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Piedad popular y Liturgia

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CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
DIRECTORIO
SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES
Ciudad del Vaticano, 2002


PARTE PRIMERA
LÍNEAS EMERGENTES DE LA HISTORIA, DEL MAGISTERIO, DE LA TEOLOGÍA


Capítulo I
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR A LA LUZ DE LA HISTORIA
Liturgia y piedad popular en el curso de los siglos
22. Las relaciones entre Liturgia y piedad popular son antiguas. Es necesario,
por lo tanto, proceder en primer lugar a un reconocimiento, aunque sea rápido,
del modo en que estas han sido vistas, en el curso de los siglos. Se verán, en no
pocos casos, inspiraciones y sugerencias para resolver las cuestiones que se
plantean en nuestro tiempo.


La Antigüedad cristiana
23. En la época apostólica y postapostólica se encuentra una profunda fusión
entre las expresiones cultuales que hoy llamamos, respectivamente, Liturgia y
piedad popular. Para las más antiguas comunidades cristianas, la única realidad
que contaba era Cristo (cf. Col 2, 16), sus palabras de vida (cf. Jn 6, 63), su
mandamiento de amor mutuo (cf. Jn 13, 34), las acciones rituales que él ha
mandado realizar en memoria suya (cf. 1 Cor 11, 24-26). Todo el resto – días y
meses, estaciones y años, fiestas y novilunios, alimentos y bebidas ... (cf. Gal 4,
10; Col 2, 16-19) – es secundario.
En la primitiva generación cristiana se pueden ya individuar los signos de una
piedad personal, proveniente en primer lugar de la tradición judaica, como el
seguir las recomendaciones y el ejemplo de Jesús y de San Pablo sobre la
oración incesante (cf. Lc 18, 1; Rm 12, 12; 1 Tes 5, 17), recibiendo o iniciando
cada cosa con una acción de gracias (cf. 1 Cor 10, 31; 1 Tes 2, 13; Col 3, 17). El
israelita piadoso comenzaba la jornada alabando y dando gracias a Dios, y
proseguía, con este espíritu, en todas las acciones del día; de tal manera, cada
momento alegre o triste, daba lugar a una expresión de alabanza, de súplica, de
arrepentimiento. Los Evangelios y los otros escritos del Nuevo Testamento
contienen invocaciones dirigidas a Jesús, repetidas por los fieles casi como
jaculatorias, fuera del contexto litúrgico y como signo de devoción cristológica.
Hace pensar que fuese común entre los fieles la repetición de expresiones
bíblicas como: "Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí" (Lc 18, 38); "Señor, si
quieres puedes sanarme" (Mt 8, 1); "Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu
reino" (Lc 23, 42); "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28); "Señor Jesús, acoge mi
espíritu" (Hch 7, 59). Sobre el modelo de esta piedad se desarrollarán
innumerables oraciones dirigidas a Cristo, de los fieles de todos los tiempos.
Desde el siglo II, se observa que formas y expresiones de la piedad popular,
sean de origen judaico, sean de matriz greco-romana, o de otras culturas,
confluyen espontáneamente en la Liturgia. Se ha subrayado, por ejemplo, que en
el documento conocido como Traditio apostólica no son infrecuentes los
elementos de raíz popular.
Así también, en el culto de los mártires, de notable relevancia en las Iglesias
locales, se pueden encontrar restos de usos populares relativos al recuerdo de
los difuntos. Trazas de piedad popular se notan también en algunas primitivas
expresiones de veneración a la Bienaventurada Virgen, entre las que se
recuerda la oración Sub tuum praesidium y la iconografía mariana de las
catacumbas de Priscila, en Roma.
La Iglesia, por lo tanto, aunque rigurosa en cuanto se refiere a las condiciones
interiores y a los requisitos ambientales para una digna celebración de los
divinos misterios (cf. 1 Cor 11, 17-32), no duda en incorporar ella misma, en los
ritos litúrgicos, formas y expresiones de la piedad individual, doméstica y
comunitaria.
En esta época, Liturgia y piedad popular no se contraponen ni conceptualmente
ni pastoralmente: concurren armónicamente a la celebración del único misterio
de Cristo, unitariamente considerado, y al sostenimiento de la vida sobrenatural y
ética de los discípulos del Señor.
24. A partir del siglo IV, también por la nueva situación político-social en que
comienza a encontrarse la Iglesia, la cuestión de la relación entre expresiones
litúrgicas y expresiones de piedad popular se plantea en términos no sólo de
espontánea convergencia sino también de consciente adaptación y
enculturación.
Las diversas Iglesias locales, guiadas por claras intenciones evangelizadoras y
pastorales, no desdeñan asumir en la Liturgia, debidamente purificadas, formas
cultuales solemnes y festivas, provenientes del mundo pagano, capaces de
conmover los ánimos y de impresionar la imaginación, hacia las cuales el pueblo
se sentía atraído. Tales formas, puestas al servicio del misterio del culto, no
aparecían como contrarias ni a la verdad del Evangelio ni a la pureza del genuino
culto cristiano. E incluso se revelaba que sólo en el culto dado a Cristo,
verdadero Dios y verdadero Salvador, resultaban verdaderas muchas
expresiones cultuales que, derivadas del profundo sentido religioso del hombre,
eran tributadas a falsos dioses y falsos salvadores.
25. En los siglos IV-V se hace más notable el sentido de lo sagrado, referido al
tiempo y a los lugares. Para el primero, las Iglesias locales, además de señalar
los datos neotestamentarios relativos al "día del Señor", a las festividades
pascuales, a los tiempos de ayuno (cf. Mc 2, 18-22), establecen días particulares
para celebrar algunos misterios salvíficos de Cristo, como la Epifanía, la
Navidad, la Ascensión; para honrar la memoria de los mártires en su dies natalis;
para recordar el transito de sus Pastores, en el aniversario del dies depositionis;
para celebrar algunos sacramentos o asumir compromisos de vida solemnes.
Mediante la consagración de un lugar, en el que se convoca a la comunidad para
celebrar los divinos misterios y la alabanza al Señor, algunas veces sustraídos al
culto pagano o simplemente profano, viene dedicado exclusivamente al culto
divino y se convierte, por la misma disposición de los espacios arquitectónicos,
en un reflejo del misterio de Cristo y una imagen de la Iglesia celebrante.
26. En esta época, madura el proceso de formación y la diferenciación
consiguiente de las diversas familias litúrgicas. Las Iglesias metropolitanas más
importantes, por motivos de lengua, tradición teológica, sensibilidad espiritual y
contexto social, celebran el único culto del Señor según las propias modalidades
culturales y populares. Esto conduce progresivamente a la creación de sistemas
litúrgicos dotados de un estilo celebrativo particular y un conjunto propio de
textos y ritos. No carece de interés el poner de manifiesto que en la formación de
los ritos litúrgicos, también en los periodos reconocidos como de su máximo
esplendor, los elementos populares no son algo extraño.
Por otra parte, los Obispos y los Sínodos regionales intervienen en la
organización del culto estableciendo normas, velando sobre la corrección
doctrinal de los textos y sobre su belleza formal, valorando la estructura de los
ritos. Estas intervenciones dan lugar a la instauración de un régimen litúrgico con
formas fijas, en el cual se reduce la creatividad original, que sin embargo no era
arbitrariedad. En esto, algunos expertos encuentran una de las causas de la
futura proliferación de textos para la piedad privada y popular.
27. Se suele señalar el pontificado de San Gregorio Magno (590-604), pastor y
liturgista insigne, como punto de referencia ejemplar de una relación fecunda
entre Liturgia y piedad popular. Este Pontífice desarrolla una intensa actividad
litúrgica, para ofrecer al pueblo romano, mediante la organización de
procesiones, estaciones y rogativas, unas estructuras que respondan a la
sensibilidad popular, y que al mismo tiempo estén claramente en el ámbito de la
celebración de los misterios divinos; da sabias directrices para que la conversión
de los nuevos pueblos al Evangelio no se realice con perjuicio de sus tradiciones
culturales, de manera que la misma Liturgia se vea enriquecida con nuevas y
legítimas expresiones culturales; armoniza las nobles expresiones del genio
artístico con las expresiones más humildes de la sensibilidad popular; asegura el
sentido unitario del culto cristiano, al cimentarlo sólidamente en la celebración de
la Pascua, aunque los diversos eventos del único misterio salvífico – como la
Navidad, la Epifanía, la Ascensión...-se celebren de manera particular y se
desarrollen las memorias de los Santos.


La Edad Media
28. En el Oriente cristiano, especialmente en el área bizantina, la edad media se
presenta como el periodo de lucha contra la herejía iconoclasta, dividida en dos
fases (725-787 y 815-843), periodo clave para el desarrollo de la Liturgia, de
comentarios clásicos sobre la Liturgia Eucarística y de la iconografía propia de
los edificios de culto.
En el campo litúrgico se enriquece considerablemente el patrimonio himnográfico
y los ritos adquieren su forma definitiva. La Liturgia refleja la visión simbólica del
universo y la concepción jerárquica y sagrada del mundo. En ella convergen las
instancias de la sociedad cristiana, los ideales y las estructuras del monacato, las
aspiraciones populares, las intuiciones de los místicos y las reglas de los
ascetas.
Una vez superada la crisis iconoclasta con el decreto De sacris imaginibus del
Concilio ecuménico de Nicea II (787), victoria consolidada en el "Triunfo de la
Ortodoxia" (843), la iconografía se desarrolla, se organiza de manera definitiva y
recibe una legitimación doctrinal. El mismo icono, hierático, con gran valor
simbólico, es por sí mismo parte de la celebración litúrgica: refleja el misterio
celebrado, constituye una forma de presencia permanente de dicho misterio, y lo
propone al pueblo fiel.
29. En Occidente, el encuentro del cristianismo con los nuevos pueblos,
especialmente celtas, visigodos, anglosajones, francogermanos, realizado ya en
el siglo V, da lugar en la alta Edad Media a un proceso de formación de nuevas
culturas y de nuevas instituciones políticas y civiles.
En el amplio marco de tiempo que va desde el siglo VII hasta la mitad del siglo
XV se determina y acentúa progresivamente la diferencia entre Liturgia y piedad
popular, hasta el punto de crearse un dualismo celebrativo: paralelamente a la
liturgia, celebrada en lengua latina, se desarrolla una piedad popular comunitaria,
que se expresa en lengua vernácula.
30. Entre las causas que en este periodo han determinado dicho dualismo, se
pueden indicar:
- la idea de que la Liturgia es competencia de los clérigos, mientras que los
laicos son espectadores;
- la clara diferenciación de las funciones en la sociedad cristiana - clérigos,
monjes, laicos - da lugar a formas y estilos diferentes de oración;
- la consideración distinta y particularizada, en el ámbito litúrgico e iconográfico,
de los diversos aspectos del único misterio de Cristo; por una parte es una
expresión de atento cariño a la vida y la obra del Señor, pero por otra parte no
facilita la percepción explícita de la centralidad de la Pascua, y favorece la
multiplicación de momentos y formas celebrativas de carácter popular;
- el conocimiento insuficiente de las Escrituras no sólo por los laicos, sino
también por parte de muchos clérigos y religiosos, hace difícil acceder a la clave
indispensable para comprender la estructura y el lenguaje simbólico de la
Liturgia;
- la difusión, por el contrario, de la literatura apócrifa, llena de narraciones de
milagros y de episodios anecdóticos, que ejerce un influjo notable sobre la
iconografía, y al despertar la imaginación de los fieles, capta su atención;
- la escasez de predicación de tipo homilético, la práctica desaparición de la
mistagogia, y la formación catequética insuficiente, por lo cual la celebración
litúrgica se mantiene cerrada a la comprensión y a la participación activa de los
fieles, los cuales buscan formas y momentos cultuales alternativos;
- la tendencia al alegorismo, que, al incidir excesivamente en la interpretación de
los textos y de los ritos, desvía a los fieles de la comprensión de la verdadera
naturaleza de la Liturgia;
- la recuperación de formas y estructuras expresivas populares, casi como
reacción inconsciente ante una Liturgia que se ha hecho, por muchas motivos,
incomprensible y distante para el pueblo.
31. En la Edad Media surgieron y se desarrollaron muchos movimientos
espirituales y asociaciones con diversa configuración jurídica y eclesial, cuya
vida y actividades tuvieron un influjo notable en el modo de plantear las
relaciones entre Liturgia y piedad popular.
Así, por ejemplo, las nuevas órdenes religiosas de vida evangélico-apostólica,
dedicadas a la predicación, adoptaron formas de celebración más sencillas, en
comparación con las monásticas, y más cercanas al pueblo y a sus formas de
expresión. Y, por otra parte, favorecieron la aparición de ejercicios de piedad,
mediante los cuales expresaban su carisma y lo transmitían a los fieles.
Las hermandades religiosas, nacidas con fines cultuales y caritativos, y las
corporaciones laicas, constituidas con una finalidad profesional, dan origen a una
cierta actividad litúrgica de carácter popular: erigen capillas para sus reuniones
de culto, eligen un Patrono y celebran su fiesta, no raramente componen, para
uso propio, pequeños oficios y otros formularios de oración en los que se
manifiesta el influjo de la Liturgia y al mismo tiempo la presencia de elementos
que provienen de la piedad popular.
A su vez las escuelas de espiritualidad, convertidas en punto de referencia
importante para la vida eclesial, inspiran planteamientos existenciales y modos
de interpretar la vida en Cristo y en el Espíritu Santo, que influyen no poco sobre
algunas opciones celebrativas (por ejemplo, los episodios de la Pasión de Cristo)
y son el fundamento de muchos ejercicios de piedad.
Y además, la sociedad civil, que se configura de manera ideal como una
societas christiana, conforma algunas de sus estructuras según los usos
eclesiales, y a veces amolda los ritmos de la vida a los ritmos litúrgicos; por lo
cual, por ejemplo, el toque de las campanas por la tarde es al mismo tiempo, un
aviso a los ciudadanos para que regresen de las labores del campo a la ciudad y
una invitación para que saluden a la Virgen.
32. Así pues, a lo largo de toda la Edad Media, progresivamente nacen y se
desarrollan muchas expresiones de piedad popular, de las cuales no pocas han
llegado a nuestros días:
- se organizan representaciones sagradas que tienen por objeto los misterios
celebrados durante el año litúrgico, sobre todo los acontecimientos salvíficos de
la Navidad de Cristo y de su Pasión, Muerte y Resurrección;
- nace la poesía en lengua vernácula que, al emplearse ampliamente en el
campo de la piedad popular, favorece la participación de los fieles
- aparecen formas devocionales alternativas o paralelas a algunas expresiones
litúrgicas; así, por ejemplo, la infrecuencia de la comunión eucarística se
compensa con formas diversas de adoración al Santísimo Sacramento; en la
baja Edad Media la recitación del Rosario tiende a sustituir la del Salterio; los
ejercicios de piedad realizados el Viernes Santo en honor de la Pasión del Señor
sustituyen, para muchos fieles, la acción litúrgica propia de ese día;
- se incrementan las formas populares del culto a la Virgen Santísima y a los
Santos: peregrinaciones a los santos lugares de Palestina y a las tumbas de los
Apóstoles y de los mártires, veneración de las reliquias, súplicas litánicas,
sufragios por los difuntos;
- se desarrollan considerablemente los ritos de bendición en los cuales, junto con
elementos de fe cristiana auténtica, aparecen otros que son reflejo de una
mentalidad naturalista y de creencias y prácticas populares precristianas;
- se constituyen núcleos de "tiempos sagrados" con un fondo popular que se
sitúan al margen del año litúrgico: días de fiesta sacro-profanos, triduos,
septenarios, octavarios, novenas, meses dedicados a particulares devociones
populares.
33. En la Edad Media, la relación entre Liturgia y piedad popular es constante y
compleja. En dicha época se puede notar un doble movimiento: la Liturgia inspira
y fecunda expresiones de la piedad popular; a la inversa, formas de la piedad
popular se reciben e integran en la Liturgia. Esto sucede, sobre todo, en los ritos
de consagración de personas, de colación de ministerios, de dedicación de
lugares, de institución de fiestas y en el variado campo de las bendiciones.
Sin embargo se mantiene el fenómeno de un cierto dualismo entre Liturgia y
piedad popular. Hacia el final de la Edad Media, ambas pasan por un periodo de
crisis: en la Liturgia por la ruptura de la unidad cultual, elementos secundarios
adquieren una importancia excesiva en detrimento de los elementos centrales;
en la piedad popular, por la falta de una catequesis profunda, las desviaciones y
exageraciones amenazan la correcta expresión del culto cristiano.

La Época Moderna
34. En sus inicios, la época moderna no aparece muy favorable para alcanzar
una solución equilibrada en las relaciones entre Liturgia y piedad popular.
Durante la segunda mitad del siglo XV la devotio moderna, que contó con
insignes maestros de vida espiritual y que alcanzó una notable difusión entre
clérigos y laicos cultos, favorece la aparición de ejercicios de piedad con un
fondo meditativo y afectivo, cuyo punto de referencia principal es la humanidad
de Cristo – los misterios de su infancia, de la vida oculta, de la Pasión y muerte -.
Pero la primacía concedida a la contemplación y la valoración de la subjetividad,
unidas a un cierto pragmatismo ascético, que exalta el esfuerzo humano, hacen
que la Liturgia no aparezca, a los ojos de los hombres y mujeres de gran
ascendiente espiritual, como fuente primaria de la vida cristiana.
35. Se considera expresión característica de la devotio moderna, la célebre obra
De imitatione Christi que ha tenido un influjo extraordinario y beneficioso en
muchos discípulos del Señor, deseosos de alcanzar la perfección cristiana. El De
imitatione Christi orienta a los fieles hacia un tipo de piedad más bien individual,
en el cual se acentúa la separación del mundo y la invitación a escuchar la voz
del Maestro interior; los aspectos comunitarios y eclesiales de la oración y los
elementos de la espiritualidad litúrgica parecen, en cambio, más limitados.
En los ambientes en los que se cultiva la devotio moderna, se suelen encontrar
con facilidad ejercicios de piedad bellamente compuestos, expresiones cultuales
de personas sinceramente devotas, pero no siempre se puede encontrar una
valoración plena de la celebración litúrgica.
36. Entre el final del siglo XV y el inicio del siglo XVI, por los descubrimientos
geográficos – en África, en América, y posteriormente en el Extremo Oriente -, se
plantea de una manera nueva la cuestión de las relaciones entre Liturgia y
piedad popular.
La labor de evangelización y de catequesis en países lejanos del centro cultural y
cultual del rito romano se realiza mediante el anuncio de la Palabra y la
celebración de los sacramentos (cfr. Mt 28,19), pero también mediante ejercicios
de piedad propagados por los misioneros.
Así pues, los ejercicios de piedad se convierten en un medio para transmitir el
mensaje evangélico, y, posteriormente, para conservar la fe cristiana. Debido a
las normas que tutelaban la Liturgia romana, parece que fue escaso el influjo
recíproco entre la Liturgia y la cultura autóctona (aunque se dio, en cierta
medida, en las Reducciones del Paraguay). El encuentro con dicha cultura se
producirá con facilidad, en cambio, en el ámbito de la piedad popular.
37. En los comienzos del siglo XVI, entre los hombres más preocupados por una
auténtica reforma de la Iglesia, hay que recordar a los monjes camaldulenses
Pablo Justiniani y Pedro Querini, autores de un Libellus ad Leonem X, que
contenía indicaciones importantes para revitalizar la Liturgia y para abrir sus
tesoros a todo el pueblo de Dios: formación, sobre todo bíblica, del clero y de los
religiosos; el uso de la lengua vernácula en la celebración de los misterios
sagrados; la reordenación de los libros litúrgicos; la eliminación de los elementos
espurios, tomados de una piedad popular incorrecta; la catequesis, encaminada
también a comunicar a los fieles el valor de la Liturgia.
38. Poco después de la clausura del Concilio Lateranense V (16 de Marzo de
1517), que emanó algunas disposiciones para educar a los jóvenes en la
Liturgia, comenzó la crisis por el nacimiento del protestantismo, cuyos iniciadores
pusieron no pocas objeciones a los puntos esenciales de la doctrina católica
sobre los sacramentos y sobre el culto de la Iglesia, incluida la piedad popular.
El Concilio de Trento (1545-1563), convocado para hacer frente a la situación
producida en el pueblo de Dios con la propagación del movimiento protestante,
tuvo que ocuparse, en sus tres fases, de cuestiones referentes a la Liturgia y a la
piedad popular, tanto bajo el aspecto doctrinal como cultual. Sin embargo, dado
el contexto histórico y la índole dogmática de los temas que debía tratar, afrontó
las cuestiones de tipo litúrgico-sacramental desde un punto de vista
preferentemente doctrinal: lo hizo con un planteamiento de denuncia de los
errores y de condena de los abusos, de defensa de la fe y de la tradición litúrgica
de la Iglesia; mostrando interés también por los problemas referidos a la
formación litúrgica del pueblo, proponiendo mediante el decreto De reformatione
generali un programa pastoral y encomendando su aplicación a la Sede
Apostólica y a los Obispos.
39. Conforme a las disposiciones conciliares muchas provincias eclesiásticas
celebraron sínodos, en los cuales es clara la preocupación por conducir a los
fieles a una participación eficaz en las celebraciones de los misterios sagrados. A
su vez los Romanos Pontífices emprendieron una amplia reforma litúrgica: en un
tiempo relativamente breve, del 1568 al 1614, se revisaron el Calendario y los
libros del Rito romano y en el 1588 se creó la Sagrada Congregación de Ritos
para la custodia y la recta ordenación de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia
romana. Como elemento de formación litúrgico pastoral hay que notar la función
del Catechismus ad parochos.
40. De la reforma realizada después del Concilio de Trento se siguieron múltiples
beneficios para la Liturgia: se recondujeron a la "antigua norma de los Santos
Padres", aunque con las limitaciones de los conocimientos científicos de la
época, no pocos ritos; se eliminaron elementos y añadidos extraños a la Liturgia,
demasiado ligados a la sensibilidad popular; se controló el contenido doctrinal de
los textos, de manera que reflejaran la pureza de la fe; se consiguió una notable
unidad ritual en el ámbito de la Liturgia romana, que adquirió nuevamente
dignidad y belleza.
Sin embargo se produjeron también, indirectamente, algunas consecuencias
negativas: la Liturgia adquirió, al menos en apariencia, una rigidez que derivaba
más de la ordenación de las rúbricas que de su misma naturaleza; y en su sujeto
agente parecía algo casi exclusivamente jerárquico; esto reforzó el dualismo que
ya existía entre Liturgia y piedad popular.
41. La Reforma católica, en su esfuerzo positivo de renovación doctrinal, moral e
institucional de la Iglesia y en su intento de contrarrestar el desarrollo del
protestantismo, favoreció en cierto modo la afirmación de la compleja cultura
barroca. Esta, a su vez, tuvo un influjo considerable en las expresiones literarias,
artísticas y musicales de la piedad católica.
En la época postridentina la relación entre Liturgia y piedad popular adquiere
nuevas connotaciones: la Liturgia entra en un periodo de uniformidad sustancial
y de un carácter estático persistente; frente a ella, la piedad popular experimenta
un desarrollo extraordinario.
Dentro de unos límites, determinados por la necesidad de evitar la aparición de
formas exageradas o fantasiosas, la Reforma católica favoreció la creación y
difusión de los ejercicios de piedad, que resultaron un medio importante para la
defensa de la fe católica y para alimentar la piedad de los fieles. Se puede citar,
por ejemplo, el desarrollo de las cofradías dedicadas a los misterios de la Pasión
del Señor, a la Virgen María y a los Santos, que tenían como triple finalidad la
penitencia, la formación de los laicos y las obras de caridad. Esta piedad popular
propició la creación de bellísimas imágenes, llenas de sentimiento, cuya
contemplación continúa nutriendo la fe y la experiencia religiosa de los fieles.
Las "misiones populares", surgidas en esta época, contribuyen también a la
difusión de los ejercicios de piedad. En ellas, Liturgia y piedad popular coexisten,
aunque con cierto desequilibrio: las misiones, de hecho, tienen por objeto
conducir a los fieles al sacramento de la penitencia y a recibir la comunión
eucarística, pero recurren a los ejercicios de piedad como medio para inducir a la
conversión y como momento cultual en el que se asegura la participación
popular.
Los ejercicios de piedad se reunían y ordenaban en manuales de oración que, si
tenían la aprobación eclesiástica, constituían auténticos subsidios cultuales: para
los diversos momentos del día, del mes, del año y para innumerables
circunstancias de la vida.
En la época de la Reforma católica, la relación entre Liturgia y piedad popular no
se establece sólo en términos contrapuestos de carácter estático y desarrollo,
sino que se dan situaciones anómalas: los ejercicios piadosos se realizan a
veces durante la misma celebración litúrgica, sobreponiéndose a la misma, y en
la actividad pastoral, tienen un puesto preferente con relación a la Liturgia. Se
acentúa así el alejamiento de la Sagrada Escritura y no se advierte
suficientemente la centralidad del misterio pascual de Cristo, fundamento, cauce
y culminación de todo el culto cristiano, que tiene su expresión principal en el
domingo.
42. Durante la Ilustración se acentúa la separación entre la "religión de los
doctos", potencialmente cercana a la Liturgia, y la "religión de los sencillos",
cercana por naturaleza a la piedad popular. De hecho, doctos y pueblo se reunen
en las mismas prácticas religiosas. Sin embargo los "doctos" apoyan una
práctica religiosa iluminada por la inteligencia y el saber, y desprecian la piedad
popular que, a sus ojos, se alimenta de la superstición y del fanatismo.
Les conduce a la Liturgia el sentido aristocrático que caracteriza muchas
expresiones de la vida cultural, el carácter enciclopédico que ha tomado el saber,
el espíritu crítico y de investigación, que lleva a la publicación de antiguas
fuentes litúrgicas, el carácter ascético de algunos movimientos que, influidos
también por el jansenismo, piden un retorno a la pureza de la Liturgia de la
antigüedad. Aunque se resiente del clima cultural, el interés renovado por la
Liturgia está animado por un interés pastoral por el clero y los laicos, como
sucede en Francia a partir del siglo XVII.
La Iglesia dirige su atención a la piedad popular en muchos sectores de su
actividad pastoral. De hecho, se intensifica la acción apostólica que procura, en
una cierta medida, la mutua integración de Liturgia y piedad popular. Así, por
ejemplo, la predicación se desarrolla especialmente en determinados tiempos
litúrgicos, como la Cuaresma y el domingo, en los que tiene lugar la catequesis
de adultos, y procura conseguir la conversión del espíritu y de las costumbres de
los fieles, acercarles al sacramento de la reconciliación, hacerles volver a la Misa
dominical, enseñarles el valor del sacramento de la Unción de enfermos y del
Viático.
La piedad popular, como en el pasado había sido eficaz para contener los
efectos negativos del movimiento protestante, resulta ahora útil para
contrarrestar la propaganda corrosiva del racionalismo y, dentro de la Iglesia, las
consecuencias nocivas del Jansenismo. Por este esfuerzo y por el ulterior
desarrollo de las misiones populares, se enriquece la piedad popular: se
subrayan de modo nuevo algunos aspectos del Misterio cristiano, como por
ejemplo, el Corazón de Cristo, y nuevos "días" polarizan la atención de los fieles,
como por ejemplo, los nueve "primeros viernes" de mes.
En el siglo XVIII también se debe recordar la actividad de Luis Antonio Muratori,
que supo conjugar los estudios eruditos con las nuevas necesidades pastorales y
en su célebre obra Della regolata devozione dei cristiani propuso una religiosidad
que tomara de la Liturgia y de la Escritura su sustancia y se mantuviese lejana
de la superstición y de la magia. También fue iluminadora la obra del papa
Benedicto XIV (Prospero Lambertini) a quien se debe la importante iniciativa de
permitir el uso de la Biblia en lenguas vernáculas.
43. La Reforma católica había reforzado las estructuras y la unidad del rito de la
Iglesia Romana. De este modo, durante la gran expansión misionera del siglo
XVIII, se difundió la propia Liturgia y la propia estructura organizativa en los
pueblos en los que se anuncia el mensaje evangélico.
En el siglo XVIII, en los territorios de misión, la relación entre Liturgia y piedad
popular se plantea en términos similares, pero más acentuados que en los siglos
XVI y XVII:
- la Liturgia mantiene intacta su fisonomía romana, porque, en parte por temor de
consecuencias negativas para la fe, no se plantea casi el problema de la
enculturación – hay que mencionar los meritorios esfuerzos de Mateo Ricci con
la cuestión de los Ritos chinos, y de Roberto De’ Nobili con los Ritos hindúes-, y
por esto, al menos en parte, se consideró esta Liturgia extraña a la cultura
autóctona;
- la piedad popular por una parte corre el riesgo de caer en el sincretismo
religioso, especialmente donde la evangelización no ha entrado en profundidad;
por otra parte, se hace cada vez más autónoma y madura: no se limita a
proponer los ejercicios de piedad traídos por los evangelizadores, sino que crea
otros, con la impronta de la cultura local


La Época contemporánea
44. En el siglo XIX, una vez superada la crisis de la revolución francesa, que en
su propósito de hacer desaparecer la fe católica se opuso claramente al culto
cristiano, se advierte un significativo renacimiento litúrgico.
Dicho renacimiento fue precedido y preparado por una afirmación vigorosa de la
eclesiología que presentaba a la Iglesia no sólo como una sociedad jerárquica,
sino también como pueblo de Dios y comunidad cultual. Junto con este despertar
eclesiológico hay que resaltar, como precursores del renacimiento litúrgico, el
florecimiento de los estudios bíblicos y patrísticos, la tensión eclesial y
ecuménica de hombres como Antonio Rosmini (+1855) y John Henry Newman
(+1890).
En el proceso de renacimiento del culto litúrgico se debe mencionar
especialmente la obra del abad Prosper Guéranger (+1875), restaurador del
monacato en Francia y fundador de la abadía de Solesmes: su visión de la
Liturgia está penetrada de amor a la Iglesia y a la tradición; sin embargo su
respeto a la Liturgia romana, considerada como factor indispensable de unidad,
le lleva a oponerse a expresiones litúrgicas autóctonas. El renacimiento litúrgico
promovido por él, tiene el mérito de no ser un movimiento académico, sino que
trata de hacer de la Liturgia la expresión cultual, sentida y participada, de todo el
pueblo de Dios.
45. Durante el siglo XIX no se produce sólo el despertar de la Liturgia, sino
también, y de manera autónoma, un incremento de la piedad popular. Así, el
florecer del canto litúrgico coincide con la creación de nuevos cantos populares;
la difusión de subsidios litúrgicos, como los misales bilingües para uso de los
fieles, viene acompañada de la proliferación de devocionarios.
La misma cultura del romanticismo, que valora de nuevo el sentimiento y los
aspectos religiosos del hombre, favorece la búsqueda, la comprensión y la
estima de lo popular, también en el campo del culto.
En este mismo siglo se asiste a un fenómeno gran alcance: expresiones de culto
locales, nacidas por iniciativa popular, y referidas a sucesos prodigiosos –
milagros, apariciones...- obtienen posteriormente un reconocimiento oficial, el
favor y la protección de las autoridades eclesiásticas y son asumidas por la
misma Liturgia. En este sentido es característico el caso de diversos santuarios,
meta de peregrinaciones, centros de Liturgia penitencial y eucarística y lugares
de piedad mariana.
Sin embargo, en el siglo XIX la relación entre la Liturgia, que se encuentra en un
periodo de renacimiento, y la piedad popular, en fase de expansión, está
afectada por un factor negativo: se acentúa el fenómeno, que ya se daba en la
Reforma católica, de superposición de ejercicios de piedad con las acciones
litúrgicas.
46. Al comienzo del siglo XX el Papa san Pío X (1903-1914) se propuso acercar
a los fieles a la Liturgia, hacerla "popular". Pensaba que los fieles adquieren el
"verdadero espíritu cristiano" bebiendo de "la fuente primera e indispensable,
que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la oración pública
y solemne de la Iglesia". Con esto San Pío X contribuyó autorizadamente a
afirmar la superioridad objetiva de la Liturgia sobre toda otra forma de piedad;
rechazó la confusión entre la piedad popular y la Liturgia e, indirectamente,
favoreció la clara distinción entre los dos campos, y abrió el camino que
conduciría a una justa comprensión de su relación mutua.
De este modo surgió y se desarrolló, gracias a las aportaciones de hombres
eminentes por su ciencia, piedad y pasión eclesial, el movimiento litúrgico, que
tuvo un papel notable en la vida de la Iglesia del siglo XX, y en él los Sumos
Pontífices han reconocido el aliento del Espíritu. El objetivo último de los que
animaron el movimiento litúrgico era de índole pastoral: favorecer en los fieles la
comprensión, y consiguientemente el amor por la celebración de los sagrados
misterios, renovar en ellos la conciencia de pertenecer a un pueblo sacerdotal
(cfr. 1 Pe 2,5).
Se entiende que algunos de los exponentes más estrictos del movimiento
litúrgico vieran con desconfianza las manifestaciones de la piedad popular y
encontraran en ellas una causa de la decadencia de la Liturgia. Estaban ante sus
ojos los abusos provocados por sobreponer ejercicios de piedad a la Liturgia, o
incluso la sustitución de la misma con expresiones cultuales populares. Por otra
parte, con el objetivo de renovar la pureza del culto divino, miraban, como a un
modelo ideal, la Liturgia de los primeros siglos de la Iglesia, y,
consiguientemente, rechazaban, a veces de manera radical, las expresiones de
la piedad popular, de origen medieval o nacidas en la época postridentina.
Pero este rechazo no tenía en cuenta de manera suficiente el hecho de que las
expresiones de piedad popular, con frecuencia aprobadas y recomendadas por
la Iglesia, habían sostenido la vida espiritual de muchos fieles, habían producido
frutos innegables de santidad, y habían contribuido en gran medida, a
salvaguardar la fe y a difundir el mensaje cristiano. Por esto, Pío XII, en el
documento programático con el que asumía la guía del movimiento litúrgico, la
encíclica Mediator Dei del 21 de Noviembre de 1947, frente al citado rechazo
defendía los ejercicios de piedad, con los cuales, en cierta medida, se había
identificado la piedad católica de los últimos siglos.
Sería misión del Concilio ecuménico Vaticano II, mediante la Constitución
Sacrosanctum Concilium, definir en sus justos términos la relación entre la
Liturgia y la piedad popular, proclamando el primado indiscutible de la santa
Liturgia y la subordinación a la misma de los ejercicios de piedad, aunque
recordando la validez de estos últimos.

Liturgia y piedad popular: problemática actual
47. Del cuadro histórico que hemos trazado aparece claramente que la cuestión
de la relación entre Liturgia y piedad popular no se plantea sólo hoy: a lo largo de
los siglos, aunque con otros nombres y de manera diversa, se ha presentado
más veces y se le han dado diversas soluciones. Es necesario ahora, desde lo
que enseña la historia, sacar algunas indicaciones para responder a los
interrogantes pastorales que se presentan hoy con fuerza y urgencia.
Indicaciones de la historia: causas del desequilibrio
48. La historia muestra, ante todo, que la relación entre Liturgia y piedad popular
se deteriora cuando en los fieles se debilita la conciencia de algunos valores
esenciales de la misma Liturgia. Entre las causas de este debilitamiento se
pueden señalar:
- escasa conciencia o disminución del sentido de la Pascua y del lugar central
que ocupa en la historia de la salvación, de la cual la Liturgia cristiana es
actualización; donde esto sucede los fieles orientan su piedad, casi de manera
inevitable, sin tener cuenta de la "jerarquía de las verdades", hacia otros
episodios salvíficos de la vida de Cristo y hacia la Virgen Santísima, los Ángeles
y los Santos;
- pérdida del sentido del sacerdocio universal en virtud del cual los fieles están
habilitados para "ofrecer sacrificios agradables a Dios, por medio de Jesucristo"
(1 Pe 2,5; cfr. Rom 12,1) y a participar plenamente, según su condición, en el
culto de la Iglesia; este debilitamiento, acompañado con frecuencia por el
fenómeno de una Liturgia llevada por clérigos, incluso en las partes que no son
propias de los ministros sagrados, da lugar a que a veces los fieles se orienten
hacia la práctica de los ejercicios de piedad, en los cuales se consideran
participantes activos;
- el desconocimiento del lenguaje propio de la Liturgia - el lenguaje, los signos,
los símbolos, los gestos rituales...-, por los cuales los fieles pierden en gran
medida el sentido de la celebración. Esto puede producir en ellos el sentirse
extraños a la celebración litúrgica; de este modo tienden fácilmente a preferir los
ejercicios de piedad, cuyo lenguaje es más conforme a su formación cultural, o
las devociones particulares, que responden más a las exigencias y situaciones
concretas de la vida cotidiana.
49. Cada uno de estos factores, que no raramente se dan a la vez en un mismo
ambiente, produce un desequilibrio en la relación entre Liturgia y piedad popular,
en detrimento de la primera y para empobrecimiento de la segunda. Por lo tanto
se deberán corregir mediante una inteligente y perseverante acción catequética y
pastoral.
Por el contrario, los movimientos de renovación litúrgica y el crecimiento del
sentido litúrgico en los fieles dan lugar a una consideración equilibrada de la
piedad popular en relación con la Liturgia. Esto se debe estimar como un hecho
positivo, conforme a la orientación más profunda de la piedad cristiana.
A la luz de la Constitución sobre Liturgia
50. En nuestro tiempo la relación entre Liturgia y piedad popular se considera
sobre todo a la luz de las directrices contenidas en la Constitución Sacrosanctum
Concilium, las cuales buscan una relación armónica entre ambas expresiones de
piedad, aunque la segunda está objetivamente subordinada y orientada a la
primera.
Esto quiere decir, en primer lugar, que no se debe plantear la relación entre
Liturgia y piedad popular en términos de oposición, pero tampoco de
equiparación o de sustitución. De hecho, la conciencia de la importancia
primordial de la Liturgia y la búsqueda de sus expresiones más auténticas no
debe llevar a descuidar la realidad de la piedad popular y mucho menos a
despreciarla o a considerarla superflua o incluso nociva para la vida cultual de la
Iglesia.
La falta de consideración o de estima por la piedad popular, pone en evidencia
una valoración inadecuada de algunos hechos eclesiales y parece provenir más
bien de prejuicios ideológicos que de la doctrina de la fe. Dicho planteamiento
provoca una actitud que:
- no tiene en cuenta que la piedad popular es también una realidad eclesial
promovida y sostenida por el Espíritu, sobre la cual el Magisterio ejerce su
función de autentificar y garantizar;
- no considera suficientemente los frutos de gracia y de santidad que ha
producido la piedad popular y que continúa produciendo en la Iglesia;
- no raras veces es expresión de una búsqueda ilusoria de una "Liturgia pura", la
cual, además de la subjetividad de los criterios con los que se establece la
"puritas", es - como enseña la experiencia secular - más una aspiración ideal que
una realidad histórica;
- se confunde un elemento noble del espíritu humano, esto es, el sentimiento,
que penetra legítimamente muchas expresiones de la piedad litúrgica y de la
piedad popular, con su degeneración, esto es, el sentimentalismo.
51. Sin embargo, en la relación entre Liturgia y piedad popular a veces se
presenta el fenómeno opuesto, es decir, tal valoración de la piedad popular que
en la práctica va en detrimento de la Liturgia de la Iglesia.
No se puede silenciar que donde suceda tal cosa, sea por una situación de
hecho, sea por una opción doctrinal deliberada, se produce una grave desviación
pastoral: la Liturgia no sería ya "la cumbre a la cual tiende la actividad de la
Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza", sino una
expresión cultual considerada como algo ajeno a la comprensión y a la
sensibilidad del pueblo y que, de hecho, resulta descuidada y relegada a un
segundo lugar, o reservada para grupos particulares.
52. La intención encomiable de acercar al hombre contemporáneo, sobre todo al
que no ha recibido suficiente formación catequética, al culto cristiano y la
dificultad que se constata en determinadas culturas, para asimilar algunos
elementos y estructuras de la Liturgia, no debe dar lugar a una desvalorización
teórica o práctica de la expresión primaria y fundamental del culto litúrgico. De
este modo, en lugar de afrontar con visión de futuro y perseverancia las
dificultades reales, se piensa que se pueden resolver de una manera simplista.
53. Donde los ejercicios de piedad se practican en perjuicio de las acciones
litúrgicas, se suelen escuchar afirmaciones como:
- la piedad popular es un ámbito adecuado para celebrar de manera libre y
espontánea la "Vida" en sus múltiples expresiones; la Liturgia, en cambio,
centrada en el "Misterio de Cristo" es anamnética por su propia naturaleza,
inhibe la espontaneidad y resulta repetitiva y formalista;
- la Liturgia no consigue que los fieles se vean implicados en la totalidad de su
ser, en su corporeidad y en su espíritu; la piedad popular, en cambio, al hablar
directamente al hombre, lo implica en su cuerpo, corazón y espíritu;
- la piedad popular es un espacio real y auténtico para la vida de oración: a
través de los ejercicios de piedad el fiel entra en verdadero diálogo con el Señor,
con palabras que comprende plenamente y que siente como propias; la Liturgia,
por el contrario, al poner en sus labios palabras que no son suyas, y que resultan
con frecuencia extrañas a su cultura, más que un medio resulta un impedimento
para la vida de oración;
- la ritualidad con la que se expresa la piedad popular es percibida y acogida por
el fiel, porque hay una correspondencia entre su mundo cultural y el lenguaje
ritual; la ritualidad propia de la Liturgia, en cambio, no se comprende, porque sus
modos de expresión provienen de un mundo cultural que el fiel siente como algo
distinto y lejano.
54. En estas afirmaciones se acentúa de modo exagerado y dialéctico la
diferencia que - no se puede negar - existe en algunas áreas culturales entre las
expresiones de la Liturgia y las de la piedad popular.
Es cierto, sin embargo, que donde se sostienen estas opiniones, el concepto
auténtico de Liturgia cristiana está gravemente comprometido, si no vaciado del
todo de sus elementos esenciales.
Contra tales opiniones hay que recordar la palabra grave y meditada del último
Concilio ecuménico: "toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote
y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra
acción de la Iglesia"
55. La exaltación unilateral de la piedad popular, sin tener en cuenta la Liturgia,
no es coherente con el hecho de que los elementos constitutivos de esta última
se remontan a la voluntad de mismo Jesús de instituirlos, y no subraya, como se
debe, su insustituible valor soteriológico y doxológico. Después de la Ascensión
del Señor a la gloria del Padre y el don del Espíritu, la perfecta glorificación de
Dios y la salvación del hombre se realizan principalmente a través de la
celebración litúrgica, la cual exige la adhesión de la fe e introduce al creyente en
el evento salvífico fundamental: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (cfr.
Rom 6,2-6; 1 Cor 11,23-26).
La Iglesia, en la autocomprensión de su misterio y de su acción cultual y
salvífica, no duda en afirmar que "mediante la Liturgia se ejerce la obra de
nuestra Redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía"; esto no
excluye la importancia de otras formas de piedad.
56. La falta de estima, teórica o práctica, por la Liturgia conduce inevitablemente
a oscurecer la visión cristiana del misterio de Dios, que se inclina
misericordiosamente sobre el hombre caído para acercarlo a sí, mediante la
encarnación del Hijo y el don del Espíritu Sano; a no percibir el significado de la
historia de la salvación y la relación que existe entre la Antigua y la Nueva
Alianza; a subestimar la Palabra de Dios, única Palabra que salva, de la cual se
nutre y a la que se refiere continuamente la Liturgia; a debilitar en el espíritu de
los fieles la conciencia del valor de la obra de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de la
Virgen María, el solo Salvador y único Mediador (1 Tim 2,5; Hech 4,12); a perder
el sensus Ecclesiae.
57. El acento exclusivo en la piedad popular, que por otra parte - como ya se ha
dicho - se debe mover en el ámbito de la fe cristiana, puede favorecer un
alejamiento progresivo de los fieles respecto a la revelación cristiana y la
reasunción indebida o equivocada de elementos de la religiosidad cósmica o
natural; puede introducir en el culto cristiano elementos ambiguos, procedentes
de creencias pre-cristianas, o simplemente expresiones de la cultura y psicología
de un pueblo o etnia; puede crear la ilusión de alcanzar la trascendencia
mediante experiencias religiosas viciadas; puede comprometer el auténtico
sentido cristiano de la salvación como don gratuito de Dios, proponiendo una
salvación que sea conquista del hombre y fruto de su esfuerzo personal (no se
debe olvidar el peligro, con frecuencia real, de la desviación pelagiana); puede,
finalmente, hacer que la función de los mediadores secundarios, como la Virgen
María, los Ángeles y los Santos, e incluso los protagonistas de la historia
nacional, suplanten en la mentalidad de los fieles el papel del único Mediador, el
Señor Jesucristo.
58. Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano,
aunque no son homologables. No se deben oponer, ni equiparar, pero sí
armonizar, como se indica en la Constitución litúrgica: "Es preciso que estos
mismos ejercicios (de piedad popular) se organicen teniendo en cuenta los
tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada Liturgia, en
cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su
naturaleza, está muy por encima de ellos".
Así pues, Liturgia y piedad popular son dos expresiones cultuales que se deben
poner en relación mutua y fecunda: en cualquier caso, la Liturgia deberá
constituir el punto de referencia para "encauzar con lucidez y prudencia los
anhelos de oración y de vida carismática" que aparecen en la piedad popular;
por su parte la piedad popular, con sus valores simbólicos y expresivos, podrá
aportar a la Liturgia algunas referencias para una verdadera enculturación, y
estímulos para un dinamismo creador eficaz.
La importancia de la formación
59. A la luz de todo lo que se ha recordado, el camino para que desaparezcan
los motivos de desequilibrio o de tensión entre Liturgia y piedad popular es la
formación, tanto del clero como de los laicos. Junto a la necesaria formación
litúrgica, tarea a largo plazo, que siempre se debe redescubrir y profundizar, es
necesario como complemento para conseguir una rica y armónica espiritualidad,
cultivar la formación en lo referente a la piedad popular.
Realmente, dado que "la vida espiritual no se agota con la sola participación en
la Liturgia", limitarse exclusivamente a la educación litúrgica no llena todo el
campo del acompañamiento y crecimiento espiritual. Por lo demás, la acción
litúrgica, en especial la participación en la Eucaristía, no puede penetrar en una
vida carente de oración personal y de valores comunicados por las formas
tradicionales de piedad del pueblo cristiano. La vuelta propia de nuestros días a
prácticas "religiosas" de procedencia oriental, con diversas reelaboraciones, es
una muestra de un deseo de espiritualidad del existir, sufrir y compartir. Las
generaciones posconciliares - según los diversos países - no tienen experiencia
de las formas de devoción que tenían las generaciones anteriores: por esto la
catequesis y las actividades educativas no pueden descuidar, al proponer una
espiritualidad viva, la referencia al patrimonio que representa la piedad popular,
especialmente los ejercicios de piedad recomendados por el Magisterio.


Capítulo II
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR
EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA


60. Ya se ha señalado la atención que presta a la piedad popular el Magisterio
del Concilio Vaticano II, de los Romanos Pontífices y de los Obispos. Parece
oportuno proponer ahora una síntesis orgánica de las enseñanzas del Magisterio
en esta materia, para facilitar la asimilación de una orientación doctrinal común
respecto a la piedad popular y para favorecer una acción pastoral adecuada.
Los valores de la piedad popular
61. Según el Magisterio, la piedad popular es una realidad viva en la Iglesia y de
la Iglesia: su fuente se encuentra en la presencia continua y activa del Espíritu de
Dios en el organismo eclesial; su punto de referencia es el misterio de Cristo
Salvador; su objetivo es la gloria de Dios y la salvación de los hombres; su
ocasión histórica es el "feliz encuentro entre la obra de evangelización y la
cultura". Por eso el Magisterio ha expresado muchas veces su estima por la
piedad popular y sus manifestaciones; ha llamado la atención a los que la
ignoran, la descuidan o la desprecian, para que tengan una actitud más positiva
ante ella y consideren sus valores; no ha dudado, finalmente, en presentarla
como "un verdadero tesoro del pueblo de Dios".
La estima del Magisterio por la piedad popular viene motivada, sobre todo, por
los valores que encarna.
La piedad popular tiene un sentido casi innato de lo sagrado y de lo
trascendente. Manifiesta una auténtica sed de Dios y "un sentido perspicaz de
los atributos profundos de Dios: su paternidad, providencia, presencia amorosa y
constante", su misericordia.
Los documentos del Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores y
algunas virtudes que la piedad popular valora particularmente, sugiere y
alimenta: la paciencia, "la resignación cristiana ante las situaciones
irremediables"; el abandono confiando en Dios; la capacidad de sufrir y de
percibir el "sentido de la cruz en la vida cotidiana"; el deseo sincero de agradar al
Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra Él y de hacer penitencia; el
desapego respecto a las cosas materiales; la solidaridad y la apertura a los otros,
el "sentido de amistad, de caridad y de unión familiar".
62. La piedad popular dirige de buen grado su atención al misterio del Hijo de
Dios que, por amor a los hombres, se ha hecho niño, hermano nuestro, naciendo
pobre de una Mujer humilde y pobre, y muestra, al mismo tiempo, una viva
sensibilidad al misterio de la Pasión y Muerte de Cristo.
En la piedad popular tienen un puesto importante la consideración de los
misterios del más allá, el deseo de comunión con los que habitan en el cielo, con
la Virgen María, los Ángeles, y los Santos, y también valora la oración en
sufragio por las almas de los difuntos.
63. La unión armónica del mensaje cristiano con la cultura de un pueblo, lo que
con frecuencia se encuentra en las manifestaciones de la piedad popular, es un
motivo más de la estima del Magisterio por la misma.
En las manifestaciones más auténticas de la piedad popular, de hecho, el
mensaje cristiano, por una parte asimila los modos de expresión de la cultura del
pueblo, y por otra infunde los contenidos evangélicos en la concepción de dicho
pueblo sobre la vida y la muerte, la libertad, la misión y el destino del hombre.
Así pues, la transmisión de padres a hijos, de una generación a otra, de las
expresiones culturales, conlleva la transmisión de los principios cristianos. En
algunos casos la unión es tan profunda que elementos propios de la fe cristiana
se ha convertido en componentes de la identidad cultural de un pueblo. Como
ejemplo puede tomarse la piedad hacia la Madre del Señor.
64. El Magisterio subraya además la importancia de la piedad popular para la
vida de fe del pueblo de Dios, para la conservación de la misma fe y para
emprender nuevas iniciativas de evangelización.
Se advierte que no es posible dejar de tener en cuenta "las devociones que en
ciertas regiones practica el pueblo fiel con un fervor y una rectitud de intención
conmovedores"; que la sana religiosidad popular, "por sus raíces esencialmente
católicas, puede ser un remedio contra las sectas y una garantía de fidelidad al
mensaje de la salvación"; que la piedad popular ha sido un instrumento
providencial para la conservación de la fe, allí donde los cristianos se veían
privados de atención pastoral; que donde la evangelización ha sido insuficiente,
"gran parte de la población expresa su fe sobre todo mediante la piedad
popular"; que la piedad popular, finalmente, constituye un valioso e
imprescindible "punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se
haga más profunda".


Algunos peligros que pueden desviar la piedad popular
65. El Magisterio, que subraya los valores innegables de la piedad popular, no
deja de indicar algunos peligros que pueden amenazarla: presencia insuficiente
de elementos esenciales de la fe cristiana, como el significado salvífico de la
Resurrección de Cristo, el sentido de pertenencia a la Iglesia, la persona y la
acción del Espíritu divino; la desproporción entre la estima por el culto a los
Santos y la conciencia de la centralidad absoluta de Jesucristo y de su misterio;
el escaso contacto directo con la Sagrada Escritura; el distanciamiento respecto
a la vida sacramental de la Iglesia; la tendencia a separar el momento cultual de
los compromisos de la vida cristiana; la concepción utilitarista de algunas formas
de piedad; la utilización de "signos, gestos y fórmulas, que a veces adquieren
excesiva importancia hasta el punto de buscar lo espectacular"; el riesgo, en
casos extremos, de "favorecer la entrada de las sectas y de conducir a la
superstición, la magia, el fatalismo o la angustia".
66. Para poner remedio a estas eventuales limitaciones y defectos de la piedad
popular, el Magisterio de nuestro tiempo repite con insistencia que se debe
"evangelizar" la piedad popular, ponerla en contacto con la palabra del Evangelio
para que sea fecunda. Esto "la liberará progresivamente de sus defectos;
purificándola la consolidará, haciendo que lo ambiguo se aclare en lo que se
refiere a los contenidos de fe, esperanza y caridad".
En esta labor de "evangelización" de la piedad popular, el sentido pastoral invita
a actuar con una paciencia grande y con prudente tolerancia, inspirándose en la
metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la historia, para hacer frente
a los problemas de enculturación de la fe cristiana y de la Liturgia, o de las
cuestiones sobre las devociones populares.
El sujeto de la piedad popular
67. El Magisterio de la Iglesia, al recordar que "la participación en la sagrada
Liturgia no abarca toda la vida espiritual" y que el cristiano "debe entrar también
en su cuarto para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según
enseña el Apóstol", indica que el sujeto de las diversas formas de oración es
todo cristiano – clérigo, religioso, laico – tanto cuando reza privadamente, movido
por el Espíritu Santo, como cuando reza comunitariamente en grupos de diverso
origen o naturaleza.
68. De una manera más particular, el Santo Padre Juan Pablo II ha señalado a la
familia como sujeto de la piedad popular. La Exhortación apostólica Familiaris
consortio, después de haber exaltado la familia como santuario doméstico de la
Iglesia, subraya que "Para preparar y prolongar en casa el culto celebrado en la
iglesia, la familia cristiana recurre a la oración privada, que presenta gran
variedad de formas. Esta variedad, mientras testimonia la riqueza extraordinaria
con la que el Espíritu anima la plegaria cristiana, se adapta a las diversas
exigencias y situaciones de vida de quien recurre al Señor". Después observa
que "Además de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar
explícitamente...: la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la preparación a
los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón de Jesús, las varias
formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones
de la religiosidad popular".
69. También son sujeto igualmente importante de la piedad popular las cofradías
y otras asociaciones piadosas de fieles. Entre sus fines institucionales, además
del ejercicio de la caridad y del compromiso social, está el fomento del culto
cristiano: de la Trinidad, de Cristo y sus misterios, de la Virgen María, de los
Ángeles, los Santos, los Beatos, así como el sufragio por las almas de los fieles
difuntos.
Con frecuencia las cofradías, además del calendario litúrgico, disponen de una
especie de calendario propio, en el cual están indicadas las fiestas particulares,
los oficios, las novenas, los septenarios, los triduos que se deben celebrar, los
días penitenciales que se deben guardar y los días en los que se realizan las
procesiones o las peregrinaciones, o en los que se deben hacer determinadas
obras de misericordia. A veces tienen devocionarios propios y signos distintivos
particulares, como escapularios, medallas, hábitos, cinturones e incluso lugares
para el culto propio y cementerios.
La Iglesia reconoce a las cofradías y les confiere personalidad jurídica, aprueba
sus estatutos y aprecia sus fines y sus actividades de culto. Sin embargo les pide
que, evitando toda forma de contraposición y aislamiento, estén integradas de
manera adecuada en la vida parroquial y diocesana.
Los ejercicios de piedad
70. Los ejercicios de piedad son expresión característica de la piedad popular,
los cuales, por otra parte, son muy diferentes entre sí tanto por su origen
histórico como por su contenido, lenguaje, estilo, usos y destinatarios. El Concilio
Vaticano II ha tenido en cuenta los ejercicios de piedad, ha recordado que están
vivamente recomendados, indicando, además, las condiciones que garantizan su
legitimidad y su validez.
71. A la luz de la naturaleza y las características propias del culto cristiano, es
evidente, ante todo, que los ejercicios de piedad deben ser conformes con la
sana doctrina y con las leyes y normas de la Iglesia; además deben estar en
armonía con la sagrada Liturgia; tener en cuenta, en la medida de la posible, los
tiempos del año litúrgico y favorecer "una participación consciente y activa en la
oración común de la Iglesia".
72. Los ejercicios de piedad pertenecen a la esfera del culto cristiano. Por esto la
Iglesia siempre ha sentido la necesidad de prestarles atención, para que a través
de los mismos Dios sea glorificado dignamente y el hombre obtenga provecho
espiritual e impulso para llevar una vida cristiana coherente.
La acción de los Pastores respecto a los ejercicios de piedad se ha realizado de
muchas maneras: recomendaciones, estímulo, orientación y a veces corrección.
En la amplia gama de ejercicios de piedad, hay que distinguir: ejercicios de
piedad que se realizan por disposición de la Sede Apostólica o que han sido
recomendados por la misma a lo largo de los siglos; ejercicios de piedad de las
Iglesias particulares que "se celebran por mandato de los Obispos, a tenor de las
costumbres o de los libros legítimamente aprobados";otros ejercicios de piedad
que se practican por derecho particular o tradición en las familias religiosas o en
las hermandades, o en otras asociaciones piadosas de fieles, con frecuencia,
estos han recibido la aprobación explícita de la Iglesia; los ejercicios de piedad
que se realizan en el ámbito de la vida familiar o personal.
A algunos ejercicios de piedad, introducidos por la costumbre de la comunidad
de los fieles, y aprobados por el Magisterio, se han concedido indulgencias.
Liturgia y ejercicios de piedad
73. La enseñanza de la Iglesia sobre la relación entre la Liturgia y los ejercicios
de piedad se puede sintetizar en lo siguiente: la Liturgia, por naturaleza, es
superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por lo cual en la praxis pastoral
hay que dar a la Liturgia "el lugar preeminente que le corresponde respecto a los
ejercicios de piedad"; Liturgia y ejercicios de piedad deben coexistir respetando
la jerarquía de valores y a la naturaleza específica de ambas expresiones
cultuales.
74. Una consideración atenta de estos principios debe llevar a un verdadero
empeño para armonizar, en la medida de lo posible, los ejercicios de piedad con
los ritmos y las exigencias de la Liturgia; esto es "sin fusionar o confundir las dos
formas de piedad"; para evitar, consiguientemente, la confusión y la mezcla
híbrida de Liturgia y ejercicios de piedad; a no contraponer la Liturgia a los
ejercicios de piedad o, contra el sentir de la Iglesia, eliminarlos, produciendo un
vacío que con frecuencia no se ve colmado, en perjuicio del pueblo fiel.
Criterios generales para la renovación de los ejercicios de piedad
75. La Sede Apostólica no ha dejado de indicar los criterios teológicos,
pastorales, históricos y literarios, conforme a los cuales se deben reformar
-cuando sea preciso- los ejercicios de piedad; ha señalado cómo se debe
acentuar en ellos el espíritu bíblico y la inspiración litúrgica, y también debe
encontrar su expresión el aspecto ecuménico; cómo se deba mostrar el núcleo
esencial, descubierto a través del estudio histórico y hacer que reflejen aspectos
de la espiritualidad de nuestros días; cómo deben tener en cuenta las
conclusiones ya adquiridas por una sana antropología; cómo deben respetar la
cultura y el estilo de expresión del pueblo al que se dirigen, sin perder los
elementos tradicionales arraigados en las costumbres populares.


Capítulo III
PRINCIPIOS TEOLÓGICOS
PARA LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD POPULAR
La vida cultual: comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu


76. En la historia de la revelación, la salvación del hombre se presenta
continuamente como un don de Dios, que brota de su misericordia, de una
manera absolutamente libre y totalmente gratuita. Todo el conjunto de los
acontecimientos y palabras mediante los cuales se manifiesta y se actualiza el
plan de salvación, se configura como un diálogo continuo entre Dios y el hombre,
diálogo en el que Dios tiene la iniciativa y que exige por parte del hombre una
actitud de escucha en la fe, y una respuesta de "obediencia a la fe" (Rom 1,5;
16,26).
En el diálogo salvífico tiene una importancia singular la Alianza establecida en el
Sinaí entre Dios y el pueblo elegido (cfr. Ex 19-24), que convierte a este último
en "propiedad del Señor", en un "reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex
19,6). E Israel, aunque no fue siempre fiel a la Alianza, encontró en ella
inspiración y fuerza para acomodar su comportamiento al comportamiento del
mismo Dios (cfr. Lev 11,44-45; 19,2) y a lo que se contenía en su Palabra.
De manera particular el culto de Israel y su oración tienen como objeto
especialmente la memoria de las mirabilia Dei, esto es, de las intervenciones
salvíficas de Dios en la historia; esto mantiene viva la veneración de los
acontecimientos en los que se han actualizado las promesas de Dios y que
constituyen, consiguientemente, la referencia obligada tanto para la reflexión de
fe como para la vida de oración.
77. Conforme a su designio eterno, "Dios, que había hablado ya en los tiempos
antiguos muchas veces y de diversas maneras a los padres por medio de los
profetas, en esta etapa final de la historia nos ha hablado por medio del Hijo, a
quien ha constituido heredero de todas las cosas y por medio del cual ha creado
también el mundo" (Heb 1,1-2). El misterio de Cristo, sobre todo su Pascua de
Muerte y de Resurrección, es la plena y definitiva revelación y realización de las
promesas salvíficas. Como Jesús, "el Hijo Unigénito de Dios" (Jn 3,18) es aquel
en quien el Padre nos ha dado todo, sin reservarse nada (cfr. Rom 8,32; Jn
3,16), es evidente que la referencia esencial para la fe y la vida de oración del
pueblo de Dios está en la persona y en la obra de Cristo: en Él tenemos al
Maestro de la verdad (cfr. Mt 22,16), al Testigo fiel (cfr. Ap 1,5), al Sumo
Sacerdote (cfr. Heb 4,14), al Pastor de nuestras almas (cfr. 1 Pe 2,25), al
Mediador único y perfecto (cfr. 1 Tim 2,5; Heb 8,6; 9,15; 12,24): por medio de Él
el hombre va al Padre (cfr. Jn 14,6), asciende a Dios la alabanza y la súplica dela
Iglesia y desciende sobre la humanidad todo don divino.
Sepultados con Cristo y resucitados con Él en el bautismo (cfr. Col 2,12; Rom
6,4), apartados del dominio de la carne e introducidos en el del Espíritu (cfr. Rom
8,9), estamos llamados a la perfección según la medida de la madurez en Cristo
(cfr. Ef 4,13); en Cristo tenemos el modelo de una existencia que en todo
momento refleja la actitud de escucha de la Palabra del Padre y de aceptación
de su querer, como un "sí" incesante a su voluntad: "mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34).
Así pues, Cristo es el modelo perfecto de la piedad filial y de la conversación
incesante con el Padre, es decir, el modelo de una búsqueda permanente del
contacto vital, íntimo y confiado con Dios, que ilumina, sostiene y guía al hombre
durante toda su vida.
78. En su vida de comunión con el Padre, los fieles son guiados por el Espíritu
Santo (cfr. Rom 8,14), que les ha sido dado para transformarles progresivamente
en Cristo; para que infunda en ellos el "espíritu de los hijos adoptivos", para que
adquieran la actitud filial de Cristo (cfr. Rom 8,15-17) y sus mismos sentimientos
(cfr. Fil 2,5); para que haga presente en ellos la enseñanza de Cristo (cfr. Jn
14,26; 16,13-25), de modo que interpreten a su luz los acontecimientos de la vida
y los avatares de la historia; para que los conduzca al conocimiento de las
profundidades de Dios (cfr. 1 Cor 2,10) y les disponga a convertir su vida en un
"culto espiritual" (cfr. Rom 12,1); para que les sostenga en las contrariedades y
en las pruebas a las que deben hacer frente en el camino fatigoso de
transformación en Cristo; para que suscite, alimente y dirija su oración: "El
Espíritu de Dios viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros ni siquiera
sabemos pedir lo que nos conviene, pero el mismo Espíritu intercede
insistentemente por nosotros con gemidos inefables; y el que escruta los
corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu, porque intercede por los
creyentes conforme a los designios de Dios" (Rom 8,26-27).
El culto cristiano tiene su origen y su fuerza en el Espíritu, y se desarrolla y
perfecciona en Él. Así, se puede afirmar que sin la presencia del Espíritu de
Cristo no hay auténtico culto litúrgico y tampoco puede expresarse la auténtica
piedad popular.
79. A la luz de los principios expuestos se muestra que es necesario que la
piedad popular se configure como un momento del diálogo entre Dios y el
hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo. No hay duda de que ésta, a pesar de las
carencias que se notan aquí y allá – como por ejemplo la confusión entre Dios
Padre y Jesús -, tiene en sí una impronta trinitaria.
La piedad popular es muy sensible al misterio de la paternidad de Dios: se
conmueve ante su bondad, se admira de su poder y sabiduría; se alegra por la
belleza de la creación y alaba al Creador por ella; sabe que Dios Padre es justo y
misericordioso, y que se ocupa de los pobres y de los humildes; proclama que Él
manda hacer el bien y premia a los que viven honradamente siguiendo el buen
camino, en cambio aborrece el mal y aleja de sí a los que se obstinan en el
camino del odio y de la violencia, de la injusticia y de la mentira.
La piedad popular se detiene con gusto en la figura de Cristo, Hijo de Dios y
Salvador del hombre: se conmueve ante la narración de su nacimiento e intuye el
amor inmenso que se esconde en ese Niño, Dios verdadero y verdadero
hermano nuestro, pobre y perseguido desde su infancia; goza con la
representación de numeras escenas de la vida pública del Señor Jesús, el Buen
Pastor que se acerca a los publicanos y a los pecadores, el Taumaturgo que
cura a los enfermos y socorre a los necesitados, el Maestro que habla con
verdad; y sobre todo le gusta contemplar los misterios de la Pasión de Cristo,
porque advierte en ellos su amor ilimitado y la medida de su solidaridad con el
sufrimiento humano: Jesús traicionado y abandonado, flagelado y coronado de
espinas, crucificado entre malhechores, bajado de la cruz y sepultado en la
tierra, llorado por amigos y discípulos.
La piedad popular no ignora que en el misterio de Dios está la persona del
Espíritu Santo. Cree que "por obra del Espíritu Santo" el Hijo de Dios "se ha
encarnado en el seno de la Virgen María y se ha hecho hombre" y que en los
comienzos de la Iglesia se dio el Espíritu a los Apóstoles (cfr. Hech 2,1-13); sabe
que la fuerza del Espíritu de Dios, cuyo sello está impreso en los cristianos de
manera particular mediante la confirmación, está viva en todo sacramento de la
Iglesia; sabe que "En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"
comienza la celebración de la Misa, se confiere el Bautismo y se da el perdón de
los pecados; sabe que en el nombre de las tres Divinas Personas se realiza toda
forma de oración de la comunidad cristiana y se invoca la bendición divina sobre
el hombre y sobre todas las criaturas.
80. Así pues, es preciso que en la piedad popular se fortalezca la conciencia de
la referencia a la Santísima Trinidad que, como se ha dicho, ya lleva en sí
misma, aunque todavía como una semilla. Para este fin se dan las siguientes
indicaciones:
- Es necesario ilustrar a los fieles sobre el carácter particular de la oración
cristiana, que tiene como destinatario al Padre, por la mediación de Jesucristo,
en la fuerza del Espíritu Santo.
- Por lo tanto, es necesario que las expresiones de la piedad popular muestren
claramente la persona y la acción del Espíritu Santo. La falta de un "nombre"
para el Espíritu de Dios y la costumbre de no representarlo con imágenes
antropomórficas han dado lugar, al menos en parte, a cierta ausencia del Espíritu
Santo en los textos y en otras formas de expresión de la piedad popular, aunque
sin olvidar la función de la música y de los gestos del cuerpo para manifestar la
relación con el Espíritu. Esta ausencia se puede solucionar mediante la
evangelización de la piedad popular, de la que ha tratado tantas veces el
Magisterio de la Iglesia.
- Es necesario, por otra parte, que las expresiones de la piedad popular pongan
de manifiesto el valor primario y fundamental de la Resurrección de Cristo. La
atención amorosa dedicada a la humanidad sufriente del Salvador, tan viva en la
piedad popular, se debe unir siempre a la perspectiva de su glorificación. Sólo
con esta condición se presentará de manera íntegra el designio salvífico de Dios
en Cristo y se captará en su unidad inseparable el Misterio pascual de Cristo;
sólo así se trazará el rostro genuino del cristianismo, que es victoria de la vida
sobre la muerte, celebración del que "no es un Dios de muertos, sino de vivos"
(Mt 22,32), de Cristo, el Viviente, que estaba muerto y ahora vive para siempre
(cfr. Ap 1,28), y del Espíritu "que es Señor y dador de vida".
- Finalmente es necesario que la devoción a la Pasión de Cristo lleve a los fieles
a una participación plena y consciente en la Eucaristía, en la que se da como
alimento el cuerpo de Cristo, ofrecido en sacrificio por nosotros (cfr. 1 Cor 11,24);
y se da como bebida la sangre de Jesús, derramada en la cruz para la nueva y
eterna Alianza, y para la remisión de todos los pecados. Esta participación tiene
su momento más alto y significativo en la celebración del Triduo pascual,
culminación del Año litúrgico, y en la celebración dominical de los sagrados
Misterios.


La Iglesia, comunidad cultual
81. La Iglesia, "pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo" es una comunidad de culto. Por voluntad de su Señor y Fundador, realiza
numerosas acciones rituales que tiene como objetivo la gloria de Dios y la
santificación del hombre, y que son todas, de distinto modo y en diverso grado,
celebraciones del Misterio pascual de Cristo, orientadas a realizar la voluntad de
Dios de reunir a los hijos dispersos en la unidad de un solo pueblo.
En las diversas acciones rituales, la Iglesia anuncia el Evangelio de la salvación
y proclama la Muerte y Resurrección de Cristo, realizando a través de los signos
su obra de salvación. En la Eucaristía celebra el memorial de la santa Pasión, de
la gloriosa Resurrección y de la admirable Ascensión, y en los otros sacramentos
obtiene otros dones del Espíritu que brotan de la Cruz del Salvador. La Iglesia
glorifica al Padre con salmos e himnos por las maravillas que ha realizado en la
Muerte y en la Exaltación de Cristo su Hijo, y le suplica que el misterio salvífico
de la Pascua llegue a todos los hombres; en los sacramentales, instituidos para
socorrer a los fieles en diversas situaciones y necesidades, suplica al Señor para
que toda su actividad esté sostenida e iluminada por el Espíritu de la Pascua.
82. Sin embargo, en la celebración de la Liturgia no se agota la misión de la
Iglesia por lo que se refiere al culto divino. Los discípulos de Cristo, según el
ejemplo y la enseñanza del Maestro, rezan también en lo escondido de su
morada (cfr. Mt 6,6); se reúnen a rezar según formas establecidas por hombres y
mujeres de gran experiencia religiosa, que han percibido los anhelos de los fieles
y han orientado su piedad hacia aspectos particulares del misterio de Cristo;
rezan de unas formas determinadas, que han surgido de una manera
prácticamente anónima desde el fondo de la conciencia colectiva cristiana, en las
cuales las exigencias de la cultura popular se armonizan con los datos
esenciales del mensaje evangélico.
83. Las formas auténticas de la piedad popular son también fruto del Espíritu
Santo y se deben considerar como expresiones de la piedad de la Iglesia: porque
son realizadas por los fieles que viven en comunión con la Iglesia, adheridos a su
fe y respetando la disciplina eclesiástica del culto; porque no pocas de dichas
expresiones han sido explícitamente aprobadas y recomendadas por la misma
Iglesia.
84. En cuanto expresión de la piedad eclesial, la piedad popular está sometida a
las leyes generales del culto cristiano y a la autoridad pastoral de la Iglesia, que
ejerce sobre ella la acción de discernir y declarar auténtico, y la renueva al
ponerla en contacto con la Palabra revelada, la tradición y la misma Liturgia, un
contacto que resulta fecundo.
Es necesario, por otra parte, que las expresiones de la piedad popular estén
siempre iluminadas por el "principio eclesiológico" del culto cristiano. Esto
permitirá a la piedad popular:
- tener una visión correcta de las relaciones entre la Iglesia particular y la Iglesia
universal; la piedad popular suele centrarse en los valores locales, con el riesgo
de cerrarse a los valores universales y a las perspectivas eclesiológicas;
- situar la veneración de la Virgen Santísima, de los Ángeles, de los Santos y
Beatos, y el sufragio por los difuntos, en el amplio campo de la Comunión de los
Santos y dentro de las relaciones existentes entre la Iglesia celeste y la Iglesia
que todavía peregrina en la tierra;
- comprender de modo fecundo la relación entre ministerio y carisma; el primero,
necesario en las expresiones del culto litúrgico; el segundo, frecuente en las
manifestaciones de la piedad popular.
Sacerdocio común y piedad popular
85. Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana el fiel entra a formar parte
de la Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, al que corresponde dar culto a
Dios en espíritu y en verdad (cfr. Jn 4,23). Este pueblo ejerce dicho sacerdocio
por Cristo en el Espíritu Santo, no sólo en ámbito litúrgico, especialmente en la
celebración de la Eucaristía, sino también en otras expresiones de la vida
cristiana, entre las que se cuentan las manifestaciones de la piedad popular. El
Espíritu Santo le confiere la capacidad de ofrecer sacrificios de alabanza a Dios,
de elevar oraciones y súplicas y, ante todo, de convertir la propia vida en un
"sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (Rom 12,1; cfr. Heb 12,28).
86. Desde este fundamento sacerdotal, la piedad popular ayuda a los fieles a
perseverar en la oración y en la alabanza a Dios Padre, a dar testimonio de
Cristo (cfr. Hech 2,42-47) y, manteniendo la vigilante espera de su venida
gloriosa, da razón, en el Espíritu Santo, de la esperanza de la vida eterna (cfr. 1
Pe 3,15); y mientras conserva aspectos significativos del propio contexto cultural,
expresa los valores de eclesialidad que caracterizan, en diverso modo y grado,
todo lo que nace y se desarrolla en el Cuerpo místico de Cristo.
Palabra de Dios y piedad popular
87. La Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, custodiada y
propuesta por el Magisterio de la Iglesia, celebrada en la Liturgia, es un
instrumento privilegiado e insustituible de la acción del Espíritu en la vida cultual
de los fieles.
Como en la escucha de la Palabra de Dios se edifica y crece la Iglesia, el pueblo
cristiano debe adquirir familiaridad con la Sagrada Escritura y llenarse de su
espíritu, para traducir en formas adecuadas y conformes a los datos de la fe, el
sentido de piedad y devoción que brota del contacto con el Dios que salva,
regenera y santifica.
En las palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará una fuente inagotable
de inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas propuestas de
diversos temas. Además, la referencia constante a la Sagrada Escritura
constituirá un índice y un criterio, para moderar la exuberancia con la que no
raras veces se manifiesta el sentimiento religioso popular, dando lugar a
expresiones ambiguas y en ocasiones incluso incorrectas.
88. Pero "la lectura de la Sagrada Escritura debe estar acompañada de la
oración, para que pueda realizarse el diálogo entre Dios y el hombre"; por lo
tanto, es muy recomendable que las diversas formas con las que se expresa la
piedad popular procuren, en general, que haya textos bíblicos, oportunamente
elegidos y debidamente comentados.
89. Para este fin ayudará el modelo que ofrecen las celebraciones litúrgicas,
donde la Sagrada Escritura tiene un papel constitutivo, propuesta de maneras
diversas, según los tipos de celebración. Sin embargo, como a las expresiones
de la piedad popular se les reconoce una legítima variedad de forma y de
organización, no es necesario que en ellas la disposición de las lecturas bíblicas
sea un calco de las estructuras rituales con las que la Liturgia proclama la
Palabra de Dios.
El modelo litúrgico constituirá, en cualquier caso, para la piedad popular, una
especie de garantía de una correcta escala de valores, en la cual el primer lugar
le corresponde a la actitud de escucha de Dios que habla; enseñará a descubrir
la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y a interpretar el uno a la luz
del otro; presentará soluciones, avaladas por una experiencia secular, para
actualizar de manera concreta el mensaje bíblico y ofrecerá un criterio válido
para valorar la autenticidad de la oración.
En la elección de los textos es deseable que se recurra a pasajes breves, fáciles
de memorizar, incisivos, fáciles de comprender aunque resulten difíciles de llevar
a la práctica. Por lo demás, algunos ejercicios de piedad, como el Vía Crucis y el
Rosario, favorecen el conocimiento de la Escritura: al vincular directamente los
episodios evangélicos de la vida de Jesús a gestos y oraciones aprendidas de
memoria, se recuerdan con mayor facilidad.
Piedad popular y revelaciones privadas
90. Desde siempre, y en todas partes, la religiosidad popular se ha interesado en
fenómenos y hechos extraordinarios, con frecuencia relacionados con
revelaciones privadas. Aunque no se pueden circunscribir al ámbito de la piedad
mariana, en esta especialmente se dan las "apariciones" y los consiguientes
"mensajes". En este sentido recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: "A lo
largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las
cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo,
no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar"
la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en
una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de
los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones
constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia" (n.67).


Enculturación y piedad popular
91. La piedad popular está caracterizada, naturalmente, por el sentimiento propio
de una época de la historia y de una cultura. Una muestra de esto es la variedad
de expresiones que la constituyen, florecidas y afirmadas en las diversas Iglesias
particulares en el transcurso del tiempo, signo del enraizarse de la fe en el
corazón de los diversos pueblos y de su entrada en el ámbito de lo cotidiano.
Realmente "la religiosidad popular es la primera y fundamental forma de
"enculturación" de la fe, que se debe dejar orientar continuamente y guiar por las
indicaciones de la Liturgia, pero que a su vez fecunda la fe desde el corazón". El
encuentro entre el dinamismo innovador del mensaje del Evangelio y los diversos
componentes de una cultura es algo que está atestiguado en la piedad popular.
92. El proceso de adaptación o de enculturación de un ejercicio de piedad no
debería presentar dificultades por lo que se refiere al lenguaje, a las expresiones
musicales y artísticas y al uso de gestos y posturas del cuerpo. Los ejercicios de
piedad, por una parte no conciernen a aspectos esenciales de la vida
sacramental y por otra son, en muchos casos, de origen popular, nacidos del
pueblo, formulados con su lenguaje y situados en el marco de la fe católica.
Sin embargo, el hecho de que los ejercicios de piedad y las prácticas de
devoción sean expresión del sentir del pueblo, no autoriza a actuar en esta
materia de modo subjetivo y con personalismo. Manteniendo la competencia
propia del Ordinario del lugar o de los Superiores Mayores – si se trata de
devociones vinculadas a Órdenes religiosas -, cuando se trata de ejercicios de
piedad que afectan a toda una nación o a una amplia región, conviene que se
pronuncie la Conferencia de Obispos.
Es preciso una gran atención y un profundo sentido de discernimiento para
impedir que, a través de las diversas formas del lenguaje, se insinúen en los
ejercicios de piedad nociones contrarias a la fe cristiana o se abra la puerta a
expresiones contaminadas por el sincretismo.
En particular es necesario que el ejercicio de piedad, objeto de un proceso de
adaptación o de enculturación, conserve su identidad profunda y su fisonomía
esencial. Esto requiere que se mantenga reconocible su origen histórico y las
líneas doctrinales y cultuales que lo caracterizan.
En lo referente al empleo de formas de piedad popular en el proceso de
enculturación de la Liturgia, hay que remitirse a la Instrucción de este Dicasterio
sobre el tema en cuestión.

 

PARTE SEGUNDA
ORIENTACIONES
PARA
ARMONIZAR LA PIEDAD POPULAR
Y LA LITURGIA


Premisa
93. Como ayuda para concretar en la acción pastoral lo que se ha expuesto más arriba, se
ofrecen algunas orientaciones sobre la necesaria relación entre la piedad popular y la Liturgia,
de manera que la acción pastoral resulte armónica y provechosa. Al mencionar los ejercicios y
prácticas de piedad más extendidos, no se pretende hacer un elenco exhaustivo ni abarcar
todas y cada una de las manifestaciones de carácter local. También se encuentran, dispersas,
indicaciones sobre la pastoral litúrgica, dada la afinidad de la materia en estos campos, en los
que las fronteras no están delimitadas rigurosamente.
La exposición se articula en cinco capítulos:
- el cuarto, sobre el Año litúrgico, desde el punto de vista de la deseable armonización entre
sus celebraciones y las manifestaciones de la piedad popular;
- el quinto, sobre la veneración de la santa Madre del Señor, que ocupa un puesto singular
tanto en la sagrada Liturgia como en la piedad popular:
- el sexto, sobre el culto de los Santos y Beatos, que ocupa también un amplio espacio en la
Liturgia y en la devoción de los fieles;
- el séptimo, sobre el sufragio por los difuntos, que aparece con frecuencia en las diversas
expresiones de la vida cultual de la Iglesia;
- el octavo, sobre los santuarios y peregrinaciones, lugares significativos y expresiones
características de la piedad popular, que tienen no pocas repercusiones de orden litúrgico.
Aunque se hace referencia a situaciones muy distintas y a ejercicios de piedad de índole y
naturaleza diversa, el texto formula sus propuestas respetando siempre unos presupuestos
fundamentales: la superioridad de la Liturgia sobre otras expresiones cultuales; la dignidad y
la legitimidad de la piedad popular; la necesidad pastoral de evitar cualquier clase de
contraposición entre la Liturgia y la piedad popular, así como de no confundir ambas
expresiones, dando lugar a celebraciones híbridas.
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Capítulo IV
AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD POPULAR
94. El Año litúrgico es la estructura temporal en la que la Iglesia celebra todo el misterio de
Cristo: "desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, al día de Pentecostés, y a la
expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor".
En el Año litúrgico "la celebración del misterio pascual tiene la máxima importancia en el
culto cristiano y se explicita a lo largo de los días, las semanas y en el curso de todo el año".
De aquí se sigue que, en la relación entre Liturgia y piedad popular, la prioridad de la
celebración del Año litúrgico sobre cualquier otra expresión y práctica de devoción es un
elemento fundamental e imprescindible.

El Domingo
95. El "día del Señor", en cuanto "fiesta primordial" y "el fundamento y el núcleo de todo el
año litúrgico", no se puede subordinar a las manifestaciones de la piedad popular. No es
cuestión, por lo tanto, de insistir en aquellos ejercicios de piedad para cuya realización se elige
el domingo como punto de referencia temporal.
Por el bien pastoral de los fieles es lícito que en los domingos del "tiempo ordinario" tengan
lugar aquellas celebraciones del Señor, en honor de la Virgen María o de los Santos, que se
celebran durante la semana y son especialmente valoradas por la piedad de los fieles, ya que
en el elenco de precedencias tienen preeminencia sobre el mismo domingo.
Puesto que, a veces, las tradiciones populares y culturales corren el riesgo de invadir la
celebración del domingo, adulterando su espíritu cristiano, "en estos casos conviene
clarificarlo, con la catequesis y oportunas intervenciones pastorales, rechazando todo lo que es
inconciliable con el Evangelio de Cristo. Sin embargo es necesario recordar que a menudo
estas tradiciones —y esto es válido análogamente para las nuevas propuestas culturales de la
sociedad civil— tienen valores que se adecuan sin dificultad a las exigencias de la fe. Es deber
de los Pastores actuar con discernimiento para salvar los valores presentes en la cultura de un
determinado contexto social y sobre todo en la religiosidad popular, de modo que la
celebración litúrgica, principalmente la de los domingos y fiestas, no sea perjudicada, sino que
más bien sea potenciada".

En el tiempo de Adviento
96. El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
- espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal;
espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal;
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- conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los
profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios, porque está cerca el reino de los cielos"
(Mt 3,2);
- esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8,24-25) y las
realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la
promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque
le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2)
97. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la
preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la
conciencia de la larga espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios
mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías.
A la piedad popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento
extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de una mujer virgen,
pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María
tuvo que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un
lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).
Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que alientan
la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra, la conciencia de algunos
valores de este tiempo litúrgico.


La Corona de Adviento
98. La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre
todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido en un símbolo del
Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras
domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de
la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la
espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
Las Procesiones de Adviento
99. En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son
un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la "clara estrella"
en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén,
y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las "posadas" de la tradición
española y latinoamericana).


Las "Témporas de invierno"
100. En el hemisferio norte, en el tiempo de Adviento se celebran las "témporas de invierno".
Indican el paso de una estación a otra y son un momento de descanso en algunos campos de la
actividad humana. La piedad popular está muy atenta al desarrollo del ciclo vital de la
naturaleza: mientras se celebran las "témporas de invierno", las semillas se encuentran
enterradas, en espera de que la luz y el calor del sol, que precisamente en el solsticio de
invierno vuelve a comenzar su ciclo, las haga germinar.
Donde la piedad popular haya establecido expresiones celebrativas del cambio de estación,
consérvense y valórense como tiempo de súplica al Señor y de meditación sobre el significado
del trabajo humano, que es colaboración con la obra creadora de Dios, realización de la
persona, servicio al bien común, actualización del plan de la Redención.


La Virgen María en el Adviento
101. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a
la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía
de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e
inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de
gracia que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el
tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera
inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la
Navidad.
Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto de
la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un "mes de
María".
En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio de la
manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los misterios de la NavidadEpifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra
la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el
Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio
de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes
de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es,
Anunciación, para subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos
prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.
102. La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles,
da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena
de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y
sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien
con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda
profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos que
partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de Gabriel a la "llena de
gracia" (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
Acompañada por múltiples manifestaciones populares, en el Continente Americano se celebra,
al acercarse la Navidad, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de Diciembre), que
acrecienta en buena medida la disposición para recibir al Salvador: María "unida íntimamente
al nacimiento de la Iglesia en América, fue la Estrella radiante que iluminó el anunció de
Cristo Salvador a los hijos de estos pueblos".


La Novena de Navidad
103. La Novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a la
cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una función valiosa y la
puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros días, en los que se ha facilitado la
participación del pueblo en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23
de Diciembre se solemnizara la celebración de las Vísperas con las "antífonas mayores" y se
invitara a participar a los fieles. Esta celebración, antes o después de la cual podrían tener
lugar algunos de los elementos especialmente queridos por la piedad popular, sería una
excelente "novena de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a las exigencias de la piedad
popular. En la celebración de las Vísperas se pueden desarrollar algunos elementos, tal como
está previsto (p. ej. homilía, uso del incienso, adaptación de las preces).
El Nacimiento
104. Como es bien sabido, además de las representaciones del pesebre de Belén, que existían
desde la antigüedad en las iglesias, a partir del siglo XIII se difundió la costumbre de preparar
pequeños nacimientos en las habitaciones de la casa, sin duda por influencia del "nacimiento"
construido en Greccio por San Francisco de Asís, en el año 1223. La preparación de los
mismos (en la cual participan especialmente los niños) se convierte en una ocasión para que
los miembros de la familia entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se
recojan en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al episodio del
nacimiento de Jesús.


La piedad popular y el espíritu del Adviento
105. La piedad popular, a causa de su comprensión intuitiva del misterio cristiano, puede
contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los valores del Adviento, amenazados por la
costumbre de convertir la preparación a la Navidad en una "operación comercial", llena de
propuestas vacías, procedentes de una sociedad consumista.
La piedad popular percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de Señor si no es en un
clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una actitud de solidaridad para con los pobres
y marginados; la espera del nacimiento del Salvador la hace sensible al valor de la vida y al
deber de respetarla y protegerla desde su concepción; intuye también que no se puede celebrar
con coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21) sin un
esfuerzo para eliminar de sí el mal del pecado, viviendo en la vigilante espera del que volverá
al final de los tiempos.

En el tiempo de Navidad
106. En el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la manifestación del Señor: su
humilde nacimiento en Belén, anunciado a los pastores, primicia de Israel que acoge al
Salvador; la manifestación a los Magos, "venidos de Oriente" (Mt 2,1), primicia de los
gentiles, que en Jesús recién nacido reconocen y adoran al Cristo Mesías; la teofanía en el río
Jordán, donde Jesús fue proclamado por el Padre "hijo predilecto" (Mt 3,17) y comienza
públicamente su ministerio mesiánico; el signo realizado en Caná, con el que Jesús "manifestó
su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11).
107. Durante el tiempo navideño, además de estas celebraciones, que muestran su sentido
esencial, tienen lugar otras que están íntimamente relacionadas con el misterio de la
manifestación del Señor: el martirio de los Santos Inocentes (28 de Diciembre), cuya sangre
fue derramada a causa del odio a Jesús y del rechazo de su reino por parte de Herodes; la
memoria del Nombre de Jesús, el 3 de Enero; la fiesta de la Sagrada Familia (domingo dentro
de la octava), en la que se celebra el santo núcleo familiar en el que "Jesús crecía en sabiduría,
edad y gracia ante Dios y antes los hombres" (Lc 2, 52); la solemnidad del 1 de Enero,
memoria importante de la maternidad divina, virginal y salvífica de María; y, aunque fuera ya
de los límites del tiempo navideño, la fiesta de la Presentación del Señor (2 de Febrero),
celebración del encuentro del Mesías con su pueblo, representado en Simeón y Ana, y ocasión
de la profecía mesiánica de Simeón.
108. Gran parte del rico y complejo misterio de la manifestación del Señor encuentra amplio
eco y expresiones propias en la piedad popular. Esta muestra una atención particular a los
acontecimientos de la infancia del Salvador, en los que se ha manifestado su amor por
nosotros. La piedad popular capta de un modo intuitivo:
- el valor de la "espiritualidad del don", propia de la Navidad: "un niño nos ha nacido, un hijo
se nos ha dado" (Is 9,5), don que es expresión del amor infinito de Dios que "tanto amó al
mundo que nos ha dado a su Hijo único" (Jn 3,16);
- el mensaje de solidaridad que conlleva el acontecimiento de Navidad: solidaridad con el
hombre pecador, por el cual, en Jesús, Dios se ha hecho hombre "por nosotros los hombres y
por nuestra salvación"; solidaridad con los pobres, porque el Hijo de Dios "siendo rico se ha
hecho pobre" para enriquecernos "por medio de su pobreza" (2 Cor 8,9);
- el valor sagrado de la vida y el acontecimiento maravilloso que se realiza en el parto de toda
mujer, porque mediante el parto de María, el Verbo de la vida ha venido a los hombres y se ha
hecho visible (cfr. 1 Jn 1,2);
- el valor de la alegría y de la paz mesiánicas, aspiraciones profundas de los hombres de todos
los tiempos: los Ángeles anuncian a los pastores que ha nacido el Salvador del mundo, el
"Príncipe de la paz" (Is 9,5) y expresan el deseo de "paz en la tierra a los hombres que ama
Dios" (Lc 2,14);
- el clima de sencillez, y de pobreza, de humildad y de confianza en Dios, que envuelve los
acontecimientos del nacimiento del niño Jesús.
La piedad popular, precisamente porque intuye los valores que se esconden en el misterio de
la Navidad, está llamada a cooperar para salvaguardar la memoria de la manifestación del
Señor, de modo que la fuerte tradición religiosa vinculada a la Navidad no se convierta en
terreno abonado para el consumismo ni para la infiltración del neopaganismo.
La Noche de Navidad
109. En el tiempo que discurre entre las primeras Vísperas de Navidad y la celebración
eucarística de media noche, junto con la tradición de los villancicos, que son instrumentos
muy poderosos para transmitir el mensaje de alegría y paz de Navidad, la piedad popular
propone algunas de sus expresiones de oración, distintas según los países, que es oportuno
valorar y, si es preciso, armonizar con las celebraciones de la Liturgia. Se pueden presentar,
por ejemplo:
- los "nacimientos vivientes", la inauguración del nacimiento doméstico, que puede dar lugar a
una ocasión de oración de toda la familia: oración que incluya la lectura de la narración del
nacimiento de Jesús según San Lucas, en la cual resuenen los cantos típicos de la Navidad y se
eleven las súplicas y las alabanzas, sobre todo las de los niños, protagonistas de este encuentro
familiar;
- la inauguración del árbol de Navidad. También se presta a una acto de oración familiar
semejante al anterior. Independientemente de su origen histórico, el árbol de Navidad es hoy
un signo fuertemente evocador, bastante extendido en los ambientes cristianos; evoca tanto el
árbol de la vida, plantado en el jardín del Edén (cfr. Gn 2,9), como el árbol de la cruz, y
adquiere así un significado cristológico: Cristo es el verdadero árbol de la vida, nacido de
nuestro linaje, de la tierra virgen Santa María, árbol siempre verde, fecundo en frutos. El
adorno cristiano del árbol, según los evangelizadores de los países nórdicos, consta de
manzanas y dulces que cuelgan de sus ramos. Se pueden añadir otros "dones"; sin embargo,
entre los regalos colocados bajo el árbol de Navidad no deberían faltar los regalos para los
pobres: ellos forman parte de toda familia cristiana;
- la cena de Navidad. La familia cristiana que todos los días, según la tradición, bendice la
mesa y da gracias al Señor por el don de los alimentos, realizará este gesto con mayor
intensidad y atención en la cena de Navidad, en la que se manifiestan con toda su fuerza la
firmeza y la alegría de los vínculos familiares.
110. La Iglesia desea que todos los fieles participen en la noche del 24 de Diciembre, a ser
posible, en el Oficio de Lecturas, como preparación inmediata a la celebración de la Eucaristía
de media noche. Donde esto no se haga, puede ser oportuno preparar una vigilia con cantos,
lecturas y elementos de la piedad popular, inspirándose en dicho oficio.
111. En la Misa de media noche, que tiene un gran sentido litúrgico y goza del aprecio
popular, se podrán destacar:
- al comienzo de la Misa, el canto del anuncio del nacimiento del Señor, con la fórmula del
Martirologio Romano;
- la oración de los fieles deberá asumir un carácter verdaderamente universal, incluso, donde
sea oportuno, con el empleo de varios idiomas como un signo; y en la presentación de los
dones para el ofertorio siempre habrá un recuerdo concreto de los pobres;
- al final de la celebración podrá tener lugar el beso de la imagen del Niño Jesús por parte de
los fieles, y la colocación de la misma en el nacimiento que se haya puesto en la iglesia o en
algún lugar cercano.


La fiesta de la Sagrada Familia
112. La fiesta de la Sagrada Familia, Jesús, María y José (Domingo en la octava de Navidad)
ofrece un ámbito celebrativo apropiado para el desarrollo de algunos ritos o momentos de
oración, propios de la familia cristiana.
El recuerdo de José, de María y del niño Jesús, que se dirigen a Jerusalén, como toda familia
hebrea observante, para realizar los ritos de la Pascua (cfr. Lc 2,41-42), animará a que toda la
familia acepte la invitación a participar unida, ese día, en la Eucaristía. Y resultaría muy
significativo que la familia se encomendase nuevamente al patrocinio de la Sagrada Familia
de Nazaret, la bendición de los hijos, prevista en el Ritual, y donde sea oportuno, la
renovación de las promesas matrimoniales asumidas por los esposos, convertidos ya en
padres, en el día de su matrimonio, así como las promesas de los desposorios con las que los
novios formalizan su proyecto de fundar en el futuro una nueva familia.
Pero más allá del día de la fiesta, a los fieles les agrada recurrir a la Sagrada Familia de
Nazaret en muchas circunstancias de la vida: se inscriben con gusto en las Asociaciones de la
Sagrada Familia, para configurar su propio núcleo familiar según el modelo de la Familia de
Nazaret, y dirigen a la misma jaculatorias frecuentes, mediante las que se encomiendan a su
patrocinio y piden la asistencia para el momento de la muerte.
La fiesta de los Santos Inocentes
113. Desde el final del siglo VI, la Iglesia celebra el 28 de Diciembre la memoria de los niños
a los que mató el ciego furor de Herodes por causa de Jesús (cfr. Mt 2,16-17). La tradición
litúrgica los llama "Santos Inocentes" y los considera mártires. A lo largo de los siglos, en el
arte, en la poesía y en la piedad popular, los sentimientos de ternura y de simpatía han rodeado
la memoria de este "pequeño rebaño de corderos inmolados"; a estos sentimientos se ha unido
siempre la indignación por la violencia con que fueron arrancados de las manos de sus madres
y entregados a la muerte.
En nuestros días los niños padecen todavía innumerables formas de violencia, que atentan
contra su vida, dignidad, moralidad y derecho a la educación. Hay que tener presente en este
día la innumerable multitud de niños no nacidos y asesinados al amparo de las leyes que
permiten el aborto, un crimen abominable. La piedad popular, atenta a los problemas
concretos, en no pocos lugares ha dado vida a manifestaciones de culto y a formas de caridad
como la asistencia a las madres embarazadas, la adopción de los niños e impulsar su
educación.


El 31 de Diciembre
114. De la piedad popular provienen algunos ejercicios de piedad característicos del 31 de
Diciembre. Este día se celebra, en la mayor parte de los países de Occidente, el final del año
civil. La ocasión invita a los fieles a reflexionar sobre el "misterio del tiempo", que corre
veloz e inexorable. Esto suscita en su espíritu un doble sentimiento: arrepentimiento y pesar
por las culpas cometidas y por las ocasiones de gracia perdidas durante el año que llega a su
fin; agradecimiento por los beneficios recibidos de Dios.
Esta doble actitud ha dado origen, respectivamente, a dos ejercicios de piedad: la exposición
prolongada del Santísimo Sacramento, que ofrece una ocasión a las comunidades religiosas y
a los fieles, para un tiempo de oración, preferentemente en silencio; al canto del Te Deum,
como expresión comunitaria de alabanza y agradecimiento por los beneficios obtenidos de
Dios en el curso del año que está a punto de terminar.
En algunos lugares, sobre todo en comunidades monásticas y en asociaciones laicales
marcadamente eucarísticas, la noche del 31 de Diciembre tiene lugar una vigilia de oración
que se suele concluir con la celebración de la Eucaristía. Se debe alentar esta vigilia, y su
celebración tiene que estar en armonía con los contenidos litúrgicos de la Octava de la
Navidad, vivida no sólo como una reacción justificada ante la despreocupación y disipación
con la que la sociedad vive el paso de una año a otro, sino como ofrenda vigilante al Señor, de
las primicias del nuevo año.


La solemnidad de santa María, Madre de Dios
115. El 1 de Enero, Octava de la Navidad, la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María,
Madre de Dios. La maternidad divina y virginal de María constituye un acontecimiento
salvífico singular: para la Virgen fue presupuesto y causa de su gloria extraordinaria; para
nosotros es fuente de gracia y de salvación, porque "por medio de ella hemos recibido al
Autor de la vida".
La solemnidad del 1 de Enero, eminentemente mariana, ofrece un espacio particularmente
apto para el encuentro entre la piedad litúrgica y la piedad popular: la primera celebra este
acontecimiento con las formas que le son propias; la segunda, si está formada de manera
adecuada, no dejará de dar vida a expresiones de alabanza y felicitación a la Virgen por el
nacimiento de su Hijo divino, y de profundizar en el contenido de tantas formulas de oración,
comenzando por la que resulta tan entrañable a los fieles: "Santa María, Madre de Dios, ruega
por nosotros, pecadores".
116. En Occidente el 1 de Enero es un día para felicitarse: es el inicio del año civil. Los fieles
están envueltos en el clima festivo del comienzo del año y se intercambian, con todos, los
deseos de "Feliz año". Sin embargo, deben saber dar a esta costumbre un sentido cristiano, y
hacer de ella casi una expresión de piedad. Los fieles saben que "el año nuevo" está bajo el
señorío de Cristo y por eso, al intercambiarse las felicitaciones y deseos, lo ponen, implícita o
explícitamente, bajo el dominio de Cristo, a quien pertenecen los días y los siglos eternos (cfr.
Ap 1,8; 22,13).
Con esta conciencia se relaciona la costumbre, bastante extendida, de cantar el 1 de Enero el
himno Veni, creator Spiritus, para que el Espíritu del Señor dirija los pensamientos y las
acciones de todos y cada uno de los fieles y de las comunidades cristianas durante todo el año.
117. Entre los buenos deseos, con los que hombres y mujeres se saludan el 1 de Enero, destaca
el de la paz. El "deseo de paz" tiene profundas raíces bíblicas, cristológicas y navideñas; los
hombres de todos los tiempos invocan el "bien de la paz" , aunque atentan contra el
frecuentemente, y en el modo más violento y destructor: con la guerra.
La Sede Apostólica, partícipe de las aspiraciones profundas de los pueblos, desde el 1967, ha
señalado para el 1 de Enero la celebración de la "Jornada mundial de la paz".
La piedad popular no ha permanecido insensible ante esta iniciativa de la Sede Apostólica y, a
la luz del Príncipe de la paz recién nacido, convierte este día en un momento importante de
oración por la paz, de educación en la paz y en los valores que están indisolublemente unidos
a la misma, como la libertad, la solidaridad y la fraternidad, la dignidad de la persona humana,
el respeto de la naturaleza, el derecho al trabajo y el carácter sagrado de la vida, y de denuncia
de situaciones injustas, que turban las conciencias y amenazan la paz.
La solemnidad de la Epifanía del Señor
118. En torno a la solemnidad de la Epifanía, que tiene un origen muy antiguo y un contenido
muy rico, han nacido y se han desarrollado muchas tradiciones y expresiones genuinas de
piedad popular. Entre estas se pueden recordar:
- el solemne anuncio de la Pascua y de las fiestas principales del año; la recuperación de este
anuncio, que se está realizando en diversos lugares, se debe favorecer, pues ayuda a los fieles
a descubrir la relación entre la Epifanía y la Pascua, y la orientación de todas las fiestas hacia
la mayor de las solemnidades cristianas;
- el intercambio de "regalos de Reyes"; esta costumbre tiene sus raíces en el episodio
evangélico de los dones ofrecidos por los Magos al niño Jesús (cfr. Mt 2,11), y en un sentido
más radical, en el don que Dios Padre ha concedido a la humanidad con el nacimiento entre
nosotros del Enmanuel (cfr. Is 7,14; 9,6; Mt 1,23). Es deseable que el intercambio de regalos
con ocasión de la Epifanía mantenga un carácter religioso, muestre que su motivación última
se encuentra en la narración evangélica: esto ayudará a convertir el regalo en una expresión de
piedad cristiana y a sacarlo de los condicionamientos de lujo, ostentación y despilfarro, que
son ajenos a sus orígenes;
- la bendición de las casas, sobre cuyas puertas se traza la cruz del Señor, el número del año
comenzado, las letras iniciales de los nombres tradicionales de los santos Magos (C+M+B)
[en algunas lenguas], explicadas también como siglas de "Christus mansinem benedicat",
escritas con una tiza bendecida; estos gestos, realizados por grupos de niños acompañados de
adultos, expresan la invocación de la bendición de Cristo por intercesión de los santos Magos
y a la vez son una ocasión para recoger ofrendas que se dedican a fines misioneros y de
caridad;
- las iniciativas de solidaridad a favor de hombres y mujeres que, como los Magos, vienen de
regiones lejanas; respecto a ellos, sean o no cristianos, la piedad popular adopta una actitud de
comprensión acogedora y de solidaridad efectiva;
- la ayuda a la evangelización de los pueblos; el fuerte carácter misionero de la Epifanía ha
sido percibido por la piedad popular, por lo cual, en este día tienen lugar iniciativas a favor de
las misiones, especialmente las vinculadas a la "Obra misionera de la Santa Infancia",
instituida por la Sede Apostólica;
- la designación de Santos Patronos; en no pocas comunidades religiosas y cofradías existe la
costumbre de asignar a cada uno de los miembros un Santo bajo cuyo patrocinio se pone el
año recién comenzado


La fiesta del Bautismo del Señor
119. Los misterios del Bautismo del Señor y de su manifestación en las bodas de Caná están
estrechamente ligados con el acontecimiento salvífico de la Epifanía.
La fiesta del Bautismo del Señor concluye el Tiempo de navidad. Esta fiesta, revalorizada en
nuestros días, no ha dado origen a especiales manifestaciones de la piedad popular. Sin
embargo, para que los fieles sean sensibles a lo referente al Bautismo y a la memoria de su
nacimiento como hijos de Dios, esta fiesta puede constituir un momento oportuno para
iniciativas eficaces, como: el uso del Rito de la aspersión dominical con el agua bendita en
todas las misas que se celebran con asistencia del pueblo; centrar la homilía y la catequesis en
los temas y símbolos bautismales.


La fiesta de la Presentación del Señor
120. Hasta el 1969 la antigua fiesta del 2 de Febrero, de origen oriental, recibía en Occidente
el título de "Purificación de Santa María Virgen", y concluía, cuarenta días después de
Navidad, el ciclo de navidad.
Esta fiesta siempre ha tenido un marcado carácter popular. Los fieles, de hecho:
- asisten con gusto a la procesión conmemorativa de la entrada de Jesús en el Templo y de su
encuentro, ante todo con Dios Padre, en cuya morada entra por primera vez, después con
Simeón y Ana. Esta procesión, que en Occidente había sustituido a los cortejos paganos
licenciosos y que era de tipo penitencial, posteriormente se caracterizó por la bendición de las
candelas, que se llevaban encendidas durante la procesión, en honor de Cristo "luz para
alumbrar a las naciones" (Lc 2,32);
- son sensibles al gesto realizado por la Virgen María, que presenta a su Hijo en el Templo y
se somete, según el rito de la Ley de Moisés (cfr. Lv 12,1-8), al rito de la purificación; en la
piedad popular el episodio de la purificación se ha visto como una muestra de la humildad de
la Virgen, por lo cual, la fiesta del 2 de Febrero es considerada con frecuencia la fiesta de los
que realizan los servicios más humildes en la Iglesia.
121. La piedad popular es sensible al acontecimiento, providencial y misterioso, de la
concepción y del nacimiento de una vida nueva. En particular las madres cristianas advierten
la relación que existe, a pesar de las notables diferencias – la concepción y el parto de María
son hechos únicos – entre la maternidad de la Virgen, la purísima, madre de la Cabeza del
Cuerpo Místico, y su maternidad: ellas también son madres según el plan de Dios, pues han
generado los futuros miembros del mismo Cuerpo Místico. En esta intuición, y como imitando
el rito realizado por María (cfr. Lc 2,22-24), tenía origen el rito de la purificación de la que
había dado a luz, algunos de cuyos elementos reflejaban una visión negativa de lo relacionado
con el parto
En el actual Rituale Romanum está prevista una bendición para la madre, tanto antes del parto
como después del parto, esta última sólo en el caso de que la madre no haya podido participar
en el bautismo del hijo.
Sin embargo, es muy oportuno que la madre y sus parientes, al pedir esta bendición, se
adapten a las características de la oración de la Iglesia: comunión de fe y de caridad en la
oración, para que llegue a su feliz cumplimiento el tiempo de espera (bendición antes del
parto) y para dar gracias a Dios por el don recibido (bendición después del parto).
122. En algunas Iglesias locales se valoran de modo especial algunos elementos del relato
evangélico de la fiesta de la Presentación del Señor (Lc 2,22-40), como la obediencia de José
y María a la Ley del Señor, la pobreza de los santos esposos, la condición virginal de la Madre
de Jesús, lo que ha aconsejado convertir, también, el 2 de Febrero en la fiesta de los que se
dedican al servicio del Señor y de los hermanos, en las diversas formas de vida consagrada.
123. La fiesta del 2 de Febrero conserva un carácter popular. Sin embargo es necesario que
responda verdaderamente al sentido auténtico de la fiesta. No resultaría adecuado que la
piedad popular, al celebrar la Presentación del Señor, se olvidase el contenido cristológico,
que es el fundamental, para quedarse casi exclusivamente en los aspectos mariológicos; el
hecho de que deba "ser considerada ...como memoria simultánea del Hijo y de la Madre" no
autoriza semejante cambio de la perspectiva; las velas, conservadas en los hogares, deben ser
para los fieles un signo de Cristo "luz del mundo" y por lo tanto, un motivo para expresar la
fe.

En el tiempo de Cuaresma
124. La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo
de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo,
de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las "armas de la
penitencia cristiana": la oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).
En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la
Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación
entre el "sacramento de los cuarenta días" y los sacramentos de la iniciación cristiana, o el
misterio del "éxodo", presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante
de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, en la
Cuaresma los fieles concentran su atención en la Pasión y Muerte del Señor.
125. El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el
austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de
los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica,
el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad,
que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente
exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada
bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que
acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este
gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
A pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano advierte
claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia las realidades que son
verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida,
traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de
solidaridad con los que sufren y con los necesitados.
También los fieles que frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía
saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con
el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año,
preferentemente en el tiempo pascual.
126. La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la visión popular de la Cuaresma,
no impide que el tiempo de los "Cuarenta días" sea un espacio propicio para una interacción
fecunda entre Liturgia y piedad popular.
Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad popular favorece
algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas actividades apostólicas y caritativas, que
la misma Liturgia cuaresmal prevé y recomienda. La práctica del ayuno, tan característica
desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un "ejercicio" que libera voluntariamente de
las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo:
"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; cfr.
Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)


La veneración de Cristo crucificado
127. El camino cuaresmal termina con el comienzo del Triduo pascual, es decir, con la
celebración de la Misa In Cena Domini. En el Triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a
celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia para la "Adoración de la santa Cruz".
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Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a
lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima tradición cristiana es
el día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el
misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso
e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden
también el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
128. Las expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas, adquieren un
particular relieve en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz o en las que se veneran
reliquias, consideradas auténticas, del lignum Crucis. La "invención de la Cruz", acaecida
según la tradición durante la primera mitad del siglo IV, con la consiguiente difusión por todo
el mundo de fragmentos de la misma, objeto de grandísima veneración, determinó un aumento
notable del culto a la Cruz.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la
piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el beso de la cruz, la
procesión y la bendición con la cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a
ejercicios de piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se
debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la
Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son
inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios. En la fe cristiana, la
Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de las tinieblas, y por esto se la presenta adornada
con gemas y convertida en signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como
cuando se traza sobre otras personas y objetos.
129. El texto evangélico, particularmente detallado en la narración de los diversos episodios
de la Pasión, y la tendencia a especificar y a diferenciar, propia de la piedad popular, ha hecho
que los fieles dirijan su atención, también, a aspectos particulares de la Pasión de Cristo y
hayan hecho de ellos objeto de diferentes devociones: el "Ecce homo", el Cristo vilipendiado,
"con la corona de espinas y el manto de púrpura" (Jn 19,5), que Pilato muestra al pueblo; las
llagas del Señor, sobre todo la herida del costado y la sangre vivificadora que brota de allí (cfr.
Jn 19,34); los instrumentos de la Pasión, como la columna de la flagelación, la escalera del
pretorio, la corona de espinas, los clavos, la lanza de la transfixión; la sábana santa o lienza de
la deposición.
Estas expresiones de piedad, promovidas en ocasiones por personas de santidad eminente, son
legítimas. Sin embargo, para evitar una división excesiva en la contemplación del misterio de
la Cruz, será conveniente subrayar la consideración de conjunto de todo el acontecimiento de
la Pasión, conforme a la tradición bíblica y patrística.
La lectura de la Pasión del Señor
130. La Iglesia exhorta a los fieles a la lectura frecuente, de manera individual o comunitaria,
de la Palabra de Dios. Ahora bien, no hay duda de que entre las páginas de la Biblia, la
narración de la Pasión del Señor tiene un valor pastoral especial, por lo que, por ejemplo, el
Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae sugiere la lectura, en el momento de la
agonía del cristiano, de la narración de la Pasión del Señor o de alguna paso de la misma.
Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá llevar a la comunidad
cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre todo, para la lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles tanto por el contenido
como por la estructura narrativa, y suscita en ellos sentimientos de auténtica piedad:
arrepentimiento de las culpas cometidas, porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha
sucedido para remisión de los pecados de todo el género humano y también de los propios;
compasión y solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por el amor infinito
que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión para con todos los hombres,
sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de mansedumbre, paciencia, misericordia,
perdón de las ofensas y abandono confiado en las manos del Padre, que Jesús dio de modo
abundante y eficaz durante su Pasión.
Fuera de la celebración litúrgica, la lectura de la Pasión se puede "dramatizar" si es oportuno,
confiando a lectores distintos los textos correspondientes a los diversos personajes; asimismo,
se pueden intercalar cantos o momentos de silencio meditativo.


El "Vía Crucis"
131. Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del Señor, hay
pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de este ejercicio de piedad los
fieles recorren, participando con su afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús
durante su vida terrena: del Monte de los Olivos, donde en el "huerto llamado Getsemani"
(Mc 14,32) el Señor fue "presa de la angustia" (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue
crucificado entre dos malhechores (cfr. Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado en un
sepulcro nuevo, excavado en la roca (cfr. Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son los innumerables
Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en
el campo, o en la subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una
fisonomía sugestiva.
132. El Vía Crucis es la síntesis de varias devociones surgidas desde la alta Edad Media: la
peregrinación a Tierra Santa, durante la cual los fieles visitan devotamente los lugares de la
Pasión del Señor; la devoción a las "caídas de Cristo" bajo el peso de la Cruz; la devoción a
los "caminos dolorosos de Cristo", que consiste en ir en procesión de una iglesia a otra en
memoria de los recorridos de Cristo durante su Pasión; la devoción a las "estaciones de
Cristo", esto es, a los momentos en los que Jesús se detiene durante su camino al Calvario, o
porque le obligan sus verdugos o porque está agotado por la fatiga, o porque, movido por el
amor, trata de entablar un diálogo con los hombres y mujeres que asisten a su Pasión.
En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVII, el Vía Crucis,
difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio (+1751), ha sido aprobado por la
Sede Apostólica, dotado de indulgencias y consta de catorce estaciones.
133. El Vía Crucis es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino que ardía en el
pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó hasta el Calvario; es un camino amado por la
Iglesia, que ha conservado la memoria viva de las palabras y de los acontecimientos de los
último días de su Esposo y Señor.
En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas expresiones
características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la vida como camino o
peregrinación; como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria
celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la
sequela Christi, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día
su propia cruz (cfr. Lc 9,23)
Por todo esto el Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de
Cuaresma.
134. Para realizar con fruto el Vía Crucis pueden ser útiles las siguientes indicaciones:
- la forma tradicional, con sus catorce estaciones, se debe considerar como la forma típica de
este ejercicio de piedad; sin embargo, en algunas ocasiones, no se debe excluir la sustitución
de una u otra "estación" por otras que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de
Cristo, y que no se consideran en la forma tradicional;
- en todo caso, existen formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la Sede Apostólica o
usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben considerar formas auténticas del
mismo, que se pueden emplear según sea oportuno;
- el Vía Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de Cristo; sin embargo es
oportuno que concluya de manera que los fieles se abran a la expectativa, llena de fe y de
esperanza, de la Resurrección; tomando como modelo la estación de la Anastasis al final del
Vía Crucis de Jerusalén, se puede concluir el ejercicio de piedad con la memoria de la
Resurrección del Señor.
135. Los textos para el Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos por pastores
movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y convencidos de su eficacia
espiritual; otras veces tienen por autores a fieles laicos, eminentes por la santidad de vida,
doctrina o talento literario.
La selección del texto, teniendo presente las eventuales indicaciones del Obispo, se deberá
hacer considerando sobre todo las características de los que participan en el ejercicio de
piedad y el principio pastoral de combinar sabiamente la continuidad y la innovación. En todo
caso, serán preferibles los textos en los que resuenen, correctamente aplicadas, las palabras de
la Biblia, y que estén escritos con un estilo digno y sencillo.
Un desarrollo inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de manera equilibrada: palabra,
silencio, canto, movimiento procesional y parada meditativa, contribuye a que se obtengan los
frutos espirituales de este ejercicio de piedad.


El "Vía Matris"
136. Así como en el plan salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado
y la Virgen dolorosa, también los están en la Liturgia y en la piedad popular.
Como Cristo es el "hombre de dolores" (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en
"reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la
sangre de su cruz" (Col 1,20), así María es la "mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a
su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).
Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo de
que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (cfr. Lc 2,35). Sin embargo, la
piedad del pueblo cristiano ha señalado siete episodios principales en la vida dolorosa de la
Madre y los ha considerado como los "siete dolores" de Santa María Virgen.
Así, según el modelo del Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad del Vía Matris
dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por la Sede Apostólica. Desde el
siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía Matris, pero en su forma actual no es anterior al
siglo XIX. La intuición fundamental es considerar toda la vida de la Virgen, desde el anuncio
profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35) hasta la muerte y sepultura del Hijo, como un camino de
fe y de dolor: camino articulado en siete "estaciones", que corresponden a los "siete dolores"
de la Madre del Señor.
137. El ejercicio de piedad del Vía Matris se armoniza bien con algunos temas propios del
itinerario cuaresmal. Como el dolor de la Virgen tiene su causa en el rechazo que Cristo ha
sufrido por parte de los hombres, el Vía Matris remite constante y necesariamente al misterio
de Cristo, siervo sufriente del Señor (cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su propio pueblo (cfr.
Jn 1,11; Lc 2,1-7; 2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56; Hech 12,1-5). Y remite también al misterio
de la Iglesia: las estaciones del Vía Matris son etapas del camino de fe y dolor en el que la
Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta deberá recorrer hasta el final de los tiempos.
El Vía Matris tiene como máxima expresión la "Piedad", tema inagotable del arte cristiano
desde la Edad Media.

La Semana Santa
138. "Durante la Semana Santa la Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por
Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén".
Es muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa. Algunos muestran
todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular. Sin embargo ha sucedido que,
a lo largo de los siglos, se ha producido en los ritos de la Semana Santa una especie de
paralelismo celebrativo, por lo cual se dan prácticamente dos ciclos con planteamiento
diverso: uno rigurosamente litúrgico, otro caracterizado por ejercicios de piedad específicos,
sobre todo las procesiones.
Esta diferencia se debería reconducir a una correcta armonización entre las celebraciones
litúrgicas y los ejercicios de piedad. En relación con la Semana Santa, el amor y el cuidado de
las manifestaciones de piedad tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar
necesariamente a valorar las acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por los actos de piedad
popular.

Domingo de Ramos
Las palmas y los ramos de olivo o de otros árboles
139. "La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos "de la Pasión del Señor", que
comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión".
La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter
festivo y popular. A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de
trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la
procesión.
Sin embargo es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que
entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo verdaderamente
importante es participar en la procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de
olivo; que estos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener
alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo
cual podría ser una forma de superstición.
La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo,
rey mesiánico, y en su victoria pascual.

Triduo pascual
140. Todos los años en el "sacratísimo triduo del crucificado, del sepultado y del resucitado" o
Triduo pascual, que se celebra desde la Misa vespertina del Jueves en la cena del Señor hasta
las Vísperas del Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra, "en íntima comunión con Cristo
su Esposo", los grandes misterios de la redención humana.

Jueves Santo
La visita al lugar de la reserva
141. La piedad popular es especialmente sensible a la adoración del santísimo Sacramento,
que sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. A causa de un proceso histórico,
que todavía no está del todo claro en algunas de sus fases, el lugar de la reserva se ha
considerado como "santo sepulcro"; los fieles acudían para venerar a Jesús que después del
descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas Cuarenta horas.
Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva: realizada con austera solemnidad
y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los
fieles en la Celebración litúrgica del Viernes Santo y para el Viático de los enfermos, es una
invitación a la adoración, silenciosa y prolongada, del Sacramento admirable, instituido en
este día.
Por lo tanto, para el lugar de la reserva hay que evitar el término "sepulcro" ("monumento"), y
en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el sagrario no puede tener la
forma de un sepulcro o urna funeraria: el Sacramento hay que conservarlo en un sagrario
cerrado, sin hacer la exposición con la custodia.
Después de la media noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin solemnidad, pues ya
ha comenzado el día de la Pasión del Señor.

Viernes Santo
La procesión del Viernes Santo
142. El Viernes Santo la Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo. En el Acto litúrgico de
la tarde, medita en la Pasión de su Señor, intercede por la salvación del mundo, adora la Cruz
y conmemora su propio nacimiento del costado abierto del Salvador (Cfr. Jn 19,34).
Entre las manifestaciones de piedad popular del Viernes Santo, además del Vía Crucis,
destaca la procesión del "Cristo muerto". Esta destaca, según las formas expresivas de la
piedad popular, el pequeño grupo de amigos y discípulos que, después de haber bajado de la
Cruz el Cuerpo de Jesús, lo llevaron al lugar en el cual había una "tumba excavada en la roca,
en la cual todavía no se había dado sepultura a nadie" (Lc 23,53).
La procesión del "Cristo muerto" se desarrolla, por lo general, en un clima de austeridad, de
silencio y de oración, con la participación de numerosos fieles, que perciben no pocos sentidos
del misterio de la sepultura de Jesús.
143. Sin embargo, es necesario que estas manifestaciones de la piedad popular nunca
aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria, como sucedáneo de
las celebraciones litúrgicas del Viernes Santo.
Por lo tanto, al planificar pastoralmente el Viernes Santo se deberá conceder el primer lugar y
el máximo relieve a la Celebración litúrgica, y se deberá explicar a los fieles que ningún
ejercicio de piedad debe sustituir a esta celebración, en su valor objetivo.
Finalmente, hay que evitar introducir la procesión de "Cristo muerto" en el ámbito de la
solemne Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque esto constituiría una mezcla híbrida
de celebraciones.


Representación de la Pasión de Cristo
144. En muchas regiones, durante la Semana Santa, sobre todo el Viernes, tienen lugar
representaciones de la Pasión de Cristo. Se trata, frecuentemente, de verdaderas
"representaciones sagradas", que con razón se pueden considerar un ejercicio de piedad. Las
representaciones sagradas hunden sus raíces en la Liturgia. Algunas de ellas, nacidas casi en el
coro de los monjes, mediante un proceso de dramatización progresiva, han pasado al atrio de
la iglesia.
En muchos lugares, la preparación y ejecución de la representación de la Pasión de Cristo está
encomendada a cofradías, cuyos miembros han asumido determinados compromisos de vida
cristiana. En estas representaciones, actores y espectadores son introducidos en un
movimiento de fe y de auténtica piedad. Es muy deseable que las representaciones sagradas de
la Pasión del Señor no se alejen de este estilo de expresión sincera y gratuita de piedad, para
convertirse en manifestaciones folclóricas, que atraen no tanto el espíritu religioso cuanto el
interés de los turistas.
Respecto a las representaciones sagradas hay que explicar a los fieles la profunda diferencia
que hay entre una "representación" que es mímesis, y la "acción litúrgica", que es anámnesis,
presencia mistérica del acontecimiento salvífico de la Pasión.
Hay que rechazar las prácticas penitenciales que consisten en hacerse crucificar con clavos.
El recuerdo de la Virgen de los Dolores
145. Dada su importancia doctrinal y pastoral, se recomienda no descuidar el "recuerdo de los
dolores de la Santísima Virgen María". La piedad popular, siguiendo el relato evangélico, ha
destacado la asociación de la Madre a la Pasión salvadora del Hijo (cfr. Jn 19,25-27; Lc
2,34ss) y ha dado lugar a diversos ejercicios de piedad entre los que se deben recordar:
- el Planctus Mariae, expresión intensa de dolor, que con frecuencia contiene elementos de
gran valor literario y musical, en el que la Virgen llora no sólo la muerte del Hijo, inocente y
santo, su bien sumo, sino también la pérdida de su pueblo y el pecado de la humanidad.
- la "Hora de la Dolorosa", en la que los fieles, con expresiones de conmovedora devoción,
"hacen compañía" a la Madre del Señor, que se ha quedado sola y sumergida en un profundo
dolor, después de la muerte de su único Hijo; al contemplar a la Virgen con el Hijo entre sus
brazos – la Piedad – comprenden que en María se concentra el dolor del universo por la
muerte de Cristo; en ella ven la personificación de todas las madres que, a lo largo de la
historia, han llorado la muerte de un hijo. Este ejercicio de piedad, que en algunos lugares de
América Latina se denomina "El pésame", no se debe limitar a expresar el sentimiento
humano ante una madre desolada, sino que, desde la fe en la Resurrección, debe ayudar a
comprender la grandeza del amor redentor de Cristo y la participación en el mismo de su
Madre.

Sábado Santo
146. "Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su
Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su
Resurrección".
La piedad popular no puede permanecer ajena al carácter particular del Sábado Santo; así
pues, las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día, en el que durante una
época se anticipaba la celebración pascual, se deben reservar para la noche y el día de Pascua.


La "Hora de la Madre"
147. En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo
de la Iglesia: ella es la "credentium collectio universa". Por esto la Virgen María, que
permanece junto al sepulcro de su Hijo, tal como la representa la tradición eclesial, es imagen
de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su
Resurrección.
En esta intuición de la relación entre María y la Iglesia se inspira el ejercicio de piedad de la
Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo reposa en el sepulcro y su alma desciende a los
infiernos para anunciar a sus antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas,
la Virgen, anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la victoria del Hijo sobre
la muerte.

Domingo de Pascua
148. También en el Domingo de Pascua, máxima solemnidad del año litúrgico, tienen lugar no
pocas manifestaciones de la piedad popular: son, todas, expresiones cultuales que exaltan la
nueva condición y la gloria de Cristo resucitado, así como su poder divino que brota de su
victoria sobre el pecado y sobre la muerte.


El encuentro del Resucitado con la Madre
149. La piedad popular ha intuido que la asociación del Hijo con la Madre es permanente: en
la hora del dolor y de la muerte, en la hora de la alegría y de la Resurrección.
La afirmación litúrgica de que Dios ha colmado de alegría a la Virgen en la Resurrección del
Hijo, ha sido, por decirlo de algún modo, traducida y representada por la piedad popular en el
Encuentro de la Madre con el Hijo resucitado: la mañana de Pascua dos procesiones, una con
la imagen de la Madre dolorosa, otra con la de Cristo resucitado, se encuentran para significar
que la Virgen fue la primera que participó, y plenamente, del misterio de la Resurrección del
Hijo.
Para este ejercicio de piedad es válida la observación que se hizo respecto a la procesión del
"Cristo muerto": su realización no debe dar a entender que sea más importante que las
celebraciones litúrgicas del domingo de Pascua, ni dar lugar a mezclas rituales inadecuadas.


Bendición de la mesa familiar
150. Toda la Liturgia pascual está penetrada de un sentido de novedad: es nueva la naturaleza,
porque en el hemisferio norte la pascua coincide con el despertar primaveral; son nuevos el
fuego y el agua; son nuevos los corazones de los cristianos, renovados por el sacramento de la
Penitencia y, a ser posible, por los mismos sacramentos de la Iniciación cristiana; es nueva,
por decirlo de alguna manera, la Eucaristía: son signos y realidades-signo de la nueva
condición de vida inaugurada por Cristo con su Resurrección.
Entre los ejercicios de piedad que se relacionan con la Pascua se cuentan las tradicionales
bendiciones de huevos, símbolos de vida, y la bendición de la mesa familiar; esta última, que
es además una costumbre diaria de las familias cristianas, que se debe alentar, adquiere un
significado particular en el día de Pascua: con el agua bendecida en la Vigilia Pascual, que los
fieles llevan a sus hogares, según una loable costumbre, el cabeza de familia u otro miembro
de la comunidad doméstica bendice la mesa pascual.


El saludo pascual a la Madre del Resucitado
151. En algunos lugares, al final de la Vigilia pascual o después de las II Vísperas del
Domingo de Pascua, se realiza un breve ejercicio de piedad: se bendicen flores, que se
distribuyen a los fieles como signo de la alegría pascual, y se rinde homenaje a la imagen de la
Dolorosa, que a veces se corona, mientras se canta el Regina caeli. Los fieles, que se habían
asociado al dolor de la Virgen por la Pasión del Hijo, quieren así alegrarse con ella por el
acontecimiento de la Resurrección.
Este ejercicio de piedad, que no se debe mezclar con el acto litúrgico, es conforme a los
contenidos del Misterio pascual y constituye una prueba ulterior de cómo la piedad popular
percibe la asociación de la Madre a la obra salvadora del Hijo.

En el Tiempo Pascual
La bendición anual de las familias en sus casas
152. Durante el tiempo pascual – o en otros periodos del año – tiene lugar la bendición anual
de las familias, visitadas en sus casas. Esta costumbre, tan apreciada por los fieles y
encomendada a la atención pastoral de los párrocos y de sus colaboradores, es una ocasión
preciosa para hacer resonar en las familias cristianas el recuerdo de la presencia continua de
Dios, llena de bendiciones, la invitación a vivir conforme al Evangelio, la exhortación a los
padres e hijos a que conserven y promuevan el misterio de ser "iglesia doméstica".


El "Vía lucis"
153. Recientemente, en diversos lugares, se está difundiendo un ejercicio de piedad
denominado Vía lucis. En él, como sucede en el Vía Crucis, los fieles, recorriendo un camino,
consideran las diversas apariciones en las que Jesús – desde la Resurrección a la Ascensión,
con la perspectiva de la Parusía – manifestó su gloria a los discípulos, en espera del Espíritu
prometido (cfr. Jn 14,26; 16,13-15; Lc 24,49), confortó su fe, culminó las enseñanzas sobre el
Reino y determinó aún más la estructura sacramental y jerárquica de la Iglesia.
Mediante el ejercicio del Vía lucis los fieles recuerdan el acontecimiento central de la fe – la
Resurrección de Cristo – y su condición de discípulos que en el Bautismo, sacramento
pascual, han pasado de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia (cfr. Col 1,13; Ef 5,8).
Durante siglos, el Vía Crucis ha mediado la participación de los fieles en el primer momento
del evento pascual – la Pasión – y ha contribuido a fijar sus contenidos en la conciencia del
pueblo. De modo análogo, en nuestros días, el Vía lucis, siempre que se realice con fidelidad
al texto evangélico, puede ser un medio para que los fieles comprendan vitalmente el segundo
momento de la Pascua del Señor: la Resurrección.
El Vía lucis, además, puede convertirse en una óptima pedagogía de la fe, porque, como se
suele decir, "per crucem ad lucem". Con la metáfora del camino, el Vía lucis lleva desde la
constatación de la realidad del dolor, que en plan de Dios no constituye el fin de la vida, a la
esperanza de alcanzar la verdadera meta del hombre: la liberación, la alegría, la paz, que son
valores esencialmente pascuales.
El Vía lucis, finalmente, en una sociedad que con frecuencia está marcada por la "cultura de la
muerte", con sus expresiones de angustia y apatía, es un estímulo para establecer una "cultura
de la vida", una cultura abierta a las expectativas de la esperanza y a las certezas de la fe.
La devoción a la divina misericordia
154. En relación con la octava de Pascua, en nuestros días y a raíz de los mensajes de la
religiosa Faustina Kowalska, canonizada el 30 de Abril del 2000, se ha difundido
progresivamente una devoción particular a la misericordia divina comunicada por Cristo
muerto y resucitado, fuente del Espíritu que perdona los pecados y devuelve la alegría de la
salvación. Puesto que la Liturgia del "II Domingo de Pascua o de la divina misericordia" –
como se denomina en la actualidad – constituye el espacio natural en el que se expresa la
acogida de la misericordia del Redentor del hombre, debe educarse a los fieles para
comprender esta devoción a la luz de las celebraciones litúrgicas de estos días de Pascua. En
efecto, "El Cristo pascual es la encarnación definitiva de la misericordia, su signo viviente:
histórico-salvífico y a la vez escatológico. En el mismo espíritu, la Liturgia del tiempo pascual
pone en nuestros labios las palabras del salmo: "Cantaré eternamente las misericordias del
Señor" (Sal 89 (88),2)".


La novena de Pentecostés
155. La Escritura da testimonio de que en los nueve días entre la Ascensión y Pentecostés, los
Apóstoles "permanecían unidos y eran asiduos en la oración, junto con algunas mujeres y con
María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos" (Hech 1,14), en espera de ser "revestidos con
el poder de lo alto" (Lc 24,49). De la reflexión orante sobre este acontecimiento salvífico ha
nacido el ejercicio de piedad de la novena de Pentecostés, muy difundido en el pueblo
cristiano.
En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en las Vísperas, esta
"novena" ya está presente: los textos bíblicos y eucológicos se refieren, de diversos modos, a
la espera del Paráclito. Por lo tanto, en la medida de lo posible, la novena de Pentecostés
debería consistir en la celebración solemne de las Vísperas. Donde esto no sea posible,
dispóngase la novena de Pentecostés de tal modo que refleje los temas litúrgicos de los días
que van de la Ascensión a la Vigilia de Pentecostés.
En algunos lugares se celebra durante estos días la semana de oración por la unidad de los
cristianos.

Pentecostés
El domingo de Pentecostés
156. El tiempo pascual concluye en el quincuagésimo día, con el domingo de Pentecostés,
conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (cfr. Hech 2,1-4), de los
comienzos de la Iglesia y del inicio de su misión a toda lengua, pueblo y nación. Es
significativa la importancia que ha adquirido, especialmente en la catedral, pero también en
las parroquias, la celebración prolongada de la Misa de la Vigilia, que tiene el carácter de una
oración intensa y perseverante de toda la comunidad cristiana, según el ejemplo de los
Apóstoles reunidos en oración unánime con la Madre del Señor.
Exhortando a la oración y a la participación en la misión, el misterio de Pentecostés ilumina la
piedad popular: también esta "es una demostración continua de la presencia del Espíritu Santo
en la Iglesia. Éste enciende en los corazones la fe, la esperanza y el amor, virtudes excelentes
que dan valor a la piedad cristiana. El mismo Espíritu ennoblece las numerosas y variadas
formas de transmitir el mensaje cristiano según la cultura y las costumbres de cualquier lugar,
en cualquier momento histórico".
Con fórmulas conocidas que vienen de la celebración de Pentecostés (Veni, creator Spiritus;
Veni, Sancte Spiritus) o con breves súplicas (Emitte Spiritum tuum et creabuntur...), los fieles
suelen invocar al Espíritu, sobre todo al comenzar una actividad o un trabajo, o en situaciones
especiales de angustia. También el rosario, en el tercer misterio glorioso, invita a meditar en la
efusión del Espíritu Santo. Los fieles, además, saben que han recibido, especialmente en la
Confirmación, el Espíritu de sabiduría y de consejo que les guía en su existencia, el Espíritu
de fortaleza y de luz que les ayuda a tomar las decisiones importantes y a afrontar las pruebas
de la vida. Saben que su cuerpo, desde el día del Bautismo, es templo del Espíritu Santo, y que
debe ser respetado y honrado, también en la muerte, y que en el último día la potencia del
Espíritu lo hará resucitar.
Al tiempo que nos abre a la comunión con Dios en la oración, el Espíritu Santo nos mueve
hacia el prójimo con sentimientos de encuentro, reconciliación, testimonio, deseos de justicia
y de paz, renovación de la mente, verdadero progreso social e impulso misionero. Con este
espíritu, la solemnidad de Pentecostés se celebra en algunas comunidades como "jornada de
sacrificio por las misiones".

En el Tiempo ordinario
La solemnidad de la santísima Trinidad
157. El domingo siguiente a Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad de la santísima
Trinidad. En la baja Edad Media, la devoción creciente de los fieles al misterio de Dios Uno y
Trino, que desde la época carolingia tenía un lugar importante en la piedad privada y había
dado origen a expresiones de piedad litúrgica, indujo a Juan XXII a extender en 1334 la fiesta
de la Trinidad a toda la Iglesia latina. Este acontecimiento tuvo, a su vez, un influjo
determinante en la aparición y desarrollo de algunos ejercicios de piedad.
Respecto a la piedad popular a la Santísima Trinidad, "el misterio central de la fe y de la vida
cristiana", no es cuestión tanto de recordar tal o cual ejercicio de piedad, sino de subrayar que
toda forma auténtica de piedad cristiana debe hacer referencia al verdadero y solo Dios Uno y
Trino, "el Padre omnipotente y su Hijo unigénito y el Espíritu Santo". Tal es el misterio de
Dios, el que se nos ha revelado en Cristo y por medio de Él. Tal es su manifestación en la
historia de la salvación. Esta no es otra cosa que "la historia del camino y los medios por los
cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a
los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".
En efecto, son numerosos los ejercicios de piedad que tienen una impronta y una dimensión
trinitaria. La mayor parte de ellos comienza con el signo de la cruz y "en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo", la misma fórmula con la que son bautizados los discípulos de
Jesús (cfr. Mt 28,19) y comienzan una vida de intimidad con Dios, como hijos del Padre,
hermanos del Hijo encarnado, templos del Espíritu. Otros ejercicios de piedad emplean
fórmulas similares a la actual Liturgia de las Horas, y comienzan dando "Gloria al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo". Otros concluyen con la bendición impartida en el nombre de las tres
Personas divinas. Y no son pocos los ejercicios de piedad cuyas oraciones, siguiendo el
esquema característico de la oración litúrgica, se dirigen "al Padre por Cristo en el Espíritu" y
presentan formulas doxológicas inspiradas en los textos litúrgicos.
158. Como ya se ha dicho en la Primera Parte del presente Directorio, la vida cultual es un
diálogo de Dios con el hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Por esto, es necesario que el
aspecto trinitario sea un elemento constante, también en la piedad popular. Tiene que quedar
claro a los fieles que los ejercicios de piedad en honor de la Santísima Virgen, de los Ángeles
y de los Santos, tienen como término al Padre, del que todo procede y al que todo conduce; al
Hijo, encarnado, muerto, resucitado, único mediador (cfr. 1 Tim 2,5) sin el cual es imposible
tener acceso al Padre (Jn 14,6); al Espíritu, única fuente de gracia y de santificación. Es
importante evitar el peligro de alimentar la idea de una "divinidad" que prescinda de las
Personas Divinas.
159. Entre los ejercicios de piedad dedicados directamente a Dios Trino y Uno hay que
recordar, junto con la pequeña doxología (Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo...) y la
gran doxología (Gloria a Dios en el cielo...), el Trisagio bíblico (Santo, Santo, Santo) y
litúrgico (Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros), muy difundido
en Oriente y también en algunos países, órdenes y congregaciones de Occidente.
El Trisagio litúrgico, que se inspira en otros cantos litúrgicos basados en el Trisagio bíblico –
como el Santo en la celebración de la Eucaristía, el himno Te Deum, los improperios del rito
de la adoración de la Cruz, el Viernes Santo, derivados a su vez de Isaías 6,3 y de Apocalipsis
4,8 – es un ejercicio de piedad en el que los que oran, en comunión con los ángeles, glorifican
repetidamente a Dios Santo, Fuerte e Inmortal, con expresiones de alabanza tomadas de la
Sagrada Escritura y de la Liturgia.


La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor
160. El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia celebra la
solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa
Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a
doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra
parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento
del altar.
La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez,
esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de
Dios.
Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el principal punto de confluencia de la
piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de
responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte, literatura, folclore –
han contribuido a dar vida a muchas y significativas expresiones de la piedad popular para con
el misterio de la Eucaristía.
161. La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser educada para que
capte dos realidades de fondo:
- que el punto de referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del Señor; la
Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra parte, la
Eucaristía es ante todo celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesús;
- que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio
eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque prolonga las actitudes cultuales y
existenciales suscitadas por ella.
A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles, cuando veneran a
Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia deriva del Sacrificio y tiende a
la comunión, sacramental y espiritual".
162. La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma
tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía: inmediatamente
después de la Misa, la Hostia que ha sido consagrada en dicha Misa se conduce fuera de la
iglesia para que el pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y de veneración al
Santísimo Sacramento".
Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: se
sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho
verdaderamente el "Dios con nosotros".
Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan
su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al santísimo
Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el
adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el
Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a
manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor", y ajenos a toda
forma de emulación.
163. Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del santísimo
Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la
conclusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada,
se imparte la bendición con el santísimo Sacramento.
Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el santísimo Sacramento no es
una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cultual
suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohíbe "la exposición realizada
únicamente para impartir la bendición".
La adoración eucarística
164. La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del
culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles.
Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la
celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las sagradas Especies. Esta
resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del
sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas. La reserva de las
Especies sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en
cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la
loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el
Sacramento.
De hecho, "la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo natural a la manifestación
externa y pública de esta misma fe (...) La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la
santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y
a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente
la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su
íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y
rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el
Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de
caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción
que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el
Padre".
165. La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y
expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites,
puede realizarse de diversas maneras:
- la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con
Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia
o en la píxide, de forma prolongada o breve;
- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una
comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan
ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.
En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada
Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones
adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas,
para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este
modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no
se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin
embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría
ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios
de la Encarnación y de la Redención.


El sagrado Corazón de Jesús
166. El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia celebra la
solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la celebración litúrgica, otras muchas
expresiones de piedad tienen por objeto el Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción
al Corazón del Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas y
amadas de la piedad eclesial.
Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el
misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más
íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y
de santificación para toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y
salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el
Padre y hacia los hombres sus hermanos.
167. Como han recordado frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al Corazón de
Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura.
Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a vivir en íntima
comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a
sí mismo como maestro "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un
cierto sentido, que la devoción al Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de
la mirada que, según las palabras proféticas y evangélicas, todas las generaciones cristianas
dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn 19,37; Zc 12,10), esto es, al costado de Cristo
atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del "sacramento
admirable de toda la Iglesia".
El texto de san Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los
discípulos (cfr. Jn 20,20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su
mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20,27), han tenido también un influjo notable en el
origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al sagrado Corazón.
168. Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascual, victorioso, aunque
también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de asidua meditación por parte de los Santos
Padres, que desvelaron las riquezas doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a
penetrar en el misterio de Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La
entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su costado fue
abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado
del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza.
En el agua está tu purificación, en la sangre tu redención".
169. La Edad Media fue una época especialmente fecunda para el desarrollo de la devoción al
Corazón del Salvador. Hombres insignes por su doctrina y santidad, como san Bernardo
(+1153), san Buenaventura (+1274), y místicos como santa Lutgarda (+1246), santa Matilde
de Magdeburgo (+1282), las santas hermanas Matilde (+1299) y Gertrudis (+1302) del
monasterio de Helfta, Ludolfo de Sajonia (+1378), santa Catalina de Siena (+1380),
profundizaron en el misterio del Corazón de Cristo, en el que veían el "refugio" donde
acogerse, la sede de la misericordia, el lugar del encuentro con Él, la fuente del amor infinito
del Señor, la fuente de la cual brota el agua del Espíritu, la verdadera tierra prometida y el
verdadero paraíso.
170. En la época moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo desarrollo. En un
momento en el que el jansenismo proclamaba los rigores de la justicia divina, la devoción al
Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la
confianza en su infinita misericordia, de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San
Francisco de Sales (+1622), que adoptó como norma de vida y apostolado la actitud
fundamental del Corazón de Cristo, esto es, la humildad, la mansedumbre (cfr. Mt 11,29), el
amor tierno y misericordioso; santa Margarita María de Alacoque (+1690), a quien el Señor
mostró repetidas veces las riquezas de su Corazón; San Juan Eudes (+1680), promotor del
culto litúrgico al sagrado Corazón; san Claudio de la Colombiere (+1682), San Juan Bosco
(+1888) y otros santos, han sido insignes apóstoles de la devoción al sagrado Corazón.
171. Las formas de devoción al Corazón del Salvador son muy numerosas; algunas han sido
explícitamente aprobadas y recomendadas con frecuencia por la Sede Apostólica. Entre éstas
hay que recordar:
- la consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las prácticas del culto al sagrado
Corazón es sin duda la principal";
- la consagración de la familia, mediante la que el núcleo familiar, partícipe ya por el
sacramento del matrimonio del misterio de unidad y de amor entre Cristo y la Iglesia, se
entrega al Señor para que reine en el corazón de cada uno de sus miembros;
- las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la Iglesia, de contenido
marcadamente bíblico y a las que se han concedido indulgencias;
- el acto de reparación, fórmula de oración con la que el fiel, consciente de la infinita bondad
de Cristo, quiere implorar misericordia y reparar las ofensas cometidas de tantas maneras
contra su Corazón;
- la práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la "gran promesa"
hecha por Jesús a santa Margarita María de Alacoque. En una época en la que la comunión
sacramental era muy rara entre los fieles, la práctica de los nueve primeros viernes de mes
contribuyó significativamente a restablecer la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y
de la Eucaristía. En nuestros días, la devoción de los primeros viernes de mes, si se practica de
un modo correcto, puede dar todavía indudable fruto espiritual. Es preciso, sin embargo, que
se instruya de manera conveniente a los fieles: sobre el hecho de que no se debe poner en esta
práctica una confianza que se convierta en una vana credulidad que, en orden a la salvación,
anula las exigencias absolutamente necesarias de la fe operante y del propósito de llevar una
vida conforme al Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del domingo, la "fiesta
primordial", que se debe caracterizar por la plena participación de los fieles en la celebración
eucarística.
172. La devoción al sagrado Corazón constituye una gran expresión histórica de la piedad de
la Iglesia hacia Jesucristo, su esposo y señor; requiere una actitud de fondo, constituida por la
conversión y la reparación, por el amor y la gratitud, por el empeño apostólico y la
consagración a Cristo y a su obra de salvación. Por esto, la Sede Apostólica y los Obispos la
recomiendan, y promueven su renovación: en las expresiones del lenguaje y en las imágenes,
en la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y su vinculación con las verdades principales
de la fe, en la afirmación de la primacía del amor a Dios y al prójimo, como contenido
esencial de la misma devoción.
173. La piedad popular tiende a identificar una devoción con su representación iconográfica.
Esto es algo normal, que sin duda tiene elementos positivos, pero puede también dar lugar a
ciertos inconvenientes: un tipo de imágenes que no responda ya al gusto de los fieles, puede
ocasionar un menor aprecio del objeto de la devoción, independientemente de su fundamento
teológico y de contenido histórico salvífico.
Así ha sucedido con la devoción al sagrado Corazón: ciertas láminas con imágenes a veces
dulzonas, inadecuadas para expresar el robusto contenido teológico, no favorecen el
acercamiento de los fieles al misterio del Corazón del Salvador.
En nuestro tiempo se ha visto con agrado la tendencia a representar el sagrado Corazón
remitiéndose al momento de la Crucifixión, en la que se manifiesta en grado máximo el amor
de Cristo. El sagrado Corazón es Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza, del
que brotan sangre y agua (cfr. Jn 19,34).


El Corazón inmaculado de María
174. Al día siguiente de la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia celebra la
memoria del Corazón inmaculado de María. La contigüidad de las dos celebraciones es ya, en
sí misma, un signo litúrgico de su estrecha relación: el mysterium del Corazón del Salvador se
proyecta y refleja en el Corazón de la Madre que es también compañera y discípula. Así como
la solemnidad del sagrado Corazón celebra los misterios salvíficos de Cristo de una manera
sintética y refiriéndolos a su fuente – precisamente el Corazón -, la memoria del Corazón
inmaculado de María es celebración resumida de la asociación "cordial" de la Madre a la obra
salvadora del Hijo: de la Encarnación a la Muerte y Resurrección, y al don del Espíritu.
La devoción al Corazón inmaculado de María se ha difundido mucho, después de las
apariciones de la Virgen en Fátima, en el 1917. A los veinticinco años de las mismas, en el
1942, Pío XII consagraba la Iglesia y el género humano al Corazón inmaculado de María, y en
el 1944 la fiesta del Corazón inmaculado de María se extendió a toda la Iglesia.
Las expresiones de la piedad popular hacia el Corazón de María imitan, aunque salvando la
infranqueable distancia entre el Hijo, verdadero Dios, y la Madre, sólo criatura, las del
Corazón de Cristo: la consagración de cada uno de los fieles, de las familias, de las
comunidades religiosas, de las naciones; la reparación, realizada sobre todo mediante la
oración, la mortificación y las obras de misericordia; la práctica de los cinco primeros sábados
de mes.
Por lo que refiere a la devoción de la comunión sacramental durante cinco primeros sábados
consecutivos, valen las observaciones hechas a propósito de los nueve primeros viernes:
eliminada toda valoración excesiva del signo temporal y situada correctamente la comunión
en el contexto celebrativo de la Eucaristía, la práctica de piedad debe ser aprovechada como
ocasión propicia para vivir intensamente, con una actitud inspirada en la Virgen, el Misterio
pascual que se celebra en la Eucaristía.


La preciosísima Sangre de Cristo
175. En la revelación bíblica, tanto en la fase de figura, propia del Antiguo Testamento, como
en la de cumplimiento y perfección, propia del Nuevo, la sangre aparece íntimamente
relacionado con la vida, y como antítesis con la muerte, con el éxodo y la pascua, con el
sacerdocio y los sacrificios cultuales, con la redención y la alianza.
Las figuras del Antiguo Testamento referidas a la sangre y a su valor salvífico se han
realizado de modo perfecto en Cristo, sobre todo en su Pascua de Muerte y Resurrección. Por
esto el misterio de la Sangre de Cristo ocupa un puesto central en la fe y en la salvación.
Con el misterio de la Sangre salvadora se relacionan o remiten al mismo:
- el acontecimiento de la Encarnación del Verbo (cfr. Jn 1,14) y el rito de incorporación del
recién nacido Jesús al pueblo de la Antigua Alianza, mediante la circuncisión (cfr. Lc 2,21);
- la figura bíblica del Cordero, con una multitud de aspectos e implicaciones: "Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29.36); en la que confluye la imagen del "Siervo
sufriente" de Isaías 53, que carga sobre sí los sufrimientos y el pecado de la humanidad (cfr. Is
53,4-5); "Cordero pascual" (cfr. Ex 12,1; Jn 12,36), símbolo de la redención de Israel (cfr.
Hech 8,31-35; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-20);
- el "cáliz de la pasión", del que habla Jesús, aludiendo a su inminente muerte redentora,
cuando pregunta a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?" (Mt
20,22; cfr. Mc 10,38) y el cáliz de la agonía del huerto de los olivos (cfr. Lc 22,42-43),
acompañado del sudor de sangre (cfr. Lc 22,44);
- el cáliz eucarístico, que en el signo del vino contiene la Sangre de la Alianza nueva y eterna,
derramada por la remisión de los pecados, y es memorial de la Pascua del Señor (cfr. 1 Cor
11,25) y bebida de salvación, conforme a las palabras del Maestro: "el que come mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,54);
- el acontecimiento de la muerte, porque mediante la sangre derramada en la Cruz, Cristo puso
en paz el cielo y la tierra (cfr. Col 1,20);
- el golpe de la lanza que atravesó al Cordero inmolado, de cuyo costado abierto brotaron
sangre y agua (cfr. Jn 19,34), testimonio de la redención realizada, signo de la vida
sacramental de la Iglesia – agua y sangre, Bautismo y Eucaristía -, símbolo de la Iglesia
nacida de Cristo dormido en la Cruz.
176. Con el misterio de la sangre se relacionan, de modo particular, los títulos cristológicos de
Redentor: Cristo con su sangre inocente y preciosa nos ha rescatado de la antigua esclavitud
(cfr. 1 Pe 1,19) y nos "limpia de todo pecado" (1 Jn 1,7); de sumo Sacerdote de los "bienes
futuros", porque Cristo "no con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia
sangre entró una vez para siempre en el santuario, obteniéndonos la redención eterna" (Heb
9,11-12); de Testigo fiel (cfr. Ap 1,5) que hace justicia a la sangre de los mártires (cfr. Ap
6,10), que "fueron inmolados por la Palabra de Dios y por el testimonio que dieron de la
misma" (Ap 6,9); de Rey, el cual, Dios, "reina desde el madero", adornado con la púrpura de
su propia sangre; de Esposo y Cordero de Dios, en cuya sangre han lavado sus vestiduras los
miembros de la comunidad eclesial – la Esposa –(cfr. Ap 7,14; Ef 5,25-27).
177. La extraordinaria importancia de la Sangre salvadora ha hecho que su memoria tenga un
lugar central y esencial en la celebración del misterio del culto: ante todo en el centro mismo
de la asamblea eucarística, en la que la Iglesia eleva a Dios Padre, en acción de gracias, el
"cáliz de la bendición" (1 Cor 10,16) y lo ofrece a los fieles como sacramento de verdadera y
real "comunión con la sangre de Cristo" (1 Cor 10,16), y también en el curso del Año
Litúrgico. La Iglesia conmemora el misterio de la Sangre, no sólo en la solemnidad del
Cuerpo y Sangre de Señor (jueves siguiente a la solemnidad de la Santísima Trinidad), sino
también en otras muchas celebraciones, de manera que la memoria cultual de la Sangre que
nos ha rescatado (cfr. 1 Pe 1,18) está presente durante todo el Año. Por ejemplo, en el Tiempo
de Navidad, en las Vísperas, la Iglesia, dirigiéndose a Cristo canta: "Nos quoque, qui sancto
tuo/ redempti sumus sanguine,/ ob diem natalis tui/ hymnum novum concinimus". Pero sobre
todo en el Triduo pascual, el valor y la eficacia redentora de la Sangre de Cristo son objeto de
memoria y adoración constante. El Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, resuena el
canto: "Mite corpus perforatur, sanguis unde profluit;/ terra, pontus, astra, mundus quo
lavantur flumine!"; y en mismo día de Pascua: "Cuius corpus sanctissimum/ in ara crucis
torridum,/ sed et cruorem roseum/ gustando, Deo vivimus"
En algunos lugares y Calendarios particulares, la fiesta de la preciosísima Sangre de Cristo se
celebra todavía el 1 de Julio: en ella se recuerdan los títulos del Redentor.
178. La veneración de la Sangre de Cristo ha pasado del culto litúrgico a la piedad popular, en
la que tiene un amplio espacio y numerosas expresiones. Entre éstas hay que recordar:
- la Corona de la preciosa Sangre de Cristo, en la que con lecturas bíblicas y oraciones son
objeto de meditación piadosa "siete efusiones de sangre" de Cristo, explícita o implícitamente
recordadas en los Evangelios: la sangre derramada en la circuncisión, en el huerto de los
olivos, en la flagelación, en la coronación de espinas, en la subida al Monte Calvario, en la
crucifixión, en el golpe de la lanza;
- las Letanías de la Sangre de Cristo: el formulario actual, aprobado por el Papa Juan XXIII el
24 de Febrero de 1960, se despliega desde un argumento en el que la línea histórico-salvífica
es claramente visible y las referencias a pasajes bíblicos son numerosas;
- la Hora de adoración a la preciosa Sangre de Cristo, que adquiere una gran variedad de
formas, pero con un único objetivo: la alabanza y la adoración de la Sangre de Cristo presente
en la Eucaristía, el agradecimiento por los dones de la redención, la intercesión para alcanzar
misericordia y perdón, la ofrenda de la Sangre preciosa por el bien de la Iglesia;
- el Vía Sanguinis: un ejercicio de piedad reciente que, por motivos antropológicos y
culturales, ha tenido su origen en África, donde hoy está particularmente extendido entre las
comunidades cristianas. En el Vía Sanguinis los fieles, avanzando de un lugar a otro como en
el Vía Crucis, reviven los diversos momentos en los que el Señor Jesús derramó su sangre por
nuestra salvación.
179. La veneración de la Sangre del Señor, derramada para nuestra salvación, y la conciencia
de su inmenso valor han favorecido la difusión de representaciones iconográficas aceptadas
por la Iglesia. Hay dos tipos fundamentales: la que hace referencia al cáliz eucarístico, que
contiene la Sangre de la nueva y eterna Alianza, y la que sitúa en el centro de la imagen a
Jesús crucificado, de cuyas manos, pies y costado brota la Sangre salvadora. A veces la
Sangre inunda la tierra abundantemente, como un torrente de gracia que purifica los pecados;
a veces junto a la cruz se representan cinco Ángeles, que recogen cada uno en un cáliz la
Sangre que mana de las cinco heridas; esta acción a veces la realiza una figura femenina, que
representa a la Iglesia, Esposa del Cordero.


La Asunción de Santa María Virgen
180. En el transcurso del Tiempo ordinario destaca, por sus múltiples significados teológicos,
la solemnidad de la Asunción de Santa María Virgen (15 de Agosto). Es una memoria antigua
de la Madre del Señor, compendio y síntesis de muchas verdades de la fe. La Virgen asunta al
cielo:
- aparece como "el fruto más excelso de la redención", testimonio supremo de la amplitud y la
eficacia de la obra salvífica de Cristo (significado soteriológico);
- constituye la prenda de la participación futura de todos los miembros del Cuerpo místico en
la gloria pascual del Resucitado (aspecto cristológico);
- es para todos los hombres "la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la
esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho
hermanos, teniendo "en común con ellos la carne y la sangre" (Heb 2, 14; cfr. Gal 4, 4)"
(aspecto antropológico);
- es la imagen escatológica de lo que la Iglesia "toda, desea y espera llegar a ser" (aspecto
eclesiológico);
- es la garantía de la fidelidad del Señor a su promesa: reserva una recompensa espléndida a su
humilde Sierva por su adhesión fiel al plan divino, esto es, un destino de plenitud y
bienaventuranza, de glorificación del alma inmaculada y del cuerpo virginal, de perfecta
configuración con el Hijo resucitado (aspecto mariológico).
181. La fiesta del 15 de agosto es muy apreciada en la piedad popular. En muchos lugares se
considera que es la fiesta de la Virgen, por antonomasia: el "día de Santa María", como lo es
la Inmaculada para España y para América Latina.
En los países del área germánica se ha difundido la costumbre de bendecir plantas aromáticas
el 15 de Agosto. Esta bendición, que durante algún tiempo figuró en el Rituale Romanum,
constituye un claro ejemplo de auténtica evangelización de ritos y creencias pre-cristianas: a
Dios, por cuya palabra "la tierra produce sus brotes, hierbas que producen semillas...y árboles
que dan cada uno fruto con semillas, según sus especies" (Gn 1,12), es a quien hacía falta
dirigirse para obtener lo que los paganos trataban de conseguir mediante sus ritos mágicos:
evitar los daños que producían las hierbas venenosas, aumentar la eficacia de las curativas.
De esta visión viene, en parte, el uso antiguo de aplicar a la Virgen Santísima, haciendo
referencia a la Escritura, símbolos y apelativos tomados del mundo vegetal, como viña,
espiga, cedro, lirio, y ver en ella una flor de suave olor por sus virtudes, e incluso describirla
como el "retoño germinado de la raíz de Jesé" (Is 11,1) que engendraría el fruto bendito,
Jesús.


Semana de oración por la unidad de los cristianos
182. Teniendo siempre presente la oración de Jesús: "como tú, Padre, estás en mí y yo en ti,
que ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn
17,21), la Iglesia invoca en cada Eucaristía el don de la unidad y de la paz. El mismo Misal
Romano – entre las Misas por diversas necesidades – contiene tres formularios de Misa "por
la unidad de los cristianos". Esta intención aparece también en las preces de Liturgia de las
Horas.
Dada la diversa sensibilidad de los "hermanos separados", también las expresiones de la
piedad popular deben tener presente el criterio ecuménico. De hecho "la conversión del
corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de
los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con
razón puede llamarse ecumenismo espiritual". Un especial punto de encuentro entre los
católicos y los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y Comunidades eclesiales es la oración
en común, para impetrar la gracia de la unidad y para presentar a Dios las necesidades o
preocupaciones comunes, y para darle gracias e implorar su ayuda. "La oración común se
recomienda especialmente durante la "Semana de oración por la unidad de los cristianos", o en
el tiempo entre la Ascensión y Pentecostés". Se han concedido indulgencias a la oración por la
unidad de los cristianos.

Capítulo V
LA VENERACIÓN A LA SANTA MADRE DEL SEÑOR
Algunos principios
183. La piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y profunda en sus
causas, es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la fe y del amor del pueblo de Dios
a Cristo, Redentor del género humano, y de la percepción de la misión salvífica que Dios ha
confiado a María de Nazaret, para quien la Virgen no es sólo la Madre del Señor y del
Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la Madre de todos los hombres.
De hecho, "los fieles entienden fácilmente la relación vital que une al Hijo y a la Madre.
Saben que el Hijo es Dios y que ella, la Madre, es también madre de ellos. Intuyen la santidad
inmaculada de la Virgen, y venerándola como reina gloriosa en el cielo, están seguros de que
ella, llena de misericordia, intercede en su favor, y por tanto imploran con confianza su
protección. Los más pobres la sienten especialmente cercana. Saben que fue pobre como ellos,
que sufrió mucho, que fue paciente y mansa. Sienten compasión por su dolor en la crucifixión
y muerte del Hijo, se alegran con ella por la Resurrección de Jesús. Celebran con gozo sus
fiestas, participan con gusto en sus procesiones, acuden en peregrinación a sus santuarios, les
gusta cantar en su honor, le presentan ofrendas votivas. No permiten que ninguno la ofenda e
instintivamente desconfían de quien no la honra".
La Iglesia misma exhorta a todos sus hijos – ministros sagrados, religiosos, fieles laicos – a
alimentar su piedad personal y comunitaria también con ejercicios de piedad, que aprueba y
recomienda. El culto litúrgico, no obstante su importancia objetiva y su valor insustituible, su
eficacia ejemplar y su carácter normativo, no agota todas las posibilidades de expresión de la
veneración del pueblo de Dios a la Santa Madre del Señor.
184. Las relaciones entre la Liturgia y la piedad popular mariana se deben regular a la luz de
los principios y las normas que han sido presentadas varias veces en este documento. En
cualquier caso, con respecto a la piedad mariana del pueblo de Dios, la Liturgia debe aparecer
como "forma ejemplar", fuente de inspiración, punto de referencia constante y meta última.
185. Sin embargo, conviene recordar aquí de manera sintética algunas líneas generales que el
Magisterio de la Iglesia ha trazado respecto a los ejercicios de piedad marianos y que se deben
tener en cuenta para todo lo referente a la composición de nuevos ejercicios de piedad, para la
revisión de lo que ya existen, o simplemente para su celebración. Los Pastores deben prestar
atención a los ejercicios de piedad marianos, dada su importancia; por una parte, son fruto y
expresión de la piedad mariana de un pueblo o de una comunidad de fieles, por otra, a veces,
son causa y factor no secundario de la "fisonomía mariana" de los fieles, del "estilo" que
adquiere la piedad de los fieles para con la Virgen Santísima.
186. La directriz fundamental del Magisterio, respecto a los ejercicios de piedad, es que se
puedan reconducir al "cauce del único culto que justa y merecidamente se llama cristiano,
porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de
Cristo conduce en el Espíritu al Padre". Esto significa que los ejercicios de piedad marianos,
aunque no todos del mismo modo y en la misma medida, deben:
- expresar la dimensión trinitaria que distingue y caracteriza el culto al Dios de la revelación
neotestamentaria, el Padre, el Hijo y el Espíritu; la dimensión cristológica, que subraya la
única y necesaria mediación de Cristo; la dimensión pneumatológica, porque toda auténtica
expresión de piedad viene del Espíritu y en el Espíritu se consuma; el carácter eclesial, por el
que los bautizados, al constituir el pueblo santo de Dios, rezan reunidos en el nombre del
Señor (cfr. Mt 18,20) y en el espacio vital de la Comunión de los Santos;
- recurrir de manera continua a la sagrada Escritura, entendida en el sentido de la sagrada
Tradición; no descuidar, manteniendo íntegra la confesión de fe de la Iglesia, las exigencias
del movimiento ecuménico; considerar los aspectos antropológicos de las expresiones
cultuales, de manera que reflejen una visión adecuada del hombre y respondan a sus
exigencias; hacer patente la tensión escatológica, elemento esencial del mensaje cristiano;
explicitar el compromiso misionero y el deber de dar testimonio, que son una obligación de
los discípulos del Señor.

Los tiempos de los ejercicios de piedad marianos
La celebración de la fiesta
187. Los ejercicios de piedad marianos se relacionan, casi todos, con una fiesta litúrgica
presente en el Calendario general del Rito Romano, o en los calendarios particulares de las
diócesis o familias religiosas.
A veces, el ejercicio de piedad es previo a la institución de la fiesta (como en el caso del santo
Rosario), a veces la fiesta es muy anterior al ejercicio de piedad (como en el caso del Angelus
Domini). Este hecho pone de manifiesto la relación que existe entre la Liturgia y los ejercicios
de piedad y cómo estos últimos encuentran su momento culminante en la celebración de la
fiesta. En cuanto litúrgica, la fiesta está en relación con la historia de la salvación y celebra un
aspecto de la asociación de la Virgen María al misterio de Cristo. Se debe celebrar, por tanto,
conforme a las normas de la Liturgia y en el respeto a la jerarquía entre "actos litúrgicos" y
"ejercicios de piedad" vinculados con ellos.
Sin embargo, una fiesta de la Virgen Santísima, en cuanto manifestación popular conlleva
unos valores antropológicos que no se pueden olvidar.


El sábado
188. Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría
de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero
no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María.
Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los
estudiosos de la historia de la piedad.
Hoy en día, prescindiendo de sus orígenes históricos no aclarados del todo, se ponen de
relieve, con razón, algunos de los valores de esta memoria, a los cuales "la espiritualidad
contemporánea es más sensible: el ser recuerdo de la actitud materna y de discípula de la
"santa Virgen que ‘durante el gran sábado’ cuando Cristo yacía en el sepulcro, fuerte
únicamente por su fe y su esperanza, sola entre todos los discípulos, esperó vigilante la
Resurrección del Señor"; preludio e introducción a la celebración del domingo, fiesta
primordial, memoria semanal de la Resurrección de Cristo; signo, con su ritmo semanal, de
que la Virgen está continuamente presente y operante en la vida de la Iglesia".
También la piedad popular es sensible al valor del sábado como día de santa María. No es raro
el caso de comunidades religiosas y de asociaciones de fieles cuyos estatutos prescriben
presentar todos los sábados algún obsequio particular a la Madre del Señor, a veces con
ejercicios de piedad compuestos especialmente para este día.
Triduos, septenarios, novenas marianas
189. Precisamente porque es un momento culminante, la fiesta suele estar precedida y
preparada por un triduo, septenario o novena. Estos "tiempos y modos de la piedad popular"
se deben desarrollar en armonía con los "tiempos y modos de la Liturgia".
Triduos, septenarios, novenas, pueden constituir una ocasión propicia no sólo para realizar
ejercicios de piedad en honor de la Virgen, sino también pueden servir para presentar a los
fieles una visión adecuada del lugar que ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la
función que desempeña.
Los ejercicios de piedad no pueden permanecer ajenos a los progresivos avances de la
investigación bíblica y teológica sobre la Madre del Salvador, es más, se deben convertir, sin
que cambie su naturaleza, en medio catequético para la difusión y conocimiento de los
mismos.
Triduos, septenarios y novenas, servirán para preparar verdaderamente la celebración de la
fiesta, si los fieles se sienten movidos a acercarse a los sacramentos de la Penitencia y de la
Eucaristía y a renovar su compromiso cristiano a ejemplo de María, la primera y más perfecta
discípula de Cristo.
En algunas regiones, el día 13 de cada mes, en recuerdo de las apariciones de la virgen de
Fátima, los fieles se reúnen para tener un tiempo de oración mariana.


Los "meses de María"
190. Con respecto a la práctica de un "mes de María", extendida en varias Iglesias tanto de
Oriente como de Occidente, se pueden recordar algunas orientaciones fundamentales.
En Occidente, los meses dedicados a la Virgen, nacidos en una época en la que no se hacía
mucha referencia a la Liturgia como forma normativa del culto cristiano, se han desarrollado
de manera paralela al culto litúrgico. Esto ha originado, y también hoy origina, algunos
problemas de índole litúrgico-pastoral que se deben estudiar cuidadosamente.
191. En el caso de la costumbre occidental de celebrar un "mes de María" en Mayo (en
algunos países del hemisferio sur en Noviembre), será oportuno tener en cuenta las exigencias
de la Liturgia, las expectativas de los fieles, su maduración en la fe, y estudiar el problema que
suponen los "meses de María" en el ámbito de la pastoral de conjunto de la Iglesia local,
evitando situaciones de conflicto pastoral que desorienten a los fieles, como sucedería, por
ejemplo, si se tendiera a eliminar el "mes de Mayo".
Con frecuencia, la solución más oportuna será armonizar los contenidos del "mes de María"
con el tiempo del Año litúrgico. Así, por ejemplo, durante el mes de Mayo, que en gran parte
coincide con los cincuenta días de la Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar la
participación de la Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y en el acontecimiento de
Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el camino de la Iglesia: un camino que ella, como
partícipe de la novedad del Resucitado, recorre bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los
"cincuenta días" son el tiempo propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos
de la iniciación cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo podrán poner de relieve la
función que la Virgen, glorificada en el cielo, desempeña en la tierra, "aquí y ahora", en la
celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía.
En definitiva, se deberá seguir con diligencia la directriz de la Constitución Sacrosanctum
Concilium sobre la necesidad de que "el espíritu de los fieles se dirija sobre todo, a las fiestas
del Señor, en las cuales se celebran los misterios de salvación durante el curso del año",
misterios a los cuales está ciertamente asociada santa María Virgen.
Una oportuna catequesis convencerá a los fieles de que el domingo, memoria semanal de la
Pascua, es "el día de fiesta primordial". Finalmente, teniendo presente que en la Liturgia
Romana las cuatro semanas de Adviento constituyen un tiempo mariano armónicamente
inscrito en el Año litúrgico, se deberá ayudar a los fieles a valorar convenientemente las
numerosas referencias a la Madre del Señor, presentes en todo este periodo.

Algunos ejercicios de piedad recomendados por el Magisterio
192. No es cuestión de hacer aquí un elenco de todos los ejercicios de piedad recomendados
por el Magisterio. Sin embargo, se recuerdan algunos que merecen especial atención, para
ofrecer algunas indicaciones sobre su desarrollo y sugerir, si fuera preciso, alguna corrección.
Escucha orante de la Palabra de Dios
193. La indicación conciliar de promover la "sagrada celebración de la palabra de Dios" en
algunos momentos significativos del Año litúrgico puede encontrar, también, una aplicación
válida en las manifestaciones de culto en honor de la Madre del Verbo encarnado. Esto se
corresponde perfectamente con la tendencia general de la piedad cristiana, y refleja la
convicción de que actuar como ella ante la Palabra de Dios es ya un obsequio excelente a la
Virgen (cfr. Lc 2,19.51). Del mismo modo que en las celebraciones litúrgicas, también en los
ejercicios de piedad los fieles deben escuchar con fe la Palabra, debe acogerla con amor y
conservarla en el corazón; meditarla en su espíritu y proclamarla con sus labios; ponerla en
práctica fielmente y conformar con ella toda su vida.
194. "Las celebraciones de la Palabra, por las posibilidades temáticas y estructurales que
permiten, ofrecen múltiples elementos para encuentros de culto que sean a la vez expresiones
de auténtica piedad y momento adecuado para desarrollar una catequesis sistemática sobre la
Virgen. Sin embargo, la experiencia nos enseña que las celebraciones de la Palabra no pueden
tener un carácter predominantemente intelectual o exclusivamente didáctico; por el contrario,
deben dar lugar – en los cantos, en los textos de oración, en el modo de participar de los fieles
– a formas de expresión sencillas y familiares, de la piedad popular, que hablan de modo
inmediato al corazón del hombre".


El "Ángelus Domini"
195. El Ángelus Domini es la oración tradicional con que los fieles, tres veces al día, esto es,
al alba, a mediodía y a la puesta del sol, conmemoran el anuncio del ángel Gabriel a María. El
Ángelus es, pues, un recuerdo del acontecimiento salvífico por el que, según el designio del
Padre, el Verbo, por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en las entrañas de la Virgen
María.
La recitación del Ángelus está profundamente arraigada en la piedad del pueblo cristiano y es
alentada por el ejemplo de los Romanos Pontífices. En algunos ambientes, las nuevas
condiciones de nuestros días no favorecen la recitación del Ángelus, pero en otros muchos las
dificultades son menores, por lo cual se debe procurar por todos los medios que se mantenga
viva y se difunda esta devota costumbre, sugiriendo al menos la recitación de tres avemarías.
La oración del Ángelus, por "su sencilla estructura, su carácter bíblico,... su ritmo casi
litúrgico, que santifica diversos momentos de la jornada, su apertura al misterio pascual,... a
través de los siglos conserva intacto su valor y su frescura".
"Incluso es deseable que, en algunas ocasiones, sobre todo en las comunidades religiosas, en
los santuarios dedicados a la Virgen, durante la celebración de algunos encuentros, el Ángelus
Domini... sea solemnizado, por ejemplo, mediante el canto del Avemaría, la proclamación del
Evangelio de la Anunciación" y el toque de campanas.


El "Regina caeli"
196. Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV (20 de Abril de
1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre antífona Regina caeli. Esta antífona,
que se remonta probablemente al siglo X-XI, asocia de una manera feliz el misterio de la
encarnación del Verbo (el Señor, a quien has merecido llevar) con el acontecimiento pascual
(resucitó, según su palabra), mientras que la "invitación a la alegría" (Alégrate) que la
comunidad eclesial dirige a la Madre por la resurrección del Hijo, remite y depende de la
"invitación a la alegría" ("Alégrate, llena de gracia": Lc 1,28) que Gabriel dirigió a la humilde
Sierva del Señor, llamada a ser la madre del Mesías salvador.
Como se ha sugerido para el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar el Regina caeli,
además de con el canto de la antífona, mediante la proclamación del evangelio de la
Resurrección.


El Rosario
197. El Rosario o Salterio de la Virgen es una de las oraciones más excelsas a la Madre del
Señor. Por eso, "los Sumos Pontífices han exhortado repetidamente a los fieles a la recitación
frecuente del santo Rosario, oración de impronta bíblica, centrada en la contemplación de los
acontecimientos salvíficos de la vida de Cristo, a quien estuvo asociada estrechamente la
Virgen Madre. Son numerosos los testimonios de los Pastores y de hombres de vida santa
sobre el valor y eficacia de esta oración".
El Rosario es una oración esencialmente contemplativa, cuya recitación "exige un ritmo
tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezcan, en quien ora, la meditación de los misterios
de la vida del Señor". Está expresamente recomendado en la formación y en la vida espiritual
de los clérigos y de los religiosos.
198. La Iglesia muestra su estima por la oración del santo Rosario al proponer un rito para la
Bendición de los rosarios. Este rito subraya el carácter comunitario de la oración del rosario;
la bendición de los rosarios se acompaña de la bendición a los que meditan los misterios de la
vida, muerte y resurrección del Señor, para que "puedan establecer una armonía perfecta entre
la oración y la vida".
Por otra parte, sería recomendable realizar la bendición de los rosarios, tal como sugiere el
Bendicional, "con la participación del pueblo", durante las peregrinaciones a santuarios
marianos, en las fiestas de la Virgen María, en especial la del Rosario, o al final del mes de
Octubre.
199. A continuación se presentan algunas sugerencias que, conservando la naturaleza propia
del Rosario, pueden hacer que su recitación sea más provechosa.
En algunas ocasiones la recitación de Rosario podría adquirir un tono celebrativo: "mediante
la proclamación de lecturas bíblicas referidas a cada misterio, con el canto de algunas partes,
mediante una distribución prudente de las diferentes funciones, con la solemnización de los
momentos de inicio y conclusión de la oración".
200. Para los que recitan una tercera parte del Rosario, la costumbre distribuye los misterios
según los días de la semana: gozosos (lunes y jueves), dolorosos (martes y viernes), gloriosos
(miércoles, sábado y domingo).
Esta distribución, si se mantiene con demasiada rigidez, puede dar lugar a una oposición entre
el contenido de los misterios y el contenido litúrgico del día: se pueden pensar, por ejemplo,
en la recitación de los misterios dolorosos en el día de Navidad, cuando sea viernes. En estos
casos se puede mantener que "la característica litúrgica de un determinado día debe prevalecer
sobre su situación en la semana; pues no resulta ajeno a la naturaleza del Rosario realizar,
según los días del Año litúrgico, oportunas sustituciones de los misterios, que permitan
armonizar ulteriormente el ejercicio de piedad con el tiempo litúrgico". Así, por ejemplo,
actúan correctamente los fieles que el 6 de Enero, solemnidad de la Epifanía, recitan los
misterios gozosos y como "quinto misterio" contemplan la adoración de los Magos, en lugar
del episodio de Jesús perdido y hallado en el templo de Jerusalén. Obviamente, este tipo de
sustituciones se debe realizar con ponderación, fidelidad a la Escritura y corrección litúrgica
201. Para favorecer la contemplación y para que la mente concuerde con la voz, los Pastores y
los estudiosos han sugerido en muchas ocasiones restaurar el uso de la cláusula, una antigua
estructura del Rosario que sin embargo nunca desapareció del todo.
La cláusula, que se adapta bien a la naturaleza repetitiva y meditativa del Rosario, consiste en
una oración de relativo que sigue al nombre de Jesús y que recuerda el misterio enunciado.
Una cláusula correcta, fija para cada decena, breve en su enunciado, fiel a la Escritura y a la
Liturgia, puede resultar una valiosa ayuda para la recitación meditativa del santo Rosario.
202. "Al ilustrar a los fieles sobre el valor y belleza del Rosario se deben evitar expresiones
que rebajen otras formas de piedad también excelentes o no tengan en cuenta la existencia de
otras coronas marianas, también aprobadas por la Iglesia", o que puedan crear un sentimiento
de culpa en quien no lo recita habitualmente: "el Rosario es una oración excelente, pero el fiel
debe sentirse libre, atraído a rezarlo, en serena tranquilidad, por la intrínseca belleza del
mismo".


Las Letanías de la Virgen
203. Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio, están las
Letanías. Consisten en una prolongada serie de invocaciones dirigidas a la Virgen, que, al
sucederse una a otra de manera uniforme, crean un flujo de oración caracterizado por una
insistente alabanza-súplica. Las invocaciones, generalmente muy breves, constan de dos
partes: la primera de alabanza ("Virgo Clemens"), la segunda de súplica ("ora pro nobis").
En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios de letanías: Las Letanías
lauretanas, por las que los Romanos Pontífices han mostrado siempre su estima; las Letanías
para el rito de coronación de una imagen de la Virgen María, que en algunas ocasiones
pueden constituir una alternativa válida al formulario lauretano.
No sería útil, desde el punto de vista pastoral, una proliferación de formularios de letanías; por
otra parte, una limitación excesiva no tendría suficientemente en cuenta las riquezas de
algunas Iglesias locales o familias religiosas. Por ello, la Congregación para el Culto Divino
ha exhortado a "tomar en consideración otros formularios antiguos o nuevos en uso en las
Iglesias locales o Institutos religiosos, que resulten notables por su solidez estructural y la
belleza de sus invocaciones". Esta exhortación se refiere, evidentemente, a ámbitos locales o
comunitarios bien precisos.
Como consecuencia de la prescripción del Papa León XIII de concluir, durante el mes de
Octubre, la recitación del Rosario con el canto de las Letanías lauretanas, se creó en muchos
fieles la convicción errónea de que las Letanías eran como una especie de apéndice del
Rosario. En realidad, las Letanías son un acto de culto por sí mismas: pueden ser el elemento
fundamental de un homenaje a la Virgen, pueden ser un canto procesional, formar parte de
una celebración de la Palabra de Dios o de otras estructuras cultuales.


La consagración-entrega a María
204. A lo largo de la historia de la piedad aparecen diversas experiencias, personales y
colectivas, de "consagración-entrega-dedicación a la Virgen" (oblatio, servitus, commendatio,
dedicatio). Estas fórmulas aparecen en los devocionarios y en los estatutos de asociaciones
marianas, en los cuales encontramos fórmulas de "consagración" y oraciones para la misma o
en recuerdo de ella.
Respecto a la práctica piadosa de la "consagración a María" no son infrecuentes las
expresiones de aprecio de los Romanos Pontífices y son conocidas las fórmulas que ellos han
recitado públicamente.
Un conocido maestro de la espiritualidad que presenta dicha práctica es san Luis María
Grignion de Montfort, "el cual proponía a los cristianos la consagración a Cristo por manos de
María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo".
A la luz del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de "consagración" es el
reconocimiento consciente del puesto singular que ocupa María de Nazaret en el Misterio de
Cristo y de la Iglesia, del valor ejemplar y universal de su testimonio evangélico, de la
confianza en su intercesión y la eficacia de su patrocinio, de la multiforme función materna
que desempeña, como verdadera madre en el orden de la gracia, a favor de todos y de cada
uno de sus hijos.
Hay que notar, sin embargo, que el término "consagración" se usa con cierta amplitud e
impropiedad: "se dice, por ejemplo "consagrar los niños a la Virgen", cuando en realidad sólo
se pretende poner a los pequeños bajo la protección de la Virgen y pedir para ellos su
bendición maternal". Se entiende así la sugerencia de bastantes, de sustituir el término
"consagración" por otros, como "entrega", "donación". De hecho, en nuestros días, los avances
de la teología litúrgica y la exigencia consiguiente de un uso riguroso de los términos,
sugieren que se reserve el término consagración a la ofrenda de uno mismo que tiene como
término a Dios, como características la totalidad y la perpetuidad, como garantía la
intervención de la Iglesia, como fundamento los sacramentos del Bautismo y de la
Confirmación.
En cualquier caso, con respecto a esta práctica es necesario instruir a los fieles sobre su
naturaleza. Aunque tenga las características de una ofrenda total y perenne: es sólo analógica
respecto a la "consagración a Dios"; debe ser fruto no de una emoción pasajera, sino una
decisión personal, libre, madurada en el ámbito de una visión precisa del dinamismo de la
gracia; se debe expresar de modo correcto, en una línea, por así decir, litúrgica: al Padre por
Cristo en el Espíritu Santo, implorando la intercesión gloriosa de María, a la cual se confía
totalmente, para guardar con fidelidad los compromisos bautismales y vivir en una actitud
filial con respecto a ella; se debe realizar fuera del Sacrificio eucarístico, pues se trata de un
acto de devoción que no se puede asimilar a la Liturgia: la entrega a María se distingue
sustancialmente de otras formas de consagración litúrgica.
El escapulario del Carmen y otros escapularios
205. En la historia de la piedad mariana aparece la "devoción" a diversos escapularios, entre
los que destaca el de la Virgen del Carmen. Su difusión es verdaderamente universal y sin
duda se le aplican las palabras conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad
"recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio".
El escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la Orden de
Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha convertido en una devoción
muy extendida e incluso más allá de la vinculación a la vida y espiritualidad de la familia
carmelitana, el escapulario conserva una especie de sintonía con la misma.
El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece
entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a ella con total
entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la
vida espiritual y la necesidad de la oración.
El escapulario se impone con un rito particular de la Iglesia, en el que se declara que "recuerda
el propósito bautismal de revestirse de Cristo, con la ayuda de la Virgen Madre, solícita de
nuestra conformación con el Verbo hecho hombre, para alabanza de la Trinidad, para que
llevando el vestido nupcial, lleguemos a la patria del cielo".
La imposición del escapulario del Carmen, como la de otros escapularios, "se debe reconducir
a la seriedad de sus orígenes: no debe ser un acto más o menos improvisado, sino el momento
final de una cuidadosa preparación, en la que el fiel se hace consciente de la naturaleza y de
los objetivos de la asociación a la que se adhiere y de los compromisos de vida que asume".
Las medallas marianas
206. A los fieles les gusta llevar colgadas del cuello, casi siempre, medallas con la imagen de
la Virgen María. Son testimonio de fe, signo de veneración a la Santa Madre del Señor,
expresiones de confianza en su protección maternal.
La Iglesia bendice estos objetos de piedad mariana, recordando que "sirven para rememorar el
amor de Dios y para aumentar la confianza en la Virgen María", pero les advierte que no
deben olvidar que la devoción a la Madre de Jesús exige sobre todo "un testimonio coherente
de vida".
Entre las medallas marianas destaca, por su extraordinaria difusión, la denominada "medalla
milagrosa". Tuvo su origen en las apariciones de la Virgen María, en 1830, a una humilde
novicia de las Hijas de la Caridad, la futura santa Catalina Labouré. La medalla, acuñada
conforme a las indicaciones de la Virgen a la Santa, ha sido llamada "microcosmos mariano" a
causa de su rico simbolismo: recuerda el misterio de la Redención, el amor del Corazón de
Cristo y del Corazón doloroso de Maria, la función mediadora de la Virgen, el misterio de la
Iglesia, la relación entre la tierra y el cielo, entre la vida temporal y la vida eterna.
Un nuevo impulso para la difusión de la "medalla milagrosa" vino de san Maximiliano María
Kolbe (+1941) y de los movimientos que inició o que se inspiraron en él. En 1917 adoptó la
"medalla milagrosa" como distintivo de la Pía Unión de la Milicia de la Inmaculada, fundada
por él en Roma, cuando era un joven religioso de los Hermanos Menores Conventuales.
La "medalla milagrosa", como el resto de las medallas de la Virgen y otros objetos de culto,
no es un talismán ni debe conducir a una vana credulidad. La promesa de la Virgen, según la
cual "los que la lleven recibirán grandes gracias", exige de los fieles una adhesión humilde y
tenaz al mensaje cristiano, una oración perseverante y confiada, una conducta coherente.

El himno "Akathistos"
207. El venerable himno a la Madre de Dios, denominado Akathistos – esto es, cantado de pie
–, representa una de las más altas y célebres expresiones de piedad mariana en la tradición
bizantina. Obra de arte de la literatura y de la teología, contiene en forma orante todo cuanto la
Iglesia de los primeros siglos ha creído sobre María, con el consenso universal. Las fuentes
que inspiran este himno son la sagrada Escritura, la doctrina definida en los Concilios
ecuménicos de Nicea (325), de Éfeso (431) y de Calcedonia (451), y la reflexión de los Padres
orientales de los siglos IV y V. Se celebra solemnemente en el Año litúrgico oriental, el quinto
sábado de Cuaresma; el himno Akathistos se canta también en otras muchas ocasiones, y se
recomienda a la piedad del clero, de los monjes y de los fieles.
En los últimos años este himno se ha difundido mucho, también en las comunidades de fieles
de rito latino. Especialmente han contribuido a su conocimiento algunas solemnes
celebraciones marianas que tuvieron lugar en Roma, con la asistencia del Santo Padre y con
amplia resonancia eclesial. Este himno antiquísimo, que constituye el fruto maduro de la más
antigua tradición de la Iglesia indivisa en honor de María, es una llamada e invocación a la
unidad de los cristianos bajo la guía de la Madre del Señor: "Tanta riqueza de alabanzas,
acumulada por las diversas manifestaciones de la gran tradición de la Iglesia, podría
ayudarnos a que ésta vuelva a respirar plenamente con sus "dos pulmones", Oriente y
Occidente".

Capítulo VI
LA VENERACIÓN A LOS SANTOS Y BEATOS
Algunos principios
208. Con sus raíces en la Sagrada Escritura (cfr. Hech 7,54-60; Ap 6,9-11; 7,9-17) y
atestiguado con certeza desde la primera mitad del siglo II, el culto de los Santos, en especial
de los mártires, es un hecho eclesial antiquísimo. La Iglesia, tanto en Oriente como en
Occidente, siempre ha venerado a los Santos y cuando, sobre todo en la época en que surgió el
protestantismo, se pusieron objeciones contra algunos aspectos tradicionales de este culto, lo
ha defendido con ardor, ha ilustrado sus fundamentos teológicos así como su relación con la
doctrina de la fe, ha regulado la praxis cultual, tanto en las expresiones litúrgicas como en las
populares, y ha subrayado el valor ejemplar del testimonio de estos insignes discípulos y
discípulas del Señor, para una vida auténticamente cristiana.
209. La Constitución Sacrosanctum Concilium, en el capítulo dedicado al Año litúrgico,
explica claramente el hecho eclesial y el significado de la veneración de los Santos y Beatos:
"la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los Mártires y de los demás Santos, que
llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación
eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque al
celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual
cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus
ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por los méritos de los mismos
implora los beneficios divinos".
210. Una comprensión adecuada de la doctrina de la Iglesia sobre los Santos sólo es posible
dentro del ámbito más amplio de los artículos de la fe relacionados con dicha doctrina:
- la "Iglesia, una, santa, católica y apostólica", santa por la presencia en ella de "Jesucristo, el
cual, con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el solo santo"; por la actuación incesante
del Espíritu de santidad; porque está dotada de medios de santificación. La Iglesia, pues,
aunque comprende en sí a pecadores, está "ya en la tierra adornada de una verdadera, si bien
imperfecta, santidad"; es el "pueblo santo de Dios", cuyos miembros, según el testimonio de
las Escrituras son llamados "santos" (cfr. Hech 9.13; 1 Cor 6,1; 16,1).
- La "comunión de los santos", por la que la Iglesia del cielo, la que tiende a la purificación
final "en el estado llamado Purgatorio" y la que peregrina sobre la tierra, están en comunión
"en la misma caridad de Dios y del prójimo"; de hecho, todos los que son de Cristo, al tener su
Espíritu, forman una sola Iglesia y están unidos en Él.
- La doctrina de la única mediación de Cristo (cfr. 1 Tim 2,5), que no excluye otras
mediaciones subordinadas, las cuales se realizan y ejercen dentro de la absoluta mediación de
Cristo.
211. La doctrina de la Iglesia y su Liturgia proponen a los Santos y Beatos, que contemplan ya
"claramente a Dios uno y trino" como:
- testigos históricos de la vocación universal a la santidad; ellos, fruto eminente de la
redención de Cristo, son prueba y testimonio de que Dios, en todos los tiempos y de todos los
pueblos, en las más variadas condiciones socio-culturales y en los diversos estados de vida,
llama a sus hijos a alcanzar la plenitud de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4,13; Col 1,28);
- discípulos insignes del Señor y, por tanto, modelos de vida evangélica; en los procesos de
canonización la Iglesia reconoce la heroicidad de sus virtudes y consiguientemente los
propone como modelos a imitar;
- ciudadanos de la Jerusalén del cielo, que cantan sin cesar la gloria y la misericordia de Dios;
en ellos ya se ha cumplido el paso pascual de este mundo al Padre;
- intercesores y amigos de los fieles todavía peregrinos en la tierra, porque los Santos, aunque
participan de la bienaventuranza de Dios, conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y
acompañan su camino con la oración y protección;
- patronos de Iglesias locales, de las cuales con frecuencia fueron fundadores (san Eusebio de
Vercelli) o Pastores ilustres (san Ambrosio de Milán); de naciones: apóstoles de su conversión
a la fe cristiana (santo Tomás y san Bartolomé para la India), o expresión de su identidad
nacional (san Patricio para Irlanda); de agrupaciones profesionales (san Omobono para los
sastres); en circunstancias especiales – en el momento del parto (santa Ana, san Ramón
Nonato), de la muerte (san José) – y para obtener gracias específicas (santa Lucía para la
conservación de la vista), etc.
Todo esto la Iglesia lo confiesa cuando, con agradecimiento a Dios Padre, proclama: "Nos
ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino".
212. Finalmente, es preciso recordar que el objetivo último de la veneración a los Santos es la
gloria de Dios y la santificación del hombre, mediante una vida plenamente conforme a la
voluntad divina y la imitación de las virtudes de aquellos que fueron discípulos eminentes del
Señor.
Por esto, en la catequesis y en otros momentos de transmisión de la doctrina se debe enseñar a
los fieles que: nuestra relación con los Santos hay que entenderla a la luz de la fe, no debe
oscurecer: "el culto latréutico, dado a Dios Padre mediante Cristo en el Espíritu, sino que lo
intensifica"; "el auténtico culto a los santos no consiste tanto en la multiplicidad de los actos
exteriores cuanto en la intensidad de un amor práctico", que se traduce en un compromiso de
vida cristiana.

Los Santos Ángeles
213. Con el claro y sobrio lenguaje de la catequesis, la Iglesia enseña que "la existencia de
seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una
verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición".
Según la Escritura, los Ángeles son mensajeros de Dios, "poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra" (Sal 103,20), al servicio de su plan de salvación, "enviados
para servir a los que deben heredar la salvación" (Heb 1,14).
214. Los fieles no ignoran los numerosos episodios de la Antigua y de la Nueva Alianza en los
que intervienen la santos Ángeles; saben que los Ángeles cierran las puertas del paraíso
terrenal (cfr. Gn 3,24), salvan a Agar y a su hijo Ismael (cfr. Gn 21,17), detienen la mano de
Abraham cuando estaba a punto de sacrificar a Isaac (cfr. Gn 22,11), anuncian nacimientos
prodigiosos (cfr. Jue 13,3-7), guardan los caminos del justo (cfr. Sal 91,11), alaban sin cesar al
Señor (cfr. Is 6,1-4) y presentan a Dios las oraciones de los Santos (cfr. Ap 8,3-4). Recuerdan
también la intervención de un Ángel a favor del profeta Elías, fugitivo y extenuado (1 Re
19,4-8), de Azarías y de sus compañeros arrojados al horno (cfr. Dn 3,49-50), de Daniel
encerrado en el foso de los leones (cfr. Dn 6,23); les resulta familiar la historia de Tobías, en
la que Rafael, "uno de los siete Ángeles que están siempre dispuestos a entrar en la presencia
de la majestad del Señor" (Tob 12,15), realiza múltiples servicios a favor de Tobí, de su hijo
Tobías y de Sara, su mujer.
Los fieles saben también que no son pocos los episodios de la vida de Jesús en los que los
Ángeles tienen una función particular: el Ángel Gabriel anuncia a María que concebirá y dará
a luz al Hijo del Altísimo (cfr. Lc 1,26-38) y de manera semejante, un Ángel revela a José el
origen sobrenatural de la maternidad de la Virgen (cfr. Mt 1,18-25); los Ángeles llevan a los
pastores de Belén la alegre noticia del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 2,8-14); el "Ángel del
Señor" protege la vida del niño Jesús amenazado por Herodes (cfr. Mt 2,13-20); los Ángeles
asisten a Jesús en el desierto (cfr. Mt 4,11) y lo confortan en la agonía (cfr. Lc 22,43),
anuncian a las mujeres que se habían dirigido a la tumba de Cristo que "ha resucitado" (cfr.
Mc 16,1-8) e intervienen en la Ascensión, para revelar su sentido a los discípulos y para
anunciar que "Jesús... volverá un día del mismo modo que le habéis visto ahora subir al cielo"
(Hech 1,11).
A los fieles no se les oculta la importancia de la advertencia de Jesús, de no despreciar a uno
solo de los pequeños que creen en Él, "porque sus Ángeles en el cielo ven siempre el rostro
del Padre" (Mt 18,10), y de las consoladoras palabras según las cuales "hay alegría entre los
Ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte" (Lc 15,10). Finalmente, saben que "el
Hijo del hombre vendrá en su gloria con todos sus Ángeles" (Mt 25,31) para juzgar a los vivos
y a los muertos y llevar la historia a su consumación.
215. La Iglesia, que en sus inicios fue protegida y defendida por el ministerio de los Ángeles
(cfr. Hech 5,17-20; 12,6-11) y continuamente experimenta su "ayuda misteriosa y poderosa",
venera a esto espíritus celestes y pide con confianza su intercesión.
Durante el Año litúrgico, la Iglesia conmemora la participación de los Ángeles en los
acontecimientos de la salvación y celebra su memoria en unas fechas determinadas: el 29 de
Septiembre la de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el 2 de Octubre la de los Ángeles
Custodios; les dedica una Misa votiva, cuyo prefacio proclama que "la gloria de Dios
resplandece en los Ángeles"; en la celebración de los misterios divinos, se asocia al canto de
los Ángeles para proclamar la gloria de Dios, tres veces santo (cfr. Is 6,3) e invoca su
asistencia para que la ofrenda eucarística "sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo";
ante ellos celebra el oficio de alabanza (cfr. Sal 137,1); al ministerio de los Ángeles confía las
oraciones de los fieles (cfr. Ap 5,8; 8,3), el dolor de los penitentes, la defensa de los inocentes
contra los ataques del Maligno; implora a Dios para que mande, al final de la jornada a sus
Ángeles a custodiar a los que oran en paz; ruega para que los espíritus celestes vengan en
ayuda de los agonizantes y, en el rito de las exequias, suplica para que los Ángeles acompañen
al paraíso el alma del difunto y guarden su sepulcro.
216. A lo largo de los siglos, los fieles han traducido en expresiones de piedad las
convicciones de fe respecto al ministerio de los Ángeles: los han tomado como patronos de
ciudades y protectores de agrupaciones; en su honor han levantado santuarios famosos, como
Mont-Saint-Michel en Normandía, san Michele della Chiusa en Piamonte y san Michele al
Gargano en Puglia, y han establecido días festivos; han compuesto himnos y ejercicios de
piedad.
En particular, la piedad popular ha desarrollado la devoción al Ángel Custodio. Ya san Basilio
Magno (+379) enseñaba que "todo fiel tiene a su lado un Ángel como protector y pastor, para
llevarlo a la vida". Esta antigua doctrina se fue consolidando poco a poco desde sus
fundamentos bíblicos y patrísticos, y dio origen a diversas expresiones de piedad, hasta
encontrar en san Bernardo de Claraval (+1153) un gran maestro y un apóstol insigne de la
devoción a los Ángeles Custodios. Para él son demostración de que "el cielo no descuida nada
que pueda ayudarnos", por lo cual pone "a nuestro lado estos espíritus celestes para que nos
protejan, nos instruyan y nos guíen".
La devoción a los Ángeles Custodios da lugar también a un estilo de vida caracterizado por:
- devoto agradecimiento a Dios, que ha puesto al servicio de los hombres espíritus de tan gran
santidad y dignidad;
- actitud de compostura y piedad, motivada por la conciencia de estar constantemente en
presencia de los santos Ángeles;
- serena confianza, incluso al afrontar situaciones difíciles, porque el Señor guía y asiste al fiel
en el camino de la justicia también mediante el ministerio de los Ángeles.
Entre las oraciones al Ángel Custodio está particularmente extendida la oración Angele Dei,
que en muchas familias forma parte de las oraciones de la mañana y de la tarde, y que en
muchos lugares se une también al rezo del Ángelus.
217. La piedad popular a los santos Ángeles, legítima y saludable, sin embargo puede dar
lugar a desviaciones, como por ejemplo:
- si, como a veces sucede, se forma en el espíritu de los fieles una idea errónea pensando que
el mundo y la vida están sometidos a tensiones demiúrgicas, a la lucha incesante entre
espíritus buenos y malos, entre Ángeles y demonios, en la cual el hombre resulta arrollado por
poderes superiores a él, ante los que no puede hacer nada; esta concepción, en cuanto elimina
la responsabilidad del fiel, no se corresponde con la auténtica visión evangélica de la lucha
contra el Maligno, que exige del discípulo de Cristo un compromiso moral, una opción por el
Evangelio, humildad y oración;
- si las situaciones cotidianas de la vida se interpretan de una manera esquemática y simplista,
casi infantil, atribuyendo al Maligno incluso las pequeñas contradicciones, y por el contrario,
al Ángel Custodio los éxitos y logros, todo lo cual tiene poco o nada que ver con el progreso
del hombre en su camino para alcanzar la madurez en Cristo. También hay que rechazar el uso
de dar a los Ángeles nombres particulares, excepto Miguel, Gabriel y Rafael, que aparecen en
la Escritura.

San José
218. Dios, en su providente sabiduría, para realizar el plan de la salvación, asignó a José de
Nazaret, "hombre justo" (cfr. Mt 1,19), esposo de la Virgen María (cfr. ibid.; Lc 1,27), una
misión particularmente importante: introducir legalmente a Jesús en la estirpe de David de la
cual, según la promesa (2 Sam 7,5-16; 1 Cro 17,11-14), debía nacer el Mesías Salvador, y
hacer de padre y protector para Él.
En virtud de esta misión, san José interviene activamente en los misterios de la infancia del
Salvador: recibió de Dios la revelación del origen divino de la maternidad de María (cfr. Mt
1,20-21) y fue testigo privilegiado del nacimiento de Cristo en Belén (cfr. Lc 2,6-7), de la
adoración de los pastores (cfr. Lc 2,15-16) y del homenaje de los Magos venidos de Oriente
(cfr. Mt 2,11); cumplió con su deber religioso respecto al Niño, al introducirlo mediante la
circuncisión en la alianza de Abraham (cfr. Lc 2,21) y al imponerle el nombre de Jesús (cfr.
Mt 1,21); según lo prescrito en la Ley, presentó al Niño en el Templo, lo rescató con la
ofrenda de los pobres (cfr. Lc 2,22-24; Ex 13,2.12-13) y, lleno de asombro, escuchó el cántico
profético de Simeón (cfr. Lc 2,25-33); protegió a la Madre y al Hijo durante la persecución de
Herodes, refugiándose en Egipto (cfr. Mt 2,13-23); se dirigía todos los años a Jerusalén con la
Madre y el Niño, para la fiesta de Pascua, y sufrió, turbado, la pérdida de Jesús, a sus doce
años, en el Templo (cfr. Lc 2,43-50); vivió en la casa de Nazaret, ejerciendo su autoridad
paterna sobre Jesús, que le estaba sometido (cfr. Lc 2,51), instruyéndolo en la Ley y en la
profesión de carpintero.
219. A lo largo de los siglos, especialmente en los tiempos más recientes, la reflexión eclesial
ha puesto de manifiesto las virtudes de san José, entre las que destacan: la fe, que en él se
traduce en adhesión plena y valerosa al designio salvífico de Dios; obediencia solícita y
silenciosa ante las manifestaciones de su voluntad; amor y observancia fiel de la Ley, piedad
sincera, fortaleza en las pruebas; el amor virginal a María, el debido ejercicio de la paternidad,
el trabajo escondido.
220. La piedad popular comprende la validez y la universalidad del patrocinio de san José, "a
cuya atenta custodia Dios quiso confiar los comienzos de nuestra redención" y "sus tesoros
más preciados". Al patrocinio de san José se confían: toda la Iglesia, que el beato Pío IX quiso
poner bajo la especial protección del santo Patriarca; los que se consagran a Dios eligiendo el
celibato por el Reino de los cielos (cfr. Mt 19,12): estos "en san José tienen...un modelo y un
defensor de la integridad virginal"; los obreros y los artesanos, de los cuales el humilde
carpintero de Nazaret se considera un especial modelo; los moribundos, porque, según una
piadosa tradición, san José fue asistido por Jesús y María, en la hora de su tránsito .
221. La Liturgia, al celebrar los misterios de la vida del Salvador, sobre todo los de su
nacimiento e infancia, recuerda con frecuencia la figura y el papel de san José: en el tiempo de
Adviento; en el tiempo de Navidad, especialmente en la fiesta de la Sagrada Familia; en la
solemnidad del 19 de Marzo; en la memoria del 1º de Mayo.
El nombre de san José aparece en el Communicantes del Canon Romano y en las Letanías de
los Santos. En la Recomendación de los moribundos se sugiere la invocación al santo Patriarca
y, en la misma circunstancia, la comunidad ora para que el alma del difunto, que ha partido ya
de este mundo, encuentre su morada "en la paz de la santa Jerusalén, con la Virgen María,
Madre de Dios, con san José, con todos los Ángeles y los Santos".
222. También en la piedad popular la veneración de san José tiene un amplio espacio: en
numerosas expresiones de genuino folclore; en la costumbre, establecida al menos desde el
siglo XVII, de dedicar los miércoles al culto de san José, costumbre sobre la que se
desarrollan algunos ejercicios de piedad como los Siete miércoles en su honor; en las
jaculatorias que brotan de los labios de los fieles;en oraciones, como la compuesta por el Papa
León XIII, Ad te, beate Ioseph, que no pocos fieles recitan diariamente; en las Letanías de san
José, aprobadas por san Pío X; en el ejercicio de piedad de la corona de los Siete dolores y los
siete gozos de san José.
223. El hecho de que la solemnidad de san José (19 de Marzo) caiga en Cuaresma, en la que la
Iglesia se dedica totalmente a la preparación bautismal y a la memoria de la Pasión del Señor,
provoca ciertas dificultades de armonización entre la Liturgia y la piedad popular. Por lo
tanto, las prácticas tradicionales del "mes de San José" se deben poner en sintonía con el
tiempo litúrgico. La renovación litúrgica ha conseguido que el significado del periodo
cuaresmal sea más profundo en los fieles. Con las debidas adaptaciones en las expresiones de
la piedad popular, se debe favorecer y difundir la devoción a san José, teniendo siempre
presente "el insigne ejemplo... que va más allá de los diversos estados de vida y se propone a
toda la comunidad cristiana, sea cual sea la condición y tareas de cada fiel".

San Juan Bautista
224. En la frontera entre el Antiguo y el Nuevo Testamento descuella la figura de Juan, hijo de
Zacarías y de Isabel, ambos "justos ante Dios" (Lc 1,6), uno de los más grandes personajes de
la historia de la salvación. Todavía en el vientre de su madre, Juan reconoció al Salvador,
también escondido en el vientre de la Virgen María (cfr. Lc 1,39-45); su nacimiento estuvo
marcado por grandes prodigios (cfr. Lc 1,57-66); creció en el desierto, llevando una vida
austera y penitente (cfr. Lc 1,80; Mt 3,4); "profeta del Altísimo" (Lc 1,76) descendió sobre él
la palabra de Dios (cfr. Lc 3,2); "recorrió toda la región del Jordán, predicando un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3,3); como nuevo Elías, humilde y fuerte,
preparó al Señor un pueblo bien dispuesto (cfr. Lc 1,17); según el plan de Dios, bautizó, en las
aguas del Jordán, al mismo Salvador del mundo (cfr. Mt 3,13-16); a sus discípulos les señaló
que Jesús era el "Cordero de Dios" (Jn 1,29), el "Hijo de Dios" (Jn 1,34), el Esposo de la
nueva comunidad mesiánica (cfr. Jn 3,28-30); por su heroico testimonio de la verdad (cfr. Jn
5,33) fue encarcelado por Herodes, que le hizo decapitar (cfr. Mc 6,14-29), convirtiéndose así
en precursor del Señor en la muerte violenta, como lo había sido en su nacimiento prodigioso
y en la predicación profética. Jesús hizo un grandioso elogio de él, proclamando que "entre los
nacidos de mujer no hay uno más grande que Juan" (Lc 7,28).
225. Desde la antigüedad, el culto a san Juan ha estado presente en el mundo cristiano, donde
pronto adquirió también connotaciones populares. Además de las celebraciones del día de su
muerte (29 de Agosto), como sucede normalmente para todos los santos, sólo de san Juan
Bautista, como de Cristo y de la Virgen María, se celebra solemnemente su nacimiento (24 de
Junio).
Por la parte que tuvo en el bautismo de Jesús, se le han dedicado muchos baptisterios y su
figura de bautista está junto a muchas fuentes bautismales; a causa de su dura prisión y de su
muerte violenta, es patrono de los que padecen en las cárceles, condenados a muerte o a duros
castigos, debido a la fe.
Con toda probabilidad, la fecha del nacimiento de san Juan (24 de Junio) fue establecida
dependiendo de la concepción de Cristo (25 de Marzo) y de su nacimiento (25 de Diciembre):
según el signo que dio el Ángel Gabriel, cuando María concibió al Salvador, la madre del
Precursor estaba ya en el sexto mes del embarazo (cfr. Lc 1,26.30). En cualquier caso, la
solemnidad del 24 de Junio está ligada al ciclo solar, en el hemisferio norte. Se celebra cuando
el sol, dirigiéndose hacia el sur del zodiaco, comienza a descender: hecho que resulta un
símbolo de la figura de Juan, que refiriéndose a Cristo, había declarado: "Él debe crecer y yo
en cambio tengo que disminuir" (Jn 3,30).
La misión de Juan, venido para dar testimonio de la luz (cfr. Jn 1,7), ha dado origen o un
sentido cristiano a las hogueras que se encienden la noche del 23 de Junio: la Iglesia las
bendice, implorando que los fieles, superadas las tinieblas del mundo, alcancen a Dios, "luz
indefectible".

El culto tributado a Santos y Beatos
226. El influjo recíproco entre Liturgia y piedad popular resulta particularmente intenso en las
manifestaciones de culto tributadas a los Santos y a los Beatos. Por lo tanto, parece oportuno
recordar, de manera sintética, las principales formas de veneración que la Iglesia rinde a los
Santos en la Liturgia: estas deben iluminar y guiar la piedad popular.


La celebración de los Santos
227. La celebración de una fiesta en honor de un Santo – a los Beatos se les aplica, servatis
servandis, lo que se dice de los Santos - es sin duda una expresión eminente del culto que les
tributa la comunidad eclesial: conlleva, en muchos casos, la celebración de la Eucaristía. La
fijación del "día de la fiesta" es un hecho cultual relevante, a veces complejo, porque
concurren factores históricos, litúrgicos y culturales, no siempre fáciles de armonizar.
En la Iglesia de Roma, y en otras Iglesias locales, las celebraciones de las memorias de los
mártires en el aniversario del día de su pasión, esto es, de su máxima asimilación a Cristo y de
su nacimiento para el cielo, más tarde también la celebración del conditor Ecclesiae, de los
Obispos que la habían regido y de otros insignes confesores de la fe, así como el aniversario
de la dedicación de la iglesia catedral, dieron lugar a la formación paulatina de calendarios
locales, donde se registraban el lugar y la fecha de la muerte de cada uno de los Santos o bien
de grupos de ellos.
De los calendarios particulares surgieron pronto los martirologios generales, como el
Martirologio siríaco (siglo V), el Martyrologium Hieronymianum (siglo VI), el de San Beda
(siglo VIII), de Lyon (siglo IX), de Usuardo (siglo IX), de Adón (siglo IX).
El 14 de Enero de 1584, Gregorio XIII promulgó la edición típica del Martyrologium
Romanum, destinada al uso litúrgico. Juan Pablo II ha promulgado la primera edición típica
del mismo después del Concilio Vaticano II, que, remitiéndose a la tradición romana e
incorporando los datos de varios martirologios históricos, recoge los nombres de muchos
Santos y Beatos, y constituye un testimonio extraordinariamente rico de la multiforme
santidad que el Espíritu del Señor suscita en la Iglesia de todos los tiempos y de todos los
lugares.
228. La historia del Calendario Romano, que indica el día y el grado de las celebraciones en
honor de los Santos está estrechamente vinculada con la historia del Martirologio.
Actualmente el Calendario Romano General solamente contiene, conforme a la norma
indicada por el Concilio Vaticano II, las memorias de "Santos de importancia realmente
universal", dejando a los calendarios particulares, sean nacionales, regionales, diocesanos, de
familias religiosas, la indicación de las memorias de otros Santos.
Es conveniente recordar la razón de la reducción del número de las celebraciones de los
Santos y tenerla presente oportunamente en la praxis pastoral: se han reducido para que "las
fiestas de los santos no prevalezcan sobre los misterios de la salvación". A lo largo de los
siglos, "por el aumento de las vigilias, de las fiestas religiosas, de sus celebraciones durante
octavas y de las diversas inserciones dentro del Año litúrgico, los fieles han puesto en
práctica, algunas veces, peculiares ejercicios de piedad de tal modo que sus mentes se han
visto apartadas en cierta manera de los principales misterios de la divina Redención".
229. Desde la reflexión sobre los hechos que han determinado el origen, desarrollo y las
diversas revisiones del Calendario Romano General, se siguen algunas indicaciones de
indudable utilidad pastoral:
- es necesario instruir a los fieles sobre la relación entre las fiestas de los Santos y la
celebración del misterio de Cristo. Las fiestas de los Santos, reconducidas a su razón de ser
más profunda, iluminan realizaciones concretas del designio salvífico de Dios y "proclaman
las maravillas de Cristo en sus servidores"; las fiestas de los miembros, los Santos, son en
definitiva fiestas de la Cabeza, Cristo;
- es conveniente que los fieles se acostumbren a discernir el valor y el significado de las
fiestas de los Santos y Santas que han tenido una misión especial en la historia de la salvación
y una relación peculiar con el Señor Jesús, como san Juan Bautista (24 de Junio), san José (19
de Marzo), san Pedro y san Pablo (29 de Junio), los restantes Apóstoles y Evangelistas, santa
María Magdalena (22 de Julio) y Marta de Betania (29 de Julio), san Esteban (26 de
Diciembre);
- es oportuno exhortar a los fieles a que prefieran las fiestas de los santos que han tenido una
misión de gracia respecto a la Iglesia particular, como los Patronos o los que han anunciado
por primera vez la Buena Nueva a la antigua comunidad;
- es útil, finalmente, que se explique a los fieles el criterio de "universalidad" de los Santos
inscritos en el Calendario General, así como el sentido del grado de su celebración litúrgica:
solemnidad, fiesta y memoria (obligatoria o libre).
El día de la fiesta
230. El día de la fiesta del Santo tiene una gran importancia, tanto desde el punto de vista de la
Liturgia como de la piedad popular. En un breve e idéntico espacio de tiempo, concurren
numerosas expresiones cultuales, tanto litúrgicas como populares, no sin riesgo de conflicto,
para configurar el "día del Santo".
Los eventuales conflictos se deben resolver a la luz de las normas del Misal Romano y del
Calendario Romano General, en lo referente al grado de la celebración del Santo o del Beato,
establecido según su relación con la comunidad cristiana (Patrono principal del lugar, Título
de la iglesia, Fundador de una familia religiosa o su Patrono principal); también sobre las
condiciones que se han de respetar, en el cado de un eventual traslado de la fiesta al domingo,
y sobre la celebración de las fiestas de los Santos en tiempos determinados del Año litúrgico.
Estas normas se deben observar no sólo como una forma de respeto a la autoridad litúrgica de
la Sede Apostólica, sino sobre todo como expresión de respeto al misterio de Cristo y de
coherencia con el espíritu de la Liturgia.
En particular es necesario evitar que las razones que han determinado el traslado de las fechas
de algunas fiestas de Santos y Beatos – por ejemplo, de la Cuaresma al Tiempo ordinario -, se
relativicen en la praxis pastoral: celebrar en el ámbito litúrgico la fiesta de un Santo según la
nueva fecha y continuar celebrándola según la fecha anterior en el ámbito de la piedad
popular, no sólo atenta contra la armonía entre Liturgia y piedad popular, sino que da lugar a
una duplicidad que produce confusión y desorientación.
231. Es necesario que la fiesta del Santo se prepare y se celebre con atención y cuidado, desde
el punto de vista litúrgico y pastoral.
Esto conlleva, ante todo, una presentación correcta de la finalidad pastoral del culto a los
Santos, es decir, la glorificación de Dios, "admirable en sus Santos", y el compromiso de
llevar una vida conforme a la enseñanza y ejemplo de Cristo, de cuyo cuerpo místico los
Santos son miembros eminentes.
Es preciso, también, que se presente correctamente la figura del Santo. Según la tendencia de
nuestra época, esta presentación no se detendrá tanto en los elementos legendarios, que quizá
envuelven la vida del Santo, ni en su poder taumatúrgico, cuanto en el valor de su
personalidad cristiana, en la grandeza de su santidad, en la eficacia de su testimonio
evangélico, en el carisma personal con el que enriqueció la vida de la Iglesia.
232. El "día del Santo" tiene un gran valor antropológico: es día de fiesta. Y la fiesta, como es
sabido, responde a una necesidad vital del hombre, hunde sus raíces en la aspiración a la
trascendencia. A través de las manifestaciones de alegría y de júbilo, la fiesta es una
afirmación del valor de la vida y de la creación. En cuanto interrumpe la monotonía de lo
cotidiano, de las formas convencionales, del sometimiento a la necesidad de ganancia, la fiesta
es expresión de libertad integral, de tensión hacia la felicidad plena, de exaltación de la pura
gratuidad. En cuanto testimonio cultural, destaca el genio peculiar de un pueblo, sus valores
característicos, las expresiones más auténticas de su folclore. En cuanto momento de
socialización, la fiesta es una ocasión de acrecentar las relaciones familiares y de abrirse a
nuevas relaciones comunitarias.
233. Sin embargo, no son pocos los elementos que amenazan la autenticidad de la "fiesta del
Santo" tanto desde el punto de vista religioso como antropológico.
Desde el punto de vista religioso, la "fiesta del Santo" o "fiesta patronal" de una parroquia,
donde se ha vaciado del contenido específicamente cristiano que tenía en su origen - el honor
dado a Cristo en uno de sus miembros - se convierte en una manifestación meramente social o
folclórica y, en el mejor de los casos, en una ocasión propicia de encuentro y diálogo entre los
miembros de una misma comunidad.
Desde un punto de vista antropológico hay que notar que no raras veces sucede que
individuos o grupos, creyendo que "hacen fiesta", en realidad, por los comportamientos que
adoptan se alejan de su auténtico significado. La fiesta, ante todo, es la participación del
hombre en el dominio de Dios sobre la creación y sobre su activo "reposo", no ocio estéril; es
manifestación de una alegría sencilla y comunicativa, no sed desmesurada de placer egoísta;
es expresión de verdadera libertad, no búsqueda de formas de diversión ambiguas, que dan
lugar a nuevas y sutiles formas de esclavitud. Se puede afirmar con seguridad: la trasgresión
de la norma ética no solo contradice la ley del Señor, sino que daña la base antropológica de la
fiesta.


En la celebración de la Eucaristía
234. El día de la fiesta de un Santo o de un Beato no es la única forma en la que este se hace
presente en la Liturgia. La celebración de la Eucaristía constituye el momento singular de
comunión con los Santos del cielo.
En la Liturgia de la Palabra, las lecturas del Antiguo Testamento nos presentan con frecuencia
la figura de los grandes patriarcas, de los profetas y de otras personas insignes por sus virtudes
y por el amor a la ley del Señor. Las lecturas del Nuevo Testamento, a menudo, tienen por
protagonistas a los Apóstoles y a otros Santos y Santas que gozaron de la familiaridad y
amistad del Señor. Además, la vida de algunos Santos refleja hasta tal punto determinadas
páginas del Evangelio, que su simple proclamación nos recuerda ya su figura.
La relación constante entre Sagrada Escritura y hagiografía cristiana ha dado lugar, en el
ámbito mismo de la celebración eucarística, a la formación de un conjunto de Comunes, en los
que se proponen de manera orgánica las páginas bíblicas que iluminan la vida de los Santos.
Se ha notado respecto a esta estrecha relación, que la Sagrada Escritura orienta y marca el
camino de los Santos a la plenitud de la caridad y éstos, a su vez, son exégesis viva de la
Palabra.
En la Liturgia eucarística, los Santos son mencionados en diversos momentos. En la ofrenda
del sacrificio se recuerdan "los dones del justo Abel, el sacrificio de Abraham, nuestro padre
en la fe, y la oblación pura de tu Sumo Sacerdote Melquisedec". Y la misma plegaria
eucarística se convierte en el momento y el espacio para expresar nuestra comunión con los
Santos, para venerar su memoria y para pedir su intercesión, por lo que: "en comunión con
toda la Iglesia, veneramos ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, Madre
de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, la de su esposo, San José, la de los santos Apóstoles y
Mártires: Pedro y Pablo, Andrés...y de todos los Santos; por sus méritos y oraciones
concédenos en todo tu protección".


En las Letanías de los Santos
235. Con el canto de las Letanías de los Santos, estructura litúrgica ágil, sencilla, popular,
atestiguada en Roma desde los inicios del siglo VII, la Iglesia invoca a los Santos en algunas
grandes celebraciones sacramentales y en otros momentos en los que su plegaria se hace más
ferviente: en la Vigilia pascual, antes de bendecir la fuente bautismal; en la celebración del
bautismo; en la ordenación episcopal, presbiteral y diaconal; en el rito de la consagración de
las vírgenes y en la profesión religiosa; en la dedicación de la iglesia y del altar; en las
rogativas, en las misas estacionales y en las procesiones penitenciales; cuando quiere alejar al
Maligno mediante los exorcismos y cuando confía a los moribundos a la misericordia de Dios.
Las Letanías de los Santos, que contienen elementos procedentes de la tradición litúrgica
junto con otros de origen popular, son expresión de la confianza de la Iglesia en la intercesión
de los Santos y de su experiencia de la comunión de vida entre la Iglesia de la Jerusalén
celeste y la Iglesia todavía peregrina en la ciudad terrena. Los nombres de los Beatos, que
están inscritos en los Calendarios litúrgicos de las diócesis e Institutos religiosos, pueden ser
invocados en las Letanías de los Santos. Obviamente no se pueden introducir en las Letanías
los nombres de personas cuyo culto no se reconoce.


Las reliquias de los Santos
236. El Concilio Vaticano II recuerda que "de acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a
los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas". La expresión "reliquias de los
Santos" indica ante todo el cuerpo - o partes notables del mismo - de aquellos que, viviendo ya
en la patria celestial, fueron en esta tierra, por la santidad heroica de su vida, miembros
insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos vivos del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 3,16;
6,19; 2 Cor 6,16). En segundo lugar, objetos que pertenecieron a los Santos: utensilios,
vestidos, manuscritos y objetos que han estado en contacto con sus cuerpos o con sus
sepulcros, como estampas, telas de lino, y también imágenes veneradas.
237. El Misal Romano, renovado, confirma la validez del "uso de colocar bajo el altar, que se
va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean mártires". Puestas bajo el altar, las
reliquias indican que el sacrificio de los miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de
la Cabeza, y son una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio de Cristo de
toda la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia fidelidad a su
esposo y Señor.
A esta expresión cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de índole popular. A
los fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral correcta sobre la veneración que se les
debe, no descuidará:
- asegurar su autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias, con la debida
prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;
- impedir el excesivo fraccionamiento de las reliquias, que no se corresponde con el respeto
debido al cuerpo; las normas litúrgicas advierten que las reliquias deben ser de "un tamaño tal
que se puedan reconocer como partes del cuerpo humano";
- advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias; esto en el
pasado ha tenido consecuencias lamentables;
- vigilar para que se evite todo fraude, forma de comercio y degeneración supersticiosa.
Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los Santos, como el beso de las
reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas, sacarlas en
procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más
valor a sus súplicas para obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un
auténtico impulso de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos sobre
la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires.


Las imágenes sagradas
238. Fue especialmente el Concilio Niceno II, "siguiendo la doctrina divinamente inspirada de
nuestros Santos Padres y la tradición de la Iglesia Católica", el que defendió con fuerza la
veneración de las imágenes sagradas: "definimos, con todo rigor e insistencia que, a
semejanza de la figura de la cruz preciosa y vivificadora, las venerables y santas imágenes, ya
pintadas, ya en mosaico o en cualquier otro material adecuado, deben ser expuestas en las
santas iglesias de Dios, sobre los diferentes vasos sagrados, en los ornamentos, en las paredes,
en cuadros, en las casas y en las calles; tanto de la imagen del Señor Dios y Salvador nuestro
Jesucristo, como de la inmaculada Señora nuestra, la santa Madre de Dios, de los santos
Ángeles, de todos los Santos y justos".
Los Santos Padres encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado, "imagen del Dios
invisible" (Col 1,15), el fundamento del culto que se rinde a las imágenes sagradas: "ha sido la
santa encarnación del Hijo de Dios la que ha inaugurado una nueva economía de las
imágenes".
239. La veneración de las imágenes, sean pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras
representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento
relevante de la piedad popular: los fieles rezan ante ellas, tanto en las iglesias como en sus
hogares. Las adornan con flores, luces, piedras preciosas; las saludan con formas diversas de
religiosa veneración, las llevan en procesión, cuelgan de ellas exvotos como signo de
agradecimiento; las ponen en nichos y templetes, en el campo o en las calles.
Sin embargo, la veneración de las imágenes, si no se apoya en una concepción teológica
adecuada, puede dar lugar a desviaciones. Es necesario, por tanto, que se explique a los fieles
la doctrina de la Iglesia, sancionada en los concilios ecuménicos y en el Catecismo de la
Iglesia Católica, sobre el culto a las imágenes sagradas.
240. Según la enseñanza de la Iglesia, las imágenes sagradas son:
- traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada se
iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que las imágenes "estén de acuerdo con la
letra del mensaje evangélico";
- signos santos, que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente;
las imágenes de los Santos, de hecho, "representan a Cristo, que es glorificado en ellos";
- memoria de los hermanos Santos "que continúan participando en la historia de la salvación
del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental";
- ayuda en la oración: la contemplación de las imágenes sagradas facilita la súplica y mueve a
dar gloria a Dios por los prodigios de gracia realizados en sus Santos;
- estímulo para su imitación, porque "cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en estas
imágenes, tanto más se aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que
allí están representados"; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla con los
ojos: una "imagen verdadera del hombre nuevo", transformado en Cristo mediante la acción
del Espíritu y por la fidelidad a la propia vocación;
- una forma de catequesis, puesto que "a través de la historia de los misterios de nuestra
redención, expresada en las pinturas y de otras maneras, el pueblo es instruido y confirmado
en la fe, recibiendo los medios para recordar y meditar asiduamente los artículos de fe".
241. Es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es
algo que dice relación a otra realidad. La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que
representa. Por eso a las imágenes "se les debe tributar el honor y la veneración debida, no
porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se
deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como hacían
antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se
les tributa se refiere a las personas que representan".
242. A la luz de estas enseñanzas, los fieles evitarán caer en un error que a veces se da:
establecer comparaciones entre imágenes sagradas. El hecho de que algunas imágenes sean
objeto de una veneración particular, hasta el punto de convertirse en símbolo de la identidad
religiosa y cultural de un pueblo, de una ciudad o de un grupo, se debe explicar a la luz del
acontecimiento de gracia que ha dado lugar a dicho culto y a los factores histórico-sociales
que han concurrido para que se estableciera: es lógico que el pueblo haga referencia, con
frecuencia y con gusto, a dicho acontecimiento; así fortalece su fe, glorifica a Dios, protege su
propia identidad cultural, eleva con confianza súplicas incesantes que el Señor, según su
palabra (cfr. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc 11,24), está dispuesto a escuchar; así aumenta el amor, se
dilata la esperanza y crece la vida espiritual del pueblo cristiano.
243. Las imágenes sagradas, por su misma naturaleza, pertenecen tanto a la esfera de los
signos sagrados como a la del arte. En estas, "que con frecuencia son obras de arte llenas de
una intensa religiosidad, aparece el reflejo de la belleza que viene de Dios y a Dios conduce".
Sin embargo, la función principal de la imagen sagrada no es procurar el deleite estético, sino
introducir en el Misterio. A veces la dimensión estética se pone en primer lugar y la imagen
resulta más un "tema", que un elemento transmisor de un mensaje espiritual.
En Occidente la producción iconográfica, muy variada en su tipología, no está reglamentada,
como en Oriente, por cánones sagrados vigentes durante siglos. Esto no significa que la
Iglesia latina haya descuidado la atención a la producción iconográfica: más de una vez ha
prohibido exponer en las iglesias imágenes contrarias a la fe, indecorosas, que podían dar
lugar a errores en los fieles, o que son expresiones de un carácter abstracto descarnado y
deshumanizador; algunas imágenes son ejemplo de un humanismo antropocéntrico, más que
de auténtica espiritualidad. También se debe reprobar la tendencia a eliminar las imágenes de
los lugares sagrados, con grave daño para la piedad de los fieles.
A la piedad popular le agradan las imágenes, que llevan las huellas de la propia cultura; las
representaciones realistas, los personajes fácilmente identificables, las representaciones en las
que se reconocen momentos de la vida del hombre: el nacimiento, el sufrimiento, las bodas, el
trabajo, la muerte. Sin embargo, se ha de evitar que el arte religioso popular caiga en
reproducciones decadentes: hay correlación entre la iconografía y el arte para la Liturgia, el
arte cristiano, según las épocas culturales.
244. Por su significado cultual, la Iglesia bendice las imágenes de los Santos, sobre todo las
que están destinadas a la veneración pública, y pide que, iluminados por el ejemplo de los
Santos, "caminemos tras las huellas del Señor, hasta que se forme en nosotros el hombre
perfecto según la medida de la plenitud en Cristo". Así también, la Iglesia ha emanado algunas
normas sobre la colocación de las imágenes en los edificios y en los espacios sagrados, que se
deben observar diligentemente; sobre el altar no se deben colocar ni estatuas ni imágenes de
los Santos; ni siquiera las reliquias, expuestas a la veneración de los fieles, se deben poner
sobre la mesa del altar. Corresponde al Ordinario vigilar que no se expongan a la veneración
pública imágenes indignas, que induzcan a error o a prácticas supersticiosas.
 
Las procesiones
245. En la procesión, expresión cultual de carácter universal y de múltiples valores religiosos
y sociales, la relación entre Liturgia y piedad popular adquiere un particular relieve. La
Iglesia, inspirándose en los modelos bíblicos (cfr. Ex 14,8-31; 2 Sam 6,12-19; 1 Cor 15,25-
16,3), ha establecido algunas procesiones litúrgicas, que presentan una variada tipología:
- algunas evocan acontecimientos salvíficos referidos al mismo Cristo; entre estas, la
procesión del 2 de Febrero, conmemorativa de la presentación del Señor en el Templo (cfr. Lc
2,22-38); la del Domingo de Ramos, que evoca la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
(cfr. Mt 21,1-10; Mc 11,1-11; Lc 19,28-38; Jn 12,12-16); la de la Vigilia pascual, memoria
litúrgica del "paso" de Cristo de las tinieblas del sepulcro a la gloria de la Resurrección,
síntesis y superación de todos los éxodos del antiguo Israel y premisa de los "pasos"
sacramentales que realiza el discípulo de Cristo, sobre todo en el rito bautismal y en la
celebración de las exequias;
- otras son votivas, como la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y Sangre del
Señor: el santísimo Sacramento pasando por la ciudad de los hombres suscita en los fieles
expresiones de amor agradecido, exige de ellos fe-adoración y es fuente de bendición y de
gracia (cfr. Hech 10,38); la procesión de las rogativas, cuya fecha la establece actualmente la
Conferencia de Obispos de cada país, que son una súplica pública de la bendición de Dios
sobre los campos y sobre el trabajo del hombre, y tienen también un carácter penitencial; la
procesión al cementerio el 2 de Noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos;
- otras son necesarias para el desarrollo de algunas acciones litúrgicas, como: las procesiones
con ocasión de las estaciones cuaresmales, en las que la comunidad cultual se dirige desde el
lugar establecido para la collecta a la iglesia de la statio; la procesión para recibir en la iglesia
parroquial el crisma y los santos óleos, bendecidos el Jueves Santo en la Misa crismal; la
procesión para la adoración de la Cruz en la celebración litúrgica del Viernes Santo; la
procesión de las Vísperas bautismales en el día de Pascua, durante la cual "mientras se cantan
los salmos se va a la fuente bautismal"; las "procesiones" que en la celebración de la
Eucaristía acompañan algunos momentos, como la entrada del celebrante y los ministros, la
proclamación del Evangelio, la presentación de ofrendas, la comunión del Cuerpo y Sangre
del Señor; la procesión para llevar el Viático a los enfermos, en aquellos lugares en que
todavía está en vigor la costumbre; el cortejo fúnebre, que acompaña el cuerpo del difunto de
la casa a la Iglesia y de esta al cementerio; la procesión con ocasión del traslado de reliquias.
246. La piedad popular, sobre todo a partir de la Edad Media, ha dado amplio espacio a las
procesiones votivas, que en la época barroca han alcanzado su apogeo: para honrar a los
Santos patronos de una ciudad o corporación se llevan procesionalmente las reliquias, o una
estatua o efigie, por las calles de la ciudad.
En sus formas genuinas, las procesiones son manifestaciones de la fe del pueblo, que tienen
con frecuencia connotaciones culturales capaces de despertar el sentimiento religioso de los
fieles. Pero desde el punto de vista de la fe cristiana, las "procesiones votivas de los Santos",
como otros ejercicios de piedad, están expuestas a algunos riesgos y peligros: que prevalezcan
las devociones sobre los sacramentos, que quedan relegados a un segundo lugar, y de las
manifestaciones exteriores sobre las disposiciones interiores; el considerar las procesiones
como el momento culminante de la fiesta; que se configure el cristianismo, a los ojos de los
fieles que carecen de una instrucción adecuada, como una "religión de Santos"; la
degeneración de la misma procesión que, de testimonio de fe acaba convirtiéndose en mero
espectáculo o en un acto folclórico.
247. Para que la procesión conserve su carácter genuino de manifestación de fe, es necesario
que los fieles sean instruidos en su naturaleza, desde un punto de vista teológico, litúrgico y
antropológico.
Desde el punto de vista teológico se deberá destacar que la procesión es un signo de la
condición de la Iglesia, pueblo de Dios en camino que, con Cristo y detrás de Cristo,
consciente de no tener en este mundo una morada permanente (cfr. Heb 13,14), marcha por
los caminos de la ciudad terrena hacia la Jerusalén celestial; es también signo del testimonio
de fe que la comunidad cristiana debe dar de su Señor, en medio de la sociedad civil; es signo,
finalmente, de la tarea misionera de la Iglesia, que desde los comienzos, según el mandato del
Señor (cfr. Mt 28,19-20), está en marcha para anunciar por las calles del mundo el Evangelio
de la salvación.
Desde el punto de vista litúrgico se deberán orientar las procesiones, incluso aquellas de
carácter más popular, hacia la celebración de la Liturgia: presentando el recorrido de iglesia a
iglesia como camino de la comunidad que vive en el mundo hacia la comunidad que habita en
el cielo; procurando que se desarrollen con presidencia eclesiástica, para evitar
manifestaciones irrespetuosas o degeneradas; estableciendo un momento inicial de oración, en
el cual no falte la proclamación de la Palabra de Dios; valorando el canto, preferiblemente de
salmos y las aportaciones de instrumentos musicales; sugiriendo llevar en las manos, durante
el recorrido, cirios o lámparas encendidas; disponiendo las estaciones, que, al alternarse con
los momentos de marcha, dan la imagen del camino de la vida; concluyendo la procesión con
una oración doxológica a Dios, fuente de toda santidad, y con la bendición impartida por el
Obispo, presbítero o diácono.
Finalmente, desde un punto de vista antropológico se deberá poner de manifiesto el
significado de la procesión como "camino recorrido juntos": participando en el mismo clima
de oración, unidos en el canto, dirigidos a la única meta, los fieles se sienten solidarios unos
con otros, determinados a concretar en el camino de la vida los compromisos cristianos
madurados en el recorrido procesional.

Capítulo VII
LOS SUFRAGIOS POR LOS DIFUNTOS
La fe en la resurrección de los muertos
248. "El máximo enigma de la vida humana es la muerte". Sin embargo, la fe en Cristo
convierte este enigma en certeza de vida sin fin. Él proclamó que había sido enviado por el
Padre "para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16) y
también: "Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida
eterna; yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,40). Por eso, en el Símbolo NicenoConstantinopolitano la Iglesia profesa su fe en la vida eterna: "Espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo futuro".
Apoyándose en la Palabra de Dios, la Iglesia cree y espera firmemente que "del mismo modo
que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre,
igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado".
249. La fe en la resurrección de los muertos, elemento esencial de la revelación cristiana,
implica una visión particular del hecho ineludible y misterioso que es la muerte.
La muerte es el final de la etapa terrena de la vida, pero "no de nuestro ser", pues el alma es
inmortal. "Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos,
envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como
terminación normal de la vida"; desde el punto de vista de la fe, la muerte es también "el fin
de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le
ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino".
Si por una parte la muerte corporal es algo natural, por otra parte se presenta como "castigo
del pecado" (Rom 6,23). El Magisterio de la Iglesia, interpretando auténticamente las
afirmaciones de la Sagrada Escritura (cfr. Gn 2,17; 3,3; 3,19; Sab 1,13; Rom 5,12; 6,23),
"enseña que la muerte ha entrado en el mundo a causa del pecado del hombre".
También Jesús, Hijo de Dios, "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4,4) ha padecido la
muerte, propia de la condición humana; y, a pesar de su angustia ante la misma (cfr. Mc
14,33-34; Heb 5,7-8), "la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del
Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición".
La muerte es el paso a la plenitud de la vida verdadera, por lo que la Iglesia, invirtiendo la
lógica y las expectativas de este mundo, llama dies natalis al día de la muerte del cristiano, día
de su nacimiento para el cielo, donde "no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni
preocupaciones, porque las cosas de antes han pasado" (Ap 21,4); es la prolongación, en un
modo nuevo, del acontecimiento de la vida, porque como dice la Liturgia: "la vida de los que
en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo".
Finalmente, la muerte del cristiano es un acontecimiento de gracia, que tiene en Cristo y por
Cristo un valor y un significado positivo. Se apoya en la enseñanza de las Escrituras: "Para mí
vivir es Cristo, y una ganancia el morir" (Fil 1,21); "Es doctrina segura: si morimos con Él,
viviremos con Él" (2 Tim 2,11).
250. Según la fe de la Iglesia el "morir con Cristo" comienza ya en el Bautismo: allí el
discípulo del Señor ya está sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva;
y si muere en la gracia de Dios, al muerte física ratifica este "morir con Cristo" y lo lleva a la
consumación, incorporándole plenamente y para siempre en Cristo Redentor.
La Iglesia, por otra parte, en su oración de sufragio por las almas de los difuntos, implora la
vida eterna no sólo para los discípulos de Cristo muertos en su paz, sino también para todos
los difuntos, cuya fe sólo Dios ha conocido.


Sentido de los sufragios
251. En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerle partícipe de la
vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha
purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. "La Iglesia llama Purgatorio a
Formación Cofrade de Hermandades y Cofradías
www.formacioncofrade.org
esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los
condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en
los Concilios de Florencia y de Trento".
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son
una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique
con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos. Así, "la Iglesia
que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta
comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo
de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de
orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac 12,46)". Estos sufragios
son, en primer lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras expresiones de
piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de
las almas de los difuntos.


Las exequias cristianas
252. En la Liturgia romana, como en otras liturgias latinas y orientales, son frecuentes y
variados los sufragios por los difuntos.
Las exequias cristianas comprenden, según las tradiciones, tres momentos, aunque con
frecuencia y debido a las condiciones de vida profundamente cambiadas, propias de las
grandes áreas urbanas, se reducen a dos o a uno solo:
- La vigilia de oración en casa del difunto, según las circunstancias, o en otro lugar adecuado,
donde parientes y amigos, fieles, se reúnen para elevar a Dios una oración de sufragio,
escuchar las "palabras de vida eterna" y a la luz de éstas, superar las perspectivas de este
mundo y dirigir el espíritu a las auténticas perspectivas de la fe en Cristo resucitado; para
confortar a los familiares del difunto; para mostrar la solidaridad cristiana según las palabras
del Apóstol: "llorad con lo que lloran" (Rom 12,15).
- La celebración de la Eucaristía, que es absolutamente aconsejable, cuando sea posible. En
ella, la comunidad eclesial escucha "la Palabra de Dios, que proclama el misterio pascual,
alienta la esperanza de encontrarnos también un día en el reino de Dios, reaviva la piedad con
los difuntos y exhorta a un testimonio de vida verdaderamente cristiano", y el que preside
comenta la Palabra proclamada, conforme a las características de la homilía, "evitando la
forma y el estilo del elogio fúnebre". En la Eucaristía "La Iglesia expresa entonces su
comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la
muerte y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus
consecuencias, y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino". Una lectura
profunda de la Misa de exequias, permite captar cómo la Liturgia ha hecho de la Eucaristía, el
banquete escatológico, el verdadero refrigerium cristiano por el difunto.
- El rito de la despedida, el cortejo fúnebre y la sepultura: la despedida es el adiós (ad Deum)
al difunto, "recomendación a Dios" por parte de la Iglesia, el "último saludo dirigido por la
comunidad cristiana a un miembro suyo antes de que su cuerpo sea llevado a la sepultura". En
el cortejo fúnebre, la madre Iglesia, que ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano
durante peregrinación terrena, acompaña el cuerpo del difunto al lugar de su descanso, en
espera del día de la resurrección (cfr. 1 Cor 15,42-44).
253. Cada uno de estos momentos de las exequias cristianas se debe realizar con dignidad y
sentido religioso. Así, es preciso que: el cuerpo del difunto, que ha sido templo del Espíritu
Santo, sea tratado con gran respeto; que la ornamentación fúnebre sea decorosa, ajena a toda
forma de ostentación y despilfarro; los signos litúrgicos, como la cruz, el cirio pascual, el agua
bendita y el incienso, se usen de manera apropiada.
254. Separándose del sentido de la momificación, del embalsamamiento o de la cremación, en
las que se esconde, quizá, la idea de que la muerte significa la destrucción total del hombre, la
piedad cristiana ha asumido, como forma de sepultura de los fieles, la inhumación. Por una
parte, recuerda la tierra de la cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn 2,6) y a la que ahora
vuelve (cfr. Gn 3,19; Sir 17,1); por otra parte, evoca la sepultura de Cristo, grano de trigo que,
caído en tierra, ha producido mucho fruto (cfr. Jn 12,24).
Sin embargo, en nuestros días, por el cambio en las condiciones del entorno y de la vida, está
en vigor la praxis de quemar el cuerpo del difunto. Respecto a esta cuestión, la legislación
eclesiástica dispone que: "A los que hayan elegido la cremación de su cadáver se les puede
conceder el rito de las exequias cristianas, a no ser que su elección haya estado motivada por
razones contrarias a la doctrina cristiana". Respecto a esta opción, se debe exhortar a los fieles
a no conservar en su casa las cenizas de los familiares, sino a darles la sepultura
acostumbrada, hasta que Dios haga resurgir de la tierra a aquellos que reposan allí y el mar
restituya a sus muertos (cfr. Ap 20,13).


Otros sufragios
255. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico por los difuntos con ocasión, no sólo de la
celebración de los funerales, sino también en los días tercero, séptimo y trigésimo, así como
en el aniversario de la muerte; la celebración de la Misa en sufragio de las almas de los
propios difuntos es el modo cristiano de recordar y prolongar, en el Señor, la comunión con
cuantos han cruzado ya el umbral de la muerte. El 2 de Noviembre, además, la Iglesia ofrece
repetidamente el santo sacrificio por todos los fieles difuntos, por los que celebra también la
Liturgia de las Horas.
Cada día, tanto en la celebración de la Eucaristía como en las Vísperas, la Iglesia no deja de
implorar al Señor con súplicas, para que dé a "los fieles que nos han precedido con el signo de
la fe... y a todos los que descansan en Cristo, el lugar del consuelo, de la luz y de la paz".
Es importante, pues, educar a los fieles a la luz de la celebración eucarística, en la que la
Iglesia ruega para que sean asociados a la gloria del Señor resucitado todos los fieles difuntos,
de cualquier tiempo y lugar, evitando el peligro de una visión posesiva y particularista de la
Misa por el "propio" difunto. La celebración de la Misa en sufragio por los difuntos es además
una ocasión para una catequesis sobre los novísimos.


La memoria de los difuntos en la piedad popular
256. Al igual que la Liturgia, la piedad popular se muestra muy atenta a la memoria de los
difuntos y es solícita en las oraciones de sufragio por ellos.
En la "memoria de los difuntos", la cuestión de la relación entre Liturgia y piedad popular se
debe afrontar con mucha prudencia y tacto pastoral, tanto en lo referente a cuestiones
doctrinales como en la armonización de las acciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.
257. Es necesario, ante todo, que la piedad popular sea educada por los principios de la fe
cristiana, como el sentido pascual de la muerte de los que, mediante el Bautismo, se han
incorporado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo (cfr. Rom 6,3-10); la
inmortalidad del alma (cfr. Lc 23,43); la comunión de los santos, por la que "la unión... con
los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes bien,
según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes
espirituales": "nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer
eficaz su intercesión en nuestro favor"; la resurrección de la carne; la manifestación gloriosa
de Cristo, "que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos"; la retribución conforme a las
obras de cada uno; la vida eterna.
En los usos y tradiciones de algunos pueblos, respecto al "culto de los muertos", aparecen
elementos profundamente arraigados en la cultura y en unas determinadas concepciones
antropológicas, con frecuencia determinadas por el deseo de prolongar los vínculos familiares,
y por así decir, sociales, con los difuntos. Al examinar y valorar estos usos se deberá actuar
con cuidado, evitando, cuando no estén en abierta oposición al Evangelio, interpretarlos
apresuradamente como restos del paganismo.
258. Por lo que se refiere a los aspectos doctrinales, hay que evitar:
- el peligro de que permanezcan, en la piedad popular para con los difuntos, elementos o
aspectos inaceptables del culto pagano a los antepasados;
- la invocación de los muertos para prácticas adivinatorias;
- la atribución a sueños, que tienen por objeto a personas difuntas, supuestos significados o
consecuencias, cuyo temor condiciona el actuar de los fieles;
- el riesgo de que se insinúen formas de creencia en la reencarnación;
. el peligro de negar la inmortalidad del alma y de separar el acontecimiento de la muerte de la
perspectiva de la resurrección, de tal manera que la religión cristiana apareciera como una
religión de muertos;
- la aplicación de categorías espacio temporales a la condición de los difuntos.
259. Esta muy difundido en la sociedad moderna, y con frecuencia tiene consecuencias
negativas, el error doctrinal y pastoral de "ocultar la muerte y sus signos".
Médicos, enfermeros, parientes, piensan frecuentemente que es un deber ocultar al enfermo,
que por el desarrollo de la hospitalización suele morir, casi siempre, fuera de su casa, la
inminencia de la muerte.
Se ha repetido que en las grandes ciudades de los vivos no hay sitio para los muertos: en las
pequeñas habitaciones de los edificios urbanos, no se puede habilitar un "lugar para una
vigilia fúnebre"; en las calles, debido a un tráfico congestionado, no se permiten los lentos
cortejos fúnebres que dificultan la circulación; en las áreas urbanas, el cementerio, que antes,
al menos en los pueblos, estaba en torno o en las cercanías de la Iglesia – era un verdadero
campo santo y signo de la comunión con Cristo de los vivos y los muertos – se sitúa en la
periferia, cada vez más lejano de la ciudad, para que con el crecimiento urbano no se vuelva a
encontrar dentro de la misma.
La civilización moderna rechaza la "visibilidad de la muerte", por lo que se esfuerza en
eliminar sus signos. De aquí viene el recurso, difundido en un cierto número de países, a
conservar al difunto, mediante un proceso químico, en su aspecto natural, como si estuviera
vivo (tanatopraxis): el muerto no debe aparecer como muerto, sino mantener la apariencia de
vida.
El cristiano, para el cual el pensamiento de la muerte debe tener un carácter familiar y sereno,
no se puede unir en su fuero interno al fenómeno de la "intolerancia respecto a los muertos",
que priva a los difuntos de todo lugar en la vida de las ciudades, ni al rechazo de la
"visibilidad de la muerte", cuando esta intolerancia y rechazo están motivados por una huida
irresponsable de la realidad o por una visión materialista, carente de esperanza, ajena a la fe en
Cristo muerto y resucitado.
También el cristiano se debe oponer con toda firmeza a las numerosas formas de "comercio de
la muerte", que aprovechando los sentimientos de los fieles, pretenden simplemente obtener
ganancias desmesuradas y vergonzosas.
260. La piedad popular para con los difuntos se expresa de múltiples formas, según los lugares
y las tradiciones.
- la novena de los difuntos como preparación y el octavario como prolongación de la
Conmemoración del 2 de Noviembre; ambos se deben celebrar respetando las normas
litúrgicas;
- la visita al cementerio; en algunas circunstancias se realiza de forma comunitaria, como en la
Conmemoración de todos los fieles difuntos, al final de las misiones populares, con ocasión de
la toma de posesión de la parroquia por el nuevo párroco; en otras se realiza de forma privada,
como cuando los fieles se acercan a la tumba de sus seres queridos para mantenerla limpia y
adornada con luces y flores; esta visita debe ser una muestra de la relación que existe entre el
difunto y sus allegados, no expresión de una obligación, que se teme descuidar por una
especie de temor supersticioso;
- la adhesión a cofradías y otras asociaciones, que tienen como finalidad "enterrar a los
muertos" conforme a una visión cristiana del hecho de la muerte, ofrecer sufragios por los
difuntos, ser solidarios y ayudar a los familiares del fallecido;
- los sufragios frecuentes, de los que ya se ha hablado, mediante limosnas y otras obras de
misericordia, ayunos, aplicación de indulgencias y sobre todo oraciones, como la recitación
del salmo De profundis, de la breve fórmula Requiem aeternam, que suele acompañar con
frecuencia al Ángelus, el santo Rosario, la bendición de la mesa familiar.

Capítulo VIII
SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES
261. El santuario, tanto si está dedicado a la Santísima Trinidad como a Cristo el Señor, a la
Virgen, a los Ángeles, a los Santos o a los Beatos, es quizá el lugar donde las relaciones entre
Liturgia y piedad popular son más frecuentes y evidentes. "En los santuarios se debe
proporcionar a los fieles de manera más abundante los medios de la salvación, predicando con
diligencia la Palabra de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica, principalmente
mediante la celebración de la Eucaristía y la penitencia, y practicando también otras formas
aprobadas de piedad popular".
En estrecha relación con el santuario está la peregrinación, que también es una expresión muy
difundida y característica de la piedad popular.
En nuestros días, el interés por los santuarios y la participación en las peregrinaciones, lejos de
haberse debilitado por el secularismo, gozan de amplio favor entre los fieles.
Parece conveniente, en conformidad con los objetivos de este Documento, ofrecer algunas
indicaciones para que, en la actividad pastoral de los santuarios y en el desarrollo de las
peregrinaciones, se establezca y favorezca una relación correcta entre acciones litúrgicas y
ejercicios de piedad.

El Santuario
Algunos principios
262. Según la revelación cristiana, el santuario supremo y definitivo es Cristo resucitado (cfr.
Jn 2,18-21; Ap 21,22), en torno al cual se congrega y organiza la comunidad de los discípulos,
que a su vez es la nueva casa del Señor (cfr. 1 Pe 2,5; Ef 2,19-22).
Desde un punto de vista teológico, el santuario, que no pocas veces ha surgido de un
movimiento de piedad popular, es un signo de la presencia activa, salvífica, del Señor en la
historia y un refugio donde el pueblo de Dios, peregrino por los caminos del mundo hacia la
Ciudad futura (cfr. Heb 13,14), restaura sus fuerzas para continuar la marcha.
263. El santuario, como las iglesias, tiene un gran valor simbólico: es imagen de la "morada
de Dios con los hombres" (Ap 21,3) y remite al "misterio del Templo" que se ha realizado en
el cuerpo de Cristo (Cfr. Jn 1,14; 2,21), en la comunidad eclesial (cfr. 1 Pe 2,5) y en cada uno
de los fieles (cfr. 1 Cor 3,16-17; 6,19; 2 Cor 6,16).


A los ojos de los fieles los santuarios son:
- por su origen, quizá, recuerdo de un acontecimiento considerado milagroso, que ha
determinado la aparición de manifestaciones de devoción duradera, o de testimonio de la
piedad y el agradecimiento de un pueblo por los beneficios recibidos;
- por los frecuentes signos de misericordia que suceden en ellos, lugares privilegiados de la
asistencia divina y de la intercesión de la Virgen María, de los Santos o de los Beatos;
- por la situación, con frecuencia aislada y elevada, y por la belleza, ya sea austera, ya
exuberante de los lugares en los que se encuentran, signo de la armonía del cosmos y reflejo
de la belleza divina;
- por la predicación que allí resuena, llamada eficaz a la conversión, invitación a vivir en la
caridad y aumentar las obras de misericordia, exhortación a llevar una vida caracterizada por
el seguimiento de Cristo;
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- por la vida sacramental que allí se desarrolla, lugar de fortalecimiento de la fe, crecimiento
de gracia, refugio y esperanza en la aflicción;
- por el aspecto del mensaje evangélico que expresan, una interpretación especial y casi una
prolongación de la Palabra;
- por su orientación escatológica, una invitación a cultivar el sentido de la trascendencia y a
dirigir los pasos, a través de los caminos de la vida temporal, hacia el santuario del cielo (cfr.
Heb 9,11; Ap 21,3).
"Siempre y en todo lugar, los santuarios cristianos han sido, o han querido ser, signos de Dios,
de su irrupción en la historia. Cada uno de ellos es un memorial del misterio de la Encarnación
y de la Redención".


Reconocimiento canónico
264. "Con el nombre de santuario se designa una iglesia u otro lugar sagrado al que, por un
motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles, con aprobación del
Ordinario del lugar".
La condición previa para que un lugar sagrado sea reconocido canónicamente como santuario
diocesano, nacional o internacional, es la aprobación del Obispo diocesano, de la Conferencia
de Obispos, o de la Santa Sede, respectivamente. La aprobación canónica constituye un
reconocimiento oficial del lugar sagrado y de su finalidad específica, que es la de acoger las
peregrinaciones del pueblo de Dios que acude para adorar al Padre, profesar la fe,
reconciliarse con Dios, con la Iglesia y con los hermanos, e implorar la intercesión de la
Madre del Señor o de un Santo.
Sin embargo, no se debe olvidar que otros muchos lugares de culto, con frecuencia humildes –
pequeñas iglesias en la ciudad o en el campo – desarrollan en su entorno local, aunque sin
reconocimiento canónico, una función semejante a la de los santuarios. También forman parte
de la "geografía de la fe" y de la piedad del pueblo de Dios, de una comunidad que habita en
un determinado lugar y que, en la fe, está en camino hacia la Jerusalén celestial (cfr. Ap 21).
El santuario como lugar de celebraciones cultuales
265. El santuario tiene una función cultual de primer orden. Los fieles se acercan, sobre todo,
para participar en las celebraciones litúrgicas y en los ejercicios de piedad que tiene lugar allí.
Esta reconocida función cultual del santuario, no debe oscurecer en el ánimo de los fieles la
enseñanza evangélica de que el lugar no es algo determinante para el auténtico culto al Señor
(cfr. Jn 4,20-24).


Valor ejemplar
266. Los responsables de los santuarios deben procurar que la Liturgia que en ellos se realiza,
resulte un ejemplo por la calidad de las celebraciones: "Entre las funciones reconocidas a los
santuarios, también por el Código de derecho canónico, está el desarrollo de la Liturgia. Esto
no se debe entender como un aumento del número de las celebraciones, sino como una mejora
de su calidad. Los rectores de los santuarios son conscientes de su responsabilidad para
alcanzar este objetivo. Comprenden que los fieles, que llegan al santuario de los más diversos
lugares, deben regresar confortados en el espíritu y edificados por las celebraciones que tienen
lugar allí: por su capacidad de comunicar el mensaje de salvación, por la noble sencillez de las
expresiones rituales, por el fiel cumplimiento de las normas litúrgicas. Saben, también, que los
efectos de una acción litúrgica ejemplar no se agotan en la celebración realizada en el
santuario: los sacerdotes y los fieles peregrinos tienden a llevar a sus lugares de origen las
experiencias cultuales válidas que han vivido en el santuario".


La celebración de la Penitencia
267. Para muchos fieles, la visita a un santuario es una ocasión propicia, con frecuencia
procurada, para acercarse al sacramento de la Penitencia. Por lo tanto, es preciso que se preste
atención a los diversos elementos que contribuyen a la celebración del sacramento:
- El lugar de la celebración: además de los confesionarios tradicionales dispuestos en la
iglesia, en los santuarios muy frecuentados sería deseable que hubiera un lugar reservado para
la celebración de la Penitencia, que se pueda emplear también para momentos de preparación
comunitaria y celebraciones penitenciales, y que, dentro del respeto a las normas canónicas y
a la reserva que exige la confesión, ofrezca al penitente la facilidad para dialogar con el
confesor.
- La preparación al sacramento: en no pocos casos, los fieles necesitan ayuda para realizar los
actos que son parte del sacramento, sobre todo para orientar el corazón a Dios, con una sincera
conversión, "puesto que de ella depende la verdadera penitencia". Se deben organizar
encuentros de preparación, tal como se propone en el Ordo Paenitentiae, en los que, mediante
la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, se ayude a los fieles a celebrar con fruto el
sacramento; o al menos se deben poner a disposición de los fieles subsidios adecuados, que les
guíen no sólo en la preparación de la confesión de los pecados, sino para que alcancen un
sincero arrepentimiento.
- La elección de la forma ritual, que lleve a los fieles a descubrir la naturaleza eclesial de la
Penitencia; en este sentido, la celebración del Rito para la reconciliación de varios penitentes
con confesión y absolución individual (forma segunda), debidamente organizada y preparada,
no debería ser algo excepcional, sino habitual, previsto sobre todo en algunos momentos del
Año litúrgico. Realmente "la celebración comunitaria manifiesta más claramente la naturaleza
eclesial de la penitencia". La reconciliación sin confesión individual íntegra y con absolución
general es una forma totalmente excepcional y extraordinaria, que no se puede alternar con las
otras dos formas ordinarias y no se justifica por la sola razón de una gran afluencia de fieles,
como sucede en las fiestas y peregrinaciones.


La celebración de la Eucaristía
268. "La celebración de la Eucaristía es la culminación y como el cauce de toda la acción
pastoral de los santuarios"; es preciso, por tanto, prestarle la máxima atención, para que
resulte ejemplar en su desarrollo ritual y conduzca a los fieles a un encuentro profundo con
Cristo.
A menudo sucede que varios grupos quieren celebrar la Eucaristía al mismo tiempo, pero por
separado. Esto no es coherente con la dimensión eclesial del misterio eucarístico, desde el
momento en que esa manera de celebrar la Eucaristía, en lugar de ser un momento de unidad y
de fraternidad, se convertiría en expresión de un particularismo que no refleja el sentido de
comunión y de universalidad de la Iglesia.
Una sencilla reflexión sobre la naturaleza de la Eucaristía, "sacramento de piedad, signo de
unidad, vínculo de caridad", debería convencer a los sacerdotes que guían las peregrinaciones
a favorecer la reunión de varios grupos en una misma concelebración, debidamente
organizada y que tuviera en cuenta – si fuera necesario – la diversidad de las lenguas; en
ocasión de reuniones de fieles de distintas naciones es conveniente que se interpreten cantos
en lengua latina y con las melodías más fáciles, al menos en las partes del Ordinario de la
Misa, especialmente el símbolo de la fe y la oración del Señor. Tal celebración ofrecería una
imagen genuina de la naturaleza de la Iglesia y de la Eucaristía, y constituiría para los
peregrinos una ocasión de acogida recíproca y de enriquecimiento mutuo.
La celebración de la Unción de los enfermos
269. El Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae prevé la celebración
comunitaria del sacramento de la Unción en los santuarios, sobre todo con ocasión de
peregrinaciones de enfermos. Esto está en perfecta armonía con la naturaleza del sacramento y
con la función del santuario: es justo que donde se implora la misericordia del Señor de una
manera más intensa, la acción maternal de la Iglesia se haga más solícita a favor de sus hijos
que, por enfermedad o vejez, comienzan a encontrarse en peligro.
El rito se realizará según las indicaciones del Ordo, por lo que "si hay varios sacerdotes, cada
uno impone las manos y administra la unción con la fórmula correspondiente a cada uno de
los enfermos de un grupo; en cambio las oraciones las recita el celebrante principal".


La celebración de otros sacramentos
270. En los santuarios, además de la Eucaristía, la Penitencia y la Unción comunitaria de los
enfermos, se celebran, también, con más o menos frecuencia, otros sacramentos. Esto exige
que los responsables del santuario, además del cumplimiento de las disposiciones que haya
emanado el Obispo diocesano:
- procuren un entendimiento sincero y una colaboración fructuosa entre el santuario y la
comunidad parroquial;
- consideren con atención la naturaleza de cada sacramento; por ejemplo: los sacramentos de
la iniciación cristiana, que requieren una larga preparación e insertan al bautizado en la
comunidad eclesial, deberían celebrarse, por norma general, en la parroquia;
- asegúrense de que todas las celebraciones de un sacramento hayan estado precedidas de una
adecuada preparación; los responsables de un santuario no deben celebrar el sacramento del
matrimonio si no consta el permiso concedido por el Ordinario o por el párroco;
- valoren serenamente las situaciones, múltiples e imprevisibles, para las que no es posible
establecer a priori normas rígidas.


La celebración de la Liturgia de las Horas
271. La visita a un santuario, tiempo y lugar favorable para la oración personal y comunitaria,
constituye una ocasión privilegiada para ayudar a los fieles a apreciar la belleza de la Liturgia
de las Horas y para asociarse a la alabanza cotidiana que, en el curso de su peregrinación
terrena, la Iglesia eleva al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
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Así pues, los rectores de los santuarios deben introducir en las actividades preparadas para los
peregrinos, según la oportunidad, celebraciones dignas y festivas de la Liturgia de las Horas,
especialmente de Laudes y Vísperas, proponiendo también la celebración, parcial o completa,
de un Oficio votivo que tenga relación con el santuario.
A lo largo de la peregrinación y conforme se van acercando a la meta, los sacerdotes que
acompañan a los fieles no dejen de proponerles, al menos, la oración de alguna Hora del
Oficio Divino.


La celebración de los sacramentales
272. Desde la antigüedad, la Iglesia ha tenido la costumbre de bendecir personas, lugares,
alimentos, objetos. En nuestros días, sin embargo, la práctica de la bendición, motivada por
usos antiguos y concepciones profundamente arraigadas en algunos fieles, presenta algunos
puntos delicados. Con todo, continúa siendo una cuestión pastoral bastante presente en los
santuarios, donde los fieles, que acuden para implorar la gracia y la ayuda del Señor, la
intercesión de la Madre de la misericordia o de los Santos, suelen pedir a los sacerdotes las
más diversas bendiciones. Para un desarrollo correcto de la pastoral de las bendiciones, los
rectores de los santuarios deberán:
- proceder con paciencia en la aplicación gradual de los principios establecidos por el Rituale
Romanum, los cuales buscan fundamentalmente que la bendición sea una expresión genuina
de fe en Dios, dador de todo bien;
- subrayar de manera adecuada – en cuanto sea posible – los dos momentos que configuran la
"estructura típica" de toda bendición: la proclamación de la Palabra de Dios, que da sentido al
signo sagrado, y la oración mediante la cual la Iglesia alaba a Dios e implora sus beneficios,
como recuerda el mismo signo de la cruz que traza el ministro ordenado;
- preferir la celebración comunitaria a la individual o privada y comprometer a los fieles para
que participen de manera plena y consciente.
273. Es deseable que los rectores de los santuarios establezcan a lo largo del día, en los
periodos de mayor afluencia de peregrinos, momentos especiales para celebrar las
bendiciones; en ellos, mediante una acción ritual caracterizada por la verdad y la dignidad, los
fieles comprenderán el sentido genuino de la bendición y el compromiso de observar los
mandamientos de Dios, que comporta la "petición de una bendición".


El santuario como lugar de evangelización
274. Innumerables centros de comunicación social divulgan todos los días noticias y mensajes
de todo tipo; el santuario, en cambio, es el lugar en el que continuamente se proclama un
mensaje de vida: el "Evangelio de Dios" (Mc 1,14; Rom 1,1) o "Evangelio de Jesucristo" (Mc
1,1), esto es, la buena noticia que proviene de Dios y que tiene por contenido a Cristo Jesús:
Él es el Salvador de todos los pueblos, en cuya muerte y resurrección se han reconciliado para
siempre el cielo y la tierra.
Al fiel que se acerca al santuario se le deben proponer, directa o indirectamente, los elementos
fundamentales del mensaje evangélico: el sermón de la montaña, el anuncio gozoso de la
bondad y paternidad de Dios así como de su amorosa providencia, el mandamiento del amor,
el significado salvador de la cruz, el destino trascendente de la vida humana.
Muchos santuarios son, efectivamente, lugares de difusión del Evangelio: en las formas más
variadas, el mensaje de Cristo se trasmite a los fieles como llamada a la conversión, invitación
al seguimiento, exhortación a la perseverancia, recuerdo de las exigencias de la justicia,
palabra de consuelo y de paz.
No se puede olvidar la cooperación que muchos santuarios prestan a la labor evangelizadora
de la Iglesia, al sostener de diversos modos las misiones "ad gentes".


El santuario como lugar de la caridad
275. La misión ejemplar del santuario se extiende también al ejercicio de la caridad. Todo
santuario, en cuanto celebra la presencia misericordiosa del Señor, la ejemplaridad y la
intercesión de la Virgen y los Santos, "es por sí mismo un hogar que irradia la luz y el calor de
la caridad". En su acepción más común y en el lenguaje de los sencillos "la caridad es el amor
expresado en el nombre de Dios". Esta encuentra sus manifestaciones concretas en el acoger y
en la misericordia, en la solidaridad y en el compartir, en la ayuda y en el don.
Gracias a la generosidad de los fieles y al celo de los responsables, muchos santuarios son
lugares de mediación entre el amor a Dios y la caridad fraterna, por una parte, y las
necesidades del hombre, por otra. En ellos fructifica la caridad de Cristo y parece que se
prolongan la solicitud maternal de la Virgen y la cercanía solidaria de los Santos, que se
expresan, por ejemplo:
- en la creación y mantenimiento de centros de asistencia social, como hospitales, centros de
enseñanza para niños sin recursos y residencias para personas ancianas;
- "en la acogida y hospitalidad para con los peregrinos, sobre todo los más pobres, a quienes
se ofrecen, en la medida de lo posible, lugares y condiciones para un momento de descanso
- en la solicitud y cuidado de los peregrinos ancianos, enfermos, minusválidos, a los que se
reservan las atenciones más delicadas, los mejores sitios en los santuarios; para ellos se
organizan, en el horario más adecuado, celebraciones que, sin separarles de los otros fieles,
tengan en cuenta sus circunstancias especiales; para ellos se establece una cooperación con
asociaciones que se ocupen generosamente de sus desplazamientos;
- en la disponibilidad y en el servicio ofrecido a todos los que se acercan al santuario: fieles
cultos e incultos, pobres y ricos, con-nacionales o extranjeros".


El santuario como lugar de cultura
276. Con frecuencia el santuario es ya, en sí mismo, un "bien cultural": en él se dan cita y se
presentan, como resumidas en una síntesis, numerosas manifestaciones de la cultura de las
poblaciones vecinas: testimonios históricos y artísticos, formas de expresión lingüística y
literaria, expresiones musicales típicas.
Desde este punto de vista, el santuario resulta con frecuencia un punto de referencia válido
para definir la identidad cultural de un pueblo. Y en cuanto que en el santuario se da una
síntesis armoniosa entre naturaleza y gracia, piedad y arte, se puede proponer como expresión
de la Vía pulchritudinis para contemplar la belleza de Dios, del misterio de la Tota pulchra, de
las admirables experiencias de los Santos.
Además, cada vez se tiende más a hacer del santuario un "centro de cultura" específico, un
lugar en el que se organizan cursos de estudio y conferencias, donde se acometen interesantes
iniciativas editoriales y se promueven representaciones sagradas, conciertos, exposiciones y
otras manifestaciones artísticas y literarias.
La actividad cultural del santuario se configura como una iniciativa en el ámbito de la
promoción humana; esta función se añade útilmente a la función primordial, de lugar para el
culto divino, para la evangelización, para el ejercicio de la caridad. En este sentido, los
responsables de los santuarios deben procurar que la dimensión cultural no adquiera una
importancia mayor que la cultual.


El santuario como lugar de compromiso ecuménico
277. El santuario, en cuanto lugar de anuncio de la Palabra, de invitación a la conversión, de
intercesión, de intensa vida litúrgica, de ejercicio de la caridad es un "bien espiritual" que se
puede compartir, en una cierta medida y conforme a las indicaciones del Directorio
ecuménico, con los hermanos y hermanas que no están en plena comunión con la Iglesia
católica.
En consecuencia, el santuario debe ser un lugar de compromiso ecuménico, sensible a la
necesidad grave y urgente de la unidad de todos los creyentes en Cristo, único Señor y
Salvador.
Por lo tanto, los rectores de los santuarios deben ayudar a los peregrinos a tomar conciencia
del "ecumenismo espiritual" del que hablan el decreto conciliar Unitatis redintegratio y el
Directorio ecuménico, según el cual los cristianos deben siempre tener presente la intención
de la unidad en las oraciones, en la celebración eucarística, en la vida diaria. Así, en los
santuarios se debería intensificar la oración con esta intención en algunos tiempos particulares,
como la semana de oración por la unidad de los cristianos, en los días entre la Ascensión del
Señor y Pentecostés, en los cuales se recuerda a la comunidad de Jerusalén reunida en la
oración y en espera de la venida del Espíritu Santo, que la confirmará en la unidad y en su
misión universal.
Además, los rectores de los santuarios promuevan, cuando haya oportunidad, encuentros de
oración entre cristianos de las diversas confesiones; en estos encuentros, preparados con
atención y colaboración, deberá primar la Palabra de Dios y se deberán valorar las formas de
oración características de las diversas confesiones cristianas.
Según las circunstancias, será quizá oportuno extender, en casos excepcionales, la atención a
los miembros de otras religiones: existen, de hecho, santuarios frecuentados por los no
cristianos, que acuden allí atraídos por los valores propios del cristianismo. Todos los actos de
culto que se realizan en los santuarios deben ser claramente conformes con la identidad
católica, sin ocultar jamás lo que pertenece a la fe de la Iglesia.
278. El compromiso ecuménico adquiere aspectos particulares cuando se trata de santuarios
dedicados a la Virgen María. En el plano sobrenatural, santa María, que ha dado a luz al
Salvador de todos los pueblos y que ha sido su primera y perfecta discípula, tiene una misión
de concordia y de unidad respecto a los discípulos de su Hijo, por lo que la Iglesia la saluda
con el título de Mater unitatis; en el plano histórico, en cambio, la figura de María, debido a
las diversas interpretaciones sobre su papel en la historia de la salvación, ha sido con
frecuencia motivo de divergencia y división entre los cristianos. Hay que reconocer, con todo,
que en el aspecto mariano, el diálogo ecuménico actualmente está dando sus frutos.

La peregrinación
279. La peregrinación, experiencia religiosa universal, es una expresión característica de la
piedad popular, estrechamente vinculada al santuario, de cuya vida constituye un elemento
indispensable: el peregrino necesita un santuario y el santuario requiere peregrinos.


Peregrinaciones bíblicas
280. En la Biblia destacan, por su simbolismo religioso, las peregrinaciones de los patriarcas
Abraham, Isaac y Jacob, a Siquem (cfr. Gn 12,6-7; 33,18-20), Betel (cfr. Gn 28,10-22; 35,1-
15) y Mambré (Gn 13,18; 18,1-15), donde Dios se les manifestó y se comprometió a darles la
"tierra prometida".
Para las tribus salidas de Egipto, el Sinaí, monte de la teofanía a Moisés (cfr. Ex 19-20), se
convierte en un lugar sagrado y todo el camino del desierto del Sinaí tuvo para ellos el sentido
de un largo viaje hacia la tierra santa de la promesa: viaje bendecido por Dios, que, en el Arca
(cfr. Num 10,33-36) y en el Tabernáculo (cfr. 2 Sam 7,6), símbolos de su presencia, camina
con su pueblo, lo guía y la protege por medio de la Nube (cfr. Num 9,15-23).
Jerusalén, convertida en sede del Templo y del Arca, pasó a ser la ciudad-santuario de los
Hebreos, la meta por excelencia del deseado "viaje santo" (Sal 84,6), en el que el peregrino
avanza "entre cantos de alegría, en el bullicio de la fiesta" (Sal 42,5) hasta "la casa de Dios"
para comparecer ante su presencia (cfr. Sal 84,6-8).
Tres veces al año, los varones israelitas debían "presentarse ante el Señor" (cfr. Ex 23,17), es
decir, dirigirse al Templo de Jerusalén: esto daba lugar a tres peregrinaciones con ocasión de
las fiestas de los Ácimos (la Pascua), de las Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos; y
toda familia israelita piadosa acudía, como hacía la familia de Jesús (cfr. Lc 2,41), a la ciudad
santa para la celebración anual de la Pascua. Durante su vida pública, también Jesús se dirigía
habitualmente a Jerusalén como peregrino (cfr. Jn 11,55-56); por otra parte se sabe que el
evangelista san Lucas presenta la acción salvífica de Jesús como una misteriosa peregrinación
(cfr. Lc 9,51-19,45), cuya meta es Jerusalén, la ciudad mesiánica, el lugar del sacrificio
pascual y de su retorno al Padre: "He salido del Padre y he venido al mundo; ahora dejo de
nuevo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28).
Precisamente durante una reunión de peregrinos en Jerusalén, de "judíos observantes de toda
nación que hay bajo el cielo" (Hech 2,5) para celebrar Pentecostés, la Iglesia comienza su
camino misionero.


La peregrinación cristiana
281. Desde que Jesús ha dado cumplimiento en sí mismo al misterio del Templo (cfr. Jn 2,22-
23) y ha pasado de este mundo al Padre (cfr. Jn 13,1), realizando en su persona el éxodo
definitivo, para sus discípulos ya no existe ninguna peregrinación obligatoria: toda su vida es
un camino hacia el santuario celeste y la misma Iglesia dice de sí que es "peregrina en este
mundo".
Sin embargo la Iglesia, dada la conformidad que existe entre la doctrina de Cristo y los valores
espirituales de la peregrinación, no sólo ha considerado legítima esta forma de piedad, sino
que la ha alentado a lo largo de la historia.
282. En los tres primeros siglos la peregrinación, salvo alguna excepción, no forma parte de
las expresiones cultuales del cristianismo: la Iglesia temía la contaminación de prácticas
religiosas del judaísmo y del paganismo, en los cuales la práctica de la peregrinación estaba
muy arraigada.
No obstante, en estos siglos se ponen los cimientos para una recuperación, con características
cristianas, de la práctica de la peregrinación: el culto a los mártires, en las tumbas, a las que
acuden los fieles para venerar los restos mortales de estos testigos insignes de Cristo,
determinará, progresiva y consecuentemente, el paso de la "visita devota" a la "peregrinación
votiva".
283. Después de la paz constantiniana, tras la identificación de los lugares y el hallazgo de las
reliquias de la Pasión del Señor, la peregrinación cristiana vive un momento de esplendor: es
sobre todo la visita a Palestina, que, por sus "lugares santos", se convierte, comenzando por
Jerusalén, en la Tierra santa. De esto dan testimonio las narraciones de peregrinos famosos,
como el Itinerarium Burdigalense y el Itinerarium Egeriae, ambos del siglo IV.
Se construyen basílicas sobre los "lugares santos", como la Anástasis, edificada sobre el Santo
Sepulcro, y el Martyrium sobre el Monte Calvario, que ejercen una gran atracción sobre los
peregrinos. También los lugares de la infancia del Salvador y de su vida pública se convierten
en meta de peregrinaciones, que se extienden también a los lugares sagrados del Antiguo
Testamento, como el Monte Sinaí.
284. La Edad Media es la época dorada de las peregrinaciones; además de su función
fundamentalmente religiosa, han tenido una función extraordinaria en la formación de la
cristiandad occidental, en la unión de los diversos pueblos, en el intercambio de valores entre
las diversas culturas europeas.
Los centros de peregrinación son numerosos. Ante todo, Jerusalén, que, a pesar de la
ocupación islámica, continúa siendo un punto importante de atracción espiritual, así como el
origen del fenómeno de las cruzadas, cuyo motivo fue precisamente permitir a los fieles visitar
el sepulcro de Cristo. Asimismo las reliquias de la pasión del Señor, como la túnica, el rostro
santo, la escala santa, la sábana santa atraen a innumerables fieles y peregrinos. A Roma
acuden los "romeros" para venerar las memorias de los apóstoles Pedro y Pablo (ad limina
Apostolorum), para visitar las catacumbas y las basílicas, y como reconocimiento del
ministerio del Sucesor de Pedro a favor de la Iglesia universal (ad Petri sedem). Fue también
muy frecuentado durante los siglos IX a XVI, y todavía hoy lo es, Santiago de Compostela,
hacia donde convergen desde diversos países varios "caminos", formados como consecuencia
de un planteamiento religioso, social y caritativo de la peregrinación. Entre otros lugares se
puede mencionar Tours, donde está la tumba de san Martín, venerado fundador de dicha
Iglesia; Canterbury, donde santo Tomás Becket consumó su martirio, que tuvo gran
resonancia en toda Europa; el Monte Gargano en Puglia, S. Michele della Chiusa en el
Piamonte, el Mont Saint-Michel en Normandía, dedicados al arcángel san Miguel;
Walsingham, Rocamadour y Loreto, sedes de célebres santuarios marianos.
285. En la época moderna, debido al cambio del ambiente cultural, a las vicisitudes originadas
por el movimiento protestante y el influjo de la ilustración, las peregrinaciones disminuyeron:
el "viaje a un país lejano" se convierte en "peregrinación espiritual", "camino interior" o
"procesión simbólica", que consistía en un breve recorrido, como en el Vía Crucis.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX se recuperan las peregrinaciones, pero cambia en
parte su fisonomía: tienen como meta santuarios que son particulares expresiones de la
identidad de la fe y de la cultura de una nación; este es el caso, por ejemplo de los santuarios
de Altötting, Antipolo, Aparecida, Asís, Caacupé, Chartres, Coromoto, Czestochowa,
Ernakulam-Angamaly, Fátima, Guadalupe, Kevalaer, Knock, La Vang, Loreto, Lourdes,
Mariazell, Marienberg, Montevergine, Montserrat, Nagasaki, Namugongo, Padua, Pompei,
San Giovanni Rotondo, Washington, Yamoussoukro, etc.


Espiritualidad de la peregrinación
286. A pesar de todos los cambios sufridos a lo largo de los siglos, la peregrinación conserva
en nuestro tiempo los elementos esenciales que determinan su espiritualidad:
Dimensión escatológica. Es una característica esencial y originaria: la peregrinación, "camino
hacia el santuario", es momento y parábola del camino hacia el Reino; la peregrinación ayuda
a tomar conciencia de la perspectiva escatológica en la que se mueve el cristiano, homo viator:
entre la oscuridad de la fe y la sed de la visión, entre el tiempo angosto y la aspiración a la
vida sin fin, entre la fatiga del camino y la esperanza del reposo, entre el llanto del destierro y
el anhelo del gozo de la patria, entre el afán de la actividad y el deseo de la contemplación
serena.
El acontecimiento del éxodo, camino de Israel hacia la tierra prometida, se refleja también en
la espiritualidad de la peregrinación: el peregrino sabe que "aquí abajo no tenemos una ciudad
estable" (Heb 13,14), por lo cual, más allá de la meta inmediata del santuario, avanza a través
del desierto de la vida, hacia el Cielo, hacia la Tierra prometida.
Dimensión penitencial. La peregrinación se configura como un "camino de conversión": al
caminar hacia el santuario, el peregrino realiza un recorrido que va desde la toma de
conciencia de su propio pecado y de los lazos que le atan a las cosas pasajeras e inútiles, hasta
la consecución de la libertad interior y la comprensión del sentido profundo de la vida.
Como ya se ha dicho, para muchos fieles la visita a un santuario constituye una ocasión
propicia, con frecuencia buscada, para acercarse al sacramento de la Penitencia, y la
peregrinación misma se ha entendido y propuesto en el pasado – y también en nuestros días –
como una obra de penitencia.
Además, cuando la peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel vuelve del santuario con
el propósito de "cambiar de vida", de orientarla hacia Dios más decididamente, de darle una
dimensión más trascendente.


Dimensión festiva.
En la peregrinación la dimensión penitencial coexiste con la dimensión
festiva: también esta se encuentra en el centro de la peregrinación, en la que aparecen no
pocos de los motivos antropológicos de la fiesta.
El gozo de la peregrinación cristiana es prolongación de la alegría del peregrino piadoso de
Israel: "Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor" (Sal 122,1); es alivio por
la ruptura de la monotonía diaria, desde la perspectiva de algo diverso; es aligeramiento del
peso de la vida que para muchos, sobre todo para los pobres, es un fardo pesado; es ocasión
para expresar la fraternidad cristiana, para dar lugar a momentos de convivencia y de amistad,
para mostrar la espontaneidad, que con frecuencia está reprimida.


Dimensión cultual.
La peregrinación es esencialmente un acto de culto: el peregrino camina
hacia el santuario para ir al encuentro con Dios, para estar en su presencia tributándole el culto
de su adoración y para abrirle su corazón.
En el santuario, el peregrino realiza numerosos actos de culto, tanto de orden litúrgico como
de piedad popular. Su oración adquiere formas diversas: de alabanza y adoración al Señor por
su bondad y santidad; de acción de gracias por los dones recibidos; de cumplimiento de un
voto, al que se había obligado el peregrino ante el Señor; de imploración de las gracias
necesarias para la vida; de petición de perdón por los pecados cometidos.
Con mucha frecuencia la oración del peregrino se dirige a la Virgen María, a los Ángeles y a
los Santos, a quienes reconoce como intercesores válidos ante el Altísimo. Por lo demás, las
imágenes veneradas en el santuario son signos de la presencia de la Madre y de los Santos,
junto al Señor glorioso, "siempre vivo para interceder" (Heb 7,25) en favor de los hombres y
siempre presente en la comunidad que se reúne en su nombre (cfr. Mt 18,20; 28,20). La
imagen sagrada del santuario, sea de Cristo, de la Virgen, de los Ángeles o de los Santos, es
un signo santo de la presencia divina y del amor providente de Dios; es testigo de la oración,
que de generación en generación se ha elevado ante ella como voz suplicante del necesitado,
gemido del afligido, júbilo agradecido de quien ha obtenido gracia y misericordia.


Dimensión apostólica.
La situación itinerante del peregrino presenta de nuevo, en cierto
sentido, la de Jesús y sus discípulos, que recorrían los caminos de Palestina para anunciar el
Evangelio de la salvación. Desde este punto de vista, la peregrinación es un anuncio de fe y
los peregrinos se convierten en "heraldos itinerantes de Cristo".
Dimensión de comunión. El peregrino que acude al santuario está en comunión de fe y de
caridad, no sólo con los compañeros con quienes realiza el "santo viaje" (cfr. Sal 84,6), sino
con el mismo Señor, que camina con él, como caminó al lado de los discípulos de Emaús (cfr.
Lc 24,13-35); con su comunidad de origen, y a través de ella, con la Iglesia que habita en el
cielo y peregrina en la tierra; con los fieles que, a lo largo de los siglos, han rezado en el
santuario; con la naturaleza que rodea el santuario, cuya belleza admira y que siente movido a
respetar; con la humanidad, cuyo sufrimiento y esperanza aparecen en el santuario de diversas
maneras, y cuyo ingenio y arte han dejado en él numerosas huellas.


Desarrollo de la peregrinación
287. Puesto que el santuario es un lugar de oración, así la peregrinación es un camino de
oración. En cada una de las etapas, la oración deberá alentar la peregrinación y la Palabra de
Dios deberá ser luz y guía, alimento y apoyo.
El resultado feliz de una peregrinación, en cuanto manifestación cultual, y los mismos frutos
espirituales que se esperan de ella, se aseguran disponiendo de manera ordenada las
celebraciones y destacando adecuadamente las diversas fases.
La partida de la peregrinación se debe caracterizar por un momento de oración, realizado en
la iglesia parroquial o en otra que resulte más adecuada, y consiste en la celebración de la
Eucaristía o de alguna parte de la Liturgia de las Horas, o en una bendición especial para los
peregrinos.
La última etapa del camino se debe caracterizar por una oración más intensa; es aconsejable
que cuando ya se divise el santuario, el recorrido se haga a pie, procesionalmente, rezando,
cantando y deteniéndose en las estaciones que pueda haber en ese trayecto.
La acogida de los peregrinos podrá dar lugar a una especie de "liturgia de entrada", que sitúe
el encuentro entre los peregrinos y los encargados del santuario en el plano de la fe; donde sea
posible, estos últimos saldrán al encuentro de los peregrinos, para acompañarles en el trayecto
final del camino.
La permanencia en el santuario, obviamente, deberá constituir el momento más intenso de la
peregrinación y se deberá caracterizar por el compromiso de conversión, convenientemente
ratificado en el sacramento de la reconciliación; por expresiones particulares de oración, como
el agradecimiento, la súplica, la petición de intercesiones, según las características del
santuario y los objetivos de la peregrinación; por la celebración de la Eucaristía, culminación
de la peregrinación.
La conclusión de la peregrinación se caracterizará por un momento de oración, en el mismo
santuario o en la iglesia de la que han partido; los fieles darán gracias a Dios por el don de la
peregrinación y pedirán al Señor la ayuda necesaria para vivir con un compromiso más
generoso la vocación cristiana, una vez que hayan vuelto a sus hogares.
Desde la antigüedad, el peregrino ha querido llevarse algún "recuerdo" del santuario visitado.
Se debe procurar que los objetos, imágenes, libros, transmitan el auténtico espíritu del lugar
santo. Se debe conseguir que los lugares de venta no estén en el área sagrada del santuario, ni
tengan el aspecto de un mercado.

CONCLUSIÓN
288. Este Directorio, en las dos partes que lo componen, presenta muchas indicaciones,
propuestas y orientaciones, para ayudar y educar, en armonía con la Liturgia, a la variada
realidad de la piedad y religiosidad popular.
Al hacer referencia a tradiciones y circunstancias distintas, como ejercicios de piedad,
devociones de diversa índole y naturaleza, el Directorio quiere ofrecer los presupuestos
fundamentales, recordar las directrices y presentar sugerencias para una acción pastoral
fecunda.
Corresponde a los Obispos, con ayuda de sus colaboradores más directos, en especial los
rectores de santuarios, establecer normas y dar orientaciones prácticas, teniendo en cuenta las
tradiciones locales y las expresiones particulares de religiosidad y piedad popular.