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San Bernardo de Claraval te aconseja: Di a Dios 'Avísame para que no vaya perdida' (en las Tentaciones)

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Cant. Serm. 33

 



San Bernardo de Claraval - oración para evitar de caer en tentaciónV. 8. Pero hay otros pastores que se llaman compañeros tuyos y no lo son, que tienen sus rebaños y sus pastizales ricos en forraje de muerte; en ellos pastan, pero sin ti ni por ti, y cuyos cercos no he encontrado ni me acerqué a ellos. Son los que dicen: Mira, aquí está Cristo; no, míralo, está allí; y prometen los mejores pastos de sabiduría y de ciencia. Muchos lo creen, marchan tras ellos y les hacen hijos de la condenación dos veces más que ellos. ¿Por qué? Sólo porque no ha llegado aún el mediodía ni la luz nítida, para conocer claramente la verdad; en su lugar aceptamos fácilmente la falsedad por su verosimilitud, especialmente porque el agua robada es más dulce y el pan a escondidas es más sabroso. Precisamente por eso te pido que me avises, amor de mi alma, dónde pastoreas, dónde recuestas tu rebaño al mediodía, esto es, en lugar de manifiesto, para que no vaya perdida por los rebaños de tus compañeros, que andan errantes y nunca estables con la certeza de la verdad, siempre aprendiendo y sin llegar nunca a la ciencia de la verdad. Con esto se refiere la esposa a los vacíos y diversos dogmas de los filósofos y herejes.

9. Pero yo creo que no sólo se refiere a ellos, sino también a las asechanzas de los poderes invisibles, los espíritus seductores escondidos tras las emboscadas con sus saetas preparadas en la aljaba, para acribillar en la oscuridad a los de corazón recto. Por éstos, repito, debemos añorar, creo yo, aquel mediodía; y captar a la luz de su claridad la astucia diabólica, descubriendo fácilmente al ángel de Satanás que se transforma en ángel de luz.

Pues no podemos guardarnos de la asechanza y del demonio meridiano sino con la misma luz del mediodía. Yo creo que se llama demonio meridiano porque hay algunos malvados que, debido a su voluntad tenebrosa y obstinada, son noche y noche perpetua; pero saben aparentar que son ya el día, e incluso el mismo mediodía, para engañar mejor a los hombres. Igual que su propio caudillo, no contento con hacerse como Dios, se enfrenta incluso por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto. Por eso, si el corazón al que pretende tentar algún demonio del mediodía no estuviese iluminado como el mediodía por el Sol que nace de lo alto, y hace patente su falsedad, en modo alguno podrá prevenirse, porque lo tentará y lo derribará sin remedio, presentándose como bueno para hacerse creer del incauto y desprevenido que el mal es el bien. Entonces el mediodía, es decir, la máxima luminosidad se presenta como una tentación, porque lleva por delante una imagen aparente de un bien mejor.

10. ¡Cuántas veces, por ejemplo, le sugiere a uno adelantar la vigilia nocturna, para jugar luego con él, porque se duerme mientras cantan los hermanos! ¡Cuántas veces lo induce a prolongar los ayunos, y luego su mayor debilidad le incapacitará para el servicio divino! Cuántas veces, por envidia a los que progresan en los cenobios, los convence para que se vayan al desierto con el deseo de una vida más pura, y al final los infelices experimentan desgraciadamente la gran verdad de lo que en vano habían leído: ¡Ay del solo! porque, si cae, ¿quién lo levantará? ¡Cuántas veces ha incitado a otros al trabajo manual excesivo, y desgastando sus fuerzas los ha incapacitado para los demás ejercicios regulares! ¡A cuántos convenció de que las obras externas -que según el Apóstol son de poco valor-son importantes, y los privó de la piedad! Finalmente, vosotros sabéis por experiencia -y lo digo para confusión suya-que quienes antes no podían refrenarse y se entregaban llenos de ardor a todas las observancias, llegaron al último grado de la flojedad; como dice el Apóstol, empezaron en el espíritu y acabaron en la carne. ¡Qué pacto tan vergonzoso consumaron con su cuerpo, contra el cual habían luchado a muerte! Y ad-vertirás, oh dolor, cómo andan rebuscando importunamente lo más superfluo, cuando antes rechazaban obstinadamente las cosas más necesarias.

Algunos se mantienen aferrados tercamente a sus abstinencias indiscretas y perturban con sus notables extravagancias a los demás, con quienes debieran convivir en paz y concordia. Yo, razonablemente, no puedo creer que de esta manera se mantengan realmente en la piedad; y pienso que la han arrojado ya muy lejos. Los que teniéndose por sabios determinaron ante sí mismos no atenerse a ningún consejo ni precepto, piensen qué pueden responder no a mí, sino al que dice: Pecado de adivinos es la rebeldía, crimen de idolatría es la obstinación. Antes había dicho: Obedecer vale más que un sacrificio, ser dócil vale más que ofrecer la grasa de carneros, esto es, la abstinencia de los contumaces. Por eso añade el Señor por el Profeta: ¿Comeré carne de toros, beberé sangre de cabritos? Quiere decir que no le agradan nada los ayunos de los soberbios e inmundos.

Pero mucho temo que al condenar a los falsos devotos, se piense que doy rienda suelta al vicio de la gula, y escuchen algunos con peligro para sí mismos lo que he dicho a los otros para su salvación.

VI. Por eso escuchad unos y otros: hay cuatro clases de tentaciones y la palabra profética nos las describe así: Te cercará como escudo su verdad; no temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni al enemigo que se desliza en las tinieblas, ni el asalto del demonio al mediodía. Atended, sin embargo, vosotros lo que espero que a todos os venga bien. Todos los que nos hemos convertido al Señor sentimos en nosotros y hemos probado lo que dice la santa Escritura: Hijo mío, cuando te acerques a servir a Dios, sé temeroso y prepárate para las pruebas. Así que en los inicios de nuestra conversión -y eso lo conoce la común experiencia- comienza atormentando el temor; en los que acaban de entrar dicho temor procede del horror de una vida muy austera y de su inusitada dureza.

Llama nocturno a este temor: o porque la Escritura acostumbra a llamar noche a toda adversidad, o bien porque aún no se nos ha revelado para qué impugna la adversidad con tantos sufrimientos. Porque si luciese ya la luz dél día contemplaríamos a su resplandor los padecimientos y su premio, y desaparecería por completo ese temor ante el deseo de los premios, ya que descubriríamos con la claridad de la luz que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que se reflejará en nosotros. Pero como todo eso se oculta ahora a nuestros ojos y todavía vivimos aquí en la noche, nos tienta el temor nocturno, y en vez de los bienes que no vemos sentimos terror ante la adversidad presente que hemos de padecer. Los que acaban de entrar deben velar y orar, por eso, contra esta primera tentación, no sea que abatidos en seguida por la flaqueza de ánimo y la adversidad, desistan, no lo quiera el Señor, del bien iniciado.

12. Superada esta tentación, armémonos, sin embargo, contra las alabanzas humanas, que se nutren especialmente de la vida laudable. De lo contrario, nos herirá la flecha que vuela de día, la vanagloria. Porque la fama vuela, y por eso se dice "de día", porque nace de las obras de la luz. Si ésta sopla vacía como el aire, sólo falta que lleve consigo algo sólido como las riquezas y dignidades del mundo, o que quien lleva cuenta de esas alabanzas apetezca también las dignidades. Fíjate además cómo fue éste el proceso que siguió la tentación en la persona de nuestro Señor, cuando después de sugerirle que saltase por pura vanidad, le mostró y ofreció todos los reinos del mundo. Pero tú, a ejemplo del Señor, rechaza también esto. De lo contrario te acechará inevitablemente el enemigo que se desliza en las tinieblas, la hipocresía. Porque ésta viene tras la ambición y su morada son las tinieblas; efectivamente, esconde lo que es y muestra lo que no es. Se desliza en todo momento, porque guarda apariencias de piedad para ocultarse, y vende sus mismas virtudes para comprar honores.

13. La última tentación es el demonio meridiano, que suele asediar especialmente a los perfectos, a saber, a los que como personas de virtud, lo han superado todo: placeres, honores, favores. ¿Qué armas le quedan ya al tentador para luchar contra él? Llegará, sin duda, furtivamente, porque no se atreve a hacerlo a cuerpo descubierto. Y como tiene suficiente experiencia de que le horroriza el mal si lo descubre, se las apaña para suplantar el bien por el mal. Pero los que pueden decir con el Apóstol: No ignoramos sus ardides, cuanto más avanzan tanto más se preocupan de prevenirse contra esta asechanza.

Es lo que hizo María cuando se turbó con el saludo del ángel, sospechando, si no me equivoco, una emboscada; y también Josué, que no tomó al ángel por amigo hasta que no lo conoció como tal. Por eso trataba de averiguar si era de los suyos o de los enemigos, como un experto en las asechanzas del demonio meridiano. También los apóstoles en cierta ocasión luchaban remando contra el viento que amenazaba su barca, y viendo al Señor que caminaba sobre las aguas pensaron que era un fantasma. Aterrados, se pusieron a gritar. ¿No mostraban así una clara sospecha de que sería el demonio meridiano? Recordad cómo la Escritura dice que era la cuarta vigilia de la noche cuando iba hacia ellos andando por el mar.

La cuarta, es decir, la última tentación que debemos temer es ésta, particularmente el que descubre que se encuentra muy arriba. Comprenda que debe precaverse con mayor vigilancia del asalto del demonio meridiano. Pero se manifestó a los discípulos el verdadero Meridiano y les dijo: Soy yo, no temáis; y disipó su falsa sospecha. Dios quiera que cuantas veces se disponga a irrumpir la maldad encubierta, el verdadero Mediodía nos envíe su luz su verdad para mostrarla como Sol que nace de lo alto, separe la luz de las tinieblas y no nos condene el Profeta, porque tomamos las tinieblas por luz y la luz por ti-nieblas.

VII. 14. Si no os ha cansado ya la extensión de este sermón, intentaré todavía aplicar por su orden estas cuatro tentaciones al cuerpo mismo de Cristo, la Iglesia. Y lo haré con la mayor brevedad posible. Mirad si la primitiva Iglesia no pasó primeramente con gran amargura por el temor nocturno. Porque era de noche cuando todo el que mataba a los santos pensaba que daba culto a Dios. Vencida esta tentación y calmada la tempestad, se hizo más ilustre y, según se lo prometieron, pasó a ser el orgullo de los siglos. Pero dolido el enemigo de su decepción, cambió astutamente el temor nocturno por la flecha que vuela de día, e hirió con ella a algunos en la Iglesia. Así surgieron los hombres vacíos, ambiciosos de gloria, que quisieron hacerse famosos. Y saliéndose de la Iglesia afligieron durante mucho tiempo a su misma madre con diversos y perversos dogmas. Pero la sabiduría de los santos alejó también esta peste, como la primera lo hizo la paciencia de los mártires.

15. Llegamos a nuestros tiempos: está libre desde luego, por la misericordia de Dios, de estas dos plagas, pero muy desfigurada por el enemigo que se desliza en las tinieblas. ¡Ay de nuestra generación! a causa de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, si se la puede llamar así; es tan grande que no puede ocultarse más, ni lo intenta su propio descaro. Serpentea hoy por todo el cuerpo de la Iglesia su corrupción contagiosa, tanto más desesperante cuanto más universal; tanto más peligrosa cuanto más interior. Porque si surgiera claramente un hereje, se le echaría fuera, al fuego; si fuese un enemigo violento, posiblemente se escondería de él. ¿Pero a quién desecha ahora? ¿De quién se esconde? Todos son amigos y todos enemigos; todos son allegados y todos adversarios; todos familiares y todos en guerra contra ella; todos prójimos y todos van tras lo suyo.

Son ministros de Cristo y sirven al Anticristo. Cargan con honores por los bienes del Señor y no honran al Señor. De ahí ese lujo de rameras, esos vestidos de comediantes, ese aparato regio que ves cada día. De ahí ese oro decorando espuelas, sillas y bridas: brillan más que los altares. De ahí esas mesas espléndidas por sus manjares y vajillas; de ahí esas comilonas y borracheras; de ahí esas cítaras, liras y flautas; de ahí esas prensas atestadas y esos silos rebosantes, repletos de frutos de toda especie. De ahí esos perfumes preciosos y esos cofres re-cargados. Para todo esto desean ser y son prepósitos de las iglesias, deanes, arcedianos, obispos y arzobispos. Porque todas estas dignidades no son el resultado de unos méritos propios, sino del enemigo que se desliza en las tinieblas.

16. Estaba anunciado desde antiguo, pero éste es el tiempo de su cumplimiento: La paz se me tornó una inmensa amargura. Amarga primero por la matanza de los mártires, más amarga por los conflictos con los herejes, amarguísima ahora por la relajación de sus mismos familiares. No los puede ahuyentar ni eludir; tienen tanta fuerza que se han multiplicado sin número. Es una plaga intestina e incurable para la Iglesia: por eso la amargura se le volvió paz. ¿Pero qué paz? Decían: paz, y no había paz. Paz con los paganos, paz con los herejes, pero no con los hijos. Decía la voz del lamento para estos tiempos: Hijos he criado y educado, y ellos se han rebelado contra mí.

Me despreciaron y mancillaron con su vida vergonzosa, con su lucro deshonesto, con su conducta deshonrosa, con el enemigo que se desliza en las tinieblas. Sólo falta que se haga patente el demonio meridiano para seducir a los pocos que siguen con Cristo y persisten en su honradez. Porque se ha tragado los ríos de los sabios y los torrentes de los poderosos; y confía que el Jordán desemboque en su boca, es decir, los humildes y sencillos de corazón que viven en la Iglesia. Se trata del Anticristo, que no sólo se presenta como día, sino como el mediodía, y se pone por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; ése es al que el Señor Jesús lo extinguirá con el Espíritu de su boca, y lo desbaratará con la luz de su llegada, como verdadero y eterno Mediodía, Esposo y abogado de la Iglesia, Dios bendito por siempre. Amén.


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