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8. Julio Chevalier, un Hombre con una Misión (E. J. Cuskelly MSC)

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Julio Chevalier, Fundador de los Misioneros del Sgdo Corazón con nuestra Señora del Sagrado Corazón


8

 

La crisis  M.S.C

 

 

 

1. CONSIDERACIONES GENERALES

 

El fundador de una congregación religiosa es un líder carismático. Mientras está formando a su alrededor el grupo de colaboradores, éstos se someten de manera natural al tipo de estructura, que técnicamente se describe como “organización de tipo carismático”. Los expertos en sociología destacan en tal organización:

a) El punto focal en el que se centra la organización, es la inspiración, las intuiciones y la dirección del líder carismático.

c) El don carismático del líder arrastra a otros detrás de sí, y le capacita para irradiar o imponer sus ideas a sus seguidores.

c) El control de la organización nace del ejercicio de estas mismas cualidades; y las decisiones están habitualmente enunciadas en términos definidos.

En los pasos iniciales de la formación de tal grupo, los primeros compañeros del fundador o líder carismático se fijan en él, buscando dirección, liderazgo y decisiones. La verdadera razón por la que se unen a un grupo nuevo, es precisamente porque creen que el fundador tiene la inspiración y las intuiciones que pueden dar forma al grupo. Si se vieran incapaces de aceptar este tipo de liderazgo y de organización, no se unirían. Naturalmente se crea una lealtad hacia el líder y una mentalidad que acepta con facilidad sus decisiones.

Sin embargo, conforme el grupo se desarrolla, en especial si se trata de un grupo que aspira a convertirse en una congregación religiosa dentro de la Iglesia, debe formar ciertas estructuras de organización. Capítulos, consejos y consultas van a tener gran importancia en su vida. Debe seguir las leyes impuestas por la Iglesia, e incluso el líder carismático tendrá que acatarías, perdiendo así algo de su libertad. Puede que él llegue a ser el Superior General de un Instituto aprobado, pero entonces tendrá que ejercer un tipo de liderazgo distinto, o al menos, un liderazgo que tenga en cuenta las exigencias de unas estructuras ya alteradas. En esta última fase, los miembros que se van uniendo al grupo, ya se sienten menos atraídos por la persona o el carisma personal del Fundador, tal como existe en él. Se acercan al grupo atraídos por ese carisma, pero sólo tal como existe ya en la naturaleza y fines determinados del instituto. Esperan que podrán encajar en la nueva fase de la organización por medio de los Consejos, Consultas, etc., y esperan, hasta cierto punto, que el fundador, aunque sea el General, esté tan sometido a las normas de la organización del Instituto, como lo están ellos.

Por eso, aún dejando de lado la consideración de las personas que entran en juego, vemos que el escenario está automáticamente predispuesto para provocar fricciones y tensiones cuando todo el grupo, compuesto de elementos diferentes, se esfuerce en buscar una forma nueva de entenderse y un estilo nuevo de trabajo en común, en el que todos están implicados. Podemos anticipar y predecir la clase de tensiones que seguramente van a surgir, entre los que creen que la ley suprema es la fidelidad al fundador, a sus inspiraciones e ideas, y los que juzgan que ahora todos están llamados a participar, mediante diálogos y debates, en las decisiones, las cuales han de tomarse con una mayor participación de toda la comunidad. Para algunos de la generación más antigua estas ideas serán calificadas de infidelidad; pero algunos de las generaciones jóvenes pensarán que no se acepta su mayoría de edad, o no se les deja hablar suficientemente.

Otro factor de tensión, entrará en acción cuando en el grupo dejen de predominar los de la misma nacionalidad, para convertirse en un grupo religioso de miembros de diferentes naciones. Esto ocurre principalmente cuando se considera que una cierta uniformidad es (o era) necesaria para la vida religiosa de un Instituto. Habrá inevitablemente diferencias nacionales y culturales, y algunas de éstas diferencias se introducirán en la vida religiosa con los candidatos. Con todo, estos candidatos se incorporan a un grupo que ya tiene un ideal religioso característico y un espíritu religioso definido. Cuando exiges a personas de una nacionalidad distinta que vivan la vida religiosa como tú la has vivido, se te planteará inmediatamente una pregunta, que no tiene fácil y rápida respuesta. De todo lo que pides a ese nuevo grupo, ¿cuánto hay de imposición de expresiones accidentales; y cuánto es, simplemente una declaración de lo que se exige en toda lengua o cultura, como respuesta generosa a un ideal religioso?

Se puede decir a priori que a medida que un grupo religioso va creciendo, debe ir efectuando una doble transición:

- De un liderazgo carismático y muy personal, a un tipo de gobierno más democrático.

- De ser un grupo de una cultura única, a ser una congregación internacional.

 

NB: Esta segunda evolución es, en nuestro caso, de menor importancia y muy periférica. De haber sido ésta la única tensión habida, no hubiese surgido la crisis MSC. En el curso normal de los acontecimientos, la legislación de la Iglesia provee a una Congregación religiosa de dos instrumentos, que faciliten el proceso de esta doble transición. Estos medios son:

- El Consejo General que aconseja y asiste al Fundador-General.

- El Capítulo General que reúne cada seis años a cierto número de miembros de la Congregación con el fin de legislar, resolver problemas y tomar decisiones para toda ella.

 

Circunstancias especiales

A pesar de todo, la situación política impidió a los M.S.C. el curso normal de los acontecimientos. La expulsión de los religiosos de Francia trajo consigo la dispersión del Consejo General. El P. Piperon estaba en Tilburg, el P. Jouët en Roma como procurador; el P. Guyot, aunque vivía en Francia estaba a cierta distancia de Issoudun. El P. Morisseau estuvo con el P. Chevalier durante algún tiempo, pero luego fue destinado a Tilburg y después a Quito. El Capítulo General debería haberse celebrado en 1885, pero el Consejo General juzgó que, por causa de la situación política y de la dispersión de los miembros, debía diferirse. Quizá no habría sido estrictamente necesario el posponerlo pero, por lo menos, había inconvenientes suficientemente graves para no celebrarlo, de los cuales podía juzgar el Consejo y que Roma aprobaría, para que se aplazara. Aquellos que pensaban sinceramente, que la Congregación todavía necesitaba hacer la doble transición que más arriba hemos mencionado, iban a sentirse decepcionados con esta decisión. Estimaban que, a pesar de todas las dificultades, debía y pudo haberse hecho un esfuerzo para celebrar el Capítulo.

También debemos hacer notar que las mismas cualidades, que capacitan a un Fundador para ejercer con éxito su liderazgo carismático, le hacen más difícil aceptar que ha llegado la hora del cambio. Él había sido escogido para declarar lo que significaba su visión en la realidad y para señalar el espíritu y el estilo de vida de la nueva Congregación. Hubo quienes se sintieron satisfechos de aceptar sus directrices y, precisamente por eso, nació la nueva Congregación. Ahora, esa misma cualidad de guía, que le capacitó para formar el grupo, le va a impedir detectar el momento exacto, en que tendrá que retirarse y dejar a otros expresar su opinión en las ¡decisiones y permitir que otros le digan, cómo tiene que adaptarse su espíritu a las diferentes culturas y mentalidadesen evolución. La dispersión del Consejo General trajo unos efectos que el General no percibió en todo su alcance. El Consejo se había dispersado por los acontecimientos políticos; el P. Chevalier les consultaba a menudo por carta pero la correspondencia no hace colegialidad, pues recibían y escribían cartas como individuos, sin conocer, en la mayoría de los casos, el punto de vista de los otros consejeros. Por respeto al P. Fundador y sin antes discutir juntos y animadamente los problemas, solían estar de acuerdo con las propuestas del P. Chevalier, más frecuentemente de lo que lo hubieran estado en una situación diferente. Además, ya hemos visto un ejemplo de las maniobras del P. Chevalier cuando quería asegurar que se aceptase la misión de Oceanía. Entre algunos miembros del Consejo y también fuera de él, iba cundiendo la impresión de que el P. Chevalier estaba imponiendo sus puntos de vista, con cierto perjuicio para el bien de todos. Esto desembocó en un resentimiento. El aplazamiento del Capítulo General se interpretó, por esto mismo, como una prueba más de la poca disposición para hacer una consulta plena. Además, al no haber las reuniones regulares del Consejo, no le fue posible al P. Chevalier sondear la profundidad de este sentimiento de disgusto. De haber conocido el alcance de este descontento, hubiese actuado de manera diferente.

Existía también el asunto de las diferencias en las prácticas de vida religiosa, fuera de Francia: ¿eran una adaptación o una relajación? Y si eran algo de esto último ¿cuál era el mejor modo de atajarlo? El P. Chevalier escribía: "Esta dispersión de los miembros condujo forzosamente a cierta relajación de la disciplina de las reglas, especialmente en nuestras casas del Norte, donde las obras se han extendido con demasiada amplitud. Las costumbres de estos países, al ser diferentes de las de Francia, han abierto el portillo a más de un abuso. Nuestras primeras reglas, esbozadas al comienzo de la Congregación y para los religiosos que la componían entonces, ya no satisfacen las necesidades actuales." El Superior General, velando por el futuro de su Congregación, quiso antes de morir, dar los últimos toques a su obra completando las Reglas comunes y las particulares, que tenían buen número de lagunas. Su objetivo era corregir la arbitrariedad y conseguir la mayor uniformidad posible de conducta, en nuestras casas. Pensaba, y con razón, que ésta era su obligación más seria para evitar así traumas peligrosos después de su muerte. Para eso envió a los Superiores de todas las casas (incluso las más distantes) copias del borrador de estas nuevas Reglas, pidiendo al mismo tiempo, que, una vez consultados los miembros, le enviaran todas las observaciones. Él las tendría en cuenta en la redacción definitiva. Y así se hizo.

La presentación de este Directorio levantó un profundo descontento en las casas del Norte.

Con la misma finalidad en perspectiva, el P. Chevalier se puso a "completar las Constituciones" y las envió a Roma. Roma encontró algunos puntos demasiado exigentes, como los dos años de noviciado en vez de uno. Roma señaló también que la Congregación se vería obligada a elegir entre estas dos alternativas: La primera, si se mantenían las Constituciones antiguas, aunque se  las modificara en algunos puntos de poca monta, podrían ser aprobadas definitivamente, puesto que los diez años de prueba ya estaban tocando a su fin. Segunda: si la Congregación adoptaba las nuevas constituciones, entonces tendrían que embarcarse en otro periodo de diez años de prueba. La decisión debía ser tomada por un Capítulo General.

 

EL CAPITULO DE 1891

El Capítulo General comenzó en Issoudun el 8 de enero de 1891. Los miembros asistentes eran: El P. Julio Chevalier, Superior General; Los asistentes generales:

PP. Piperon, V. Jouët, J. Guyot, A. Delaporte, J. Morisseau (Secretario General), F. X. Maillard (Ecónomo General); Los superiores locales T. Reyn (Amberes), P. Tréand (Glastonbury), L. Hartzer (Salzburg), X. Klotz (Tilburg), C. Ramot (Watertown). Como antiguo superior estaba presente el Obispo L. Couppé. Los supersticiosos notarán quizá como dato de mal augurio, que los capitulares eran trece.

Para seguir mejor la sucesión de los acontecimientos ocurridos durante y después del Capitulo conviene analizar tres temas diferentes:

1.  Las Constituciones.

2.  Oposición y crítica a la Administración General.

3.  La existencia de ciertas irregularidades canónicas en la Congregación y las medidas tomadas para subsanarlas.

 

1.- Las Constituciones

Aquí no hubo ningún problema. El Capítulo votó unánimemente que se mantuvieran las Constituciones antiguas (aprobadas para 10 años en 1877). El 24 de julio de 1891, Roma dio la aprobación definitiva a estas Constituciones.

 

2.- Oposición a la Administración General y Crítica de la misma.

Puesto que este es el punto más complicado de todos los asuntos tratados, lo estudiaremos con más detalle en el capítulo siguiente, sin embargo, los elementos principales en él, no son difíciles de comprender. Fue, como ya hemos hecho notar, la expresión propia M.S.C. de la crisis, por lo demás bastante común, en ciertos períodos de transición de un grupo religioso. Notemos algunos hechos históricos que fueron destacados ampliamente en las discusiones del Capítulo. Como había habido un Capítulo General en 1879 debería haberse celebrado otro en 1885. El Consejo General, a causa de las dificultades de la persecución francesa y la subsiguiente diáspora M.S.C., juzgó que iba a ser demasiado difícil celebrarlo y pidió que se aplazara. Roma dio el Visto Bueno. En 1890, a petición del Consejo General, se prorrogó por 12 años el cargo del P. Chevalier como Superior General. El padre Chevalier había escrito unas nuevas Constituciones y un Directorio y los había presentado a Roma para su aprobación. Esto, como dice una cita del P. Chevalier, "levantó un violento descontento en las casas del Norte".

Ya en la sala capitular, el P. Reyn, superior de la casa de Amberes, intentó explicar por qué había nacido esta oposición y por qué existía todavía. Dijo: Una cosa esencial a las estructuras de la vida religiosa es que una Congregación tenga el derecho a elegir su Superior General a través del Capítulo General, y también el derecho a cambiar o a dejar intactas sus Constituciones y Reglas. Ahora bien, nuestros Superiores Mayores hicieron todo esto o intentaron hacerlo ellos solos. Ellos pidieron y consiguieron la prórroga del General en su cargo. Ellos pidieron (y por poco lo consiguen) el cambio de las Reglas y Constituciones. Ellos decidieron que nosotros no podíamos tener un Capítulo en 1885. Este Capítulo debe asegurarse que tales abusos no se repitan de nuevo.

Porque con esta manera de proceder nuestros Superiores Mayores usurparon las prerrogativas que, por ley y por derecho, pertenecen a la Congregación en su conjunto, en y por medio del Capítulo General.

Yo pienso que este punto está muy claro. Y creo que para nosotros, que vemos las cosas desde cierta distancia, tiene su validez. Más aún, este es precisamente el caso que mencionábamos más arriba en que se debe aceptar el cambio de estructuras: la transición de un grupo dirigido por un liderazgo muy personal y carismático, a otro gobernado más democráticamente.

Por desgracia es imposible discutir esos hechos en una situación real de la vida sin criticarlo o, parecer criticar las actuaciones de las personas implicadas en los mismos. Y a menudo, si no se comprende suficientemente el punto discutido o no parece ser aceptado, entonces, los criticismos personales se usan a menudo para forzar la idea. Los miembros de la Administración General se sintieron atacados. Apelaron a los acontecimientos históricos de los últimos años -la persecución en Francia y la diáspora del grupo M.S.C.- para justificar sus actuaciones. Pero se les replicó -acertada o equivocadamente- que no había variado mucho la situación en los últimos años y que si ahora era posible celebrar el capítulo, también lo habría sido antes, si se hubiese querido de verdad.

En cierto momento de las discusiones, dos miembros del Consejo General se separaron de la Administración Central y se pasaron al bando de los más jóvenes. Los PP. Guyot y Delaporte, se quejaban de que sus opiniones no eran muy tenidas en cuenta en el Consejo General, en el que, según ellos, los PP. Chevalier y Jouët tomaban la mayoría de las decisiones. El P. Jouët se convirtió, de manera especial, en el blanco de los ataques; y se criticaron buen número de decisiones de la Administración General de los últimos años, haciéndose mención particular de la fracasada expedición a Quito.

Aquellos que creían firmemente que el General-Fundador tenía todavía una función que desempeñar porque tenía derecho a ejercer un liderazgo personal y carismático, y aquellos que ponían un acento especial en la obediencia religiosa (una obediencia de acuerdo con este tipo de superiorato), pensaban que a los jóvenes les faltaba espíritu religioso. Este parecer se confirmaba, al oír lo que para ellos eran acusaciones injustas y poco caritativas. Aparecieron dos grupos bien distintos: la Administración General (o parte de ella) y los que estaban con ellos y "el grupo disidente". El P. General y los que le apoyaban estaban convencidos de que la siguiente dificultad, era parte también de esta concertada oposición.

Era ésta:

3.- La reacción a ciertas irregularidades canónicas que en su opinión existían en la Congregación

El Consejo General había aceptado que se examinaran estas irregularidades -pero no pudieron prever muchas de las conclusiones que resultaron-. La principal de ellas, según se decía, era poner muy en duda si el P. General había sido verdaderamente General de la Congregación durante un ¡buen número de años! Para entender las razones de este aserto conviene considerar algunos datos cronológicos: En 1869 el P. Chevalier fue elegido Superior General por 12 años. En 1881, al final de este período, por un Rescripto, se prolongaba su cargo para un año. En 1882 se prorroga por otro año. En 1883, lo mismo. En 1884, otra vez lo mismo. En 1885,1886, 1887, 1888... nada. En 1889, se le "prolonga por un año". En 1890, se le prorroga en el cargo para 12 años (decreto del Cardenal Protector).

Las cosas que vamos a relatar fueron un poco trágicas para aquel tiempo, aunque ahora, desde la perspectiva de los años, nos hagan sonreír más de una vez. Asistía al Capitulo un joven alsaciano, el P. X. Klotz, superior de Tilburg. Era un joven que prometía; había estudiado Derecho Canónico en Roma y el P. Chevalier había pensado en él como posible sucesor suyo en el cargo de Superior General. Al estudiar algunos documentos, tuvo sus dudas acerca de ciertos aspectos legales y las expuso ante el Capítulo. Sus dudas hicieron furor. Es que los cancionistas jóvenes, si son impetuosos, pueden dejarse llevar de su celo por la rectitud legal hasta tal punto, que algunas veces no prestan los mejores servicios al bien de todos. El mismo iba a escribir años más tarde, concretamente el 1 de noviembre de 1925: "Cuando Ud. dé cuenta de estos años tan agitados, tenga cuidado de no atribuir ninguna mala fe a ninguno de los bandos. Cada uno actuaba según su conciencia. Nuestros malos entendidos quedan aclarados por los hechos. Si en 1891 yo hubiese tenido la experiencia de 1925, al tener los documentos en mis manos, para leerlos en el Capítulo, no hubiese cometido la imprudencia de hacer públicas las irregularidades que descubría en ellos. Hubiese llamado aparte al P. Chevalier, hubiese redactado una apelación a Roma, la cual él habría firmado con sumo gusto y Roma, con su indulgencia habitual, hubiese dado una "sanatio in radice" ante la simple petición del Superior General. Esto hubiese puesto orden donde había desorden, sin alborotos, sin traumas y sin herir a nadie. Pero yo entonces tenía sólo treinta años. A esa edad uno no tiene tanto control de sus emociones como a los 67".

Y a esa edad ¿qué fue lo que hizo? Señalar la laguna que había entre los Rescriptos que prorrogaban el cargo de General del P. Chevalier. (En las discusiones aparecía que los PP. Chevalier y Jouët habían olvidado el Rescripto para 1884; cosa comprensible en aquellas circunstancias). La discusión se centraba en los años que van de 1883 a 1889. El P. Chevalier no había sido reno­vado en su cargo, por tanto, no había sido Superior General. Por consiguiente, todos los que habían sido admitidos a la profesión durante aquellos años no habían hecho una profesión válida y entre éstos que no habían "profesado válidamente" se contaban tres miembros de aquel mismo capítulo: el obispo Couppé, y los PP. Reyn y Delaporte. Y como Delaporte había tomado parte en la convocatoria del capítulo en calidad de Asistente General, tal vez el mismo Capítulo había sido convocado inválidamente.

El P. Jouët replicaba a esto que al hacer él la solicitud de prórroga en 1889 ya había explicado estas omisiones anteriores, como debidas a la inestabilidad de la situación en Francia y a la dispersión de la Congregación M.S.C. por Europa y, por tanto, decía él, el Rescripto de 1889 ya había traído consigo la "sanatio" de todas las irregularidades. El P. Chevalier era también de esta opinión, es decir, que "el Rescripto contenía implícitamente la "sanatio" de las irregularidades precedentes puesto que el P. Jouët las había mencionado en su petición".

Pero aquellos eran los tiempos (ya pasados para siempre, gracias a Dios) en que un solo canonista podía poner el temor de Dios y de la Inquisición a un grupo de mortales normales, que no conocieran el Derecho Canónico. En consecuencia, la respuesta del P. Jouët no eliminó del todo los temores. Entonces, el P. Klotz aumentó dichos temores al sugerir que algunos de ellos probablemente quedaban sujetos apenas y censuras a tenor del bien conocido decreto Romaní Pontificis. Por ejemplo los PP. Piperon y Ramot, quienes, como Maestros de Novicios, habían admitido postulantes al noviciado, antes de llegar las cartas testimoniales. Podían, por tanto, haber incurrido en ciertas penas; podían haber perdido la voz activa y pasiva en la Congregación y por ello no tener derecho ni a estar presentes, ni a votar en el Capitulo. Había más cosas aún, pero estas bastaban ya para decidir a los miembros del Capítulo a firmar un documento exponiendo a Roma sus dudas y pidiendo una "sanatio ad cautelam". Acordaron también que los delegados para llevar a Roma dicho documento fueran los PP. Klotz y Piperon quedando el Capítulo interrumpido mientras tanto. Todos los miembros del Capitulo, incluido el Padre Chevalier, firmaron el documento y los PP. Klotz y Piperon partieron para Roma.

Dado que el Capítulo se había dividido en dos grupos, el arzobispo de Bourges pensó que sería muy aconsejable que el P. Chevalier estuviera representado en Roma y que fuera el P. Jouët quien se trasladara allá con este propósito. El arzobispo escribió a este tenor al cardenal Mónaco, Protector de la Congregación, indicando, además, el consejo que ya había dado al P. Chevalier (carta de 21 de enero). El P. Chevalier no perdió el tiempo en aceptar el consejo y el 20 de enero, ya había enviado al cardenal Mónaco su carta. En ella se atrevía a sugerir que no estaría mal que el cardenal llamara a Roma al P. Jouët por telegrama. Además, por no fiarse demasiado de la opinión del P. Klotz insinuaba que podría ser muy útil que hablara en particular con el P. Piperon. Con telegrama o sin telegrama, el caso es que el P. Jouët marchó a Roma.

El documento que los dos delegados llevaban a Roma era realmente extraordinario. Mencionaba, claro está, las dudas que ya hemos apuntado. Pero añadía, además: que dos de los asistentes no recordaban si se les había consultado acerca de la solicitud de 1889 (en la que, por cierto, figuraban las firmas de ellos dos), más aún, que algunos miembros del Capítulo dudaban de la validez de las razones alegadas para aplazar el Capítulo (esto era un poco chocante por cuanto Roma había juzgado y aprobado estas razones). Luego, que al estar algunos asistentes dispersos, varios miembros habían sido admitidos a la profesión, sin el consentimiento de todos los asistentes. ¿ Es que eran válidas estas profesiones? El General había delegado a algunos Superiores para recibir la profesión (siendo así que las Constituciones hablaban de delegados Provinciales) ¿ serían válidas estas profesiones? Algunos novicios habían profesado fuera de la casa del Noviciado y parecía que estas profesiones eran inválidas. Algunos maestros de novicios, sin mediar el indulto exigido, habían sido nombrados Maestros, sin tener la edad canónica requerida.

El obispo Couppé, como obispo, ya no estaba bajo al jurisdicción del General y, por tanto ¿es que podía ser miembro del Capítulo? ¿Esos miembros "profesos inválidamente" estaban válidamente en el Capítulo? Por último, dadas las dudas acerca de la manera cómo se había prorrogado el cargo de General, ¿era legítimo el decreto convocando el Capítulo?

¿ Cuál era el resultado que los padres esperaban de la ida de esta representación a Roma? En el último párrafo del documento pedían que se subsanaran las irregularidades (si es que las había) para que el Capitulo pudiera continuar. El P. Chevalier, a lo menos, sospechaba que eran demasiado optimistas. En su carta del 20 de enero, escribía al cardenal Protector:

"Tanto si el Santo Padre juzga que el presente Capítulo sea disuelto como si juzga que continúe, me atrevería a sugerir a su Eminencia que tanto si continúa este Capítulo como si se convoca uno nuevo, Su Santidad podría dignarse designar un Delegado Apostólico para presidirlo, o bien Su Eminencia el arzobispo de Bourges, o en el caso de no poder asistir él, el obispo de Synope, su hermano y Coadjutor."

La sospecha no iba muy descaminada. El cardenal Mónaco había recibido instrucciones para "disolver el Capitulo y declararlo disuelto". Y esto lo hizo en un documento del 27 de enero de 1891. Añadía que los participantes se fueran a casa y que hasta nuevas órdenes emanadas de la Sagrada Congregación, la marcha de todos los asuntos debían continuar como hasta la fecha, y mientras tanto, que se enviaran a Roma las Actas del Capítulo. Pero cuando el General y sus Asistentes las buscaron por todas partes, notaron que no estaban en Issoudun. El P. Klotz, secretario del Capitulo, se había marchado a Roma llevándoselas consigo. Si es que el P. Chevalier temía que el P. Klotz no iba a dar a Roma una versión imparcial, éste le devuelve ahora el cumplido. Pidió permiso para ir personalmente a Roma. Se le niega este permiso y a pesar de todo, Klotz se marcha a Roma. En aquellos días se consideraba un proceder de este tipo, como una falta grave a la obediencia religiosa. El P. Chevalier nos dice que en Roma lejos de darle una bienvenida calurosa, le amenazaron con el entredicho.

Luego, con fecha del 15 de abril le llega al P. Chevalier una carta del cardenal Verga, Prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos. Era breve y estaba redactada en esos términos corteses que usa la Curia, incluso cuando "cita a alguien a Roma":

   "Reverendo Padre:

Esta Sagrada Congregación de Obispos y Religiosos deseando vivamente poner fin a las dificultades, que han surgido en el Instituto de los Misioneros del Sagrado Corazón, del cual es Superior General Su Paternidad, le invita a venir a Roma, donde Ud. podrá aclararnos estos asuntos. Esperando su rápida respuesta con la indicación del día de su llegada, le deseo toda clase de bienes en el Señor...

Fue por mayo, cuando el P. Chevalier pudo cumplimentar esta citación, pero el mes de mayo, en Roma, está lleno de días festivos. Cuando llegó allí, se encontró con que el cardenal Verga estaba fuera, de vacaciones. Mantuvo una charla de media hora con el Papa y otra de dos horas con el Secretario de la Sagrada Congregación de Obispos y Religiosos. El Secretario estuvo "très affable et très paternel" pero debió dejar claramente indicado, que Roma no podía tomar a la ligera los errores, que habían originado las dudas acerca de la validez de las 190 profesiones.

Se conserva en los Archivos Generales un documento muy curioso de fecha 13 de junio. Comienza: "El Fundador y Superior General de la Congregación del Sagrado Corazón de Issoudun, de la Archidiócesis de Bourges, humildemente expone que han ocurrido en su Instituto algunas irregularidades..." Sí, "algunas irregularidades", tales como que quizás él no fue verdaderamente Superior General durante varios años; como que algunos superiores quizá no estaban válidamente delegados para recibir las profesiones de los candidatos; como que algunas veces, incluso, se recibieron novicios sin cartas testimoniales y profesaron a veces fuera de la casa del Noviciado y, por tanto, quizá su profesión religiosa no fue válida...

Por todo lo cual pedía una "sanatio" para todas esas irregularidades y para cualquier censura en la que pudieran haber incurrido en algún punto u otro. Roma, dada su larga experiencia, ni se inmutó por eso de "algunas irregularidades". La Sagrada Congregación concedió benignamente al cardenal Protector la facultad de absolver y regularizar, como se pedía. Esto sucedía el 15 de junio. Había en el Rescripto unas notas adicionales de cierta importancia, que el cardenal Mónaco cumplimentó: Primeramente, se confirmaba el rescripto que prorrogaba al P. Chevalier en el cargo de General por 12 años (es decir, desde 1890).

En segundo lugar, los Asistentes actuales quedaban confirmados en el puesto hasta el próximo Capítulo General, con la condición de que residieran con el General.

Tercero, se daba la "sanatio" de la profesión, a todos aquellos que la pidieran por escrito. El precio del Rescripto eran 23 liras.

El P. Chevalier empezó a hacer una gira por todas las casas explicando a los miembros estos puntos y dejando que cada uno tomara su propia decisión. Es significativo, que de todas las 190 personas, más o menos implicadas, sólo una dejó la Congregación. Esto parece indicar que, por intensa que hubiera sido la lucha, dentro del Capítulo, la mayoría de los miembros estaban contentos de seguir en la Congregación. Indudablemente todo este asunto no constituyó una experiencia muy afortunada, para los que se vieron más directamente envueltos en ella. Sin embargo, no faltan indicios de que la "crisis" se dramatizó exageradamente. La prueba es el número de personas que entraron en la Congregación durante este período:

Durante los años 1891-92 había treinta novicios (para sacerdotes); de éstos lo dejaron algunos pero profesaron 21 el 17 de octubre de 1892 y otros lo hicieron más tarde.

En el período 1892-93 había 26 novicios: el grupo principal de 14 profesó el 9 de octubre de 1893 y otros más tarde. Durante el período 1893-94 había 33 novicios y al año siguiente 38.

Después de la visita del P. Chevalier por las casas, se regularizaron todas las profesiones. Se despejaron los nubarrones de las dudas canónicas: Se nombró al P. Chevalier como Superior General para varios años, pero ahora con todo derecho. Se confirmó a los Asistentes hasta el próximo Capítulo. La cláusula sobre la residencia de éstos con el General, llevaba consigo que el P. Jouët, Procurador en Roma, no podía continuar como Asistente y el P. Guyot había renunciado, después del Capítulo. Se nombró para reemplazarlos como asistentes, a los Padres Maillard y Morisseau.

Quedaba una cuestión importante de orden práctico:

¿Qué se debía o qué se podía hacer acerca de un nuevo Capítulo General?

Un experto en técnicas modernas para resolver problemas diría, que la única vía para restablecer la armonía en una situación tan revuelta era que las partes interesadas hablasen claramente sobre los asuntos; en nuestro caso, en un nuevo Capítulo. Y esta era de hecho la idea del P. Chevalier (aunque él era de la opinión de que los Capítulos normalmente no son muy útiles, por esta vez compartiendo el modo de sentir de sus hermanos, creía que era necesario un nuevo capítulo.)

El 17 de febrero, el P. Maillard escribía al P. Jouët: "El P. Chevalier todavía cree, y nosotros también, que la única manera para calmar los ánimos y acabar de una vez con estos problemas, es hacer convocar un Capítulo presidido por un delegado Apostólico tan pronto como sea posible. Así que por favor, haga diligencias en este sentido..."

El 5 de septiembre de 1891, el P. Chevalier y sus Asistentes pedían oficialmente a la Santa Sede que se les permitiera celebrar otro Capítulo con los mismos miembros que en enero. (En esto el P. Chevalier estaba de acuerdo con el P. Reyn y compañía). La Santa Sede, naturalmente, todavía no había oído hablar de las técnicas del siglo XX para resolver problemas y probablemente no creía que este grupo concreto de M.S.C., fuera capaz de hallar una solución en un diálogo amistoso. El 27 de enero "se había disuelto el Capítulo y se había declarado disuelto". Por eso, como contestación a esta petición del 5 de septiembre se dijo que "después de haber sopesado cuidadosamente todas las cosas" la respuesta era "NO". Si tenía que celebrarse un Capítulo, se celebraría de acuerdo con las Constituciones aprobadas definitivamente hacía poco. Además, se celebraría sólo después de que la Sagrada Congregación diera el permiso, permiso que, por el momento, no estaba dispuesta a conceder.

El 5 de marzo de 1892 en respuesta a una petición posterior para celebrar el Capítulo, la Sagrada Congregación contestó que no lo juzgaba oportuno. Sin embargo, manifestaba que estaba dispuesta a escuchar las serias razones, que el Superior General pudiera querer presentar, para mostrar que dicho capítulo era necesario o útil.

El 17 de julio, como respuesta a otra petición del Padre Chevalier, se concedió el permiso. Pero, muestra de que la Sagrada Congregación todavía no se fiaba mucho del grupo M.S.C., es que impuso las siguientes condiciones, a saber:

1.a Presidiría el Capítulo Mons. A. Marchal, obispo de Sinope, como Delegado Apostólico, el cual debería entrevistarse con cada uno de los miembros antes de empezar el Capítulo.

2. a Los participantes tendrían que hacer 3 días de Ejercicios Espirituales, antes del comienzo del Capítulo.

3.a La elección de los miembros y la asistencia de los mismos será a tenor de los prescrito en las Constituciones.

4.a El cometido del Capítulo será la elección de cuatro Asistentes Generales y un Procurador General; así como la formación de una comisión de cuatro miembros que, bajo la presidencia del General, redactarán un Directorio.

5.a Los miembros si lo desean podrán manifestar su opinión libremente, pero esta vez todas las decisiones serán tomadas por la Santa Sede.

6.a El Delegado Apostólico tiene el derecho de clausurar el Capítulo cuando lo crea oportuno.

7.a En todo lo demás, que se observen las Constituciones.

Si Roma pensaba que con esto ya había encontrado la fórmula eficaz para resolver el problema M.S.C., se iba a llevar el gran desengaño. El 7 de febrero de 1893 se abría oficialmente el Capítulo bajo la presidencia de Mons. A. Marchal y, otra vez, los capitulares eran 13 (aunque faltando 5 buenos elementos del anterior):

J. Chevalier, Superior General; los Asistentes Generales: PP. C. Piperon, J. Morisseau (Secretario General), F. Maillard, A. Bátard (Ecónomo General); los superiores locales: T. Reyn (Amberes), V. Casas (Barcelona), C. Ramot (Glastonbury), F. Miniot (París), F. Barral (Quito), L. Hartzer (Salzburg), A. Lanctin (Tilburgo), F. Derichemont (Watertown). Como asunto extra a discutir, a petición expresa del cardenal Rampolla, estaba que el Capitulo se pronunciase sobre si procedía la supresión de la fundación de Quito. La votación de la supresión fue unánime a favor. Pero la cuestión más importante del Capítulo era la elección de los Asistentes y del Procurador. Resultaron elegidos los PP. Ramot, primer asistente, y Morisseau, Delaporte y Lanctin como asistentes. El Padre Guyot fue elegido como Procurador General.

Mons. Marchal, había exhortado a los capitulares a trabajar por la paz y la unidad y subrayó la importancia de elegir Asistentes que ayudaran al General, en vez de oponerse a él. Pero cuando leyó el acta que le habían entregado por escrito -según lo prescrito en la condición de elegir Asistentes que ayudaran al General, en vez número 5-, vio que estos cuatro hombres, al someter a su aprobación los documentos que tenía que llevar a Roma habían expresado más bien una fiera oposición al P. Chevalier. Tuvo sus dudas sobre el espíritu con que estos hombres estaban dispuestos a cumplir sus obligaciones. Y así lo expresó en su informe a Roma. "Me parece -decía- que la elección fue manipulada y que nada va a persuadir a los electores de que desistan de la decisión que han tomado todos juntos. Como son mayoría han nombrado como asistentes a aquellos que en 1891 se habían declarado más violentamente contrarios a la administración anterior..." (Informe del 11 de febrero). Como quiera que Mons. Marchal y el P. Chevalier eran buenos amigos, puesto que los dos tenían ideas afines sobre la autoridad y la obediencia, ninguno de los dos quedaría muy satisfecho de estas elecciones. Nunca se podrá determinar con exactitud hasta qué punto influyó el uno en el otro, para pensar que las elecciones habían sido inválidas. Pero ciertamente el uno confirmaba las sospechas del otro.

El 20 y el 22 de febrero se enviaron a Roma informes más completos. El 20 de marzo contestó la Sagrada Congregación que, a la vista de los informes, no aparecía claro si las elecciones habían sido válidas o no, dado que quizás habían sido manipuladas por los grupos. Según eso, Mons. Marchal tendría que hacer nuevas averiguaciones y enviar un informe más detallado. Por el momento, los asistentes recién elegidos no podrían ejercer sus funciones y se restablecía a los anteriores en sus cargos hasta tanto que la Santa Sede, después de ulteriores indagaciones, lo proveyera de otro modo.

Como resultado de la nueva indagación, Roma decidió que la Congregación M.S.C. necesitaba más ayuda exterior. Se nombró al arzobispo Boyer, el nuevo obispo de Bourges, Visitador Apostólico de la Congregación. Se declararon nulas y sin efecto las elecciones del 7 de febrero. Se nombró a los PP. Piperon, Morisseau, Reyn y Vaudon como "asistentes provisionales". El P. Maillard, había escrito a Boyer, que creía seria mejor para la Congregación que no le nombraran como asistente. Se designó al P. Carrière Procurador y Superior de la casa de Roma; al P. Bátard, Ecónomo y al P. Maillard, encargado de las Misiones. El obispo comunicaba todo esto en carta el 21 de agosto de 1893, añadiendo confidencialmente: "La misión de paz que se me ha confiado será fácil de llevar a término." Cuando él moría a finales de 1896, el P. Chevalier podía escribir al Santo Padre:

"Poco a poco se ha restablecido la calma, se han pacificado los espíritus, y se han unido los corazones con lazos que nunca más se volverán a romper. Podemos asegurar que, en estos momentos, hay perfecta concordia y armonía entre los súbditos y los superiores, así como entre todos los miembros de la Congregación".

 

2.    UN ANÁLISIS PARCIAL

Después de haber seguido el hilo de los acontecimientos de este período de crisis, debemos intentar ahora volver sobre los pasos y ver si podemos lograr entender, esta parte de nuestra historia. Y debemos procurar hacer esto con el mayor respeto que nos sea posible, hacia nuestros hermanos ya muertos. Deberemos dejar que las muestras de debilidad humana (esas pequeñas cosas que pudieran empañar el bien que hicieron) queden enterradas con ellos. Es que lo más trágico de la crisis fue que eran unos hombres buenos, pero que se vieron envueltos en el torbellino de unos malentendidos, que les causaron grandes disgustos personales. Hubo equivocaciones por todas partes, pero nuestra tarea no es actuar como jueces, sino simplemente tratar de entender.

En este período de desarrollo, había, ante todo, dos ideologías básicas acerca del gobierno de la Congregación:

1.a  El tiempo de la Fundación ya ha terminado. De aquí en adelante el Capítulo legisla, el Superior administra.

2.a  El Superior General... (si es el Fundador) no es un Superior cualquiera... Es la cabeza y la raíz... Nosotros (los Asistentes) debemos ser los miembros primeros y las ramas principales, viviendo con la misma vida y la misma savia, para transmitirla a los demás. Los asistentes deben discutir los asuntos, ofrecer sus sugerencias, prestar o negar su asentimiento, pero nunca podrán oponerse sistemáticamente a un Superior General que es el Fundador. "La obra todavía está en período de for­mación y, por tanto, la iniciativa debe venir del Fundador, en armonía con aquellos que se han ligado a su obra y mantienen con él mutua confianza..." Ni siquiera un Capítulo puede imponer su voluntad sobre el Fundador si éste es totalmente contrario a las sugerencias de un grupo.

Como ya hemos visto, un buen número de participantes vinieron al Capítulo de 1891 convencidos de la primera tesis, y convencidos de que, al no convocar el Capítulo, la Administración General había privado a los miembros de la Congregación de sus derechos. Llegaban, pues, con ciertos resentimientos y el resentimiento conduce con frecuencia a afirmaciones exageradas, y si estas exageraciones son rechazadas, entonces aumenta el resentimiento. Hablaban del Capítulo como de un "Tribunal Supremo" que debía llamar a juicio a la Administración. M formular este juicio, tenía muchas cosas que criticar: como las demasiadas fundaciones de obras, sin personal para regentarlas. Pero lo que criticaban de manera especial eran las infracciones al Derecho Canónico: que el General no había consultado a los asistentes; que se habían obtenido indultos de Roma, en lugar de convocar antes un Capítulo; y, sin embargo, no se habían pedido indultos cuando hacia falta obtenerlos. En una palabra, los hijos ya sabían más que sus padres en algunos de esos asuntos y no tenían reparos en decir, que no comprendían los "turbios manejos" de la Administración General y sus descuidadas actitudes referente a las prescripciones del Derecho Canónico.

La Administración General que había vivido y trabajado bajo las dificultades de la persecución política, veía las cosas desde el ángulo de la experiencia y de la historia. Pensaban que habían hecho todo lo que habían podido para mantener viva la Congregación y que "fuerza mayor" las había dispensado de preocuparse demasiado de la ley. Habían dispersado a sus Asistentes (Piperon al norte y Jouët a Roma) para tener a los hombres de más valía al frente de los proyectos más importantes. Era muy fácil a los jóvenes que habían crecido en la protección de las casas que ellos habían levantado y sostenido con no pocos sacrificios y quebraderos de cabeza, decir ahora lo que debía haberse hecho.

Pero los "Padre Capitulares" estaban decididos a decir lo que debería hacerse de ahora en adelante. No estaban dispuestos a seguir gobernados por ese arbitrario tipo de gobierno. Querían ver, para empezar, que el General y los Asistentes vivieran juntos. Si esto no podía ser en Issoudun, que se hiciera en Roma donde estaban la mayoría de las Casas Generalicias. En vano podía protestar el P. Chevalier diciendo que en aquella etapa de la vida de la Congregación, Issoudun era vital para su existencia, como centro de las obras y como fuente de ingresos económicos. Todo fue en vano. El Capítulo votó que la casa Generalicia tenía que trasladarse a Roma. Esto era un ejemplo de 10 que el grupo de la oposición llamaría ''imponer decisiones al Fundador-General''. Era también un ejemplo, no canónico, de un Capítulo que obraba más allá de sus poderes.

Luego, cuando se pusieron al descubierto las infracciones al Derecho Canónico y se vio claro, que era necesario un recurso a Roma, no fue el Superior General quien elevó este recurso, ni su Procurador, sino que el Capítulo elegiría sus propios delegados a Roma, que fueron, como ya sabemos, los PP. Piperon y Klotz. Y quedaron resentidos del hecho que el propio P. Jouët fuera a Roma, pero no se pararon a considerar, si como Procurador tendría algún derecho a representar la Congregación en Roma; sólo se fijaban en que ¡el Capítulo, ese "Tribunal Supremo", no le había enviado! Y luego...

"Cuando los Delegados Oficiales del Capítulo presidido por el Superior General, regresaron de Roma con las manos vacías, fue él, Jouët, quien triunfalmente traía el decreto de disolución, que hacía imposible la elección de Procurador y de Asistentes". (El texto omite decir que el Capítulo denegó la insistente súplica del P. Chevalier, para que enviaran a Roma al P. Jouët).

La reacción ante este decreto de disolución fue muy fuerte, como es de suponer. El todopoderoso Capítulo había sido disuelto. No podían cambiar el gobierno central, como la lógica de su actitud exigía, y como habían planeado conseguirlo. Se dijo a todo el mundo, que se fuera a casa... y que continuarían siendo gobernados por esta administración que tanto habían criticado. El P. Guyot, un hombre de rápidas reacciones, juzgando que esta decisión era un insulto a la dignidad de los miembros del Capítulo, presentó la dimisión como asistente. El Padre Klotz renunció a ser superior de Tilburg. Los asistentes al capitulo, antes de separarse, se pusieron de acuerdo y decidieron, que se debía pedir la convocatoria de otro capítulo compuesto de los mismos miembros.

Está claro que entre un buen número de aquellos que estuvieron presentes persistía cierta mentalidad: como si ellos siguieran siendo "el Capítulo" y encargados de vigilar el cumplimiento de las leyes y la observancia de las Constituciones, con un ojo cuidadosamente puesto en la veleidosa Administración General. Parecía que no se daban cuenta plenamente de que, como más tarde escribió el P. Jouët, con alguna exasperación: "El Capítulo fue disuelto, sigue disuelto y permanece disuelto". El P. Klotz como "secretario" de un "Capítulo" que ya no existía, se llevó consigo las Actas del Capítulo, que elSuperior General debía enviar a Roma. Continuó por algún tiempo siendo el más "representativo" del Capítulo. Llevó personalmente las Actas a Roma y aquí, juntamente con otros, a los que representaba, alquiló un abogado para que defendiera sus derechos ante la Santa Sede. Se sentía llamado, naturalmente, a defender los derechos de los oprimidos", como él los llamaba y sólo vivía pensando en el día en que se abriría de nuevo el Capítulo, para conseguir que se hiciera justicia. Cuando se enteró de que el P. Ramot podía ir destinado a Sidney como Superior, le escribió inmediatamente diciéndole que no fuera, porque su presencia sería necesaria en el próximo Capítulo. Klotz se consideraba a sí mismo como un Robin Hood religioso, dispuesto a reparar todos los entuertos cometidos contra la justicia.

Como escribía al P. Ramot: "Estoy armado de los pies a la cabeza"... etc., "y estoy atento a tus indicaciones, tanto para deponer las armas como para entrar en combate de nuevo. No te descuides en tenerme al tanto de las últimas noticias. Un día perdido podría ser fatal para nosotros... " Este grupo estaba tan convencido de la legitimidad de su causa, que no lograba explicarse la disolución del Capítulo a no ser...a no ser que hubiese habido algún manejo turbio en alguna de las encrucijadas.

Naturalmente, el P. Jouët había provocado la disolución y pudo haber usado algún medio poco legítimo para lograrlo, cuando vio que la razón estaba de su parte. Algunos llegaron a decir que les había calumniado ante el arzobispo de Bourges y ante Roma. Otros decían que Chevalier le había mandado conseguir la disolución, para que así pudiera continuar la antigua administración. Y si esto era cierto, ellos pensaban que estaban justificados en su lucha por la justicia.

El otro bando ponía gran acento en la autoridad, la obediencia y el respeto a la autoridad. Incluso aquellos que creían había mucho de verdad en las exigencias de los jóvenes, no podían estar de acuerdo con la manera con que éstos llevaron las cosas durante y después del Capítulo. No todos estaban seguros de que hubiera algo o nada que añadir, puesto que su Superior es también el Fundador. Pero todos estaban de acuerdo de que había algo positivamente equivocado, cuando se empieza a prescindir de lo que exige la virtud cristiana. El P. Piperon escribía con tristeza: "No acabo de ver el espíritu de Dios en esta tempestad. Cuando no hay respeto, caridad y obediencia, no puede ser obra de Dios. Esto es lo que me espanta..." Incluso el dulce P. Delaporte que les defendía, se veía forzado a admitir que "habían ido demasiado lejos". Piperon, en un informe a Roma acerca del Capítulo, decía también que era como una rabieta de niños de colegio... con falta de reverencia, con falta de gratitud y con exceso de presunción...”.

El P. Chevalier haba sido superior durante 35 años. Vivía en una época en que se ponía todo el acento en la obediencia religiosa. Tenía en los dos Marchals, el arzobispo de Bourges y el obispo de Sinope, dos hombres que compartían sus puntos de vista. Todos ellos insistían en que la obediencia y el respeto a la autoridad eran esenciales para la vida religiosa; pero, por desgracia, ambas cosas parecían estar ausentes. Por eso el P. Chevalier estaba convencido (y seguiría convencido hasta el final de su vida) de que la raíz y la causa de todos los problemas era la "falta de espíritu religioso". Y esto no se podía permitir sino que se debía resistir y como superior tenía que luchar contra su difusión. Los que se alineaban con el P. Klotz eran "los rebeldes", "la oposición", "el otro lado". Y sucedió que, en el Capítulo, tres de estos hombres habían sido superiores de las casas del norte: KIotz en Tilburgo, Reyn en Amberes y L. Hartzer en Salzburgo.

Puesto que Klotz había renunciado a su cargo de Superior de Tilburg, donde también hacía de Maestro de Novicios, tenía que ser sustituido o bien había que trasladar el Noviciado a otra parte. El P. Chevalier y el Consejo decidieron que se trasladara el Noviciado a Chezal-Benoît, cerca de Issoudun. Se consiguió un Rescripto de Roma, y se envió al P. Piperon para que trajera a los Novicios de Tilburg. Los PP. Reyn, Vandel y Meyer fueron a Tilburg para ver de impedir el traslado de los Novicios. Seguían opinando que no debía hacerse nada, hasta que no se solucionasen las dificultades (era una manera de perpetuar la existencia moral "del Capitulo", a pesar del decreto de Roma de que la Administración anterior continuara gobernando la Congregación).

El interés del P. Chevalier por salvaguardar el espíritu religioso, le empujó a dar un paso más: mandó que los chicos mayores de las Escuelas Apostólicas del Norte vinieran a Issoudun. Así el Escolástico estaría también bajo su tutela y vigilancia paternales. Esto, naturalmente, disgustó aún más a la "parte contraria". Se interpretó como un intento más, de disminuir la importancia de las casas del norte. Se dijeron cosas muy duras aunque también se escribieron cosas bastante razonables, sobre los inconvenientes de llevar a los chicos y los novicios a educarse fuera de sus países de origen, sobre todo, conociendo la actitud de los alemanes, que no veían con buenos ojos a los misioneros educados en Francia; teniendo en cuenta también la mentalidad de la gente que contribuía a la formación de los muchachos en los seminarios locales. A pesar de todo, fue la preocupación sobre "el mal espíritu" quien dijo la última palabra. También por esta época, algunos y el P. Jouët entre ellos, escribían y decían cosas poco prudentes, tales como que las palabras "católico y francés eran sinónimas". Esto no era, ni mucho menos, derramar aceite sobre las aguas turbulentas de aquel momento.

Todos los enfrentamientos de este tipo, si se prolongan, suelen conducir a una especie de obsesión en uno y otro bando. Si los de un lado estaban un poco obsesionados por el "complejo de capítulo", los del otro estaban tanto o más obsesionados por "el mal espíritu", aunque se viera con una crítica constructiva. Un ejemplo de todo esto, es la cuestión que se planteó a principios de 1893: a ver si el P. Chevalier tenía derecho a abrir las cartas de los Asistentes (no olvidemos que por aquel tiempo las normas de la vida religiosa exigían, que el Superior tuviera una cuidadosa vigilancia sobre la correspondencia de sus súbditos). Y el obispo de Sínope pensaba que era la cosa más natural, ya que el Superior General tenía derecho a saber lo que planeaban los "del otro lado". La verdad es que el P. Chevalier aprendió de esa forma, por medio de la correspondencia, algunas sabrosas noticias.

Otra obsesión era, que habían sido las maquinaciones del P. Jouët, las que habían traído la disolución del Capítulo. Algunos sospechaban que había sido el P. Chevalier, que le había empujado en esta dirección. Ciertamente el P. Jouët había hablado en Roma con el cardenal vicario de la posibilidad de la disolución. Además, el P. Chevalier había enviado al P. Jouët a Roma para que hablara en nombre suyo, no para ponerse de acuerdo con el P. Klotz. Llegar a saber ahora en qué grado el P. Jouët presionó o pudo presionar a la Sagrada Congregación, quedará siempre en el campo de las conjeturas. La correspondencia entre el P. Chevalier y el P. Jouët da por sentado que la decisión partió por entero de la Sagrada Congregación (la verdad es que ninguno de los dos podía insinuar otra cosa). Parece más acertado lo que escribió el P. Jouët: "El Capítulo se había suicidado" y la Sagrada Congregación declaró sólo que estaba muerto.

Quede claro que el Capítulo dramatizó exageradamente un buen número de cuestiones. Era un capítulo muy reducido de una congregación muy pequeña la cual, por cierto, aún no tenía aprobadas definitivamente sus Constituciones. Por eso, su pretensión de ser "el Tribunal Supremo" que representaba realmente a la Congregación, no le quitó el sueño a Roma. Al fin y al cabo era un Capítulo que constaba de 13 hombres, y los que no eran de la Administración General eran superiores locales nombrados por dicha Administración y elegidos por ella para participar en el Capítulo. El documento que el Capítulo envió a Roma, era una confesión del caos jurídico más completo, e incluso dejaba insinuar que algunos cardenales romanos habían otorgado indultos sobre supuestos canónicamente insuficientes. ¡Esta insinuación halagaría muy poco a los cardenales romanos! Luego, aquella solemne delegación de dos representantes escogidos especialmente, en vez de la normal representación del General o del Procurador, tampoco les impresionaría. Como muy bien apuntaba el cardenal Mónaco: "¿Por qué no se limitó el P. Chevalier simplemente a escribir una carta?" El hecho de que uno del grupo anti-administración fuera el P. Delaporte, sí les impresionó, pero desfavorablemente. Había sido Superior General de otra Congregación en Francia "los PP. de la Misericordia" y desde este cargo había gobernado tan mal dicha Congregación que se había visto obligado a abandonarla. Cuando se enteraron en Roma de que él era uno de los líderes de la mayoría del Capítulo, no sirvió para convencer a Roma de que esta reducida camarilla que se había erigido en jurado (siete o nueve de los trece del conjunto) fuera capaz de rectificar los errores o solucionar los problemas de la Congregación. Otra pregunta era, si el Capítulo tenía de verdad algún otro asunto que tratar. Se le había convocado para elegir entre las Constituciones antiguas y las nuevas. Esto ya se había hecho: Por lo tanto, dijo Roma, será mejor que hagáis las maletas y os marchéis a casa. (La verdad es que los miembros del Capítulo eran un poco ingenuos al pensar que podrían conseguir de la noche a la mañana la "sanatio" de tantas y tan diversas dudas como proponían. A pesar de la "presión ejercida" por el P. Jouët se necesitaron aún seis meses para conseguir el Rescripto. Eso le dio tiempo al P. Chevalier para hacer su larga gira por las casas del norte, antes de que se aclarara el asunto).

No sólo fue el Capítulo el que dramatizó, sino que el P. Chevalier hizo otro tanto. (Ciertamente es difícil no dramatizar en una situación de tanta carga emocional). El P. Chevalier empezó probablemente a exagerar cuando emitió su juicio sobre "los abusos de las casas del norte". El P. Delaporte escribía: "Antes del Capítulo de 1891 había en un reducido número de casas del norte cierto descontento y algunas ideas un poco especiales, pero nada para sentir preocupación. A estas casas se las había visitado muy poco, no tenían contacto con el Centro de la Congregación y estaban confiadas, por necesidad, al cuidado de hombres sin experiencia. Era inevitable que apareciera algún fallo. Pero teniendo en cuenta todas las circunstancias, veremos que la Pequeña Obra y los ministerios apostólicos eran allí florecientes y la situación económica muy satisfactoria.

De todas formas a pesar de los "abusos" que hubiera, lo cierto es que las nuevas Reglas que se reducían a minucias y a detalles sin importancia, no eran muy adecuadas para restablecer la disciplina religiosa. Algunos súbditos hicieron sus sugerencias, inspirados, parece claro, por la amistad y el buen deseo de ayudar, pero el P. Chevalier las tomaba como "ataques a mi gobierno". Uno de los ataques que se comentaban, había sido el del P. Reyn, quien había sugerido en el Capítulo que, silo exigía el bien de la Congregación, seria mejor que el P. Chevalier, continuando como Superior General, se quedara como párroco de Issoudun, y se le asignara un Vicario General, con la comisión de visitar constantemente la Congregación, para mantener así el contacto con los súbditos. Si en nuestros días, se le ocurriera a alguien hacer una sugerencia de este tipo a un Superior General, lo tendríamos por muy atinado, en cambio a Reyn se le tildó de revolucionario.

Cuando en julio de 1891 se aprobaron las Constituciones, Roma introdujo un par de modificaciones que vinieron a echar más leña al fuego. En efecto, exigía que para ser superior, además de la profesión perpetua, se debían tener 35 años cumplidos. También decía que, por el momento, sólo podían asistir al Capítulo los superiores actualmente en cargo (no los ex superiores). Esto era otro golpe para los que todavía se consideraban moralmente el Capítulo”. La razón es obvia: algunos no tenían la edad requerida para ser superiores o asistir al Capitu­lo. Así Klotz, Delaporte y Guyot quedaban automáticamente excluidos. Una vez más se levantó el clamor de que esto era otra faena del P. Jouët, un complot deliberado para dejar a esos hombres fuera del Capítulo. Aunque, cuando les convenía, algunos se quejaban de que la Congregación se gobernaba demasiado por indultos y poco por las Constituciones, se alegraron, sin embargo, cuando el P. Chevalier consiguió el indulto, de poder nombrar superiores, a los que tenían menos de 35 años.

Luego vino el Capitulo de 1893 y su posterior anulación. Esto no ayudó nada a mejorar las disposiciones reciprocas de ambos bandos. Nos podemos imaginar las diferentes versiones sobre lo que condujo a la anulación: algunos decían que era otra maniobra de Chevalier y éste por su lado, estaba convencido de que aquel Consejo General tan especial, se lo había impuesto el "partido contrario". En esto no le sirvió de mucha ayuda el obispo de Sinope, Delegado Apostólico, ya que antes de la primera reunión con el Consejo le mostró a Chevalier los alegatos escritos de aquellos cuatro hombres criticando su gobierno; el mismo obispo no estaba muy favorablemente impresionado por ellos. Y a finales de febrero de 1893 escribió al P. Chevalier diciéndole que no podía aceptar su invitación de ir a Issoudun a hablar con él y con su Consejo. Se lo impedía un compromiso anterior. Más le decía: "No tengo ninguna confianza en las buenas ma­neras de esos agitadores y de seguro que me faltarían al respeto... No es conveniente que me exponga a esa clase de cosas.

En esos momentos las cosas iban tomando un cariz bastante sombrío en la pequeña Congregación M.S.C., incluso juzgándolo a través de ojos amigos. En abril del año anterior Mons. Marchal, arzobispo de Bourges, había escrito a Roma diciendo que a causa de la situación de Francia y de fuera de ella, el P. Chevalier ya no podía atender a toda la Congregación. Y que, a causa de la "incompleta organización del gobierno de la Congregación, se había debilitado la confianza en casi todos los súbditos y que algunos la habían perdido totalmente. Y con la confianza hablan desaparecido la obediencia y el respeto de la parte de cierto número de los miembros.

Los últimos acontecimientos iban a contribuir más a deteriorar la situación que a mejorarla.

Durante este período sucedió un hecho bastante más triste: la expulsión del P. Klotz de la Congregación. Se conservan muchas cartas escritas por él, dirigidas a él, o relacionadas con él. Podemos imaginar los tópicos principales, por un lado la afirmación de que él luchaba por la justicia y era tratado injustamente; por el otro lado, la aseveración de que era causa de desunión y que siempre estaba empeñado en provocar conflictos contra los superiores legítimos de la Congregación. Después de su expulsión el P. Klotz escribió varias cartas de arrepentimiento y pidió que se le admitiera de nuevo.

En 1893 se vio claro, que se necesitaban medidas serias y especiales para acabar de aclarar una situación, que había durado demasiado tiempo. El P. Chevalier volvió a su antigua costumbre de rezar novenas. Roma, por su parte, nombró un Visitador Apostólico imparcial y prudente, Mons. Boyer, el nuevo arzobispo de Bourges, y esta combinación de oración e imparcialidad fue saneando poco a poco al grupo. Se notó la imparcialidad, ante todo, en la elección de los asistentes: Piperon era el amigo fiel del Fundador; Reyn era el representante del grupo más joven, Morisseau había estado en algunas instancias a favor del Fundador y otras en contra; Vaudon parecía gozar del aprecio de todos. Boyer, el Visitador, se resistía a creer que todos los que criticaban la Administración General fueran unos rebeldes, y aconsejó al Padre Chevalier que se abstuviera de emplear estos o parecidos vocablos. Escuchaba a todos los que quisieran hablar con él y reconocía que no pocos de los puntos de vista de los jóvenes tenían validez. Consiguió incluso del P. Chevalier que admitiera de nuevo al P. Klotz en la Congregación, para darle una nueva oportunidad.

El P. Chevalier, por lo menos al principio, no estaba muy convencido de la imparcialidad del arzobispo. Pensaba que éste se inclinaba demasiado hacia "el otro lado" Sin embargo, aunque seguía rezando para que Dios "iluminara al arzobispo", hacía todo lo que se le decía y actuó así durante un buen número de años. Quizás esto reportaba a su alma y a su Congregación bienes mayores de los que él se imaginaba.

Cuando se nombra un Visitador Apostólico para una Congregación Religiosa, el General y su Consejo tienen que pedirle permiso para dar cualquier paso. Se deben someter a su aprobación todas las decisiones del Consejo, y se le debe dar constantes informes sobre la administración. Mientras dure este tiempo, el Visitador Apostólico se convierte en una especie de Super-Superior General, con poderes presidenciales. Su nombramiento es una señal para la Congregación, de que se está manteniendo una cuidadosa vigilancia sobre todas sus actuaciones. En este caso, quedaba muy claro para todos, que la Administración General tenía que dar cuenta escrupulosa de cada uno de sus movimientos. Era igualmente claro que les iría mejor aprendiendo a cooperar con la autoridad, ya que ahora estaba más comprometida la autoridad de la Santa Sede. Como en el Consejo General ya había representantes natos del "pueblo", no se podía negar que se estaban haciendo todos los esfuerzos por asegurar que fuera un gobierno para el "pueblo". Si existía un amor sincero hacia la Congregación, esta era la ocasión para que los miembros lo expresaran por medio de la armonía y la cooperación. Y como quiera que en la mayoría de los miembros existía tal amor por la Congregación, ello consiguió aquella paz que había prometido el Visitador. Sin embargo, antes de llegar a un final feliz, sobrevino otra nota triste: el P. Reyn dejaba la Congregación M.S.C. Durante todo este tiempo de crisis había estado viviendo su drama personal. Sus cartas al P. Chevalier impresionan de verdad. Era un hombre honrado; decía lo que pensaba rectamente. Y era incapaz de pensar aquello en lo que no creía. Y si el P. Chevalier lo tomaba a mal era muy desafortunado y triste para los dos. Veamos cómo escribía al P. Chevalier:

"Reverendo P. Superior, tenemos ideas distintas sobre las divisiones que hay en la Congregación, pero no he pedido a Dios nunca que triunfara mi punto de vista. Solamente le pido que prevalezcan la verdad y la justicia, y si estoy equivocado, que me de la gracia de someterme completa y humildemente. Por eso, Rdo. Padre, si le he causado algún disgusto fue solamente, porque en conciencia me creía obligado a actuar así. Y esto se debe a que en mi corazón de religioso hay dos grandes amores: uno para nuestra querida Congregación y otro para su venerable Fundador”.

Y en otra carta escribía:

"Reverendo y querido Padre: rece mucho por mí por que si duran mucho estas dificultades, me parece que mi; vocación corre peligro. ¡Ah!, si nuestro Rdo. P. Superior conociera un poco el estado de los ánimos, y si todos se atrevieran a hablarle con franqueza y con el corazón en la mano... estoy convencido de que nuestro tan querido Superior, no dudaría un instante en hacer cualquier sacrificio para satisfacer las justas aspiraciones de la Congregación. Porque la Congregación es su obra y los M.S.C. son sus hijos y él tiene un corazón demasiado grande y es un padre demasiado bueno, como para dejar perecer a sus mejores hijos. Me temo que nuestro Rdo. P. Superior tiene una idea falsa de la situación. Probablemente se cree que no se le ama y estima como se debería".

Así se expresaba el P. Reyn, que dos años más tarde iba a renunciar a su cargo de Asistente General, porque no tenía ninguna confianza en la administración del Padre Chevalier, y que poco después pedía salirse de la Congregación. Había hecho planes para irse a Bélgica a fundar una Sociedad de Capellanes de Obreros, como ahora se les llama hoy día. Se fueron con él, el P. Julio Vandel y algunos de los escolares. Se les juntó también el P.  Klotz. El P. Vandel y un escolar francés, llamado Courbon, volverían más tarde a la Congregación. Los restantes se fueron para siempre. Ya hemos leído el sereno comentario del P. Klotz en sus últimos años. Antes de despedirnos definitivamente del P. Reyn conviene leer esta cita del P. Wemmers: "En 1930 me encontré en Roma con el P. Reyn. Me dijo que las penalidades que había sufrido durante aquellos años le habían enseñado a tener compasión de los sufrimientos de otros y que consideraba que su Congregación era una rama de la nuestra, que había crecido, por la gracia de Dios, en su propio suelo".

Tal vez es un poco difícil que dos Fundadores vivan y trabajen en armonía en una misma Congregación.

Este iba a ser el último suceso triste de la crisis. Pero todavía queda otro, aunque nos resulta difícil clasificarlo, si como triste o como gracioso: Dos de "los miembros de aquel capítulo", luchando todavía como en acción retardada, enviaron a Roma un ejemplar de los libros del P. Chevalier -uno sobre el Sagrado Corazón y otro sobre Nuestra Señora- con el deseo de que los condenaran. Pero el Santo Oficio ni siquiera se interesó por ello.

 


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