La Santa Misa en 62 Historietas

Un Servicio de los MSC Misioneros del Sagrado Corazón

 

 

 

14.
Entrada a Jerusalén
(Entrada a la Misa)


Cera de un pequeño pueblo llamado Betfagé en un prado estaban pastando dos asnos, madre e hijo. La madre burra estaba muy orgullosa de su pollino. Le mostró las hierbas más finas del prado, le dio clases de correr y saltar y cómo luchar contra los enemigos. El burrito crecía y crecía. Estaba claro a ojos vistas que sería una buena bestia de carga. Los niños del vecindario le querían mucho al pequeño burrito. Intentaban atraparlo y montarlo. Pero la cosa no tenía mucho éxito porque muy pronto se encontraban en el suelo.
Un día llegaban dos hombres, uno mayor y otro más joven. Se quedaron parados un momento e indicaban a los dos burros. Fueron a la casa del dueño, se presentaron y le dijeron: "El Señor los necesita". Sin un rasgo de impaciencia el campesino fue con ellos a buscar a los burros. Cada uno de los burros fue enjaezado con una cuerda. Luego los dos hombres emprendieron con ellos el camino a Jerusalén.
No fue una cosa tan fácil. El mayor iba primero con la burra. Al comienzo se mostraba terca como sólo puede ser terco un burro, pero luego se resignó. El pollino, en cambio, apenas se dejaba dominar. Sin embargo, cuando la mamá trotaba hacia adelante la siguió con saltos. El camino pasaba por el monte de los olivos.
Allí esperaba un grupo de hombres. Estaban muy contentos y alegres. Uno de ellos colocó una tela en el dorso del pollino. Luego alguien lo montó. Quiso encabritarse. Pero una mano muy firme y a la vez bondadosa agarró sus crines. Una voz le habló. Entonces supo que estaba en poder de un ser superior. Siguió el camino y la madre burra iba delante.
Cuando en los tiempos antiguos alguien sabía domar a un joven burro era una hazaña. Cuando alguien quería dirigir un ejército y hacerse rey tenía que dominar este arte. Por eso se escuchó como los compañeros decían casi sin quererlo: "Nuestro rey". Los observadores de la pequeña escena habían visto los milagros de Jesús, habían escuchado su palabra. Pero la manera cómo domaba al burrito los entusiasmo más aún": ¡Es un rey!
Así una procesión cada vez más numerosa bajó del monte de los olivos y subió el monte del templo. Cada vez más fuerte sonarion los gritos: "Hosanna al hijo de David". Arrancaron ramas de las palmeras y las agitaban y clamaban: "Bendito el que viene en el nombre del Señor". El burrito se asustó terriblemente a causa de los gritos y las palmeras agitadas. Pero de nuevo sintió la mano firme y bondadosa en su nuca y seguía trotando con calma siguiendo a la madre burra.
La ciudad cambiaba de aspecto. Loa adultos se retiraban un poco porque los nobles, los fariseos amenazaban con intervenir. Sin embargo la gritería aumentaba en volumen. Los niños habían acudido en masa. Cantaban y cantaban: "Hosanna. Bendito el hijo de David, el nuevo rey". Los señores encopetados de edad le dijeron a Jesús: "Diles que se callen". Jesús respondió: "Si ellos no hablan, clamarán las piedras".
Así la procesión pasó por la ciudad hasta templo. El desfile de un rey. La ciudad es tomada en posesión por el nuevo hijo de David. En el templo Jesús habla durante los primeros días de la semana, una prédica cada vez más potente. Pero el burrito le quedado el recordatorio de los últimos días de la semana. Porque todo burro gris lleva en la nuca una cruz negra.

El domingo de Ramos es el día de la Entrada (Introito) de Jesús en la Ciudad Santo para la Palabra al Sacrificio de la Cruz. El introito de la Misa, el canto de entrada y el versículo de la entrada llevan a la Liturgia de la Palabra y a la Liturgia del Sacrificio. Así se puede comparar la entrada con el Domingo de Ramos. La entrada es para la Misa lo que el Domingo de Ramos es para la Semana Santa.
La entrada a la Misa es al mismo tiempo un maravilloso acontecimiento. Jesús viene en medio de nosotros. Se siente esto especialmente en las fiestas solemnes. Cuando el Señor, representado por el sacerdote y los ministros pasa a través de nuestras filas entonces tres y cien y mil personas individuales son forjados en una unidad. Nos convertimos en una unidad con y por Cristo, una asamblea santa. Aquí habla Jesús y ofrece su sacrificio.
En este momento muchas veces somos como unos burritos tercos. Nuestros pensamientos saltan de aquí por allí; pensamos sólo en nosotros mismos. Pero nos toma la mano de Jesús y entonces nos sometemos a él. Lo llevamos a nuestro Jerusalén. Esto es nuestro templo, nuestra celebración. Aquí habla, aquí se sacrifica.

 

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