SAN GREGORIO NISENO

LA META DIVINA Y LA VIDA CONFORME A LA VERDAD (1)

 

A LOS ASCETAS QUE LO HABÍAN INTERROGADO 

Esbozo (hypotypose) sobre el fin de la piedad, sobre la vida común y sobre la carrera para correr en común.

PRIMERA PARTE: LA META DIVINA 

-El principio de la vida cristiana: fe y bautismo 
-"La edad perfecta" del cristiano es la obra del Espíritu y del alma que se hizo libre 
-La "voluntad perfecta" de Dios 
-La libertad del alma librada de la vergüenza. 
-El alma se vuelve la esposa de Cristo, se asimila a El 
-La regla de la verdad: "Aquel que ve en lo secreto" 
-Quien busca las alabanzas no tiene fe 
-La "ley del pecado" 
-Nadie puede servir a dos maestros 
-La oración obtiene todo 
-Los dones del Espíritu 
-El camino supereminente 
-La nueva criatura 
-El cristiano perfecto: "el mayor mandamiento" 
-El cristiano perfecto: "que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz" 
-"Tendidos hacia lo que está adelante" 
-El amor sin medida 


SEGUNDA PARTE: LA VIDA COMÚN

-La pobreza perfecta 
-El servicio humilde y gratuito 
-Los superiores son más servidores que todos los demás 
-El orden de la caridad 
-El testimonio del Espíritu 
-Los ojos siempre hacia Dios 
-El sacrificio aceptado 
-Las virtudes están relacionadas 
-La cumbre de las virtudes: la oración 
-La oración de uno es bendición para todos 
-La alegría 
-La cumbre de la alegría: participar de la Pasión de Cristo 
-Seremos juzgados en el amor 
-La gloria que está cerca del Padre 

* * * * *

PRIMERA PARTE: LA META DIVINA

Si alguien aleja un poco del cuerpo la facultad de conocer, si se libera de la servidumbre de sus impresiones irracionales, y mira su alma desde arriba por medio de una reflexión sincera y pura, ése verá claramente en su misma naturaleza la caridad de Dios para con nosotros, y la voluntad del Creador hacia nosotros. En efecto, por medio de esta reflexión encontrará que existe en el hombre el impulso connatural e innato de un deseo que lo lleva hacia lo bello y lo excelente; y que existe en su naturaleza el amor impasible y feliz de esta "Imagen" inteligible y bienaventurada cuya imitación es el hombre.

Pero si el alma está despreocupada y no se mantiene en guardia contra sus distracciones, una carrera errante, de una a otra de las cosas visibles y efímeras va a seducirla y a encantarla. Con una pasión descabellada y un amargo placer la arrastrará hacia un mal temible, que nace de las voluptuosidades de la vida, y que engendra la muerte para cualquiera que se prenda de ellas.

Ahora bien, la gracia de nuestro Salvador concede, a aquellos que la reciben con un ardiente deseo, un remedio salvífico para sus almas: el conocimiento de la verdad. Por ella, la carrera errante que encantaba al hombre termina; el sentido menospreciable de la carne se apaga; el alma es conducida hacia lo divino y hacia su propia salvación por medio de la luz de la verdad: recibe la revelación del conocimiento.

Con magnanimidad, ustedes se decidieron a recibir este conocimiento. Con generosidad, ustedes dan riendas sueltas al amor de Dios, según la misma naturaleza que Dios quiso atribuir al alma. En sus actos ustedes cumplen en común lo que es propio a la "vida apostólica". Desean de nosotros una palabra que les guíe y les conduzca sin rodeos en el viaje de la vida, mostrándoles con precisión cuál es la meta de esta vida para aquellos que participan de ella - cuál es la voluntad de Dios, buena, favorable y perfecta -; cuál es el camino hacia esta meta, y cómo deben comportarse los unos hacia los otros que la recorren - cómo los superiores deben dirigir el "coro filosófico" -; y que trabajos deben asumir aquellos que quieren alcanzar la cumbre de la virtud y preparar dignamente su alma para la venida del Espíritu.

Puesto que ustedes nos reclaman esta palabra, y la quieren no sólo oral sino por escrito, a fin de guardar estas líneas como una bodega de la memoria y poder sacar de ella con oportunidad lo que les será útil, trataremos de responder a sus deseos dejándonos llevar por la gracia del Espíritu.

El principio de la vida cristiana: fe y bautismo

Sabemos muy bien que entre ustedes la regla de la piedad está establecida en la recta doctrina. Ustedes creen firmemente que hay una sola Deidad en bienaventurada y eterna Trinidad. Esta Deidad no sufre absolutamente ningún cambio, sino que debe ser pensada y adorada en una sola esencia, una sola gloria y una voluntad idéntica en sus tres hipóstasis. Hemos recibido esta confesión de muchos testigos, y la proclamamos nosotros también, para gloria del Espíritu que nos lavó en la fuente del sacramento.

Sabemos que esta profesión de fe, piadosa y sin error, firmemente establecida en el fondo del alma, la tenemos en común con ustedes; y conocemos el impulso de ustedes y la ascensión de sus actos hacia el bien y la beatitud; por eso nos limitaremos a escribirles algunos breves principios de instrucción. Los elegimos entre los escritos que nos dio el Espíritu, y en muchos lugares mencionamos las mismas palabras de la Escritura, para apoyar lo que decimos sobre su autoridad y para manifestar que le estamos subordinado. Así no tendremos la impresión de abandonar la gracia de arriba para producir nosotros mismos las elucubraciones ilegítimas de un pensamiento bajo y sin valor, ni de forzar con las filosofías del exterior nuestros ejemplos de piedad, para introducirlos subrepticiamente en la Escritura después de haberlos hecho brotar de una vana presunción.

Pues, aquel que quiere conducir hacia Dios su alma y su cuerpo siguiendo la ley de la piedad y devolverle "el culto incruento y puro", estableciendo como guía de su vida esta fe piadosa que las palabras de los santos nos hacen entender a través de toda la Escritura, aquél debe ofrecer a la carrera de la virtud un alma dócil y bien dispuesta: que se aparte con toda pureza de las trabas de esta vida, y de todas las servidumbres con relación a las cosas bajas y vanas. En resumen, que pertenezca todo entero, por su fe y su vida, a Dios sólo.

El sabe perfectamente que allí donde está la fe piadosa y una vida irreprochable, allí también está el poder de Cristo; y que allí donde está el poder de Cristo, allí también está la derrota de todo mal, y de la muerte que nos roba la vida.

Porque los vicios no tienen en sí un poder suficientemente grande como para poner obstáculo al poder soberano; sino que se desarrollan naturalmente en la desobediencia a los mandamientos. Es lo que experimentó en otros tiempos el primer hombre, y lo que experimentan ahora todos aquellos que imitan su desobediencia con una elección deliberada.

Al contrario, aquellos que se acercan al Espíritu con una disposición recta, y guardan la fe con una certeza plena, son purificados por el mismo poder del Espíritu, no permaneciendo en su conciencia ninguna mancha. Lo afirma el Apóstol: nuestro evangelio no les fue manifestado sólo con palabras, sino también con el poder y en el Espíritu Santo, y con plena certeza (1 Ts 1,5), como ustedes bien lo saben. Y también: que el espíritu de ustedes, su alma y cuerpo, sean guardados irreprochables para el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts 5,23), quien por el bautismo ha conseguido la prenda de la resurrección a aquellos que él hace dignos, a fin de que el talento confiado a cada uno le obtenga por su labor la riqueza invisible.

"La edad perfecta" del cristiano es la obra del Espíritu y del alma que se hizo libre

Porque, hermanos míos, el santo bautismo es grande: suficientemente grande para procurar a aquellos que lo reciben con temor la posesión de las realidades inteligibles. El Espíritu es rico y no es envidioso de sus dones: se vierte siempre como un torrente en aquellos que reciben la gracia; y los Apóstoles colmados de esta gracia, han manifestado a las Iglesias de Cristo los frutos de su plenitud. En aquellos que reciben ese don con toda rectitud, el Espíritu permanece; según la medida de la fe de cada uno, él es su huésped; él opera con ellos y construye en cada uno el bien, según la proporción del celo del alma en las obras de la fe.

El Señor lo dijo a propósito de la mina: la gracia del Espíritu Santo se da a cada uno en vista a su trabajo, es decir, para el progreso y crecimiento de aquel que lo recibe. Porque es necesario que el alma regenerada sea alimentada por el poder de Dios hasta la medida de la edad del conocimiento en el Espíritu; está, pues, irrigada con generosidad por la savia de la virtud y el enriquecimiento de la gracia (ver Lc 19,23 ss).

El alma que ha sido regenerada por la potencia de Dios debe nutrirse del Espíritu hasta el límite de la edad intelectual, irrigada continuamente por el sudor de la virtud y por la abundancia de la gracia.

El cuerpo del niño recién nacido no permanece mucho tiempo en la edad más tierna, sino que es fortificado por los alimentos corporales, crece según la ley de la naturaleza, hasta la medida que le es dada. Algo parecido se produce en el alma que recién renació: su participación en el Espíritu anula la enfermedad que había entrado con la desobediencia, y renueva la belleza primitiva de la naturaleza. El alma así renacida no permanece siempre niña, incapaz, inmóvil, dormida en el estado en el cual estaba en su nacimiento; sino que se nutre con los alimentos que le son propios, y hace crecer su estatura por medio de diversos ejercicios y virtudes, según las exigencias de su naturaleza. Por el poder del Espíritu y mediante su propia virtud, se volverá inexpugnable para los ladrones invisibles que lanzan contra las almas sus innumerables invenciones.

Es necesario pues, progresar siempre hacia el "hombre perfecto", según estas palabras del Apóstol: Hasta que alcancemos todos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al "hombre perfecto", a la medida de la edad de la plenitud de Cristo; a fin de que no seamos más niños, sacudidos y llevados por cualquier viento de doctrina según los artífices del error; sino viviendo según la verdad, crezcamos en todas las cosas hacia Aquel que es la cabeza, Cristo (/Ef/04/13-15). Y en otro lugar el mismo Apóstol dice: No se conformen al mundo presente, sino transfórmense renovando su mente, a fin de discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,2).

La "voluntad perfecta" de Dios

Lo que el Apóstol entiende por "la voluntad perfecta" es que el alma tome la forma de la piedad, en la medida que la gracia del Espíritu la hace florecer hasta la belleza suprema, trabajando con el hombre que sufre en su transformación.

El crecimiento del cuerpo no depende de nosotros, porque no es según el juicio del hombre ni según su agrado que la naturaleza mide su estatura: ella sigue su propia tendencia y necesidad. Por el contrario, en el orden del nuevo nacimiento, la medida y la belleza del alma - dadas por la gracia del Espíritu, que pasa por el celo de aquel que la recibe - crecen según nuestra disposición. Mientras más extiendas tu combate en favor de la piedad, también más se extenderá la estatura de tu alma, por medio de estas luchas y estos trabajos a los cuales nuestro Señor nos invita diciendo: Luchen por entrar por la puerta estrecha (Lc 13,24; ver Mt 7,13), y también: ¡Háganse violencia! Son los violentos quienes arrebatan el reino de los cielos (ver Mt 11,12). Y también: Aquel que persevere hasta el fin, ése se salvará (Mt 10,22). Y: Por su perseverancia tomarán posesión de sus almas (Mc 13,12). A su vez dice el Apóstol: Por la paciencia, corramos la carrera que se nos propone (Hb 12,1), y también: Corran de manera que ganen el premio (1 Co 9,24), y de nuevo: Como servidores de Dios por medio de una paciencia incansable (2 Co 6,4), etc.

Nos invita pues a correr, y a dirigir todo nuestro esfuerzo a estos combates, puesto que el don de la gracia está proporcionado a los esfuerzos de aquel que la recibe.

Porque es la gracia del Espíritu la que concede la vida eterna y la alegría inefable en los cielos; y es el amor el que por la fe acompañada de las obras, gana el premio, atrae los dones y hace gozar de la gracia. La gracia del Espíritu Santo y la obra buena concurrente al mismo fin colman con esta vida bienaventurada el alma en la que ellas se reúnen.

Al contrario, separadas, no procurarían al alma ningún beneficio. Porque la gracia de Dios es de tal naturaleza que no puede visitar a las almas que rehúsan la salvación; y el poder de la virtud humana no basta por sí solo para elevar hasta la forma de la vida celestial a las almas que no participan de la gracia. Si el Señor no edifica la casa ni guarda la ciudad, dice la Escritura, en vano vigila el guardián y trabaja el que construye (Sal 126,1). Y también: No son sus espadas las que conquistaron la tierra, no son sus brazos los que los salvaron - aun si los brazos y las espadas han servido en el combate - sino tu mano y tu brazo (oh Señor), y la luz de tu rostro (Sal 43,4).

¿Qué quiere decir esto? Que desde arriba el Señor lucha con los que luchan - y que la corona no depende solamente del trabajo de los hombres ni tampoco de sus esfuerzos -. Las esperanzas descansan finalmente sobre la voluntad de Dios.

Es necesario, pues, saber en primer lugar cuál es la voluntad de Dios; mirarla dirigiendo hacia ella todos nuestros esfuerzos; y, tendidos hacia la vida bienaventurada por el deseo, disponer en vista a esta vida nuestra propia existencia.

La "voluntad perfecta" de Dios consiste en purificar el alma de toda mancha por la gracia, elevarla por encima de los placeres del cuerpo, y que se ofrezca a Dios, pura, tendida por el deseo, y hecha capaz de ver la luz inteligible e inefable.

Entonces el Señor declara al hombre "bienaventurado": Bienaventurados los corazones puros, porque verán a Dios (Mt 5,8). Y en otra parte ordena: Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto (Mt 5,48).

El Apóstol exhorta a correr hacia esta perfección cuando dice: Para llevar a todos los hombres hasta la perfección en Cristo, me fatigo luchando (Col 1,28).

La libertad del alma librada de la vergüenza.

Para los que desean una vida auténticamente filosófica, David, hablando en el Espíritu, enseña el camino de la verdadera filosofía -el camino que deben tomar para llegar a la meta perfecta-, los bienes que deben pedir a Aquel que da: Que mi corazón, dice, se vuelva inmaculado en tu justicia, a fin de que no pase vergüenza (Sal 118,80). Diciendo esto, invita a aquellos que por sus malas acciones se han cubierto de vergüenza, a temer esta vergüenza y a desembarazarse de ella como de un vestido manchado, un vestido de infamia.

Dice también: No tendré vergüenza si escudriño todos tus mandamientos (Sal 118,6). Observa cómo el Espíritu pone en el cumplimiento de los mandamientos la "libertad" del alma.

David dice también: Construye en mí, oh Dios, un corazón puro; establece en mi seno un espíritu nuevo y recto; afiánzame con el Espíritu soberano (Sal 50,12).

En otra parte pregunta: ¿Quién subirá a la montaña del Señor? (Sal 23,3). Entonces responde: El hombre de manos inocentes, y puro corazón (Sal 23,4).

He aquí quien subirá a la montaña del Señor: aquel que es puro en todas las cosas, quien por el pensamiento, el conocimiento o los actos, no manchó su alma hasta el fondo obstinándose en el mal; aquel que habiendo recibido el "Espíritu soberano", reconstruyó con obras y con buenos pensamientos su corazón, que había sido destruido por el mal.

El alma se vuelve la esposa de Cristo, se asimila a El

El Santo Apóstol, hablando a los que decidieron vivir en la virginidad, describe cual debe ser este género de vida: La virgen, dice, piensa en las cosas del Señor, cómo ser santa en el cuerpo y en el espíritu (1 Co 7,34), queriendo significar con esto cómo purificarse en cuanto al alma y a la carne. Y exhorta a huir de todo pecado -visible o escondido- es decir, a abstenerse enteramente de las faltas que se cometen con las acciones y de las que se cumplen en el pensamiento. Porque la meta para el alma honrada con la virginidad consiste en acercarse a Dios y hacerse la esposa de Cristo.

Aquel que desea unirse con alguien debe, por supuesto, adoptar su manera de ser, imitándolo. Es pues una necesidad para el alma que desea convertirse en esposa de Cristo, hacerse conforme a la belleza de Cristo, por medio de la virtud, según el poder del Espíritu. Porque no es posible que se una a la luz aquel que no brilla con el reflejo de esta luz. Y he aprendido del Apóstol Juan: Cualquiera que tiene esta esperanza se santifica, como Cristo mismo es santo (1 Jn 3,3). El Apóstol Pablo escribe también: Sean mis imitadores como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1).

El alma que quiere levantar vuelo hacia lo divino y adherirse fuertemente a Cristo, debe pues alejar de sí toda falta; las que se cumplen visiblemente con las acciones: quiero decir, el robo, la rapiña, el adulterio, la avaricia, la fornicación, el vicio de la lengua, en resumen, todos los géneros de faltas visibles; y también los males que se introducen subrepticiamente en las almas, y que permaneciendo escondidos para la gente del exterior, devoran al hombre de una manera cruel: es decir, la envidia, la incredulidad, la malignidad, el fraude, el deseo de lo que no conviene, el odio, el fingimiento, la vanagloria, y todo el enjambre engañador de estos vicios que la Escritura odia, que rechaza con disgusto al igual que los pecados visibles, como si fueran de la misma ralea y generados del mismo mal.

Porque ¿de quién el Señor dispersará los huesos? ¿No es acaso de aquellos que quieren agradar a los hombres? ¿A quién el Señor rechazará como maldito y asesino? ¿No es acaso al hombre engañador y pérfido? ¡El hombre de sangre y de fraude, el Señor lo maldice! (Sal 5,7). ¿Y David no condena abiertamente a aquellos que dicen "Paz" a su prójimo pero cuyo corazón está lleno de maldad (Sal 27,3) gritando hacia Dios: En sus corazones ustedes hacen la injusticia sobre la tierra (Sal 105,39)?.

La regla de la verdad: "Aquel que ve en lo secreto"

Dios llama, pues, "obra de pecado" al movimiento del corazón que se produjo en secreto (Sal 57,3). En consecuencia, exhorta a no buscar alabanzas de los hombres, y a no enrojecerse por sus menosprecios. Porque la Escritura declara privados de recompensa en el cielo a aquellos que socorren al pobre con ostentación, y que se glorifican de sus limosnas en la tierra. Si, en efecto, buscas agradar a los hombres, y das para ser alabado, el salario de tu buena acción te está pagado por las alabanzas humanas en vista de las cuales has mostrado beneficencia. No busques, pues, más recompensa en el cielo, tú que colocas tus trabajos aquí abajo; y no esperes honores cerca de Dios, tú que los has recibido de los hombres.

¿Deseas una gloria inmortal? Muestra tu vida en lo secreto, a Aquel que es suficientemente poderoso para procurar la gloria que deseas. ¿Temes una vergüenza eterna? Teme a Aquel que desvelará tu vergüenza en el día del juicio.

¿Pero cómo entonces el Señor dijo: que la luz de ustedes brille delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos (Mt 5,16)? Es que anima al hombre que cumple los mandamientos de Dios para hacer todas sus acciones mirando hacia Dios -a agradar a Dios solo, sin correr detrás de cualquier gloria que viene de los hombres-; a huir más bien de sus elogios, así como de la ostentación; a hacerse conocer por todos por su vida y sus obras, de tal manera que los espectadores -no dijo: "admiraran la demostración"-, sino glorifiquen al Padre de ustedes que está en los cielos (ibíd.).

Lo que ordena aquí es referir toda la gloria al Padre, y cumplir toda acción en vistas a la voluntad del Padre. Y así estará cerca del Padre, en quien se encuentra la recompensa de las obras de virtud.

El Señor te invita a huir del elogio que viene de los hombres y de la tierra y de desviarte de él. Porque no solamente aquel que lo busca y lo atrae se priva de la gloria de la vida eterna, sino que puede desde ahora esperar el castigo. Pobres de ustedes, dice el Señor, cuando los hombres hablen bien de ustedes (ver Lc 6,26).

Huye, entonces, de todo honor humano, cuyo fin es la vergüenza y la confusión eternas, y tiende hacia las alabanzas de arriba, de las cuales David canta: Mi alabanza está cerca de ti (Sal 21,26), y: Mi alma se gloría en el Señor (Sal 33,3).

Aun cuando se trate simplemente del comer, el bienaventurado Apóstol recomienda no tomar de cualquier manera la comida que se encuentra preparada, sino dar gloria en primer lugar a Aquel que da los medios para sostener la vida. Es, pues, en todas las cosas que ordena menospreciar la gloria de los hombres y buscar sólo la gloria de Dios.

Quien busca las alabanzas no tiene fe

ALABANZAS/FALTA-FE: Aquel que busca la gloria de Dios, el mismo Señor lo llama "fiel"; mientras que junta con los "infieles" a aquel que ambiciona los honores de aquí abajo. ¿Cómo podrían creer - dice - ustedes que reciben gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene sólo de Dios? (/Jn/05/44).

¡Y el odio! Aprende del Apóstol Juan lo que es: Aquel que odia a su hermano es un homicida - dice - y ustedes saben que ningún homicida tiene la vida eterna (1 Jn 3,15). Rechaza pues de la vida eterna a aquel que tiene odio contra su hermano como si fuera un homicida; o más bien dice abiertamente que el odio es un homicidio. Porque aquel que suprime y destruye el amor del prójimo, y que en lugar de amigo se vuelve enemigo, puede ser considerado verdaderamente como quien entretiene contra su prójimo el odio escondido que alimentan los homicidas hacia las víctimas que se proponen derribar.

Que no hay ninguna diferencia entre las faltas escondidas en el interior y las que se ven y aparecen, el Apóstol lo muestra con sagacidad reuniéndolas y colocándolas sobre el mismo plano: Como no juzgaron bueno guardar el conocimiento de Dios, Dios los abandonó a sus inteligencias depravadas, de tal manera que hacen lo que no hay que hacer, llenos de iniquidad, de malicias, de fornicación, de avaricia, de maldad, llenos de envidia, de homicidios, de querellas, de fraude, de maleficencia; maldicientes, detractores, detestables para Dios, despreciativos, orgullosos, altaneros, inventores de calamidades, desobedientes a sus padres, insensatos, desordenados, sin afectos, sin lealtad, sin misericordia. Ellos no conocen la justicia de Dios -y sabiendo que aquellos que hacen estas cosas son dignos de muerte- no solamente las hacen, sino que aprueban a los que las hacen (Rm 1, 28-32).

¿Ves cómo flagela la maldad, el orgullo, el engaño y los demás vicios escondidos, al mismo tiempo que el asesinato, la avaricia y todos los crímenes de esta naturaleza? En cuanto el mismo Señor, proclama: lo que está elevado entre los hombres es abominación delante de Dios (ver Lc 16,5b); y: Aquel que se eleva será abajado, aquel que se abaja, será elevado (Lc 14,11). La Sabiduría dice también: Un corazón que se eleva es impuro delante de Dios (Pr 16,5).

La "ley del pecado"

También en otros libros de las Escrituras se podrían encontrar muchos otros textos que condenan las faltas escondidas en las almas. Estos vicios son malos y difíciles para sanar: se fortifican en la profundidad del alma, hasta el punto que no es posible extirparlos y arrancarlos por la sola fuerza y celo del hombre. Se lo alcanza sólo atrayendo por la oración el poder del Espíritu, para combatir juntos; entonces uno se hace dueño de este mal, que es un tirano interior. El Espíritu nos lo enseña por medio de la voz de David: Purifícame de mis pecados ocultos; preserva a tu servidor de los vicios que están en él como extranjeros (Sal 18, 13-14).

Es necesario, pues, vigilar de cerca, volviéndose con frecuencia hacia el alma como el jefe de guerra que grita y manda: Hombre, guarda tu corazón con toda vigilancia, porque de él procede la vida (Pr 4,23). Ahora bien, la guarda del alma es el juicio de la piedad, fortificado por el temor de Dios, la gracia del Espíritu y las obras de la virtud. Aquel que arma su alma con ellos desvía con facilidad los asaltos del tirano, quiero decir, el fraude y la codicia, el orgullo y la cólera, la envidia y todos los movimientos perversos del mal que se forman en el interior del hombre.

Nadie puede servir a dos maestros

El cultivador de la virtud debe ser, pues, un hombre franco y firme, sabiendo cultivar los únicos frutos de la piedad; que no extravíe nunca su vida sobre los caminos del mal; que nunca aleje de la fe el juicio de la piedad, sino que sea alguien simple y derecho.

Que ignore los sentimientos extraños a su propio camino. Porque el camino abrazado por el hombre solo y aquel que pasa por la unión con una mujer no podrían conseguir el mismo salario de vida.

El bienaventurado Moisés dijo: No engancharás juntos en tu arado animales de distintas especies tales como un buey y un asno; sino que trillarás tu grano poniendo bajo el yugo a los animales de una misma especie. No tejerás lino con lana ni lana con lino en un mismo vestido. En el suelo de la tierra no sembrarás dos semillas distintas, la una sobre la otra ni el mismo año. No aparearás dos animales de especies distintas, sino que juntarás aquellos de la misma especie (ver /Dt/22/10 y /Lv/19/19).

¿Qué quieren decir estos enigmas para el santo? Que no se debe sembrar en la misma alma el vicio y la virtud, compartir su vida entre contrarios, cultivando al mismo tiempo las espinas y el trigo. La esposa de Cristo no debe cometer el adulterio con los enemigos de Cristo: no puede engendrar por una parte la luz y por otra las tinieblas.

Porque estas cosas no están hechas para caminar juntas, ni tampoco las partes de la virtud con las del vicio. ¿Qué tipo de amistad podría establecerse entre la moderación y la intemperancia? ¿Qué acuerdo entre la justicia y la injusticia? ¿Qué sociedad entre la luz y las tinieblas? ¿No sucederá de manera infalible que el uno perderá el terreno en favor del otro y no deseará permanecer frente al asaltante?

Es necesario que el sabio agricultor desparrame, como de una fuente buena para beber, las aguas puras de la vida, sin mezcla de ningún lodazal; porque debe conocer sólo las únicas cosechas de Dios, y trabajar en ellas con perseverancia durante toda su vida. Entonces, incluso si un pensamiento extraño aparece bajo la cobertura de los frutos de la virtud, Aquel que lo ve todo mirará tus trabajos; y con prontitud, por medio de su propio poder, cortará esta raíz de malos pensamientos, falsa y escondida, antes de que brote. Porque si alguien persevera en los trabajos de la virtud, la gracia del Espíritu lo acompaña destruyendo cuanto antes las semillas del vicio. Y es imposible que aquel que se adhiera siempre a Dios pierda la esperanza o sea dejado sin defensa.

La oración obtiene todo

Has leído en el Evangelio la historia de esta viuda que expone a un juez inicuo una gran injusticia. Mucho tiempo y perseverancia en su requerimiento triunfan de las costumbres del juez y la lleva a sacar venganza del injusto agresor. Pues bien, tú también no te desanimes cuando reces. Porque si la audacia de esta mujer llegó a quebrar la arbitrariedad de un juez sin piedad, ¿cómo podría ser posible desesperar de la solicitud de Dios, de quien sabemos que la misericordia previene a menudo a aquellos que lo invocan? Por otra parte, el mismo Señor espera la perseverancia de nuestras oraciones en esta parábola. El nos exhorta a insistir: Vean, explica, lo que dice el juez inicuo. ¿Y Dios no hará justicia a los que gritan a él día y noche? Yo les digo: les hará justicia y pronto (Lc 18, 6-8).

Los dones del Espíritu

El Apóstol, sabiendo que muchos esfuerzos y combates esperan a los discípulos de la piedad en sus progresos hacia la perfección, proponiendo a todos la meta verdadera, escribe: ...corrigiendo a todos los hombres e instruyéndolos con toda sabiduría, a fin de que cada uno llegue a la perfección en Cristo. Por eso me fatigo luchando (Col 1, 28-29). Además, pide que aquellos que por el bautismo se hicieron dignos de recibir el sello del Espíritu, adquieran el crecimiento de "la edad del conocimiento" (edad espiritual) bajo la conducción del Espíritu: Habiendo tenido noticia de la fe de ustedes, y de la caridad que tienen para con todos los santos, no ceso de orar por ustedes y de pedir que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les de el Espíritu de sabiduría y de revelación en su conocimiento: que los ojos de su corazón sean iluminados para que sepan cuál es la esperanza de su llamado y la riqueza de la gloria de su herencia entre los santos, y cuál es la grandeza supereminente de su poder, a favor nuestro, para nosotros los creyentes (Ef 1, 16-19).

Después habla del modo de participación del Espíritu: según la operación de su potencia, que él obró en Cristo resucitándolo de entre los muertos (ibíd., 1,19). Se expresa claramente sobre la participación con el Espíritu y sobre la acción de éste en favor de aquellos que lo reciben: ... para que ustedes también reciban de la misma manera su plenitud.

Un poco más lejos en la misma epístola, implora para ellos algo mejor, pidiendo que baje sobre ellos el perfecto poder del Espíritu: Por eso doblo las rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma su nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que según la riqueza de su gloria, les conceda ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu; que Cristo habite por la fe en sus corazones, que arraigados y fundados en la caridad, puedan comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que sean llenos de toda plenitud de Dios (Ef 3, 14-19).

El camino supereminente

Ya en otra epístola habla a sus discípulos de las mismas realidades, revelándoles el tesoro del Espíritu, y exhortándolos a participar de él: Aspiren a los mejores dones. Pero quiero mostrarles un camino mejor. Si yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como un bronce que suena o un címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y tuviera una fe que trasladara montañas, si no tengo caridad, no soy nada. Y si repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, para nada me aprovecha (1 Co 13, 1-3).

¿Pero, qué es pues la superioridad de la caridad y cuáles son sus frutos? ¿De qué males aleja a aquel que la posee, y qué bienes procura? El Apóstol lo muestra con sabiduría con estas palabras: La caridad es longánima, es benigna, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad jamás terminar (1 Co 13, 4-8).

Esto es hablar con una perfecta sabiduría y exactitud. La caridad jamás terminará. ¿Qué significa esto? Si alguien consigue estos carismas que el Espíritu concede -quiero decir las lenguas de los ángeles, la profecía, la ciencia, el don de sanación- pero no está aun plenamente liberado, por la caridad del Espíritu, de las pasiones que lo perturban desde el interior, y no recibió aun en su alma el perfecto remedio de la salvación, ése permanece en el temor de una caída, porque no tiene la caridad que funda y confirma en la estabilidad de la virtud.

No te quedes pues en los dones. ¡Y no pienses que con la gracia rica y generosa del Espíritu, nada te falta para la perfección!, sino que cuando afluyan hacia ti esta profusión de dones, entonces hazte pobre de espíritu. Acurrucado bajo el temor de Dios y contando solo con la caridad como fundamento del tesoro de la gracia para el alma, sigue combatiendo toda impresión descabellada antes de haber alcanzado la cumbre de la meta de la piedad: el mismo Apóstol te precedió, y trae allí a sus discípulos por su oración y por su doctrina, mostrincircuncisión, lo que vale es ser una nueva criatura. Y a todos los que siguen esta norma, paz y misericordia, así como al Israel de Dios (Ga 6, 15-16).

La nueva criatura

Dice también: Si alguien es de Cristo, se ha hecho criatura nueva, y lo viejo pasó (2 Co 5,17). Ser "nueva criatura" es la regla apostólica: regla que el Apóstol en otra epístola expresa con penetración:... a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e inmaculada (Ef 5,27).

Llama pues "nueva creación" la inhabitación del Espíritu Santo en el alma pura y sin mancha, alejada de toda malicia, perversidad o torpeza. Cuando el alma, en efecto, haya alcanzado el odio al pecado, y se haya entregado a Dios según sus fuerzas por medio del gobierno de la virtud, cuando reciba la gracia del Espíritu y se encuentre transformada por la divina gracia, será enteramente nueva y recreada. La advertencia: Purifíquense de la vieja levadura para transformarse en una masa nueva (1 Co 5,7) expresa la misma enseñanza. Así también: Celebremos este banquete, no con la vieja levadura, sino con los ázimos de pureza y de verdad (1 Co 5,8).

Puesto que el enemigo tiende sus trampas al alma por todos lados lanzando hacia ella su maleficencia, y que las fuerzas humanas son por sí mismas inferiores en semejante combate, el Apóstol nos ordena armar nuestro miembros con las armas celestiales: nos invita a revestirnos con la coraza de la justicia, a calzar nuestros pies con la preparación de la paz, a ceñirnos con la verdad, tomando por encima de todo eso el escudo de la fe con que poder apagar los encendidos dardos del maligno (ver Ef 6, 14-16). Los dardos encendidos son las pasiones no reprimidas. Nos exhorta también a tomar el casco de la salvación y la espada santa del Espíritu. Por la espada santa se entiende la Palabra poderosa de Dios. El alma debe armar su mano derecha con ella para rechazar las maquinaciones del enemigo.

Pero, ¿cómo podemos tomar estas armas? Apréndelo del mismo Apóstol: Por la oración continua y la súplica -dice-. Recen en el Espíritu en todo tiempo. Por eso vigilen en todo tiempo y con perseverancia (Ef 6,18). Y ora por todos con estas palabras: Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, y la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes (2 Co 13,13). Y también: Que el espíritu de ustedes, alma y cuerpo, se conserve entero, sin mancha para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts 5,23).

El cristiano perfecto: "el mayor mandamiento"

¿Ves cuántos medios de salvación te mostró? Y todos tienden hacia el único camino y la única meta, que es la de ser un cristiano perfecto. Es el fin hacia el cual deben apurarse, por medio de una fe robusta y una esperanza constante, aquellos que están prendados por la verdad y que se adelantan con alegría, con pleno fervor en lo más fuerte de la lucha. Para ellos la carrera de la vida se cumple con facilidad hasta la cumbre de estos mandamientos de donde se desprende toda la Ley y los profetas. ¿Qué mandamientos? Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todo tu pensamiento, y a tu prójimo como a ti mismo (Dt 6,5).

Tal es la meta de la piedad, que el mismo Señor y los Apóstoles por él formados nos han transmitido. ¡Y si con algunas digresiones prolongamos un poco nuestro discurso, preocupados por establecer la verdad más que de economizar las palabras, ¡no se nos censure! Porque una vez conocidas las reglas de la filosofía, conociendo así claramente el trabajo del viaje y el fin de la carrera, todos repudiarán la presunción y la gloria que inspiran los éxitos alcanzados. Para una vida eterna renunciarán a sus almas, como dice la Escritura, y mirarán hacia una sola riqueza: la que Dios propone a los que lo aman, como el premio ganado por su amor a Cristo, porque llama a ello a todos aquellos que se ofrecen con prontitud para sostener la lucha, a todos aquellos para quienes la cruz de Cristo basta como viático en el país de esta vida.

El cristiano perfecto: "que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz"

Con alegría y buena esperanza deben, llevando su cruz, seguir al Dios Salvador. Que adopten como ley y como itinerario de su vida la economía divina, como lo dice el mismo Apóstol: Sean mis imitadores como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1). Y también: Por la paciencia corramos el combate que se nos ofrece, puestos los ojos en Jesús, que es el autor y consumador de la fe: el cual, en vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios (Hb 12, 1-2).

Es de temer, en efecto, que transportados por los dones del Espíritu, encontremos en nuestros pequeños éxitos de virtud un motivo para enorgullecernos y gloriarnos; entonces caeríamos de nuestro impulso antes de alcanzar el término de nuestra esperanza. Todo el trabajo ya hecho se volvería inútil, y aparecería que somos indignos de la perfección hacia la cual la gracia del Espíritu nos arrastra.

"Tendidos hacia lo que está adelante"

No debemos, pues, bajo ningún pretexto aflojar la intensidad de nuestro esfuerzo, ni dejar el combate que nos espera, ni ocupar nuestro espíritu con lo que está atrás -si algo bueno se hizo-, sino olvidar todo eso y con el ejemplo del Apóstol: tender hacia lo que nos precede (Flp 3,13).

Mientras nuestro corazón se rompe bajo la tensión del esfuerzo, con un deseo insaciable de justicia -porque sólo de ella deben tener hambre y sed aquellos que buscan alcanzar la perfección-, nos volveremos humildes, y compenetrados por el temor de Dios, viendo que estamos lejos de las promesas, y exiliados de la perfecta caridad de Cristo. Porque aquel que ama esta caridad y que mira hacia arriba, hacia la promesa, no se exalta con los éxitos logrados, ni cuando ayuna, ni cuando vigila, ni cuando aplica su celo a otras formas de virtud; sino lleno del deseo de Dios, y mirando con intensidad hacia Aquel que lo llama, considera todo lo que hace por alcanzarlo como poca cosa y como indigno de recompensa. Mientras dura esta vida, se sobrepasa continuamente a sí mismo, acumulando trabajos sobre trabajos y virtudes sobre virtudes, hasta que esté frente a Dios, precioso por sus obras, pero no teniendo conciencia de haberse hecho digno de El.

El amor sin medida

Porque acá reside la cumbre de la "filosofía": que aquel que es grande por las obras se abaje en su corazón y condene su vida con temor de Dios haciendo caer la opinión que tiene de sí mismo.

Así gozará de la promesa en la medida en que creyó y en que amó, no en la medida en que trabajó y se cansó.

Porque los dones son muy grandes para que pueda encontrar trabajos dignos de ellos. Lo que hace falta es una gran fe y una gran esperanza; entonces la recompensa se medirá en base a estas dos virtudes, y no a los ejercicios. El soporte de la fe es la pobreza según el Espíritu, y el amor de Dios sin medida.

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