La autoridad de Pedro en la apertura de la Iglesia a los paganos
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 13 de enero de 1993
1. La autoridad primaria de Pedro en medio de los demás Apóstoles se
manifiesta especialmente en la solución del problema fundamental que tuvo
que afrontar la Iglesia primitiva: el de la relación con la religión judaica
y, por consiguiente, de la base constitutiva del nuevo Israel. Es decir, se
debía tomar la decisión de sacar las consecuencias del hecho de que la
Iglesia no era una ramificación del régimen mosaico, ni una corriente
religiosa o secta del antiguo Israel.
En concreto, cuando el problema se planteó a los Apóstoles y a la comunidad
cristiana primitiva con el caso del centurión Cornelio, que pedía el
bautismo, la intervención de Pedro fue decisiva. Los Hechos describen el
desarrollo del acontecimiento. El centurión pagano, en una visión, recibe de
un «ángel del Señor» la orden de dirigirse a Pedro: «Haz venir a un tal
Simón, a quien llaman Pedro» (Hch 10, 5). Esta orden del ángel incluye y
confirma la autoridad que poseía Pedro: será precisa una decisión suya para
la admisión de los paganos al bautismo.
2. La decisión de Pedro, por lo demás, está iluminada por una luz que le
llega, de modo excepcional, de lo alto: en una visión, Pedro es invitado a
comer carne prohibida por la ley judaica; escucha una voz que le dice: "Lo
que Dios ha purificado no lo llames tú profano" (Hch 10, 15). Esa
iluminación, que se le da tres veces, como antes había recibido tres veces
el poder de apacentar a toda la grey de Cristo, mostraba a Pedro que debía
pasar por encima de las exigencias de la observancia legal acerca de los
alimentos y, en general, por encima de los procedimientos rituales judaicos.
Era una novedad religiosa importante en virtud de la acogida y el trato que
había que dispensar a los paganos, cuya llegada ya se presentía.
3. El paso decisivo tuvo lugar inmediatamente después de la visión, cuando
se presentaron a Pedro los hombres enviados por el centurión Cornelio. Pedro
hubiera podido vacilar en seguirlos, pues la ley judaica prohibía el
contacto con extranjeros paganos, considerados impuros. Pero la nueva
conciencia, que se había formado en él durante la visión, lo impulsaba a
superar esa ley discriminadora. A ello se añadió el impulso del Espíritu
Santo, que le hizo comprender que debía acompañar sin vacilación a esos
hombres, que le había enviado el Señor, acatando plenamente el designio de
Dios sobre su vida. Es fácil suponer que, sin la iluminación del Espíritu,
Pedro habría preferido observar las prescripciones de la ley judaica. Esa
luz, dada personalmente a él para que tomase una decisión conforme al plan
del Señor, fue la que lo guió y sostuvo en su decisión.
4. Y entonces, por primera vez, Pedro se encuentra ante un grupo de paganos,
reunidos en torno al centurión Cornelio, y les ofrece su testimonio sobre
Jesucristo y su resurrección: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace
acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica
la justicia le es grato» (Hch 10, 34-35). Es una decisión que, con respecto
a la mentalidad judaica vinculada a la interpretación corriente de la ley
mosaica, resultaba revolucionaria. El designio de Dios, mantenido oculto a
las generaciones anteriores, preveía que los paganos fuesen llamados a ser
«partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús» (Ef 3, 6), sin tener que
ser incorporados antes a la estructura religiosa y ritual de la antigua
Alianza. Era la novedad aportada por Jesús, que Pedro con ese gesto suyo
hacía propia y aplicaba a la realidad concreta.
5. Es preciso subrayar el hecho de que la apertura realizada por Pedro lleva
el sello del Espíritu Santo, que desciende sobre el grupo de los paganos
convertidos. Existe un vínculo entre la palabra de Pedro y la acción del
Espíritu Santo. En efecto, leemos que «estaba Pedro diciendo estas cosas
cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra»
(Hch 10, 44). En calidad de testigo de ese don del Espíritu Santo, Pedro
saca las consecuencias, diciendo a sus «hermanos»: «¿Acaso puede alguno
negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como
nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo» (Hch 10,
47-48).
Esa resolución formal de Pedro, claramente iluminado por el Espíritu,
revestía una importancia decisiva para el desarrollo de la Iglesia,
eliminando las barreras derivadas de la observancia de la ley judaica.
6. No todos estaban preparados para aceptar y asimilar esa gran novedad. De
hecho, surgieron críticas contra la decisión de Pedro por parte de los
denominados «judaizantes», que constituían un núcleo importante de la
comunidad cristiana. Era el prólogo de las reservas y oposiciones que
aparecerían en el futuro hacia quienes tendrían la misión de ejercitar la
autoridad suprema en la Iglesia (cf. Hch 11, 1-2). Pero Pedro respondió a
esas criticas relatando lo que había sucedido en la conversión de Cornelio y
los demás paganos, y explicando la venida del Espíritu Santo sobre ese grupo
de convertidos, con aquellas palabras del Señor: «Juan bautizó con agua,
pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo» (Hch 11 16). Dado que
la demostración venía de Dios ?de la palabra de Cristo y de los signos del
Espíritu Santo?, se consideró convincente, y las críticas amainaron. Pedro
aparece así como el primer apóstol de los paganos.
7. Sabemos bien que para anunciar el Evangelio a los paganos fue llamado de
modo especial el apóstol Pablo, doctor gentium. Pero él mismo reconocía la
autoridad de Pedro como garante de la rectitud de su misión evangelizadora:
iniciada su tarea de predicar a los paganos el Evangelio ?narra él mismo?,
«de allí a tres años, subí a Jerusalén para consultar a Cefas» (Ga 1, 18).
Pablo estaba al corriente del papel que desempeñaba Pedro en la Iglesia y
reconocía su importancia.
Después de catorce años, vuelve de nuevo a Jerusalén para una comprobación:
«para saber si corría o había corrido en vano» (Ga 2, 2). Esta vez no sólo
se dirige a Pedro, sino también «a los notables» (ib.). Con todo, da a
entender que considera a Pedro como jefe supremo, pues, aunque en la
distribución geo-religiosa del trabajo a Pedro se le confió predicar el
Evangelio a los circuncisos (cf. Ga 2, 7), seguía siendo el primero también
en el anuncio del Evangelio a los paganos, como hemos visto en la conversión
de Cornelio. En ese caso Pedro abre una puerta a todos los gentiles que por
entonces podían tener contacto con ellos.
8. El incidente acaecido en Antioquia no implica que Pablo rechazara la
autoridad de Pedro. Pablo le reprocha su modo de actuar, pero no pone en
tela de juicio su autoridad de jefe del colegio apostólico y de la Iglesia.
En la carta a los Gálatas escribe Pablo: «Cuando vino Cefas a Antioquia, me
enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues, antes que
llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles;
pero una vez que aquellos llegaron, se le vio recatarse y separarse por
temor de los circuncisos (o sea, los convertidos del judaísmo). Y los demás
judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé
se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuarto vi que no
procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en
presencia de todos: "Si tú, siendo judío vives como gentil y no como judío,
¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?"» (Ga 2, 11-14).
Pablo no excluía de ningún modo toda concesión a ciertas exigencias de la
ley judaica (cf. Hch 16, 3; 21, 26; 1 Co 8, 13; Rm 14, 21; también 1 Co 9,
20). Pero en Antioquia el comportamiento de Pedro tenia el inconveniente de
que forzaba a los cristianos procedentes del paganismo a someterse a la ley
judaica. Precisamente porque reconoce la autoridad de Pedro, Pablo
manifiesta su protesta y le reprocha que no actuara conforme al Evangelio.
9. A continuación, el problema de la libertad con respecto a la ley judaica
se resolvió definitivamente en la reunión de los Apóstoles y los ancianos
que se celebró en Jerusalén, y en la que Pedro desempeñó un papel decisivo.
Pablo y Bernabé tuvieron una larga discusión con un cierto número de
fariseos convertidos, que afirmaban la necesidad de la circuncisión para
todos los cristianos, incluidos los que provenían del paganismo.
Después de la discusión, Pedro se levantó para explicar que Dios no quería
ninguna discriminación y que había concedido el Espíritu Santo a los paganos
convertidos a la fe. «Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la
gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos» (Hch 15, 11). La
intervención de Pedro fue decisiva. Entonces ?refieren los Hechos? "toda la
asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y
prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles»
(Hch 15, 12). Así se constataba que la posición tomada por Pedro quedaba
confirmada por los hechos. También Santiago la hizo suya (cf. Hch 15, 14),
añadiendo a los testimonios de Bernabé y Pablo la confirmación procedente de
la Escritura inspirada: «Con esto concuerdan los oráculos de los profetas»
(Hch 15, 15) y citó un oráculo de Amós. La decisión de la asamblea fue, por
consiguiente, conforme a la posición asumida por Pedro. Su autoridad
desempeñó, así, un papel decisivo en la solución de una cuestión esencial
para el desarrollo de la Iglesia y para la unidad de la comunidad cristiana.
A esta luz encuentra su colocación la figura y la misión de Pedro en la
Iglesia primitiva