Anónimo inglés del Siglo XIV

La Nube del No-Saber


  
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Que de un modo espiritual Dios todopoderoso
defenderá a todos los que por su amor no abandonen
su contemplación para defenderse a sí mismos

Pienso que los que se esfuerzan por ser contemplativos no sólo deberían perdonar a todos los que se quejan de ellos, sino que han de estar tan ocupados en su propio trabajo que ni siquiera se den cuenta de lo que se dice o se hace a su alrededor. Es lo que hizo María Magdalena, y por eso es nuestro modelo. Si seguimos su ejemplo, Jesús hará ciertamente por nosotros lo que hizo por ella.

¿Y qué fue lo que hizo? Recordarás que Marta urgía a Jesús a que reprendiese a María; a que le dijera que se levantara y la ayudara en la faena. Pero nuestro Señor Jesucristo, que discernía los pensamientos secretos de todos los corazones, comprendió perfectamente que María estaba inmersa en una contemplación amorosa de su divinidad, y por eso se puso de su parte. Con una cortés delicadeza propia de su bondad, contestó por ella ya que su amor por él no le permitía dejarle el tiempo suficiente para contestarle por si misma. ¿Y qué le dijo? Marta había apelado a él como a juez, pero él le contestó más que como juez. Habló como defensor legal de María puesto que esta le amaba tanto. «Marta, Marta», le dijo. La llamó dos veces por su nombre para cerciorarse de que le escuchaba y se detuvo lo suficiente para que prestara atención a lo que le iba a decir: «Te ocupas y te turbas por muchas cosas». Esto indica que las personas activas están siempre ocupadas e interesadas por un sinfín de asuntos relativos primeramente a si mismas y después a sus hermanos cristianos según lo exige el amor. Quería que Marta se diera cuenta de que su obra era importante y valiosa para su desarrollo espiritual. Añadió, sin embargo, para que no concluyera que era la mejor obra posible: «Una sola cosa es necesaria». ¿Y qué crees que es esta sola cosa? Se refería, sin duda, a la obra del amor y de la alabanza de Dios por si mismo. No hay obra mayor. Quería, finalmente, que Marta comprendiera que no es posible dedicarse enteramente a esta obra y a la acción al mismo tiempo. Las preocupaciones de cada día y la vida contemplativa no pueden combinarse adecuadamente aunque puedan unirse de una forma incompleta. Para aclarar esto, añadió: «María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada». Pues la obra del perfecto amor que comienza aquí en la tierra es la misma que el amor que es vida eterna; son una sola cosa.

 
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Una verdadera explicación del pasaje evangélico:
«María ha elegido la mejor parte»

«María ha elegido la mejor parte». ¿Qué significa esto? Siempre que hablamos de lo mejor, suponemos algo bueno y algo mejor. Lo mejor es el grado superlativo. ¿Cuáles son, pues, las opciones de las que María eligió la mejor? No hay tres formas de vida puesto que la santa Iglesia sólo habla de dos: la activa y la contemplativa. No, el significado más profundo del relato evangélico de san Lucas que acabamos de considerar es que Marta representa la vida activa y María la contemplativa, siendo la primera absolutamente necesaria para la salvación. Por eso, cuando se impone una opción entre dos, una de ellas no puede llamarse la mejor.

Con todo, aunque la vida activa y contemplativa son dos formas de vida dentro de la santa Iglesia, sin embargo, dentro de ellas tomadas en conjunto, hay tres partes, tres grados ascendentes. Ya hemos hablado de ellos, pero los resumiré aquí brevemente. El primer grado o escalón es la buena y recta vida cristiana en la que el amor es predominantemente activo en las obras corporales de misericordia. En el segundo, una persona comienza a meditar en las verdades espirituales relativas a sus propios pecados, a la Pasión de Cristo y a los goces de la eternidad. La primera forma de vida es buena, pero la segunda es mejor, pues aquí comienzan a converger la vida activa y la contemplativa. Se mezclan en una especie de parentesco, llegando a ser hermanas, como Marta y María. Tanto es así que una persona activa no puede progresar en la contemplación, excepto en intervenciones ocasionales de una gracia especial. Y un contemplativo puede volver a medio camino -pero no más lejos- para emprender alguna actividad. No lo debería hacer, sin embargo, a no ser en raras ocasiones y por exigencia de una gran necesidad.

En el tercer grado o escalón una persona entra en la oscura nube del no-saber donde en secreto y sola centra todo su amor en Dios. El primer grado es bueno; el segundo, mejor, pero el tercero es el mejor. Esta es la mejor parte correspondiente a María. Ahora resulta claro por qué nuestro Señor no dijo a Marta: «María ha elegido la vida mejor». Sólo hay dos modos de vida y, como dije, cuando una elección es sólo entre dos, una no puede llamarse la mejor. Pero nuestro Señor dice: «María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada».

Las partes primera y segunda son buenas y santas pero desaparecerán con el paso de esta vida mortal. Pues en la eternidad no habrá necesidad de obras de misericordia como la hay ahora. La gente no tendrá hambre ni sed, ni morirá de frío o de enfermedad, sin hogar o cautiva. Nadie necesitará una sepultura cristiana, pues no morirá nadie. En el cielo ya no habrá que lamentarse por nuestros pecados o por la Pasión de Cristo. Por eso, si la gracia te llama a elegir la tercera parte, elígela con María. Q, más bien, déjame que te muestre el camino. Si Dios te llama a la tercera parte, trata de alcanzarla; trabaja por conseguirla con todo tu corazón. Nunca se te quitará, pues no tendrá fin. Aunque comienza en la tierra, es eterna.

Replicaré con las palabras del Señor a las personas activas que se quejan de nosotros. Que hable él por nosotros como lo hizo por María cuando dijo: «Marta, Marta». Dice: «Oíd, todos los que vivís la vida activa: sed diligentes en las obras de la primera y segunda parte, trabajando ora en una, ora en otra. Y si os sentís inclinados, acometed intrépidamente las dos. Pero no os metáis con mis amigos contemplativos, pues no entendéis lo que les aflige. No les recriminéis el ocio de la tercera y mejor parte que es la de María»

 
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Del maravilloso amor que Cristo
tuvo por María Magdalena, que representa
a todos los pecadores verdaderamente arrepentidos
y llamados a la contemplación

Dulce fue el amor entre María y Jesús. ¡Cómo le amaba! ¡Y cuánto más la amaba él! No tomes el relato evangélico a la ligera como si fuera un cuento superficial. Describe su mutua relación con toda verdad. Al leerlo, ¿quién no ve que ella le amaba intensamente, sin reservarse nada de su amor y rechazando a cambio toda comodidad que no fuera la de su amor? Es la misma María que le buscó llorando ante la tumba aquella primera mañana de Pascua. Los ángeles le hablaron entonces suavemente: «No llores, María», le dijeron. «Pues el Señor a quien buscas ha resucitado, como dijo. Va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis con sus discípulos, como os prometió». Pero los mismos ángeles fueron incapaces de tranquilizarla o de detener sus lágrimas. Difícilmente podían los ángeles confortar a quien había salido al encuentro del Rey de los ángeles.

¿Debo continuar? Sin duda, cualquiera que estudie la Escritura encontrará muchos ejemplos del amor total de María hacia Cristo registrados allí para nuestro provecho. Ellos confirmarán lo que vengo diciendo. De hecho, podría pensarse que fueron escritos especialmente para los contemplativos. Y así lo fueron para todo aquel que tenga el suficiente discernimiento para ver. Cualquiera que reconozca en el amor hermoso y personal de nuestro Señor hacia María Magdalena el amor maravilloso e incomparable que tiene por todos los pecadores arrepentidos y dedicados sinceramente a la contemplación, habrá de reconocer por qué no pudo tolerar que ninguno -ni siquiera su hermana- hablara contra ella sin salir él mismo en su defensa. Si, y todavía hizo más. Pues en otra ocasión increpó a su huésped, Simón el Leproso, en su misma casa, por el simple hecho de haber pensado mal de ella. Grande en verdad fue su amor; ciertamente no fue superado.

 
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Que en el camino espiritual Dios contestará
por y cuidará de todos aquellos que no abandonan
su contemplación para responder por
y cuidarse de sí mismos

Te aseguro que si con la gracia de Dios y un consejo fiable nos esforzamos con toda el alma en modelar nuestro amor y nuestra vida a imagen de los de María.

Magdalena, nuestro Señor nos defenderá como la defendió a ella. Todo el que piense o hable contra nosotros sentirá el reproche del Señor en lo secreto de su conciencia. Esto no quiere decir que no tendremos nada que aguantar. Tendremos que sufrir mucho, como María. Pero digo que si no prestamos atención a ello y proseguimos pacíficamente nuestra obra contemplativa a pesar de las criticas, como ella lo hizo, nuestro Señor reprenderá a los que nos hieren en lo profundo de sus corazones. Si son personas sinceras y abiertas, no dudarán en sentirse avergonzadas de sus pensamientos y palabras en pocos días.

Y así como él vendrá en nuestra ayuda espiritual, de la misma manera incitará a otros a procurarnos comida y vestido y satisfará las necesidades de la vida cuando vea que no dejamos la obra del amor para atender a tales cosas por nosotros mismos. Digo esto especialmente para refutar a los que erróneamente sostienen que nadie se puede dedicar a la vida contemplativa sin haber provisto antes a todas sus necesidades materiales. Dicen: «Dios envía la vaca, pero no por el cuerno». Pero interpretan falsamente a Dios y ellos lo saben. Pues Dios nunca defrauda a los que verdaderamente abandonan los intereses mundanos para dedicarse a él. Puedes estar cierto de esto: él proporcionará una de las dos cosas a sus amigos. Q recibirán en abundancia todo lo que necesiten, o les dará aguante físico y un corazón paciente para soportar la necesidad. ¿Qué más da que haga lo uno o lo otro? Le es todo lo mismo al verdadero contemplativo. Todo el que pone en duda esto, demuestra que el maligno ha robado la fe de su corazón o que todavía no está tan totalmente entregado a Dios como debiera, a pesar de ingeniosas y estudiadas apariencias en contrario.

Vuelvo a repetir una vez más a todo aquel que quiera ser un auténtico contemplativo como María: deja que sea la maravillosa trascendencia y bondad de Dios la que te enseñe la humildad, mejor que el pensamiento de tus propios pecados, pues entonces tu humildad será perfecta. Atiende más a la soberanía absoluta de Dios que a tu propia miseria. Y recuerda que los que son perfectamente humildes no carecerán de nada de cuanto necesitan, sea en el orden espiritual o material. Dios les pertenece y él es su todo. Quien posee a Dios, como atestigua este libro, no necesita otra cosa en esta vida.

 

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Qué sea la caridad en sí misma;
y cómo se contiene sutil y perfectamente
en el amor contemplativo

Hemos visto que la perfecta humildad es una parte integral del puro y ciego amor del contemplativo. Siendo todo él impulso hacia Dios, este simple amor golpea incesantemente sobre la oscura nube del no-saber, dejando todo pensamiento discursivo bajo la nube del olvido. Y así como el amor contemplativo fomenta la perfecta humildad, de la misma manera crea la bondad práctica, especialmente la caridad. Pues en la caridad verdadera uno ama a Dios por si mismo, por encima de todo lo creado, y ama a su hermano el hombre por que esta es la ley de Dios. En la obra contemplativa, Dios es amado por encima de toda criatura pura y simplemente por él mismo. En realidad, el verdadero secreto de esta obra no es otra cosa que un puro impulso hacia Dios por ser él quien es.

Lo llamo puro impulso porque es totalmente desinteresado. En esta obra el perfecto artesano no busca el medro personal o verse exento del sufrimiento. Desea sólo a Dios y a él solo. Está tan fascinado por el Dios que ama y tan preocupado porque se haga su voluntad en la tierra, que ni se da cuenta ni se preocupa de su propia comodidad o ansiedad. Y esto porque, a mi juicio, en esta obra Dios es realmente amado perfectamente y por ser él quien es. Pues un verdadero contemplativo no debe compartir con ninguna otra creatura el amor que debe a Dios.

En la contemplación, además, también se cumple totalmente el segundo mandamiento de la caridad. Los frutos de la contemplación son testigos de esto aun cuando durante el tiempo real de la oración el contemplativo avezado no dirija su mirada a ninguna persona en particular, sea hermano o extraño, amigo o enemigo. En realidad, ningún hombre le es extraño, porque considera a cada uno como hermano. Y nadie es su enemigo. Todos son sus amigos. Incluso aquellos que le hieren o le ofenden en la vida diaria son tan queridos para él como sus mejores amigos y todos los buenos deseos hacia sus mejores amigos se los desea a ellos.

 
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Que durante el tiempo de la oración contemplativa,
el perfecto contemplativo no centra su atención
en ninguna persona en particular

Ya he explicado que durante esta actividad un verdadero contemplativo no se detiene en el pensamiento de ninguna persona en particular, sea amigo, enemigo, extraño o familiar. Pues todo aquel que desea ser perfecto en ella ha de olvidarse de todo excepto de Dios.

No obstante, por medio de la contemplación va creciendo en amor y bondad prácticas, de manera que, cuando habla o reza con sus hermanos cristianos en otros momentos, el calor de su amor les alcanza también a ellos sean amigos, enemigos, extraños o familiares. Si existe alguna parcialidad, es más probable que exista hacia su enemigo que hacia su amigo. (No es que nunca abandone totalmente la contemplación -esto no podría hacerse sin un gran pecado-, pero a veces la caridad le exigirá que descienda de las alturas de su obra para hacer algo en favor de sus semejantes).

Pero en la actividad contemplativa misma, no distingue entre amigo y enemigo, hermano o extraño. Con ello, sin embargo, no quiero dar a entender que haya que dejar de sentir un afecto espontáneo hacia unos pocos que le son especialmente íntimos. Lo sentirá, naturalmente, y con frecuencia. Esto es perfectamente natural y legitimo por muchas razones que sólo el amor conoce. Recuerda que Cristo mismo tuvo especial amor por Juan, María y Pedro. Lo que quiero destacar es que durante la actividad contemplativa todos le son igualmente queridos, puesto que es Dios quien le mueve a amarlos. Ama a todos los hombres simple y llanamente por Dios; y los ama como él se ama a si mismo.

Todos los hombres se perdieron por el pecado de Adán, pero todos aquellos que por su buena voluntad manifiestan un deseo de ser salvados, serán salvados por la muerte redentora de Cristo. Una persona profundamente comprometida en la contemplación participa en el sufrimiento redentor de Cristo, no exactamente como sufrió Cristo, sino de una manera similar a la de Cristo. Pues en la verdadera contemplación la persona es una con Dios en un sentido espiritual y hace todo lo que está en su mano para atraer a otros a la contemplación perfecta. Sabes que todo tu cuerpo comparte el dolor o el bienestar sentido por cada una de sus partes porque es una unidad. En sentido espiritual, todos los cristianos son partes del único cuerpo de Cristo. En la Cruz se sacrificó a si mismo por su cuerpo, la Iglesia. Quien desee seguir a Cristo de una manera perfecta, ha de estar dispuesto también a entregarse a la obra espiritual del amor para la salvación de todos sus hermanos y hermanas de la familia humana. Repito, no sólo por sus amigos y su familia y aquellos que le son más queridos, sino que también ha de trabajar para la salvación de toda la humanidad con afecto universal. Pues Cristo murió para salvar a todo el que se arrepiente de sus pecados y busca la misericordia de Dios.

Ves, por tanto, que el amor contemplativo es tan refinado e integral que incluye en sí mismo la perfecta humildad y la caridad. Por las mismas razones y en el mismo sentido, incluye también todas las demás virtudes.

 
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Que sin una gracia especial o una prolongada
fidelidad a la gracia ordinaria, la oración contemplativa
es muy difícil; que esta obra es sólo posible
con la gracia, que es la obra de Dios

Así, pues, entrégate a la tarea de la contemplación con sincera generosidad. Golpea sobre esta alta nube del no-saber y desecha el pensamiento del descanso. Pues te digo con franqueza que todo aquel que desea ser contemplativo experimentará el dolor de la ardua tarea (a menos que Dios intervenga con una gracia especial); sentirá agudamente el precio del constante esfuerzo hasta que se haya ido acostumbrando a esta obra durante largo tiempo.

Pero, dime, ¿por qué habría de ser tan difícil? Sin duda, el amor ferviente despertándose de continuo en la voluntad no es doloroso. No, pues es la acción de Dios, el fruto de su poder omnipotente. Dios, además, ansia siempre trabajar en el corazón de quien ha hecho todo lo posible para preparar el camino a su gracia.

Entonces, ¿por qué es esta obra tan fatigosa? El trabajo, por supuesto, consiste en la incesante lucha para desterrar los innumerables pensamientos que distraen e importunan nuestra mente y tenerlos a raya bajo la nube del olvido, de que he hablado anteriormente. Este es el sufrimiento. Toda la lucha nace del lado del hombre, del esfuerzo que ha de hacer para prepararse a la acción de Dios, acción que consiste en suscitar el amor y que sólo él puede llevar a cabo. Pero tu persevera, haciendo tu parte, y yo te prometo que Dios no te fallará.

Mantente, pues, fiel a esta obra. Quiero ver cómo progresas. ¿No ves cómo te ayuda pacientemente el Señor? ¡Ruborízate de vergüenza! Aguanta la opresión de la disciplina durante un tiempo y pronto remitirán la dificultad y el peso. Al comienzo te sentirás probado y oprimido, pero es porque todavía no has experimentado el gozo interior de esta obra. A medida que pase el tiempo, sin embargo, sentirás por ella un gozoso entusiasmo y entonces te parecerá ligera y fácil. Entonces te sentirás poco o nada constreñido, pues Dios trabajará a veces en tu espíritu por sí mismo. Pero no siempre y por mucho tiempo sino según le parezca a él mejor. Cuando haga que tú goces y seas feliz, déjale que obre como quiera.

Entonces quizá pueda tocarte con un rayo de su divina luz que atravesará la nube del no-saber que está entre él y tú. Te permitirá vislumbrar algo de los secretos inefables de su divina sabiduría y tu afecto parecerá arder con su amor. No sé decir más, ya que la experiencia va mucho más allá de las palabras. Aun cuando quisiera decir más, no podría hacerlo ahora. Pues temo no poder describir la gracia de Dios con mi torpe y desmañada lengua. En una palabra, aun en el caso de intentarlo, no lo conseguiría.

Pero cuando la gracia surge en el espíritu de un hombre, este ha de poner su parte para responder a ella, y es esto lo que quiero ahora discutir contigo. Hay menos riesgo en hablar de esto.

 

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Quién ha de comprometerse en la obra
de la contemplación

En primer lugar y sobre todo quiero dejar claro quién ha de emprender la obra contemplativa, cuándo es apropiado hacerlo y cómo ha de proceder la persona en cuestión. Quiero darte también algunos criterios para el discernimiento en esta obra.

Si me preguntas quién ha de emprender la contemplación, te contestaré: todos los que se han apartado sinceramente del mundo y han dado de lado las preocupaciones de la vida activa. Estas personas, aun cuando hayan sido durante algún tiempo pecadoras habituales, se deberían entregar a fomentar la gracia de la oración contemplativa. 

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Que el hombre no debe atreverse a iniciar la
contemplación hasta haber purificado su conciencia
de todo pecado particular según la ley de la Iglesia

Si me preguntas cuándo ha de comenzar una persona la obra de contemplación, te contestaré: no hasta haber purificado su conciencia de todos los pecados particulares en el sacramento de la Penitencia como prescribe la Iglesia.

Después de la Confesión seguirá existiendo la raíz y la tierra de la que brota el mal en su corazón, a pesar de todos sus esfuerzos, pero la obra del amor los curará cierta y totalmente. Por eso, esta persona deberá

limpiar primero su conciencia en la Confesión. Pero, una vez que ha hecho lo que la Iglesia prescribe, ha de comenzar sin miedo la obra contemplativa, pero con humildad, dándose cuenta de que ha tardado en llegar a ella. Pues, incluso los que no tienen conciencia de pecado grave, deberían emplear toda su vida en esta obra, ya que mientras estamos en estos cuerpos mortales experimentaremos la impenetrable oscuridad de la nube del no-saber que está entre Dios y nosotros. Además, y a causa del pecado original, sufriremos siempre el peso de nuestros errantes pensamientos, que tratarán de apartar nuestra total atención de Dios.

Este es precisamente el castigo del pecado original. Antes de pecar, el hombre era dueño y señor de todas las criaturas, pero sucumbió a la perversa sugestión de tales criaturas y desobedeció a Dios. Y ahora, al querer obedecer a Dios, siente la traba de las cosas creadas. Le acosan como plagas arrogantes a medida que trata de llegar a Dios.

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Que el hombre ha de perseverar pacientemente
en la obra de contemplación, soportando alegremente
sus sufrimientos y sin juzgar a nadie

Quien desee recuperar la pureza del corazón perdida por el pecado y conseguir esa integridad personal que está por encima de todo sufrimiento, ha de luchar pacientemente en la actividad contemplativa y mantenerse en el tajo, haya sido pecador habitual o no. Pecadores e inocentes sufrirán en esta tarea, aunque obviamente los pecadores sentirán más el sufrimiento. Sucede, sin embargo, con frecuencia, que muchos que han sido grandes y habituales pecadores llegan antes a la perfección de ella que aquellos que nunca han pecado gravemente. Dios es verdaderamente maravilloso al derramar su gracia en aquellos que elige; el mundo se queda abrumado, aturdido, ante un amor como este.

Y creo que el día del juicio final será realmente glorioso, pues la bondad de Dios brillará claramente en todos sus dones de gracia. Algunos de los que ahora son menospreciados y despreciables (y que quizá son pecadores inveterados) reinarán aquel día gloriosamente con sus santos. Y quizá algunos de los que nunca han pecado gravemente y que ante los demás aparecen como personas piadosas, venerados como buenos por otras personas, se encontrarán en la miseria entre los condenados.

Lo que quiero resaltar es que en esta vida ningún hombre puede juzgar a otro como bueno o malo por la simple evidencia de sus obras. Las obras en si mismas son otra cuestión. Podemos juzgarlas como buenas o malas, pero no a la persona.

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