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Espiritualidad del Corazón y las mujeres: inspiración y reto

Páginas relacionadas 

 

“La misericordia de Dios no conoce medida, ni límites, ni condiones.”
God’s merciful love: Immeasurable, unlimited and unconditional.”  
 Spirituality of the heart and women: inspiration and challenge

                                                                                                          Hanni Rolfes, msc

Chevalier Centenniel Congress
Issoundun,  2007
(descarga conferencias)

 

Introducción: Cuando decimos de una persona que  “tiene corazón”, todos entendemos que no nos movemos a nivel de la fisiología sino a nivel del símbolo; no pensamos en el órgano sino en la persona porque la palabra corazón es un término que se refiere al ser humano como persona, a su unidad y a su totalidad. Por eso, cuando decimos de una persona que “es todo corazón” o que “no tiene corazón” queremos expresar algo de la persona en relación con los demás: su sensibilidad, su capacidad de verse afectada por lo que le rodea, su humanidad o su indiferencia.

Por eso conviene volver a la fórmula unitaria de la antropología bíblica: El corazón es el hombre y el hombre es corazón (1). El hombre se hace hombre a través del corazón. O dicho de otra manera: El corazón humaniza al hombre.

 

  1. Dios tiene corazón

Antropomórficamente hablando decimos que Dios tiene corazón.

En nuestras congregaciones la visón peculiar de Dios revelado en Cristo se centra en el Corazón de su Hijo. Por eso la espiritualidad del Sagrado Corazón no es – si se tiene en cuenta este contenido fundamental -  algo marginal de la fe. Expresa la realidad íntima de Dios – así lo vió también el P. Chevalier – no sólo una manera de concebirlo o una “imagen” de Dios. Transmite una “visión” de Dios que no nos dice alguna cosa de El sino nos revela lo que Dios es, su ser auténtico.

            ¿Qué imagen de Dios es ésta? – A esta pregunta nos responden los versículos de la  entrada de la liturgia de la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús:

          “El proyecto del Señor permanece,

            los planes de su corazón por todas las edades...

            para arrancar sus vidas de la muerte,

            y darles de comer en tiempo de hambre” (Sal 33,11.19).

Así es Dios: Un Dios cuya preocupación es que el hombre pueda vivir. Es un Dios que quiere vida para los hombres, “vida en abundancia” (Jn 10,10). Es un Dios que quiere servir para que el hombre viva. – Esta decisión de Dios a favor de la vida del hombre es ya el contenido esencial de la experiencia de fe en el Antiguo Testamento. Llega definitivamente a su plenitud en el mensaje y en la vida de Jesús de Nazaret.

       La pregunta por la vida, la pregunta por una vida lograda, la pregunta de cómo lograrla, está inata en todos los hombres. La pregunta por la vida está muy enraizada en el hombre: es posible que él no sea consciente de ella; también puede ser que la haya acallado o reprimido; algunas veces se la trata con suspicacia, se la prohibe o no se la toma en serio. A pesar de eso, está presente en todo. – La búsqueda de la vida es algo que mantiene al hombre inquieto, aunque algunas veces de una forma oculta o irreconocible, comercializada o explotada.

¿Qué vida buscan los hombres? – En primer lugar quiero responder a esta pregunta.  ¿Por qué y para qué? ¿Es importante esto para conocer el contenido fundamental de la Espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús? Me parece que es sumamente importante. Pues, los „planes del Corazón de Dios“ que buscan el bien del hombre,  la “salvación” de la vida humana, no se pueden conocer ni comprender si no se conoce y se comprende la vida del hombre, su angustia, su esperanza por vivir, su búsqueda por el camino hacia la vida. – Característico para el P. Chevalier era su sensibilidad ante las necesidades de los hombres, el sentirse afectado por los „males modernos“. Donde hay males, hay vida no lograda, anhelos no cumplidos (2).

Cuando me pidieron un aporte para este congreso, me sugerieron ver concretamente a las mujeres en relación a nuestra espiritualidad y preguntarnos cómo podemos promover la causa de la mujer hoy  a partir de esta espiritualidad.

Para poder descubrir los “planes del Corazón de Dios” la “salvación” de la vida  humana, en nuestro caso de la vida de la mujer, es necesario partir de la realidad de la mujer hoy, preguntarnos por sus búsquedas, sus anhelos muchas veces no cumplidos, su búsqueda por el camino hacia la vida.

 

  1. Situación de la mujer en el mundo actual

En primer lugar se puede constatar, que en nuestro tiempo se han dado pasos trascendentales  en favor de la liberación de la mujer. La mujer ha logrado ingresar con libertad en la mayoría de los ambientes educacionales. Ha abordado a la vez casi todos los campos de actividad en las diferentes profesiones. Ha aumentado también ostensiblemente su participación en las diferentes actividades culturales. Desestimar estos grandes logros sería negar la evidencia. En pocos años, el panorama de la mujer ha cambiado decisivamente en el mundo, aun cuando no de la misma manera en todos los países y en las diferentes clases sociales.

Sin embargo sería ingenuo  pensar que se han alcanzado ya las metas de una auténtica liberación femenina. Es aún inmenso lo que queda por realizar. Aunque la realidad y las experiencias concretas de las mujeres varían de acuerdo a los países, sin embargo podemos señalar un aspecto común: La mujer vive una experiencia de sumisión/dependencia/ marginalización/opresión a partir del hecho mismo de ser mujer. Esta opresión toma diversos matices, pero de una forma genérica se puede decir, que la mujer muchas veces es considerada objeto y no sujeto, tal como lo expresan los medios de comunicación social, la propaganda, los concursos de belleza y tantas otras formas sutiles de opresión.

La mujer en general, pero más sentidamente  en el medio pobre, es muchas veces considerada un ser humano “de segunda clase”, negándosele capacidades fundamentalmente humanas. Esta es una experiencia familiar cotidiana para la mujer en las diversas esferas de la vida (3). Se puede señalar dos dimensiones básicas en que esta negación de humanidad es especialmente notoria: la capacidad intelectual creadora y la sexualidad entendida en sus aspectos de comunicación y afecto. En el caso de la capacidad intelectual, ésta es generalmente negada o minimizada en las mujeres. Frecuentemente, cuando se constata la presencia de habilidades intelectuales en la mujer, se le compara con el varón; “parece varón” es el comentario espontáneo que surge en estos casos.

En la experiencia sexual, la opresión de la mujer adquiere características especialmente duras. Se dan dos actitudes que podemos afirmar son complementarias y, ambas, expresión de menosvaloración. Estas actitudes son el menosprecio y la idealización; las dos suponen la negación de la condición humana de la sexualidad femenina. Con frecuencia es humillada en su dignidad personal, tratada como ser inferior en una relación de esclavitud sexual. En otros momentos y muy frecuentemente en la misma relación, la mujer es “idealizada”, vista como alguien que no está sujeto a la pasión sexual, sobre todo cuando se subraya en ella su rol maternal. En la relación sexual la mujer es considerada más como objeto de satisfacción que como sujeto de relación. Esta ruptura es muy profunda pues no afecta sólo a la mujer. Como en toda relación de opresión, mutila la experiencia humana de ambos, varón y mujer (4).

Quizás uno de los males más graves y que más hondamente somete a la mujer a la esclavitud es el viejo oficio de la prostitución. Lo verdaderamente inhumano de la prostitución no se reduce a circunstancias exteriores, sino al hecho de que en una sociedad se considere normal el comprar a una mujer y disponer de su vida y de su intimidad por dinero. De mencionar es también la pornografía que convierte a la mujer en objeto o en juguete de diversión. (5)

 

  1. Semillas de una espiritualidad del corazón en la experiencia femenina

 

           Si hasta ahora hemos hablado más de la realidad de opresión y marginación, vivida por una gran parte de mujeres, no queremos dejar de señalar ahora algunos elementos positivos de la experiencia femenina y que, a mi modo de ver,  encierran elementos esenciales o semillas de una espiritualidad del corazón. Quiero mencionar algunos de éstos:

 

v  Creciente comprensión y claridad de la propia dignidad

Las experiencias personales y sociales de la mujer han favorecido la búsqueda de una auténtica liberación y han modelado una forma de espiritualidad que se alimenta de la creciente comprensión y claridad de la propia dignidad, negada u oscurecida por una realidad de marginación, vivida especialmente por la mujer. Se trata de la búsqueda de una liberación integral que abarca a toda la persona y que se caracteriza por la liberación de esclavitudes internas y externas.

v  Especial preocupación por la vida

Una característica de la mujer es su gran preocupación por la vida, que la hace de una manera especial defensora de la vida, especialmente de la vida amenazada.  Se percibe que la clave de comprensión para la mujer es la VIDA, la valoración de la vida en todos sus aspectos. Por su tendencia innata al desarrollo de la vida, la mujer asume el rol de integrar, de unir, de cohesionar, de poner el acento sobre el respeto a la persona.

v  Sensibilidad para el dolor y las necesidades de los demás

Otra característica fundamental de la mujer es su sensibilidad frente a las necesidades de los demás, frente al dolor ajeno, su capacidad de compasión: sufrir con, sentir con, solidarizarse, estar abierta a los problemas del otro, a los valores del compartir. En una sociedad como la nuestra, marcada por el individualismo, donde muchas veces cada uno vive encerrado en su propio mundo, ella, la mujer, nos hace recordar la dimensión de solidaridad, de fraternidad, de compasión.

v  Capacidad para la entrega, sentido de gratuidad y de trascendencia

Otro aspecto es su sentido de gratuidad, la convicción que lo esencial no se puede ganar ni comprar sino sólo dar y recibir como un don. En una sociedad, que se basa predominantemente en el poder, en el tener y en el hacer, la mujer acentúa la importancia del corazón, con su capacidad de descubrir lo esencial, que es invisible.

           He señalado sólo algunas semillas de una espiritualidad del corazón presentes sobre todo en la vida de la mujer. Descubro en ellas elementos básicas de nuestra espiritualidad del Sagrado Corazón, aportes concretos que deberíamos cultivar y desarrollar para un enriquecimiento mutuo .

            Basado en la experiencia de un Dios Amor que quiere vida y vida en abundancia para todos los hombres, entendemos  la espiritualidad del corazón ante todo como una espiritualidad  que humaniza. a todos los niveles. A modo de ejemplo quisiera concretizarlo a través de la historia de la mujer encorvada en el evangelio de Lucas.

 

  1. Espiritualidad del Corazón : Humanización-liberación-dignificación de la mujer (según el ejemplo de la mujer encorvada : Lc 13,10-17)

    „Jesús enseñaba un sábado en la sinagoga. Había justamente ahí una mujer que, hacía dieciocho años, estaba poseída de un espíritu que la tenía enferma; y estaba tan encorvada que de ninguna manera podía enderezarse. Al verla Jesús, la llamó. Luego le dijo: “Mujer, quedas libre de tu mal”; y le impuso las manos. Y en ese mismo momento ella se enderezó, alabando a Dios” (Lc 13, 10-13).

Por esta mujer encorvada Jesús entra en conflicto con el jefe de la sinagoga, quien reclama insistentemente la observación del sábado.

Jesús, en cambio, se preocupa más por la mujer y menos por  la ley. Para Ël, la gloria de Dios es la vida del ser humano y no el cumplimiento de la ley.

No conocemos las causas que originaron el sufrimiento de esta mujer. Pueden haber sido múltiples:

Tal vez, como muchos otros, se ha sentido aplastada  por el peso “ordinario” de su vida, por el trabajo, las preocupaciones, los problemas.

Tal vez, como muchos otros, ha sido “oprimida” por alguna persona cercana o lejana.

Tal vez le han faltado el espacio y la oportunidad de “ridicarse”.

Tal vez, como muchos otros, se ha desilusionado de otros y de sí misma, viviendo resignada.

Tal vez, como muchos otros, alguien le ha quebrado la columna vertebral, repentinamente o lentamente en el transcurso de los años.

Tal vez, como muchos otros, no se ha atrevido a vivir, porque le enseñaron a desconfiar de sus “sentimientos”.

Tal vez no hubo quien le ayudara a aceptarse y a valorarse a sí misma.

Por eso, desde temprana edad, reprimió radicalmente el deseo de erguirse.

Como mujer, no se le permitió ni siquiera pensarlo.

Tal vez, como en muchos otros casos, en la educación religiosa recibida le habían presentado a un Dios, enemigo del  hombre y de la vida, al que había que someterse incondicionalmente.

Sea como sea: Ahora ya no deseaba, ya no podía ni quería vivir de otra manera.

Vivía desde hace 18 años encorvada, mutilada, aplastada, no siendo ella misma, la mirada fija en el suelo, sin horizonte ni ilusión.

Los demás la utilizaron para sus fines, sin interesarse por su dignidad ni sus valores como persona.

Pero un día esta mujer se encuentra con Jesús, quien la ve y la llama.

Esta mujer, que durante una vida entera había tenido la mirada fija en el suelo, ahora es capaz de levantarla, porque alguien, Jesús, la miró

Puede enderezarse, porque alguien la ridicó, no pasó de largo, le dirigió la palabra, la llamó hacia él, le impuso las manos,  de modo que se sintió tocada y no atacada.

Puede enderezarse, pues alguien le abrió nuevos horizontes, acercándola a un Dios, que ama la vida y libera al hombre para una vida en plenitud.

Ahora descubre su propia dignidad y sabe de su valor como persona, como mujer. No es una dignidad que otros le han dado. Es la dignidad que la tenía en el corazón de Dios desde siempre,  incluso entonces, cuando vivía encorvada y no se atrevía a levantar la mirada (6).

               La atención  con la que  Jesús se interesa por la mujer encorvada (Lc 13, 10 – 17), curándola espontáneamente, no es un relato cualquiera del Nuevo Testamento, sino un modelo ejemplar de cómo Dios trata a los hombres y cómo los hombres pueden relacionarse y por lo tanto descubro en este texto alunos rasgos claros de una espiritualidad del corazón que estamos llamados a vivir:

Ø  Sensibilidad frente al sufrimiento humano, no al legalismo, que mata la sensibilidad. Una auténtica sensibilidad implica una actitud de compasión, que humaniza.

Ø  Confianza en las propias posibilidades de la persona, para que la misma persona pueda descubrir caminos y posibilidades de cambio y así asumir la responsabilidad por su propia vida y el mundo que la rodea.

Ø  Dignificación de la persona, ante todo en el encuentro personal. Sólo poniendo a la persona en el centro, forjamos su dignidad, haciendo posible que redescubra su identidad. Esto exige cercanía y aceptación de la persona y a la vez implica acompañarla y no actuar en su lugar.

Ø  Dimensión de acción de gracias y de alabanza que nos recuerda la gratuidad de la vida y su valor irrevocable a los ojos de Dios. “La gloria de Dios es que el hombre viva y que, viviendo en plenitud, vea a Dios” (S. Ireneo).

En el fondo, toda la Sagrada Escritura no trata de otra cosa sino del hombre y de su humanización. El hombre sólo llega a ser sujeto, si alguien le “mira” con amor y confianza. Si este alguien es Dios mismo, entonces puede descubrir un amor incondicional y desinteresado..

     Deseo terminar con un momento meditativo, que nos acerca a otra mujer muy conocida del evangelio, a María Magdalena, quien, en el encuentro con Jesús resucitado descubre su valor y dignidad. Tanto el encuentro de Jesús con la mujer encorvada como su encuentro con María Magdalena pueden ser una inspiración para nosotros quienes queremos vivir una espiritualidad del Sagrado Corazón.    

      

            5. María Magdalena – llamada por su nombre (Jn 20,1-2.11-18)

Una mujer – la primera junto al sepulcro. Una mujer, la primera que anuncia el mensaje de la resurrección: “He visto al Señor” quiere decir “Jesús vive”; este es su mensaje a los discípulos.

¿Quién era esta mujer, llamada María Magdalena? Es muy poco, lo que sabemos de ella y lo que los evangelios dicen no es precisamente halagüeño, pues Lucas relata que Jesús había expulsado de ella siete demonios (cfr. Lc. 8,2). El que estaba poseído de semejantes espíritus malos, era incapaz de vivir humana- y dignamente, de relacionarse adecuadamente,  pues vivía angustiado y desesperado.

Así había sido la vida de María Magdalena: Una vida, que se le había escapado de las manos, una vida dominada por poderes ajenos, sin escapatoria.

De estos poderes Jesús le había liberado. Desde entonces le seguía. Pertenecía al grupo de mujeres que le atendían con sus propios recursos; también pertenecía al grupo de mujeres, que le seguía a Jesús hasta el final, hasta la cruz.

Aún la noche del sábado salió para ir al sepulcro, pero el sepulcro estaba vacío. “María estaba llorando afuera, cerca del sepulcro”, así dice el relato. No fueron lágrimas liberadoras, pues se le había quitado todo: no sólo la esperanza de una vida llena de sentido, que este Jesús le había regalado,  ni siquiera le quedaba el consuelo de encontrar al mismo muerto.

Dos veces se le pregunta por el motivo de su tristeza: Primero los ángeles, luego el mismo Resucitado. 

Pero tampoco eso le abre los ojos, nublados por la tristeza. Entonces el Resucitado la llama por su nombre, y María descubre al Señor resucitado en aquél, al que creía ser el jardinero. Ser llamada por su nombre la capacita para dejar atrás el pasado – el pasado de su propia vida y el pasado de los últimos días – y a descubrir y comprender la realidad nueva. Ser llamada por su nombre la capacita para descubrir en el camino de la cruz el camino a la vida, en la entrega de la vida la ganancia de la vida.

¿Qué hizo que esta mujer fuera capaz de creer? Fue el simple hecho, que alguien, el Resucitado, la llamara por su nombre. No hay nada de adoctrinamiento, ninguna declaración solemne o erudita; ninguna llamada de atención impaciente. Simplemente es llamada por su nombre. El nombre encierra la experiencia: Tú puedes ser, ser como eres, tú tienes derecho a vivir, tú eres llamada y aceptada, sin ningún pago anticipado, antes de cualquier rendimiento, sin condición alguna, sin medida ni límites.

Queda para nosotros la pregunta: ¿Cómo podemos ser testigos de Jesús hoy, cómo podemos manifestar su amor incondicional, es decir, cómo podemos vivir la espiritualidad del Sagrado Corazón? ¿Cómo podemos ayudar a la vez a otros a descubrir esta riqueza? Una respuesta fácil a esta pregunta no la tengo. Pero una cosa me parece segura: Sin la experiencia vivida: Tú puedes ser, ser como eres, tú tienes derecho a vivir, tú eres llamado y aceptado, sin ningún pago anticipado, antes de cualquier rendimiento, sin condición alguna, sin medida ni límites, sin esta experiencia no es posible ser testigo del amor de Dios ni acompañar a otros en su camino de búsqueda para descubrir este amor (7).

Hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él (cfr. 1 Jn 4,16). Vivir la espiritualidad del Sagrado Corazón implica la convicción que Dios nos ama incondicionalmente, que “su misericordia no conoce medida, ni límites, ni condiones.” Este me parece ser el meollo de nuestra espiritualidad, que compartimos las tres congregaciones. El intento - hecho en esta reflexión - de relacionar esta espiritualidad con la realidad de la mujer,  ojalá sea una inspiración y a la vez un reto para cada uno de nosotros, en la búsqeda de caminos concretos y apropiados  de cómo ser testigos hoy, a ejemplo de María Magdalena: “ Vete y cuéntalo a tus hermanas y hermanos....”

Bibliografía:

  

Cfr. Juan Pablo II, Redemptor Hominis,  Nr. 8.

Cfr. Alfred Völler, Gedanken zu Gehalt und Anspruch der Herz – Jesu – Verehrung,

Cfr. Alfred Völler, Reflexión acerca de María Magdalena, Manuscrito.

Cfr. Carmen Lora y otras, Mujer: Víctima de opresión, portadora de liberación, p.24.

Cfr. José Luis Idígoras, Mujer. Ensayo teológico, Ed. Paulinas, Lima – Perú, pp.300-309.

Cfr. Gustav Schwarzmann, Unwiderrufbar aufgerichtet, damit sie leben! en: Das Leben entfalten – Tyrolia-Verl Verlag, pp.15-17).

La imgen y el papel que la sociedad asigna a la mujer se ha reflejado en la presencia – ausencia de ésta en la Iglesia. Aunque en ella la mujer está presente en forma masiva, está ausente en la orientación y dirección de la institución. Cfr. Hanni Rolfes, La mujer en la sociedad y en la Iglesia, p. 131,  en: Espiritualidad del Corazón. I. Congreso de Espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en Centro América, Guatemala 1992.