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3. Julio Chevalier, un Hombre con una Misión (E. J. Cuskelly MSC)

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Julio Chevalier, Fundador de los Misioneros del Sgdo Corazón con nuestra Señora del Sagrado Corazón

3

 

He aquí mis amigos

 

 

 

1. CARLOS PIPERON

Ya hemos dicho algo del P. Piperón anteriormente. El libro versa sobre el P. Chevalier y nos es imposible hacer plena justicia a la vida y personalidad de sus fieles colaboradores. No obstante algo tenemos que decir de ellos, aunque sólo sea someramente. Entre aquellos viejos y fieles adictos del P. Chevalier, si alguno merece ser destacado, es, sin duda, el P. Carlos Piperón. Nació el 26 de julio en Vierzon, en el año 1828. El 10 de junio de 1854 era ordenado de sacerdote y en 1856 se juntó con el P. Chevalier como M.S.C.

 La muerte del P. Piperon ocurrió el 16 de febrero de 1915 después de casi 60 años en la Congregación, a la que sirvió fielmente de muy diversas e importantes maneras. Él fue quien llevó el pequeño grupo de M.S.C. a Holanda, con ocasión de la primera expulsión de Francia. Desde 1880 hasta 1889 ocupó el cargo de Maestro de Novicios y fue Asistente General de 1869 a 1905.

 Muchísimas cosas podríamos decir del P. Piperon, pero nada sería más ajustado que lo que sobre él escribió el P. Emilio Maugenest. Pero hay otra razón para que le dejemos la palabra, él fue cofundador de los M.S.C. y solamente circunstancias excepcionales impidieron que él mismo fuera durante toda su vida uno de los colaboradores del P. Chevalier. A pesar de todo, se mantuvo siempre buen amigo del P. Chevalier y de los M.S.C.

 Le llegó la noticia de la muerte del P. Piperon cuando se encontraban en Thuin (Bélgica) y escribió lo que sigue, con fecha 5 de marzo de 1915:

 . "Hoy, primer viernes de mes, celebré la santa misa en honor del Sagrado Corazón pidiéndole que por sus infinitos méritos se abran las puertas del cielo a nuestro querido P. Piperon, que amó tantísimo al Corazón de Jesús y le sirvió tan bien, y durante sesenta años trabajó tanto para su gloria.

 "Se volcó por el Sagrado Corazón en sus palabras y su oración; con su colaboración en la fundación; con el aliento que prestó al progreso de la gran Obra de los M.S.C. de Issoudun. Por encima de todo, con su ejemplo contribuyó poderosamente al establecimiento y continuidad de la Obra y a la formación espiritual de sus miembros. El espíritu de vuestra Congregación había de ser, en efecto, la realización del gran mandato del Sagrado Corazón: "Aprendan de mí que soy manso y humilde de Corazón". Gracias a Dios, los M.S.C. practican sobre todo y en el más alto grado, las virtudes de este adorable Corazón. También por encima de cualquier otra cosa, esta es su fuerza; en esto se basa su ejemplaridad y es lo que les gana la admiración, la estima y confianza de los hombres; es lo que atrae las bendiciones de Dios sobre sus empresas, sus trabajos y sus ministerios. Estas abundantes bendiciones aparecen presentes en la inmensa propagación de la Archicofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, en la sorprendente vitalidad de sus Escuelas apostólicas, en la rapidez y desarrollo de las conquistas de su celo apostólico, en vuestras misiones de Oceanía.

 "Si es de tan alto valor el espíritu de vuestra Congregación, ¿qué más podemos decir para gloria del humilde P. Piperon, sino es saludar en su vida admirable el perfecto ejemplo de este espíritu, que no es otro que el del Sagrado Corazón?

 "Ciertamente, si el mérito y gloria del P. Chevalier es la fundación de vuestra Congregación con la fuerza de su genio creativo, el mérito y gloria del humilde P. Piperon es, el daros su mismo espíritu por la práctica de las virtudes del Sagrado Corazón. Durante más de 60 años fue el modelo de esas virtudes delante de vuestros mismos ojos.

 "Yo le quise mucho y le admiré aún más. No he conocido a otra persona más humilde, ni alguien que me pareciera marcado en el mismo grado con un verdadero sello de santidad".

 Seguía el P. Maugenest expresando su deseo de que, después de la guerra, el cuerpo del P. Piperon fuera llevado desde Bélgica, donde murió, a Issoudun para ser enterrado en la cripta de la Basílica del Sagrado Corazón, al lado de los PP. Chevalier y Vandel.

 "Ese es su lugar, continúa diciendo, y si para entonces aún estoy en este mundo, tan fuerte como hoy, el deseo de besar las reliquias de este venerable sacerdote, tal vez me haga recorrer una vez más, antes de morir, la ruta de Issoudun''.

 Ante la petición de que se extendiera más en su testimonio sobre el P. Piperon, el P. Maugenest escribió más tarde:

 "Una sola cosa de su vida me conmovió, y me conmovió tan fuerte y profundamente, que tengo la plena seguridad de haberle conocido bien y haberle apreciado de verdad. Cofundador con el P. Chevalier de los M.S.C. fue el prototipo perfecto del espíritu y virtudes propias de vuestra Congregación. Fue manso y humilde de corazón en todas partes, en todas las cosas, con todo el mundo y siempre".

 

Su mansedumbre

"El P. Piperon disponía de una voluntad fuerte, tenía gran fortaleza de carácter y lo probó de verdad con su perseverancia en la vocación, con su fidelidad a la Obra del P. Chevalier, en aquellos momentos de prueba en los comienzos de la fundación, cuando todos los compañeros del fundador... le abandonaban. En todo lo que hizo, en todos los trabajos que se le encomendaron, en todas las dificultades, siempre dio pruebas de esta fortaleza moral. De manera que su delicadeza o mansedumbre no eran, en su caso, algo de temperamento; eran la consecuencia de su virtud. Su gentileza envolvía y ocultaba a la par, su fuerza de voluntad y fortaleza de carácter, de tal forma que la opinión general de aquellos que le conocían, era ver en él, más que la virtud de la mansedumbre, la naturaleza bondadosa de un temperamento pacífico... ¡Qué equivocados estaban! Su gentileza era ciertamente la virtud de la mansedumbre de la que brotaba caridad, bondad, dedicación...; la afabilidad brotaba en todos sus contactos con los demás: con sus superiores, con sus iguales, con los enfermos en el hospital, con los niños de la Pequeña Obra, con los fieles confiados a sus cuidados y su celo. Jamás oí a nadie decir que le hubieran visto enfadado, impaciente o de malhumor.

 "Bajo este aspecto de la mansedumbre yo mismo lo he encontrado siempre constante, sin jamás un fallo, incluso en circunstancias en que la contradicción puso a prueba su paciencia".

 

Su humildad

"Mi larga vida me ha puesto en contacto con sacerdotes buenos y religiosos santos, y ninguno me ha parecido jamás tan humilde como el P. Piperon. Cierto que sólo Dios ve lo profundo del corazón. Juzgando, no obstante, por sus palabras, actos, conducta y, en pocas palabras, por toda su vida, el P. Piperon era realmente humilde de corazón. De verdad que era la suya una humildad de corazón: concebida, inspirada y producida en su corazón, hasta destacarse como la característica más saliente de su vida. Hasta tal punto era así, que esta humildad total era lo primero que impresionaba, a cualquiera que se encontrara con él. Era humilde en todas, partes y en todas las cosas.

 "Era humilde en su actitud reservada, en su modesto comportamiento, en su rapidez para ocupar el último puesto en cualquier parte. Era humilde en sus palabras. A pesar de ser inteligente y cultivado, conociendo bien lo que sabía y adornado de un juicio seguro y sólido, aparecía, sin embargo, como tímido y reservado, especialmente en conversaciones y discusiones.

 "Fue humilde en su vida oculta de convento durante los primeros años de la fundación. El convento del Sagrado Corazón era tan pobre, que los mismos padres tenían que ocuparse de las faenas caseras.

 "Tendríais que haberle visto, para tener una idea, de su alegre y caritativa prontitud con que tomaba para sí las cosas más dificultosas y los más bajos quehaceres. Hacía de sacristán, jardinero y cocinero, todo al mismo tiempo, y parecía feliz barriendo el suelo o fregando los platos.

 "Era humilde en su vida pública y en su ministerio. Tenía buen acopio de doctrina y hablaba con facilidad. Le tocaba hablar muchas veces y por lo demás tenía tantas cosas que hacer en aquellos primeros años, que se veía obligado muchas veces a subir al púlpito sin preparación y por lo tanto, a improvisar. Sin embargo, la simplicidad con que aparecía en tales circunstancias, no importándole la opinión de la asamblea, demostraba que su humildad en la predicación no era inferior a su celo.

 "Era humilde en las mismas humillaciones. Las sobrellevaba sin alterarse, sin preocuparse o entristecerse ni revelarse; sin amargura contra los que las causaban, lo que tal vez sea la mejor prueba de una verdadera y sincera humildad. El P. Piperon poseía en alto grado esta cualidad de la humildad.

 "Mencioné antes sus improvisaciones en el púlpito. Muchas veces resultaron ser verdaderos fracasos oratorios y él aceptaba la humillación con perfecta serenidad. También tenía defectos naturales exteriores, que no disminuían su afabilidad pero que hacían su conversación menos placentera de lo que pudiera ser y conducían a criticismos, tomaduras de pelo y burlas por parte de sus cohermanos, especialmente entre los del clero secular. Mantenía siempre el mismo buen humor y la misma facilidad de perdonar, propia de la humildad de los niños. Tal es la humildad más perfecta, la que Jesús nos dio como modelo nuestro." Así era «el querido y venerado P. Piperon», del P. Chevalier.

 

2. JUAN MARIA VANDEL

La devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, llegaría con el tiempo, a influir en la incorporación de jóvenes en la Congregación. La obra de los Sacerdotes Seculares hizo que cierto número de ellos ingresaran en la Congregación. Uno de estos, aportaría consigo la idea e iniciativa que haría posible la admisión y formación de chicos más jóvenes. Fue el P. Juan María Vandel.

 Fue el interés común que tenían tanto el P. Chevalier como el P. Vandel por los curas de zonas rurales, lo que los unió. De hecho el P. Vandel había fundado en 1857 la "Obra de Campaña"; una obra para las zonas rurales. Sobre este tema el P. Vandel había escrito un libro, que llegó a las manos del P. Chevalier por medio del jesuita P. Enrique Leblanc. Este mismo jesuita puso al P. Vandel al tanto de la obra similar que realizaba el P. Chevalier. La Obra para las zonas rurales" interesaba a una parte de la nobleza y de la gente acomodada con deseo de ayudar a los sacerdotes en las parroquias rurales más pobres. El P. Vandel quería ampliar su trabajo, fundando un grupo de “Misioneros del Campo”. La idea era que la obra sostuviera a estos misioneros. No obstante, el Con­sejo Superior de la obra no aceptó la idea como parte de su programa. El hecho predispuso favorablemente a Vandel hacia el grupo de misioneros, que estaba fundando el P. Chevalier; y cuando los dos es encontraron en 1865 convinieron en que era mucho lo que tenían en común. El P. Chevalier trató por todos los medios, de palabra y por cartas, conseguir que Vandel se uniera a su grupo. Había quedado profundamente impresionado--como tantos otros--, por el celo de Vandel, su santidad, su sabiduría y experiencia. Poseía desde luego bastante más experiencia que el P. Chevalier.

 Nacido en la aldea de Nernier de Savoya en noviembre de 1808, fue ordenado de sacerdote en 1846 en la diócesis de Lausana, más allá de la frontera suiza, que lindaba con su pueblo natal. Antes de ordenarse pasó unos años como prefecto en una escuela‑internado de jesuitas en Chambery (Francia) y en Friburgo (Suiza). Había pasado otro par de años con los jesuitas de Aviñón.

 Obligado a salir de Suiza por las dificultades políticas que allí pasaba la Iglesia, fue acogido en Lyón por Pauline Jaricot, famosa por su trabajo en la obtención de ayudas materiales para las misiones entre infieles, a través de la "Obra de la Propagación de la Fe». Durante un tiempo el P. Vandel sopesó la idea de dedicarse a este apostolado. Sin embargo, el hecho de poder volver a Suiza cuando otros sacerdotes no podían, le hizo pensar que su deber estaba allí. Fue nombrado párroco de Nyon (1848‑1856). Su floja salud le obligó a abandonar la parroquia y "retirarse" a Francia. Su "retiro" resultó más bien activo, porque en 1857 ya estaba ocupado en el trabajo a favor de los curas rurales.

 También motivos de salud fueron la causa de que se volvieron a encontrar el P. Chevalier y él, ocho años más tarde. El duro trabajo y el vivir pobremente habían minado la salud del P. Chevalier. En 1865 le afectó una pertinaz laringitis y los médicos le ordenaron que fuera a un balneario, cosa muy común en aquella época para alivio de las molestias físicas. En uno de estos balnearios, Mont‑Dore, se encontró con el P. Vandel. Olvidaron ambos sus dolencias para pasar largas horas discutiendo ideas sobre l trabajo que los dos trataban de realizar.

 Al año siguiente, 1866, el P. Vandel llegó a Issoudun para integrarse en la joven comunidad de los M.S.C. Los miembros de la "Obra de Campaña"hicieron lo que pudieron para retenerle en París. Temían que su marcha significara la ruina de la Obra. Les aseguró que haría por ellos lo mismo que había estado haciendo y aún más tal vez, como Misionero del Sagrado Corazón. Y ciertamente cumplió su palabra.

 Además de su conocimiento del trabajo en favor de los curas de parroquias pobres, el P. Vandel traía un par de cosas más en el campo de conocimientos, que le permitirían aportar una muy importante contribución a la joven Congregación a la que se unía. En primer lugar, habiendo trabajado con los jesuitas en Aviñón y conociendo a muchos de ellos por la temporada que había pasado en Friburgo, sabía de una obra que un sacerdote jesuita, el P. de Foresta, comenzaba por entonces en Aviñón. Se trataba de la fundación de una "escuela apostólica". Percatándose de lo mucho que ya se hacía en el sentido de recabar medios económicos para las misiones extranjeras, el P. de Foresta pensó que se podía hacer mucho más por las misiones si se les proporcionaba material humano. Puso manos a la obra para encontrar la manera de preparar jóvenes con destino al sacerdocio misionero. Al lado mismo del Colegio Jesuita de Aviñón, fundó una escuela para chicos que demostraran interés por el sacerdocio misionero. Se abrió en el otoño de 1865 y fue cosa bien natural el ponerle por nombre "escuela apostólica".

 Sabemos como el P. Vandel había trabajado con Pauline Jaricot, por lo tanto conocía muy bien la idea que ella había ideado en favor de las misiones, es decir, que si logras que un gran número de personas den una pequeña cantidad de dinero, terminarás por disponer pronto de una suma considerable. Tal fue la idea de los cinco céntimos por año, el "sou" francés, la perra chica.

 El P. Vandel unió las dos ideas: primero fundar una escuela para niños con ganas de hacerse sacerdotes misioneros en la Congregación de los MSC y en segundo lugar, con objeto de sufragar los gastos, hacer una llamada a todo el mundo por la insignificante limosna de cinco céntimos por año. El P. Chevalier aceptó la idea y enseguida fue lanzada. Debido a la pequeña cantidad que se pedía, se denominó Pequeña Obra a todo el plan. Así pasó a diferentes lenguas la manera de nombrar al seminario menor: "Pequeña Obra". En otras se llama "Escuela Apostólica".

 La primera Pequeña Obra se abrió en 1867. El lugar fue Chezal-Benoît, muy cerca de Issoudun. Como el mismo nombre "Benoît" sugiere, había sido en otro tiempo una abadía benedictina. Clausurada durante la revolución francesa, había sido convertida en colegio o instituto que adquirió renombre a finales de la década de 1840 y comienzos de la siguiente. (Como dato curioso hay que anotar que el P. Maugenest, siendo niño, había ido a esa escuela.) El Arzobispado de Bourges había adquirido la propiedad de la antigua abadía con el objeto de que continuara como escuela católica (1860). Era un problema perpetuo el dotarla de personal docente y en ese sentido la diócesis había solicitado la ayuda de los MSC. El señor Arzobispo y el P. Chevalier llegaron a un acuerdo en 1867 con beneficio para ambas partes. La comunidad MSC proporcionaría algún profesor y, en cambio, los estudiantes MSC tendrían acceso a las clases y habitarían en alguno de los edificios secundarios. No faltaron peticiones de ingreso en la Pequeña Obra; aquel año llegaron a las 150. Naturalmente, eran sólo relativamente pocos los admitidos. La escuela se abrió con 14 chicos el 10 de octubre de 1867. Al terminar el curso escolar fueron 27 los que habían ingresado y algunos que se habían ido. Uno de los que vino y se mantuvo fue un niño de Issoudun, de 12 años, que se llamaba Arturo Lanctin. Había de llegar a ser el segundo Superior General de la Congregación de los M.S.C., primer sucesor del P. Chevalier.

 En el entretanto se ponía en marcha el programa de cinco céntimos al año, para el sostenimiento de los niños. El P. Vandel había publicado el plan. El boletín de la "Obra de Campaña" le dio publicidad y muchos amigos y bienhechores de esta obra apoyaron este nuevo proyecto del P. Vandel, a quien tenían en alta estima. Los Anales de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que habían visto la luz recientemente, ayudaron lo suyo a extender la idea que se dirigía a toda clase de gente. Entre los primeros que encabezaron las listas de bienhechores, hay que citar al director y estudiantes de la Escuela Apostólica de Aviñón.

 Este programa para el sostenimiento de la Pequeña Obra, fue recibido por la gente con tal cariño y el dinero tan estupendamente administrado por el P. Vandel, que durante toda su vida no necesitó ninguna ayuda diferente, para mantener en marcha su aventura. De hecho aún le alcanzaba para ayudar de vez en cuando a la Congregación.

 El padre Vandel no vivía en la Pequeña Obra, sino en Issoudun. El encargado de los niños en Chezal-Benoît, era un padre joven llamado Remy Ledoux. Uno de los "vigilantes" era un joven que se llamaba Remigio Cramaille. Sin ser estudiante entonces, pasó a la posteridad como el "primer sacerdote de la Pequeña Obra". De los niños de aquel primer año, 8 llegaron al sacerdocio: 3 fuera de la Congregación M.S.C. y 5 M.S.C. Durante todo el siglo subsiguiente y en todas las provincias de la Congregación, sería la Pequeña Obra la que proveyera la mayoría de las vocaciones sacerdotales.

 En la mañana del 26 de abril de 1877 el P. Vandel fue encontrado muerto en su celda. Había dado más de diez años de su vida sacerdotal, a la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón. Diez años que contribuyeron de una manera considerable a la estabilidad de la Obra y a su vida, con el éxito de su plan de la Pequeña Obra. Dio al grupo la ayuda de sus sabios consejos, fue, de hecho, uno de los primeros Asistentes Generales. El P. Chevalier sintió hondamente su falta. Habían existido entre ellos fuertes lazos de amistad y él contaba con el P. Vandel, con entera confianza en su visión y su juicio. Cuando años más tarde escribía o hablaba acerca de él, siempre lo hacía diciendo: "el bueno del P. Vandel" o "el santo P. Vandel" como de un hombre cuya memoria era amada y venerada.

 El P. Vandel tenía 57 años cuando ingresó en la Congregación de los M.S.C. A una edad así parecía un tanto sorprendente que ingresara, especialmente si se tiene en cuenta que ya tenía su quehacer definido como fundador de la "Obra de Campaña". Por lo demás el grupo al que se había unido contaba con pocos padres. Había cinco en Issoudun, todos bastante más jóvenes que él. No obstante él se unió a este grupo y se sintió inmediatamente identificado con él. Ayudó a que el grupo aumentara con la fundación de la Pequeña Obra (en la misa de los funerales, celebrada por el P. Chevalier, fue asistido por dos sacerdotes procedentes de la Pequeña Obra).

 De él se dijo en muchas ocasiones que era el segundo fundador de la Congregación. No sólo por lo que hizo, sino por lo que era en su vida y persona. En sus anotaciones privadas dejó escrito lo siguiente:

 “Soy un Misionero del Sagrado Corazón en todo, en cuerpo, alma, corazón, pensamientos, palabras, acciones, en mis sufrimientos, en mi manera de ser, en mis relaciones con los demás... que Dios sea bendito”.

 En un sentido real y verdadero, cuando Juan María Vandel se hizo Misionero del Sagrado Corazón, lo que hacía era dar nombre oficial a lo que ya era por dentro. Esto explica la facilidad con la que encajó dentro del pequeño grupo de Issoudun, encontrándose en su propia casa. Esto explica también como se ganó inmediatamente el respeto y el afecto de los sacerdotes y niños entre los que trabajaba.

 Su vida espiritual personal, la tenía centrada en el Corazón de Cristo desde mucho antes y la devoción a María era esencial en su vida. El mismo celo misionero, la misma preocupación por la gente (afectada de indiferentismo y falta de fe) que inspiraba a los M.S.C., inspiraba su trabajo en la Obra de Campaña. Aunque su celo y dedicación se mantenían fuertes y constantes dentro de él, la edad y las enfermedades debilitaban su fuerza física. Los sacerdotes, que él encontró en Issoudun, estaban animados por un celo semejante al suyo. Eran más jóvenes que él y él encontraba ayuda en su fuerza y energía, lo mismo que en su amor de hermanos. Y al mismo tiempo que él encontraba un espíritu y una espiritualidad que armonizaban con los suyos de manera tan cabal, ellos encontraban en su persona la clase de sacerdote a la que aspiraban llegar. Parecía haber modelado en su propia vida y actitudes y acciones una cierta encarnación de la "bondad de Dios", aquella "misericordia", que el Corazón de Cristo simboliza y sugiere.

 No hay mejor manera de mostrar lo que esto significaba, que usando sus propias palabras. Cuando trazaba los proyectos de lo que él deseaba que fuera su Obra de Campaña, lo que deseaba para sus sacerdotes, inconscientemente (según la opinión de los que le conocían) se describe a sí mismo, aunque en su humildad hubiera pensado que se hallaba muy lejos de tal ideal.

 Las virtudes características de los sacerdotes de la Obra de Campaña serán:

 "Humildad de niño, que es siempre sencillo y alegre: «Nisi efficiamini... »

 "Una bondad compasiva que se manifiesta en felicidad a la vista del niño, del pobre, del enfermo, del viejo, del infeliz peregrino...

 "Un espíritu de piedad que santifica nuestras relaciones de caridad y que suple las austeridades y los largos ejercicios de oración, a través del sentimiento habitual de la presencia de Dios Nuestro Padre y María nuestra buena Madre... y de nuestro ángel de la guarda. El Padre Nuestro, algunas jaculatorias cortas, algunas cuentas del rosario, serán parte del respirar del misionero en sus idas y venidas.

 "Una modestia franca y natural, como la de un padre o una madre que temen a Dios y no toleran ni en ellos mismos ni en otros, cualquier cosa que pueda ofender los oídos o la vista de sus niños. Bajo este aspecto la prudencia del misionero debe hacer que su conducta sea tan irreprochable como la de Nuestro Señor entre los judíos; en su ir o venir, comiendo o conversando, en público o privado. El entró en casas, se paró al lado del camino, visitó, curó, consoló al enfermo, habló con todo el mundo, comió con el rico y con el pobre, permaneció con sus amigos, escuchó peticiones y preguntas, conversó con la mujer pecadora, con la de Canaán, la samaritana, Marta y María, curó a la suegra de San Pedro, a la hija de Jairo..., jamás una palabra de condena fue dicha contra El por su conducta... excepto por los fariseos. Ahí está nuestro modelo, nuestra regla, nuestra vida.

 "Una paciencia que sabe esperar, que puede parecer que no hace nada, que siempre tiene esperanza, que no se desconcierta, que aguanta innumerables inconveniencias, que reconoce como buen empleo del tiempo, el simple dar un objeto de piedad, o hacer que algún niño rece o que alguna persona entre en la iglesia... Y, finalmente, una paciencia que sabe resignarse a no haber hecho nada. Nuestro Señor no fue siempre afortunado en su misión”.

 Aún podemos traer una nota más característica del P. Vandel: fue su espíritu de gratitud, lo que representa una cierta delicadeza de carácter. Aquellos que años más tarde le recordaban, hacían hincapié en el hecho de que siempre era agradecido, por mínimo que fuera el favor que se le hiciera y llegaba casi a llorar, conmovido por la generosidad de la gente que le ayudaba en sus trabajos.

 Poco después de su muerte, una persona que le había conocido durante 24 años, escribía: "Su sencillez, su humildad, su tacto delicado hacían de él una persona que impresionaba a cualquiera. Las personas mayores palpaban su santidad; a los pequeños les cautivaba su caridad”.

 El autor Luis de Wohl escribió libros sobre San Agustín y sobre Santo Tomás. Al primero le llamaba "La llama viviente" y al segundo "La luz quieta". Es más fácil escribir sobre una llama viviente: el movimiento y el color atraen la mirada y mantienen el interés. La luz quieta puede ser de más valor y tener más mérito por su estabilidad y consistencia, pero resulta más difícil el escribir profusamente sobre ella. Siguiendo esta línea de pensamiento, el P. Jouët de quien hablaremos en seguida, podría ser la llama viviente, mientras el P. Juan María Vandel es la luz quieta. En su quietud producía y daba confianza y la entereza de su fuerza sostuvo a muchos que le conocieron. La luz de su ejemplo, su fe, caridad y paciente delicadeza, inspiraron a muchos y les dejaron inolvidables recuerdos de "el santo P. Vandel", segundo fundador de la Congregación de los M.S.C.

 

 

3. VÍCTOR JOUËT

Si el joven grupo de los M.S.C. había de recibir en el P. Vandel su elemento estabilizador, recibirían con el P. Víctor Jouët elemento dinámico. Se podría discutir quien de los dos contribuyó más a la obra, porque ambos dieron mucho y la discusión no tendría fin, ya que dieron cosas diferentes. Con personalidades totalmente distintas, pero con una misma generosidad llegaron ambos a la joven comunidad por caminos bien diferentes. El primero en llegar fue Víctor Jouët. Apareció en Issoudun en un frío día de diciembre de 1864, como una tibia brisa provenzal. Era un hijo del Sur, un sacerdote de la diócesis de Marsella. Venía de la tierra de los trovadores, y algo de trovador lo tuvo siempre consigo. Esto queda ya claro en la relación que da de su llegada. Puedes leer tú mismo su propia versión en el testimonio de un ex‑voto de la Basílica de Issoudun:

 

"Peregrino de un solo día

Es aquí que aprendí tu título glorioso,

¡Oh Soberana del Corazón de Jesús!

Caí a los pies de tu hermosa imagen

Y me levanté tu misionero para siempre.

En un segundo... ¡Qué gracia! ¡Qué vocación!

28 de diciembre de 1864. V. J. Miss. del S. C.".

Tal es lo que poéticamente dice de sí mismo. De hecho ninguna relación sobre el P. Jouët puede ser prosaica. Nacido en Córcega de padre francés y madre española, era exuberante y entusiasta, muy inteligente y de gran atractivo personal. Se ordenó de sacerdote con destino a la diócesis de Marsella en junio de 1862, cuando contaba 23 años. El movimiento de Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón le puso en contacto con los M.S.C. Pero fue la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón lo que le mantuvo como tal. Su Obispo, Mons. Cruice, habiendo tenido noticias de la nueva Congregación, le mandó a Issoudun a investigar, pensando que tal vez tuvieran algo que ofrecer para la revitalización de la asociación de "Sacerdotes del Sagrado Corazón", de Marsella.

 Es mejor dejar al P. Piperon que nos describa su llegada a Issoudun.

 "...El P. Jouët legó un día, después de Navidad, a las cuatro de la mañana con una atmósfera helada. Venía directamente de Marsella, vestido al estilo de la gente del Sur, sin haberse preocupado de tomar precaución alguna contra el frío del invierno. Apenas llegado, nos dimos prisa en llevarle a la mejor habitación y encenderle un fuego. En este cuarto había una imagen de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Tan pronto como la vio, totalmente excitado, preguntó de qué Virgen se trataba. «Es Nuestra Señora del Sagrado Corazón, le dijimos». «¿Y qué significa Nuestra Señora del Sagrado Corazón?, siguió preguntando». «Oh, nosotros honramos a la Virgen bajo ese título y tenemos una Asociación en su honor». «¿Cuánto tiempo lleva funcionando la Asociación?» «Empezó este mismo año, en abril, y ya tiene alrededor de dos mil socios». «¿Tenéis un altar de Nuestra Señora del Sagrado Corazón?» “Desde luego, en la iglesia que más tarde le enseñaremos». «¿Podré celebrar la misa allí?» «Seguro». «¿Puedo decirla ahora mismo?» «Espere un poco, déjeme que le encienda el fuego y, cuando se caliente un poco, iré y prepararé el altar». «Pero el caso es que me gustaría celebrar misa inmediatamente».

 "Con estas palabras dejamos a nuestro huésped, para ir a buscar leña. Cuando volvimos, unos minutos más tarde, le encontramos de rodillas, llorando, en un estado de exaltación. María había conquistado esta alma ardiente. El se había consagrado a ella, sin reserva. Desde entonces, como a él mismo le gustaba decir, fue el «juguete» (en francés jouët) de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. No quiso esperar más tiempo.

 "«Ya no tengo frío, dijo, llevadme a la iglesia, quiero decir la misa en el altar de Nuestra Señora del Sagrado Corazón». Tuvimos que rendirnos ante su insistencia. Rápidamente preparamos el altar y los ornamentos sagrados y enseguida comenzó el Santo Sacrificio. Jamás olvidaré la profunda emoción con que pronunciaba las palabras de la sagrada liturgia, ni el acento lleno de piedad de su voz. Cuando hubo terminado su acción de gracias, que fue más bien larga, le llevé otra vez a su cuarto para que pudiera calentarse. Hizo un montón más de preguntas sobre Nuestra Señora del Sagrado Corazón y no supo hablar de otra cosa que de la nueva devoción».

 Ciertamente, el P. Piperon y los otros padres de Issoudun no eran parcos en su entusiasmo por la nueva devoción. Pero este hombre de Marsella les preocupó un poco: "En aquellos momentos no entendí aquella manera de proceder y me preguntaba si aquel joven sacerdote no estaría algo desequilibrado y aquel entusiasmo extraordinario no fuera tal vez fruto de alguna enfermedad.”

 Más tarde el P. Jouët le confesaría, que entonces había recibido una extraordinaria luz de la gracia, que le hizo ver muy claramente que había de dedicar su vida al servicio de Nuestra Señora.

 No hay que concluir de todo esto que el P. Jouët fuera sólo un entusiasta piadoso. "Nadie como el P. Jouët para superar los obstáculos más difíciles. Con fuego en el  alma, espíritu activo y voluntad enérgica, sabía cuando actuar y cuando resultaba mejor el dejarlo para más tarde. Era un hombre de fe ardiente y de completa abnegación de sí mismo. Nunca pensaba en sí mismo."

 "El P. Chevalier encontró en él el trabajador más activo, el más abnegado y, al mismo tiempo, el más útil para sus trabajos. A él le debemos el éxito de los mismos"

 Estos últimos testimonios del P. Piperon completan la descripción de su carácter. Este fue el Víctor Jouët que llegó a Issoudun a finales de 1864 en busca de información sobre la obra de los M.S.C. para los sacerdotes de las parroquias, y se volvió a Marsella con esta información y con su nuevo entusiasmo por la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Y él fue quien dio a conocer la devoción en Marsella.

 En septiembre de 1865 emitió sus votos privados como miembro de la Congregación de los M.S.C. Poco más pudo hacer en algunos años, puesto que el nuevo Obispo de Marsella, Mons. Place, era enemigo declarado de las nuevas Congregaciones religiosas y se resistió siempre a las súplicas del P. Jouët, para que le permitiera dejar la diócesis y unirse a la comunidad de los M.S.C. Obligado a permanecer alejado, ello no le impidió el trabajar por la obra, especialmente dando a conocer la devoción a Nuestra Señora. Fue idea suya la publicación de los Anales de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, cuyo primer número apareció en enero de 1866. En medio de sus otras preocupaciones y actividades editó la revista durante 17 años. Teniendo en cuenta que sus actividades eran muchas, esto resultaba una verdadera hazaña. Fue él quien empezó lo que luego arrastraría hasta Issoudun muchedumbres de peregrinos: la procesión de Nuestra Señora del Sagrado Corazón del 8 de septiembre.

 El P. Chevalier animaba al P. Jouët para que continuara insistiendo a su Arzobispo, para conseguir el permiso de dejar la diócesis. En 1869 cayó enfermo y tuvo que tomarse un año de descanso para un tratamiento. Un tratamiento estilo Jouët. Después de una corta estancia en Suiza, se sintió mejor y pasó algún tiempo en Issoudun. Luego se fue a España para propagar la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Tenía el propósito de ir a Tarragona y Barcelona, donde vivían algunos familiares suyos que hablaban francés. Al llegar a la frontera tuvo una de esas curiosas experiencias, que sólo suceden a personas como él. Como no sabía el español, rezó a San José para que le sacara del atolladero y le proporcionara un lugar donde pasar la noche. Cuando descendió del tren se le aproximó un cochero que le dijo: "¿Es usted el misionero francés?" "Sí, así es". "Venga conmigo, Padre, el coche está esperando". El coche se detuvo delante de una hermosa casa. El dueño se acercó y dijo: "Bienvenido, Padre... pero... usted no es el sacerdote que esperaba. ¿No ha visto a otro sacerdote en el tren?" "No había otro". "Es igual, es usted bienvenido de todas formas. Tiene que ser mi huésped durante esta noche". Al día siguiente llegó una carta del huésped esperado, comunicando su imposibilidad de llegar. El P. Jouët continuó su viaje a Tarragona, convencido más y más de que San José tenía interés en aquel viaje. En Tarragona fundó una asociación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y comenzó a reunir gente que difundiera la devoción por toda España.

  Después del año de "tratamiento" pidió a su Arzobispo otro año de "convalecencia". Lo empleó para viajar por Savoya, Issoudun, Bélgica y volver a España. En estos viajes editó los Anales en cada país. En 1871 entró en la comunidad de Issoudun y en 1872 se fue a Roma con el P. Chevalier. En Roma aprovechó la ocasión para suplicar al Papa Pío IX, que le permitiera dejar la diócesis y unirse a la Congregación de los M.S.C. Avalaba su petición una carta del Arzobispo de Bourges. Como era ilegal la oposición de un Obispo, a que uno de sus sacerdotes ingresara en una Congregación religiosa, el Papa Pío IX accedió a la petición del P. Jouët. Le dio por escrito un permiso de dejar la diócesis por un período de siete años. Allí mismo, en la presencia del Papa, emitió sus votos públicos, como misionero del Sagrado Corazón y se volvió a Issoudun. El 5 de noviembre de 1875 fue elegido Asistente General.

 Por esas fechas se fue a Roma para aclarar un asunto relacionado con la Archicofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Se había fundado en Roma una cofradía y no aparecía muy clara su conexión con Issoudun, ni la que debía ser la central y primera de todas. El Padre Jouët no tenía intención de quedarse en Roma, pero se alargaban las negociaciones y luego quedó encargado de tratar de encontrar una casa para los estudiantes M.S.C. que habían de cursar sus estudios allí. Cuando llegaron los escolares en diciembre de 1875, se le pidió al P. Jouët que se quedara allí como superior de la nueva casa M.S.C. En febrero de 1876 fue nombrado Procurador, teniendo por cometido la representación de la Congregación M.S.C. en todas las relaciones con la Santa Sede. Desempeñaría este cargo durante muchos años y le daría ocasión de hacerse con muchos amigos en Roma. Esto último no es sorprendente, ya que el P. Jouët poseía la gracia de hacerse con amigos en todas partes.

 Dejamos otra vez que el P. Piperon nos hable de cosas interesantes del P. Jouët, en Roma o en otras partes: "Llevó hasta el límite su espíritu de pobreza. Prácticamente le tenías que obligar a renovar su vestuario. Le hemos visto muchas veces pedir audiencias con gente importante, llevando sólo una sotana vieja e incluso rota. Encima de la sotana ponía un abrigo que estaba por el estilo. Un día teníamos una audiencia con el Papa. Cuando llegó la hora para ir al Vaticano, me fui a su cuarto y le encontré vestido como siempre.

 "--¡Bueno!, le dije, es la hora de irnos y tú sin arreglar...

 "--Estoy preparado.

 "Cogió su abrigo, que estaba roto y su sombrero, amarillo de viejo.

 "--Vámonos, dijo, no hay tiempo que perder...

 "--Pero... ¿vas a ir así a la audiencia? Mira tu sotana... está toda rota.

 "--Eso no es nada. De todas maneras lo taparé con el abrigo.

 "--Pero si tu abrigo se cae a pedazos. Mira...

 "Riéndose feliz, me dijo:

 "--Ves, tú no entiendes. Fíjate ahora a ver si mi abrigo no vale.

 "Cogió la parte rota en la mano y la cubrió con su sombrero desastroso.

 "--¡Hale!, vámonos. Ahora ¿vale?, ¿no?

 “Así nos fuimos. En el camino olvidó su lamentable apariencia y así fue presentado ante el Papa.

 "Lo que aquel día hizo en Roma lo repetía en todas partes. A pesar de todo, era bien recibido donde fuera. Su facilidad de maneras, su circunspección y sobre todo su placentera sonrisa, su ingenuidad, su «savoir-fair”, encantaban a cualquiera que encontrase. En su presencia uno se olvidaba enseguida de la extraña pobreza de su vestido, de su apariencia externa, para advertir sólo sus prendas de mente y corazón.

 “He aquí otro botón de muestra, tomado entre miles:

 “Acababa de llegar de un largo viaje. Observé que traía unos zapatos prácticamente sin suela, lo que permitía entrar la humedad y el barro. Le reñí por ello.

 "--¿Por qué no cambias los zapatos?, ¿quieres caer enfermo?

 “‑- Es que no tengo otros--me dijo con toda sencillez.

 "--Y, claro, no has dicho nada sobre ello.

 “- Pero... ¿qué tienen de malo estos zapatos? No necesito pedir otros.

 “Sin ninguna otra formalidad, mandé al zapatero que le hiciera un nuevo par.

 “Al día siguiente, el P. General decidió hacer un largo viaje y llevarse con él al P. Jouët. Habían de salir por la mañana. Olvidado del estado ruinoso de sus zapatos, el P. Jouët estaba dispuesto a partir. Así que le compramos un nuevo par. A su vuelta se encontró que disponía de dos pares, un par nuevo y los otros suyos antiguos arreglados. En seguida le vi que se me acercaba con los dos pares de zapatos en las manos.

 “ Oye, han convertido mi habitación en una tienda de zapatos. ¿Qué hago con esto?

 "--Guárdalos, que bien los necesitarás, viajando tanto.

 "--No, no; que es contra la pobreza. Me sobra con un par. Da los otros a alguien que los necesite”.

 El 25 de febrero de 1877, previendo la posibilidad de dificultades políticas en Francia, se reunió en Issoudun el Consejo General de los M.S.C. Se temía que los sacerdotes pudieran ser encarcelados. Para prever cualquier eventualidad de persecución, redactaron el documento que insertamos a continuación, el cual fue firmado por los padres Chevalier, Vandel y Guyot.

 "Habiendo pedido la luz del Espíritu Santo, la ayuda del Sagrado Corazón de Jesús y la intercesión de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y de San José, amigo del Sagrado Corazón, el Superior General expuso al Consejo que para prevenir los serios acontecimientos que podían ocurrir en Francia, la prudencia sugería oportunos medidas, que proveyeran a la seguridad de la Congregación y de sus miembros. La cura de almas, que le retiene como arcipreste de Issoudun hace imposible en la eventualidad de una persecución violenta, el trasladarse de allí a un lugar más seguro. Por lo tanto, ha quedado acordado que si la muerte o el encarcelamiento (quod Deus avertat) privara al Instituto de su venerable cabeza y no pudiera convocarse un Capítulo General conforme a las reglas, el gobierno general de la Congregación pasará inmediatamente, ipso facto, al P. Víctor Jouët, Procurador General de la Congregación, en calidad de Vicario General’’.

 Es muy interesante este documento: muestra por un lado lo serio de las aprehensiones de los M.S.C. por la situación en Francia. Por otro lado hace surgir la pregunta: ¿Por qué el P. Jouët? La respuesta obvia es otra pregunta: ¿Por qué no? Había una sencilla razón: viviendo en Roma quedaba al margen de toda persecución en Francia. Otra razón la encontramos en las palabras del P. Piperon: "El P. Chevalier encontró en él (P. Jouët) un trabajador muy activo, con toda dedicación y al mismo tiempo el más útil para sus obras. A él le debemos los éxitos que alcanzaron. En mi humilde opinión, en la de todos nosotros, él era el hombre de la Divina Providencia, la mano derecha de nuestro venerado Fundador.’’

 Nos encontramos muchas veces con el P. Víctor Jouët en el transcurso de esta historia.

 

Conclusión

Piperon, Vandel, Jouët... tales fueron los más fieles y constructivos colaboradores del P. Chevalier durante estos años vitales. También fueron sus amigos más antiguos en los que más confiaba. Hay un proverbio que dice: Muéstrame tus amigos y te diré quien eres. Habla muy alto en favor de Julio Chevalier el haber podido conseguir tales hombres y haber sabido conservar su amistad. Y, hablando de amistad, Maugenest tiene derecho a ser nombrado con los demás. Aunque tuvo de seguir un camino diferente, todos sabían y reconocían que cumplía con ello la voluntad de Dios. Permaneció unido a ellos con los lazos de una profunda amistad. Y todos ellos ofrecieron al P. Chevalier una vida entera de lealtad y cariño.

 


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