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1. Julio Chevalier, un Hombre con una Misión (E. J. Cuskelly MSC)

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Julio Chevalier, Fundador de los Misioneros del Sgdo Corazón con nuestra Señora del Sagrado Corazón


1

 

La persona y el lugar

 

 

1. ISSOUDUN

 

Si partes de París hacia el sur, atravesando la ciudad de Orleáns, llegarás después de pocas horas (o menos, si conduce un francés) a la ciudad de Issoudun. La mayoría de los días es una población tranquila, a 300 kilómetros de París y apartada de la ruta turística, en los ondulantes labrantíos del departamento del Indre. Pero hay días en que se vuelve sorprendentemente activa, porque es hoy un centro de peregrinación de toda Francia. Si no conoces su historia te preguntarás a qué se debe esto. También te preguntarás por qué, para miles de sacerdotes, hermanos y religiosas esparcidos por más de 30 países del mundo, Issoudun es considerado como el lugar de su origen y en cierto sentido como su casa.

 La respuesta a estas preguntas sin formular, la encontramos en el hecho de que en la cripta de la Basílica del Sagrado Corazón está la tumba del Padre Julio Chevalier, que realizó aquí el sueño de su vida, durante un período de más de 50 años. Preguntamos, pues, cual fue su sueño y por qué fue aquí el lugar que eligió para realizarlo.

 El P. Julio Chevalier llegó a Issoudun en 1854, a la edad de 30 años, ordenado hacía ya tres años y nombrado coadjutor de la parroquia. El intuyó que aquí, en este lugar inverosímil, podría comenzar realmente la verdadera obra de su vida.

 Quizá sea inexacto hablar de su "sueño"; porque él fue un joven con sentido de misión. Se puede exponer fácilmente la concepción que él tenía sobre su misión, pero el llevarla a cabo supuso un camino arduo y tortuoso. Se puede exponer con sencillez, porque él siempre la vio con claridad y sencillez. La mayor necesidad del hombre, si ha de encontrar sentido y felicidad en su vida, es aprender a creer en el amor que Dios le tiene y dejar que transforme su vida. La obra entera de Cristo, para la que fue enviado por el Padre, fue llevar a los hombres a esta creencia. Julio Chevalier tenía el convencimiento de que estaba llamado a compartir esta misión de hacer que el mundo conociera el amor de Dios. Vio que en su época la devoción al Sagrado Corazón era el medio más eficaz para proclamar con fuerza y claridad este mensaje. Había hablado con los compañeros de sus años de seminario de formar un grupo de sacerdotes que fueran misioneros del amor de Cristo, para disipar la indiferencia religiosa que oprimía grandes partes del mundo, tanto en la misma Francia, como en los países extranjeros. Cuando se preguntaba por dónde comenzar, pensaba como es muy natural en las regiones de tanta indiferencia religiosa que él ya conocía --la región de Berry y en su área: "Issoudun vino al instante a mi mente.''

 Esta fue la visión que se formó en su mente, en los últimos años de sus estudios sacerdotales en el Seminario Mayor de Bourges. Que nosotros sepamos, no había cruzados entre sus ascendientes; él era solamente el hijo de un panadero. En los años anteriores a su entrada en el Seminario Menor, a la edad relativamente avanzada de 17 años, era solo un aprendiz de zapatero. Pero había algo de espíritu de cruzada en su carácter; y, como aquel fabricante de tiendas mucho antes que él, tenía un contagioso entusiasmo por la causa de Cristo. Tenía también ciertas dotes, que conseguirían que otros aceptasen su liderato. En aquellos días de seminario, organizó una asociación entre los estudiantes más fervorosos, que se llamó la asociación de los "Caballeros del Sagrado Corazón" (Chevaliers du Sacré‑Coeur). Esto era más que un juego de palabras con el nombre "Chevalier" era una indicación de en qué consistía dicha asociación. Señalaba los altos ideales y el entusiasmo de los jóvenes que estuvieran dispuestos a luchar por la causa de Cristo: "ondeando la bandera de la cruz cristiana contra los paganos negros, turcos y sarracenos". Pero su bandera llevaba el símbolo Corazón de Cristo; susenemigos eran "los males de nuestro tiempo, el indiferentismo, la incredulidad, los abusos". Ellos irían al mundo para luchar contra todo lo malo e indigno de un cristiano y harían esto con dedicación y olvido de sí mismos.

 Había mucho de romanticismo en todo esto, no se puede negar. Pero también había realismo, como demostrarían los años venideros. Y había la convicción y el entusiasmo que se necesitan, si uno ha de hacer algo que valga la pena.

Chevalier estaba convencido de tres cosas:

1.  Regiones de Francia y del mundo adolecían de una falta de fe viva, de indiferentismo. Los males morales emanaban de esta falta de fe.

2.  La doctrina y la devoción al Sagrado Corazón eran un medio maravillosamente eficaz, para predicar el mensaje evangélico del amor y de la solicitud de Dios por los hombres y para excitar en los hombres una respuesta religiosa. Esta respuesta solamente podía redundar en una mayor felicidad y en un mayor bien de la humanidad.

3.  Un grupo de "sacerdotes misioneros", ferviente y bien formado en su propia vida espiritual, podría ser una fuerza muy eficaz para lograr los resultados que esperaba.

 

"Reflexionando un día sobre las dolencias que inficionan nuestro mundo", hubo de escribir más tarde, "tuve ‑la idea - o más bien Dios me inspiró el pensamiento de fundar una comunidad de sacerdotes misioneros que los sanarían... Cuanto más lo pensaba, más me dominaba este pensamiento... Pero, ¿dónde podría comenzar esta comunidad? Inmediatamente vino a mi mente Issoudun, con sus 14.000 almas y sus tres sacerdotes". Vino a su mente porque tenía una reputación de gran indiferencia religiosa, incluso para la vieja provincia de Berry, que en aquella época no se distinguía ya por su fervor religioso.

 Todos los miembros de la asociación del seminario compartían una ambición común: crecer espiritualmente por la práctica de la devoción al Sagrado Corazón. Pero el plan particular de Chevalier--fundar un grupo de sacerdotes misioneros--mientras que en general era aceptado como una fantasía muy interesante, no fue considerado como muy viable.

 Sin embargo, en la mente de Julio Chevalier era más que una fantasía de la imaginación y tenía ya escogido en su mente a dos jóvenes, a quienes le gustaría tener consigo en su empresa. Pero no tuvo valor para hablarles de esto. Uno era Emilio Maugenest; el otro era Carlos Piperon. Maugenest era un joven de talento, con una personalidad agradable, celoso y entusiasta. "Tenía una memoria prodigiosa y era un eminente orador. Sus palabras eran sencillas y a menudo elocuentes. En sus pláticas evitaba los defectos de la vulgaridad y la afectación. Por lo general, hablaba más al corazón que a la inteligencia. Tenía el talento nada común de valorar las cosas pequeñas y de cautivar a su audiencia, dejándoles siempre favorablemente impresionados".

 Carlos Piperon no tenía, ni la elocuencia, ni la personalidad de Maugenest; no obstante el P. Chevalier vio en él las cualidades de dedicación y lealtad, que habían de informar su vida entera. Pasó el tiempo. Los jóvenes siguieron soñando, pero cada uno siguió su camino. Maugenest se fue a San Sulpicio para continuar sus estudios, con la idea de ingresar en aquella comunidad. Piperon, necesitando de descanso, fue a su casa, interrumpiendo sus estudios. Julio Chevalier fue ordenado sacerdote el 14 de julio de 1851. Luego, dedicó los primeros años de sacerdocio a atender a sacerdotes diocesanos enfermos o entrados en edad. Tuvo tres destinos en muy poco tiempo: Ivoy‑le‑Pré, Chatillon‑sur‑Indre, Aubigny‑sur‑Nere. Finalmente, en octubre de 1854, fue trasladado a Issoudun como coadjutor.

 ¡Issoudun! Con este nombramiento los recuerdos de los sueños del seminario afluyeron a su mente y corazón. ¿Era, pues, ésta la señal de que él había intuido todo el tiempo con claridad su misión? Después de vagar de un lado para otro, ¿es que había llegado por fin a su propia tierra a la que el Señor le había destinado? Mientras ponderaba en su mente estas preguntas, llegó a Issoudun y allí se encontró con otro coadjutor, nombrado tres meses antes: ¡Sebastián Emilio Maugenest! En San Sulpicio el confesor de Maugenest había creído que era voluntad de Dios que volviera a trabajar en la arquidiócesis de Bourges y se lo había aconsejado.

 Esta coincidencia de encontrarse en Issoudun él y Maugenest juntos como coadjutores, le pareció a Chevalier una señal evidente de que era voluntad de Dios poner en práctica su plan, largamente acariciado, de formar un grupo de misioneros del Sagrado Corazón". Después de un mes de reflexión, mencionó el tema por primera vez a Maugenest y tuvo la gran alegría de comprobar, que éste compartía su entusiasmo por la idea. Este entusiasmo, de hecho, databa de los días en que había sido planeado en el círculo de Caballeros del Sagrado Corazón.

 Pero los jóvenes entusiastas nada podían hacer sin el consentimiento de su párroco, el P. Crozat, a quien tuvieron que confiar sus planes. El P. Crozat era un hombre anciano, que había largamente deseado y orado por la conversión del pueblo de Issoudun. Su salud no era vigorosa. Esto, unido a cierta timidez de carácter, significaba que carecía del particular tipo de energía que habría sido necesaria para efectuar cambios a gran escala e importantes, entre un pueblo tan indiferente. Cuando sus dos jóvenes y entusiastas coadjutores le hablaron de sus planes, sintió que su entusiasmo y energía juveniles significaban que aún había esperanza para Issoudun. "No sólo comparto vuestros sentimientos", dijo, "sino que os ayudaré todo lo que pueda a fundar la casa de Misioneros del Sagrado Corazón en Issoudun; si lográis fundarla yo podré cantar mi Nunca Dimitís".

 Incluso con el apoyo de su apreciado párroco, ellos constataban su pobreza y su impotencia. Sintieron la necesidad de una seguridad de que Dios realmente quería su obra. Esto era a finales de noviembre de 1854 y la Iglesia Católica en todo el mundo, se preparaba para la definición papal de la doctrina de la Inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre. Por esta razón decidieron hacer una Novena para terminar el 8 de diciembre. Pedirían a María obtener de su Divino Hijo una señal de que su obra era según su voluntad, y que Él les concediera los medios para lograrlo. La Novena concluyó en la iglesia parroquial con entusiasmo y cierta originalidad. El P. Maugenest pintó un cuadro especial para esa ocasión--que atrajo este picante comentario de un experto: " ¡Si Nuestra Señora escuchó sus oraciones, no fue ciertamente por amor al arte!".

 "Si nuestra súplica es atendida", prometieron, "nos llamaremos misioneros del Sagrado Corazón. Nuestra misión particular será rendir un culto especial de adoración, homenaje y reparación al Corazón de Jesús, trono de sabiduría, de amor y de misericordia; extender esta devoción por todas partes; hacer conocer a los hombres, cuanto podamos, los tesoros de santificación que él contiene; y hacer también que María sea conocida y honrada de un modo especial--por todos los medios posibles". Su oración fue atendida y desde entonces, el 8 de diciembre de 1854, ha sido considerado como el día que comenzó a existir la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón. Después de haber terminado la celebración de la Santa Misa en la iglesia, se acercó al P. Chevalier, el señor Petit, uno de los pocos parroquianos fervorosos, con una carta de un tal señor Felipe de Bengy. Su mensaje era: un bienhechor anónimo quiere donar 20.000 francos para una obra para el bien espiritual del pueblo de Berry; tendría su preferencia por una casa de misioneros. La única condición era, que la obra tenía que tener la aprobación del Cardenal Arzobispo de Bourges.

 Los dos jóvenes sacerdotes estaban prácticamente delirantes de alegría y cantaron himnos de acción de gracias. Su anciano párroco compartió su fe y su gratitud, pero comenzó a pensar en planes prácticos para lograr la aprobación del Cardenal. Dejó pasar un mes antes de enviar al P. Chevalier a ver al Cardenal, llevando una carta que él había redactado larga y cuidadosamente. El Cardenal Dupont manifestó que estaba dispuesto a aceptar su idea de una fundación misionera. Pero pensó que ellos debían tener recursos más concretos que los estipendios de las misas y su confianza en la Providencia. Autorizaría la obra cuando tuvieran la seguridad de un suficiente apoyo económico. Y añadió: "podéis pedir a la Bienaventurada Virgen que lleve a buen final lo que Ella ya ha comenzado". El P. Chevalier regresó a casa y él y el P. Maugenest decidieron comenzar una segunda Novena, que ter­minaría el 28 de enero de 1855.

 El P. Crozat no desconfiaba de las Novenas--después de todo acababa de ser testigo de la sorprendente respuesta a la primera de ellas. Sin embargo, esta vez decidió poner algo también de su parte. Se puso a mendigar. El 28 de enero comunicó ya a sus coadjutores, que otro bienhechor anónimo (que de hecho era un miembro muy conocido de la nobleza francesa, la Vizcondesa de Quesne) había prometido darles una cantidad anual de mil francos. Esto les permitiría vivir. El Cardenal se convenció de que “el dedo de Dios está aquí”. A pesar de la oposición del Consejo diocesano, aprobó la obra de los PP.Chevalier y Maugenest. "He prometido a estos dos sacerdotes», dijo, "que si me traían una nueva señal de la voluntad de Dios hallando recursos, yo aprobaría su proyecto. Lo han conseguido y yo estoy obligado. Autorizo a estos dos sacerdotes de Issoudun a que se junten y empiecen su obra. Por tanto, nombremos a sus sustitutos “.

 Ahora busquemos un poco entre bastidores. Hemos visto la historia tal como los PP. Chevalier y Maugenest la habían vivido. Para ellos todo era providencial. Pero la divina Providencia se sirve de instrumentos humanos y no es sustraer nada a la divina Providencia, buscar instrumentos humanos, tras las coincidencias extraordinarias y el dinero caído del cielo.

 En toda esta escena había de hecho dos principales instrumentos de la Providencia (además y por encima de la Vizcondesa de Quesne y el anciano y práctico párroco, que había ido a pedir su ayuda). Eran el P. Pedro Gasnier y el P. Fernando de Champgrand. El primero, el P. Gasnier, entró en escena como Superior del Seminario Mayor de Bourges y como consejero del Cardenal por ser miembro de su Consejo Diocesano. Cuando Julio Chevalier estaba en el Seminario, Gasnier había sido Profesor de Teología Moral. Parece muy probable que conociera la idea del P. Chevalier, de comenzar un grupo de misioneros para el Berry. Ciertamente favoreció la idea. Parece pues probable que sirviera de instrumento para que fueran destinados a Issoudun los dos jóvenes, que él ya sabía eran igualmente partidarios de la idea.

 El P. Gasnier conocía al P. de Champgrand, que en aquella época era Profesor en el Seminario Mayor de Burdeos. Ambos eran sulpicianos y buenos amigos. El P. Champgrand procedía de una familia muy pudiente de Berry y era un hombre generoso. Muchas fueron las fundaciones religiosas y benéficas, a las que él ayudó durante su vida. Respondió con vivo interés cuando Gasnier le consultó sobre la idea de sacerdotes misioneros para el Berry. El señor Felipe de Bengy, cuya carta al P. Chevalier anunciaba un donativo de 20.000 francos, era cu­ñado del P. de Champgrand. Como vivía en Issoudun, era natural que él fuera encargado de llevar la noticia de un donativo de un "bienhechor anónimo" que de hecho era su propio cuñado.

 Había pues dos pares de sacerdotes (Chevalier y Maugenest, Gasnier y de‑Champgrand) que, por diferentes caminos, habían llegado a la misma idea: la de formar un grupo de sacerdotes, que serían misioneros para el pobre y religiosamente ignorante pueblo de la comarca del Berry. De Champgrand había prometido el dinero para comenzar la obra, si el Cardenal la aprobaba. Chevalier y Maugenest se habían ofrecido a realizar la obra. Parecía una feliz coincidencia. Pero entonces se vio claro que el pensamiento de los dos grupos no coincidía exactamente. En efecto, había marcada oposición en un punto muy fundamental. El P. de Champgrand había estado pensando en un grupo de sacerdotes diocesanos que se uniría para realizar una obra concreta. El P. Chevalier creía que la obra no podía ser realizada eficazmente, a no ser por una congregación religiosa; su idea era fundar una congregación religiosa de misioneros. De Champgrand se oponía firmemente a la idea de fundar nuevas congregaciones, e incluso habló de retirar la oferta de ayuda financiera, ya que ésta no era su intención.

 En este punto es donde el P. Crozat, el humilde y práctico cura párroco de Issoudun, echó una mano de nuevo. Recordó a de Champgrand que una promesa era una promesa; y sugirió que la cantidad debería ser aumentada de 20.000 a 25.000 francos; indicó que la única condición establecida se había cumplido--el Cardenal había dado su aprobación. También sugirió un sistema práctico con el que el P. de Champgrand podía asegurar su inversión: él mismo, de Champgrand, sería el dueño de la propiedad comprada con su dinero para el grupo misionero. Si salía bien, él podía entonces cederla a la nueva congregación, con el claro convencimiento de que estaba ayudando a una obra nueva y estable. Si no salía bien, se podría vender la propiedad--y él recobraría su dinero al que podría dar entonces un mejor destino.

 De Champgrand por fin accedió a cumplir su promesa y a ayudar con su dinero al nuevo grupo, aunque desaprobaba algunos aspectos del proyecto.

 De esta manera, pues, los PP. Chevalier y Maugenest estaban ahora en condiciones de poner en práctica su plan. Esto era en 1855. Adelantándonos un poco al futuro, notemos que hacia junio de 1856 un tercer miembro había venido a unirse a su comunidad. Era el P. Carlos Piperon.

 

 

2. JULIO CHEVALIER

"Inspiraba confianza, pero una confianza que infundía respeto. Era de mediana estatura, bien proporcionado, con una actitud erguida y abundante cabellera. Tenía agradable presencia, con una voz cálida y un hablar un poco lento. Su modestia, su celo, su esmerada atención al deber, su afable piedad y su prudencia en las relaciones con los demás eran cosas que llamaban la atención''.

 Este era el Chevalier a quien vio Issoudun en 1854. Pero, ¿por qué caminos había venido? ¿Y de qué manera se había convertido en esta clase de persona que inspiraba confianza, que estaba seguro de que con la ayuda de Dios triunfaría en la empresa que había emprendido?

 El joven que vino a Issoudun como coadjutor en 1854, había recorrido ya un largo y penoso camino. A lo largo del camino aprendió una porción de cosas, que hicieron de él lo que fue. Él había aprendido que un esfuerzo determinado y perseverante, incluso frente a los obstáculos y a la oposición, daría finalmente resultados. Había aprendido que si el esfuerzo se hace abnegadamente, en una actitud de voluntariedad en buscar y aceptar la voluntad de Dios, entonces Dios hará las cosas posibles, aunque no las haga fáciles. Pero, ya que abnegadamente es aquí una palabra clave, se requería continuamente un esfuerzo ascético para dicha abnegación.

 Chevalier nació en Turena, en la pequeña población de Richelieu (2.500 habitantes), a cierta distancia al oeste de Issoudun. Sus padres eran pobres, y su padre, al menos, no era muy piadoso. En aquellos tiempos, la piedad era en realidad una cosa rara entre la gente de aquella parte de Francia, ya que en los turbulentos tiempos después de la revolución francesa, la educación religiosa había sido más bien rudimentaria. Sin embargo, Juan Carlos Chevalier era un hombre bueno, un católico bautizado, que recibiría los sacramentos en el momento de su muerte. Se casó con Luisa Ory el 22 de enero de 1811. Él tenía 28 años, ella tenía 18. Sus dos primeros hijos fueron Carlos y Luisa. El tercero, Julio, nació el 15 de marzo de 1824.

 Su madre era más piadosa, como tienden a ser las madres, y le educó bien en los valores cristianos y humanos. Por ejemplo, le enseñó a no robar--y esto de un modo muy efectivo. Una vez cuando era muy joven, había acompañado a su madre al mercado y, mientras ella estaba de espaldas, él había sustraído una manzana del puesto de un comerciante. Cuando regresaron a casa, su madre le vio dar el primer bocado a la fruta robada. Ella le hizo volver al mercado, pedir perdón y devolver la manzana robada, mordisqueada y todo como estaba. Este ejemplo consignado y nunca olvidado, es indicación de un buen sentido pedagógico, que su hijo apreció más adelante.

 Ella también le enseñó otras cosas--cómo dominar el carácter más bien apasionado e impetuoso que él había heredado de su padre, junto con el buen humor que pudo aprender de ella y por el valor y la firmeza que la vio practicar en situaciones difíciles. Ella le comunicó una inclinación a la práctica de su religión. Julio mismo, atestigua este hecho en un pequeño poema que escribió años más tarde:

 

“Corazón de Jesús, yo era muy joven aún

Cuando mi voz infantil aprendió a vocalizar tu nombre.

Apenas había llegado al uso de razón,

Cuando ya aprendí a bendecirte y amarte.

 ...Mi buena y tierna madre me decía:

Hijo mío, deja que el Corazón de Jesús

Sea tu apoyo, tu tesoro, tu luz.

Le gustaba a ella llevarme a menudo a tu templo”.

 

Por lo demás, Julio pasó su infancia en aquel mundo especial en que viven los niños, con su mezcla de accidentes y bromas pesadas, sus momentos de reír sin ton ni son y sus tiempos de tragedia pueril, la seriedad de ser monaguillo, y la irresponsabilidad de ser un niño en el juego. Contar cualquier incidente particular nos apartaría del maravilloso y a la vez ordinario mundo de la infancia.

 A la edad de doce años, se exigió de Julio que abandonara el mundo de su infancia. Su familia era pobre. En realidad su padre tenía vocación para una profesión liberal, pero su indigente situación le obligó a montar un comercio. Primero organizó un negocio de granos y después se hizo panadero. Su negocio no marchaba del todo bien y su familia tenía apenas lo suficiente para cubrir las necesidades elementales de la vida. Luego, Julio poco después de hacer la primera Comunión el 29 de mayo de 1836, dio a conocer su decisión (en la que había estado pensando por algún tiempo) de hacerse sacerdote. Pidió a sus padres que le llevaran al Seminario Menor de Tours, donde ya habían ido algunos de sus primos y amigos. Su madre tuvo que explicarle que la familia no podía afrontar los gastos de sus estudios. Le aconsejó que tomara una profesión y que dejara el futuro en manos de Dios, quien, si era su voluntad, de alguna manera haría posible que Julio llegara a ser sacerdote. Julio lloró desilusionado, pero añadió: "Está bien; me dedicaré a un oficio ya que no me queda otro remedio. Pero cuando tenga bastantes ahorros iré a llamar a la puerta de una casa religiosa pidiendo ser admitido en ella, para poder terminar mis estudios y ser sacerdote"." Su madre sonrió y los amigos que oyeron la historia, a menudo le preguntaban socarronamente, durante los años que siguieron, cuándo se iba a aquella casa religiosa.

 Julio empezó un oficio ya que no tenía más remedio. Se hizo aprendiz de zapatero; más interesado en ahorrar dinero para sus estudios que en hacer y reparar zapatos. Se ha constatado que Julio se había vuelto más serio en esta etapa de su vida--y con razón. Él aportó el ansia de un niño a la tarea de un hombre, y afrontó la doble tarea de aprender un oficio y tratar a la vez de prepararse para el sacerdocio. Como parte de esta preparación, sentía que no debía tomar parte en las "diversiones mundanas" de sus compañeros, tales como beber vino en los cafés. Él pasaba gran parte de su tiempo en la parroquia y ayudando a los pobres. Y comenzó a estudiar latín, levantándose temprano y acostándose tarde para poderlo hacer, y dedicando a esta tarea su tiempo libre del domingo. Como es natural, los otros chicos le tomaban el pelo por esto, pero él lo aceptaba con extraordinario buen humor y serenidad.

 Él arrostró esta difícil fase de su vida con el valor y el temperamento de un combatiente. Nos ayudará a comprender su carácter, si recordamos dos ejemplos de cómo se manifestaba su temperamento belicoso en ciertas circunstancias. Uno de los muchachos de servicio en la tienda del Sr. Delamotte (con quien estaba de aprendiz), se mostraba singularmente antipático hacia Julio --tanto, que los vecinos se quejaron y Delamotte aconsejó a Julio que le diera una buena lección. Julio no hizo ningún caso hasta que una noche no pudo aguantarse más. "Oye, tu”, le dijo, “si sólo levantara un dedo ya pedirías auxilio, diciendo que te estaba matando". "Si es así», dijo el otro, “te voy a enseñar una o dos cosas", y sin más pegó a Julio, cuya reacción fue rápida, con los reflejos muy buenos. El muchacho recibió como respuesta un terrible directo en la cara y comenzó a echar sangre: "Auxilio, me están matando", gritó. Unos días más tarde (la historia suele ser la misma en todo el mundo) el muchacho que perdió la pelea, invitó a Julio a ir a encontrarse con su hermano mayor que tenía que decirle cuatro cosas. A lo que Julio respondió, que a él no le asustaba ningún hermano, ni grande ni pequeño. Entonces el hermano pequeño ¡le invitó a un trago en el café!

 Al llegar a este punto avancemos unos años más para comentar el otro incidente pugilístico, consignado en la historia de Chevalier. Fue en el seminario Menor y en la capilla, en concreto. Julio estaba de rodillas en la capilla; detrás de él había dos de sus compañeros de seminario, de los que les gustaba molestar a los recién llegados. Le empujaron un par de veces para que perdiera el equilibrio y se cayera de manos en el suelo. Entonces uno de ellos lo repitió por tercera vez. Según escribió Julio más adelante: "En lugar de levantarme v salir fuera, como tenía que haber hecho, me volví y le di tal bofetada en la mejilla que lo recordó para siempre y jamás intentó de nuevo la misma travesura’’.

 En sus días de seminario, Julio calificó esta tendencia a reaccionar ante la provocación, como un defecto que tenía que corregir, si quería ser buen sacerdote. Fue para combatir este defecto que se controlaba a sí mismo, siendo seminarista, con una disciplina rigurosa. No pensaba que tal severidad tuviera mérito alguno; sabía que él necesitaba una disciplina especial para controlar su temperamento. En los últimos años de su vida se le tildó a veces de ser duro. Posiblemente lo fue--porque a eso le habrían inclinado su fuerza y su debilidad. En otras ocasiones fue una repetición de lo que sucedió aquí--había un límite en la cantidad de acción abusiva, que él se creía obligado a soportar.

 Al principio de 1841, un hombre llamado señor Justo, pasó por Richelieu. Normalmente no hacía este itinerario, ya que la población estaba fuera de su ruta. Esta vez vino por casualidad. Sin embargo, si creemos que la Providencia determina acciones fortuitas, veremos aquí algo providencial. Entre otras cosas, el señor Justo era administrador de una zona forestal situada cerca de Vatan, 21 kilómetros al norte de Issoudun. Hizo saber entonces, que estaba buscando un hombre que quisiera trabajar para él como guardabosques. En Richelieu el hombre que le habían recomendado--y que aceptó el empleo--fue Juan Carlos Chevalier. Al ofrecerle el puesto, el señor Justo dijo: "Creo que usted tiene un hijo que quiere ser sacerdote; si usted lo desea yo estaré encantado de encargarme de su ingreso en el seminario...''.

 Si Dios quiere algo, hará que sea factible, aunque puede que no lo haga fácil.

 La familia Chevalier dejó Richelieu y se trasladó a Vatan en marzo de 1841. Para ser más exactos, se trasladaron a una casa a 4 millas de esta población de 3.000 habitantes. Vivían en la casa reservada para el guardabosque. Julio hacía a pie las cuatro millas hasta la población y regresaba cada día, para poder continuar sus lecciones de latín bajo la tutoría del coadjutor, el P. Deldevese. En octubre de aquel año, a la edad de 17 años, ingresó en el Seminario Menor de San Gaultier.

 Se le había hecho posible comenzar su curso del seminario, pero los principios no fueron fáciles. Era un muchacho de diecisiete años, entre chicos cuatro o cinco años más jóvenes que él. Había venido de Richelieu y no de Berry; era un intruso por su origen y edad. Hay poca variedad en la vida de seminario; puede ser terriblemente aburrida, especialmente si no tienes compañeros de tu edad o aficiones. Chevalier confesó más tarde que éste fue el único momento en que tuvo serias dudas sobre su vocación; estuvo muy tentado de dejar el seminario y marcharse a casa. Pero con el buen consejo del Superior superó la crisis y terminó sus estudios pasando al Seminario Mayor de Bourges.

 Ya hemos visto algo de las cosas más trascendentales que tenía que descubrir en Bourges. Fue considerado por todos como un seminarista muy bueno, virtuoso, sincero y trabajador. Es interesante leer los diferentes informes. Todos ellos señalan que aunque puede que no fuera el estudiante más brillante, trabajaba con infatigable tesón y tenía hermosas cualidades de carácter. Incluso los informes más extensos, en realidad no dicen más que lo que este nos dice: --gran elocuencia dentro de la suma brevedad--"Excelente en la piedad, mediano en la inteligencia’’.

 En diez años de seminario un hombre de piedad, decisión y generosidad puede llegar muy lejos. Un hombre de estudio y oración puede llegar muy cerca de Cristo. Julio Chevalier fue esta clase de hombre. Tratar de dar una relación de todas las fases de su desarrollo espiritual, significaría querer penetrar todos los aspectos de la vida espiritual. Digamos simplemente que Julio Chevalier fue la clase de hombre que llegó muy lejos en sus esforzados años de seminario, un hombre que, en aquel momento llegó a estar muy cerca de Cristo. Llegó a ser, con todo su corazón y toda su alma, lo que pronto llegaría a ser de nombre y de hecho: un misionero del Sagrado Corazón.

 


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