37. ¿SE PUEDE SUPERAR LA ADICCIÓN AL SEXO?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
37. ¿SE PUEDE SUPERAR LA ADICCIÓN AL SEXO?
El amor consiste
en sentir que el ser
sagrado
tiembla dentro del ser
querido.
Platón
Adictos al sexo
En un estudio reciente
sobre la adicción sexual, Patricia Matey comenzaba
diciendo: “La adicción al sexo es una de las dependencias menos confesadas y
visibles de todas las que existen. No obstante, ha aumentado el número de
pacientes que pide ayuda debido a las consecuencias de su trastorno: ruina
económica, matrimonios rotos, problemas laborales, ansiedad y depresión”.
Los expertos señalan que
este trastorno no es nuevo, aunque solo recientemente ha sido reconocido
como un serio problema social, con consecuencias semejantes a las de otras
adicciones más conocidas, como el alcohol, las drogas o la ludopatía.
A diferencia de otras
adicciones –señala José Ramón Ayllón–,
la dependencia sexual puede adoptar múltiples formas: desde la masturbación
compulsiva a los abusos sexuales, pasando por relaciones con múltiples
parejas heterosexuales u homosexuales, encuentros con personas desconocidas,
recurso continuo a la pornografía, prostitución o líneas eróticas,
exhibicionismo, pedofilia, turismo sexual, etc. El comportamiento compulsivo
sexual se gesta, en la mayoría de los casos, en la mente, donde las
fantasías sexuales y los pensamientos eróticos se convierten en engañosas
válvulas de escape de los problemas laborales, las relaciones rotas, la baja
autoestima o la insatisfacción personal.
Los adictos al sexo son
hábiles en el disimulo, porque su problema les avergüenza. Pero, con
frecuencia, su dependencia se acaba sabiendo. “Algunos acuden a la consulta
–explicaRoselló Barberá–
cuando las facturas del teléfono de líneas eróticas o los contactos con
prostitutas les han arruinado económicamente o su cónyuge les ha
descubierto. Otros deciden pedir ayuda porque quieren poner fin a una
adicción que está haciendo naufragar su matrimonio, les ha causado problemas
legales o les está empujando al suicidio. O porque su dependencia les lleva
a hacer cosas que nunca hubieran imaginado, y eso les causa un sufrimiento
insoportable.”
Siempre alguien paga por ello
La incontinencia sexual
suele traer, después de los primeros momentos de goce, una pesada impresión
de insatisfacción, de error, de disgusto. Sabes que has hecho algo indebido.
Es fácil que te sientas descontento, culpable, degradado. Después, con el
tiempo, quizá llegues a racionalizarlo de alguna manera y consigas
olvidarlo, o considerarlo normal, o incluso positivo, pues cuando el pecado
se convierte en hábito, su dependencia dificulta cada vez más discernir lo
bueno y lo malo. Cuando se antepone el placer a la responsabilidad, siempre
hay un precio que pagar. Los que creen poder conseguir lo uno y lo otro se
dejan engañar con demasiada facilidad.
La obsesión por la
satisfacción de los propios deseos ciega a quien la sufre. Impide ver el
efecto perjudicial que ese comportamiento tiene sobre los demás. Pero
alguien, en algún momento, tendrá que pagar por esas claudicaciones. Puede
que sea una persona con cuyos sentimientos más íntimos has jugado; o una
criatura aún no nacida que acabará sus días en un cubo de basura, condenada
porque fue el resultado de un “error”; o un matrimonio, y quizá unos hijos,
destrozados por una relación adúltera frívola y absurda. Un egoísmo
disfrazado de amor que ha roto un compromiso, ha allanado los derechos de
otro, o ha convertido a unos niños en víctimas inocentes.
Siempre hay alguien que
paga por ello. Entre otras cosas, porque quien nunca falta en esa cadena de
quebrantos es uno mismo. Tolstoi aseguraba que el hombre que ha conocido a
varias mujeres para solo su placer, ya no es un hombre normal, sino alguien
que difícilmente dejará de ver a la mujer como a un objeto. Será un hombre
que necesitará, para volver a ser normal, todo un proceso de rehabilitación.
Un hombre que pagará un alto precio por haberse dejado seducir por esa
máscara del amor.
Una sensación de inquietud
Cuando la Iglesia
católica dice que hay que ser generoso, preocuparse de los demás, o
acordarse de los pobres, la mayoría de la gente lo escucha con aire
distraído. Pocos se sienten interpelados.
Sin embargo,
sorprendentemente, cuando la Iglesia habla sobre la castidad, muchos se
rasgan las vestiduras y dicen que es una especie de represión absurda e
intolerable, un resto de antiguos puritanismos y anacronismos ridículos.
—¿Y por qué crees que hay
una reacción tan diferente ante unos temas y otros?
No lo sé. La Iglesia se
limita a hablar, no les está forzando a nada. Pero se ve que ante este tema
experimentan una profunda inquietud. Quizá haya algo de mala conciencia, si
reaccionan de modo tan crispado y vehemente.
Los engaños más habituales
—Muchos dicen que nadie
puede dictarles lo que tienen que hacer con su sexualidad. Que para ellos
“vale todo”.
Desde luego, yo no voy a
dictarles nada. Pero me parece que ese modo de hablar es una forma un poco
tosca de eludir la realidad moral.
En cualquier análisis
sobre lo que debe o no hacerse, decir que “vale todo”, es como decir que
nada vale, pues, al hablar así, todo diálogo y todo uso de la inteligencia
pierden su sentido. No parece un buen enfoque para hablar de valores ni para
llevar una vida razonable.
De todas formas, pienso
que es una actitud que, como todas, hay que procurar comprender. No creo que
haya que responder a esas personas con prepotencia ni menosprecio, pues
todos esos planteamientos suelen responder a una crisis personal que cuesta
superar, y lo más sensato es manifestar una comprensión sincera, y no
enfrentarse sino ofrecer ayuda.
Como ha escrito Carmen
Martín Gaite, para muchos el sexo es “un intento de remediar el aislamiento
personal, pero que solo lo proyectan fuera de sí. Y aunque, en el mejor de
los casos, pueda coincidir con la proyección fuera de sí que desencadena el
aislamiento del otro, siempre se tratará de individuos que, si comparten
algo, es un estado de crisis. La crisis más intensa que se pueda imaginar,
pero al mismo tiempo la más insignificante. Lo mismo que las olas:
perseguirse, gozar y luego deshacerse por separado”.
Esas personas deberían
comprender que desentenderse de la ley moral acaba tarde o temprano en
serios disgustos. Así queda reflejado con brillantez, por poner un ejemplo,
en la película “Infiel”, de Liv Ullmann,
que aborda con cierta profundidad el drama del adulterio. Cuando dos
personas inician una relación adúltera, piensan quizá que es como un juego
para adultos. Los principios morales desaparecen. Amémonos al límite, seamos
felices juntos, olvidémonos de qué es bueno y qué es malo, que no pasa nada.
Sin embargo, tarde o
temprano descubren que no da igual olvidarse de la naturaleza y de sus
leyes. Querían hacer como que eran dioses que se dan a sí mismos su
naturaleza y sus leyes, y no tardan mucho en comprobar que se han mentido a
sí mismos, y sobreviene entonces la consiguiente tragedia. Querían jugar a
que no había principios morales, y súbitamente aquella simulación y aquel
fingimiento se desmoronan.
Lo que era un matrimonio
unido, una hija feliz, un buen amigo, acaba todo deshecho por la
irreflexión, por el egoísmo de la sensualidad que ciega y lleva a la
irresponsabilidad, e incluso a la crueldad, a destrozarlo todo. Las víctimas
son ellos mismos, sus familias, esa niña que ha sido utilizada en el juego
de adultos, arrollada por un torbellino emocional que desgarra su vida, sin
entender bien cuál es su papel en esa historia de deslealtades.
—Pero los modelos de
castidad que muchas veces se nos han presentado suenan a rigorismo, a
represión, a algo antiguo...
En cuanto a lo de
antiguo, habría que decir que el relajamiento en la conducta sexual es mucho
más antiguo. La laxitud de costumbres en estos temas está presente desde
épocas muy primitivas, como bien atestigua la historia.
En cuanto a los viejos y
necios rigorismos, estoy de acuerdo en que conviene romper con las visiones
timoratas o encogidas de la sexualidad, pero no sería sensato invocar esos
errores para justificar otros. No se trata de defender antiguos
puritanismos, ni de volver a la época victoriana, ni a la Edad Media. Se
trata de caminar hacia la verdad sobre el hombre.
—Otras veces lo que
piensas es que todas esas ideas que dices son muy bonitas, estupendas, pero
demasiado difíciles, y que lo realista es aprovechar un poco los pocos
placeres de que hoy se puede disfrutar...
Ese señuelo que describes
se ha presentado siempre ante el hombre, y no solo para seducirle por los
placeres del sexo sino por otros muchos caminos. Son razonamientos muy
parecidos a los que se hace quien cae en las redes de la mentira, el
alcohol, el juego, o la comisión ilegal.
Todas las deslealtades y
todas las infidelidades suelen empezar poco a poco, con pequeños hábitos,
sin movimientos ni quiebras violentas, sin derrumbamientos repentinos...,
pero cuando uno se quiere dar cuenta está enganchado. Son –en palabras de
Robert McCammon–
“monstruos horribles que se cuelan en las casas, retorcidos y sonrientes
detrás de la cara de un ser querido”.
Por eso, en los momentos
de tentación hay que levantar un poco la mirada hacia el tipo de persona que
uno quiere ser, hacia la necesidad de alcanzar un dominio sobre los propios
instintos para así fortalecer la propia afectividad y ser una persona
honesta.
—Sí, pero cuando estás en
esas tesituras no sueles querer pensar mucho en el futuro, piensas sobre
todo en el presente...
Es cierto, y ese es casi
siempre el juego dialéctico de cualquier tentación. Su principal empeño es
impedir que pienses en el futuro. Su triunfo es conseguir que pienses solo
en ese placer cercano, de ese momento. Su gran logro es..., en definitiva,
que no quieras pensar. Pero bien sabemos que la calidad de una persona se
muestra, entre otras cosas, en que es también capaz de pensar con sensatez
cuando la tentación arrecia.
O que, al menos, es capaz
de darse cuenta de que las cosas no son como las ve cuando está bajo el
hechizo de la tentación, sino que son como las veía cuando pensaba con
lucidez.