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LA IGLESIA COMUNIDAD JERÁRQUICA: Catequesis del Santo Padre, Juan Pablo II, sobre las Verdades del Credo.

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Iglesia  jerárquica

IGLESIA -4-

(LA IGLESIA COMUNIDAD: JERÁRQUICA)

INDICE

La Iglesia, comunidad jerárquica fundada sobre los doce Apóstoles (1.VII.1992)


Los obispos sucesores de los Apóstoles (8.VII.1992)


El episcopado, orden sacramental (30.IX.1992)


El colegio episcopal (7.X.1992 )


La misión confiada a cada uno de los obispos (28.X.1992)


Los obispos 'heraldos de la fe' en la predicación del Evangelio (4.XI.92)


Los obispos, administradores de la gracia del supremo sacerdocio (11.XI.92)


El servicio pastoral de los obispos (18.XI.92)


Pedro y sus sucesores, cimiento de la Iglesia de Cristo (25.XI.92)


Misión de Pedro confirmar a sus hermanos (2.XII.92)

 

La Iglesia, comunidad jerárquica fundada sobre los doce Apóstoles (1.VII.1992)

1. La Iglesia, comunidad sacerdotal, sacramental y profética, fue instituida por Jesucristo como sociedad estructurada, jerárquica y ministerial, en función del gobierno pastoral para la formación y el crecimiento continuo de la comunidad. Los primeros sujetos de esa función ministerial y pastoral son los doce Apóstoles, elegidos por Jesucristo como fundamentos visibles de su Iglesia. Como dice el concilio Vaticano II, 'Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles lo mismo que él fue enviado por el Padre (Cfr. Jn 20, 21) y quiso que los sucesores de aquellos, los obispos, que son los pastores en su Iglesia hasta la consumación de los siglos' (Lumen Gentium 18)

Este pasaje de la constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium) nos recuerda, ante todo, el puesto original y único que ocupan los Apóstoles en el cuadro institucional de la Iglesia. La historia evangélica nos da a conocer que Jesús llamó discípulos a seguirlo y entre ellos eligió a doce (Cfr. Lc 6, 13). La narración evangélica nos muestra que para Jesús se trataba de una elección decisiva, hecha después de una noche de oración (Cfr. Lc 6, 13);de una elección hecha con una libertad soberana: Marcos nos dice que Jesús, después de haber subido al monte, llamó 'a los que él quiso' (Mc 3, 13). Los textos evangélicos refieren los nombres de los que fueron llamados (Cfr. Mc 3, 16.19 y par): signo de que la Iglesia primitiva comprendió y reconoció su importancia.

2. Con la creación del grupo de los Doce, Jesús creaba la Iglesia como sociedad visible y estructurada al servicio del Evangelio y de la llegada del reino de Dios. El número doce hacía referencia a las doce tribus de Israel, y el uso que Jesús hizo de él revela su intención de crear un nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios, instituido como Iglesia. La intención creadora de Jesús se manifiesta a través del mismo verbo que usa Marcos para describir la institución: 'Hizo Doce Hizo los Doce'. El verbo 'hacer' recuerda el verbo que usa la narración del Génesis acerca de la creación del mundo y el Déutero.Isaías (43,1; 44, 2) acerca de la creación del pueblo de Dios, el antiguo Israel.

La voluntad creadora se manifiesta también en los nuevos nombres que da a Simón (Pedro) y a Santiago y a Juan (Hijos del trueno), pero también a todo el grupo o colegio en su conjunto. En efecto, escribe san Lucas que Jesús 'eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles' (Lc 6, 13). Los doce Apóstoles se convertían, así, en una realidad socio.eclesial característica, distinta y, en muchos aspectos, irrepetible. Un su grupo destacaba el apóstol Pedro, sobre el cual Jesús manifestaba de modo más explícito la intención de fundar un nuevo Israel, con aquel nombre que dio a Simón: 'piedra', sobre la que Jesús quería edificar su Iglesia (Cfr. Mt 16, 18).

3. Marcos define la finalidad de Jesús al instituir a los Doce: 'Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar los demonios' (Mc 3, 14.15).

El primer elemento constitutivo del grupo de los Doce es, por consiguiente, la adhesión absoluta a Cristo: se trata de personas llamadas a estar con él, es decir, a seguirlo dejándolo todo. El segundo elemento es el carácter misionero, expresado en el modelo de la misma misión de Jesús, que predicaba y expulsaba demonios. La misión de los Doce es una participación en la misión de Cristo por parte de hombres estrechamente vinculados a él como discípulos, amigos, representantes.

4. En la misión de los Apóstoles el evangelista Marcos subraya el 'poder de expulsar a los demonios'. Es un poder sobre la potencia del mal, que en forma positiva significa el poder de dar a los hombres la salvación de Cristo, que arroja fuera al 'príncipe de este mundo' (Jn 12, 31).

Lucas confirma el sentido de este poder y la finalidad de la institución de los Doce, refiriendo la palabra de Jesús que confiere a los Apóstoles la autoridad en el reino: 'Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí' (Lc 22, 28.29). También en esta declaración se hallan íntimamente ligadas la perseverancia en la unión con Cristo y la autoridad concedida en el reino.

Se trata de una autoridad pastoral, como muestra el texto acerca de la misión confiada específicamente a Pedro: 'Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas' (Jn 21,15.17). Pedro recibe personalmente la autoridad suprema en la misión de pastor. Esta misión se ejercita como participación en la autoridad del único Pastor y Maestro, Cristo.

La autoridad suprema confiada a Pedro no anula la autoridad conferida a los demás Apóstoles en el reino. La misión pastoral es compartida por los Doce, bajo la autoridad de un solo pastor universal, mandatario y representante del buen Pastor, Cristo.

5. Las tareas específicas inherentes a la misión confiada por Jesucristo a los Doce son las siguientes:

a. Misión y poder de evangelizar a todas las gentes, como atestiguan claramente los tres Sinópticos (Cfr. Mt 28, 18-20; Mc 16, 16-18; Lc 24, 45-48). Entre ellos, Mateo pone de relieve la relación establecida por Jesús mismo entre su poder mesiánico y el mandato que confiere a los Apóstoles: 'Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes' (Mt 28, 18.19). Los Apóstoles podrán y deberán llevar a cabo su misión gracias al poder de Cristo que se manifestará en ellos.

b. Misión y poder de bautizar (Mt 28, 29), como cumplimiento del mandato de Cristo, con un bautismo en el nombre de la Santísima Trinidad (ib.) que, por estar vinculado al misterio pascual de Cristo, en los Hechos de los Apóstoles es considerado también como Bautismo en el nombre de Jesús (Cfr. Hech 2, 38; 8, 16).

c. Misión y poder de celebrar la eucaristía: 'Haced esto en conmemoración mía' (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24)25). El encargo de volver a hacer lo que Jesús realizó en la última cena, con la consagración del pan y el vino, implica un poder muy grande; decir en el nombre de Cristo: 'Esto es mi cuerpo', 'esta es mi sangre', es casi identificarse con Cristo en el acto sacramental.

d. Misión y poder de perdonar los pecados (Jn 20, 22)23). Es una participación de los Apóstoles en el poder del Hijo del hombre de perdonar los pecados en la tierra (Cfr. Mc 2, 10); aquel poder que, en la vida pública de Jesús, había provocado el estupor de la muchedumbre, de la que el evangelista Mateo nos dice que 'glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres' (Mt 9, 8).

6. Para llevar a cabo esta misión, los Apóstoles recibieron, además del poder, el don especial del Espíritu Santo (Cfr. Jn 20, 21)22), que se manifestó en Pentecostés, según la promesa de Jesús (Cfr. Hech 1, 8). Con la fuerza de ese don, desde el momento de Pentecostés, comenzaron a cumplir el mandato de la evangelización de todas las gentes. Nos lo dice el concilio Vaticano II en la constitución Lumen Gentium: 'Los Apóstoles , predicando en todas partes el Evangelio, recibido por los oyentes bajo la acción del Espíritu Santo, congregan la Iglesia universal que el Señor fundó en los Apóstoles y edificó sobre el bienaventurado Pedro, su cabeza, siendo el propio Cristo Jesús la piedra angular. (Cfr. Apoc 21, 14; Mt 16, 18; Ef 2, 20)' (n.19)

7. La misión de los Doce comprendía un papel fundamental reservado a ellos, que no heredarían los demás: ser testigos oculares de la vida, muerte y resurrección de Cristo (Cfr. Lc 24, 48), transmitir su mensaje a la comunidad primitiva, como lazo de unión entre la revelación divina y la Iglesia, y por ello mismo dar comienzo a la Iglesia en nombre y por virtud de Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo. Por esta función, los Doce Apóstoles constituyen un grupo de importancia única en la Iglesia, que desde el Símbolo nicenoconstantinopolitano es definida apostólica 'Credo unam sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam' por este vínculo indisoluble con los Doce. Ese hecho explica por qué también en la liturgia la Iglesia ha insertado y reservado celebraciones especialmente solemnes en honor de los Apóstoles.

8. Con todo, Jesús confirió a los Apóstoles una misión de evangelización de todas las gentes, que requiere un tiempo muy largo; más aún, que dura 'hasta el fin del mundo' (Mt 28, 20). Los Apóstoles entendieron que era voluntad de Cristo que cuidaran de tener sucesores que, como herederos y legados suyos, prosiguiesen su misión. Por ello, establecieron 'obispos y diáconos' en las diversas comunidades 'y dispusieron que, después de su muerte, otros hombres aprobados recibiesen su sucesión en el ministerio' (1 Clem. 44, 2; Cfr. 42, 1.4).

De este modo, Cristo instituyó una estructura jerárquica y ministerial de la Iglesia, formada por los Apóstoles y sus sucesores; estructura que no deriva de una anterior comunidad ya constituida, sino que fue creada directamente por él. Los Apóstoles fueron, a la vez, las semillas del nuevo Israel y el origen de la sagrada jerarquía, como se lee en la constitución Ad gentes del Concilio (n. 5). Dicha estructura pertenece, por consiguiente, a la naturaleza misma de la Iglesia, según el designio divino realizado por Jesús. Según este mismo designio, esa estructura desempeña un papel esencial en todo el desarrollo de la comunidad cristiana, desde el día de Pentecostés hasta el fin de los tiempos, cuando en la Jerusalén celestial todos los elegidos participen plenamente de la 'vida nueva' por toda la eternidad.

 

 

Los obispos sucesores de los Apóstoles (8.VII.1992)

1. En los Hechos y en las cartas de los Apóstoles se documenta lo que leemos en la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, a saber, que los Apóstoles 'tuvieron diversos colaboradores en el ministerio' (n. 20). En efecto, entre las comunidades cristianas que se formaron rápidamente después de Pentecostés destaca sin duda alguna la de los Apóstoles y, en particular, el grupo de quienes en la comunidad de Jerusalén eran 'considerados como columnas: Santiago, Cefas y Juan...', tal como lo atestigua san Pablo en la carta a los Gálatas (2, 9). Se trata de Pedro, a quien Jesús había designado cabeza de los Apóstoles y pastor supremo de la Iglesia; de Juan, el apóstol predilecto; y de Santiago, 'hermano del Señor', reconocido como jefe de la Iglesia de Jerusalén.

Pero, junto a los Apóstoles, los Hechos mencionan a los 'presbíteros'(Cfr. 11, 29-30; 15, 2. 4), que constituían con ellos un primer grado subordinado de jerarquía. Ante los progresos que realizaba la evangelización en Antioquía, los Apóstoles envían allí como representante suyo a Bernabé (Hech 11, 22). Los Hechos mismos nos dicen que Saulo (san Pablo), tras su conversión y su primer trabajo misionero, se dirigió junto con Bernabé (a quien en otro pasaje atribuyen la calificación de 'apóstol'; Cfr. Hech 14, 14) a Jerusalén, centro de la autoridad eclesial, para consultar a los demás Apóstoles y llevar una ayuda material a la comunidad local (Cfr. Hech 11, 29). En la Iglesia de Antioquía, al lado de Bernabé y Saulo, se mencionan a 'profetas y maestros... Simeón llamado Niger, Lucio el cirenense, Manahén' (Hech 13,1). Desde allí envían a Bernabé y a Saulo, 'después de la imposición de las manos' (Cfr Hech 13, 2.3), a hacer un viaje apostólico. A partir de ese viaje, Saulo comienza a llamarse Pablo (Cfr Hech 13, 9). Por otra parte, en la medida en que van surgiendo las comunidades, oímos hablar de la 'designación de presbíteros' (Cfr Hech 14, 23). Las cartas pastorales a Tito y a Timoteo, a los que Pablo constituyó jefes de comunidad (Cfr. Tit 1, 5; 1 Tim 5, 17), describen con precisión la tarea de esos presbíteros.

Después del concilio de Jerusalén, los Apóstoles envían a Antioquía, junto con Bernabé y Pablo, a otros dos dirigentes: Judas, llamado Barsabás, y Silas, personas muy estimadas entre los hermanos (Cfr. Hech 15, 22). En las cartas de san Pablo )no sólo en las que escribió a Tito y a Timoteo. se mencionan otros 'colaboradores' y 'compañeros' del Apóstol (Cfr. 1 Tes 1, 1; 2 Cor 1,19; Rom 16,1.3.5).

2. En un determinado momento la Iglesia tuvo necesidad de contar con nuevos jefes, sucesores de los Apóstoles. El concilio Vaticano II dice a este propósito que los Apóstoles, 'a fin de que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a sus colaboradores inmediatos el encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos, encomendándoles que atendieran a toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo los había puesto para apacentar la Iglesia de Dios (Cfr. Hech 20, 28). Y así establecieron tales colaboradores y les dieron además la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio (Cfr. S. Clem. Rom., Ep. ad Cor. 44, 2)' (Lumen Gentium, 20)

Esa sucesión está atestiguada en los primeros autores cristianos extrabíblicos, por ejemplo en san Clemente, san Ireneo y Tertuliano, y constituye el fundamento de la transmisión del auténtico testimonio apostólico de generación en generación. Escribe el Concilio: 'Así, como atestigua san Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los Apóstoles obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en todo el mundo (S. Ireneo, Adv. haer. III, 3,1; Cfr. Tertuliano, De Praescr. 20, 4.8)' (Lumen Gentium, 20).

3. De estos textos se deduce que la sucesión apostólica presenta dos dimensiones relacionadas entre sí: una, pastoral y otra, doctrinal, en continuidad con la misión de los mismos Apóstoles. A este propósito, basándose en los textos, hay que precisar lo que muchas veces se ha dicho, esto es, que los Apóstoles no podían tener sucesores porque habían sido invitados a realizar una experiencia única de amistad con Cristo durante su vida terrena y a desempeñar un papel único en la inauguración de la obra de salvación.

Es verdad que los Apóstoles tuvieron una experiencia excepcional, incomunicable a los demás en cuanto experiencia personal, y que desempeñaron un papel único en la formación de la Iglesia, es decir, tanto en el testimonio y la transmisión de la palabra y del misterio de Cristo gracias a su conocimiento directo, como en la fundación de la Iglesia de Jerusalén. Pero recibieron simultáneamente una misión de magisterio y de guía pastoral para el desarrollo de la Iglesia. Y esa misión era transmisible, y debía ser transmitida, conforme a la intención de Jesús, a sus sucesores, para proseguir la evangelización universal. Por tanto, en este segundo sentido, los Apóstoles tuvieron primero colaboradores y luego sucesores. Lo afirma muchas veces el Concilio (Lumen Gentium, 18, 20 y 22}.

4. Los obispos realizan la misión pastoral confiad los Apóstoles y poseen todos los poderes que ella comporta. Además, como los Apóstoles, la realizan con la ayuda de sus colaboradores. Leemos en la constitución Lumen Gentium: 'Los obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los sacerdotes y diáconos, presidiendo en nombre de Dios la grey (Cfr. San Ignacio de Antioquía, Philad., Praef, 1, 1), de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno' (n. 20).

5. El Concilio insistió en esa sucesión apostólica de los obispos, afirmando que es de institución divina. Leemos también en la Lumen Gentium: 'Por ello, este sagrado Sínodo enseña que los obispos han sucedido, por institución divina, a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, de modo que quien los escucha, escucha a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien lo envió (Cfr. Lc 10, 16)' (n. 20).

En virtud de esa institución divina, los obispos representan a Cristo, de manera que escucharlos significa escuchar a Cristo. Así pues, además del sucesor de Pedro, también los otros sucesores de los Apóstoles representan a Cristo pastor. Por eso, enseña el Concilio: 'En la persona de los obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, pontífice supremo, está presente en medio de los fieles' (Lumen Gentium, 21). Las palabras de Jesús: 'Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha' (Lc 10, 16), citadas por el Concilio, tienen una aplicación aún más amplia, porque fueron dirigidas a los setenta y dos discípulos. Y, en los textos de los Hechos de los Apóstoles, citados en los dos primeros párrafos de esta catequesis, hemos contemplado el florecimiento de colaboradores que había alrededor de los Apóstoles, una jerarquía que enseguida se desdobló en presbíteros 'los obispos y sus colaboradores' y diáconos, sin excluir la participación de los simples fieles, colaboradores en el ministerio pastoral.

 

 

El episcopado, orden sacramental (30.IX.1992)

1. Reanudamos, después de una larga pausa, las catequesis acerca de la Iglesia, que habíamos interrumpido a comienzos de julio. Entonces estábamos hablando de los obispos en calidad de sucesores de los Apóstoles, y apuntábamos que dicha sucesión implica la participación en la misión y en los poderes conferidos por Jesús a los mismos Apóstoles.

Hablando de esto, el concilio Vaticano II puso de relieve el valor sacramental del episcopado, que refleja en sí el sacerdocio ministerial que los Apóstoles recibieron de Jesús mismo. De esta forma se especifica la naturaleza de la misión que los obispos desempeñan en la Iglesia.

2. En efecto, leemos en la constitución Lumen Gentium que Jesucristo, 'sentado a la diestra del Padre, no está ausente de la congregación de sus pontífices', sino que, principalmente a través de su servicio eximio:

a) en primer lugar 'predica la palabra de Dios a todas las gentes' (Lumen Gentium, 21). Así pues, Cristo glorioso, con su poder soberano de salvación, actúa mediante los obispos, cuyo ministerio de evangelización con razón es definido 'excelso' (ib.). La predicación del obispo no sólo prolonga la predicación evangélica de Cristo, sino que es predicación de Cristo mismo en su ministerio.

b) Además, 'por medio de los obispos (y de sus colaboradores), Cristo administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio paternal (Cfr. 1 Cor 4, 15) va congregando nuevos miembros a su Cuerpo' (Ib 21). Todos los sacramentos son administrados en nombre de Cristo. De modo particular, la paternidad espiritual, significada y actuada en el sacramento del bautismo, está vinculad la regeneración que viene de Cristo.

c) Finalmente, Cristo, 'por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad' (Ib 21). La sabiduría y la prudencia la ponen en práctica los obispos, pero vienen de Cristo que es quien, por medio de ellos, gobierna al pueblo de Dios.

3. Aquí conviene anotar que el Señor, cuando actúa por medio de los obispos, no quita los límites y las imperfecciones de su condición humana, tal como se manifiesta en su temperamento, su carácter, su comportamiento y su dependencia de fuerzas históricas de cultura y de vida. También en este aspecto podemos recurrir a las noticias que el evangelio nos refiere acerca de los Apóstoles elegidos por Jesús.

Eran hombres que, sin duda, tenían sus defectos. Durante la vida pública de Jesús, disputaban por conseguir el primer lugar y todos abandonaron a su Maestro cuando fue arrestado. Después de Pentecostés, con la gracia del Espíritu Santo, vivieron en la comunión de fe y caridad. Pero eso no quiere decir que hubieran desaparecido en ellos todos los límites propios de la condición humana. Como sabemos, Pablo reprochó a Pedro su comportamiento demasiado condescendiente hacia los que querían conservar en el cristianismo la observancia de la ley judaica (Cfr. Gal 2, 11.14). De Pablo mismo sabemos que no tenía un carácter fácil y que se produjo un gran enfrentamiento entre él y Bernabé (Hech 15, 39), aunque éste era 'un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe' (Hech 11, 24).

Jesús conocía la imperfección de aquellos a quienes había elegido, y mantuvo su elección incluso cuando la imperfección se manifestó en formas graves. Jesús quiso actuar por medio de hombres imperfectos, y en ciertos momentos tal vez censurarles, porque por encima de sus debilidades debía triunfar la fuerza de la gracia, concedida por el Espíritu Santo. Puede suceder que, con sus imperfecciones, o incluso con sus culpas, también los obispos fallen en el cumplimiento de las exigencias de su misión o perjudiquen a la comunidad. Por ello, debemos orar por los obispos, para que se esfuercen siempre por imitar al buen Pastor. Y, de hecho, en muchos de ellos el rostro de Cristo pastor se ha manifestado y se manifiesta de forma evidente.

4. No es posible enumerar aquí a los obispos santos que han sido guías y forjadores de sus Iglesias en los tiempos antiguos y en todas las épocas sucesivas, incluidas las más recientes. Baste aludir a la grandeza espiritual de alguna figura eminente. Pensemos, por ejemplo, en el celo apostólico y el martirio de san Ignacio de Antioquía; en la sabiduría doctrinal y el ardor pastoral de san Ambrosio y de san Agustín; en el empeño de san Carlos Borromeo por la auténtica reforma de la Iglesia; en el magisterio espiritual y la lucha de san Francisco de Sales por la conversión de la fe católica; en la dedicación de san Alfonso María de Ligorio a la santificación del pueblo y a la dirección de las almas; en la irreprochable fidelidad de san Antonio Maria Guianelli al Evangelio y a la Iglesia. Y ¡cuántos otros pastores del pueblo de Dios, de todas las naciones y de todas las Iglesias del mundo, sería preciso recordar y celebrar! Contentémosnos con dirigir aquí un pensamiento de homenaje y gratitud a todos los obispos de ayer y de hoy que con su acción, su oración y su martirio (a menudo, del corazón, pero a veces también de su sangre) continúan el testimonio de los Apóstoles de Cristo.

Desde luego, a la grandeza del 'ministerio excelso' recibido de Cristo como sucesores de los Apóstoles, corresponde su responsabilidad de 'ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios' (Cfr. 1 Cor 4, 1). Como administradores que disponen de los misterios de Dios para distribuirlos en nombre de Cristo, los obispos deben estar estrechamente unidos y firmemente fieles a su Maestro, que no ha dudado en confiarles a ellos, como a los Apóstoles, una misión decisiva para la vida de la Iglesia en todos los tiempos: la santificación del pueblo de Dios.

5. El concilio Vaticano II, después de haber afirmado la presencia activa de Cristo en el ministerio de los obispos, enseña la sacramentalidad del episcopado. Durante mucho tiempo este punto fue objeto de controversia doctrinal. El concilio de Trento había afirmado la superioridad de los obispos con respecto a los presbíteros: superioridad que se manifiesta en el poder que se les ha concedido de confirmar y de ordenar. Pero no había afirmado la sacramentalidad de la ordenación episcopal.

Podemos, por consiguiente, constatar el progreso doctrinal que en este aspecto se ha producido gracias al último Concilio, que declara 'Enseña, pues, este santo Sínodo que en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden, llamada, en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres, sumo sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado' (Lumen Gentium, 21).

6. Para hacer esta afirmación el Concilio se basa en la Tradición e indica los motivos para afirmar que la consagración episcopal es sacramental. En efecto, ésta les confiere la capacidad de 'hacer las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actuar en lugar suyo' (ib., 21). Por otra parte, el rito litúrgico de la ordenación es sacramental: 'por la imposición de las manos y las palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter' (ib.).

Ya en las cartas pastorales (Cfr. 1 Tim 4, 14) todo eso se consideraba como obra del sacramento que reciben los obispos y éstos, a su vez, transmiten a los presbíteros y diáconos: sobre esa base sacramental se forma la estructura jerárquica de la Iglesia, Cuerpo de Cristo.

7. El Concilio atribuye a los obispos el poder sacramental de 'incorporar, por medio del sacramento del orden, nuevos elegidos al Cuerpo episcopal' (Lumen Gentium, 21). Es la manifestación más elevada del poder jerárquico, en cuanto toca un elemento vital del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: la constitución de jefes y pastores que prosigan y perpetúen la obra de los Apóstoles en unión con Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo.

Algo análogo se puede decir también con respecto a la ordenación de los presbíteros, reservada a los obispos sobre la base de la concepción tradicional, vinculada al Nuevo Testamento, que les atribuye a ellos, como sucesores de los Apóstoles, el poder de 'imponer las manos' (Cfr. Hech 6, 6; 8, 19; 1 Tim 4,14; 2 Tim 1, 6), para constituir en la Iglesia ministros de Cristo estrechamente unidos a los titulares de la misión jerárquica. Eso significa que la acción de los presbíteros brota de un todo único, sacramental, sacerdotal y jerárquico, dentro del cual está destinada a desarrollarse en comunión de caridad eclesial.

8. En la cima de esta comunión permanece el obispo, que ejerce el poder que le ha conferido la 'plenitudo del sacramento del orden, plenitud recibida como un servicio de amor, y que es participación, según su modo propio, de la caridad derramada en la Iglesia por el Espíritu Santo (Cfr. Rom 5, 5). Impulsado por la conciencia de esta caridad, el obispo, imitado por el presbítero, no actuará de modo individualista o absolutista, sino 'en comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del Colegio' (Lumen Gentium, 21). Es evidente que la comunión de los obispos, unidos entre sí y con el Papa, y proporcionalmente la de los presbíteros y los diáconos, manifiesta del modo más elevado la unida de toda la Iglesia como comunidad de amor.

 

El colegio episcopal (7.X.1992 )

1. En la constitución Lumen Gentium el concilio Vaticano II establece una analogía entre el colegio de los apóstoles y el de los obispos unidos con el Romano Pontífice: 'Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás Apóstoles forman un solo colegio apostólico, de igual manera se unen entre si el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles' (n. 22). Es la doctrina sobre la colegialidad del Episcopado en la Iglesia, que tiene su primer fundamento en el hecho de que Cristo nuestro Señor, al fundar su Iglesia, llamó a los Doce, constituyéndolos en Apóstoles y encargándoles la misión de la predicación del evangelio y la del gobierno pastoral del pueblo cristiano, estableciendo así la estructura ministerial de la Iglesia. Los doce Apóstoles se nos presentan como un corpus y un collegium de personas unidas entre sí por la caridad de Cristo que los puso bajo la autoridad de Pedro, a quien dijo: 'Tu eres Pedro (es decir, roca), y sobre esta piedra edificaré mi iglesia' (Mt 16, 18). Pero aquel grupo originario, por haber recibido la misión de la evangelización que era preciso llevar a cabo hasta el fin de los tiempos, debía tener sucesores, que son precisamente los obispos. Según el Concilio, esa sucesión reproduce la estructura original del colegio de los Doce unidos entre sí por voluntad de Cristo bajo la autoridad de Pedro.

2. El Concilio no presenta esta doctrina como una novedad, salvo (tal vez) en la formulación, sino como el contenido de una realidad histórica de aceptación y cumplimiento de la voluntad de Cristo, que conocemos por la Tradición'.

a) 'Ya según la más antigua disciplina (dice), los obispos esparcidos por todo el orbe comunicaban entre sí y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz'.

b) 'También los concilios convocados para decidir en común las cosas más importantes, sometiendo la resolución al parecer de muchos, manifiestan la naturaleza y la forma colegial del orden episcopal, confirmada manifiestamente por los concilios ecuménicos celebrados a lo largo de los siglos'.

c) La colegialidad 'está indicada también por la costumbre, introducida de antiguo, de llamar a varios obispos para tomar parte en la elevación del nuevo elegido al ministerio del sumo sacerdocio. Uno es constituido miembro del cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la cabeza y con !os miembros del colegio' (Lumen Gentium, 22).

3. El colegio (leemos también) 'en cuanto compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo una sola cabeza, la unidad de la grey de Cristo' (ib.). En unión con el Sucesor de Pedro, todo el colegio de los obispos ejercita la suprema autoridad en la Iglesia universal. En las catequesis siguientes trataremos del 'ministerio petrino' en la Iglesia. Pero es preciso tenerlo presente también cuando se habla de la colegialidad del Episcopado.

Sin duda, según la Lumen Gentium, 'la potestad suprema sobre la Iglesia universal que posee este colegio se ejercita de modo solemne en el concilio ecuménico'(ib.); pero añade que 'es prerrogativa del Romano Pontífice convocar estos concilios ecuménicos, presidirlos y confirmarlos' (ib.). Un concilio no puede ser verdaderamente ecuménico, si no ha sido confirmado o, al menos, aceptado por el Romano Pontífice. Le faltaría el sello de la unidad garantizada por el Sucesor de Pedro. Cuando la unidad y la catolicidad quedan aseguradas, el concilio ecuménico puede también definir de modo infalible las verdades en el campo de la fe y de la moral. Históricamente, los concilios ecuménicos han desempeñado un papel muy importante y decisivo en la precisación, la definición y en el desarrollo de la doctrina: baste pensar en los concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia.

4. Además de por los concilios ecuménicos, 'esta misma potestad colegial puede ser ejercida por los obispos dispersos por el mundo a una con el Papa, con tal que la cabeza del colegio los llame a una acción colegial o, por lo menos, apruebe la acción unida de éstos o la acepte libremente, para que sea un verdadero acto colegial (ib.).

. Los sínodos episcopales, instituidos después del concilio Vaticano II, tienen por finalidad realizar de forma más concreta la participación del colegio episcopal en el gobierno universal de la Iglesia. Estos sínodos estudian y discuten temas pastorales y doctrinales de notable importancia para la Iglesia universal; los frutos de sus trabajos, elaborados de acuerdo con la Sede Apostólica, se recogen en documentos que tienen una difusión universal. Los documentos publicados después de los últimos sínodos llevan expresamente la calificación de 'postsinodales'.

5. Dice, asimismo, el Concilio: 'La unión colegial se manifiesta también en las mutuas relaciones de cada obispo con las Iglesias particulares y con la Iglesia universal' (Lumen Gentium, 23). 'Cada obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad' (ib.).

Por este motivo, los obispos, 'en cuanto miembros del colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, en virtud de la institución y precepto de Cristo, están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal' (ib.). 'Deben, pues, todos los obispos promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, instruir a los fieles en el amor de todo el cuerpo místico de Cristo, especialmente de los miembros pobres, de los que sufren y de los que son perseguidos por la justicia (Cfr. Mt 5, 10); promover, en fin, toda actividad que sea común a toda la Iglesia, particularmente en orden a la dilatación de la fe y a la difusión de la luz de la verdad plena entre todos los hombres' (ib.).

6. Al respecto, recuerda el Concilio que 'la divina Providencia ha hecho que varias Iglesias fundadas en diversas regiones por los Apóstoles y sus sucesores, al correr de los tiempos, se hayan reunido en numerosos grupos estables, orgánicamente unidos, los cuales, quedando a salvo la unidad de la fe y la única constitución divina de la Iglesia universal, tienen una disciplina propia, unos ritos litúrgicos y un patrimonio teológico y espiritual propios. Entre las cuales, algunas, concretamente las antiguas Iglesias patriarcales, como madres en la fe, engendraron a otras como hijas y han quedado unidas con ellas hasta nuestros días con vínculos más estrechos de caridad en la vida sacramental y mutua observancia de derechos y deberes' (ib.).

7. Como se ve, el Concilio pone de relieve (en el marco de la doctrina sobre la colegialidad del Episcopado) también la verdad fundamental de la mutua compenetración e integración de la realidad particular y la dimensión universal en la estructura de la Iglesia. Desde este punto de vista es preciso tomar en consideración también el papel de las Conferencias episcopales. La constitución conciliar sobre la Iglesia afirma: 'Las Conferencias episcopales hoy en día pueden desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta' (ib.).

De modo más detallado se pronuncia sobre este tema el decreto Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia. En este decreto leemos: 'La Conferencia episcopal es como una junta en que los obispos de una nación o territorio ejercen conjuntamente su cargo pastoral para promover el mayor bien que la Iglesia procura a los hombres, señaladamente por las normas y modos de apostolado, adaptados en forma debida a las circunstancias del tiempo' (n. 38, 1).

De estos textos se sigue que las Conferencias episcopales pueden afrontar los problemas del territorio de su competencia, más allá de los límites de cada una de las diócesis, y proponer respuestas de orden pastoral y doctrinal. Pueden también emitir opiniones acerca de problemas que atañen a la Iglesia universal, Sobre todo pueden, con autoridad, salir al paso de las necesidades del desarrollo de la Iglesia según las exigencias y conveniencias de la mentalidad y cultura nacional. Pueden tomar decisiones que, con el consentimiento de los obispos miembros, tendrán gran influjo en las actividades pastorales.

8. Las Conferencias episcopales desempeñan su propia responsabilidad en el territorio de su competencia, pero sus decisiones repercuten, sin duda, en la Iglesia universal. El ministerio petrino del Obispo de Roma sigue siendo el garante de la sincronización de la actividad de las Conferencias con la vida y la enseñanza de la Iglesia universal. A este propósito, el decreto conciliar establece: 'Las decisiones de la Conferencia de los obispos, si han sido legítimamente tomadas y por dos tercios al menos de los votos de los prelados que pertenecen a la Conferencia con voto deliberativo y reconocidas por la Sede apostólica, tendrán fuerza de obligar jurídicamente sólo en aquellos casos en los que o el derecho común lo prescribiese o lo estatuyere un mandato peculiar de la Sede apostólica, dado motu proprio o a petición de la misma Conferencia' (ib. 38, 4). El decreto, por último, establece: 'donde lo pidan circunstancias especiales, los obispos de varias naciones podrán constituir, con aprobación de la Sede Apostólica, una sola Conferencia' (ib., 38, 5).

Algo similar puede suceder por lo que se refiere a los Consejos y a las Asambleas de obispos a nivel continental, como por ejemplo en el caso del Consejo de las Conferencias de América Latina (CELAM) o el de las Iglesias europeas (CCEE). Se trata de un amplio abanico de nuevas agrupaciones y organizaciones, con las que la única Iglesia trata de responder a instancias y problemas de orden espiritual y social del mundo actual. Signo de una Iglesia que vive, reflexiona y se compromete en el trabajo como apóstol del Evangelio en nuestro tiempo. En todo caso, la Iglesia siente la necesidad de presentarse, actuar y vivir en la fidelidad a las dos notas fundamentales de la comunidad cristiana de siempre y, en particular, del colegio apostólico: la unidad y la catolicidad.

 

 

 

La misión confiada a cada uno de los obispos (28.X.1992)

1. Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, están llamados a participar en la misión que Jesucristo mismo confió a los Doce y a la Iglesia. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: 'Los obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda creatura, a fin de que todos los hombres consigan la salvación por medio de la fe, del bautismo y del cumplimiento de los mandamientos' (Lumen Gentium , 24).

Según el texto conciliar, es una misión que los obispos 'reciben del Señor' y que abarca el mismo ámbito de la misión de los Apóstoles. Compete al 'colegio' episcopal en su conjunto, como hemos visto en la catequesis anterior. Pero es necesario agregar que la herencia de los Apóstoles (como misión y potestad sagrada) se transmite a cada obispo en el ámbito del colegio episcopal. Esto es lo que queremos explicar en la catequesis de hoy recurriendo, sobre todo, a los textos del Concilio que ofrecen, acerca de este tema, las instrucciones más autorizadas y competentes.

2. La misión de cada obispo se realiza en un ámbito bien definido. Efectivamente, leemos en el texto conciliar: 'Cada uno de los obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras iglesias ni sobre la Iglesia universal' (Lumen Gentium, 23). Es una cuestión cuya norma se apoya en la 'misión canónica' conferida a cada obispo (ib., 24). En todo caso, la intervención de la autoridad suprema es garantía de que la asignación de la misión canónica se haga no sólo en función del bien de una comunidad local, sino para el bien de toda la Iglesia, con vistas a la misión universal común al Episcopado unido al Sumo Pontífice. éste es un punto fundamental del 'ministerio petrino'.

3. La mayoría de los obispos ejerce su misión pastoral en las diócesis. ¿Qué es una diócesis? El decreto conciliar Christus Dominus sobre los obispos responde a esta pregunta del siguiente modo: 'La diócesis es una porción del pueblo de Dios que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de sus sacerdotes, de suerte que, adherida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica' (n. 11).

Así pues, según el Concilio, toda Iglesia particular vive de la vida de la Iglesia universal, que es la realidad fundamental de la Iglesia. Este es el contenido más importante y más específico de la diócesis, que forma parte de la Iglesia universal, no sólo como porción del pueblo de Dios circunscrito regularmente a un territorio, sino también con características y propiedades particulares, que merecen respeto y estima. En algunos casos se trata de valores de gran importancia y de amplia irradiación en cada uno de los países e, incluso, en la Iglesia universal, como testimonia la historia. Pero se puede decir que siempre y por doquier la variedad de las diócesis contribuye a la riqueza espiritual y a la realización de la misión pastoral de la Iglesia.

4. Leemos también en el Concilio: 'Todos y cada uno de los obispos a quienes se ha confiado el cuidado de una Iglesia particular apacientan sus ovejas en el nombre del Señor, bajo la autoridad del Romano Pontífice, como pastores propios, ordinarios e inmediatos de ellas, ejerciendo su oficio de enseñarlas, santificarlas y regirlas' (Christus Dominus, 11). La jurisdicción de los obispos sobre la grey a ellos confiada es, por tanto, 'propia, ordinaria e inmediata'. Sin embargo, el buen orden y la unidad de la Iglesia exigen que sea ejercida en íntima comunión con la autoridad del Sumo Pontífice. Por estas mismas razones, los obispos 'reconozcan los derechos que competen legítimamente tanto a los patriarcas como a otras autoridades jerárquicas'(ib.), según la articulación que históricamente presenta la estructura de la Iglesia en los diversos lugares Pero, como subraya el Concilio, el hecho importante y decisivo es que los obispos ejercen la misión pastoral 'en nombre del Señor'.

5. Considerada en esta perspectiva, la misión de los obispos en su valor institucional, espiritual y pastoral, en relación con las condiciones de las varias categorías del pueblo confiado a ellos, se presenta del siguiente modo: 'Atiendan los obispos .declara el Concilio. a su cargo apostólico como testigos de Cristo ante todos los hombres, proveyendo no sólo a los que siguen al Mayoral de los Pastores, sino consagrándose también con toda su alma a los que de cualquier modo se hubieren desviado del camino de la verdad e ignoran la misericordia saludable, hasta que todos, por fin, caminen en 'toda bondad, justicia y verdad' (Ef 5, 9) (Christus Dominus, 11 ).

Los obispos, por consiguiente, están llamados a ser semejantes al 'Hijo del hombre', quien 'Ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Lc 19, 10), como dijo Jesús durante su visita a la casa de Zaqueo. Esta es la esencia misma de su vocación misionera.

6. Con el mismo espíritu prosigue el Concilio: 'Téngase solicitud particular por los fieles que, por la condición de su vida, no pueden gozar suficientemente del cuidado pastoral, común y ordinario de los párrocos, o carecen totalmente de él, como son la mayor parte de los emigrantes, los exiliados y prófugos, los navegantes por mar o aire, los nómadas y otros por el estilo. Promuévanse métodos pastorales adecuados para fomentar la vida espiritual de quienes, por razón de vacaciones, se trasladan temporalmente a otras regiones' (Christus Dominus, 18). Todas las categorías, todos los grupos, todos los estamentos sociales, es más, cada una de las personas que pertenecen a las articulaciones nuevas y antiguas de la sociedad, entran dentro de la misión pastoral de los obispos, dentro o más allá de las estructuras fijas de sus diócesis, así como los abarca el abrazo universal de la Iglesia.

7. En el cumplimiento de su misión, los obispos se hallan en relación con todas las estructuras de la sociedad y con los poderes que la gobiernan. En este campo están llamados a comportarse conforme a las normas evangélicas de la libertad y la caridad, observadas por los mismos Apóstoles. En todos los casos vale lo que los apóstoles Pedro y Juan dijeron delante del Sanedrín: 'Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído' (Hech 4, 19.20). En estas palabras está formulado claramente el principio de acción para los pastores de la Iglesia respecto a las diversas autoridades terrenas, válido para todos los siglos.

El Concilio enseña a este propósito: 'En el cumplimiento de su cargo apostólico que mira a la salvación de las almas, los obispos gozan de suyo de plena y perfecta libertad e independencia respecto de cualquier potestad civil. No es licito, por tanto, impedir directa o indirectamente el ejercicio de su cargo eclesiástico, ni prohibirles que se comuniquen libremente con la Sede Apostólica y otras autoridades eclesiásticas y con sus propios súbditos. Sin duda, los sagrados pastores, al consagrarse al cuidado espiritual de su grey, favorecen también realmente el provecho y prosperidad social y civil, uniendo para este fin su acción eficaz con las autoridades públicas, de acuerdo con la naturaleza de su oficio y cual conviene a obispos, e inculcando la obediencia alas leyes justas y el respeto a los poderes legítimamente constituidos' (Christus Dominus, 19).

8. Hablando de la misión y de las tareas de los obispos, el Concilio aborda también la cuestión de los obispos instituidos como auxiliares del obispo diocesano, 'para procurar debidamente el bien de la grey, algunas veces han de ser nombrados obispos auxiliares, porque el obispo diocesano no puede desempeñar por sí mismo, tal como lo pide el bien de las almas, todas las funciones episcopales, ora por la excesiva extensión de la diócesis o el excesivo número de sus habitantes, ora por las peculiares circunstancias del apostolado o por otras causas de distinta índole. Es más, alguna vez, una necesidad especial pide que se nombre un obispo coadjutor en ayuda del propio obispo diocesano' (Christus Dominus, 25). El obispo coadjutor es nombrado por norma con derecho a sucesión del obispo diocesano en funciones. Pero más allá de la distinción de naturaleza canónica, está el principio al que se refiere el texto conciliar: el 'bien de las almas'. Todo y siempre se debe disponer y realizar según la suprema ley' que es la 'salvación de las almas'.

9.. Con miras a este bien se explican asimismo las sucesivas leyes conciliares: 'Como las necesidades pastorales requieren más y más que determinadas funciones pastorales se rijan y promuevan concordemente, conviene que, en servicio de todas o de varias diócesis de una región o nación determinada, se constituyan algunos organismos que pueden también en encomendarse a los obispos' (Christus Dominus, 42). Quien observa la realidad estructural y pastoral de la Iglesia de hoy en los diferentes países del mundo puede darse cuenta fácilmente de la realización de estas leyes en no pocos organismos creados por los obispos o por la misma Santa Sede antes y después del Concilio, en particular para las actividades misioneras, asistenciales y culturales. Un caso típico y bien conocido es el de la asistencia espiritual a los militares, para la cual el Concilio dispone la institución de especiales ordinarios, según la práctica adoptada por la Sede Apostólica desde hace mucho tiempo: 'Como se debe especial solicitud al cuidado espiritual de los soldados por la peculiares condiciones de su vida, eríjase en cada nación, según se pudiere, un vicariato castrense' (Christus Dominus, 43).

10. En estos nuevos ámbitos de actividad, a menudo complejos y difíciles, pero también en el normal cumplimiento de la misión pastoral en cada una de las diócesis confiadas a ellos, los Obispos tienen necesidad de unión y colaboración entre sí, en espíritu de caridad fraterna y solidaridad apostólica, como miembros del colegio episcopal en la realización concreta de sus tareas grandes y pequeñas de cada día. También ésta es una declaración del Concilio: 'Señaladamente en los tiempos modernos, no es raro que los obispos no puedan cumplir debida y fructuosamente su cargo si no unen cada día más estrechamente con otros obispos su trabajo concorde y mejor trabado' (Christus Dominus, 37). Como se ve, la unión y la colaboración se señalan siempre como el eje central del trabajo pastoral. Se trata de un principio eclesiológico al que tenemos que ser cada vez más fieles si queremos la 'edificación del cuerpo de Cristo', tal como la quiso san Pablo (Cfr. Ef 4, 12; Col 2, 19; 1 Cor 12,12 ss; Rom 12, 4.5, etc.) y con él todos los auténticos pastores de la Iglesia a lo largo de los siglos.

 

 

Los obispos 'heraldos de la fe' en la predicación del Evangelio (4.XI.92)

1. El concilio Vaticano II describió la misión de los obispos no sólo como colegio, sino también como pastores asignados personalmente a las diversas diócesis. Queremos considerar ahora los elementos esenciales de esta misión, tal como los expone el mismo concilio. El primer elemento es el de la predicación autorizada y responsable de la palabra de Dios El Concilio dice: 'Entre los principales oficios de los obispos se destaca la predicación del Evangelio' (Lumen Gentium, 25).

Es la primera función de los obispos, a quienes se confía, como a los Apóstoles, la misión pastoral del anuncio de la palabra de Dios. La Iglesia, hoy más que nunca, tiene viva conciencia de la necesidad de la proclamación de la buena nueva, tanto para la salvación de las almas como para la difusión y el establecimiento del propio organismo comunitario y social, y recuerda las palabras de san Pablo: 'Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!' (Rom 10,13.15).

2. Por este motivo, el Concilio dice que 'los obispos son heraldos de la fe 'y que, como tales, hacen que la fe del pueblo de Dios crezca y de fruto (Cfr. Lumen Gentium, 25).

El Concilio enumera, después, las tareas de los obispos con vistas a esta función principal de ser 'heraldos': proveer a la instrucción religiosa de jóvenes y adultos: predicar la verdad revelada, el misterio de Cristo, en su totalidad e integridad; recordar la doctrina de la Iglesia, especialmente sobre los puntos mas expuestos a dudas o críticas. En efecto, leemos, en el decreto Christus Dominus: 'En el ejercicio de su deber de enseñar, anuncien a los hombres el evangelio de Cristo, deber que descuella entre los principales de los obispos, llamándolos a la fe por la fortaleza del Espíritu o afianzándolos en la fe viva; propónganles el misterio íntegro de Cristo, es decir, aquellas verdades cuya ignorancia es ignorancia de Cristo, e igualmente el camino que ha sido revelado por Dios para glorificarle, y por eso mismo para alcanzar la bienaventuranza eterna' (n. 12).

El Concilio exhorta, además, a los obispos a presentar esta doctrina de modo adecuado a las necesidades de los tiempos: 'Expongan la doctrina cristiana de manera acomodada a las necesidades de los tiempos, es decir, que responda a las dificultades y problemas que agobian y angustian señaladamente a los hombres, y miren también por esa misma doctrina, enseñando a los fieles mismos a defenderla y propagarla' (ib., 13).

3. Entra en el ámbito de la predicación, a la luz del misterio de Cristo, la necesidad de la enseñanza sobre el valor verdadero del hombre, de la persona humana y también de las 'cosas terrenas'. De hecho, el Concilio recomienda: 'Muéstrenles, además, que... las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas se ordenan también a la salvación de los hombres, y, por ende, pueden contribuir no poco a la edificación del cuerpo de Cristo. Enseñen, consiguientemente, hasta qué punto, según la doctrina de la Iglesia, haya de ser estimada la persona humana con su libertad y la vida misma del cuerpo; la familia y su unidad y estabilidad y la procreación y educación de la prole; la sociedad civil con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso, las artes e inventos técnicos; la pobreza y la abundancia de riquezas; expongan, finalmente, los modos como hayan de resolverse los gravísimos problemas acerca de la posesión, ¡incremento y recta distribución de los bienes materiales, sobre la guerra y la paz y de la fe' en la fraterna convivencia de todos los pueblos' (ib., 12).

Se trata de la dimensión histórico-social de la predicación, y del mismo evangelio de Cristo transmitido por los Apóstoles con su predicación. No hay que maravillarse de que el interés por el aspecto histórico y social del hombre ocupe hoy mayor espacio en la predicación, aunque ésta tiene que realizarse siempre en el ámbito religioso y moral que le es propio. La solicitud por la condición humana, agitada y afligida actualmente en el plano económico, social y político, se traduce en el esfuerzo constante de llevar a los hombres y a los pueblos el auxilio de la luz y de la caridad evangélicas.

4. Los fieles deben responder a la enseñanza de los obispos adhiriéndose a ella con espíritu de fe: 'Los obispos )dice el Concilio), cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina católica los fieles por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto' (Lumen Gentium, 25).

Como se puede ver, el Concilio precisa que la condición esencial del valor y de la obligatoriedad de la enseñanza de los obispos es que estén y hablen en comunión con el Romano Pontífice. Sin duda alguna todo obispo tiene su propia personalidad y propone la doctrina del Señor sirviéndose de las capacidades de que dispone; pero precisamente porque se trata de predicar la doctrina del Señor confiad la Iglesia, debe mantenerse siempre en comunión de pensamiento y de corazón con la cabeza visible de la Iglesia.

5. Cuando los obispos en la Iglesia enseñan universalmente como definitiva una doctrina de fe o de moral, su magisterio goza de una autoridad infalible. Es otra afirmación del Concilio: 'Aunque cada uno de los prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vinculo de comunión entre si y con el Sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo. Pero todo esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe' (ib, 25).

6. El Romano Pontífice, como cabeza del colegio de los obispos, goza personalmente de esta infalibilidad, que trataremos en una próxima catequesis. Por ahora completemos la lectura del texto conciliar acerca de los obispos: 'La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el Sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del mismo Espíritu Santo, en virtud de la cual la grey toda de Cristo se mantiene y progresa en la unidad de la fe' (ib., 25).

El Espíritu Santo, que garantiza la verdad de la enseñanza infalible del Cuerpo de los obispos, favorece también con su gracia el asenso a la fe de la Iglesia. La comunión en la fe es obre del Espíritu Santo, alma de la Iglesia.

7. El Concilio afirma también: 'Esta infalibilidad que el divino Redentor quiso que tuviese su Iglesia cuando define la doctrina de fe y costumbres, se extiende tanto cuanto abarca el depósito Revelación Mas cuando el Romano Pontífice o el Cuerpo de los Obispos juntamente con él definen una doctrina, lo hacen siempre de acuerdo con la misma Revelación, a la cual deben atenerse y conformarse todos, y la cual es íntegramente transmitida por escrito por tradición a través de la sucesión legítima de los obispos, y especialmente por cuidado del mismo Romano Pontífice, y bajo la luz del Espíritu de verdad, es santamente conservada y fielmente expuesta en la Iglesia' (ib., 25).

8. Por último, el Concilio asegura: 'El depósito de la Revelación... debe ser custodiado santamente y expresado con fidelidad' (ib., 25).

. Todo el Cuerpo de los obispos, por consiguiente, unido al Romano Pontífice tiene la responsabilidad de custodiar constante y fielmente el patrimonio de verdad, que Cristo confió a su Iglesia. Depositum custodi, recomendaba san Pablo a su discípulo Timoteo (1 Tim 6, 20), a quien había confiado el cuidado pastoral de la Iglesia de Éfeso (Cfr. 1 Tim 1, 3). Todos nosotros, obispos de la Iglesia católica, debemos sentir esta responsabilidad. Todos sabemos que, si somos fieles en la custodia de este 'depósito', tendremos siempre la posibilidad de conservar integra la fe del pueblo de Dios y asegurarla divulgación de su contenido en el mundo actual y en las generaciones futuras.

 

 

Los obispos, administradores de la gracia del supremo sacerdocio (11.XI.92)

1. Hablando de las funciones del obispo, el concilio Vaticano II atribuye al obispo mismo un hermoso titulo, tomado de la oración de consagración episcopal en el rito bizantino: 'El obispo, . por estar revestido de la plenitud del sacramento del orden, es 'el administrador de la gracia del supremo sacerdocio' (Lumen Gentium, 26). Ese es el tema que desarrollaremos en la catequesis de hoy. Está relacionado con el de la catequesis anterior acerca delos 'obispos, heraldos de la fe'. En efecto, el servicio del anuncio del Evangelio está ordenado al servicio de la gracia de los santos sacramentos de la Iglesia. Como ministro de la gracia, el obispo actúa en los sacramentos el munus sanctificandi, al que se orienta el munus docendi, que realiza en medio del pueblo de Dios que se le ha confiado.

2. En el centro de este servicio sacramental del obispo se encuentra la Eucaristía, 'que él mismo celebra o procura que sea le celebrada' (ib.). Enseña el Concilio: 'Toda legitima celebración de la Eucaristía es dirigida por el obispo, a quien ha sido confiado el oficio de ofrecer a la divina Majestad el culto de la religión cristiana y de reglamento en conformidad con los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia, precisadas más concretamente para su diócesis según su criterio' (ib.). el Así, el obispo aparece a los ojos de su pueblo sobre todo como el hombre del culto nuevo y eterno a Dios, instituido por Jesucristo con el sacrificio de su cruz y de la última cena; como el sacerdos et pontifex, del que se traduce la figura misma de Cristo, el principal agente del sacrificio eucarístico, que el obispo, y, con él el presbítero, realiza in persona Christi (Cfr. santo Tomás, S.Th. III, q. 78, a. 1;q. 82, a. 1); y como el jerarca, que se ocupa de realizar los sagrados misterios del altar, que anuncia y explica con su predicación (Cfr. Dionisio Pseudo.areopagita, De Ecclesiastica hierarchia, p. III, 7; PG 3, 513, santo Tomás, S. Th. II.II, q., 184, a. 5).

3.. En su función de administrador de los misterios sagrados, el en obispo es el constructor de la Iglesia como comunión en Cristo, y pues la Eucaristía es el principio esencial de la vida, no sólo de los simples fieles, sino también de la misma comunidad en Cristo. Los fieles, reunidos mediante la predicación del evangelio de Cristo, forman comunidades en las que está realmente presente la Iglesia de Cristo, porque encuentran y demuestran su plena unidad en la celebración del sacrificio eucarístico. Leemos en el y Concilio: 'En toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y 'unidad del Cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación' (Cfr. santo Tomás, S.Th III, q. 73, a. 3). En estas comunidades, aunque con frecuencia sean pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica, pues 'la participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos' (san León Magno, Serm. 63, 7: PL 54, 357 c)' (Lumen Gentium, 26).

4. De ahí se sigue que, entre las tareas fundamentales del obispo, se encuentra la de proveer a la celebración eucarística en las diversas comunidades de su diócesis, según las posibilidades de los tiempos y lugares, recordando la afirmación de Jesús: 'En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros' (Jn 6, 53).

Son de todos conocidas las dificultades que se encuentran en muchos territorios, tanto de las nuevas como de las antiguas Iglesias cristianas, para satisfacer esta necesidad, por falta de sacerdotes y por otras razones. Pero eso hace que el obispo, que conoce su propia tarea de organizar el culto de la diócesis, esté aún más atento al problema de las vocaciones y de la sabia distribución del clero de que dispone. Es necesario lograr que el mayor número posible de fieles tenga acceso al cuerpo y a la sangre de Cristo en la celebración eucarística, que culmina en la comunión Corresponde al obispo preocuparse también de los enfermos o minusválidos, que sólo pueden recibirla Eucaristía en su domicilio o donde se encuentran reunidos para su curación. Entre todas las exigencias del ministerio pastoral, el compromiso de la celebración y de lo que pudiéramos llamar el apostolado de la Eucaristía es el más urgente e importante.

5. Lo que acabamos de decir con respecto a la santísima Eucaristía se puede repetir refiriéndonos al conjunto del servicio sacramental y de la vida sacramental de la diócesis. Como leemos en la constitución Lumen Gentium: los obispos 'disponen la administración del bautismo, por medio del cual se concede la participación en el sacerdocio regio de Cristo. Ellos son los ministros originarios de la confirmación, los dispensadores de las sagradas órdenes y los moderadores de la disciplina penitencial y ellos solícitamente exhortan e instruyen a sus pueblos para que participen con fe y reverencia en la liturgia, y sobre todo, en el santo sacrificio de la misa' (n. 26).

6. En este texto conciliar se establece una distinción entre el bautismo y la confirmación, dos sacramentos cuya diferencia tiene su fundamento en el acontecimiento, narrado por los Hechos de los Apóstoles, según el cual los Doce, aún reunidos en Jerusalén, al escuchar que 'Samaria había aceptado la palabra de Dios', enviaron allá a Pedro y a Juan, los cuales 'bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo' (Hech 8,1 4.17; Cfr. 1 , 5; 2, 38).

La imposición de las manos por parte de los dos Apóstoles para transmitir el 'don del Espíritu' que los Hechos llaman también 'don de Dios' (Hech 8, 20; cfr. 2, 38; 10, 45; 11, 17; cfr. Lc 11, 9.13), está asimismo en el origen de la tradición de la Iglesia occidental que conserva y reserva al obispo el papel ministerial de la confirmación. Como sucesor de los apóstoles, el obispo es ministro ordinario de este sacramento, y es también su ministro originario, porque el crisma (la materia), que es un elemento esencial del rito sacramental, sólo puede ser consagrado por el obispo.

Por lo que atañe al bautismo, que de forma habitual el obispo no administra personalmente, es preciso recordar que también este sacramento entra dentro de la reglamentación práctica establecida por él.

7. Otra tarea de los obispos es la de ser 'dispensadores de las sagradas; órdenes y moderadores de la disciplina penitencial' como dice el Concilio al trazar el cuadro de su responsabilidad pastoral. Cuando ese texto conciliar afirma que el obispo es dispensador de las sagradas órdenes quiere decir que tiene el poder de 'ordenar', pero, dado que este poder está vinculado a la misión pastoral del obispo, tiene también, como ya hemos dicho, la responsabilidad de promover el desarrollo de las vocaciones sacerdotales y proveer a la buena disciplina de los candidatos al sacerdocio.

Como moderador de la disciplina penitencial, el obispo regula las condiciones de la administración al sacramento del perdón. De modo particular, recordemos que tiene la tarea de procurar a los fieles el acceso a este sacramento poniendo a su disposición confesores.

8. El Concilio, por último, pone ante los obispos la necesidad de ser ejemplos y modelos de vida cristiana: 'deben edificar a sus súbditos con el ejemplo de sus vida, guardando su conducta de todo mal y, en la medida que puedan y con la ayuda de Dios transformándola en bien, para llegar, juntamente con la grey que les ha sido confiada, a la vida eterna' (Lumen Gentium, 26).

Se trata del ejemplo de una vida plenamente orientada según las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Se trata de toda una manera de vivir y actuar basada en el poder de la gracia divina: un modelo que contagia, que atrae, que persuade, que responde verdaderamente a las recomendaciones de la primera carta de san Pedro: 'Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, siendo modelos de la grey' (5, 2.3).

9. Es especialmente importante este último punto, que se refiere al desinterés personal, a la solicitud por los pobres, a la entrega total al bien de las almas y de la Iglesia. Es el ejemplo que, según los Hechos de los Apóstoles, daba Pablo, que podría decir de sí mismo: 'En todo os he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir' (20, 35). En la segunda carta a los Tesalonicenses escribía también: 'Día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar' (3, 8.9). Y podía, finalmente, exhortar a los Corintios: 'Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo' (1 Cor 11, 1).

10. Es una misión grande y ardua la del obispo 'administrador de la gracia'. No puede cumplirla sin la oración. Concluyamos, pues, diciendo que la vida del obispo está compuesta de oración No sólo se trata de dar el 'testimonio de la oración', sino de una vida interior animada por el espíritu de oración como fuente de todo su ministerio. Nadie es más consciente que el obispo del significado de las palabras de Cristo a los Apóstoles y, a través de ellos, a sus sucesores: 'separados de mi no podéis hacer nada' (Jn 15, 5).

 

 

El servicio pastoral de los obispos (18.XI.92)

1. Además del servicio profético y sacramental de los obispos, que hemos analizado en las catequesis precedentes, existe un servicio pastoral, acerca del cual leemos en el concilio Vaticano II: 'Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo las Iglesias particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (Cfr. Lc 22, 26.27') (Lumen Gentium, 27).

Es una enseñanza admirable, que se apoya en este principio fundamental: en la Iglesia la autoridad tiene como finalidad la edificación. Así la concebía san Pablo que, escribiendo a los Corintios, hablaba de 'ese poder nuestro que el Señor nos dio para edificación vuestra y no para ruina' (2 Cor 10,8). Y a los mismos miembros de esa Iglesia tan querida para él les manifestaba la esperanza de no tener que actuar con severidad 'conforme al poder que me otorgó el Señor para edificar y no para destruir' (2 Cor 13,10).

Esta finalidad de edificación exige por parte del obispo paciencia e indulgencia. Se trata de 'edificar a su grey en la verdad y en la santidad', como dice el Concilio: verdad de la doctrina evangélica y santidad como la vivió, quiso y propuso Cristo.

2. Se debe insistir en el concepto de 'servicio', que se puede aplicar a todo 'ministerio' eclesiástico, comenzando por el de los obispos. Si, el episcopado es más un servicio que un honor. Y, si es también un honor, lo es cuando el obispo, sucesor de los Apóstoles, sirve con espíritu de humildad evangélica, a ejemplo del Hijo del hombre, que advierte a los Doce: 'el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve' (Lc 22, 26). 'El que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos' (Mc 10, 44-45; cfr. Mt 20, 27-28).

3. En el decreto Christus Dominus, el Concilio añade: 'En el ejercicio de su oficio de padre y pastor sean los obispos en medio de los suyos como los que sirven; buenos pastores, que conocen a sus ovejas y a quienes ellas también conocen; verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y solicitud para con todos y a cuya autoridad, conferida, desde luego, por Dios, todos se someten de buen grado. De tal manera congreguen y formen a la familia entera de su grey, que todos, conscientes de sus deberes, vivan y actúen en comunión de caridad' (n. 16).

4. A esta luz del servicio como 'buenos pastores' se debe entender la autoridad que el obispo posee como propia aunque esté siempre sometida a d la del Sumo Pontífice. Leemos en la constitución Lumen Gentium que 'Esta potestad que personalmente ejercen (los obispos) en nombre de Cristo es propia, ordinaria e inmediata aunque su ejercicio esté regulado en definitiva por la suprema autoridad de la Iglesia y pueda ser circunscrito dentro de ciertos límites con miras a la utilidad de la Iglesia o de los fieles. En virtud de esta potestad, los obispos tienen el sagrado derecho y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del apostolado' (n. 27).

Se trata, ciertamente, de verdadera autoridad, que debe ser rodeada de respeto, y a la que se deben mostrar dóciles y obedientes tanto el clero como los fieles, en el campo del gobierno eclesial. Con todo, es siempre una autoridad en función pastoral.

5. De este cuidado pastoral de su grey, que implica una correlativa responsabilidad personal para el desarrollo de la vida cristiana del pueblo a ellos confiado, el Concilio dice que a los obispos 'se les confía el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas, y no deben considerarse como vicarios de los Romanos Pontífices, ya que ejercen potestad propia y son, en verdad, los jefes de los pueblos que gobiernan.

Como se ve, el Concilio no duda en afirmar que a cada obispo corresponde una verdadera autoridad sobre su diócesis, o Iglesia local. Pero subraya con fuerza también el otro punto fundamental para la unidad y la catolicidad de la Iglesia, a saber, la comunión 'cum Petro' de todo obispo y de todo el 'corpus Episcoporum', que es también comunión 'sub Petro', en virtud del principio eclesiológico (que a veces se tiende a ignorar), según el cual el ministerio del sucesor de Pedro pertenece a la esencia de toda Iglesia particular como 'desde dentro', o sea, como una exigencia de la misma constitución de la Iglesia, y no como algo superpuesto desde fuera, tal vez por razones históricas, sociológicas o prácticas. No es una cuestión de adaptación a las condiciones de los tiempos, sino de fidelidad a la voluntad de Cristo sobre su Iglesia. La fundación de la Iglesia sobre la roca de Pedro, el atribuir a Pedro un primado, que se prolonga en sus sucesores como obispos de Roma, comporta la vinculación con la Iglesia universal y con su centro en la Iglesia romana como elemento constitutivo de la Iglesia particular y condición de su mismo ser Iglesia. Este es el eje fundamental de una buena teología de la Iglesia local.

6. Por otra parte, la potestad de los obispos no se ve amenazada por la del Romano Pontífice. Como dice el Concilio: 'su potestad no es anulada por la potestad suprema y universal, sino que, por el contrario, es afirmada, robustecida y defendida, puesto que el Espíritu Santo mantiene indefectiblemente la forma de gobierno que Cristo Señor estableció en su Iglesia' (ib.).

De ahí se sigue que las relaciones entre los obispos y el Papa no pueden por menos de ser relaciones de cooperación y ayuda recíproca, en un clima de amistad y confianza fraterna, como se puede descubrir y más aún experimentar en la realidad eclesial actual.

7. A la autoridad del obispo corresponde la responsabilidad de pastor, por la cual se siente comprometido, a ejemplo del buen Pastor, a dar su vida, cada día, por el bien de la grey. Asociado a la cruz de Cristo, está llamado a ofrecer muchos sacrificios personales por la Iglesia. En esos sacrificios se hace concreto su compromiso de caridad perfecta, al que está llamado por el mismo status en que lo ha colocado la consagración episcopal. En eso consiste la espiritualidad episcopal específica, como imitación suprema de Cristo, buen pastor, y participación máxima en su caridad.

El obispo está, por consiguiente, llamado a imitar a Cristo pastor, dejándose guiar por la caridad para con todos. El Concilio recomienda de modo especial la disponibilidad a la escucha: 'No se niegue a oír a sus súbditos, a los que, como a verdaderos hijos suyos, alimenta y a quienes exhorta a cooperar animosamente con él' (ib.). Deben resaltar en el obispo todas las cualidades que se necesitan para la comunicación y la comunión con sus hijos y hermanos: la comprensión y compasión hacia las miserias espirituales y corporales; el deseo de ayudar y socorrer, estimular y desarrollar la cooperación; y, sobre todo, el amor universal, sin excepciones, ni restricciones o reservas.

8. Todo eso, según el Concilio, debe realizarse especialmente en la actitud del obispo para con sus hermanos en el sacerdocio ministerial: 'Abracen siempre con particular caridad a los sacerdotes, ya que éstos asumen parte de sus deberes y solicitud, que tan celosamente cumplen con diario cuidado teniéndolos por hijos y amigos, y, por tanto, prontos siempre a oírlos, y fomentando la costumbre de comunicarse confidencialmente con ellos, esfuércense en promover el entero trabajo pastoral de toda la diócesis' (Christus Dominus, 16).

Pero el Concilio recuerda también las tareas de los pastores con respecto a los laicos: 'En el ejercicio de esta solicitud pastoral respeten a sus fieles la participación que les corresponde en las cosas de la Iglesia, reconociendo su deber y también su derecho de cooperar activamente en la edificación del Cuerpo místico de Cristo' (ib.). Y añade una nota sobre la dimensión universal de este amor que debe animar el ministerio episcopal: 'Amen a los hermanos separados, encareciendo también a los fieles que se porten con ellos con humanidad y caridad, fomentando también el ecumenismo tal como lo entiende la Iglesia. Lleven también en su corazón a los no bautizados, a fin de que también para ellos amanezca esplendorosamente la caridad de Jesucristo cuyos testigos son los obispos delante de todos' (ib.).

9. De los textos del Concilio se desprende, por tanto, una imagen del obispo que destaca en la Iglesia por la grandeza de su ministerio y la nobleza de su espíritu de buen pastor. Su situación lo compromete a deberes exigentes y arduos, y a elevados sentimientos de amor a Cristo y a sus hermanos. Es una misión y una vida difícil, de forma que también por esto todos los fieles deben tener hacia el obispo amor, docilidad y colaboración para la llegada del reino de Dios. A este respecto, concluye muy bien el Concilio: 'Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Jesucristo, y como Jesucristo al Padre, para que todas las cosas se armonicen en la unidad y crezcan para gloria de Dios (Cfr. 2 Cor 4, 15)' (Lumen Gentium, 27).

 

 

Pedro y sus sucesores, cimiento de la Iglesia de Cristo (25.XI.92)

1. Hemos visto que, según la enseñanza del Concilio, que resume la doctrina tradicional de la Iglesia, existe un 'cuerpo episcopal, que sucede al colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral) y que, más aún, este colegio episcopal 'como continuación del cuerpo apostólico, junto con su cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal, si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice' (Lumen Gentium, 22). Este texto del concilio Vaticano II nos habla del ministerio petrino del Obispo de Roma en la Iglesia, en cuanto cabeza del colegio episcopal. A este aspecto tan importante y sugestivo de la doctrina católica le dedicaremos la serie de catequesis que hoy comenzamos, proponiéndonos hacer una exposición clara y razonada, en la que el sentimiento de la modestia personal se una al dela responsabilidad que deriva del mandato de Jesús a Pedro y, en particular, de la respuesta del Maestro divino a su profesión de fe, en las cercanías de Cesarea de Filipo (Mt 16, 13.19).

2. Volvamos a examinar el texto y el contexto de ese importante diálogo, que nos transmite el evangelista Mateo. Después de haber preguntado: '"Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?' (Mt 16,13), Jesús hace una pregunta más directa a sus Apóstoles: 'Y vosotros ¿quién decís que soy yo? '(Mt 16, 15). Ya es significativo el hecho de que sea precisamente Simón el que responda en nombre de los Doce: 'Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16, 16). Se podría pensar que Simón actúa como portavoz de los Doce, por estar dotado de una personalidad más vigorosa e impulsiva. Tal vez, de alguna manera, también ese factor influyó algo. Pero Jesús atribuye la respuesta a una revelación especial hecha por el Padre celeste: 'Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17). Más allá y por encima de todos los elementos vinculados al temperamento, al carácter, al origen étnico o a la condición social '(la carne y la sangre'), Simón recibe una iluminación e inspiración de lo alto, que Jesús califica como 'revelación'. Y precisamente en virtud de esta revelación Simón hace la profesión de fe en nombre de los Doce.

3. Entonces se produce la declaración de Jesús que, ya con la solemnidad de la forma, deja traslucir el significado comprometedor y constitutivo que el Maestro pretende darle: 'Y yo te digo que tú eres Pedro' (Mt 16, 18). Sí, la declaración es solemne: Yo te digo'; compromete la autoridad soberana de Jesús. Es una palabra de revelación, y de revelación eficaz, que realiza lo que dice.

Simón recibe un nombre nuevo, signo de una nueva misión. San Marcos (3, 16) y san Lucas (6, 14), en el relato de la elección de los Doce, nos confirman el hecho de la imposición de este nombre. También Juan nos lo refiere, precisando que Jesús hizo uso de la palabra aramaica 'Kefas', que en griego se traduce por Petros (Cfr. Jn 1, 42).

Tengamos presente que el término aramaico Kefas (Cefas), usado por Jesús, así como el término griego petra que lo traduce, significan 'roca'. En el sermón de la montaña Jesús puso el ejemplo del 'hombre prudente que edificó su casa sobre roca' (Mt 7, 24). Dirigiéndose ahora a Simón, Jesús le declara que, gracias a su fe, don de Dios, él tiene la solidez de la roca sobre la cual es posible construir un edificio, indestructible Jesús manifiesta, también, su decisión de construir sobre esa roca un edificio indestructible a saber su Iglesia. En otros pasajes del Nuevo Testamento encontramos imágenes análogas, aunque no idénticas. En algunos textos Jesús mismo es llamado, no la 'roca' sobre la que se construye sino la 'piedra' con la que se realiza la construcción: 'piedra angular', que asegura la cohesión del edificio. El constructor, en ese caso no es Jesús sino Dios Padre (Cfr. Mt 12 10.11, 1 Pe 2, 4.7). Las dos perspectivas, por tanto, son diferentes.

En una tercera perspectiva se coloca el apóstol Pablo, cuando recuerda a los corintios que 'como buen arquitecto' él puso 'el cimiento', de su Iglesia, y precisa luego que ese cimiento es 'Jesucristo' (Cfr. 1 Cor 3, 10.11)

Con todo, en esas tres perspectivas diversas se puede descubrir una semejanza de fondo, que permite concluir que Jesús, con la imposición de un nombre nuevo, hizo partícipe a Simón Pedro de su propia cualidad de cimiento. Entre Cristo y Pedro existe una relación institucional, que tiene su raíz en la realidad profunda donde la vocación divina se traduce en misión específica conferida por el Mesías.

4. Jesús afirma a continuación: 'Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella' (Mt 16, 18). Estas palabras atestiguan la voluntad de Jesús de edificar su Iglesia, con una referencia esencial a la misión y al poder específicos que él, a su tiempo, conferiría a Simón. Jesús define a Simón Pedro como cimiento sobre el que construirá su Iglesia La relación Cristo.Pedro se refleja, así, en la relación Pedro-Iglesia. Le confiere valor y aclara su significado teológico y espiritual, que objetiva y eclesialmente está en la base del jurídico.

Mateo es el único evangelista que nos refiere esas palabras, pero a este respecto es preciso recordar que Mateo es también el único que recogió recuerdos de particular interés acerca de Pedro (Cfr. Mt 14, 28-31) tal vez por pensar en las comunidades para las que escribía su evangelio, y a las que quería inculcar el concepto nuevo de la 'asamblea convocada' en el nombre de Cristo, presente en Pedro.

Por otra parte, también los otros evangelistas confirman el 'nuevo nombre' de Pedro, que dio Jesús a Simón, sin ninguna discrepancia con el significado del nombre que explica Mateo. Y, por lo demás, tampoco se ve qué otro significado podría tener.

5. El texto del evangelista Mateo (16,15)18), que presenta a Pedro conocimiento de la Iglesia, ha sido objeto de muchas discusiones .que sería muy largo referir., y también de negaciones, que, más que de pruebas basadas en los códices bíblicos y en la tradición cristiana, surgen de la dificultad de entender la misión y el poder de Pedro y de sus sucesores. Sin adentrarnos en pormenores, contentémonos aquí con hacer notar que las palabras de Jesús referidas por Mateo tienen un timbre netamente semítico que se advierte también en las traducciones griega y latina y que, además, implican una novedad inexplicable en el mismo contexto cultural y religioso judaico en que las presenta el evangelista. En efecto, a ningún jefe religioso del judaísmo de la época se le atribuye la cualidad de piedra fundamental. Jesús, en cambio la atribuye a Pedro. ésta es la gran novedad introducida por Jesús. No podía ser el fruto de una invención humana, ni en Mateo, ni en autores posteriores.

6. Debemos precisar también que la 'Piedra' de la que habla Jesús es precisamente la persona de Simón. Jesús le dice: 'Tú eres Kefas'. El contexto de esta declaración nos da a entender aún mejor el sentido de aquel 'Tú .persona'. Después de que Simón declarara quien es Jesús, Jesús declara quienes Simón según su proyecto de edificación de la Iglesia. Es verdad que Simón es llamado Piedra después de la profesión de fe, y que ello implica una relación entre la fe y la misión de piedra, conferida a Simón. Pero la cualidad de piedra se atribuye a la persona de Simón, y no a un acto suyo, por más noble y grato que fuera para Jesús. La palabra piedra expresa un ser permanente, subsistente; por consiguiente, se aplica a la persona, más que a un acto suyo, necesariamente pasajero. Lo confirman las palabras sucesivas de Jesús, que proclama que las puertas del infierno, o sea, las potencias de muerte, no prevalecerán 'contra ella'. Esta expresión puede referirse a la Iglesia o a la piedra En todo caso, según la lógica del discurso la Iglesia fundada sobre la piedra no podrá ser destruida La duración de la Iglesia está vinculada a la piedra La relación Pedro-Iglesia repite en sí el vinculo entre la Iglesia y Cristo Jesús, en efecto, dice: 'Mi Iglesia'. Eso significa que la Iglesia será siempre Iglesia de Cristo, Iglesia que pertenece a Cristo. No se convierte en la Iglesia de Pedro, sino, como Iglesia de Cristo, está construida sobre Pedro, que es Kefas en el nombre y por virtud de Cristo.

7. El evangelista Mateo refiere otra metáfora a la que recurre Jesús para explicar a Simón Pedro (y a los demás Apóstoles) lo que quiere hacer de el: 'A ti te daré las llaves del reino de los cielos' (Mt 16, 19). También aquí notamos en seguida que, según la tradición bíblica es el Mesías quien posee las llaves del reino. En efecto, el Apocalipsis, recogiendo expresiones del profeta Isaías, presenta a Cristo como 'el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir' (Apoc 3, 7). El texto de Isaías (22, 22), que alude a un cierto Elyaquim, es considerado como una expresión profética de la era mesiánica, en la que la 'llave' sirve para abrir o cerrar no la casa de David (como edificio o como dinastía), sino el 'reino de los cielos': la realidad nueva y trascendente anunciada y traída por Jesús.

En efecto, Jesús es quien, según la carta a los Hebreos, con su sacrificio 'penetró en el santuario celeste' (Cfr. 9, 24): posee sus llaves y abre su puerta. Estas llaves Jesús las entrega a Pedro, quien, por consiguiente, recibe el poder sobre el reino, poder que ejercerá en nombre de Cristo como su mayordomo y jefe de la Iglesia, casa que recoge a los creyentes en Cristo, los hijos de Dios

8. Jesús dice a Pedro: 'lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos' (Mt 16, 19). Es otra comparación utilizada por Jesús para manifestar su voluntad de conferir a Simón Pedro un poder universal y completo, garantizado y autenticado por una aprobación celeste. No se trata sólo del poder enunciar afirmaciones doctrinales o dar directrices generales de acción: según Jesús, es poder 'de desatar y de atar', o sea, de tomar todas las medidas que exija la vida y el desarrollo de la Iglesia. La contraposición 'atar.desatar' sirve para mostrar la totalidad del poder.

Ahora bien, es preciso añadir enseguida que la finalidad de este poder consiste en abrir el acceso al reino, no en cerrarlo: 'abrir' esto es, hacer posible el ingreso al reino de los cielos, y no ponerle obstáculos que equivaldrían a 'cerrar'. Esa es la finalidad propia del ministerio petrino enraizado en el sacrificio redentor de Cristo, que vino para salvar y ser puerta y pastor de todos en la comunión del único redil (Cfr. Jn 10, 7. 11. 16). Mediante su sacrificio, Cristo se ha convertido en (la puerta de las ovejas', cuya figura era la puerta construida por El y Elyasí, sumo sacerdote, con sus hermanos sacerdotes que se encargaron de reconstruir las murallas de Jerusalén, a mediados del siglo V de Cristo (Cfr. Neh 3, 1). El Mesías es la verdadera puerta de la nueva Jerusalén, construida con su sangre derramada en la cruz. Y precisamente la llaves de esta puerta son las que Jesús confía a Pedro, para que sea el ministro de su poder salvífico en la Iglesia.

 

 

Misión de Pedro confirmar a sus hermanos (2.XII.92)

1. Durante la última cena Jesús dirige a Pedro unas palabras que merecen atención particular. Sin duda se refieren a la situación dramática de aquellas horas, pero tienen un valor funda mental para la Iglesia de siempre, pues pertenecen al patrimonio de las últimas recomendaciones y las últimas enseñanzas que dio Jesús a los discípulos en su vida terrena.

Al anunciar la triple negación que hará Pedro por el miedo durante la Pasión, Jesús le predice también que superará la crisis de esa noche: 'Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo, pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos' (Lc 22, 31-32).

En esas palabras Jesús le garantiza una oración especial por su perseverancia en la fe, pero también le anuncia la misión que le confiará de confirmar en la fe a sus hermanos.

La autenticidad de las palabras de Jesús no sólo nos consta por el cuidado con que Lucas recoge informaciones seguras y las expone en una narración que también es válida desde el punto de vista crítico, como se puede apreciar por lo que dice en el prólogo de su evangelio, sino también por esa especie de paradoja que encierran: Jesús se queja de la debilidad de Simón Pedro y, al mismo tiempo, le confía la misión de confirmar a los demás. La paradoja muestra la grandeza de la gracia, que actúa en los hombres .y en este caso en Pedro. muy por encima de las posibilidades que le ofrecen sus capacidades y virtudes y sus méritos; y muestra, asimismo, la conciencia y la firmeza de Jesús en la elección de Pedro. El evangelista Lucas, cuidadoso y atento al sentido de las palabras y de las cosas, no duda en referirnos esa paradoja mesiánica.

2. El contexto en que se encuentran esas palabras, dirigidas por Jesús a Pedro, es decir, dentro de la última cena, es también muy significativo. Acaba de decir a los Apóstoles: 'Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí' (Lc 22, 28.29). El verbo griego diatithemai (que significa: preparar, disponer) tiene un sentido fuerte, algo así como disponer de una manera eficaz, y alude a la realidad del reino mesiánico establecido por el Padre celeste y participado a los Apóstoles .Las palabras de Jesús se refieren sin duda a la dimensión escatológica del reino, cuando los Apóstoles serán llamados a 'juzgar a las doce tribus de Israel' (Lc 22, 30), pero tienen valor también para su fase actual, para el tiempo de la Iglesia aquí en la tierra. Y éste es un tiempo de prueba. A Simón Pedro Jesús le asegura, por eso, su oración, a fin de que en esa prueba no venza el principe de este mundo: 'Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo' (Lc 22, 31 ) La oración de Cristo es indispensable, especialmente para Pedro, a causa de la prueba que le espera y del encargo que Jesús le confía. A ese cometido se refieren las palabras: 'Confirma a tus hermanos' (Lc 22, 32)

3. La perspectiva en que se ha de contemplar el cometido de Pedro (como toda la misión de la Iglesia) es, por consiguiente, a la vez histórica y escatológica. Es una misión en la Iglesia y para la Iglesia en la historia, donde se deben superar pruebas, se han de afrontar cambios, y es preciso actuar en particulares situaciones culturales, sociales y religiosas, pero todo ello en función del reino de los cielos, ya preparado y dispuesto por el Padre como término final de todo el camino histórico y de todas las experiencias personales y sociales. El 'reino' transciende la Iglesia en su peregrinación terrena, y transciende sus tareas y poderes. Transciende también a Pedro y al colegio apostólico y, por tanto, a sus sucesores en el episcopado. Y, a pesar de ello, está ya en la Iglesia, y ya actúa y se desarrolla en la fase histórica y en la situación terrena de su existencia, por lo cual ya existe en ella algo más que una institución y estructura social. Existe la presencia del Espíritu Santo, esencia de la nueva ley, según san Agustín (Cfr. De spiritu et littera, 21) y santo Tomás de Aquino (Cfr. S. Th. , I.II, q. 106, a. 1), pero esta presencia no excluye, sino que por el contrario exige, a nivel ministerial, lo visible, lo institucional, lo jerárquico.

Todo el Nuevo Testamento, custodiado y predicado por la Iglesia, está en función de la gracia, del reino de los cielos. En esta perspectiva se coloca el ministerio petrino. Jesús anuncia esta tarea de servicio a Simón Pedro después de la profesión de fe que hizo como portavoz de los Doce: fe en Cristo, Hijo de Dios vivo (Cfr. Mt 16, 16), y en las palabras que anunciaban la Eucaristía(Cfr. Jn 6, 68). En el camino de Cesarea de Filipo, Jesús aprueba públicamente la profesión de fe de Simón, lo llama piedra fundamental de la Iglesia y le promete que le dará las llaves del reino de los cielos, con el poder de atar y desatar. En ese contexto se comprende que el evangelista ponga especialmente de relieve el aspecto de la misión y del poder, que atañe a la fe, aunque en él se hallan encerrados otros aspectos, que veremos en la próxima catequesis.

4. Es interesante notar que el evangelista, aun aludiendo a la fragilidad humana de Pedro, que no está exento de las dificultades sino que es tentado como los demás Apóstoles, subraya que goza de una oración especial por su perseverancia en la fe: 'He rogado por ti'. Pedro no fue preservado de la negación, pero, después de haber experimentado su debilidad, fue confirmado en la fe, en virtud de la oración de Jesús, para que pudiera cumplir su misión de confirmar a sus hermanos. Esta misión no se puede explicar por medio de consideraciones puramente humanas. El apóstol Pedro, que se distingue por ser el único que niega .¡tres veces!. a su Maestro, sigue siendo el elegido por Jesús para el encargo de fortalecer a sus compañeros. Los juramentos humanos de fidelidad que hace Pedro resultan inconsistentes, pero triunfa la gracia.

La experiencia de la caída sirve a Pedro para aprender que no puede poner su confianza en sus propias fuerzas y en cualquier otro factor humano, sino que ha de ponerla únicamente en Cristo. Esa experiencia nos sirve también a nosotros, pues nos impulsa a ver a la luz de la gracia la elección, la misión y el mismo poder de Pedro. Lo que Jesús le promete y le confía viene del cielo y pertenece .debe pertenecer. al reino de los cielos.

5. El servicio de Pedro al reino, según el evangelista, consiste principalmente en confirmar a sus hermanos, en ayudarles a conservar la fe ya desarrollarla. Es interesante destacar que se trata de una misión que se ha de cumplir en la prueba. Jesús es muy consciente de las dificultades de la fase histórica de la Iglesia, llamada a seguir el mismo camino de la cruz, que él recorrió. El cometido de Pedro, como cabeza de los Apóstoles consistirá en sostener en la fe a sus 'hermanos' y a toda la Iglesia. Y, dado que la fe no se puede conservar sin lucha, Pedro deberá ayudar a los fieles en la lucha por vencer todo lo que haga perder o debilitarse su fe. En el texto de Lucas se refleja la experiencia de las primeras comunidades cristianas, pues es consciente de la explicación que esa situación histórica de persecución, tentación y lucha encuentra en las palabras dirigidas por Cristo a los Apóstoles y principalmente a Pedro.

6. En esas palabras se hallan los componentes fundamentales de la misión de Pedro. Ante todo, la de confirmar a sus hermanos, con la exposición de la fe, la exhortación a la fe, y todas las medidas que sea preciso tomar para el desarrollo de la fe. Esta acción se dirige a aquellos que Jesús, hablando a Pedro, llama 'tus hermanos': en el contexto, la expresión se aplica en primer lugar a los demás Apóstoles, pero no excluye un sentido más amplio, extendido a todos los miembros de la comunidad cristiana (Cfr. Hech 1, 15). Y sugiere también la finalidad a la que Pedro debe orientar su misión de confirmar y sostener en la fe: la comunión fraterna en virtud de la fe. Más aún: Pedro .y como él cada uno de sus sucesores y cabeza de la Iglesia. tiene la misión de impulsar a los fieles a poner toda su confianza en Cristo y en el poder de su gracia, que él experimentó personalmente. Es lo que escribe Inocencio III en la carta apostólica "Sedis primatus" (12 de noviembre de 1199), citando el texto de Lucas 22, 32 y comentándolo así: 'El Señor insinúa claramente que los sucesores de Pedro no se desviarán nunca de la fe católica sino que más bien ayudarán a volver a los desviados y afianzarán a los vacilantes' (DS 775). Aquel Papa del Medievo consideraba que la declaración de Jesús a Pedro se veía confirmada por la experiencia de un milenio.

7. La misión confiada por Jesús a Pedro se refiere a la Iglesia en su extensión a través de los siglos y las generaciones humanas. El mandato: 'Confirma a tus hermanos' significa: enseña la fe en todos los tiempos, en las diversas circunstancias y en medio de las muchas dificultades y oposiciones que la predicación de la fe encontrará en la historia; y, al enseñarla, infunde valora los fieles. Tú mismo has experimentado que el poder de mi gracia es más grande que la debilidad humana; por ello, difunde el mensaje de la fe, proclama la sana doctrina, reúne a los 'hermanos)?, poniendo tu confianza en la oración que te he prometido. Con la virtud de mi gracia, trata de que los que no creen se abran y acepten la fe, y fortalece a los que se hallen vacilantes. Esta es tu misión, ésta es la razón del mandato que te confío. Esas palabras del evangelista Lucas (22, 31.33) son muy significativas para todos los que desempeñan en la Iglesia el munus petrinum, pues les recuerdan sin cesar aquella especie de paradoja original que Cristo mismo ha puesto en ellos, con la certeza de que en su ministerio, al igual que en el de Pedro, actúa la gracia especial que sostiene la debilidad del hombre y le permite 'confirmar a sus hermanos': 'Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.

 

 


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