Prólogo al lector

Es cosa tan cierta el haber revelaciones hechas a personas particulares en nuestra santa Iglesia católica apostolica y romana, seria presuntuoso y temerario el que las negase; porque las revelaciones, locuciones interiores, visiones, y otras mercedes muy particulares que Dios hace a los suyos, no son otra cosa sino un familiar trato que su Majestad tiene con algunas almas, y en él les comunica sus secretos divinos de cosas que tocan a ellas mismas, o a otras personas; y tengo por muy cierto ser esto tan antiguo, cuanto lo es haber hombres en el mundo; porque en todos los siglos y en todas las edades ha tenido Dios desde el principo del mundo almas puras y santas, y asi lo confesamos en el Credo cuando decimos que creemos en la santa Iglesia, que no sólo se ha de entender que Dios en la ley de gracia tenga santos en su Iglesia católica, sino que desde la creación del mundo ha tenido Dios Iglesia y congregación de hombres, entre los cuales ha habido santos y amigos suyos. Y siendo esto asi, y por otra parte las buenas ganas de este Soberano Señor, que siempre tiene de hacer mercedes y comunicarse, pues dice son sus regocijos y deleites con los hijos de los hombres, no queda razón de dudar entre cuerdos y cristianos.

Y si todas las revelaciones particulares, y que no pertenecen a la fe católica, han de ser tenidas por falsas, no tenemos para qué dar crédito a las vidas de los santos, que están escritas por muchos santos doctores, asi griegos como latinos, porque las más de ellas contienen revelaciones y regalos que nuestro Señor les hizo, como se ve en las vidas de los Santos Padres que escribió san Jerónimo, y en las que escribió san Gregorio, papa, en sus Diálogos. Y en comprobación de esta verdad, pudiera traerse una gran suma de revelaciones hechas a santos particulares, que se encuentran en sus vidas, como se ve en la vida de san Francisco, de san Angel, de san Alberto y santo Domingo, y otros infinitos; pero no es mi intento ponerme a probar esta verdad despacio; quien la quisiere ver bien probada, lea el capitulo primero del libro que el P. Francisco de Rivera, de la Compañia de Jesús, escribio sobre la vida de santa Teresa de Jesús, donde prosigue doctisimamente este argumento; y prueba que en todos tiempos ha habido revelaciones particulares, y las hay en la santa Iglesia católica cada dia, y las habrá. En comprobación de esta verdad, sólo quiero yo traer un testimonio que vale por mil, y es del angélico Doctor santo Tomás, y le siguen todos los Doctores y expositores, sin que nadie le contradiga, y dice: Por privilegio y merced particular se puede saber si un hombre está en gracia y amistad de Dios, porque su Majestad revela esto a algunas almas para que comiencen en esta vida a tener gozo y contento de su seguridad, y para que con más confianza y fuerzas ejerciten obras heroicas, y sufran los trabajos de esta vida.

Donde notó un Doctor agudamente, que, no dice el glorioso santo, que Dios ha revelado, poniéndolo de pasado, sino dice que Dios revela, de presente, a algunos que están en su gracia; y si este secreto, que es de Dios, que dice el Eclesiástes en el cap. IX, que nadie sabe si es digno de que Dios le ame o le aborrezca, porque lo reservó para si, el mismo Dios; con todo eso lo revela a algunos amigos suyos, como lo dice santo Tomás, ¿Es que es mucho que les revele otras cosas? Y esta verdad confirma el santo Concilio Tridentino, ses. VI, can. 16, donde excomulga al que dijere que tiene certeza y sabe que ha de perseverar, y que tiene el don de la perseverancia, si no es que lo haya sabido por particular revelacion que Dios le haya hecho de ello; luego supone el Santo Concilio que hay estas revelaciones particulares.

Y la misma pena puso Sixto V contra los astrólogos que dijesen las cosas por venir, a no ser que las sepan por revelación particular de Dios. Y no porque haya apoyado el haber revelaciones con la determinación del Concilio y del sumo Pontifice, quiero decir, que el que las negase todas, sin exceptuar unas ni otras, seria más que temerario, pues va contra la autoridad y opinión de todos los santos, y estaria muy cerca de hereje; pero digo lo que dice Gregorio de Valencia en el t. III, disposición 1, a , q. 1. a , pun. 1, que no creer revelaciones particulares, cuando están autorizadas y admitidas por hombres doctos, y tienen otras circunstancias, es pecado de dureza y de imprudencia contra la virtud de la prudencia y el don de consejo, a las cuales pertenece el dar crédito o no darlo a las tales revelaciones, según las circunstancias que hubiere para que se vea o no se vea que son de Dios;

de donde se colige que si la aprobación y autoridad de las revelaciones particulares es la que basta, y en tal caso se requiere, será consumada soberbia el no creer que son de Dios. Y aunque de muchas revelaciones particulares que andan impresas y autorizadas se pudiera hacer este argumento y condenar a los duros y protervos que no quieren darles crédito; pero ninguna de cuantas hasta hoy andan impresas tienen la autoridad que estas de santa Brígida; lo primero, porque Bonifacio IX y Martino V, en las Bulas que ambos dieron de la canonización de esta santa, aprueban su libro y revelaciones; y para su canonización hacen argumentos con que prueban su santidad, de lo mismo que dejó escrito esta gloriosa santa. Bien bastára esta autoridad de dos Pontifices, cabezas de la Iglesia, para que se diera entero crédito a este libro; pero aún tiene la aprobación de un Concilio entero, que fué el Brasiliense al cual fueron citados los confesores de la Orden de san Salvador, que habia instituido santa Brígida, y tuvo grandes contrarios que pretendieron se diesen por sueños y falsedades todo lo que estaba en estos libros;

y en favor de ellos escribieron al mismo Concilio el rey de Dacia, Enrigo, y dos arzobispos, la fecha de las cartas del 3 de Julio de 1434, como se ve en el dicho Concilio, donde dicen que suplican a los reverendisimos Padres de aquel santo Concilio tengan por bien no dar oidos a los émulos y contrarios de santa Brígida y de sus revelaciones, sino que las confirmen y manden se enseñen, digan y prediquen, como hasta entonces se habia hecho, para honra de Dios, con grandes frutos y aprovechamiento de las almas en aquellos reinos y en todo el mundo, porque haciendo lo contrario seria escandalizar a muchos. Y en cumplimiento de lo que se debia hacer según la acusación de los contrarios, que pusieron un cierto número de errores, que decían ellos, según su mal ánimo, habían hallado en las revelaciones de santa Brígida, señaló el santo Concilio por juez de la causa al cardenal de san Pedro, que estaba también señalado por juez para las cosas de la fe, y dijesen su parecer y trabajasen en estas revelaciones al cardenal D. Juan de Torquemada, que entonces era condecorado Maestro Juan Gerson; y ellos informaron a todos los Padres de aquel santo Concilio, que serían más de trescientos prelados, y concluyó su información el cardenal don Juan de Torquemada, diciendo: que él y su compañero no hallaban en los libros de santa Brígida cosa que no fuese digna de que se leyese y enseñase, como los libros de los doctores santos que tiene la Iglesia.

Y luego, en nombre de todo el santo Concilio, como juez competente para las cosas de la fe, procedió a sentenciar el cardenal de san Pedro, teniendo las veces de todos aquellos santos Padres, y como si todos ellos lo hicieran, porque todos se conformaron con la sentencia, y dijo que daba por falsa y maliciosa la acusación que se había hecho contra los libros de las revelaciones de santa Brígida, y que los daba por buenos y católicos, que eran muy conformes con la Sagrada Escritura y doctrina muy de los santos, y como tales se podían leer, predicar y enseñar. Esta sentencia del juez de la fe, y del consentimiento de todos aquellos santos Padres del Concilio, que serían más de trescientos prelados, está autorizada en el principio del libro de santa Brígida, no sólo por notarios públicos, sino por el juez y vicario del sumo Pontifice, que se llamaba Luis de Garsis, todos los cuales testifican haber visto estos papeles y sentencias originalmente como los tenia y conservaba en su poder el cardenal D. Juan de Torquemada, con las sentencias y aprobaciones dadas en el mismo Concilio, y el mismo cardenal D. Juan de Torquemada confiesa ser todo ello así. Y si la autoridad de dos Pontifices y de todo un Concilio general donde hubo tantos patriarcas, arzobispos, obispos, abades, dignidades, doctores y maestros consumados en letras y santidad, no bastan a que los porfiados y protervos veneren y reverencien estas revelaciones de santa Brígida, no tengo que decirles más de aquellas palabras que dijo san Bernardo, siendo consultado de las revelaciones de santa Hildegardis: Si tuvieran temor de Dios, sin duda dieran crédito a las revelaciones divinas; que los que no las tienen por tales son semejantes a los que decían que Cristo nuestro Señor tenia demonios, y que los echaba en virtud de Belcebú; y teman el castigo riguroso que Dios ha dado a muchos descontentos que han hablado mal y con poco respeto de estas santas revelaciones.