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Somos Misioneros del Sagrado Corazón: Testimonio personal de Humberto Cabobianco msc

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Capítulo 6

“Proceso con avances y retrocesos"

Humberto Capobianco. 70 años. Sáo Paulo (Brasil)

 

Son tantas, tan diversas y ambiguas las motivaciones que, desde la infancia, nos condujeron al seminario, que se vuelve difícil enten­der cómo un niño, 50 años atrás, podía hacer un discernimiento sólido respecto a su vocación. Las convicciones que tenemos hoy son fruto de un proceso que veo se desarrolló en medio de avances y retrocesos, un poco como nuestros actos de fe, una especie de claridad oscura.

Por eso, mejor que la pregunta clásica que se ha hecho: ¿por qué soy MSC?, se debería formular: ¿por qué me hice MSC?, o mejor todavía, ¿por qué me estoy haciendo MSC? En la historia de nuestras vocaciones, y en mi caso no fue diferente, hablan más alto la formación familiar, la amistad con aquel Padre simpático, amigo de la familia y otros factores de orden afectivo, sin hablar, es claro, de la gracia de la vocación, elemento sobre­natural que está presente en todas las motivaciones humanas.

Confieso que ya en el seminario menor y especialmente durante el Noviciado, nunca me entusiasmaron mucho las conferencias sobre el Sagrado Corazón que nos daba nuestro sabio y santo R Wynands. El Corazón de Jesús, según la óptica de aquel tiempo, era más una devoción que una espiritualidad, tenía como telón de fondo las apariciones de Paray-le-Moniale, con sus connotaciones de sufrimiento e intimismo, en una clave milenarista. Se acentuaba bastante el Cris­to de la visión sulpiciana, "el religioso perfecto del Padre". Claro que todo eso ayudaba a alimentar nuestra vocación y tenía su importancia dentro del contexto que precedió al Vaticano II. En aquella época, intentando renovar el entusiasmo por el culto al Sagrado Corazón, decía un artículo de Vie Spirituelle: "por su vocabulario y su estilo, por el tipo de sus manifestaciones habituales, por la sicología misma de sus fieles, la devoción al Sagrado Corazón no puede dejar de crear un cierto malestar en los contemporáneos, cada vez más numerosos, que desean una vida de oración bíblica y litúrgica, viril y sobria" (La Vie Spirituelle, junio, 1952).

En los tiempos del Escolasticado, fui, durante algunos años, pre­sidente del grupo misionero "Enrique Verius", cargo que me hizo fami­liares figuras extraordinarias como Mons. Alain de Boismenu, "un san­to al natural", según la feliz expresión de Dupeyrat. En esa época manteníamos correspondencia con el P. Bernardo Weber, uno de los pioneros de la fundación del Perú, como también con el P. Leslie Rumble, el famoso teólogo y hombre de la radio en Australia. Éstos y otros contactos hacían crecer siempre más nuestra admiración y nuestra pertenencia al grupo MSC.

Vinieron después los primeros años de ministerio y un largo perío­do como profesor-formador en nuestros seminarios. Los años de Provin­cial fueron muy significativos en cuanto pude conocer y sentir de cerca la gran familia MSC, teniendo el privilegio de participar en varios Capí­tulos y Conferencias Generales y conocer religiosos MSC de los cinco continentes, sin hablar de una inolvidable visita a la querida Papua-Nueva Guinea, escenario de nuestras grandes hazañas misioneras.

Con todo, lo especifico de nuestra espiritualidad, lo pude beber en el contacto con la persona y los bellos textos del P. Cuskelly, nuestro San Buenaventura, el que, más que nadie, refundó nuestra Congregación. Primero, a través del libro, "Julio Chevalier, un hombre con una misión", revelándonos la verdadera y fascinante identidad de nuestro Fundador. Después, a través de varios escritos, sobre todo del pequeño grande libro que, pienso yo, debería ser el libro de cabecera de todo MSC: "Un Corazón nuevo y un Espíritu nuevo". Ahí encontra­mos el Corazón traspasado, el símbolo de la profundidad de Dios, revelándonos su vida íntima de amor. Cristo no sólo perdona y usa la misericordia, Él es el perdón y la misericordia. Salvador, en Jesús, no es un adjetivo, es su propia substancia.

Esta experiencia de la misericordia de Dios la podemos sentir mejor todos los que, después de 50 años de consagración, lanzamos una mirada retrospectiva hacia el tiempo pasado. Entonces, nos uni­mos a María para agradecer a Dios tantas gracias recibidas, pidiéndole que, en el atardecer de nuestra existencia, continuemos renovando nuestros compromisos para que, cada día, nos volvamos realmente lo que somos: Misioneros del Sagrado Corazón.