Sectas y movimientos religiosos



Autor: Mons. Héctor Aguer,
Obispo auxiliar de Buenos Aires



Capítulo 1: La disgregación de la cultura: el secularismo

Me propongo ofrecer algunos elementos para un análisis pastoral. El fenómeno de las sectas, tal como se ha desarrollado en los últimos 20 años, manifiesta la atomización de la experiencia religiosa que viene verificándose por lo menos desde el siglo pasado y que en el presente, sobre todo en estas últimas décadas, ha llegado a un momento de exasperación. También podríamos afirmar que esta atomización de la experiencia religiosa está estrechamente vinculada con un proceso de disgregación de la cultura. Se ha hablado recientemente de crisis cultural, de un momento de reemplazo de una cultura por otra, de una cultura adveniente, de una cultura que se eclipsa y de otra que nace, etc. Yo creo que si en la cultura la religión ocupa un sitio central, no podemos abordar de modo fehaciente el fenómeno de la expansión sectaria sin intentar comprender todo el proceso de la cultura occidental en las últimas décadas. Esta atomización de la experiencia religiosa y el proceso concomitante de disgregación de la cultura constituyen una característica del tiempo en que vivimos.

Más particularmente, podemos decir que, desde una perspectiva pastoral, hemos de detenernos a considerar la vigencia del secularismo en las sociedades de Occidente; el secularismo como un acento que marca con fuerza la cultura de este fin de siglo y de milenio. Este fenómeno del secularismo ha sido asumido por muchas comunidades cristianas que se han dejado inficionar por él, y ha encontrado incluso una exposición teórica en los ámbitos católicos alrededor de los años ´60, cuando el influjo de los maestros de la sospecha -Marx, Nietzsche y Freud- se hizo notar en muchos teólogos, y analistas de la vida eclesial. No se puede dejar de reconocer que se ha filtrado también en la mentalidad de muchos católicos. Para comprender la situación de la Iglesia ante el problema de las sectas será ineludible tener en cuenta como telón de fondo este acento secularista propio de la cultura de hoy.

Más aún, el avance de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos se puede explicar como una reacción ante la vigencia del secularismo. En los años ´60 parecía que lo sagrado se eclipsaba completamente en el horizonte de las conciencias y de la cultura de Occidente. Pero luego, casi súbitamente, resurge la presencia de lo sagrado: las nuevas religiones, los nuevos paganismos o la reminiscencia de paganismos antiguos, una explosión formidable de las sectas fundamentalistas y las olas espirituales que vienen del lejano oriente. Una nueva invasión de lo sacro que atestigua, en definitiva, que lo religioso es una dimensión inalienable del hombre.

Para comprender el fenómeno de las sectas y esbozar una respuesta pastoral adecuada, tenemos que observar atentamente la compleja interacción de dos factores: el secularismo que intenta sofocar el hecho religioso y organizar la vida de la sociedad como si Dios no existiera y, por otro lado, aquellas formas heterodoxas de religiosidad -llamémosla provisionalmente así- que significan que la dimensión religiosa del hombre vuelve continuamente por sus fueros. Se trata de una interacción que a veces resulta una mezcla curiosa y extravagante. Quizá el peligro más grave que nosotros afrontamos en América Latina es el secularismo que reina en los criterios de vida de aquella gente que practica formas heterodoxas de religiosidad. O incluso en nuestro propio campo, el secularismo en los criterios de vida de muchísimos fieles, precisamente aquellos que practican la religiosidad popular del catolicismo.