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11. Julio Chevalier, un Hombre con una Misión (E. J. Cuskelly MSC)

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11

 

Julio Chevalier:

Personalidad y perfil

 

 

"Nuestros jóvenes no le conocen, y es una pena", escribió el P. Vaudon al P. Chevalier en 1892. Estos jóvenes han recogido sus impresiones sobre su Fundador de terceras personas y "cuando otros hablan en su nombre, lo hacen siempre con excesiva severidad". Los jóvenes se marcharon a otros países; y con frecuencia hicieron circular esas impresiones, recibidas indirectamente. En este último capítulo dejaremos que los hombres que de verdad conocieron al P. Chevalier den su testimonio, para que todos lo conozcan; testimonios de su conocimiento personal y directo del hombre, tal como era.

Estos testimonios serán casi exclusivamente de hombres, que vivieron muy cerca de él durante largo tiempo. Dadas las peculiares circunstancias de las persecuciones de las congregaciones religiosas de Francia, no hubo muchos hermanos que permanecieran con el P. Chevalier, después de 1880. Los que viven muy cerca de otra persona llegan a conocer todas sus limitaciones y debilidades humanas. Se ha dicho, además, que nadie, es un héroe para su ayuda de cámara. El hombre que es una excepción a esta regla, es en verdad un hombre excepcional y el P. Chevalier fue una excepción notable. No pretendo aquí construir un caso sobre el testimonio de uno que fue su ayuda de cámara en un sentido estricto, aunque éste tenga su propia y elocuente cualidad. El hermano holandés, Hno. van Heugten, que cuidó del P. Chevalier en sus últimos años, fue naturalmente preguntado por su opinión sobre el Fundador. La tradición oral retiene que su contestación fue siempre "C'était un géant", que pueda traducirse libremente, diciendo: fue un hombre grande en todos los aspectos. Sin duda uno busca un comentario más completo que éste y los hombres que harán el comentario de este capítulo son los que trataron íntimamente con el P. Chevalier, como coadjutores o secretarios. Dejaremos pues que hablen sus testimonios con un comentario tan breve como sea posible.

Sin embargo, antes de oír las voces M.S.C. que posiblemente pueden ser sospechosas de prejuicio, es interesante y grato advertir que el testimonio más completo y más elocuente, procede de uno que ni siquiera fue M.S.C. El Abate L. Belleville, sacerdote de las diócesis de Bourges, escribió el elogio siguiente:

“El olvido encubre el recuerdo de la mayoría de los hombres, como la hierba cubre sus tumbas. Pero hay algunos que, cuando mueren, ocupan un lugar en la historia y pueden decir con el poeta: Non omnis moriar. El P. Chevalier es uno de éstos. Su nombre permanece unido a una obra y a una posteridad viviente en medio de la que perdurará, como los patriarcas en su numerosa descendencia y los fundadores de órdenes en sus familias religiosas.

"Sin embargo, si le observamos en sus primeros años, fue una persona corriente con escasa promesa de un futuro brillante. Sus primeros profesores dudaban de él y fue admitido a las órdenes no sin vacilación. En esto se parece al Cura de Ars, lo que quizá le honra... No obstante, él se abrió camino. Creó una orden religiosa; erigió grandes construcciones, incluso escribió libros que, aunque no sean obras maestras, tienen su estilo y autoridad.

"Pero la obra maestra de un hombre es la del espíritu, puesto al servicio de una idea. Parece que el P. Chevalier vino a la vida con una idea a la que se consagró sin reservas y sin vacilar. Es una idea mística -la devoción al Sagrado Corazón y una realización práctica: la fundación de una Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón. Su vida entera se resume en esto. Fue hombre de una sola idea y de una sola obra. Habiendo tomado cobijo, por así decirlo, en el Corazón de Cristo, nunca lo abandonará, pase lo que pase. Una y otra vez, por una razón o por otra, pueden cerrar la capilla o la basílica, pero él nunca pierde la esperanza de regresar.

"No le gusta el ruido; no se aviene con la violencia; pero no renuncia a sus derechos; camina tranquilamente hacia su meta y nada puede desviarle; es de una terquedad simpática.

"Tiene a su servicio una fortaleza adicional; una calma y un autodominio imperturbables. Lo hemos visto víctima de toda clase de dificultades, expuesto a las contradicciones -y nunca perdió la paz del alma. Durante aquellos inolvidables días de fiesta en que congregó junto a sí a numerosos obispos, a tantos sacerdotes e ingentes multitudes de fieles, lejos de estar agitado parecía estar allí como "un organizador inmutable". Entregándose por completo a la persona que le hablaba, parecía no tener en la mente otra cosa que la materia de la conversación. Hombre de fácil acceso, era amable con todos. Su persona entera respiraba sencillez; pero era la sencillez de la paloma que, según el evangelio, estaba aliada con la prudencia de la serpiente.

"Sin embargo, fue un hombre que tenía que mover a muchos hombres y a muchas cosas. Aún no estaba bien aposentado en su sitio, que ya hizo sentir su influjo. Encontró la frase, un título que dio a la Santísima Virgen y lo hace resonar en el mundo cristiano, que quedó conmovido por él. Nuestra Señora del Sagrado Corazón es invocada de una parte a otra del mundo, e Issoudun se convierte en un centro famoso de peregrinación. Se construye una basílica, que sin duda sólo necesita la pátina del tiempo para que su gótico moderno obtenga la aprobación incluso de los más exigentes críticos de arte. Y pronto la misma ciudad de Issoudun será confiada a su cuidado. De ahora en adelante, el padre Chevalier será párroco de Issoudun y superior de los misioneros.

"Esta es la gran obra, que le da derecho a la gloria a los ojos de los hombres y, sin duda, ante el juicio de Dios. Demostró que era capaz de mover tanto a los hombres como a las piedras; de levantar tanto el edificio de una orden religiosa, como los muros de una basílica. Sus discípulos procedían de todas partes, de cerca y de lejos, de parroquias rurales y de seminarios, de los ámbitos del mundo y de la religión, que le envió a los que buscaban camino. Como el mismo Dios, él aceptó a todos: et infirma... et ignobilia... et contemptilia. Dentro de breve tiempo los encontrareis de nuevo, en Europa, en América, en Oceanía...

"Nadie pensará que tal obra puede realizarse sin dificultades o contradicciones; las pruebas son naturalmente inevitables y necesarias sobrenaturalmente. El P. Chevalier se encontró con ellas a lo largo de su camino. Ni le sorprendieron ni le desanimaron. Ni siquiera perdió aquella serenidad de alma y de rostro, que le caracterizó. "Su Congregación había crecido rápidamente, con la entrada de elementos quizá demasiado heterogéneos para que se fusionasen en una unidad. De este hecho surgieron diferencias de puntos de vista, de aspiraciones y de tendencias, que tenían que manifestarse más tarde o más temprano. No todos estuvieron tan ligados a Issoudun como el P. Chevalier. Para él, fue la cuna de sus hijos y soñó con unirlos a menudo alrededor de este hogar bendito."

"La persecución resolvería este problema, expulsándolos a todos de la casa paterna, condenándolos al exilio. Se quedó solo en este país de Francia que, para nosotros los católicos, o bien devora o bien rechaza a sus hijos.

De por vida Superior General de esta orden religiosa tuvo que renunciar a su título y a su cargo, y ocultar el último lazo que aún le ligaba a su familia religiosa. Un poco más tarde fue echado de su casa y fue llevado enfermo, impasible como un senador romano en su silla de ruedas; este anciano de ochenta años era echado a la calle.

"Había acrecentado su obra en la prosperidad; en la adversidad se las arregló para perfeccionarla. Con una sencillez inmutable llevó su católica reputación, que fue una especie de halo para él. Roma le apreciaba, los Papas le respetaban. Sus relaciones con los seis arzobispos bajo cuya autoridad vivió y trabajó no fueron todas igualmente amistosas. Pero él fue siempre mas que correcto y siempre combinó una actitud de absoluta deferencia con la entereza de sus propios derechos y los intereses de su comunidad.

"No intentamos, ni podemos escribir aquí una vida del Rev. P. Chevalier Pertenece a sus hijos espirituales llevar a cabo esta tarea, no dejaran de hacerlo Pero como no podemos enterrar su gran memoria tan solemnemente, como la ciudad de Issoudun sepulto sus restos mortales, le rendimos al menos este modesto homenaje Y nosotros confidencialmente proponemos su maravillosa vida sacerdotal a la imitación de todos sus hermanos en el sacerdocio".

El retrato está primorosamente equilibrado y bellamente esbozado. Es el retrato de un hombre que es fuerte y sereno a la vez, de fácil acceso y amable para todos; y todo ello, porque habiendo tomado cobijo en el Corazón de Cristo, jamás lo abandonará, pase lo que pase. Las palabras de Belleville coinciden con las del P. Piperon que conoció al P. Chevalier más que ningún otro. Aunque las hemos citado ya una vez, vale la pena recordarlas aquí de nuevo:

"Aún hoy día, después de cincuenta años, le hallamos bondadoso, compasivo y afable con todos aquellos que vienen a él. Se ha hecho a todos los hombres, para ganarlos a todos para Jesucristo. Este es el gran secreto que le atrajo tantas almas de todos los países..."

La caridad expresada a través de la amabilidad fue lo característico de toda su vida. Fue tan característico, que la gente lo daba por supuesto. Es de notar cuán a menudo, como de paso, se decía de él que era "amable como siempre", que  tema todo el tiempo disponible" para cualquiera que se le acercaba. Otra cosa que se daba por habitual y mencionada casualmente como bien conocida fue su "inefable sonrisa": se reía con aquella maravillosa sonrisa que iluminaba todo su rostro". Estas observaciones aparecen al relatar hechos acaecidos; sus autores no se proponen dar una descripción de su carácter. Por este motivo son más valiosas. Dice mucho de una persona, cuando lo que más se menciona sobre ella es su "maravillosa sonrisa", su cortesía para con la gente y su amabilidad, que se sabe estarán siempre allí. Aquí aparece, también la explicación de por qué tenía aquel especial don del liderazgo:

"Tenía todo lo que se necesitaba para mandar a los hombres y dirigirlos; sabía cómo atraerlos, entregándose a ellos; se hacía querer de ellos por el encanto de su persona y la persuasión de sus palabras. Y todo esto era para que pudiera darles a Dios, ya que tenía el alma de un apóstol."

Sin embargo, la aparente sencillez de su cortés caridad era el resultado del constante esfuerzo ascético planeado y aplicado en cada detalle. Era la ascética con una inspiración mística, pues procedía del convencimiento de queél personalmente y los otros todos "estaban atraídos por el amor del Corazón de Cristo, envueltos en su ternura, con sus favores prodigados sobre nosotros". La inspiración mística y las exigencias ascéticas aparecen en su meditación sobre la caridad fraterna.

Místicas en su inspiración, sus ideas sobre la práctica de la caridad eran extremadamente prácticas. "Si no tratas de dar gusto a los demás, si te crees mejor que ellos, si los desprecias porque no comparten tus opiniones, si hablas con superioridad o desdén, entonces no tienes caridad. Si le hieres en la discusión por falta de modales o amabilidad, haciéndote pasar por una persona superior, que pretende conocerlo todo y cuyos juicios son inamovibles, demuestras que la caridad no está en ti... Si alguien te pide un favor, no te niegues a hacerlo; si alguna cosa no le agrada, esfuérzate en no hablar de ella en su presencia, y si no está de acuerdo contigo en ciertas cosas, no discrepes de él de un modo brusco. Evita las disputas, la murmuración, la mofa y el sarcasmo y también los reproches, a menos que sea tu oficio el hacerlo »

Él practicó lo que predicaba. Por ejemplo, había escrito: "Si a tu vecino le sucede algo bueno, alégrate con él como si te hubiese pasado a ti: felicítale de corazón. Si, por otra parte, él tiene adversidades, apiádate de él como si tú estuvieras sufriendo en su lugar y no escatimes esfuerzos para manifestarle tu simpatía."

En el testimonio de las monjas que le conocieron vemos un ejemplo de qué bien podía llevar a la práctica este consejo: "El Rvdo. P. Chevalier, Fundador de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, se interesaba vivamente por ellas en todas las ocasiones. Venía a verlas con frecuencia y les daba conferencias, especialmente en las fiestas de la Santísima Virgen... Estaba presente en todos los acontecimientos importantes de la comunidad: ceremonias de toma de hábito, Profesión, partida de las religiosas misioneras, u otros. El día de su propia fiesta él venía a recibir los saludos de las religiosas, que le daban la enhorabuena. Solía responder muy a propósito y usaba las flores de su ramillete, para explicar el simbolismo espiritual de cada una.

"Dos rasgos principales de su carácter quedaban grabados en la memoria: su gran bondad para con todos y su hombría indomable...

"Cuando las postulantes llegaban a la comunidad la Madre M. Hartzer solía enviarlas a ver al Padre Fundador. Este buen Padre, las recibía con sin par amabilidad y estaba encantando de ver crecer el pequeño rebaño.

"Por otra parte fue una auténtica angustia para él cuando vio que la gran comunidad tenía que dejar Issoudun para buscar refugio en Bélgica, ante la incertidumbre de cuánto tiempo podrían aún permanecer a salvo en Francia. Entonces, intensificaba en lo posible su paternal ternura, para con las pocas que permanecieron en la Plaza del Sagrado Corazón.

"Cuando había una partida para las Misiones, él quería ir a ver a las que se quedaban y consolarías en aquel momento de tristeza. Solía prometerías que algún día él iría con ellas a Nueva Guinea. Esto era todo lo que se necesitaba para enjugar sus lágrimas.

Porque comprendía tan bien la práctica de la caridad, el P. Chevalier sabía que tenía que ser una virtud humana, y que ganaba considerablemente si estaba sazonada de buen humor.

"Las muchas cosas que tenía que hacer y el cuidado que ponía en aquellas faenas no le impedía tomar los recreos con la comunidad; siempre estaba allí. Cuando aún estaba en el Sagrado Corazón, de vez en cuando, especialmente en invierno, le gustaba jugar una partida de damas con un hermano, preferentemente con uno de los coadjutores. A veces se divertía con pequeñas e ingeniosas trampas. El buen hermano siempre terminaba descubriéndolas; entonces sus apasionados reproches nos divertían -y más al P. Chevalier.

"Serio y reservado como era por lo general, no dedicando demasiado tiempo a las visitas en el despacho, siempre fue alegre y locuaz en el recreo. Su gran diversión era bromear con los hermanos y tomarles el pelo gentilmente, especialmente con aquellos que se prestaban a sus ingeniosas ataques y a sus rachas de ingenio; los recreos con él eran divertidos y sedantes.

"Tenía gran facilidad para la rima y usaba este don a menudo para satirizar a alguno de los hermanos. Sus versos estaban llenos de humor y sus alusiones eran picarescas y muy atinadas. Pero esto lo hacía siempre tan finamente y con tanta cordialidad y buen humor, que ninguno podía sentirse ofendido por ello; con frecuencia aquellos que eran el blanco de las canciones aplaudían con más fuerza que los demás De esta manera todos estaban a sus anchas y sin perder nada de su autoridad o de su prestigio, él se ponía al mismo nivel que el menos importante de nosotros. Aunque tenía la autoridad suprema en la Congregación nunca se aprovecho de ella, nunca fue otra cosa que el' "primus ínter pares". Por eso su compañía era tan agradable, este fue uno de los más encantadores aspectos de su carácter."

El P. Hériault que nos da esta descripción de a vida comunitaria en Issoudun fue durante muchos años compañero del P Chevalier y su ayudante en la parroquia. También nos explica que el P. Chevalier no limitaba sus bromas a los miembros de su comunidad. Trae a la memoria el siguiente incidente que ocurrió después de que el P. Chevalier ganara en una tómbola un juego de copas trucadas, con un licor sellado sólidamente dentro del vidrio.

"La Nochevieja, según su costumbre, las Hijas de San, Vicente de Paúl venían a felicitar el Año Nuevo a su párroco y padre. Después de los acostumbrados saludos, el P. Chevalier decía a las hermanas:  Mirad, he recibido un licor excelente. Ya que es Año Nuevo, lo beberemos juntos a vuestra salud.” Las buenas religiosas se asombraron por la invitación. “Pero Padre, dijo la Madre Gaillard, nunca nos ha hecho una invitación parecida. Ya conoce bien que nuestras santas reglas nos prohíben aceptar nada, especialmente licor.” El P. Chevalier insistía, la Madre Gaillard continuaba poniendo reparos. Al fin el P. Chevalier fue a su armario y tomó la bandeja con las copas llenas de licor. El mismo tomó una. "¡Vengan! ¡Hermanas!, bebamos todos una copa, es muy suave y no les hará ningún daño". "Pero, Reverendo Padre, dijo la Madre Gaillard, no puedo comprender por qué insiste tanto". Pero la Hermana Teresa, normanda (un auténtico apóstol en la parroquia, que murió llorada por todos) intervino y dijo a la Superiora: "Madre, ya que el P. Chevalier nos invita a tomar una copa, ¿por qué negarnos? No nos hará ningún daño; y, además, tenemos que obedecerle." Así pues la Superiora y todas las hermanas se dispusieron a probar el licor. E hicieron esfuerzos inauditos para beberlo. "Bueno, Reverenda Madre Gaillard, dijo el P. Chevalier, ¿qué piensa de mi licor?" "Extraño repuso ella, no puedo ni saborearlo, es totalmente insípido". "¿Y tú qué, Hermana Teresa?, ¿cómo lo encuentras?" "¡Oh!, Padre dijo, no puedo tragar ni una gota; no sale nada de la copa." Las más inteligentes metieron sus dedos en la copa y descubrieron el engaño. Entonces se troncharon de risa. El día siguiente los Hermanos de las Escuelas Cristianas, y los cantores de S. Cyr, tuvieron también sus copitas sin poder tampoco saborear el licor. Al P. Chevalier le encantaban estos pequeños trucos, que aún hoy día se recuerdan".

 

 

Caridad y trabajo apostólico

La Caridad fue la virtud dominante de su vida. Para él caridad significaba algo más que ser amable con la gente. La caridad de Cristo fue lo que le llevó a trabajar incansablemente por la extensión del Reino. El P. Maillard que le conocía bien y como secretario tenía una idea muy exacta de cuanto hacía el P. Chevalier, escribió sobre "la casi increíble cantidad de trabajo que hizo durante su vida". Y más detalladamente nos explica:

"Fundador y durante cuarenta y siete años Superior General de una Congregación, que se extendió considerablemente en los últimos años; durante cuarenta y cinco años párroco de una parroquia de 12.000 almas, parroquia no fácil de llevar: con una correspondencia voluminosa, aún halló manera de escribir varios libros que debieron exigirle mucho estudio e investigación... De esta manera se le cita como modelo de actividad y como un trabajador incansable.

"Por ejemplo, durante el período de 1872 a 1880, desde que fue nombrado coadjutor de Issoudun hasta las expulsiones, su Reglamento era el siguiente:

"Solía dormir entonces en la Comunidad del Sagrado Corazón: a partir de las cinco de la mañana estaba en la meditación con sus hermanos: a las 6 iba al confesionario de la Basílica: a las 6,30 celebraba la misa en el altar de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, luego, después de dar gracias, estaba de nuevo al servicio de sus penitentes... Terminado el ministerio desayunaba mientras examinaba la correspondencia. Pasaba el resto de la mañana en su despacho escribiendo cartas y recibiendo a cualquiera de los hermanos que deseara verle... A las 11 se iba a la parroquia a enseñar el catecismo a los niños hasta el mediodía. Comía en la parroquia y pasaba el resto de la tarde allí, a disposición de los feligreses. Si no tenía visitas se iba a visitar a los enfermos de la parroquia.

"A las 6 de la tarde regresaba a la Basílica para los ejercicios de la comunidad y permanecía allí durante la noche. (Solamente después de las expulsiones de 1880 tuvo que vivir todo el tiempo en la parroquia, ya que el Gobierno sólo permitía que permanecieran en la Basílica dos sacerdotes, para cuidar de la propiedad. Pero el cambio de residencia no cambió sus costumbres ni su programa; fue tan asiduo a los ejercicios de la pequeña comunidad de la parroquia, como lo había sido en la gran comunidad del Sagrado Corazón).

"Sus cargos de párroco y Superior General de la Congregación le traían una turba de visitantes; los recibía con suma cortesía, dándoles siempre tiempo para que le expusieran con calma sus asuntos, luego, al fin de la entrevista, amablemente les mostraba la puerta, y después volvía a la tarea interrumpida como si no hubiera sido estorbado en absoluto. Por usar una expresión que el mismo repetía, se podía decir que era como "un buey en el arado", abriendo un surco con energía sosegada y constancia inquebrantable, sin permitir que le detuvieran ni la irregularidad del terreno, ni ninguna otra dificultad."

Los capítulos precedentes han proporcionado sobrada evidencia de la dedicación apostólica de la vida del P. Chevalier. No hay necesidad de entretenemos más en ello. No obstante, quizá deberíamos hacer notar que, en su trabajo, se interesaba por los pobres de un modo particular. Les daba con generosidad, a pesar de que sabía que a veces le engañaban con sus historias. Solía decir que prefería dar a una persona sin merecerlo, antes que negarse a dar cuando la necesidad era auténtica.

"Nunca dejó de maravillarse o de dar abundantes gracias a la divina providencia que, a medida de las necesidades de su Congregación, le enviaba no sólo el pan de cada día, sino también a veces ofrendas considerables. Por otra parte, él generalmente repartía a manos llenas entre los pobres, parte de las ofrendas que recibía. Cuando hablo de los pobres, decía su primer ecónomo y secretario, no quiero decir solamente la gente indigente de su parroquia o de cualquier otra parte, con los que era sumamente compasivo y con limosnas muy copiosas. Hablo también de las obras de educación y de apostolado (fuera de nuestra propia congregación) a las que entregaba con corazón y mano generosas. Cuando después de 1880, el Gobierno francés había suprimido las subvenciones mo­netarias que hasta entonces había concedido a los seminarios mayores, el P. Chevalier organizó una colecta entre el clero de la diócesis de Bourges, sobre el que tenía gran influencia.

Puso su propio nombre en cabeza de la lista por una suma bastante grande y su ejemplo fue tan bien seguido que el dinero así recogido, y garantizado para los años posteriores, fue superior a la cantidad suprimida por el Gobierno. Fue este admirable gesto de caridad y de celo para sostener las vocaciones sacerdotales, lo que obtuvo para el P. Chevalier y su obra, la simpatía del Arzobispo Marchal de Bourges, que hasta entonces, había estado más bien indiferente y reservado hacia la Congregación...

"La obra de la Buena Prensa se aprovechó considerablemente de su generosidad; los periódicos buenos tales como l'Univers, la Croix, le Peuple Francais, etc., más de una vez le pidieron ayuda, que recibieron en la medida de sus posibilidades".

Había una evidente amplitud en sus obras de caridad y en su visión particular. Comprendió el valor de los medios de difusión. Y el interés por su propia Congregación no le desvió de un interés más amplio por cualquier cosa, que tendiera al bien de la Iglesia. Precisamente porque su mente y su corazón estaban abiertos a todos, también lo estaba su casa, ya que la hospitalidad es una de las expresiones de la caridad:

"Practicó una hospitalidad generosa, especialmente con el clero, regular o secular. Su casa estaba siempre abierta a sus hermanos en el sacerdocio y aunque la mesa era sencilla y frugal, su bienvenida era siempre muy cordial. Este hecho contribuyó mucho a granjearle la simpatía del clero de la diócesis de Bourges.

"Las conferencias de eclesiásticos de la región de Issoudun, que comprendía doce parroquias, se tenían regularmente, seis veces cada año, en la residencia del P. Chevalier. Según los estatutos diocesanos, cada párroco de la conferencia pagaría 15 francos anuales para cubrir el costo de las reuniones. El P. Chevalier nunca pidió este dinero a los miembros de la conferencia y si por casualidad alguno se lo daba, él lo aceptaba para sus obras y se lo agradecía efusivamente como si fueran bienhechores suyos.

"Los sacerdotes venían a menudo a la comunidad del Sagrado Corazón, ya en peregrinación, ya a hacer un retiro de unos pocos días. Nunca nos permitía reclamar nada en absoluto por su estancia. Si, como sucedía a menudo, alguno de ellos dejaba un donativo para recompensar a la comunidad, el P. Chevalier quería que mostráramos una viva gratitud. "

De estas dos últimas citas se deduce que el P. Chevalier fue un hombre agradecido, no cesando nunca de maravillarse o de dar abundantes gracias a la Divina Providencia, agradeciendo efusivamente a la gente lo que otros tal vez hubieran considerado les era debido. Un hombre auténticamente agradecido es un hombre humilde en el sentido positivo que la humildad tiene en la Escritura: el hombre cuya fragilidad no le preocupa, sino que le da motivos de alegrarse maravillado cuando el poder de Dios viene en su ayuda. Es la actitud del alma que puede cantar un Magnificat ante las maravillosas obras de Dios, y se siente abrumado por la bondad humana.

Ya que todo era así, él estaba franca y completa­mente convencido de que lo que había sido capaz de lle­var a cabo era obra de Dios. Y simplemente por esta ra­zón no le gustaba que otras personas le diesen sus cum­plidos por lo que él había hecho. Otros apreciaban sus cualidades:

"Reverendo Padre... Sois venerado por vuestros hijos, todos están de acuerdo: la Providencia os ha dado mu­chas cualidades, las cualidades de que están dotados los Fundadores."

Sin embargo, en la mente el P. Chevalier había todavía hondos recuerdos de la impotencia de la pobreza. En primer lugar, nunca se olvidaría de lo incapaz que había sido de entrar en el seminario, hasta que no le llegó la ayuda de la providencia. En segundo lugar, el cumplimiento del sueño de fundar a los M.S.C. se hizo posible gracias a una ayuda semejante. En tercer lugar, conocía que era la gracia de Dios la que le había ayudado a superar su propio carácter, para así poder vivir la bondad de Cristo. Convencido de que todas las cosas nos han sido dadas, vivió las consecuencias lógicas de esta convicción. Mientras él gustosamente se uniría a un himno de gratitud a Dios y al Sagrado Corazón, sentía turbación si alguno le felicitaba.

"Si la alabanza era pública, no podía ocultar su desagrado. Esto podía leerse en su cara contraída y, al final de la reunión, se quejaba enérgicamente. Había invitado a predicar una novena o un triduo solemne, a un religioso de talento y de gran celo. Este hombre le había agradado porque su predicación era sencilla y segura. Pero el último día el predicador creyó que era muy apropiado cumplimentarle (incidentalmente, lo hizo con palabras muy apropiadas) por las hermosas obras derivadas de su celo. Era en el momento de la gran expansión.

"Pero al P. Chevalier no le agradó en absoluto. Apenas salimos de la iglesia cuando él me dijo: ¡El hombre ha perdido la cabeza! No predicará nunca más en nuestra capilla. De verdad, que no se debe profanar la palabra de Dios. Cumplió su palabra. Sin embargo, debemos admitir que a medida que pasaban los años se volvió más prudente en sus juicios, aunque siempre se mostró adverso a las alabanzas humanas."

Era completamente sincero en su humildad. Podía, por consiguiente, afirmar con toda sinceridad sus propias imperfecciones. Un buen ejemplo de esto se halla en su Testamento Espiritual. Allí vemos dos aspectos de su humildad: un humilde desprecio de sí mismo y un sincero agradecimiento a sus hermanos:

"Confieso humildemente no haber estado a la altura de la misión que me fue confiada. El abuso de la gracia y mis numerosos pecados, han paralizado muchas veces la acción de la Divina Providencia. Sin duda habré escandalizado y dado mal ejemplo. Pido humildemente perdón por esto y suplico a todos mis hermanos que también me perdonen y rueguen a Dios, que se digne usar conmigo de misericordia y admitirme en el cielo, a pesar de mi indignidad.

"Les doy sinceras gracias por el afecto, que siempre me han mostrado, por su valiosa colaboración, su profundo interés por la Congregación, su constante abnegación en favor mío y a nuestras obras. Es un gran consuelo, que llevaré conmigo al sepulcro."

Era evidente para todos, que - aparte del reconocimiento de sus propias faltas y de pedir perdón por ellas - el P. Chevalier sintió que ni él ni los otros debían perder el tiempo preocupándose por su persona. Ponía escasa atención a su apariencia personal - incluso después de que uno de los feligreses dejó un peine y betún fuera del confesionario (incidente que él relataba con gran regocijo). En las grandes ocasiones se le vio alternando con visitantes ilustres, teniendo una birreta sobre la oreja y vestido como el párroco rural que él pretendía ser. Escribió sus "Notes Intimes"; pero al leerlas se tiene la clara impresión de que estaban dictadas más por el sentido del deber, que por algún interés de escribir sobre sí mismo. En su misa de réquiem no hubo oración fúnebre, puesto que había pedido que no debían cubrir con flores, ni su memoria, ni su ataúd.

La verdad naturalmente era, que estaba tan abstraído en su misión por Cristo y por los otros, que no tenía humor para nada que desviase la atención hacia sí mismo. Porque era un hombre extraordinariamente determinado, fue un hombre de una sola obra y de una sola idea. Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón. Para esto vivió; para esto trabajó. Su concepción de la vida y sus actitudes cotidianas estaban marcadas por aquella recia simplicidad de que habló Belleville. Esto fue el resultado de la virtud, fruto del prolongado y decidido esfuerzo para lograr el dominio de sí mismo. La sencillez se había introducido en su vida, ya que estaba convencido de que la caridad "era la virtud primordial del Sagrado Corazón" y había hecho de ella la pauta y estilo de da su vida. Él había conseguido dar a su vida aquella uniforme sencillez, que procede de la caridad intensamente vivida. Esto no es fácil; exige que se acepten las pormenorizadas y cotidianas exigencias de la caridad. En una vida llena de contactos personales esto exige un ascetismo constante y total. La primera exigencia de la caridad la vio como un esfuerzo infatigable por trabajar para extender el Evangelio. La segunda fue que su entera personalidad y el modo de actuar con los demás, debían estar llenos de la bondad y cortesía, que irradiarían la bondad de Cristo. No fue fácil esto para él, pues tenía un temperamento vehemente e impaciente, que tema que dominar con continuados esfuerzos. Cuán bien lo consiguió, con la gracia de Dios, lo evidencian las diversas personas cuyos testimonios hemos citado.

Y aún hay más. Después de su muerte, algunos de los amigos íntimos escribieron sobre su "amor a los enemigos". Este modo de hablar tiene un buen precedente evangélico. Sin embargo, no es posible que el P. Chevalier hubiera clasificado como enemigos a los que se le oponían.

Como observa el abate Belleville:

"Las pruebas son naturalmente inevitables y necesarias sobrenaturalmente. El P. Chevalier las encontró en su camino; ni le sorprendieron ni le desanimaron."

"Esa es precisamente la naturaleza humana", dijo una vez, cuando le informó el arzobispo de Bourges que cierto sacerdote le había criticado severamente, diciendo que él no se ocupaba debidamente de la parroquia. E inmediatamente se puso a recomendarle insistentemente para que se concedieran a este hombre honores eclesiásticos en la diócesis De hecho, aquellos que le conocían solían decir que la manera más segura de recibir de él un favor era ofenderle primero. Era la misma bondad, si alguno de los francmasones que había trabajado contra la Iglesia en general y sus obras en particular acudía a pedirle ayuda. En estas circunstancias él simplemente ponía en práctica lo que había escrito:

"Si a veces otros te hacen sufrir, aguántales en castigo de tus pecados, viendo la mano de Dios en aquellos que te afligen, ya que ellos son solamente instrumento de su justicia. "

Durante el tiempo de la crisis en su propia congregación M.S.C., esta extraordinaria caridad apareció con suma claridad. El P. Klotz era la causa principal de todas sus aflicciones y el P. Lanctin estaba entre los que se le oponían. Sin embargo, en medio de toda la "batalla", en 1891, el P. Chevalier propuso y consiguió que el Consejo General aprobara la concesión de 1.200 francos a la familia Lanctin porque estaba en apuros económicos. El 4 de marzo del mismo año consiguió que el Consejo incrementara la ayuda económica que había concedido a la familia del P. Klotz.

Acciones como esta conducen inapelablemente a este juicio: en verdad fue un gran hombre en todos los aspectos.

Antes de concluir esta materia hay un testimonio que debemos considerar: "Por desgracia, tuvo enemigos en su propia congregación entre sus propios hijos. Muchos de estos sujetos o por celo o por ambición, se atrevieron a denunciarle de un modo ignominioso, ya al arzobispo incluso a Roma.

"En la ceremonia de la confirmación de 1895 el cardenal Boyer me llamó a su habitación y durante una hora larga me hizo preguntas acerca del P. Chevalier y me preguntó si le conocía a fondo. «Eminencia, le dije, he sido su coadjutor durante veinte años y le conozco mejor que nadie.» «Bien, ¿qué piensa usted de él?» «Pienso, contesté, que es un hombre santo, humilde, modesto, regular en todas las cosas, caritativo y con una gran entrega para bien de todos.» «¿Qué piensa usted de su moralidad?» «¿Por qué me hace una pregunta como ésa, Eminencia?» «Se lo pregunto. Usted respóndame bien.» «Eminencia, debería desear que todos los sacerdotes de su diócesis fueran de la misma integridad que el P. Chevalier! » « ¡Entonces no tiene nada que reprochar a su Superior! » «Una cosa solamente, Eminencia, que es demasiado bueno.»

"Acto seguido su Eminencia me dio un abrazo y me dijo: Querido Padre, usted es el único que me ha hablado de este modo. Muchos lo han denunciado ante mí: algunos incluso han manchado (¡sic!) sus canas. Es infame, padre; y he de conseguir que se haga justicia." De hecho, después de la muerte del cardenal Boyer, que tuvo lugar el año siguiente, Mons. Bardel, auxiliar de Bourges y hoy obispo de Sees, vino a ver al P. Chevalier y le dijo:

"Padre, no todos sus sacerdotes son amigos suyos. Antes de marchar de Bourges le traigo todas las cartas que escribieron a Mons. Boyer contra usted. No quiero que este expediente permanezca en los archivos del palacio arzobispal. Se lo traigo. Puede leerlo y ver que le censuran. De esta manera el P. Chevalier conoció a todos sus enemigos, incluso aquellos que habían tenido la indignidad de calumniar su moral. (Ambos han muerto -un sacerdote y un hermano-). El buen Dios los ha juzgado. El P. Chevalier guardó este expediente hasta la muerte...

"Se vengó de sus enemigos recibiéndoles con amabilidad y caridad. Les invitaba a la mesa y les trataba mejor que a sus amigos. He visto a varios sentarse a la mesa con él sin que sospecharan que él tenía en su poder sus cartas denunciándole al cardenal Boyer. Leyendo este famoso expediente no hacía más que repetir: Que Dios los perdone."

 

La mansedumbre de un hombre fuerte

Julio Chevalier fue un hombre fuerte, con esa extraordinaria fortaleza, que basada en la confianza en Dios, puede afrontar dificultades aparentemente insuperables. De esto concluimos que fue más que un simple hombre de acción. Un hombre de acción puramente natural no puede aguantar con esperanza y paciencia el vacío de tan largos años, como él lo hizo. "En todas estas circunstancias se apoyó mucho más en su confianza en Dios, que en sus propios recursos." A pesar de las persecuciones políticas, debido a su impulso y resolución, su congregación creció y floreció, mientras que otras declinaron. Algunas más pequeñas, desaparecieron por completo. Otras, mayores y más extendidas perdieron todas sus provincias de Francia. Él pudo perseverar, decepcionado pero no desanimado, cuando los nuevos arzobispos de Bourges, influenciados por informes en contra suya, le eran abiertamente hostiles. Por lo general, cuando llegaron a conocer su verdadero valor, estos prelados se convirtieron en admiradores, como lo fueron los arzobispos Marchal y Boyer.

"Fue el mismo en las difíciles e incluso peligrosas fases por las que tuvo que pasar la Congregación... (señaladamente en la más terrible de todas: la provocada por los acontecimientos ocurridos de 1891 a 1894)... En este deplorable período la mayoría pensaba que la Congregación iba a hundirse. El P. Chevalier, creo yo, no compartió tales sentimientos, me parece que tenía una completa y absoluta confianza en el feliz resultado de estos acontecimientos. La historia ha demostrado que él tuvo razón. "

El P. Chevalier fue un hombre fuerte y en su propia vida personal esta fuerza fue empleada para ejercitarse en adquirir la virtud de la mansedumbre. Todo lo que se ha dicho de él y especialmente los incidentes referidos en alguna de las últimas páginas, prueban lo bien que lo consiguió. Pero recordemos que fue la mansedumbre de un hombre fuerte -ya que la mansedumbre es virtud de un hombre fuerte porque es la fuerza dirigida y controlada. Cristo no dejó de ser manso cuando arrojó del templo a los cambistas- para lo gloria de su Padre. No le faltó mansedumbre cuando calificó a los fariseos como sepulcros blanqueados e hijos de Satanás.

El P. Chevalier tenía el temperamento de un luchador. Desde sus días de seminario había rehusado luchar para defenderse a sí mismo o su buena reputación. Había controlado y dirigido su energía para luchar contra las dificultades, que se enfrentaban a su Congregación. Aún calumniado, no luchaba para defenderse. Pero en los años críticos de la Congregación, estaba en litigio algo más que su reputación personal. Por ejemplo, el P. Jouët era en expresión del P. Piperon, víctima de una injusticia atroz. El P. Piperon lamentaría la injusticia; El P. Chevalier se dispuso a luchar contra ella. El P. Guyot y Delaporte eran dos hombres que, en debate público y en cartas privadas al Fundador, atacaban al P. Jouët. Debido a su edad y reputación, ellos podían tener más influencia que otros, en que tal injusticia prevaleciera. Por eso al replicar a sus cartas, el P. Chevalier no sólo defiende a su amigo y hermano sino que presenta con un lenguaje enérgico, las razones por las que ellos no estaban autorizados a arrojar piedras sobre el P. Jouët.

El P. Piperon también vio en alguno de los jóvenes, rencor de colegiales, falta de obediencia y de caridad: dado que la misma supervivencia de una Congregación depende de la obediencia y de la caridad, el P. Chevalier consideró a algunos de estos hombres como demoledores de la mismísima existencia de su Congregación, que él consideraba era obra de Dios y para la gloria de Dios. No podía cruzarse de brazos sonriendo, dejando que la destruyeran. El P. Klotz, en expresión propia se había declarado armado de la cabeza a los pies, dispuesto a lanzarse a la lucha. Y esto lo hizo de muchas maneras, exhortando a la desobediencia y sembrando la discordia entre los estudiantes. Y cuando se quebró su lanza contra la coraza del P. Chevalier y recibió el escarmiento que merecía por su pretensión, hubo gritos de que el P. Chevalier pegaba demasiado duro. Leyendo ahora alguna de sus cartas, fuera de su época y fuera del contexto, algunas personas han creído deducir que el P. Chevalier era realmente duro. Pero esto es olvidar algo del Evangelio: es no querer comprender que cada una de dichas cartas fueron escritas solamente para defender a ciertas personas de una injusticia atroz, o bien para defender a la misma Congregación. Estas cosas no quitan nada al carisma de mansedumbre del P. Chevalier. Muestran que tenía la mansedumbre de un hombre fuerte; era manso, amable, respetuoso en la mayoría de las circunstancias de la vida, pero enérgico contra el rencor y la injusticia. El P. Chevalier, escribió Belleville, fue hombre de una sola idea y de una sola obra. La obra la hemos visto ya. La idea "es una idea mística... Habiendo tomado cobijo por decirlo así en el Corazón de Cristo, jamás lo abandonará pase lo que pase. "

En estas palabras, el Abate Belleville describe bellamente lo que él considera la cualidad mística de la espiritualidad del P. Chevalier. Desde luego, si se identifica "misticismo" con pasar largas horas en oración contemplativa, resultará imposible aplicar el término a la vida del P. Chevalier. Sus escritos, incluso sus Notas Intimas no son ciertamente los escritos de un místico. Y el P. Piperon, por naturaleza un "alma más contemplativa" que Chevalier, creía que no había bastante oración en su vida, para corresponder a la idea que el mismo P. Piperon tenía del perfecto Fundador El P. Guyot expresó la misma opinión - aunque la contestación del P. Chevalier sugiere que pasaba en oración largas horas de la noche, más de lo que muchos imaginaban.

Sin embargo, el término místico se emplea con bastante frecuencia para indicar el vivir conscientemente la vida espiritual como un don experimental de Dios, más bien que un esfuerzo personal en la ascética o en la práctica de la virtud. La vida de caridad del P. Chevalier puede considerarse como una cierta cualidad mística. Después que pasó por la etapa de obvio esfuerzo ascético, apareció una notable transformación en su vida cuando descubrió el misterio de Cristo viviente en él y que actuaba y amaba a través de él. Tenía tan presente a Cristo ante sus ojos durante su meditación, y a Cristo en su corazón, en su oración y en la práctica de la caridad, que parecía vivir una unión consciente de Cristo en sus manos - Cristo trabajando con él en sus actividades apostólicas. Estaba consciente de la presencia de Cristo en toda su actividad como lo estaba en el momento de su oración. Por eso escribiría en sus reglas:

"Los misioneros tendrán una tierna devoción al Corazón adorable de Jesús; no olvidarán que es el manantial de todas las gracias, un horno de luz y de amor, un abismo de misericordia; acudirán a él con frecuencia en sus pruebas, en sus tentaciones, en su hastío, en sus dificultades."

Además, adivinaría a Cristo en las personas por las que trabajaba, viéndolas siempre como "las almas que eran tan queridas de Cristo". Tenía, en cierto sentido, una mística de la misión, consciente de participar en la misión de Cristo, Sumo Sacerdote y Apóstol, consciente del amor de Dios dado a cada hombre con quien tropezaba. Esto no quería decir que él pensaba que podía encontrar a Dios en los otros sin hacer esfuerzos para encontrarle habitualmente en la oración y de un modo más especial en la eucaristía. En su propia vida activa, su asidua práctica de los ejercicios religiosos de su comunidad religiosa, está confirmada para aquellos que le conocieron. Hemos visto el testimonio del P. Mallard. El P. Hériault da su propio relato:

 

 

Su regularidad:

 

"Durante los treinta años que yo he tenido el honor de ser su coadjutor y de vivir con él, siempre dio ejemplo de la más grande regularidad. Aparte raras excepciones, era siempre el primero en la oración de la mañana a las 5. Si uno de sus religiosos estaba ausente de las oraciones, él tiraba con brío de la cuerda de la campana interior, y os aseguro que despertaba a cualquiera que no hubiera oído el timbre. Si alguien omitía la mediación, a la hora del desayuno, aprovechando una oportunidad, le diría: Bien, querido padre, ¿ debía estar muy cansado, ya que no le hemos visto en las oraciones de esta mañana?, o bien, ¿estuvo ausente anoche atendiendo algún enfermo que hizo que faltara a la oración esta mañana? De este modo como de paso, daba una pequeña lección a su religioso. A pesar de sus muchas visitas, fue siempre muy fiel al examen de conciencia. Fue puntual también en las horas de la Misa: No podía comprender cómo alguno podía hacer esperar a los fieles. La vigilia de las fiestas o las mañanas de las grandes solemnidades, cuando se veía retenido en el confesionario por los penitentes que le obligaban a retrasar un poco la Misa, a duras penas podía aguantarlo. Por esta razón solía aconsejar a los fieles que no aguardasen al último momento para confesarse, a fin de no detener al sacerdote que había de celebrar la Misa.


 

"Su piedad":

"A diferencia de ciertos santos, el P. Chevalier no tuvo lo que yo llamaría una piedad que llamara la atención. Su piedad consistió ante todo en el propio deber cumplido. A pesar de sus muchas obligaciones, no descuidó ninguno de sus ejercicios espirituales... Decía muy bien la Misa con mucha devoción. En su última enfermedad la siguió diciendo hasta el final...

"Después de la Misa se iba al confesionario y perma­necía allí mucho tiempo. Hacía puntualmente la visita al Santísimo Sacramento todas las tardes. Recitaba piadosamente el breviario. Iba al confesionario a rezar Maitines y Laudes todas las tardes desde las 5,30 hasta las 7. Muchas almas en dificultades o atormentadas por el remordimiento, se aprovechaban de su fidelidad en el confesionario para desahogarse con él.

"Se confesaba regularmente una vez por semana, a menos que su confesor estuviera ausente o no le pudiera atender... Tenía una devoción del todo especial al Sagrado Corazón. Diariamente recitaba el acto de Reparación al Sagrado Corazón, así como la Letanía del Sagrado Corazón. Rezaba muchas veces al día al Acuérdate a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Nunca se fue a la cama sin haber rezado el rosario. Hacía con frecuencia la Novena a Nuestra Señora del Sagrado Corazón... Era en sus breves instrucciones sobre el Sagrado Corazón o sobre Nuestra Señora, que aparecía su sólida piedad; como también en sus breves pláticas en el confesionario, según los relatos de muchos de sus penitentes."

 

 

Conclusión

Podríamos escribir más; podríamos repetir cosas ya escritas en otros capítulos. Pero todo esto apenas mejoraría ese bosquejo de su persona. Quizá nuestro último testimonio, será mejor que sea el del P. Maillard, dado en los tiempos difíciles de 1891, y dado como solemne testimonio a la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares:

"Puedo afirmar que durante los dieciocho años que he tenido la buena suerte de pertenecer a nuestra Congregación, me he sentido obligado a admirar el celo y piedad de nuestro venerado P. General y Fundador; pero mi admiración ha crecido hasta convertirse en veneración en los últimos cinco años, porque en ese tiempo, viéndole de cerca y contemplándolo cada día he podido apreciar mejor la vida de abnegación y de sacrificio continuo de nuestro venerado Superior General."

El P. Chevalier murió el 21 de octubre de 1907.

Su muerte fue "apacible, tranquila y serena". La fuerza y la serenidad habían marcado su vida: en la muerte fue también fuerte y sereno.

"Su muerte fue muy conmovedora y hermosa. A la cabecera de los moribundos uno siente ordinariamente una inmensa piedad por tanto sufrimiento y tanta debilidad, y uno tiene que cuidarlos como si fueran niños pequeños. El P. Chevalier, por el contrario, parecía morir con la plena fortaleza de su fe y de su voluntad; no había debilidad, sino serenidad y calma que inspiraba respeto y hacía bien al alma."

 

 


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