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San Bernardo de Claraval te aconseja: Oído - Vista - Fe

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in Cant. homilía 28

 



El centurión que estaba frente a él, al ver que había expirado dando aquel grito, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Creyó a lo que oyó y por el grito, no por su aspecto, reconoció al Hijo de Dios. Posiblemente era una de aquellas ovejas de las que dijo: Mis ovejas oyen mi voz.

4. El oído escucha lo que no pueden percibir los ojos. La apariencia traicionó a los ojos; la verdad penetró por el oído. Los ojos denunciaban su debilidad, su deformidad, su miseria, su condenación al patíbulo. Los oídos lo reconocieron hermoso e Hijo de Dios; pero no así los oídos de los judíos, por estar incircuncisos. Con razón Pedro amputó una oreja al siervo, para abrirle el paso a la verdad y para que ésta lo liberase, es decir, lo hiciera liberto. El Centurión aquel era un incircunciso, pero no de oídos; porque el simple grito del que expiraba le permitió reconocer al Señor de la majestad bajo tantos indicios de debilidad. No despreció lo que vio, porque creyó lo que no vio. Pero no creyó por lo que vio, sino indudablemente por lo que oyó, pues la fe sigue al mensaje. Habría sido más digno que la verdad entrase en el alma por las ventanas de los ojos, que son más perfectos; pero a nosotros, alma mía, eso se nos reserva para el final, cuando contemplemos cara a cara.
Ahora, en cambio, el remedio entrará por donde entró la enfermedad. Así la vida seguirá los pasos de la muerte; la luz los de las tinieblas; el antídoto de la verdad los del veneno de la serpiente. Así el ojo enturbiado curará y verá, ya sano, al que no podía ver, irritado. El oído ha sido la primera puerta por la que entró la muerte y será la primera en abrirse a la vida; el oído, que nos dejó ciegos, nos devolverá la vista; porque si no creemos, no comprenderemos. Es decir, que el oído se acredita el mérito, y la vista el premio. Por eso dice el Pro-feta: Hazme oír el gozo y la alegría, porque el premio del oído será la visión, y el mérito de esta dichosa visión será la audición en la fe. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; pues es necesario purificar el ojo para ver a Dios, como se no8 dice: Ha purificado sus corazones con la fe.

6. Ahora, aquí, mientras no esté dispuesta la visión, debemos abrir el oído y ejercitarlo, para que acoja la verdad. Feliz aquel a quien la Verdad le dice, como testigo: Me escuchaba y me obedeció. Seré digno de esa visión si antes he sabido obedecer lo que escucho; contemplaré confiado al que antes he rendido el obsequio de mi obediencia. ¡Qué feliz el que dice: El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eché para atrás! Aquí tienes una forma de obediencia voluntaria y un ejemplo de magnanimidad. Porque el que no se resiste es espontáneo; y el que no se echa atrás, persevera. Ambas cosas son necesarias, pues Dios se lo agradece al que da de buena gana, y quien persevera hasta el fin ese se salvará. Quiera Dios abrirme el oído, para que penetre en mi corazón la palabra de la verdad, limpie mi vista, me prepare una visión gozosa y yo mismo pueda decir a Dios: Tú escuchas los deseos de mi corazón. Ojalá oiga yo a Dios junto con todos los que le obedecen: Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado. No todos los que escuchan están limpios, sino los que obedecen. Dichosos los que lo escuchan y lo cumplen. Esa escucha es la que requiere el que prescribe: Escucha, Israel. Esa es la actitud del que respondía: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Así lo promete el que dice: Voy a escuchar lo que me dice el Señor Dios.

III. 7. No ignores que también el Espíritu Santo sigue este mismo proceso en la formación espiritual del alma; a saber, antes de recrear la vista educa el oído. Por eso dice: Escucha, hija, y mira. ¿Por qué fuerzas la vista? Dispón tus oídos. ¿Deseas ver a Cristo? Primero debes oírle, oír lo que te dicen de él; y cuando lo veas exclamarás: Lo que hemos oído lo hemos visto. Es inmenso su resplandor y tu vista débil no puede soportarlo. Puedes oírle, no verlo. Cuando Dios gritaba: Adán, ¿dónde estás?, el pecador ya no lo veía, pero le oía. Si antes es sumiso, atento y fiel, el oído devolverá la vista. La fe purificará al que enturbió la impiedad; y al que cerró la desobediencia lo abrirá la obediencia. Además dice: Lo he comprendido por tus preceptos, es decir, la observancia de los mandamientos devuelve la inteligencia que había perdido por su trasgresión.

Recuerda al santo Isaac. En su avanzada vejez mantuvo el oído más vivo que todos los demás sentidos. Se nublan los ojos del Patriarca, le traiciona el paladar, le fallan las manos, pero no el oído. ¿Te extraña que sus oídos perciban la verdad? ¿No sigue la fe a la escucha, no es el oído el receptáculo de la palabra de Dios, y la palabra de Dios no es la misma verdad? La voz, dice, es la voz de Jacob: nada más cierto. Pero los brazos son los brazos de Esaú: nada más falso. Te engañas; el parecido de los brazos te ha traicionado. Tampoco se halla la verdad por el sentido del gusto, por delicado que sea. ¿Cómo puede poseer la verdad el que piensa que está comiendo un venado, cuando come la carne de un cabrito de casa? Mucho menos los ojos que no ven nada. Ni la verdad ni la sabiduría se alcanzan con la mirada. ¡Ay de vosotros que os tenéis por sabios ante vuestros propios ojos! ¿Acaso puede ser recta una sabiduría maldita? Es mundana y por eso es necedad ante Dios.

8. La sabiduría recta y verdadera es interior y totalmente oculta, como lo siente el santo Job. ¿Por qué la buscas fuera en los sentidos corporales? El sabor se percibe en el paladar; y en el corazón la sabiduría. No busques la sabiduría en la visión carnal, porque no la revelan ni la carne, ni la sangre, sino el espíritu. No se encuentra en el sabor de la boca, ni está entre aquellos que viven deliciosamente. Ni en el tacto de las manos como lo dice el Santo: No me he besado mi propia mano, porque es un gran delito y renegar de Dios. Yo creo que esto ocurre cuando el don de Dios, que es la sabiduría, no se adju-dica a Dios, sino a los méritos de las obras. Sabio fue Isaac, pero se equivocaron sus sentidos. El oído sólo posee la verdad si percibe la palabra.

Con razón se le prohíbe tocar la carne resucitada del Verbo a la mujer cuya sabiduría aún era carnal, porque daba más valor a sus ojos que al oráculo, es decir, más al sentido carnal que a la Palabra de Dios. No creía que resucitaría el que había visto muerto, a pesar de que él mismo lo había prometido. Y por eso no descansaron sus ojos hasta que su mirada se sació, pues no le consolaba la fe ni la promesa hecha por Dios. ¿Acaso no pasarán y desaparecerán el cielo y la tierra, y cuanto pueden contemplar los ojos carnales, antes que desaparezca una sola letra o un solo acento de cuanto Dios ha hablado? Sin embargo, ella rehusó consolarse con la Palabra de Dios, y dejó de llorar con la visión de sus ojos, porque tuvo más experiencia que fe. Pero una experiencia engañosa.

9. Por eso le remite al conocimiento más cierto de la fe; la cual se abraza a lo que ignoran los sentidos y no busca la experiencia. Y le dice: No me toques, esto es: desentiéndete de ese sentido seductor; apóyate en la palabra y familiarízate con la fe.

IV. La fe ignora el error, la fe abarca lo invisible, no conoce la limitación de los sentidos; además trasciende los límites de la razón humana, el proceso de la naturaleza, los términos de la experiencia. ¿Por qué le preguntas a la mirada lo que no puede saber? ¿Para qué se empeñan las manos en palpar lo que le supera? Todo lo que te pueden enseñar es de un nivel inferior. Pero la fe te dirá de mí cosas que no menguan en nada mi majestad. Aprende a poseer con más certeza, a seguir con más seguridad lo que ella te aconseja. No me toques, que aún no estoy arriba con el Padre. Como si cuando haya subido, quisiera que lo tocasen o fuese ello posible. Claro que podrá; pero con su afecto, no con sus manos; con el deseo, no con la mirada; con la fe, no con los sentidos. ¿Por qué quieres tocarme ahora, si valoras la gloria de mi resurrección por lo que te dicen los sentidos?

¿No sabes que durante el tiempo de mi mortalidad, los ojos de mis discípulos no pudieron soportar la gloria de mi cuerpo transfigurado, que aún debía morir? Todavía complaceré tus sentidos revistiéndome de siervo, para que puedas conocerme como antes. Pero mi gloria es extraordinaria, se ha consolidado y no puedes acercarte a ella. Prescinde, pues, de tu juicio, suspende tu opinión y no te fíes de la definición que puedan darte los sentidos de un misterio reservado para la fe. Ella lo definirá con mayor propiedad y certeza, porque lo comprende más plenamente. Ella abarca en su seno místico y profundo lo que se entiende por la largura, anchura, altura y profundidad. Lo que el ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado, la fe lo lleva cerrado y lo guarda sellado dentro de sí misma.

10. Me tocará dignamente la fe, si me acepta sentado a la derecha del Padre, no en la forma de siervo, sino en un cuerpo celestial idéntico al anterior, aunque de forma distinta. ¿Por qué quieres tocar mi cuerpo deforme? Espera un poco y tocarás mi cuerpo hermoso. Pues lo que ahora es deforme se volverá bello. Es deforme para el tacto, deforme para la mirada, deforme, en fin, para tu deformidad, porque te apoyas más en los sentidos que en la fe. Sé tú hermosa, y tócame; sé fiel y serás hermosa. Tu hermosura tocará al hermoso con mayor dignidad y gozo. Lo tocarás con la mano de la fe, con el dedo del deseo, con el abrazo del amor, con la mirada del espíritu.

San Bernardo de Claraval - doctor mellifluus


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