La autoridad de Pedro en los inicios de la Iglesia
JUAN
PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 16 de diciembre de 1992
(Lectura:
evangelio de san Mateo, capítulo 10, versículos 1-4)
1. Los textos que expuse y expliqué en las catequesis anteriores se refieren
directamente a la misión de Pedro de confirmar en la fe a sus hermanos y de
apacentar la grey de los seguidores de Cristo. Son los textos fundamentales
acerca del ministerio petrino, y deben considerarse en el marco más completo
de todo el discurso neotestamentario sobre Pedro, comenzando por la
colocación de su misión en el conjunto del Nuevo Testamento. En sus cartas
san Pablo habla de él como el primer testigo de la resurrección (cf. 1 Co
15, 3 ss.), y afirma que fue a Jerusalén "para consultar a Cefas" (cf. Ga 1,
18). La tradición reflejada en el evangelio de Juan recoge una fuerte
presencia de Pedro, y también en los sinópticos aparecen numerosas alusiones
a él.
El discurso neotestamentario hace referencia también a la posición de Pedro
en el grupo de los Doce. En él destaca el trío: Pedro, Santiago y Juan.
Basta pensar, por ejemplo, en los episodios de la transfiguración, la
resurrección de la hija de Jairo y Getsemani. Pedro aparece siempre en
primer lugar en todas las listas de los Apóstoles (en el texto de Mt 10, 2
incluso se le califica con la palabra "primero"). A él Jesús le da un nombre
nuevo, Cefas, que se traduce al griego (eso indica que era significativo),
para designar el oficio y el puesto que Simón ocupará en la Iglesia de
Cristo.
Son elementos que nos sirven para comprender mejor el significado histórico
y eclesiológico de la promesa de Jesús, contenida en el texto de Mateo (16,
18-19), y el encargo de la misión pastoral descrito por Juan (21, 15-19): el
primado de autoridad en el colegio apostólico y en la Iglesia.
2. Se trata de un dato comprobado, que recogen los evangelistas,
registradores de la vida y la doctrina de Cristo, pero a la vez testigos de
la fe y la praxis de la comunidad cristiana primitiva. De sus escritos se
deduce que, en los primeros tiempos de la Iglesia, Pedro ejercía la
autoridad de modo decisivo en su nivel más alto. Este ejercicio, aceptado y
reconocido por la comunidad, es una confirmación histórica de las palabras
pronunciadas por Cristo acerca de la misión y el poder de Pedro.
Es fácil admitir que las cualidades personales de Pedro no hubieran bastado
por sí mismas para obtener el reconocimiento de una autoridad suprema en la
Iglesia. Aunque tenía un temperamento adecuado para ser jefe, ya demostrado
en aquella especie de cooperativa para la pesca en el lago, compuesta por él
y sus "socios" Juan y Andrés (cf. Lc 5, 10), no hubiera podido imponerse por
sí mismo, entre otras cosas, a causa de sus limites y defectos también
bastante conocidos. Se sabe, por lo demás, que durante la vida terrena de
Jesús los Apóstoles habían discutido quién iba a ocupar entre ellos el
primer lugar en el reino. Así pues, el hecho de que la autoridad de Pedro
fuese reconocida pacíficamente en la Iglesia, se debió exclusivamente a la
voluntad de Cristo, y muestra que las palabras con que Jesús había atribuido
al Apóstol su singular autoridad pastoral habían sido entendidas y aceptadas
sin dificultad en la comunidad cristiana.
3. Repasemos brevemente los hechos. Narra el libro de los Hechos que
inmediatamente después de la Ascensión, los Apóstoles se reunieron: en su
lista se nombra a Pedro en primer lugar (cf. 1, 13), como por lo demás
sucede en las listas de los Doce que nos proporcionan los evangelios y en la
enumeración de los tres privilegiados (cf. Mc 5, 37; 9, 2; 13, 3; 14, 33 y
paralelos).
Es Pedro quien, con autoridad, toma la palabra: "Uno de aquellos días Pedro
se puso en pie en medio de los hermanos"(Hch 1, 15). No es la asamblea quien
lo designa. Él se comporta como alguien que posee la autoridad. En esa
reunión Pedro expone el problema creado por la traición y muerte de Judas,
que redujo a once el número de los Apóstoles. Por fidelidad a la voluntad de
Jesús, llena de simbolismo sobre el paso del antiguo al nuevo Israel (doce
tribus-doce Apóstoles), Pedro indica la solución que se impone: designar un
sustituto que sea, al igual que los once, "testigo de la resurrección" de
Cristo (cf. Hch 1, 21-22). La asamblea acepta y pone en práctica esa
solución, echándolo a suertes, a fin de que la designación venga de arriba:
así "la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce
apóstoles"(Hch 1, 26).
Conviene subrayar que entre los testigos de la resurrección, en virtud de la
voluntad de Cristo, Pedro ocupaba el primer lugar. El ángel que había
anunciado a las mujeres la resurrección de Jesús les había dicho: "Id a
decir a sus discípulos y a Pedro..."(Mc 16, 7). Juan deja entrar a Pedro en
primer lugar al sepulcro (cf. Jn 20, 1-10). A los discípulos que vuelven de
Emaús, los demás les dicen: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha
aparecido a Simón!"(Lc 24, 34). Una tradición primitiva, recogida por la
Iglesia y referida por san Pablo, asegura que Cristo resucitado se apareció
en primer lugar a Pedro: "Se apareció a Cefas y luego a los Doce"(1 Co 15,
5).
Esta prioridad corresponde a la misión asignada a Pedro de confirmar a sus
hermanos en la fe, como primer testigo de la resurrección.
4. El día de Pentecostés Pedro actúa como jefe de los testigos de la
resurrección. Es él quien toma la palabra, por un impulso espontáneo:
"Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo..."(Hch 2,
14). Comentando el acontecimiento, declara: "A este Jesús Dios le resucitó;
de lo cual todos nosotros somos testigos"(Hch 2, 32). Todos los Doce son
testigos de ese hecho; Pedro lo proclama en nombre de todos ellos. Podemos
decir que es el portavoz institucional de la comunidad primitiva y del grupo
de los Apóstoles. Él será quien indique a los oyentes lo que deben hacer:
"Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo..."(Hch 2, 38).
Es también Pedro quien obra el primer milagro, provocando el entusiasmo de
la muchedumbre. Según la narración de los Hechos, se encuentra en compañía
de Juan cuando se dirige al tullido que pide limosna. Es él quien habla.
"Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: "Míranos". Él
les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: "No
tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el
Nazareno, ponte a andar". Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al
instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, y de un salto se puso en pie y
andaba..."(Hch 3, 4-8). Así pues, Pedro, con sus palabras y sus gestos, se
hace instrumento del milagro, convencido de gozar del poder que le venía de
Cristo también en este campo.
Precisamente en este sentido él explica al pueblo el milagro, mostrando que
la curación manifiesta el poder de Cristo resucitado: "Dios le resucitó de
entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello"(Hch 3, 15). Por
consiguiente, exhorta a los oyentes: "Arrepentíos, pues, y convertíos"(Hch
3, 19).
En el interrogatorio del Sanedrín es Pedro, "lleno del Espíritu Santo",
quien habla, para proclamar la salvación traída por Jesucristo (cf. Hch 4, 8
ss.), crucificado y resucitado (cf. Hch 7, 10).
A continuación, es Pedro quien, "juntamente con los Apóstoles", responde a
la prohibición de enseñar en nombre de Jesús: "Hay que obedecer a Dios antes
que a los hombres..."(Hch 5, 29).
5. También en el caso penoso de Ananías y Safira, Pedro manifiesta su
autoridad como responsable de la comunidad. Reprochando a aquella pareja
cristiana la mentira con relación a la recaudación de la venta de una
propiedad, acusa a los dos culpables de haber mentido al Espíritu Santo (cf.
Hch 5, 1-11).
De igual modo, el mismo Pedro responde a Simón el mago que había ofrecido
dinero a los Apóstoles para obtener el Espíritu Santo con la imposición de
las manos: "Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que
el don de Dios se compra con dinero... Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad
y ruega al Señor, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón"(Hch
8, 20.22).
Los Hechos, además, nos dicen que la muchedumbre considera a Pedro como
quien, más que los demás Apóstoles, obra maravillas. Ciertamente, no es él
el único que realiza milagros: "Por mano de los Apóstoles se realizaban
muchas señales y prodigios en el pueblo"(Hch 5, 12). Pero de él sobre todo
se esperan las curaciones: "Sacaban los enfermos a las plazas y los
colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra
cubriese a alguno de ellos"(Hch 5, 15).
Así pues, algo que resalta claramente en estos primeros momentos de la
historia de la Iglesia es que bajo la fuerza del Espíritu y de acuerdo con
el mandato de Jesús, Pedro actúa en comunión con los Apóstoles, pero toma la
iniciativa y decide personalmente como jefe.
6. Así se explica también el hecho de que, cuando Herodes manda encerrar a
Pedro en prisión, se eleva en la Iglesia una oración más insistente por él:
"la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios"(Hch 12, 5). También esta
oración brota de la convicción común de la importancia única de Pedro: con
ella comienza la cadena ininterrumpida de súplicas que se elevarán en la
Iglesia, en todas las épocas, por los sucesores de Pedro.
La intervención del ángel y la liberación milagrosa (cf. Hch 12, 6-17)
manifiestan, por lo demás, la protección especial de que goza Pedro:
protección que le permite cumplir toda la misión pastoral que se le ha
confiado. Esta misma protección y asistencia pedirán los fieles para los
sucesores de Pedro en los momentos de sufrimientos y persecuciones que
atravesarán siempre en su ministerio de "siervos de los siervos de Dios".
7. Podemos concluir reconociendo que, de verdad, en los primeros tiempos de
la Iglesia, Pedro actúa como quien posee la primera autoridad dentro del
colegio de los Apóstoles y que por eso habla en nombre de los Doce como
testigo de la resurrección.
Por eso obra milagros que se asemejan a los de Cristo y los realiza en su
nombre. Por eso asume la responsabilidad del comportamiento moral de los
miembros de la comunidad primitiva y de su desarrollo futuro. Y por eso
mismo está en el centro del interés del nuevo pueblo de Dios y de la oración
dirigida al cielo para que lo proteja y libere.