Contemplar el Sagrado Corazón de Jesús y examinar ante Él nuestro corazón
Santa Margarita María
Para pasar una semana extraordinaria:
CONSAGRACION AL SAGRADO CORAZON
DÍA I- En el Sagrado Corazón hallaremos la fuente de la alegría
DÍA II- El
Sagrado Corazón, modelo de humildad
DÍA III - El
Sagrado Corazón, modelo de obediencia
DÍA IV - El
Sagrado Corazón, modelo de generosidad
DÍA V - El
Sagrado Corazón, modelo de mansedumbre
DIA VI -
El Sagrado Corazón, modelo de desprendimiento
DIA VII - En el Sagrado Corazón hallaremos el más fiel amigo
CONSAGRACION AL SAGRADO
CORAZON
Te saludamos Corazón admirable de Jesús, te alabamos, te bendecimos,
te glorificamos. Te damos gracias, te ofrecemos nuestro corazón, te lo damos
y consagramos. Recíbelo y poséelo entero. Purifícalo, ilumínalo y
santifícalo para que vivas y reines en él por siempre. Amén.
DIA I-
En el Sagrado Corazón hallaremos la
fuente de la
alegría
"Sirvan a Dios con alegría", dicen los Libros Santos y, en efecto, la
alegría del corazón ha sido siempre lo que distingue a los verdaderos
servidores de Dios. Los santos, en medio de su más rigurosa austeridad, han
sido alegres. Nunca la tristeza fue virtud, sino un gran peligro para el
alma cristiana.
Pero, ¿dónde encontraremos verdadera
alegría? Causas de tristeza las hallamos dondequiera y parece poco menos
que imposible sustraerse de ellas. Volvamos a depositar nuestras congojas en
el Corazón de Jesús y encontraremos en él la fuente de la verdadera alegría.
Descarguemos alli el
peso de nuestras inquietudes. No tardaremos en oír resonar en el fondo de
nuestro corazón aquellas maravillosas palabras que tan a menudo dirigía el
Salvador a sus Discípulos: "¡La Paz sea con ustedes!"
Oh, Jesús mío; mi alma tiene necesidad de Ti para sacudir el peso abrumador
de sus perpetuas tristezas. Tú lo has dicho en otra ocasión: "Alégrate, hija
de Sión, porque está en medio de ti el Santo de Israel". Dame este don
celestial con que favoreces a tus elegidos.
¿Y nosotros? ¿Y yo?
Todos buscamos la alegría pero, comúnmente, equivocamos el camino para
encontrarla. El mundo la promete, pero bien sabe que no nos la puede dar.
Sus alegrías son ruidosas, pero no llenan el corazón ni duran más que breves
momentos. El rostro de los mundanos es casi siempre como una máscara alegre
que oculta un corazón devorado por el tedio y, quizá, por el remordimiento.
El gozo interior es únicamente propiedad de la buena conciencia.
El alma del gran Francisco Javier, en medio de sus fatigas apostólicas, se
sentía tan inundada de gozo que le obligaba a exclamar: "¡Basta, Señor,
basta, basta!". Cuando nos hallemos tristes, examinemos nuestro corazón y
veremos que siempre nace nuestra tristeza de alguna secreta falta de virtud.
Oh, divino Corazón, que eres en el cielo la alegría de los ángeles y santos,
y en este mundo la de tus amigos. Por Ti sonreían alegres en sus tormentos
los mártires, en sus penitencias los anacoretas, en sus humillaciones los
seguidores de tu ley. Por Ti espero sonreír, Jesús, hasta las amarguras de
mi última agonía. ¡Habla, oh Dios mío, a mi alma con aquella tu
voz conmovedora, y se
estremecerán de júbilo mis entrañas.
DIA II- El Sagrado
Corazón, modelo de humildad
Contemplemos la humildad del Corazón de Jesús. Siendo Jesucristo Dios y
soberano de todas las cosas, no le bastó hacerse niño en el seno de una
mujer, nacer en una cueva de animales, trabajar como joven y adulto en un
taller y morir, finalmente, como reo miserable en una cruz. Aún después de
su existencia humana, hoy mismo, vive humillado y abatido.
En los Sacramentos ha escogido —para vivir con nosotros—. Se deja encerrar
como un prisionero en el fondo del tabernáculo, en nuestras iglesias casi
siempre desiertas y abandonadas. Oh, buen Jesús, eres el mismo hoy que
cuando naciste en Belén, cuando trabajabas en Nazaret, cuando recorrías a
pie los campos y aldeas de Judea y que cuando morías, entre injurias y
desprecios, en el Calvario. No ha cambiado tu condición de pobreza y
sencillez; no has dejado de ser humilde para que se puedan acercar a Ti, sin
temor, los más pobres y los más pequeños. Y para que aprendan de Ti la
sencillez y la humildad los vanidosos y los orgullosos.
Jesús: enséñame a mí, tan altivo y tan presumido que soy, esta santa virtud
de la humildad.
¿Y nosotros? ¿Y yo?
Jesús, me avergüenzo y espanto cuando doy una mirada a mi corazón. Es lo
contrario del tuyo, tan sencillo y tan humilde. El mío está lleno de
vanidad, presunción, orgullo, amor propio. Busco siempre el aplauso y la
alabanza, sobresalir y brillar, oscurecer a los demás, hacerme superior a
todos.
Desde luego, no son las ésas las lecciones de tu Corazón. Tú me quieres
humilde para con Dios, para con mis prójimos, para conmigo mismo. Para con
Dios, reconociéndome siervo y discípulo suyo, acatando sin murmurar todas
sus disposiciones, sujetándome sin réplica a su Providencia, agradeciendo
—como cosa suya— todo lo bueno que hay en mí.
Para con mis prójimos, portándome como si fuera el menor de todos ellos,
sufriendo con caridad, tratándolos con dulzura, perdonando sus injurias,
huyendo de sus aplausos y alabanzas.
Para conmigo mismo, teniéndome por lo que soy: criatura miserable, indigna
del polvo que piso, del cielo que contemplo y del aire que respiro.
DÍA III -
El Sagrado Corazón, modelo de
obediencia
El Sagrado Corazón de Jesús es modelo de la más perfecta obediencia. Para
dar ejemplo, bajó del cielo y se encarnó de la Virgen María. Toda su vida
mortal puede resumirse en una sola palabra:
obediencia.
Es Rey de los cielos y obedece. Es Dueño de todo lo creado y obedece. Es
Árbitro poderoso de cuanto existe y, no obstante, obedece.
¿A quién obedece? Además de la obediencia que continuamente presta al Padre
celestial, aquellos a quienes obedeció fueron siempre criaturas suyas y, por
tanto, infinitamente inferiores a Él. Le mandaba María, le mandaba José, el
juez impío, los crueles verdugos... A todos obedeció. Hoy mismo, en el
sacramento de la Eucaristía, obedece a la voz de su ministros, a quienes ha
dado —en cierto modo— facultad de poderlo colocar en nuestros altares.
¿Y nosotros? ¿Y yo?
Oh, Señor, si toda tu vida fue obedecer, la mía ha sido una continua
desobediencia. Nunca he sabido hacer otra cosa más que rebelarme contra tu
voluntad. Mi ley ha sido mi gusto; mi regla, los vanos antojos de mi
corazón. Obedecías Tú, y yo, insolente, pretendo alzarme con el mando. Te
hacías esclavo Tú y yo quiero darme aires de grandeza.
En mi vida he levantado tronos y altares, pero no han sido para Ti, sino
para dar culto a mi ambiciosa arrogancia. ¿Qué freno hubo que me contuviera?
¿Qué mandamiento me dictaste que yo no rompiera?
Siervo rebelde, mal súbdito, hijo egoísta e indigno de la herencia de tan
buen Padre... Perdóname, Jesús mío; perdona al extraviado que, arrepentido,
vuelve a tu casa. Manda, Señor, que a mí me toca obedecer. Prometo, desde
hoy, obediencia a tu ley, a tus enseñanzas.
DÍA IV - El Sagrado Corazón, modelo de generosidad
Fijemos hoy los ojos del alma en esta especial virtud del Sagrado Corazón.
Su generosidad ha sido tan grande que nuestra imaginación no puede
concebirla mayor. Todo, todo hasta / Si mismo, nos lo ha dado,
generosamente, el Sagrado Corazón de Jesús. Mientras vivió en carne mortal
empeñó su vida al servicio del hombre. Por el hombre obró milagros, predicó,
se fatigó, sudó, derramó lágrimas y sangre.
Se acercaba la hora de su Pasión y, después de haberse entregado totalmente,
inventó un milagro especial para poderse donar en su verdadero Cuerpo y
Sangre: el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
¿Podría regalarnos otra cosa? Sí, todavía nos dio más. Vio al pie de la cruz
a una Mujer, a su Madre, y de ella nos hizo regalo generoso. ¿Le restaba aún
algo más? Unas pocas gotas de sangre quedaban en su Corazón, y ya muerto
permitió que se lo rompiera un soldado, para que ni una sola gota dejara de
derramarse por nosotros. Hoy se dona a todas horas en los altares, sin
distinción, dispuesto siempre a ser generoso hasta con los más ingratos.
De modo que, por su inexplicable generosidad, es nuestra su doctrina, su
propia Madre, su Cuerpo y su Sangre, su cielo. Sí, porque después de darse
como alimento para nuestra redención, quiere ser Él mismo por toda la
eternidad— nuestra recompensa. Es su divisa: todo por el hombre y para el
hombre: qué generosidad inmensa de tan maravilloso Corazón.
¿Y nosotros? ¿Y yo?
Qué distante se encuentra de corresponder nuestro corazón egoísta a la
virtud de generosidad del Sagrado Corazón de Jesús. Tal vez servimos a Dios,
es verdad, pero midiendo y escatimando los servicios por temor a hacer
"demasiado". Cuando no advertimos peligro de pecado mortal, nos sentimos
"sin obligación alguna" con respecto a Dios. Nos parece que amamos lo
suficiente cuando no "ofendemos a nadie"; que somos los mejores amigos
cuando no somos "unos traidores".
¿Qué hago, por ejemplo, por Aquél que hizo tanto por mí? Cualquier
sacrificio se me hace imposible; cualquier crítica basta para detenerme. Y
cuando me resuelvo a hacer algo por Dios, ¿es desinteresado mi servicio?
¿Lo haría si no tuviera la conciencia del castigo? Tal vez el cielo no
tuviera para mí bastantes atractivos...
DÍA V
-
El Sagrado Corazón, modelo de
mansedumbre
Admiremos
hoy la extraordinaria mansedumbre y bondad del adorable Corazón de Jesús que
nunca deja de mostrarse manso y cariñoso. La contemplación nos invita a que
aprendamos en Él esta virtud. Así lo habían ya retratado los profetas; con
este mismo carácter lo vieron después y nos lo retrataron los evangelistas.
Veamos cómo trató a los pobres y a los ignorantes; cómo recibió a los
pecadores y acarició a los niños. Muy contadas veces se instaló el enojo en
su rostro, para darnos a entender que si la indignación es buena alguna vez,
casi siempre son mejores la suavidad y la mansedumbre. No se advirtieron en
Él ademanes imperiosos ni se le oyeron palabras de desdén; tampoco mal humor
o fastidio.
Con qué dulzura tolera la rudeza de sus primeros discípulos. Con qué
palabras tan suaves alienta a la Magdalena. Qué frases tan delicadas emplea
frente al apóstol traidor. Con qué serena majestad contesta el
interrogatorio de Poncio Pilatos...
¿Y nosotros? ¿Y yo?
No nos cansamos, Señor, de admirar en Ti esta delicada virtud. Pero, ay, a
nuestro corazón se le hace siempre difícil practicarla.
Nuestras palabras, nuestro rostro, nuestros ademanes, traspasan muy a menudo
las reglas de la caridad que Tú nos mandaste en el trato con el prójimo. La
amargura del corazón rebosa, frecuentemente, en los labios. Tratamos a los
superiores con altivez, a los iguales con indiferencia, a los inferiores con
dureza. Somos altaneros en la prosperidad y malhumorados en la aflicción.
Confundimos muchas veces la viveza del celo con los arranques del amor
propio.
Danos, oh Señor, la caridad y mansedumbre que han sido sello y distintivo de
los santos. Sea igual y blanda y serena nuestra conducta, sin arrebatos ni
decaimientos; sin ruidosas alegrías ni enojosas displicencias. Vea el
prójimo en nuestro rostro y escuche en nuestras palabras y acciones la
imagen y el camino de tu manso Corazón. Danos esas bellas cualidades para
ganarte almas que en la tierra te sigan y te glorifiquen por toda la
eternidad.
DIA VI -
El Sagrado Corazón, modelo de desprendimiento
La virtud que quiere enseñarnos hoy el Sagrado Corazón de Jesús es la del
desprendimiento. Tan desprendido de todo lo humano estuvo el Sagrado Corazón
que nada ejercía sobre Él peso ni influencia alguna como no fuera la
voluntad de su Padre celestial.
Estuvo desprendido de cualquier interés material, hasta el punto de nacer
privado de todo en una cueva y de morir desnudo del todo en una cruz. Y en
el intermedio de su vida nunca tuvo cosa que llamase suya. Las limosnas que
le daba la piedad de los fieles las devolvía Él a los pobres o las
depositaba en poder de sus discípulos.
En cuanto a los afectos de sangre, ninguno de ellos pesó para nada en la
libertad y el desprendimiento de su Corazón. Niño aún, dejó a su Madre y a
San José, y se separó por tres días de su compañía. Y cuando sus padres se
atrevieron a hacerle una queja, les respondió así: "¿No sabían que a Mí me
toca atender primero a las cosas de mi Padre-celestial?"
Era la suya una sublime libertad de espíritu; un total desprendimiento de
lazos humanos; una soberana independencia: la independencia de un corazón
entregado únicamente a Dios.
¿Y nosotros? ¿Y yo?
Oh, Jesús, nuestro corazón es esclavo de tantos señores y está atado a tan
miserables cadenas que no sabe volar hacia Ti.
Lo ata el amor a los bienes temporales; el ansia por las comodidades; el
afecto exagerado a los amigos. Nuestro corazón ha echado tan profundas
raíces en esta tierra que le rodea, que no sabe vivir sino con ella y por
ella. Así como la planta se nutre y se forma de los jugos que bebe del suelo
por medio de sus raíces, así nuestro corazón vive y se nutre sólo de la
materia el mundo, por medio de los mil y un afectos que le tienen atado a
él.
Desarraiga, Jesús, nuestra alma de esta tierra en la que no crece como
debiera hacerlo, es decir, sólo para Ti. Vivamos en este mundo sólo
corporalmente, pero espiritualmente vivamos fuera de él. Que no nos llenen
afectos humanos puesto que estamos llamados a poseer un objetivo divino. Haz
que no encontremos ilusión en todo lo que no seas Tú, para que no se pegue
el corazón más que a Ti.
DIA VII - En el Sagrado Corazón hallaremos el más fiel amigo
Es la amistad una de las más apremiantes exigencias y, a la vez, una de las
más dulces satisfacciones del corazón humano. Nuestro corazón necesita
comunicarse a otro, tanto en sus alegrías como en sus tristezas. Y esta
comunicación afectuosa se llama amistad.
¿Queremos tener una amistad
verdadera? Tomemos por amigo al Sagrado Corazón de Jesús. A ningún otro
corazón podemos arrimarnos con mayor seguridad de ser correspondidos. Es
amigo constante, amigo que no abandona si no es previamente abandonado. No
es como los amigos del mundo, que sólo nos sirven —tal vez— en la
prosperidad y que se olvidan de nosotros en la aflicción. La amistad del
Corazón de Jesús es firme para los que le aman. Es firme hasta la muerte y
más allá de la muerte.
Él velará como fiel amigo junto a nuestro lecho de agonía y será el fiador
en la presencia del supremo Juez. Busquemos, pues, esta amistad única que no
puede salirnos mentirosa. Sí, Jesús mío, admítenos en el número de los
amigos de tu Corazón.
¿Y nosotros? ¿Y yo?
Muchos amigos hemos tenido en este mundo o muchos se han llamado como tales.
Pero, ¿lo han sido de veras? Nunca lo han sido para cada uno de nosotros
como promete serlo el Corazón de Jesús.
Los amigos del mundo encubren muchas veces, bajo palabras de halago, la
frialdad y, quizá, el interés. Son inconstantes, mudables, egoístas. Los más
firmes no pueden resistir a la separación forzosa que impone la muerte.
¿Quién fiará su corazón a tan inestables compañías?
No así Tú, Jesús, y, no obstante, cuán pocos son tus amigos. Llenos están, a
todas horas, los centros de disipación y de maldad que tiene el mundo, y Tú
apenas si encuentras quien te haga presencia alrededor del Sagrario...
Quiero ser de esos pocos, oh divino Jesús, para hacerme digno de tu amistad.
Quiero conversar contigo con frecuencia, ya que tu mayor delicia es tener
conversación con nuestras almas. ¡Oh mi Jesús, mi Dios, mi amigo! Seamos los
dos amigos para siempre y no se acabe nunca, ni con la muerte,
esta. amistad...