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La 'lectio divina', obediencia dócil al Dios que habla

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Entrevista 
al padre Bruno Secondin
Universidad Pontificia Gregoriana

 

La Palabra de Dios debe ser profundizada y analizada a través de una preparación correcta, pero no tiene necesidad de nuestras reflexiones o actualizaciones para tener nueva eficacia, porque en sí misma posee una fuerza dinámica de revelación y de liberación.

Así lo afirma el sacerdote carmelita Bruno Secondin, quien en esta entrevista concedida a Zenit recorre la historia de esta antigua práctica que se remonta a la espiritualidad de los primeros cristianos, y de la que se había perdido hasta el nombre, a partir del año 1500, a pesar de haber constituido el núcleo típico de la vida espiritual de generaciones enteras de creyentes.

El padre Secondin, profesor ordinario de Teología espiritual y Espiritualidad moderna en la Universidad Pontificia Gregoriana, ha estudiado en Roma, Alemania y Jerusalén.

En el marco de la Iglesia de Santa María in Traspontina, en la Via de la Conciliación (cerca del Vaticano), el padre Bruno Secondin preside desde 1996 unos encuentros de lectio divina que se celebran dos veces al mes.

A este método de lectura espiritual de la Biblia ha dedicado ya una decena de publicaciones, aunque ninguna de ellas ha sido aún publicada al español.

Sobre la postura desconfiada de algunos exégetas frente a la invasión de experiencias populares de "lectio divina", el padre Secondin explica que "es verdad que hace falta una resonancia vital, pero es también igualmente cierto que no se puede dejar a la emoción a rienda suelta. Hace falta también una base de seriedad".

--La historia de la "lectio divina" parece como un "Guadiana", que desde sus orígenes y tras haber atravesado muchos devocionalismos y haber sido reemplazada en algunos momentos por la meditación o la oración mental, reaparece con el Concilio Vaticano II, cuando se puso un fundamento teológico a la centralidad de la Palabra en la vida de la Iglesia.

--Bruno Secondin: El devocionalismo había aparecido antes, y al contrario, la Biblia se había reducido a una cantera de fantasías personales, incluso desde el punto de vista de la reflexión teológica, porque se había perdido el sentido dominante de la Palabra de Dios. Se hacía de ella sólo una especie de apoyo a la explicación filosófica y teórico-cognitiva.

El redescubrimiento de la "lectio" viene después de toda una serie de movimientos que han abierto la carrera. Fueron los protestantes quienes retomaron la Sagrada Escritura e hicieron de ella una pasión a través de las Sociedades Bíblicas. Después, este tipo de sensibilidad contagió también al mundo católico, sea para defenderse de algunas reconstrucciones bíblicas, sea por la exigencia de retomar seriamente esta fuente de identidad.

Los inicios del siglo XX han conocido este empeño, apoyado también por una parte de los Papas, que pretendía volver a poner en el centro la Escritura. Pero también han sido testigos de las dificultades, las resistencias, el miedo a "protestantizar" afirmaciones que a veces, a pesar de estar fundamentadas, eran desconcertantes para la conciencia colectiva de entonces. Por ejemplo, entonces se afirmaba que el libro de Isaías era uno y no tres.

Antes de este movimiento, y después en concomitancia con él, se dio el movimiento litúrgico, el cual, tomando conciencia de las banalizaciones de la Escritura y del uso de las fuentes bíblicas, ha querido promover un uso más rico, más amplio, más significativo, más valorado de la Palabra de Dios, lo que trajo como consecuencia una presencia de la Escritura más profundizada, pero también a la aportación e la experiencia, típica de la liturgia.

En el movimiento eclesiológico y en la recuperación de la Iglesia como "pueblo", como conciencia colectiva que responde a una relación vital con el Señor y no simplemente una estructura organizativa, hay toda una teología que promueve conceptos como "communio", "fraternitas", "mysterium".

Después está el movimiento cristocentrico, que recupera en Cristo una variedad de aspectos, de riquezas, de reflexiones, menos típicos respecto a la teología neoescolástica y menos "embadurnados" de formas populares, para ofrecer a través de la investigación histórica sobre Jesús una contextualización más auténtica.

El movimiento patrístico, apoyado en la recuperación de la sabiduría de los Padres, ha provocado también la recuperación de la metodología, de la estructura del razonamiento teológico, que era el comentario bíblico, en el fondo también una "lectio sapientiae". Todo esto ha actuado como "humus" muy rico para toda la Iglesia, del que el Concilio ha sacado sus grandes directrices.

Y la "lectio" ha resurgido como una gran tradición antigua que se había perdido o que se había transformado en una "lectio spiritualis", es decir, en lecturas bíblicas de sentimientos, elucubraciones pías, introspección psicológica, etc. en lugar de ser una exposición a la verdad de la Palabra, que está hecha de la presencia de Dios, que habla y que elabora contigo una vida, y no se limita a contarte historietas.

La "lectio" emerge en este contexto, después de haberse perdido y haberse convertido en un "río subterráneo" en su momento más glorioso, en el año 1200. Es decir, cuando el cartujo Guigo II (+1188) compuso esa joya que es la carta a su amigo, el monje Gervasio, con el título Scala claustralium, y que representa un poco como la "Carta Magna", ya que ilustra los cuatro grados o etaas de esta experiencia ("lectio", "meditatio", "oratio", "contemplatio") que aún hoy son bien acogidos. Y sin embargo, ya en aquel momento la "lectio divina" habñia empezado a ceder el puesto a la "lectio spiritualis".

Por ello la vida de los santos, privilegiando la piedad individual y una aproximación meditativa, daba un impulso aún mayor a toda aquella filosofía aristotélica que ha desbancado a los razonamientos de los monjes, de los Padres, a favor de los principios lógico-cognitivos.

Por tanto, le infligió un golpe mortal, y empujó al pobre pueblo a nutrirse como podía, hasta el punto que la misma liturgia se ha transformado en grandes funciones, en grandes fenómenos celebrativos, o en espacios utilizados por el pueblo simplemente para categorías emotivas, para salvar el alma o por precepto.

Se puso por delante la espiritualidad individual de las devociones, de las emociones, en las que la Palabra también seguía estando presente, ya que de tanto en tanto sobresalían autores que ponen de manifiesto la importancia de la reflexión, de la meditación de la Palabra. Pero detrás de todo aquello estaba la "meditatio" psicológica.

La recuperación comenzó sólo alrededor de 1950. Antes había habido algún pionero, como las Jerónimo o Benito o algunos Papas. De hecho, en el centenario de san Jerónimo, el Papa Pío XI recordó la "lectio" y la importancia de dedicarse a ella, y también Pío XII en la "Divinu afflante Spiritu" (1943) invitaba a retomar esta riqueza sapiencial. Pero no fue un golpe de llama que lo incendiara todo.

Ciertamente, la recuperación de los Padres y de la teología monástica han destapado una riqueza enterrada. Sucesivamente, la Biblia se hizo familiar a todos, hasta que el Concilio Vaticano II confirmó la gran necesidad de nutrirse de la Palabra, como afirma el capítulo VI de la "Dei Verbum", que en su número 25 pide a todos los creyentes, especialmente a los sacerdotes y catequistas, la "pia lectio", la "assidua sacra lectio", acompañada de la "oratio" y la"praedicatio".

Tras el Concilio, empieza a aparecer frecuentemente, gracias a pioneros como monseñor Andrea M. Magrassi, obispo de Bari, y Enzo Bianchi, prior de la Comunidad di Bose, y de algunos maestros como el cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo emérito de Milán, aún antes de ser cardenal. En la práctica es en los años 80 cuando llega a todo el pueblo.

Las órdenes religiosas y las congregaciones al final del Concilio habían ya empezado a introducir estas palabras casi en sustitución de la meditación mental, por amor a la Escritura pero no con la conciencia que tenemos nosotros ahora. Faltaba el principio teológico de la "lectio divina", que es una práctica en la que tu no pones de tu parte, sino que es Dios quien te ofrece la posibilidad de recibir la luz, de hacerte transformar. El actor principal no eres tú, como en la "meditatio" y en la oración mental, en la que pones la cabeza, el corazón, la voluntad, los propósitos.

--En el Instrumentum Laboris para el próximo Sínodo de los Obispos, la "lectio divina" viene indicada como "un elemento pastoralmente significativo que debe ser valorado" para la educación y la formación espiritual de los presbíteros, de las personas de vida consagrada y de los laicos, pero que requiere "una oportuna pedagogía de iniciación". ¿Qué opina al respecto?

--Padre Secondin: Se apela a la teología de la "lectio", a una catequesis, a una pasión eclesial por la Palabra de Dios. Pero esto comporta un problema: el desafío de formar animadores para la "lectio". La novedad respecto a la gran tradición es que ahora se hace en grupo, se hace en masa, y por tanto es necesario reinventar el elemento comunitario como técnica, ritmo y animación. Muchos monjes se oponen a esto, porque sostienen que la "lectio" es individual y así debe continuar, porque si no se convierte en una celebración de la Palabra, acontecimiento festivo y colectivo.

--¿Pero no se produciría así una fractura del aspecto comunitario, que debería estar presente en la "lectio divina" hasta el punto de que su culmen lo representa la celebración eucarística? De hecho en el Antiguo Testamento vemos que el pueblo se reúne a menudo ante el Dios que le llama y le da su Palabra antes de celebrar la Alianza; o también en el Nuevo Testamento, donde Jesús convoca a una comunidad entorno a sí, los discípulos, les hace don de su palabra y celebra la nueva Alianza.

--Padre Secondin: Ciertamente, este es un aspecto importante y una observación muy justa que estamos intentando afrontar, porque la "lectio" del monje, particularmente en su celebración cotidiana del "opus Dei", es como un eco a posteriori y al mismo tiempo como una anticipación. Pero para el pueblo común que no cuenta con esto, ¿cómo puede hacer una "lectio" en laboratorio? ¿Qué es lo que aporta? Mayor conocimiento y pasión. Seguramente. Mayor conciencia de identidad, de pertenencia a un pueblo que escucha la Palabra. Ciertamente. Pero la Palabra debe conducir al culmen, que es la Palabra celebrada, donde se verifica lo que se dice, proclama, promete en el cenit litúrgico, pascual, durante la Misa.

Por esta razón tengo divergencias con los monjes que sostienen que es necesario "rezar" la Palabra, porque es nuestra vida la que le da sucesivamente la forma orante; y que no hay necesidad de proponer la "actio", porque nuestro vivir es una puesta en práctica de la Palabra. Pero a los laicos, con su vida "despejada", que no viven en un claustro monástico y no tienen su propia liturgia, ¿qué les damos? ¿Simplemente anotaciones técnicas o bellas homilías sobre la Palabra?

Los laicos se preguntan cómo pueden hacer de esta palabra un trayecto de vida, un juicio sobre la propia vida, un propósito de vida. Por eso hemos reflexionado sobre esta experiencia y hemos intentado ambientar la "lectio" en una Iglesia, en un contexto donde la Palabra luego resonará celebrada, y en general elegimos una de las lecturas que luego se escucharán durante la Misa, en el lugar donde tiene su primado, de forma que se produce una unión visual con la liturgia, con el contexto donde luego se escuchará su proclamación.

Después se introducen formas de aplicación a la vida, para permitir trazar una práctica. Además, hemos introducido fórmulas de respuesta orante que los monjes tienen en el breviario. Los laicos, en general, necesitan sentir que una parábola, o un texto tienen resonancias coloquiales con el Señor, donde yo hablo a partir de lo que me ha dicho. La dificultad es real: ¿cómo se puede hacer de una tradición que es individual y que es propia de la vida monástica , con todos esos elementos que permiten su respuesta de oración, una práctica para la gente que se acerca a la Palabra de Dios a pizcos y bocaditos?

Hemos introducido también otro aspecto: en cada "lectio" tomamos una frase a partir de los textos, componemos una síntesis breve y entresacamos un estribillo al que añadimos una música compuesta por nosotros, que resuene repetidamente de manera que implique. Llevamos la "lectio" a un nivel más íntimo, profundo, auténtico. Es una forma de llegar, por así decirlo, a la "contemplatio". Y observando a las personas que acuden, tengo a menudo la impresión de que muchos se encuentran como en un estado de suspensión, como si se estuvieran asomando al umbral o al abismo del Misterio.

Junto al texto comentado, que ponemos a disposición en Internet, hay también imágenes para elaborar dentro de uno mismo un encuentro personal. De cualquier forma intentamos suscitar una "lectio" personal, individual, cuyo fruto es una vida fiel a lo que la luz de la Palabra ha mostrado. Nuestro intento está relacionado con la espiritualidad carmelita de formar una Iglesia que escucha, una Iglesia que responde, una Iglesia fiel que se conforma con Aquel que le ama, el Señor cuya Palabra ha escuchado.

La otra dificultad hoy está relacionada con el lector, que ya no es el medieval. Ahora, el lector está distraído y es incapaz de concentrarse y de madurar una reflexión. ¿Cómo acostumbrar entonces a la gente a tomarse en serio esta Palabra? ¿Cómo profundizar dentro del texto para ver la transformación de la conciencia de la persona que se libera, que se siente curada, que se ve llamada lentamente a la verdad?

--Cuando se leen el Antiguo y el Nuevo Testamento, impresiona la insistencia en la importancia de la escucha, como en el "Shemá Israel", "Escucha, Israel" (Deuteronomio 6,4) o en el consejo de los mismos profetas de "circuncidar" el oído, porque la fe nace de la escucha, nos recuerda san Pablo. Ahora bien, ¿cómo es posible conciliar esta exigencia fundamental en la "lectio divina", que es el ejercicio de escucha en una sociedad que privilegia el ojo, la visión, la imagen?

--Padre Secondin: Nos encontramos ante dificultades objetivas: ¿a qué lector o destinatario estamos ofreciendo la "lectio" y qué itinerarios lingüísticos estamos siguiendo? En la "lectio" guiada, mirando por ejemplo algunos maestros de referencia, se ve un fondo, una matriz en la que ésta se mueve; una búsqueda de sentido y de horizontes; el deseo de compartir la escucha de la Palabra, de la pasión por esa luz que se esconde detrás de los textos bíblicos y que se revela en ellos; la intención de llevar hacia una belleza simbólica, mistagógica de la Palabra. Se debe ofrecer al que vuelve a casa, después de una hora de "lectio divina", la posibilidad de encontrar una sabiduría de vida, un enganche, una chispa que ilumine el camino a corregir.

En cualquier caso, para escuchar verdaderamente no basta abrir el oído, sino que se exige una adhesión más íntima, para llegar a interpretar el código del alma del que habla, y dejar que la luz penetre hasta dentro de los paisajes escondidos en la cara oscura de la propia alma. Hace falta un corazón inflamado, y no sólo un oído atento.

 

 

 


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