelados tus ojos; lo encontrarás, no te adelantarás a él. Sería una
necedad atribuirte algo o más de lo debido a ti mismo: él te ama más y antes
que tú. Si esto lo sabe el alma, y precisamente porque lo sabe, no te
extrañarás de que se gloríe, porque su majestad vela por ella con toda su
dedicación, despreocupándose de todo lo demás.
El sermón espera ya su remate; pero sólo quiero decir a los espirituales que
conviven con vosotros algo maravilloso pero verdadero: el alma que ve a
Dios, lo contempla corno si a ella sola le viese Dios. Por eso dice con toda
confianza que Dios es todo para ella y ella toda para Dios, sin ver ninguna
otra realidad entre ella y Dios. ¡Qué bueno eres, Señor, con el alma que te
busca! Sales a su encuentro, lo abrazas, te ofreces como esposo, tú que eres
el Señor, es más, Dios bendito sobre todo v por siempre. Amén.