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Somos Misioneros del Sagrado Corazón: Testimonio personal de Venancio 'Ven' Lumbo An msc

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Capítulo 15

"Dios tení a un lugar en la familia"

Venancio "Ven" Lumbo-An, 61 años (Filipinas)

 

¿Por qué soy Misionero del Sagrado Corazón?

Exponer la historia de mi vocación fue una sorpresa incluso para mí mismo. Mi sueño infantil era ser médico, inspirado por mi servicio en curar las heridas y cortes que se hacían los alumnos del colegio de mi madre. Cuando estaba a punto de graduarme en el colegio, mi madre me dejó muy claro que ellos no podían pagarme la carrera de medicina. De repente solté: "Si no puedo ser médico del cuerpo, quiero ser médico del alma". Sólo entonces fue cuando empecé a reflexionar en la llamada de Dios para hacerme sacerdote. Dios tiene diferentes maneras de llamar.

Mirando hacia atrás en el camino de mi fe y de mi vocación, me encontré con muchas sorpresas que no había visto antes. Mi formación básica de rezar el Rosario, el Ángelus, y la asistencia a Misa los Domingos me hizo sentir que Dios tenía un lugar importante en casa y en nuestra familia. Durante la catequesis de preparación para la Primera Comunión, mi imagen infantil de Dios era la estatua del Sagrado Corazón. Fue evolucionando un poco durante la Enseñanza Secundaria. Estaba entusiasmado por la devoción al Sagrado Corazón, especi­almente por la promesa de que no moriría sin recibir los Sacramentos.

Mi Primera Comunión, a los 7 años, fue un acontecimiento memorable en mi vida. La alegría de anticipar la recepción del Cuerpo de Cristo fue posible gracias a la preparación catequética y al interés de mi madre. ¡Tuvimos que ir a la ciudad de al lado con mi padre para que me hicieran una foto todo vestido de blanco!.

Era socio de tos Caballeros del Altar para monaguillos en el colegio. Estaba fascinado con la Eucaristía y la dedicación de nuestro párroco irlandés por llevar la Misa a los barrios. Yo solía acompañarle. Además de ser monaguillo, también me apunté como junior en la Legión de María.

Mi vocación era como una semilla de mostaza, no perceptible al principio, pero que era nutrida y alimentada por la fe viva de mis padres y de mi comunidad parroquial. La fe de mis padres y de mi comunidad parroquial fue el semillero de mi vocación. Así como la semilla de mostaza se ve cuando brota, el mismo proceso se dio también con mi vocación. Me di cuenta de que Dios me llamaba a ser sacerdote cuando ya estaba en cuarto de Secundaria.

¿Por qué MSC?

De pequeño y adolescente yo no percibía la diferencia entre sa­cerdote diocesano y religioso, y aún menos entre las distintas Congregaciones Religiosas. Mi interés principal era hacerme sacerdo­te. Estaba haciendo lo que hoy llaman discernimiento. Por supuesto que yo no podía pagarme el ingreso en el Seminario del Sagrado Corazón, un seminario diocesano de mi Provincia, porque los precios de alojamiento y enseñanza eran altos. Vinieron a nuestro colegio los responsables de la pastoral vocacional de diferentes Congregaciones Religiosas. Eran múltiples las oportunidades que ofrecían las distintas Congregaciones, pero lo que más me impresionó fue la amabilidad del que representaba a los Misioneros del Sagrado Corazón. Era un hombre grandullón, pero en su presencia no te sentías atemorizado. Era muy acogedor, muy humano, muy amistoso y comprensivo. Era el P. Pedro Magugat, MSC. Después lo nombraron Obispo. Nada más hablar con él, sentí que quería ser sacerdote como él. En mis años de formación descubrí más tarde que éste es el espíritu de los Misioneros del Sagra­do Corazón: ser el Corazón de Cristo en el mundo. Un corazón que está lleno de dulzura y compasión. El corazón humano de Cristo se apiadó de las gentes que estaban como ovejas sin pastor.

Los acontecimientos históricos fueron también formativos, y me ayudaron a profundizar en la espiritualidad MSC de compasión hacia los marginados.

Cuando estaba estudiando teología en Australia, las noticias de la noche en la televisión nos bombardeaban casi a diario con escenas de manifestaciones de jóvenes en Filipinas. También mostraban la forma violenta en que eran dispersados por los militares. Yo no entendía lo que estaba pasando en Filipinas. Apenas llevaba dos años de sacerdote cuando se declaró la ley marcial en 1972. Había flagrantes violaciones de los derechos humanos: arrestos sin orden judicial, torturas, abusos militares y activistas sospechosos de ser comunistas. Con bastante frecuencia eran ejecutados sumariamente sin el debido proceso legal. Mis compañeros MSC de la parroquia eran activistas pro derechos huma­nos. Esto nos provocó una fuerte tensión sicológica. En realidad, yo estaba muy asustado, y raramente salía del rectorado, excepto para ir a la iglesia a administrar los sacramentos. El rectorado y la iglesia eran mi rutina diaria. Tenía un cierto miedo de que me llamaran para ir a dar la Extremaunción en los barrios. Este miedo duró meses. Me encontraba mal conmigo mismo. El acontecimiento salvador fue la invitación que me hicieron para participar en un grupo de reflexión de gente de iglesia -Sacerdotes diocesanos y religiosos, Hermanas, Pastores de diferentes nominaciones Protestantes y laicos comprometidos de la iglesia-. A tra­vés de reflexiones bíblico-teológicas (BTR), reflexionamos sobre los acontecimientos que estaban ocurriendo a nuestro alrededor. Fuimos testigos de cómo dispersaban a gente marginada que vive en la calle, a obreros de fábricas, a pescadores y granjeros pobres. Oímos sus gritos. Nos unimos a ellos en sus manifestaciones. Nos estaban dando ejemplo de valor, porque con sus luchas eran agentes de cambio. Reflexionando y rezando por esos acontecimientos, lentamente nos dimos cuenta de que estábamos llamados a anunciarles la Buena Nueva. Como Juan el Bautista, aprendimos a arriesgarnos, a proclamar con fuerza la verdad y la justicia, por la gente que no tenía voz debido a la opresión. Fue entonces cuando el artículo 22 de nuestras Constituciones se convirtió en una realidad viva para mí: "En los pobres y en los pequeños, en todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, descubriremos el rostro de Cristo. Él nos pide que llevemos su amor a sus vidas. En respuesta a su llamada, mostraremos nuestra compasión hacia ellos, trabajando valientemente para garantizar sus derechos humanos y para cambiar los corazones de sus opresores". Debido a esto, y en respuesta a la llamada de los signos de los tiempos, varios MSC se reunieron para encontrar formas de empeñarse en ministerios y en una formación más adecuados a la situación histórica.

¿Quién o cuál de los MSC me impresionó más en mi vida? ¿Por qué?

Aparte del difunto Obispo Pedro Magugat MSC, otro MSC, el P. Ane Krol, es el que más me impresionó. Su estilo de vida sencillo, su fe, su amabilidad y su corazón comprensivo me ayudaron durante los críticos días en que tuve un conflicto con el Obispo local. El conflicto ocurrió cuando nuestra parroquia hizo una obra corta de teatro en el banquete nacional de "Alay Kapwa" en nuestra Diócesis. El tema de "Alay Kapwa" ese año era : "DE LA MESA EUCARÍSTICA DEL SEÑOR A LA MESA VACÍA DE LOS POBRES". La obra, a partir de los incidentes de la Diócesis, describía que muchas mesas están vacías porque la gente estaba desprovista de sus derechos humanos básicos: torturas y ejecución sumaria que dejaba niños huérfanos, trabajadores, cuyos salarios no eran suficientes para alimentar a sus familias, y cuyas reivindicaciones se encontraban con la fuerza militar. Esto disgustó al Ordinario del lugar. La obra fue interpretada como antimilitarista. En aquellos días todavía existía la ley marcial.

También me impresionaron mucho las comunidades MSC. Sentí fuertemente el espíritu de familia MSC en cualquier comunidad MSC que visité en Europa. Siempre fui bien recibido. Me sentía muy a gusto, como si llevase en la comunidad mucho, mucho tiempo.