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LA TENSIÓN ENTRE LA CULTURA DE LA VIDA Y LA CULTURA DE LA MUERTE EN LA EVANGELIUM VITAE

Páginas relacionadas 

 

 

Cardenal Alfonso López Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo para la Familia

 

INDICE

1. Las culturas de la muerte y de la vida: dimensión antropológica

2. Una palabra profética que conmueve al mundo


3. La defensa de los más débiles


4. Los países pobres y la demografía


La ideología se construye sobre mitos.


5. Conclusión

Notas

 

1. Las culturas de la muerte y de la vida: dimensión antropológica

Esta histórica encíclica, Evangelium vitae, está llamada a movilizar las conciencias en una perspectiva de cultura de la vida, especialmente de los dirigentes del mundo. Es, sin embargo, un apelo universal de frente al desencadenarse de la cultura de la muerte que crece, en forma alarmante, e introduce una confusión de extrema gravedad. Es bueno recordar que estas expresiones han sido usadas, por vez primera, en el magisterio pontificio, en la encíclica Centesimus annus (1).

Son expresiones muy significativas. La "cultura de la muerte" muestra que el desbarajuste no es espontáneo. Es fruto de una mentalidad que se ha ido creando, como efecto de una deseducación sistemática, tendiente a sepultar los valores evangélicos y morales. Esta "cultura", la mentalidad anti-vida (2), muestra que hay una nueva manera de ver la situación que obedece a una profunda distorsión. No nos hallamos solamente frente a dramas personales inmensos de personas acosadas por los acontecimientos o presiones, o abandonadas, sino que esta situación adquiere nuevas proporciones de alcance social y que obedecen a proyectos políticos, sociales y económicos que, en su conjunto, conforman una cultura signada por la deshumanización.

Cuando el Santo Padre eleva su clamor profético suscita una reacción, en muchos sectores, de acogida, no obstante una contestación difusa ya conocida. La Iglesia, con entrañas maternales, es reconocida como conciencia y defensa de la humanidad. Para algunos, incluso para algunas religiones, la voz del Papa es un lenguaje claro, articulado en el amor a la humanidad. La Iglesia proclama y se expresa como recogiendo las profundas aspiraciones y derechos que muchos no aciertan a descubrir o no se atreven a presentar.

Podríamos decir que el centro de la encíclica es una profunda preocupación antropológica, la verdad sobre el hombre que sólo se ilumina plenamente en el Verbo encarnado (3), que es Luz de las gentes. El gran drama hoy, la terrible enfermedad que debilita sociedades enteras, toca la verdad del hombre que es como aprisionada, asfixiada, en la expresión de San Pablo (ver Rom 1,18). Esta raíz de la confusión lleva a un lenguaje que no es el cauce para transmitir y encontrar la verdad, sino para ocultarla y enceguecer los espíritus y debilitarlos, al privarlos del pan de la verdad.

¿Qué ha ocurrido para que en cerca de sólo 30 años lo que antes avergonzaba a los parlamentos, como un crimen cobarde, que el ensañarse en los más débiles e inocentes, hoy se exhiba como un derecho? ¡El delito se vuelve derecho (4)!, y la eliminación de los más débiles aparece como un ejercicio noble de la libertad, como una "conquista" de la civilización, sobre todo de las mujeres. Todo esto se esconde, habilidosamente, en la fórmula pro-choice.

Es una ideología de la muerte que no sólo se "tolera" sino que se impone, se exporta y se transmuta en "lenguaje imperial" que todo lo arrasa.

América Latina está amenazada. Hay una "conjura" contra la vida; una "conspiración" en curso. Y las manipulaciones son evidentes. Algunos gobernantes son vencidos, no convencidos, por las amenazas y las restricciones. Desafortunadamente hay un positivismo, un pragmatismo, una información superficial que nos pone en los antípodas de lo que era para Platón el ideal de la democracia. Es decir, el gobierno de los pueblos no se pone en las manos de los filósofos (o de los sabios), sino de quienes se mueven en el pragmatismo de fáciles obediencias ante el poder del dinero. Impera una visión inmediatista y el temor a perder el favor de los poderosos.

Nos hallamos, pues, en el núcleo del problema. Permitidme una reciente anécdota: el 12 de julio pasado fui invitado a presentar la encíclica Evangelium vitae en el Parlamento Europeo en Estrasburgo (la invitación provenía de los Partidos Populares). Fueron cerca de cuatro horas de un diálogo muy vivo, cordial e interesante. Fue para mí muy indicativo ver cómo los traductores (un grupo grande) ofrecieron una hora gratis de su tiempo para dar espacio mayor al diálogo iniciado. Una parlamentaria, de lengua alemana, protestante, con tono respetuoso me decía: "¿Por qué la Iglesia ha olvidado a los jóvenes?". No acertaba yo a entender tal aseveración. Ella se explicó: "¿Por qué la Iglesia les niega el uso de los anticonceptivos y de los preservativos? La Iglesia no ayuda a los jóvenes y, así, los abandona". Varios, sobre todo algunas parlamentarias, parecían asentir. Algunos, de hecho, después hablaron en una línea semejante. Otros, desde luego, no se mostraban de acuerdo.

Me llamó mucho la atención esta intervención y más cuando en la presentación de la encíclica no me había referido a la anticoncepción. Hacia el final resolví avanzar estas ideas: ¿Qué hombre y qué mujer queremos? ¿Cuál es la imagen y el diseño que queremos promover, si esto estuviera en nuestras manos? El fondo de la cuestión es la verdad del hombre. Le pregunté, respetuosamente: ¿Qué tipo de hija ella quisiera construir? ¿Aquella que, en la revolución sexual, sin una comprensión de la verdad del sexo, lleva los instrumentos anticonceptivos en la cartera...? Si pudiéramos elegir a nuestras propias madres, ¿qué tipo de mujer y de madre buscaríamos? El Santo Padre en el mensaje a la señora Nafis Sadik, con ocasión de la Conferencia de El Cairo sobre población y desarrollo, y a los gobernantes, preguntaba: ¿qué clase de juventud queréis modelar hacia el futuro? ¡Sí! la cuestión es antropológica y si esto no se aclara, qué difícil será el diálogo si se deja de lado lo que es el hombre, ¡imagen de Dios!

Aquello que percibía hace 30 años el Concilio (en estos días celebramos 30 años de la promulgación de la Gaudium et spes) sobre la centralidad de la antropología -ligada a la cristología- es algo que hoy se capta con especial evidencia (5). Unida a la concepción del hombre, como primera expresión de su ser social, está la familia, la primera comunidad, de tal manera que la sociedad es captada como una cadena solidaria de comunidades.

Me parece que es ésta la perspectiva de esa profunda intuición de Pablo VI con la célebre concepción de la "civilización del amor". Más que una visión política peculiar, el Pontífice de la Populorum progressio y de la Humanae vitae, entendía que la sociedad es sólo concebible como un encuentro comunitario de personas, más aún, de comunidades congregadas y vivificadas por el amor, a partir de la comunidad básica, célula primordial y vital que es la familia.

La Gaudium et spes es como una explicación sistemática de la humanidad que se construye como una familia. El Santo Padre Juan Pablo II centró su reciente intervención en la ONU en el tema de la familia de naciones.

2. Una palabra profética que conmueve al mundo

La histórica encíclica, Evangelium vitae, constituye un anuncio de la dignidad del hombre y un clamor que adquiere tonalidades proféticas (en denuncias que la Iglesia no puede callar) de todo lo que destruye al hombre y pretende robarle su original grandeza.

Desde la verdad del hombre, la Iglesia presta su voz a quienes de ella carecen, sumidos en la impotencia. El derecho a la expresión hace parte de la sensibilidad moderna. Pero hay toda una categoría de personas a las cuales se niega la participación y se impide expresar su dolor y sus aspiraciones. A esa "categoría de personas" hace el Papa referencia estableciendo una comparación entre la encíclica Evangelium vitae y la Rerum novarum, la gran encíclica de León XIII que puso la base a la moderna doctrina social de la Iglesia, la cual ha ido ampliando su campo de reflexión hasta adquirir las proporciones del mundo.

De la Rerum novarum se decía que se había recibido como un terremoto. Bernanos pone esta expresión en los labios de uno de los protagonistas del Diario de un cura rural: ¡la tierra se movió bajo nuestros pies! (6). Tal fue el estremecimiento por la enseñanza de la Iglesia, llena de novedad y de esperanza, contra las ideologías y contra las injusticias. La denuncia era contra la injusticia que sufría la "clase" obrera (no entro a precisar el sentido variado del término "clase") explotada. Mientras la materia salía de las fábricas como ennoblecida, los obreros perdían en humanidad. Eran tratados como animales. Se perdía su ser de hombres. Así, dice el Santo Padre, como la Iglesia no calló entonces, hoy, en defensa de una "nueva categoría de personas" se vuelve voz de los que de ella carecen (7).

3. La defensa de los más débiles

¿A cuál categoría se refiere el Santo Padre? A grupos de personas que experimentan la impotencia. Hay una cierta analogía respecto del concepto de "proletariado", con alguna resonancia mesiánica, y la categoría de los más débiles. El proletariado, como negación total, se convierte como resucitado de su alienación, emerge como sensus historiae. Habrá mayor impotencia, una más amplia negación, la que sufre el nascituro, el concebido no nacido, víctima de adultos que no le reconocen sus derechos, como si fueran sus dueños, árbitros de la vida; víctimas de quienes están obligados a un mayor amor y más cálida ternura. Es ésta la expresión del Papa: "Hoy una gran multitud de seres humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún no nacidos, está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. Si la Iglesia, al final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial" (8).

¿Cómo ha podido acontecer que lo que reconocía el juramento hipocrático, tantos siglos antes de Cristo, el mundo moderno, con tantos avances y conquistas, lo ignore y lo rechace? ¡Porque lo que hay de por medio no es algo, una cosa, un instrumento de que es dable usar, que se puede eliminar y tratar como basura! ¡El nascituro es alguien, es un ser humano, es un concebido, debe ser tratado como una persona humana! ¿Cómo pueden los parlamentos padecer tan peligrosa obnubilación? ¿Cómo pueden las madres rechazar algo que deberían defender con ternura y amor de predilección, así fuera por instinto? Es verdad que el Papa, con entrañas de misericordia, se rebela, o se resiste a creer, contra la idea de que pueda haber madres que en lugar de ser fuentes de vida, se vuelvan no sólo sepulcros sino sus verdugos. Y señala toda una cadena de responsables que mueven, presionan y acosan a las madres a cometer el crimen del aborto: la sociedad, la familia (sin compasión), sobre todo los parlamentos que promueven leyes inicuas (9). Hay una circulación de amorosa compasión respecto de las madres (sin negar el horror del delito), incluso cuando han incurrido en este crimen abominable.

¿Cómo ha podido operarse tan desconcertante cambio en la mentalidad, de tal modo que la alegría en la acogida de la vida nueva se transforme en desconfianza, en temor, hasta la decisión de eliminar al concebido como si fuera un injusto agresor?

Hace unos meses visité algunos países de África. Me contaban acerca de una significativa tradición, en muchos lugares. Cuando nace un niño en una clínica o en un hospital, acude la tribu con cantos y danzas para recoger al niño y conducirlo, en ambiente de fiesta, hasta su casa. Algo parecido a los pastores que corrieron presurosos hasta el pesebre de Belén: hay villancicos, hay cantos de los ángeles. Nuestros hogares se llenan de canciones en la "noche buena". Navidad es la fiesta del nacimiento del Salvador, y en cada hogar, cuando irrumpe la vida, hay navidad. ¡Quiénes, cómo, con cuáles derechos destruyen estas tradiciones y vuelven los vientres en cárceles, antesalas de las penas capitales del aborto! Qué contraste: mientras la Iglesia mira con fundada desconfianza y sólo en circunstancias muy especiales, el recurso a la pena capital, aún cuando se trata de delincuentes -protagonistas de crímenes atroces (10)-, las democracias modernas se consideran autorizadas para decretar las penas de muerte a los más débiles, indefensos, a los más inocentes. ¡Se equivocan quienes sostienen la idea de que el aborto no es un abominable homicidio!

Es la moderna masacre de 50 millones de víctimas de abortos legalizados, al año, de una democracia que los despedaza en el útero materno, como homenaje al derecho que les reconoce falso de eliminar a los nascituri como si fueran simples apéndices, agregados celulares, como una especie de tumor en el seno materno. Es ésta la idea que muchas madres que abortan tienen: cuando pueden contemplar a sus hijos, en los scanners, y ven que no son cosas, surge una nueva corriente de ternura y responsabilidad y se convierten en fervientes defensoras del fruto de su vientre. Hay una cadena de centros de defensa de la vida en México, por ejemplo, que han salvado más de 10,000 nascituri.

Hoy, el nuevo muro que se alza, dividiendo a la humanidad, no es ya el de Berlín, construido por la ideología (11), sino el que separa la cultura de la vida y de la muerte. Y este muro de vergüenza se levanta al interior de la mayoría de los países del mundo.

Estamos en medio del conflicto, de la lucha. La Iglesia se halla en medio de la batalla. Hay que decidir, fieles a la voluntad del Señor, por la vida. ¡No podía ser de otra manera (12)! En Estados Unidos los abortistas pro-choice son contrarrestados así: el mejor pro-choice es pro-life (ésa es la verdad y la libertad).

La Iglesia toma en sus manos la causa de los más débiles e inocentes contra la prepotencia de los poderosos. Su fuerza arbitraria se transmuta en tiranía, por el peso de las mayorías (mal informadas o dominadas por las ideologías) en los parlamentos, que creen poder fundar las leyes no en la justicia sino en su voluntad soberana y arbitraria. La Iglesia no puede callar mientras cunde el grito de los inocentes.

Es una lucha llena de peligros porque los poderosos cuentan con todos los medios, excepto la verdad, el amor y la justicia. Son ríos de dinero los que corren para difundir el imperialismo contraceptivo y abortivo. Se habla de más de 13 millones de dólares, sumando los presupuestos de las instituciones que buscan el control de la natalidad. Hay que recordar que el Fondo de las Naciones Unidas para la Población y el Desarrollo (UNPFA) tiene metas bien ambiciosas para antes del año 2000. Y esto sin contar las ayudas oficiales para abortar. Oí en estos días que abortar cuesta cerca de 500,000 liras en Italia (unos 350 dólares). El resto lo paga el Estado. ¡Y en Singapur costaría cinco dólares! En los países abortistas, los que rechazan esas leyes inicuas son obligados contribuyentes.

Curiosamente, mientras las democracias modernas admiten toda clase de protestas, van tendiendo a que se considere imposible protestar contra esta masacre. ¡Se vuelve difícil, con tantos riesgos, propender por la objeción de conciencia! La Iglesia no protege y menos suscita movimientos violentos en defensa de la vida. Algunos quieren inculcar esa caricatura. Y ningún movimiento pro-vida apoyaría a quienes buscan hacer justicia por propia mano, sustituyendo a las autoridades. ¿Cómo hacen creer que hace parte de su ideario liquidar médicos abortistas? Castigar esos delitos es algo que, con leyes justas, corresponde a las autoridades. La vergüenza moral es que esto no se haga.

Nos hallamos ante la insensatez de pensar que no castigar el crimen, la despenalización, sea una vía civilizada. Se olvida que elevar al nivel de principio que el delito no sea punible es cancelar la categoría de delito. Eso podría corresponder al juez, analizadas las circunstancias. Hay circunstancias atenuantes, como las hay agravantes. El error radica en que, a priori, el legislador señale quien, en concreto, al cometer un delito, no merezca ser castigado. ¡He aquí la vía hacia el totalitarismo, por la acumulación de poderes! El legislador se arroga el papel de juez que elimina la pena.

Es verdad que el problema es dramático cuando las leyes inicuas se vuelven invulnerables, con un muro de silencio. Será prohibido no sólo actuar, sino -si la manipulación fuera posible- pensar contra lo que las leyes arbitrarias disponen. ¿Quién, entonces, defiende a los inocentes? Ellos, los nascituri, no pueden protestar, manifestar en las calles, organizar su defensa. Si el nascituro pudiera defenderse de la letal agresión que perpetran los cómplices del delito al realizarlo, tendría todo el derecho a hacerlo, incluso hasta quitar la vida al injusto agresor, según la moral con los principios clásicos conocidos. No se puede negar que es en extremo dolorosa la situación cuando las leyes inicuas se defienden hasta impedir el clamor de una sociedad que se siente asaltada en sus derechos. Y todo en nombre de una democracia "pluralista" que debiera ostentar un amor que incluso privilegie a los más necesitados e indefensos. ¡Cuán peligrosa es una democracia que se complace en despedazar a los más inocentes! En breve, lo esperamos, se reconocerá el límite cruel de una democracia que silencia y condena a muerte a los más débiles. Cómo hoy los pueblos se avergüenzan de hablar de democracia cuando aceptaban como un derecho el esclavismo.

Quizás no se ha perdido del todo la vergüenza por semejantes delitos. Se busca cubrir, con el maquillaje de un lenguaje rebuscado, la gravedad del crimen. Se llega a imaginar que los artificios del lenguaje son suficientes para ocultar la iniquidad. Es el caso de la expresión "interrupción del embarazo". ¡No se habla del aborto! A El Cairo se llevaba un paquete de expresiones artificiosas que enmascaraba la realidad y los propósitos. ¡Cuántos rodeos para hacer pasar inadvertidamente el aborto como instrumento de planificación de la familia! Cuántos rodeos para no tener que aludir a una deformación de la verdad del sexo y su responsabilidad que tiene su lugar en el matrimonio.

Como se empezó a hablar de un aborto "seguro" (safe abortion), sin hacer referencia a los derechos del concebido a quien lo único que se asegura es la muerte; de un "aborto raro", cuando la tendencia en varios países va en la línea de ampliar las "causales" de aborto, en el tiempo y en las circunstancias... ¿"Raro" el aborto en Europa, que sólo es rechazado por Irlanda y Malta; "raro" en Estados Unidos, cuando se hacía circular de nuevo los recursos económicos para un control natal sin referencias morales?

Con todo, el mismo lenguaje tiene sus trampas... Se habla hoy más del "producto", con una expresión de fábrica, en vez del hijo. Se evita a toda costa hablar del matrimonio y se hace referencia a "uniones", a la "pareja". Pero no son raros los resbalones. Se difunde la idea de la "vacuna anti-bebé", lo que equivale a catalogar al nascituro como un virus. Por tanto, la maternidad es una enfermedad y la esterilidad un bien buscado, no una humillación. Pensar que en Brasil más de la tercera parte de las mujeres en edad fértil han sido esterilizadas. Mientras en el año 1960 se establecía como proyección para esta década una población de 210 millones de habitantes, los datos estadísticos indican que no pasan de 160 millones.

Hay otra categoría de personas en altísimo riesgo por la mentalidad anti-vida: son los enfermos, los enfermos terminales, pero también, los nascituri que no gozan de una "calidad de vida", cuya existencia es considerada inútil y nociva. Se apela aquí a todos los resortes de la compasión para concluir que la eutanasia o la eugenesia es una acto de humana compasión, incluso un comportamiento responsable. Al derecho de "morir dignamente", es decir sin dolores... corresponde el derecho a una complicidad compasiva.

Nuevamente nos hallamos ante un problema serio de distorsión antropológica. ¿Quién es este nascituro? ¿Quién es este enfermo cuyo cuerpo se erosiona irremediablemente? ¿Es imagen de Dios, es cuerpo y alma, es ser humano, persona humana, o no? ¿La enfermedad, la falta de la salud, de ese tipo de calidad de vida de la que tanto se habla hoy, cancela su realidad de persona?

Permitidme expresar que, precisamente aquí, es donde, con peculiar claridad, se dan cita la razón y la fe, la verdad del hombre, iluminada plenamente desde el Verbo encarnado. ¿Este nascituro enfermo, del cual se quieren liberar, después de un diagnóstico prenatal con tal intención, que merece vivir, tiene un derecho a ello? ¿Este enfermo que se revuelca en el dolor y en la angustia, vive así una vida digna de ser vivida? No hay duda de que nos hallamos ante uno de los más duros dramas. La Iglesia no lo oculta. Pues bien, ¿cuál es la última raíz de su dignidad, de su realidad personal, así nadie los amara, acogiera, acompañara y fueran declarados fardos pesados e insoportables? La respuesta es ésta: la última raíz de su dignidad personal es que ellos son amados, queridos por Dios. Porque Dios los ha amado, por ello vienen al mundo. Dice la imitación de Cristo: "no hay creatura tan pequeña y humilde (ita parva et humilis) que no represente la bondad de Dios". En una filosofía digna de tal nombre, Deus est infundens bonitatem in rebus. El bien, todo bien, la bondad de la vida, esa calidad ontológica única e insustituible, tiene su fuente en Dios que da, que infunde, la bondad en las cosas.

No es bueno o malo lo que dan como veredicto los parlamentos, sino lo que Dios, Señor de la vida, establece. ¡Ved cómo es de peligroso olvidar la ley natural!

Aquí la antropología se introduce y se explica, en la mayor profundidad, con lo que llamamos el diseño de Dios, el plan de Dios. La verdad del hombre pasa por esta pregunta: ¿qué quiere Dios del hombre, de este hombre, de este niño, de este enfermo, de este hogar? La razón y la fe se enlazan en un homenaje de obediencia, de apertura a Dios. El hombre es imagen y se hace imagen, como vocación, en la medida en que él se abre, se comunica, con quien es su Creador. Sólo así se reconoce como objeto de amor y emerge a su realidad más noble.

Permitidme una anécdota, que quizás hará más comprensible esta verdad del hombre. Llevamos a cabo un encuentro internacional en Río de Janeiro sobre "los niños de la calle" (os meninos da rua). Fue convocado por nuestro Pontificio Consejo. Me llamó mucho la atención la constante que fue surgiendo de la experiencia de los especialistas, de los que han dedicado lo mejor de sus energías a este apostolado. Contaban que esos niños abandonados no temen la muerte. Más aún, se desprecian a sí mismos en la medida en que son despreciados. Diríamos que introyectan esa actitud que los hace experimentar que sobran, que están como de más... Algo sobre tal sensación fue abordado por la filosofía, cuando el hombre no experimenta la paternidad.

Los niños, os meninos da rua, se transforman cuando se sienten amados (en una familia que los acoge, en una institución que les da calor de un hogar), se sienten personas; es como un amanecer, en una como creación en el milagro del amor. La psicología tendría mucho que decir sobre la forma como se va tejiendo nuestra conciencia personal y moral, la conciencia de un yo, al encontrarse con el tú, de otros, que reflejan de alguna manera el Tú (con mayúscula) de Dios mismo.

Así, de manera similar, amanece en la vida del enfermo cuando el amor se expresa en compañía, en cuidados, en la cura debida. Es un modo claro de expresar que valen, que cuentan, que son personas. La madre Teresa de Calcuta narra cómo los enfermos, aquellos que recoge en las calles, los acribillados por el sida, mueren como amaneciendo, en paz, cuando se sienten amados. Es la antropología que se vuelve praxis de caridad.

Es verdad que todo esto representa otro lenguaje. Aquí radica el problema de la comunicación. Se juega para el futuro la misma posibilidad del diálogo, base de la coexistencia entre personas y pueblos. Hay que rehacer la posibilidad misma del diálogo en la cultura de la vida. Al drama del enfermo la Iglesia acude como el Buen Samaritano, con entrañas de misericordia, con una capacidad de compadecer (cum pati) que es compartir en el respeto, no suprimir o liquidar.

A todo esto se refiere la Evangelium vitae en no pocos lugares (13). Nada tiene que ver esta compasión con el encarnecimiento terapéutico.

Hay una "lógica" implacable. Si a otros tratamos como cosas, en las que se "agotaron" las personas, en un cambio cualitativo impuesto... tratados como cosas, no como personas, como carga, un mañana (un mañana más o menos próximo), cuando la salud se erosione, cuando pasen los años, también nosotros seremos tratados así. Los periódicos hace un tiempo informaban del comportamiento de unas enfermeras en Austria que resolvieron deshacerse de los enfermos (de semejante carga), asfixiándolos con las almohadas. Mañana los psiquiatras podrán comenzar a hablar de ese "complejo"... del complejo de la almohada para ancianos y enfermos.

4. Los países pobres y la demografía

Pero la categoría de personas se torna también categoría de pueblos. Nos hallamos en la perspectiva demográfica.

Encontramos aquí un amplio campo que entra plenamente en la doctrina social de la Iglesia, y donde se juega una solidaridad real, con un actitud de respeto y de justicia.

Hay muchos pueblos pobres en el mundo maltratados por los poderosos del mundo. Son manipulados, recortados en su soberanía, con políticas demográficas impuestas, con procedimientos condicionantes que la Iglesia no cesa de denunciar (14).

Hay una denuncia vigorosa, hasta cierto punto inusitada, en la que Juan Pablo II muestra la trama ideológica que todo lo invade, con un gran temor, en vez de una corriente de solidaridad, porque pueden disturbar su tranquilidad. Una tranquilidad egoísta, satisfecha e injusta. "Éstos -los poderosos de la tierra- consideran también como una pesadilla el crecimiento demográfico actual y temen que los pueblos más prolíficos y más pobres representen una amenaza para el bienestar y la tranquilidad de sus Países. Por consiguiente, antes que querer afrontar y resolver estos graves problemas respetando la dignidad de las personas y de las familias, y el derecho inviolable de todo hombre a la vida, prefieren promover e imponer por cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos. Las mismas ayudas económicas, que estarían dispuestos a dar, se condicionan injustamente a la aceptación de una política antinatalista" (15).

Hay documentos, recientemente publicados, que prueban lo fundado de esta denuncia. Lo que pone en movimiento drásticos mecanismos de defensa es el temor que suscitan pueblos pobres, agresores de la placidez de los poderosos. Es un riesgo, o un atentado contra el poder de la fuerza, contra la fuerza transmutada en "derecho", el de los fuertes. En un organismo de la ONU se celebra la imaginación de festivales de control natal: los niños inflan como bombas de juguete los preservativos. Se los distribuyen en escuelas y colegios. ¡El sexo es un juego (16)! Se trata de un "Rapport" de 1990, de la Banca Mundial, publicada en Washington. El profesor Schooyans muestra las inquietantes conclusiones del documento, coordinado por Kissinger, del año 1974, que tiene como título Implications of world wide Population Grow for U.S. security and overseas interests. El control natal es cuestión de "seguridad" (17).

Se habla de un darwinismo social. ¿Qué significa? En el evolucionismo hay un filum, el de los más fuertes, que avanza, permanece, mientras otros caen en el camino. En los campos sociales y económicos pareciera que habría una ideología y unas políticas demográficas que conceden todos los derechos a los pueblos ricos, los cuales son negados a los pobres. Éstos no tendrían derecho a engendrar hijos, a procrear. Esto sería ya una irresponsabilidad.

La ideología culpabiliza a los pobres por su acelerado crecimiento poblacional. Ellos así atentarían contra el ecosistema. Son la causa del deterioro del medio ambiente. Ideas semejantes fueron llevadas a la Conferencia de Río de Janeiro sobre el medio ambiente. Fue necesario que la delegación de la Santa Sede recordara los abusos que provienen de los desafueros de una industrialización sin límites y que defendiera los derechos de la familia y de una paternidad responsable. ¡Poco se habló de la polución letal de centrales nucleares como Chernobyl!

La ideología se construye sobre mitos.

Primero se exageran los peligros con tonos apocalípticos. El mundo en la "revolución demográfica", superpoblado, no soportaría más habitantes. No cabemos en un mundo con recursos limitados. No caben más pasajeros en la balsa. Las proyecciones hacia el futuro serían aterradoras si no se frena el crecimiento demográfico de los pobres, rápido y por todos los medios. ¿Dónde está la verdad?

Imposible resumir aquí, en toda su fuerza, una serie de argumentos que han sido objeto en varios recientes congresos sobre demografía, en una reflexión seria que se ha profundizado en el documento de trabajo Evoluciones demográficas: dimensiones éticas y pastorales (18), del Pontificio Consejo para la Familia.

Algunas breves consideraciones:

Se olvida que nos hallamos en un momento de transición que muestra que al crecimiento acelerado desde 1825, hacia la década del '70, se ha alcanzado una tendencia hacia una estabilización. Ésta es producto del hecho de la drástica caída de la tasa de nacimientos en muchos países ricos que acusan el "invierno demográfico" y de los cambios operados en tantos países en donde no se puede hablar de "explosión" demográfica. Un período de rápido crecimiento poblacional, causado por la reducción notable de la mortalidad infantil y a los avances de la medicina y de la higiene, que han permitido que la media de esperanza de vida haya aumentado en forma tan positiva.

Ilustra muy bien este nuevo momento, el hecho de las rectificaciones de proyecciones que antes eran lanzadas a los cuatro vientos con tintes apocalípticos. Y no me refiero a las confusiones del Club de Roma hace años. Los mismos datos de las Naciones Unidas cambian sorprendentemente, en los últimos años. Es aleccionador el libro del profesor Gérard-François Dumont, Le monde et les hommes. Les grandes évolutions démographiques (19).

Él trabaja sobre los mismos datos de Naciones Unidas. ¿Qué es posible observar? En menos de cinco años ya no se usa la proyección alta que hace poco se ofrecía y se difundía por doquiera, es decir, los 11 mil millones de habitantes para el año 2025. Se habla ahora de la hipótesis media de 8 mil millones. ¡En un lapso de 30 años, solamente, se hace ya una "rebaja" de 3 mil millones! ¡Más de la mitad de la actual población mundial! Se trata de hipótesis de proyecciones cambiantes que se suceden caprichosamente. Hay ya hipótesis que contemplan la posibilidad (es verdad, muy baja) de 4 mil millones de habitantes en el año 2010...

El problema radica en los recursos actuales y potenciales, y los que la imaginación y el trabajo del hombre pueden descubrir, explotar y arbitrar.

Y esto en cada país, en cada región, y en todo el mundo. Somos una familia. ¡El problema es el desarrollo "integral", como lo señalaba Pablo VI en la Populorum progressio, de todo el hombre y de todos los hombres! Hoy hay países como Estados Unidos que son una despensa para el mundo. El progreso, el crecimiento agrícola es superior, muy superior, a sus necesidades. En el mundo ha habido un notable crecimiento en la agricultura. En algunas partes guerras intestinas, más que desastres ecológicos, han provocado sensibles reducciones. Hay una capacidad de imaginación que abre nuevas esperanzas. Se dice que si el hombre tiene una boca, goza de dos manos y de inteligencia. Gracias a ello no es verdad que choquemos contra límites inalterables.

Es necesario desmontar pieza por pieza los mitos que liquidan la esperanza, por medio de un esfuerzo científico, serio, abierto al diálogo. Hoy tenemos la sensación de un diálogo de sordos en donde se cree que la victoria está de parte de quienes cuentan con más medios de comunicación para imponer sus impresiones. La ONU podría ayudar no poco y liberarse de ataduras políticas, burocráticas, que traicionan su noble diseño original, propiciando un diálogo urgente y posible. Tiene el riesgo de convertir sus órganos en pulpos de una especie de gran poder omnipotente y arbitrario.

A pesar de la dificultad de acopiar datos serios en muchos países, hay cifras que son indicativas. Si en Nigeria y en Ciudad de México las estadísticas se caracterizan por caprichosas, no es imposible captar tendencias y hacer previsiones, al menos por un lapso adecuado de tiempo. Por lo que hemos comprobado, por ejemplo, en América Latina la cuestión demográfica está lejos de ser dramática. Algunos países están en el umbral que llevaría incluso a un desequilibrio demográfico. Y esto lo van reconociendo los datos oficiales.

Allí donde los recursos actuales no cubren ni son suficientes para las necesidades de una población en crecimiento, como v.gr. en algunos países de África y en Asia, un esfuerzo colectivo por el desarrollo, y no el recurso a métodos y técnicas inmorales, indignas del hombre, es la única vía de solución posible. La dignidad de los pueblos no puede ser puesta en juego.

Se equivocan quienes creen que los caudales inmensos de dinero, puestos al servicio de la anticoncepción y del aborto, para la esterilización masiva, con distintos métodos, son la solución a los problemas. Se difunden en las escuelas y colegios primero textos que banalizan el sexo y luego píldoras y preservativos -como ya lo recordábamos-, como si solamente fuera importante combatir (en forma además equivocada e insegura) las enfermedades sexualmente transmisibles. Se impone a los pueblos un estilo de vida errado, un lenguaje imperial desprovisto de verdad, aprovechando temores artificiosamente suscitados, apoyados en aspectos objetivos y en riesgos que no es dable ni justo ocultar. Un obispo africano me decía: primero les enseñan a hacer lo que quieran con su cuerpo y luego a abortar.

Permitidme recordar una síntesis, con su toque de humor pedagógico, de un apóstol de la dignidad, como fue el profesor Jérôme Lejeune, a quien el Santo Padre hizo el homenaje, que recibió casi doblegado por la enfermedad, de nombrar Presidente de la Academia Pontificia para la Vida: "La anticoncepción es hacer el amor, sin hacer el niño; la fecundación asistida es hacer el niño, sin hacer el amor; el aborto es deshacer el niño, y la pornografía es deshacer el amor". Una síntesis de un falso estilo de vida y una suma de errores, que no dejan de serlo con vanas apologías. Y todo esto cuesta, está costando muy caro, en el desconcierto de sociedades enfermas, con la peor enfermedad: la que socava las fuerzas del alma.

Hay un enorme riesgo de que se impongan, como si fueran impecables conclusiones de la paternidad responsable, que las familias pobres y los pueblos pobres deben estar condenados a no tener hijos. En las vastas dimensiones de la pobreza, sería impedimento moral para procrear.

Preocupa sí que se procree fuera del hogar, en el abandono total. Éste es uno de los más graves problemas. Preocupa mucho la ausencia de mecanismos legales, de códigos de la familia. El futuro, con el avance de la mentalidad divorcista, será más doloroso. La pobreza es una cruz en muchos hogares y la Iglesia reconoce numerosas causas justas para limitar la familia y apelar a los métodos naturales de la regulación de la fertilidad. La enseñanza es conocida y reiterada (20). Pero donde hay un hogar constituido, estable, responsable, los hijos tienen alguna protección.

5. Conclusión

Es necesario sembrar, en todo tiempo, en todos los lugares, una cultura por la vida, contra la conjura contra la vida. Debe comenzar en las familias, santuarios de la vida. Debe establecerse y desarrollarse toda una pastoral de la vida desde la familia. En este Congreso de Teología de la Reconciliación, podríamos decir que hay que reconciliar a la familia con la vida, partiendo del reconocimiento del don maravilloso de Dios: la vida humana.

Es una reconciliación que exige gran capacidad de lucha: "Este horizonte de luces y sombras debe hacernos a todos plenamente conscientes de que estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la "cultura de la muerte" y la "cultura de la vida". Estamos no sólo "ante", sino necesariamente "en medio" de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida" (21).

La cultura por la vida es ya un anuncio, un Evangelio de liberación en el Señor del "valor incomparable de cada persona humana... El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio" (22).

En esta causa, en esta lucha que a todos envuelve y compromete, tenemos una certeza: la victoria en el Señor. Habrá muchas tribulaciones, incluso "persecuciones por la justicia"... los poderosos se endurecen, pero terminarán por rendirse ante la evidencia de una verdad que los interpela y que los avergüenza.

Cuánto se reduciría esta masacre si tomaran una actitud humana que es una conversión a la vida. "Reconciliad a los hombres con la vida" (23). Un imperativo por la vida en la sociedad se impone: "promover un Estado humano... que reconozca, como su deber primario, la defensa de los derechos de la persona humana, especialmente de la más débil" (24). La victoria está de nuestra parte, porque el Señor de la vida, reina vivo.

Notas

* Conferencia pronunciada por el Card. Alfonso López Trujillo en el V Congreso Internacional de la Reconciliación en el Pensamiento de Juan Pablo II, "Nueva Evangelización rumbo al Tercer Milenio", Lima, 29 de octubre de 1995. Cortesía de Vida y Espiritualidad, *

1. Ver Centesimus annus, 38-39.

2. Ver Familiaris consortio, 30.

3. Ver Gaudium et spes, 22, 11.

4. Ver Evangelium vitae, 4.

5. Ver Gaudium et spes, 22, 11.

6. Ver Georges Bernanos, Diario de un cura rural, Luis de Caralt, Barcelona 1959, p. 67.

7. Ver Evangelium vitae, 5.

8. Lug. cit.

9. Ver Evangelium vitae, 69-74.

10. Ver Evangelium vitae, 56-57. 

11. La idea la recojo de un parlamento italiano.     

12. Ver Evangelium vitae, 5-6.

13. Ver Evangelium vitae, 15, 23, 46, 47, 64-67.

14. Ver Evangelium vitae, 16.

15. Evangelium vitae, 16.

16. Ver Michel Schooyans, La dérive totalitaire du libéralisme, Ed. Universitaires, París 1991, p. 61.

17. Ver allí mismo, pp. 88-89.

18. Ver Pontificio Consejo para la Familia, Evoluciones demográficas: dimensiones éticas y pastorales, Libreria Editrice Vaticana, 1994.

19. Ver Gérard-François Dumont, Le monde et les hommes. Les grandes évolutions démographiques, Editions Litec, París 1995.

20. Ver Familiaris consortio, 28-35; Evangelium vitae, 43, 88, 92, 97.

21. Evangelium vitae, 28.

22. Evangelium vitae, 2.

23. Evangelium vitae, 99.

24. Evangelium vitae, 101.