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Homosexuales y Matrimonio - ¿Procrear o producir?: 18 argumentos contra matrimonio homo (homomonio)

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San Pedro crucificado cabeza abajo

En las sociedades humanas, hay disputas y tensiones porque los hombres tienen libertad y opiniones propias. La gran tentación es siempre suprimir la libertad para erradicar el mal. Cuántas veces ante éste, los reproches del hombre hacia Dios son, en el fondo, una queja porque no se porta como un dictador. Pero la erradicación del mal por la eliminación de la libertad es, al mismo tiempo, la extinción del bien. Al final tendríamos una paz neutra, sin bien ni mal; no una paz por la sobrepujanza del bien, sino la paz del hormiguero donde, por cierto, lo que abundan son los seres neutros y estériles, las obreras.-
«La paciencia de Dios confunde la prepotencia del hombre» Benedicto PP XVI.



Cristina López Schlichting dijo: «No veo la relación entre ser homosexual y fomentar la sordidez, el mal gusto y la promiscuidad. Critico que se hostigue y se tache de homófobos a quienes defienden y expresan que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer; es una posición totalmente intolerante y se manifiesta de modo extremadamente agresivo». En términos parecidos habló José Luis Restán , en el mismo programa, cuando afirmó que «lo que sufre es la libertad, porque no se trata tanto de la defensa de unos derechos como de la imposición del pensamiento único. No es posible hoy disentir de las ideas del lobby gay. Decir que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer no tiene nada que ver con la homofobia, y, sin embargo, decirlo te pone en la diana de este lobby ». Y en el mismo sentido editorializa El Mundo : «Es lamentable que sectores minoritarios y politizados del mundo homosexual utilicen la reivindicación de sus derechos a modo de revancha y desquite contra quienes no piensan como ellos». Alfa y Omega. 2007.VII.05


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Procreación y las nuevas propuestas terapéuticas
En temas tan delicados y actuales, como los que se refieren a la procreación y a las nuevas propuestas terapéuticas que comportan la manipulación del embrión y del patrimonio genético humano, la Instrucción ha recordado que “el valor ético de la ciencia biomédica se mide con referencia tanto al respeto incondicional debido a todo ser humano, en todos los momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los actos personales que transmiten la vida" (Instr. Dignitas personae, n. 10). De este modo el Magisterio de la Iglesia pretende ofrecer su propia contribución a la formación de la conciencia, no sólo de los creyentes, sino de cuantos buscan la verdad y pretenden escuchar argumentaciones que proceden de la fe, pero también de la propia razón. La Iglesia, al proponer valoraciones morales para la investigación biomédica sobre la vida humana, llama a la luz, tanto de la razón como de la fe(cfr Ibid., n. 3), en cuanto que su convicción es la de que “lo que es humano no sólo es acogido y respetado por la fe, son también purificado, enaltecido y perfeccionado por ella" (Ibid., n. 7). S.S. Benedicto XVI PP. viernes 15 de enero de 2010


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Se da así una respuesta a la difundida mentalidad, según la cual la fe se presenta como obstáculo a la libertad y a la investigación científica, porque estaría constituida por un conjunto de prejuicios que viciarían la comprensión objetiva de la realidad. Frente a esta postura, que tiende a sustituir la verdad con el consenso, frágil y fácilmente manipulable, la fe cristiana ofrece en cambio una contribución verdadera también en el ámbito ético-filosófico, no proporcionando soluciones preconstituídas a problemas concretos, como la investigación y la experimentación biomédica, sino proponiendo perspectivas morales fiables dentro de las cuales la razón humana puede buscar y encontrar soluciones válidas. S.S. Benedicto XVI PP. viernes 15 de enero de 2010


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Hay, de hecho, determinados contenidos de la revelación cristiana que arrojan luz sobre las problemáticas bioéticas: el valor de la vida humana, la dimensión relacional y social de la persona, la conexión entre el aspecto unitivo y procreativo de la sexualidad, la centralidad de la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer. Estos contenidos, inscritos en el corazón del hombre, son comprensibles también racionalmente como elementos de la ley moral natural y pueden hallar acogida también por parte de aquellos que no se reconocen en la fe cristiana. S.S. Benedicto XVI PP. viernes 15 de enero de 2010


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La ley moral natural no es exclusivamente o predominantemente confesional, aunque la Revelación cristiana y la realización del hombre en el misterio de Cristo la ilumine y desarrolle en plenitud su doctrina. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, ésta "indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral" (n. 1955). Fundada en la propia naturaleza humana y accesible a toda criatura racional, constituye así la base para entrar en diálogo con todos los hombres que buscan la verdad y, más en general, con la sociedad civil y secular. Esta ley, inscrita en el corazón de cada hombre, toca uno de los nudos esenciales de la misma reflexión sobre el derecho e interpela igualmente a la conciencia y a la responsabilidad de los legisladores. S.S. Benedicto XVI PP. viernes 15 de enero de 2010


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En su modo de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la conciencia, la cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esa ley a la luz del Evangelio. Dicha ley divina muestra el pleno sentido del amor conyugal, lo protege e impulsa a la perfección genuinamente humana del mismo. Así, los esposos cristianos, confiados en la divina Providencia y cultivando el espíritu de sacrificio, glorifican al Creador y tienden a la perfección en Cristo cuando con generosa, humana y cristiana responsabilidad cumplen su misión procreadora. Entre los cónyuges que cumplen de este modo la misión que Dios les ha confiado, son dignos de mención muy especial los que de común acuerdo, bien ponderado, aceptan con magnanimidad una prole más numerosa para educarla dignamente.
Pero el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino que la propia naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que también el amor mutuo de los esposos mismos se manifieste, progrese y vaya madurando ordenadamente. Por esto, aunque la descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en pie el matrimonio como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e indisolubilidad.
Constitución Gaudium et spes, 50 – VATICANO II.


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Juan Pablo II, PONTIFEX PAPA 1978 + 2005
Discurso en el Sínodo sobre la Familia, octubre 1980

“Los dos serán una sola carne.” (Gn 2,24) - Cuando Cristo, antes de su muerte, en el umbral de su misterio pascual, ora al Padre diciendo: “Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno” (Jn 17,11), pedía también, quizás de un modo privilegiado, por la unidad de los matrimonios y de las familias. Ora por la unidad de sus discípulos, por la unidad de la Iglesia. Ahora bien, el misterio de la Iglesia es comparado por San Pablo al matrimonio. (Ef 5,32) Así, la Iglesia no sólo dedica parte de su atención a la familia, sino, además la considera, de algún modo, como su modelo. En el amor de Cristo, su Esposo, que nos amó hasta la muerte, la Iglesia contempla a los esposos y esposas que se han prometido el amor por toda la vida, hasta la muerte. Y considera que es un deber particular de la Iglesia proteger este amor.
El matrimonio es un sacramento. Los que han sido bautizados en el nombre de Cristo, también se casan en el nombre de Cristo. Su amor es una participación en el amor de Dios que es la fuente del amor conyugal. El matrimonio de las parejas cristianas es como una imagen terrena de la maravilla que es la vida en Dios, vida que es comunión amorosa y fecunda de las tres personas en un solo Dios, y de la alianza de Dios en Cristo con la Iglesia. El matrimonio cristiano es un sacramento de salvación; es para todos los miembros de la familia el camino de santidad.


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Matrimonio garantiza el futuro de la sociedad

 


Es un hombre extrovertido, inteligente y distendido. El cardenal Ratzinger, una de las figuras más influyentes de la alta jerarquía católica, se presta con naturalidad a nuestras preguntas.

E. S. ¿Le parece que siguen siendo actuales los diez mandamientos?
J.R. Como raras veces en la historia, hoy en día vemos con claridad cómo el ser humano se destruye a sí mismo, vive para satisfacer sus deseos materiales y se pierde por ese camino. Nos damos cuenta del poder que ejerce en el hombre el afán de posesión. Cuanto más tienen, más y más se esclavizan, porque tanto más tendrán que esforzarse en mantener y aumentar cada día esa preciada posesión.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald

E. S. Hablando de posesión, ¿Por qué adquiere el matrimonio un significado tan especial en la fe católica?
J.R. Es una forma que tiene el ser humano de abrir su corazón a otro. Lo que en un principio es una mera legitimidad biológica, un ardid de la naturaleza, adquiere una forma humana que engendra la fidelidad y el compromiso amoroso entre un hombre y una mujer, posibilitando, a su vez, la existencia de la familia. Aquí radica la esencia gozosa del sexto mandamiento. Cuanto más profundamente se viva y se medite sobre ella, más patente resultará que otras formas de la sexualidad no alcanzan el auténtico nivel de la vocación humana. No se corresponden con lo que la sexualidad humanizada debería ser.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald

hombre y mujer son diferentes



E. S. ¿Acaso no son el hombre y la mujer dos seres esencialmente distintos?
J.R. Considero que tenemos que rechazar tanto las teorías falsas de igualdad como las teorías engañosas de distinción. Es erróneo medir al hombre y a la mujer por el mismo rasero y pretender que las pequeñas diferencias biológicas no significan absolutamente nada. Estamos aquí ante una tendencia dominante en la actualidad. Sin embargo, personalmente me sigue pareciendo espantoso que se quiera
convertir a las mujeres en soldados como los hombres, cuando en verdad ellas eran las salvaguardas de la paz y representaban la fuerza antagónica al afán pendenciero de los hombres. Ahora podemos ver a las mujeres cargando incluso con ametralladoras y mostrando que pueden ser tan belicosas como los hombres. De igual forma me espanta que las mujeres esgriman el «derecho» de recoger las basuras o de ir a las minas; justo aquellas cargas que no se les quería imponer por respeto a su singular valor, y que se le imponen ahora en nombre de la igualdad. En mi opinión se trata de una ideología insana y maniquea.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald

E. S. ¿Puede decirse que la oposición es una de las funciones de la Iglesia?
J.R. A la Iglesia se le ha encomendado la esencial función de ofrecer oposición frente a las modas, el poder de lo fáctico, la dictadura de las ideologías. En el siglo que culmina, la Iglesia tuvo precisamente que oponer resistencia a las grandes dictaduras. Y hoy lamentamos que no se haya opuesto con la fuerza y en la medida suficientes. Pero gracias a Dios, cuando el ministerio se debilita por consideraciones de tipo diplomático, hay mártires que oponen esa resistencia, pagándolo con su
propio cuerpo y con su vida.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald

E. S. Cada vez son menos las personas que conocen los secretos de la fe.
¿Cómo ha podido suceder esto?
J.R. Es posible que algo se haya mecanizado demasiado en nuestra fe. Tal vez hubo un exceso de enajenamiento y, en cambio, una vivencia interna insuficiente. Cada generación debe vivir y encontrar su fe nuevamente. Por otra parte, también apreciamos cómo una generación que ya no reconoce la fe cristiana y su fuerza salvadora, comienza a buscar otros caminos y se adentra por sendas esotéricas, en las que pretende encontrar un remedio para todo sirviéndose de piedras y artilugios semejantes. Es decir, surgen otras formas de invocar a fuerzas invisibles porque el ser humano se da cuenta de que podría y debería tener otros ayudantes. Ante estas circunstancias, los católicos -y sobre todo los que ostentan un cargo de responsabilidad dentro de la Iglesia- debemos preguntarnos por qué no podemos
anunciar la fe de modo que responda a los interrogantes de la actualidad.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Mater Seewald



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¿PROCREAR O PRODUCIR?


JUAN DE DIOS VIAL CORREA


Palabras del señor Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile al inaugurar el Seminario Fecundación Asistida – El hijo: ¿Un proyecto a construir o un don para acoger? Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica, 19-XI-1996.

Cuando se llevó a cabo la primera fertilización in vitro se inició un proceso de debate muy apasionado que dura todavía. Vale la pena preguntarse por qué.

No era porque el procedimiento fuera científicamente una gran novedad. El había sido ya usado en animales por muchos años, y no había ninguna razón para pensar que no hubiera de ser factible en la especie humana. Obviamente tampoco se trataba de una técnica que estuviera destinada a producir efectos sociales muy importantes, como ha sido por ejemplo el caso con las técnicas de contracepción que han interferido con los equilibrios de población del globo.

Finalmente, la nueva técnica era presentada simplemente como un método para derrotar una grave limitación como es la esterilidad conyugal. Aparecía como un sistema benéfico en la línea de los avances importantes de la Medicina. De hecho, algunos teólogos católicos de reconocido rigor en su doctrina aceptaron la fertilización asistida como una técnica que podía ofrecer algunos riesgos desde el punto de vista moral, pero que era básicamente aceptable. A estas consideraciones se agregaba una muy sencilla, de orden afectivo. Cualquiera simpatiza con la desolación de un matrimonio que no puede tener hijos, y aun cuando hubiera algunos aspectos objetables en el procedimiento, se tendía a mirarlo en su conjunto con benevolencia.

Sin embargo, había casi desde el principio algo que dejaba inquietas las conciencias, no sólo de personas muy rigoristas y poco transigentes, sino también las de muchos individuos que se sentían moralmente muy tolerantes.

De ello dan testimonio los innumerables estudios de comités de ética, de especialistas en biología del desarrollo y en medicina, de moralistas y bioéticos que abordaban los distintos aspectos de las nuevas técnicas a medida de que ellos se iban haciendo más problemáticos.

Entonces resulta que hay una verdadera paradoja. Lo que pasaba al principio por ser un simple procedimiento benéfico para parejas estériles, se transforma en un tema de intenso debate bioético, social y jurídico. No es lícito achacarles esta derivación a moralistas de ninguna religión, desde luego no a los moralistas católicos, cuando algunas de las discusiones más a fondo han tenido lugar en países no católicos. Más razonable resulta pensar que, disimulado tras el simple acto del tratamiento médico hay un trasfondo de vastas proyecciones.

Como suele ocurrir, muy en los inicios del nuevo método surgieron algunas voces que mostraban cuáles eran esas dimensiones inoperantes. Así, O. Thibault, quien defendía vigorosamente el procedimiento, decía: “...hay que considerar que para el ser humano, toda actividad es cultural.

Ahora bien, cultura, es artificio. Hasta hoy, sólo la procreación escapaba a la cultura. Ahora que ella entra en el dominio del artificio, no hay en ello nada que no sea normal”. Esto equivale a decir que se creía haber cerrado un ciclo: Nada escapa a la técnica. Cuando los primeros navegantes haciendo rumbo siempre hacia Occidente volvieron a su puerto de origen, eso no fue un simple regreso a la patria, como el de tantos otros aventureros en la historia: fue la confirmación de una nueva forma del mundo, de una nueva estructura del universo. Así ahora, la simple curación de la esterilidad quedaba oscurecida por el hecho de que hasta la procreación de los hijos entraba plenamente al dominio técnico.

 

Cultiura o artificio



Esto que había ocurrido era difícilmente captable por los interesados. Para los matrimonios que deseaban un hijo y no encontraban otra manera de engendrarlo, opiniones como estas les parecían – les parecen- disquisiciones vacías. Para muchos médicos que buscan satisfacer las necesidades de sus pacientes ocurría otro tanto. Y los otros médicos –que ciertamente los hay- que encaraban el procedimiento como una intervención eficaz y rentable, tenían tendencia a descalificar las aprensiones como si fueran el fruto de espíritus cerrados al progreso. Sin embargo, poco a poco ha ido emergiendo la verdad que está muy en la línea de lo que decía Thibault y que citaba hace un momento.

En la fecundación artificial se sustituye el acto de procreación por un acto de producción. El acto de unión conyugal por un procedimiento industrial. Esto no tiene nada que ver con las intenciones o sentimientos de las personas involucradas. Es una realidad objetiva.

El acto conyugal es un acto de relación entre hombre y mujer. El procedimiento de fertilización in vitro en cambio es un acto de producción, tecnológicamente ordenado en una cadena de fines y medios.

Si hubiera dudas sobre esto, basta pensar que el verdadero fracaso en un acto conyugal es el fracaso de la relación, mientras que el fracaso de la fertilización asistida es simplemente que no se obtenga el producto.

Esto es lo que significa introducir una racionalidad tecnológica en la procreación, y –lo repito- ello es completamente independiente de las intenciones y deseos de los interesados. Porque un hijo o una hija no es nunca un producto técnico. Se oye por ahí decir muchas veces que las parejas tienen el derecho a un hijo. Ya en esa frase tan inocente se halla el germen de la desviación tecnológica del acto conyugal. Porque lo que se llama tener derecho es algo que vale de las cosas o de los actos: tengo derecho a ir al cine, tengo derecho a mi casa. Pero no se puede decir en la misma forma que yo tengo derecho a una persona; a las personas no se tienen derechos: dentro del matrimonio yo tengo derecho a los actos que conducen a tener un hijo. Derecho al hijo tendría sólo si el hijo fuera una cosa.

Ahora bien, qué significa que un acto adquiera una racionalidad tecnológica. ¿Qué pasa con la producción? Voy directamente a algo que toca muy de cerca de la fertilización in vitro: toda forma de producción tiene subproductos, tiene desechos industriales. Y –por buena que haya sido la intención primitiva- ocurre que la producción industrial de hijos ha creado el problema de los desechos, y los principales desechos son aquí los embriones humanos.

Hay aquí una consecuencia que no apareció clara al inicio del procedimiento, pero que ahora se ha puesto trágicamente en evidencia. ¿Qué significó la destrucción de tres mil embriones congelados en Gran Bretaña? ¿Qué van a significar los casos futuros e inevitables en los que aplicando la misma legislación se va a proceder de la misma manera?

Es normal que después de un caso de fertilización asistida queden embriones sobrantes. Y pasa lo mismo que con cualquiera industria: las sobras y los desechos se van acumulando, y en un momento están allí para recordarnos simplemente que ha habido un proceso industrial, productivo, en marcha. Como en este caso se trata de vidas humanas lo más importante no es ni siquiera que se haya destruido tres mil de un solo golpe: lo es que se ha ido produciendo un enorme número de vidas humanas que no tienen otro sentido que el de ser destruidas. Entonces no se me puede decir que cuando hablo de racionalidad tecnológica y digo que con ella se ha sustituido a la racionalidad unitiva del acto conyugal, esté yo diciendo cosas sutiles o enredadas que no pueden ser tomadas en cuenta por quienes están afligidos y buscan remedio al mal de su esterilidad. Los miles de embriones congelados en el mundo atestiguan que esa distinción entre unitivo y tecnológico es bien real. No hace mucho tiempo que se dio aquí un documental de televisión sobre las madres de esos embriones, y una cosa se veía clara, y es que para los afectados, aquellos embriones no eran simplemente desechos: tal vez no se atrevían a decir que eran sus hijos, pero el lenguaje los traicionaba.

Al hablar de la racionalidad de un acto, estoy hablando del significado del acto, o de la naturaleza del acto, términos que suenan a abstractos, a deshumanizados, pero que están siendo usados también para proceder contra los embriones.

Hace ya más de diez años que algunos biólogos del desarrollo discurrieron que el embrión antes de la implantación en el útero no era propiamente un ser humano, una vida humana individual, y que era sólo un tejido humano, un algo que debería ser tratado con algún respeto especial, tal vez como tratamos con respeto a los cadáveres, pero que no merecía de ninguna manera el respeto incondicional que se le debe a la persona humana. En vez de hablar de embrión se hablaba entonces de preembrión, y se llegaba con una cierta dosis de humor negro a decir que una manifestación de ese respeto especial podía ser el uso de estos embriones precoces en experimentos que beneficiarían a la humanidad: era una manera de honrarlos, y al mismo tiempo una justificación para producirlos.

Esta concepción, un tanto lastimosa como idea, ha hecho sin embargo camino. En un reciente artículo aparecido en el “New England Journal of Medicine”, una revista médica sumamente prestigiosa, se argumentaba que es necesario encontrar algún camino para poder usar los embriones humanos para experimentación y que ese camino está bloqueado porque el público asocia el hecho de darle muerte a un embrión con el aborto. Y por mucho que el aborto se halle extensamente legalizado en los Estados Unidos, sigue siendo un acto repelente, y que no se justificaría con el fin de proporcionar material de experimentación. El autor señalaba que mucho más productivo sería lograr que el público asociara en su imaginación la producción de embriones supernumerarios con el progreso científico en materia de estudios de genética o similares: el experimento en embriones asociado no a la muerte sino a la vida.

No resisto la tentación de citar algunos párrafos de este artículo de Annas y colaboradores, porque en ellos se ilustra una manera de ver que muestra el sesgo que puede adquirir esta cuestión.

Dicen: “Un embrión tiene un status moral no tanto por lo que él es (ya sea en la concepción o más tarde), sino porque es el resultado de una acción procreativa. La gente tiene interés directo en el estado y destino de cada uno de los embriones que se formaron con sus gametos porque tales embriones llevan sus genes y pueden llegar a ser sus hijos. En esta perspectiva el embrión no es sólo un símbolo: es real. Esto explica por qué la creación de embriones para la sola investigación es moralmente problemática...”. Y concluyen que como la oposición al uso de embriones para la experimentación deriva de la importancia que tiene la procreación, debería ser posible convencer al público de que la experimentación embrionaria, orientada como estaría a favorecer la lucha contra la esterilidad o contra los defectos congénitos, tendría que ser aceptable: ella no sería contraria a la procreación, sino su ayuda.

Esto se parece mucho a pedir que los embriones no sean desechos industriales sino derechamente productos industriales. Y es fácil percibir cómo por este camino se llegará indefectiblemente a justificar cualquier tipo de experimento realizado sobre estos entes que no tienen sensibilidad y no pueden por tanto nunca apelar a la afectividad de quien trabaja o juega con ellos.

Aquí en Chile se ha jugado otra carta, más prudente, pero no más auténtica. En efecto, mientras que en los Estados Unidos se busca encontrarle un significado positivo a la experimentación embrionaria y al manejo de los embriones congelados, aquí se ha sostenido que los embriones que llevan pocas horas de fecundados, que se hallan en lo que se llama el estado de pronúcleos, no serían embriones. La pregunta obvia es, si no son embriones, ¿qué es lo que se está implantando? No serían embriones, ¿y se habla de su padre y de su madre? La verdad es más simple: el desarrollo de un ser humano individual es un proceso continuo que va desde el instante mismo de la penetración del espermatozoide, hasta la muerte. No se ha conseguido mostrar ni un solo argumento convincente para decir que el estado de pronúcleos, por ejemplo (en el que se inicia ya la primera división celular con la síntesis del ADN), sea otra cosa que un momento de mi desarrollo en el que yo era una célula con dos núcleos. Sé que hay gente a la que mi argumentación no la convence, pero yo diría que es tan grande el daño de matar a una persona, que bastaría que hubiera una posibilidad respetable de que yo tenga razón, para que fuera inaceptable la intervención directa contra un embrión.

La verdad es que nos hemos llenado de desechos, residuos y sobras de un proceso industrial, y que estamos buscando ahora un discurso que nos permita aprovecharlos para nuestros fines. Es una verdad que suena dura, pero que está implícita en la argumentación de Annas y sus colegas.

Yo no creo que el problema más importante sea hoy un problema objetivo, como ser desde qué momento podemos hablar de que el embrión sea un ser humano. De hecho es tratado como si no lo fuera, aunque nadie podría afirmar que no lo sea y aun cuando los argumentos a favor de que sí lo es son numerosos, y no teológicos, sino científicos y filosóficos. El verdadero problema es que a éstos, que muy probablemente son seres humanos con los mismos derechos básicos que cualquiera de nosotros, se los trata como si fueran material para ser usado en un proceso de manufactura.

No es que no se esté seguro de que el embrión es un ser humano. Es que se ha escogido el camino de no respetar a todos los seres humanos, sino sólo a los que cumplan ciertas condiciones que nosotros mismos les fijamos y establecemos.

La raíz del problema es que se hace difícil respetar la verdad a las personas humanas, cuando no nos son útiles. Si pensáramos que la vida de una persona es sagrada no podríamos usarla en un proceso industrial. Y si no pensamos que es sagrada, entonces es lícito poner muchas más cosas en cuestión. Se darán vidas de primera, de segunda y de tercera. Vendrán –como ya han venido- importantes bioéticos que piensan que un animal sano es más valioso que un niño congénitamente enfermo. Será lógico ponerle precio a la vida de los viejos o de los enfermos incurables, y recurrir a la eutanasia. Todos conceptos que eran abominables hasta hace poco y que han entrado como por la puerta ancha.

Ahora bien, como no se puede encontrar en toda la vida del individuo desde el huevo hasta el adulto ni un solo punto de corte, de interrupción, en el que uno podría decir: antes de ahora este individuo no era un organismo humano, y ahora sí que lo es, entonces resulta que nunca –desde el momento de la fecundación en adelante- podríamos estar razonablemente seguros de que este cigoto, este embrión, este feto, no es un miembro de la especie humana y por lo tanto uno de nosotros, y, como tal, dotado de algunos derechos que son inalienables.

Cuando se trata de algo tan grave como es quitarle la vida a una persona, basta la duda para que se detenga la mano del verdugo. ¿Cómo va a ser lógico no darle el mínimo beneficio de esa duda al embrión humano? ¿Cómo se entiende, entonces, que se hagan y se propongan las cosas que hemos visto y que se reducen a tratar a los embriones como material industrial, como material de experimentación o lo que sea?

Yo creo que se entiende, no tanto porque se cuestione la condición del embrión humano. En efecto, estamos en una época en la que se le han negado derechos fundamentales al feto. ¿Por qué no se le habrían de negar al embrión? Más todavía, hay quienes se los niegan a los ancianos, a los enfermos desahuciados o inútiles. ¿Por qué habría de irles mejor a los embriones? A mí me parece que la postura tolerante frente al aborto, o a la experimentación o a la manipulación de embriones no sería posible si no existiera un trasfondo de menosprecio por la persona humana en general. Es paradójico que si uno le dice esto a algunas personas, ellas le dirán que la ética moderna se nutre del respeto a las personas humanas.

Y esto tiene algo de cierto. La ética contemporánea necesita de la persona humana. Ese es el testimonio que involuntariamente nos dan algunos sistemas éticos rígidos y aun ateos. Sea la ética radicalmente utilitarista que preconiza un bioético como Singer, o bien la “pragmática trascendental” de Appel o el “velo de la justicia” de que habla Rawls, lo cierto es que ellos tienen siempre como punto de partida el carácter universalmente obligatorio de la ética y –por lo tanto- la condición única de la persona humana, que es capaz de formular principios de comportamiento libre que le son universalmente obligatorios al hombre. Pero ninguna de estas posturas le da una respuesta satisfactoria a una cuestión que es lógicamente previa, que es la de por qué habría yo de sujetarme a normas de racionalidad, por qué habría yo de considerar que la persona mía es algo cualitativamente diferente de todo el resto de la realidad. Carecería de significado una ética que no le concediera a la persona humana un sitio propio y previo a su formulación, pero en alguna forma ese sitio está necesitado de una justificación. La ética no es un caso cualquiera dentro de las ciencias del comportamiento. Su verdadero problema no es el de determinar cuál será la conducta más racional, sino establecer por qué ella habría de ser seguida. Es un problema del sentido de los actos del hombre.

Santa Catalina de Siena


Esta pregunta no escapa al juicio implacable formulado hace ya un siglo por Nietzsche. Esa realidad homogénea, manipulable según las leyes que la razón descubre en ella, es en realidad un mundo sometido a la voluntad de poder. No podemos vivir en un mundo en el que nos neguemos a conferirle valor a las cosas que nos rodean. Si esos valores no están arraigados en el ser mismo de las cosas sino que son creaciones nuestras o que son evidenciadas a través de nosotros sin referencia a la verdad, ellos pasan a ser simplemente la expresión de la voluntad del poder, y cada hombre organiza el pedazo de mundo que le corresponde, con arreglo a ella. En un mundo así, hasta los consensos pierden toda significación trascendental de acuerdos entre seres libres, y se transforman en una manera de convivencia que persigue evitar peores conflictos. Por eso tenemos una especie de necesidad moral de las personas. Se da hoy día una misteriosa nostalgia de la persona; sentimos que sin ella no podemos vivir humanamente. Pero eso no es suficiente. De ningún modo vamos a poder sustituir la ética basada en la naturaleza de las cosas por una simple ética del consenso o de la legalidad vigente.

La respuesta la da la fe en que esa nostalgia de la persona es el anhelo de Dios, el anhelo de felicidad puesto en el corazón humano. Queremos plenitud y sabemos que podemos y debemos quererla. Y sabemos que la más cercana aproximación a la plenitud de Dios es esta imagen suya que es cada uno de los seres humanos, que son la razón de ser del universo. Y que cuando negamos esa realidad nos estamos negando y destruyendo a nosotros mismos. Y en la figura, aparentemente insignificante del embrión humano, y en la consideración que tengamos hacia él, lo que está pendiente es la fundamental razón de nuestra propia existencia.


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Habla el Papa S. S. Juan Pablo II – Fecundidad en el matrimonio

La vocación nupcial constituye un giro en la vida y cambia la existencia, como ya se puede ver en el libro del Génesis: «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne».
La Biblia ama la belleza como reflejo del esplendor del mismo Dios; incluso los vestidos pueden ser signos de una luz interior resplandeciente, del candor del alma.
Ahora, según los auspicios conclusivos, se perfila otra realidad radicalmente inherente al matrimonio: la fecundidad. Se habla, de hecho, de hijos y de generaciones. El futuro de la Humanidad tiene lugar precisamente porque la pareja ofrece al mundo nuevas criaturas.
Se trata de un tema importante y actual en Occidente, a menudo incapaz de asegurar su propia existencia en el futuro a través de la generación y del cuidado de las nuevas criaturas que continúen la civilización de los pueblos y realicen la historia de la salvación.
Pidamos al Señor por todos los matrimonios llamados a ofrecer nuevas vidas continuadoras de la civilización y de la historia de la salvación.
(6-X-2004)


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Los hijos no son un derecho - Para el padre Martínez Camino, «el ser humano es tratado justamente cuando es íntegra y personalmente engendrado, nunca cuando es producido. Producir seres humanos es un acto de prepotencia técnica. La procreación, sin embargo, habla el lenguaje de la gratuidad, que acoge a los hijos como un don, sin exigirlos como un supuesto derecho patrimonial. Hoy se ha extendido un postulado falso: Los padres tiene derecho a tener hijos; y, además, hijos sanos. Esto no es así: los hijos no deben ser valorados por su calidad vital, como si fueran reses, sino por su cualidad personal. Los padres deben considerar a los hijos como suyos, fruto de su amor, pero no como una pertenencia propia, que los reduce a un simple objeto de posesión. Los progenitores, más que productores, son receptores de una nueva persona igual a ellos». 2003-12-14


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Felicidad del matrimonio cristiano (A la mujer, 9)
Texto de Tertuliano + 225 ca.

¿Cómo podré expresar la felicidad de aquel matrimonio que ha sido contraído ante la Iglesia, reforzado por la oblación eucarística, sellado por la bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre? Porque, en efecto, tampoco en la tierra los hijos se casan recta y justamente sin el consentimiento del padre. ¡Qué yugo el que une a dos fieles en una sola esperanza, en la misma observancia, en idéntica servidumbre! Son como hermanos y colaboradores, no hay distinción entre carne y espíritu. Más aún, son verdaderamente dos en una sola carne, y donde la carne es única, único es el espíritu. Juntos rezan, juntos se arrodillan, juntos practican el ayuno. Uno enseña al otro, uno honra al otro, uno sostiene al otro.
Unidos en la Iglesia de Dios, se encuentran también unidos en el banquete divino, unidos en las angustias, en las persecuciones, en los gozos. Ninguno tiene secretos con el otro, ninguno esquiva al otro, ninguno es gravoso para el otro. Libremente hacen visitas a los necesitados y sostienen a los indigentes. Las limosnas que reparten, no les son reprochadas por el otro; los sacrificios que cumplen no se les echan en cara, ni se les ponen dificultades para servir a Dios cada día con diligencia. No hacen furtivamente la señal de la cruz, ni las acciones de gracias son temerosas ni las bendiciones han de permanecer mudas. El canto de los salmos y de los himnos resuena a dos voces, y los dos entablan una competencia para cantar mejor a su Dios. Al ver y oír esto, Cristo se llena de gozo y envía sobre ellos su paz.


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La familia se rebela pacíficamente en la calle ante la mentira antropológica y el disparate jurídico de una ley demagógica con la que el Gobierno ha utilizado a los homosexuales para socavar los cimientos de la civilización.

Adopción gay homosexuales



Informe de REVISTA ÉPOCA
1 Porque implica desnaturalizar el concepto de matrimonio.
La razón más importante -de la que se derivan las demás- es que con la ley del Gobierno, el concepto de matrimonio cambiará de significado. Ya no será, como en los últimos milenios, la unión de un hombre y de una mujer, sino también la de dos hombres o dos mujeres. Lo cual implica pervertir la naturaleza de las cosas.

Resulta falaz la postura de quienes alegan que tal ley no perjudica al matrimonio heterosexual y que no hay motivo alguno para inquietarse o para manifestarse. Claro que hay motivo. No habría ningún problema si a esas uniones homosexuales se les diera otro nombre. Pero si las llaman, a partir de ahora, matrimonio, están alterando el significado de esta palabra.

Es como cuando Franco comenzó a llamar a su régimen, en los años sesenta, "democracia orgánica", siendo, en realidad, una dictadura: los verdaderos demócratas se sintieron lógicamente ofendidos por aquella burla.

2 Porque le quita credibilidad y solidez al matrimonio.
La riqueza antropológica y la efectividad social del matrimonio radican en su solidez. Está demostrado que cumple mejor sus fines -incluida la educación de los hijos- si es indisoluble y para toda la vida. Su figura se diluye si deviene en un experimento no basado en el compromiso. El divorcio exprés, por un lado, y el matrimonio homosexual, por otro, contribuyen a desdibujar aún más su papel.

En ese sentido, es oportuna la comparación establecida por los obispos entre el matrimonio gay y la moneda falsa. Ésta nos afecta a todos, porque todos perdemos confianza en la moneda verdadera. Del mismo modo, el matrimonio falso crea desconfianza en el compromiso interpersonal del matrimonio, en la solidez de la unión. Casarse se va a convertir en un trámite frívolo, poco fiable, poco creíble, dada la inestabilidad de las uniones homosexuales.

3 Porque peligra la civilización.
La homosexualidad ha sido alguna vez tolerada o incluso culturalmente promovida -como en la antigua Grecia-, pero siempre se ha tratado de una práctica distinta del matrimonio y excepcional, por la sencilla razón de que, de haber sido la norma, la especie humana hubiera desaparecido hace siglos de la faz de la tierra.

En ninguna civilización ha tenido la misma consideración que el matrimonio y la familia, célula básica de la sociedad, instrumento de estabilidad y garante del relevo generacional. Incluir la unión homosexual en el mismo lote jurídico que el matrimonio equivale a destruirlo, ya que su naturaleza y sus fines son diferentes. Se puede calificar, sin temor a exagerar, de atentado contra la civilización.

4 Porque hay base biológica.
No existe una base natural, biológica, en la que se puede apoyar el matrimonio homosexual. No hay evidencias científicas de la existencia del tercer sexo. Biológica y antropológicamente, la vida humana sólo reviste dos formas: la masculina y la femenina. Óvulos y espermatozoides. Punto. De hecho, la verdadera homosexualidad es francamente excepcional. Sólo entre el 1 y el 3% de la población. Se puede considerar científicamente como una desviación. De suerte que la otra homosexualidad, la que prolifera estos últimos años no es sino cultural, no genética. Por esa razón, autores como Irving Bieber sostienen que todo homosexual es un heterosexual latente. De hecho, con una terapia adecuada, esa persona puede superar la homosexualidad.

La biología no justifica pues un matrimonio homosexual. En tanto que sí ofrece sobrados motivos (de carácter psicosomático, anímico) para hablar de complementariedad de los sexos. El único matrimonio, el matrimonio natural, es el del hombre y la mujer.

5 Porque es inconstitucional.
El Consejo de Estado, el Consejo General del Poder Judicial y la Academia de Jurisprudencia han emitido sus correspondientes dictámenes denunciando el disparate jurídico de esa ley. La han calificado de inconstitucional porque es contraria al artículo 32.1 de la Carta Magna. Ese artículo no dice "el hombre y el hombre tienen derecho a contraer matrimonio..." ni "la mujer y la mujer...", sino "el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica".

6 Porque no hay demanda.
Sólo el 0,1% de las parejas en España son homosexuales (fuente: Instituto Nacional de Estadística). Resulta, por lo tanto, innecesario y desproporcionado cambiar el Código Civil y legislar el matrimonio homosexual cuando no existe demanda social. En cambio, empeñarse en legislar en contra de una mayoría abrumadora (el 99,9% de las parejas) es injusto y antidemocrático.

7 Porque al homosexual no le interesa el matrimonio.
Las uniones y relaciones homosexuales suelen ser breves y profundamente inestables. Dos datos: 1. El número medio de parejas sexuales a lo largo de una vida en EE UU es de cuatro (en el caso de heterosexuales) frente a 50 (en los homosexuales) (Fuente: Sexual practices in the United States). 2. En Holanda la duración media de una relación homosexual "estable" es de año y medio (fuente: Informe M. Xiridou).

Y muchos beneficios sociales y económicos del matrimonio (en materia de herencias, propiedades compartidas etcétera) lo pueden regular dos o más personas con acuerdos legales ante notario. Para eso no es necesario el llamado matrimonio homosexual.

No al matrimonio gay - homosexual



8 Pero a los activistas gays les interesa que el matrimonio heterosexual desaparezca.
¿Qué buscan entonces con la legislación del matrimonio homosexual? Deteriorar el verdadero matrimonio y ampliar así el radio de acción de los emporios económicos gays. Saben que los matrimonios gays, sobre todo si se aprueban las adopciones, se convertirán en un caballo de Troya en la sociedad heterosexual, que hará crecer el número de homosexuales.

Un estudio realizado en EE UU, en 1997, demuestra que los hijos de parejas de lesbianas tienen una predisposición muy superior a la homosexualidad que los niños criados por madres heterosexuales (fuente: Tasker y Gombolok: Growing up in a lesbian family: effects on child development).

9 Pulso de poder en el mercado.
Al final, se trata de un pulso económico, una lucha por el poder. Los lobbies gays saben que el matrimonio estable y monógamo es el principal obstáculo para el crecimiento de sus actividades y sus lucrativos negocios -que abarcan desde la publicidad hasta la moda, pasando por el ocio, el turismo o la propia industria del sexo-. Cuanto más debilitado esté el matrimonio, cuantos menos matrimonios tradicionales haya, más demanda tendrá el mercado homosexual, porque existirá una clientela mucho mayor.

En resumen: El objetivo de legislar el matrimonio de este colectivo no es casarse, sino deteriorar el verdadero matrimonio para crecer socialmente en poder e influencia.

10 Porque hay que evitar las adopciones.
Todo niño tiene derecho a un padre y una madre, para un correcto desarrollo integral de la persona, como señalan numerosos organismos, con Naciones Unidas en primer término. Conceder la adopción a homosexuales sería perjudicial para el menor, como detalla un informe elaborado por dos catedráticos y difundido por la plataforma Hazte Oír.

En síntesis, los perjuicios más comunes a los que están expuestos los niños adoptados por los homosexuales son los siguientes:

* Hogares poco sólidos, dada la inestabilidad inherente de las parejas homosexuales.
* Síntomas de trastorno de identidad de género.
* Rechazo del compañero del padre homosexual.
* Fracaso escolar.
* Autoestima baja.
* Riesgo de sufrir abusos sexuales paternos. Ejemplo: en EE UU, un 29% de casos en hijos de homosexuales frente a un 0,6% en hijos de padres heterosexuales (fuente: Cameron and Cameron, Homosexual parents).
* Mayor tasa de trastornos mentales.
* Riesgo de contraer sida y otras enfermedades de transmisión sexual.

11 No es verdad que el niño se conforme con padres del mismo sexo.
En contra del tópico repetido por las parejas homosexuales, al menor no le parece normal ni natural tener dos madres o dos padres. Un estudio sobre madres lesbianas reseña casos de hijos suyos que, desde la edad de cuatro años, van pidiendo a varones "que sean sus papás" o expresan su deseo de tener uno (fuente: McCandish, B., Against all odds: Lesbian mother family dinamics)

Quiero dejar de ser homosexual



12 Además, no resulta fácil adoptar.
Al margen de todo lo demás, existen dificultades de orden práctico que desaconsejan la adopción por parte de matrimonios homosexuales. La más importante de todas es que muchos países extranjeros niegan la adopción a parejas del mismo sexo y da la casualidad de que el 80% de los niños que son adoptados por españoles vienen del exterior.

De los 5.541 niños adoptados en España en 2004 en el extranjero, 2.389 provenían de China; 1.618, de Rusia; 349, de Ucrania, y 256, de Colombia. De haber estado vigente entonces, la adopción por matrimonios homosexuales, más de 5.000 niños se hubieran quedado en los orfelinatos de sus países de origen, ya que todos los mencionados prohíben expresamente la adopción a parejas del mismo sexo.

13 Lo que precisa el país son hijos naturales.
El matrimonio homosexual agrava además el, de por sí oscuro, futuro demográfico de España. En primer lugar, porque por definición la natalidad de los homosexuales es cero; y en segundo lugar, porque las adopciones no suplen en número la natalidad natural. Lo que la economía de España demanda son más recursos humanos y éstos sólo pueden llegar por la inmigración o la natalidad de las parejas heterosexuales.

La proliferación de matrimonios homosexuales se convierte así en un problema añadido para el futuro de un país que, debido a la falta de niños, será el más viejo del mundo en 2050, según datos de Naciones Unidas.

14 Porque está en juego la libertad de expresión.
El matrimonio homosexual implicará multas y penas de cárcel para quien critique la actividad homosexual. Lo cual implicará una cortapisa contra la libertad de expresión (reconocida en el artículo 20 de la Constitución), uno de los pilares de la democracia. No hablamos de Orwell y su novela 1984? sino de realidades: En Suecia un pastor protestante puede ir a prisión por criticar las uniones homosexuales (que pueden adoptar hijos, desde 1995). Se trata de Ake Green, al que ÉPOCA entrevistó hace un mes. Y en Canadá, el obispo Calgary ha tenido problemas por manifestar su opinión al respecto.

La homofobia puede convertirse en una excusa en manos de los gobernantes o de los activistas homosexuales para limitar la libertad de expresión y perseguir a quien se atreva a disentir de lo políticamente homocorrecto.

No se trata de juzgar a las personas, cuya dignidad intrínseca es intocable hagan lo que hagan, y que, por tanto, merecen respeto, pero sí de criticar y poner en cuestión prácticas que son contra natura y, sobre todo, leyes injustas por atentar contra célula básica de la sociedad.

Pero ¿se podrá hacer? ¿se podrá ejercer ese derecho absolutamente medular en una democracia?

15 Porque está en juego la objeción de conciencia.
Otra libertad esencial en una democracia está en peligro: la de conciencia. Si se invocó esa objeción para oponerse al servicio militar, no menos legítimo resulta invocarla -como han hecho algunos alcaldes- para negarse a celebrar lo que algunos han tildado ya de "farsa" (un hombre casándose con otro). Pero la vicepresidenta del Gobierno ya ha advertido que todos los funcionarios deben cumplir obligatoriamente la ley, despreciando así un derecho fundamental en la democracia.

no al homomonioa al matrimonio gay homosexual



16 La ley injusta no obliga.
La ley injusta no obliga y una ley que va contra la recta razón y que ataca a uno de los pilares de la civilización es papel mojado. Lo correcto -desde el punto de vista democrático- no sólo es no obedecerla, sino oponerse a ella. Lo dijo hace 40 años uno de los campeones de la lucha por los derechos civiles, el premio Nobel de la paz, Martin Luther King.

17 Es discriminatoria.
Con esta ley, los poderes públicos abdican irresponsablemente de su obligación de apoyar a la familia. Lo cual es un desprecio manifiesto hacia el papel económico y social que presta la familia a la sociedad. Toda la maquinaria del Estado (médica, asistencial, jurídica, educativa, de medios de comunicación) se pondrá al servicio de una fórmula que atenta directamente contra la civilización.

El matrimonio homosexual se enseñará en las escuelas, y los medios de comunicación se harán eco de la mentira antropológica, el fraude de ley y la flagrante injusticia que comporta. Se consumará un agravio mayúsculo con el matrimonio verdadero y, a otro nivel, con las personas que viven juntas sin relaciones sexuales (dos ancianas, tres hermanos, un tío y un sobrino) se verán privados de las ventajas legales del matrimonio homosexual, aunque tengan una relación con afectividad, compromiso y convivencia.

18 Porque se trata de un experimento totalitario.
Algunos poderes políticos, económicos y tecnológicos codician el poder de engendrar seres humanos. Es la vía más directa de ingeniería social. Pero para hacerse con él, tienen que destruir a la institución que, por naturaleza, tiene asignado el poder de traer hijos al mundo: el matrimonio, santuario del amor conyugal (léase el análisis del profesor Pedro-Juan Viladrich en las páginas que siguen). Viladrich sostiene que codiciar esa soberanía natural de cada familia es una tiranía totalitaria. 2005-07-02
Leopoldo Varela


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Señor: parece que tomas por obligación, desde las primeras páginas del evangelio, repetirnos una y otra vez: ?No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva.” (Ez 18,23) O Dios, Padre de misericordia, nos quieres decir que hay esperanza y gracia incluso para los culpables, irremediablemente envilecidos, los más desgraciados, los más manchados por la culpa. Los que a los ojos de los hombres son los más despreciables y hundidos, son para ti nobles y agraciados a tus ojos. Que se arrepienten, que digan como David: “He pecado.” (2S 12,13) Tú abres generosamente los tesoros de tu gracia para estas almas que el mundo da por perdidas y que tú has reencontrado, regenerado, purificado, embellecido. Ningún favor tuyo les es negado, ninguna grandeza les es inaccesible.


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Cecilia Böhl de Faber, cuyo seudónimo para sus obras literarias era el de «Fernán Caballero» afirmaba: «La fe en Dios, además de ser la primera de las virtudes teologales, es el mayor de los consuelos».
Publio Siro (siglo I a.C.), poeta latino, decía acertadamente: «Quien pierde la fe... no puede perder más».

San Gregorio Magno, uno de los cuatro doctores de la Iglesia de Occidente, decía: «Los que tenemos en el cielo un Testigo de nuestra vida, no tenemos por qué temer el juicio de los hombres».



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Sobre los altares es suficiente con que brille la Hostia Sagrada. Sino, como dijo san Hilario + 367 ca., construiríamos iglesias para destruir la fe.


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Santa Catalina


Te guarda Yahveh de todo mal, Él guarda tu alma;... desde ahora y por siempre" (Sal 120, 4-5.8).
Del alba al ocaso del sol el hombre se dirige a Dios

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia Católica - Comentario sobre el salmo 95, 14-15

“En la orilla… se recoge lo que es bueno”. “Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.” (Sl 95,13) ¿Qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto a sí a sus elegidos (Mc 13,27) y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda (Mt 25,33). ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia (Lc 6,37). Dirá, en efecto, a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Y les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber”, y lo que sigue (Mt 25,31s)…
¿Acaso, porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no será veraz el que es la verdad en persona? Pero, si quieres alcanzar misericordia, sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da de lo que te sobra… Y si dieras de lo tuyo, sería generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no hayas recibido? (1C 4,7). Éstas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez que “regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad”.



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"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".-
“¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2).

Desde su primera encíclica, de 1979, Redemptor hominis, Juan Pablo II lo definía con toda nitidez: «El hombre parece, a veces, no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo. En cambio, era voluntad del Creador que el hombre se pusiera en contacto con la naturaleza como dueño y custodio inteligente y noble, y no como explotador y destructor sin ningún reparo».

Que nos guíe y acompañe siempre con su intercesión la Santísima Madre de Dios.
Su fe indefectible que sostuvo la fe de Pedro y de los demás Apóstoles, durante más de dos mil años, siga sosteniendo la de las generaciones cristianas, aquella y siempre misma fe. Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros. Amen

 


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